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El Fracaso Escolar en la Última Década del Siglo XX



     

     Las aceleradas transformaciones del sistema
    educativo y los procesos
    sociales que modifican el contexto económico y cultural,
    nos llevan periódicamente a replantear el alcance de la
    expresión "fracaso escolar", así como las
    modalidades de su ocurrencia.

    Cuando desde el presente revisamos nuestros propios
    trabajos al respecto, producidos tan sólo una
    década atrás (Möller, 1989), nos parece haber
    apenas vislumbrado algunos aspectos de tan complejo
    fenómeno, que debiera constituir, a nuestro entender, un
    eje central de preocupaciones en la formación de futuros
    profesionales (en nuestro caso pedagogos, psicólogos y
    psicopedagogos) que se verán involucrados, con otros, en
    el tratamiento de esta problemática.

    Son movilizadoras las palabras del filósofo
    George Steiner, pronunciadas el 17/3/98 al disertar en el Palacio
    de Bellas Artes
    de la ciudad de México,
    aún cuando aludía a otro problema (las recientes
    guerras en
    Europa):

    "Creo que estamos en grandes problemas, en
    grandes dificultades. En realidad no sabemos qué estamos
    enseñando, ni a quién, ni para qué, ni con
    qué propósito, y no nos hemos atrevido a encarar el
    fracaso total de las humanidades en servir de protección
    cuando la hora de la medianoche llega a Europa. Con frecuencia me
    pregunto si la enseñanza de las humanidades no es en
    cierta complicada manera parcialmente responsable de la
    inhumanidad’.

    Tal vez sea válido transpolar la pregunta,
    sólo la pregunta, a otro campo de problemas que nos
    afectan como humanidad, y vale el juego de
    palabras: ¿en qué fracasan las humanidades cuando
    de abordar el fracaso escolar se trata?

    Sabemos que el proceso de
    ingreso de los sujetos a la cultura, y sus
    consecuentes posibilidades de participación, está
    mediado decisivamente, aunque no en exclusividad, por la
    institución escuela.

    Sabemos también que desde que existe la escuela
    pública, tan sólo un siglo, hemos logrado en el
    transcurso de ese mismo período el acceso de la totalidad
    de los niños
    al sistema
    educativo.

    Y sabemos que, al final del siglo y entrando al nuevo
    milenio, siguen siendo demasiados los niños y
    jóvenes que no recorren con éxito
    el trayecto esperado: cuanto menos, diez años de
    escolaridad obligatoria, y porqué no, un nivel medio o un
    nivel terciario que los habilite para algún desempeño laboral.

    Estos niños y jóvenes devenidos alumnos
    siguen fracasando masivamente, y sabemos en demasía que el
    fracaso escolar no se distribuye democráticamente: es en
    los sectores de población urbana y rural
    económicamente desfavorecidos donde se dan los mayores
    índices de repitencia y abandono; es en las escuelas
    públicas, por comparación con las privadas, y en
    las provincias más pobres del interior, por
    comparación con la metrópoli, donde se obtienen los
    menores porcentajes de respuestas correctas en los operativos
    nacionales de evaluación.

    A tal punto es reconocido este problema en nuestro
    país y en el continente, que en la segunda Cumbre de las
    Américas realizada en Chile en abril de este año,
    los presidentes plantearon la equidad como
    un eje de atención prioritaria y asumieron para el
    año 2010 el compromiso de asegurar:

    " …el acceso y permanencia universal del 100% de los
    menores a una educación primaria de
    calidad, y el
    acceso para por lo menos el 75% de los jóvenes a la educación
    secundaria de calidad –con porcentajes cada vez mayores de
    jóvenes que culminan la escuela secundaria- (…) y la
    responsabilidad de ofrecer oportunidades de
    educación a lo largo de la vida a la población en
    general…

    Para alcanzar estos objetivos, los
    Gobiernos llevarán a cabo políticas
    educativas compensatorias e intersectoriales, según sea
    necesario, y desarrollarán programas de
    atención específica a los grupos con rezago
    en materia de
    educación, analfabetismo
    funcional y condiciones socioeconómicas en desventaja…
    ". (1998 :1-2).

    Se acepta que, a pesar de sus intenciones, la escuela
    excluye, discriminando con criterios cada vez más
    pragmáticos y menos reflexionados. Los efectos de la
    exclusión son tanto más graves cuanto más
    temprana es la edad de los alumnos, porque, a pesar de todos sus
    límites, la escuela sigue siendo para los
    niños incluídos factor de avance, de
    participación en la sociedad y en
    la cultura.

    En la historia reciente de nuestro
    país nos encontramos, en el período que se
    inició en 1983, ocupándonos desde servicios
    públicos y desde las cátedras universitarias
    del problema que retornaba: en democracia el
    acceso a la educación es un derecho, pero también
    lo son las condiciones básicas para el éxito en la
    tarea. Se entiende aquí por condiciones básicas las
    de intercambio pedagógico-didáctico que ofrece la
    escuela a sus alumnos, así como las de infraestructura que
    las permiten.

    Revisemos cuáles fueron nuestras principales
    líneas de análisis entonces, recordando que no nos
    resultó fácil discriminar y conceptualizar aspectos
    de este fenómeno multifacético, al que ya
    sabíamos multicausado. Contábamos con conocimientos
    desarrollados en Europa y en nuestro continente a partir de la
    década del 60, y procuramos comprender
    interdisciplinariamente los factores externos que generan la
    diversidad y la distancia cultural entre la familia y
    la escuela.

    Nos planteamos en primer término tratar de
    des-responsabilizar a los niños de sus dificultades, y
    preferimos hablar de niños "en" problemas antes que de
    niños "con" problemas.

    Revisamos los métodos
    diagnósticos de los "trastornos" de aprendizaje y sus
    fundamentos, y acudimos a teorías
    psicológicas que nos explicaban mejor los procesos de
    construcción de conocimientos, de
    otorgamiento de significados, de intercambios personales, siempre
    inconcientes. Intentamos escuchar antes que descubrir
    patologías, y tuvimos como propósito central
    favorecer el encuentro entre docentes y
    alumnos. Revisamos las concepciones de aprendizaje subyacentes, y
    tratamos de discriminar las problemáticas de
    enseñanza de las de aprendizaje.

    Cuestionamos, en el campo de las prácticas de
    salud, el
    modelo
    médico-psiquiátrico y, en relación a las
    prácticas educativas tratamos de contener las derivaciones
    indiscriminadas, procurando instaurar una concepción
    preventiva de los problemas, antes que
    asistencialista.

    Entramos a la institución, y a veces al aula;
    así fue como involucramos fuertemente a la escuela en lo
    atinente a su responsabilidad sobre el fracaso, y no siempre
    tuvimos la cautela de compartir esa responsabilidad con el
    docente.

    Hoy podemos, desde la experiencia adquirida en los
    últimos tres lustros, revisar nuestros avances y carencias
    en la comprensión de los problemas y nuestras
    prácticas profesionales al respecto. El difícil
    lugar del técnico en el sistema educativo, asesorando o
    interviniendo en la problemática escolar, es un lugar
    (posibles lugares) a definir y a conquistar. Ora aceptado, ora
    rechazado por la escuela, sin autoridad
    formalmente explícita en relación a los agentes de
    la institución, ve legitimado su accionar en
    relación directa a su capacidad de resolución de
    problemas. En sus distintos niveles de resolución estos
    problemas requieren la mayoría de las veces abordajes
    interdisciplinarios, diálogos entre pares que no pueden
    llevarse a cabo si la propia disciplina que
    se practica no es absolutamente explícita en sus
    supuestos, en su lenguaje y en
    sus criterios de intervención. La experiencia de los
    equipos interdisciplinarios es ilustrativa al
    respecto.

    Aprendimos que, por delante de los largos debates sobre
    nuestros roles profesionales, están los problemas. Y que
    la comprensión de tan complejos problemas sólo
    puede avanzar en la medida que sean acotados, precisados y se
    continúe en el camino de la investigación.

    En este sentido, nos resultan verdaderamente
    orientadoras las recomendaciones de Emilia Ferreiro a los
    investigadores, en un trabajo en el
    que analiza cualitativamente los objetivos y las estrategias de la
    alfabetización de niños en la región de
    América
    Latina y el Caribe. Luego de distinguir los discursos al
    respecto, el oficial, el de la denuncia y el de los
    técnicos, reconoce que ninguno de ellos es neutro, dado
    que los problemas son políticos. Señala que el
    investigador, aunque no pueda ubicarse en el campo de este tipo
    de problemas desde una perspectiva estrictamente técnica,
    debe cumplir con los requisitos elementales de su oficio, a
    saber:

    " …distinguir las afirmaciones que puedan sustentarse
    con evidencia empírica satisfactoria de aquéllas
    que sólo pueden presentarse como hipótesis plausible; distinguir entre el
    dato y las lecturas posibles de los datos; no
    trabajar con informaciones aisladas sino con la congruencia o
    incongruencia que resulta de los intentos por integrar esas
    informaciones; descubrir las presuposiciones que subyacen a
    cierto modo de describir o evaluar un fenómeno o una
    situación; no confundir las expresiones verbales
    utilizadas con las distinciones conceptuales establecidas."
    (Ferreiro, 1989 :1).

    Y bien, volviendo al amplio campo de problemas que se
    entrecruzan en el fenómeno que denominamos "fracaso
    escolar", nos encontramos con que en la última
    década del siglo se han precipitado dentro y fuera del
    ámbito de la educación formal vertiginosas
    transformaciones. Esto quiere decir que nos enfrentamos, en el
    campo de problemas que se mantienen, con un cúmulo de
    problemas inéditos.

    Veamos cuáles son algunos de estos nuevos campos
    de problemas a resolver que, en algunos casos, confirman
    líneas de investigación en desarrollo y
    estrategias de asistencia escolar; en otros casos, las preguntas,
    renovadas o inéditas, nos abren perspectivas que
    desafían nuestro trabajo a futuro.

    Los datos del contexto mayor nos muestran el despliegue
    de una nueva etapa de integración mundial, intensificada
    aceleradamente por la revolución
    microelectrónica. El concepto mismo de
    integración nos ofrece varias significaciones posibles: en
    sus aspectos positivos, la incorporación de sectores de
    población cada vez más extensos a la
    comunicación, al consumo, a los
    mecanismos políticos de decisión; pero esto no nos
    debe ocultar la otra cara de la realidad actual: la
    integración es ante todo integración en el mercado, y el
    mercado es un lugar de selección,
    donde la exclusión se convierte en la contracara de la
    integración. El director del Instituto de Investigación
    Social de Francfort, Helmut Dubiel, ve un progreso en esta
    consideración:

    "Para la interpretación de las líneas de
    evolución que encierran un mayor potencial
    de problemas se ha impuesto en el
    debate
    internacional el par de conceptos
    ‘integración/exclusión". (en Türcke,
    1997 :50).

    ¿Cómo integra/excluye la escuela a los
    sectores de la población de su entorno? Porque,
    parafraseando a Christoph Türke (1997) se trata de convertir
    a la exclusión en categoría de análisis para
    poder
    ejercitar una nueva observación crítica
    de los procesos sociales, y analizar en poblaciones de todas las
    clases quién es víctima de la exclusión por
    parte de quién y de qué manera.

    En este contexto actual necesitamos volver la mirada con
    renovado cuidado a los procesos de transmisión y recreación
    de la cultura, delegados en tan gran medida a la escuela.
    Señala Jean Bertrand Pontalis:

    "Hoy ya casi no hablamos de cultura (…) hablamos de
    desarrollo. Nos referimos a un único modelo: el desarrollo
    económico". (Pontalis, 1996:44)

    Pareciera que el desafío para los investigadores
    y los asesores de los procesos escolares radica en no perder de
    vista los lazos entre los procesos sociales, los de las instituciones
    y los procesos subjetivos. Porque ¿cómo estamos
    considerando a los sujetos?

    Hablando entonces de cultura, veamos qué nos
    dicen algunos trabajadores de ese ámbito.

     

    El escritor y actor Luis M. Pescetti reflexionaba
    recientemente:

    "Hay una tendencia a la extinción de la infancia como
    especie. Porque los chicos necesitan modelos, no
    como si habláramos de prohombres o próceres, sino
    formas que los reflejen. Elementos que den un modelo de ser
    humano, que hablen de una forma de ser humano, donde un chico
    encaje de manera natural, sin exigencias."

    Y analizando la oferta de los
    distintos medios de
    comunicación en la Argentina encuentra que hay una
    imagen del
    niño argentino identificado con el acelere, el
    vértigo y el consumo y observa:

    "Y se le da a los chicos lo que los adultos piensan que
    necesitan. Parten de supuestos básicos falsos. Si los ven
    acelerados, les dan velocidad,
    cuando a lo mejor necesitan lo contrario". (Pescetti,
    1998).

    ¿No nos resulta conocido este planteo? Si vamos a
    ver qué ocurre con los adolescentes y
    los jóvenes, toda la información actual (basta con analizar las
    demandas a los servicios de
    apoyo escolar) coincide en señalar el incremento del
    fracaso en los aprendizajes escolares, y por otro lado la
    dificultad del encuentro adulto/adolescente, docente/alumno, en
    las actuales condiciones de fragmentación cultural e
    institucional.

    En la escuela de nivel medio sería necesario
    contextualizar, en experiencias más amplias y con
    significado, los procesos de construcción de conocimientos
    (tan diferentes del consumo de información). Claro
    está que esto no es posible si no existen el intercambio
    personal, la
    mediación del lenguaje, el ordenamiento simbólico
    de la propia historia, esto es, el diálogo
    interesante que permita entablar algún tipo de
    relación entre la propia subjetividad, los objetivos de la
    escuela y los ideales sociales.

    Para ejemplificar, podemos ver lo que ocurre con los
    nuevos modos de lectura. En
    entrevista
    reciente, Roger Chartier señala que a fines del siglo XIX
    ya se hablaba en Europa de la crisis del
    libro y de
    la lectura,
    que las quejas de los editores son casi una rutina, cuando las
    encuestas no
    muestran una caída apocalíptica,
    diciendo:

    "La idea de que antes había más lectores y
    lecturas es un prejuicio no
    corroborable estadísticamente. Me parece que el verdadero
    problema no es cuantitativo. (…) Me parece que una de las
    desgracias del libro es que se ha alejado de la experiencia
    comunitaria, del encuentro con los otros". (Chartier, 1998
    :10).

    Chartier sitúa el problema hoy, cuando
    quizás es la primera vez en la historia de la escritura en
    que el lector puede intervenir directamente en lo escrito, en
    poder aprovechar las nuevas formas de composición,
    transmisión y apropiación de los textos.

    ¿Qué pasa en la universidad? El
    olvido de los sujetos y sus procesos de aprendizaje no es menos
    flagrante aquí que en los otros niveles. En una
    observación más amplia, Miguel Angel Escotet apunta
    a la necesidad de cambiar la cultura universitaria, para lo cual
    más que dar conocimientos hay que enseñar a los
    alumnos a buscarlo y a compartirlo. Analiza la falta de
    convivencia académica y de contacto humano, mostrando que
    a veces hay más distancia entre un profesor y un
    alumno que entre dos personas hablando por teléfono de un continente a otro. En las
    universidades se brindan elementos para el hoy y no para el
    mañana, así cuando los profesionales terminan de
    estudiar ya no sirven para el mercado. Propone educar para pensar
    y aprender, abandonar los esquemas de certezas y trabajar con la
    incertidumbre; parece reforzar nuestra línea argumental
    cuando dice:

    "… En sus inicios, en el siglo IX, la universidad era
    muy flexible. El estudiante buscaba su aprendizaje y
    también a sus profesores. Aquella educación estaba
    centrada en el sujeto que aprende. Pero luego el centro se
    corrió hacia el profesor: el sujeto que enseña.
    (…) Y hoy nos movemos hacia un sistema mucho peor, que es la
    universidad centrada en el sujeto administrador.

    … no es lo mismo manejar mercancías, que se
    mueven en el corto plazo del mercado, que gestionar procesos de
    transferencia del conocimiento.
    En lo que más se parecen las universidades del mundo es en
    que se están olvidando del sujeto que aprende." (Escotet,
    1998).

    Ahora bien, ¿con qué modelos pensamos a
    los sujetos que aprenden, desde dónde analizamos sus
    procesos o investigamos sus producciones?

    Es nuestra impresión que en ocasiones retornan
    concepciones que preexistían a la acelerada innovación
    tecnológica, sólo que en una versión
    actualizada. Este fenómeno está muy bien descripto
    por un filólogo, Horst Schlosser:

    "… Con la forma misma de nombrar las capacidades y los
    logros del ser humano favorecemos un cambio general
    de nuestra forma de entender nuestro propio ser, según el
    cual el ser humano ya sólo se concibe a sí mismo
    como el apéndice de los sistemas
    técnicos. Quien ya sólo entiende su cerebro y su
    corazón
    como ‘disco
    duro’ se encamina fatalmente hacia un ‘fallo del
    sistema
    operativo’". (Schlosser, 1995 :17).

    Y bien, volviendo al fracaso escolar que nos llega tanto
    como demanda de
    asistencia como necesidad de investigación, sería
    deseable que pudiéramos continuar intercambiando
    conocimientos fundados en el análisis riguroso de nuestra
    realidad, y, en momentos del despliegue de los enormes sistemas
    económicos y tecnológicos, en coherencia con los
    objetivos más humanos de los procesos
    educativos.

    *Publicado originalmente en Revista
    Contextos ()

     

    Referencias bibliográficas

    • Chartier, R. 1998 Entrevista, La Nación, 23/8/98, Buenoss
      Aires.
    • Dubiel, H. l997 citado por Türcke, Chrisfoph: La
      exclusión, la otra cara de la integración.
      Alternativas en el uso corriente del concepto de
      ‘marginación’. Reflexiones sobre una
      paradoja. Rev. Humboldt N º 121, Año 39,
      Munich.
    • Escotet, M. A. 1998 "Universidad y devenir. Entre la
      certeza y la incertidumbre". Lugar Editorial, Bs.
      As.
    • Ferreiro, E. 1989 El proyecto
      principal de Educación y la alfabetización de
      niños: un análisis cualitativo, Boletín
      Informativo N° 17, Aiqué Grupo
      Editor, Bs. As.
    • II Cumbre de las Américas – Chile, Abril de
      1998 Doc. Secret. de Programación y Evaluación
      Educativa, M. E. C., R. A.
    • Möller, M. A. 1989 Posibles aportes de la
      Epistemología y la Psicología Genética a la problemática del
      fracaso escolar, trabajo presentado en el Congreso Nacional de
      Aprendizaje, Universidad Mayor de San Andrés,
      Cochabamba, Bolivia; en
      Tópicos sobre Psicología Educacional, mimeo,
      Cátedra de Psicología Educacional, Escuela de
      Psicología, U. N. C.
    • Pescetti L. M. 1998 Entrevista, Página 12,
      29/8/98, Buenos
      Aires.
    • Pontalis J. B. 1996 Malestar cultural y neurosis
      actual, en Rev. Zona Erógena Nº 31, Buenos
      Aires.
    • Schlosser, H. D. 1995) El lenguaje
      en transformación. La palabra y las nuevas técnicas
      de comunicación, Rev. Humboldt, Nº 115
      Año 37, Munich.
    • Türcke, C. 1997 Op. Cit.

     

    María Angélica
    Möller.

     

     

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