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Hegel y la Dialéctica del Amo y del Esclavo




Enviado por Ariel Lerman



     

     

    1.
    Introducción

    La fenomenología del
    espíritu
    ha sido y sigue siendo uno de los libros más fascinantes y
    atrayentes de la historia de la filosofía.
    Quizás porque uno de los intentos de Hegel era contar cómo ha
    sido posible a los hombres acceder a un saber con pretensiones
    simultáneas de verdad(adecuación a lo real) y certeza
    (criterios seguros de afirmaciones), de
    procesualidad (construcción progresiva)
    y de totalidad (complejidad de resultados), pero más
    probablemente porque el hilo conductor de este relato no es otro
    que la experiencia misma del conocimiento, que cada
    hombre, cualquier hombre, la
    conciencia natural, como
    diría Hegel, puede recorrer rehaciendo este camino secular
    de los hombres tratando de saber. Por otro lado, esta historia del saber de la especie, la
    cultura, y su reproducción en el camino
    que invita a hacer a cada individuo, la experiencia, son
    para Hegel, la única verdad y comprobación de la
    libertad misma de los hombres
    y los pueblos, precisamente para seguir creando cultura y
    generando caminos de experiencia no transitados
    todavía.

     

    2. La certeza sensible

    Para comprender la dialéctica del amo y del
    esclavo, es necesario entender inicialmente cuáles son los
    hechos que se analizan en el libro La fenomenología
    del espíritu
    , que es lo que realmente se pretende
    estudiar o en otras palabras y dada la complejidad del texto, cuál es
    concretamente el objeto de análisis. Es necesario
    tener en cuenta que se describirá todo el tiempo, en abstracto, el
    desarrollo de la conciencia
    durante el proceso de conocer el mundo de
    las cosas y conocerse a sí misma. Dicho proceso cuenta con
    diferentes etapas o momentos definidos por el modo en que la
    conciencia se está relacionando con el mundo externo. Estos
    modos de relación van desde formas muy elementales de
    vinculación hacia formas más complejas, y se describe
    la manera en que el saber obtenido sobre las cosas en una
    determinada etapa resulta insostenible por determinado
    descubrimiento, por determinada crisis, que torna aquel
    conocimiento tenido por cierto como cuestionable. Esto obliga a
    ir complejizando el modo de vinculación entre el yo
    (conciencia) y el objeto, desde formas elementales e inmediatas
    hacia formas complejas. Esto se da mediante saltos superadores,
    que permiten justamente, sortear las contradicciones sobre lo que
    se intenta conocer.

    El primer momento es llamado "Certeza
    sensible
    " y es la forma de vinculación mas simple y
    elemental entre la conciencia y el mundo. Aquí se descubre
    lo externo a la conciencia, el universo de las cosas. La
    conciencia comienza a saber que hay algo mas allá de sí
    misma. Este más allá de la conciencia se denomina
    genéricamente "la cosa", término que designa por ahora
    una presencia externa, informe y vaga, sobre la cual el
    primer descubrimiento de la conciencia es que ésta existe
    (es) enfrentada a ella como algo ajeno. A partir de esta primera
    vinculación la conciencia hace su primer descubrimiento de
    lo exterior (que eso, el mundo, fuera de sí, existe) y este
    primer saber se denomina saber inmediato. Además, a partir
    de eso, la conciencia sabrá que ella misma existe, (es)
    desde el momento que se descubre sabiendo.

     

    3. La percepción y el
    entendimiento

    Luego, se hará el descubrimiento de que nada es tan
    sencillo como en esta fase y se revelará que el objeto es
    algo mas complejo y que no alcanza con esta forma tan elemental
    de conocerlo. Se entrará en la fase de la
    percepción
    , donde el mundo externo se descubre como
    algo de diversas cualidades que son captadas por el percibir de
    la conciencia. La cosa simple que se creía poder captar como algo
    inmediato, pasa a ser un objeto complejo y de múltiples
    características, pero al mismo tiempo, se la sigue captando
    como una unidad. Este problema, el de la unidad (el objeto es,
    más allá de sus cualidades perceptibles, algo
    particular, una unidad simple, una sola cosa) y el de su
    diversidad (la cosa posee en la percepción una enorme
    cantidad de cualidades y resulta por lo tanto, algo complejo) es
    lo que pondrá en crisis la percepción (el saber de la
    percepción, tenido por cierto hasta entonces), pues la
    conciencia se confunde en tomar como la verdad del objeto su
    condición de simple o de diverso. Pero luego lo
    resolverá fundiendo ambas características del objeto y
    tomando ambos momentos como lo verdadero de él.

    A partir de aquí, la conciencia entrará al
    reino del entendimiento, habiendo comprendido que
    era ella la que ponía una deformación en la cosa,
    entendiéndola o como una unidad o como una diversidad,
    diferenciación que era ajena al objeto y que ella ponía
    en él como una deformación, fruto de su actividad de
    conocer. Es decir, se entra al entendimiento luego de hacer un
    recorrido caracterizado por errores en la concepción de lo
    que el objeto es. Primero, la conciencia lo entiende como una
    unidad cerrada y simple, luego, por el percibir, lo toma como
    algo de múltiples características diversas. Entonces el
    yo gira alternativamente de una explicación a otra, hasta
    que finalmente se da cuenta que es la combinación de ambos
    momentos lo único que le permite obtener la verdad de la
    cosa. De este modo unifica ambas visiones y las funde en una
    unidad, superando la alternancia de las dos concepciones
    contrapuestas que se presentaban alternativamente como la verdad.
    En ese momento, supera esta oscilación de la percepción
    y se ingresa en otra fase, la del entendimiento. La
    conciencia, en este momento, ha dejado de buscar la verdad del
    objeto, que intenta conocer simplemente en una captación de
    él por la percepción. Ahora ha retornado a sí
    misma desde el objeto, ha tenido que ver las contradicciones que
    creía hallar en la cosa, como contradicciones propias, y ha
    tenido que fundir esas contradicciones en una unidad superadora,
    que no está ya en el objeto, sino en la conciencia. Es como
    si la conciencia se diera cuenta de que era ella la que veía
    al objeto primero de una forma, después de otra, y que todo
    eso era un agregado que le ponía a algo que carece de
    contradicción, el objeto.

    Por eso, se habla de retorno de la conciencia a sí
    misma, después de haber tratado de hallar la verdad en lo
    exterior, en "lo otro de ella". Se encuentra entonces que la
    verdad del objeto sólo puede darse en una unificación
    conceptual, sin una captación directa, de lo que la cosa es,
    elaborando un juicio indirecto sobre el objeto, una
    reflexión sobre el mismo, pero en lo interior de la
    conciencia.

     

    4. El mundo
    suprasensible

    En la unificación conceptual ocurre que la
    conciencia toma la primer verdad, aquella de que la cosa es una
    unidad, toma la segunda verdad, que la cosa es también un
    conjunto enorme de cualidades diversas, trata de eliminar alguna,
    pero resultan ciertas ambas, entonces las funde,
    unificándolas en una unidad superadora. Esto es el concepto, algo que da cuenta de
    una construcción, acerca de esta doble condición que la
    conciencia encuentra en el objeto. Ambas condiciones están
    contempladas, pero superadas como contradicciones que intentan
    anularse la una a la otra. Pero aquí se da una independencia respecto del
    objeto exterior, ya que el concepto es
    interior, está dentro de la conciencia, es
    algo inmaterial. No está entonces ya captando a la cosa
    exterior propiamente dicha sino, que el entendimiento toma como
    su verdad al concepto. Se dice que se capta entonces la cosa en
    la medida que es fenómeno para la conciencia
    (No la cosa real, material, externa, sino, esta imagen, este reflejo dado en la
    conciencia fruto de la construcción conceptual). La cosa se
    capta como fenómeno cuando se la percibe después de
    anular las contradicciones que aparecían cuando se la
    veía como algo único o múltiple. Si la capto como
    fenómeno, la capto ya mediada por el concepto, la capto sin
    un sustrato material directo, es decir, como algo puramente
    interior de la conciencia, como una sombra de la cosa en sí.
    Desde entonces, la verdad para la conciencia va a ser justamente
    el concepto, por lo tanto desde aquí, se
    aparta del modo sensible de saber y se empieza a aproximar a la
    razón. Hegel sostiene desde entonces la
    entrada en el mundo suprasensible, esto es, un modo
    de saber alejado de la percepción y la sensibilidad, basado
    en el concepto interior como realidad captada por la
    conciencia.

    De esto surgen dos consecuencias: primeramente, la
    conciencia, dado que encuentra que no capta al objeto de modo
    directo, sino con su razonamiento y conceptualización como
    intermediario, empieza a dejar de buscar la verdad en el objeto y
    la empieza a buscar en sí misma, en su mundo interno. La
    cosa en sí misma ya no es fuente de verdad sino que la
    conciencia la busca en su propia actividad de conocer, es decir
    que la conciencia se toma a sí misma como objeto y empieza a
    funcionar como autoconciencia. Esto marca un pasaje hacia una nueva
    etapa, pues el mundo externo deja de ser lo que se creía
    captar. La cosa se capta sólo en la medida en que es
    fenómeno para la conciencia, es decir que sólo en la
    medida en que media el proceso de conceptualización de ella,
    en la medida en que el objeto externo pasa al mundo interno de la
    conciencia. Lo que sé de él es sólo este reflejo
    en lo interior, en la conciencia y no lo que el objeto pueda ser
    en sí mismo (más allá de la acción de la conciencia,
    el objeto como realidad independiente de la acción de
    conocer). Sólo sé lo que mi conciencia sabe de él,
    no su realidad como objeto en sí.

    La segunda consecuencia es que como al objeto lo capto
    como fenómeno en lo interior de la conciencia, ahora no lo
    tengo como algo exterior, ajeno e inasible sino como parte de la
    misma herramienta que lo conoce (la conciencia). Entonces ahora
    puedo obtener la verdad de lo que él pueda
    ser, (pero sólo como fenómeno, como manifestación
    para mi conciencia) cuando antes, sólo podía tener
    certeza (de que fuera de mí había algo
    que existía, sin poder obtener más que el saber
    inmediato: la cosa "es"). Esto es, como toda la cuestión
    ocurre dentro de la conciencia y lo que pueda saber sobre el
    objeto es en realidad lo que se refleja de él en lo
    interior, en la medida en que la conciencia se toma como objeto a
    sí misma, funcionando como autoconciencia, puede obtener la
    verdad, pues lo que se quiere conocer (objeto en tanto
    fenómeno) y lo que conoce (conciencia) son lo mismo y no
    algo diferenciado. Pero el objeto externo, el objeto como algo
    real, independiente para la conciencia, deja de considerarse en
    sus posibilidades de ser conocido. Sólo lo conozco en la
    medida en que es manifestación para mi conciencia, que desde
    entonces, funciona como autoconciencia, pues se toma a sí
    misma como objeto para obtener el saber de ella.

     

    5. La apetencia de la
    conciencia

    Ahora, habiendo descubierto la conciencia que puede
    dejar de buscar la verdad en el objeto y hacerlo en sí
    misma, entiende que puede prescindir de todo lo externo, de todo
    lo ajeno, de todo "lo otro" de ella. Descubre que no necesita
    nada diferente del giro en que se toma a sí misma como
    objeto para funcionar como autoconciencia. Por lo tanto, se
    descubre libre de lo otro, independiente de lo externo para
    lograr el saber, pues el objeto en sí mismo, el objeto
    más allá de su propia acción, deja de serle
    útil en la obtención de la verdad. Sabe que no capta la
    cosa en sí, sino solamente su sombra reflejada en su
    interior y mediada por sus conceptualizaciones, entonces ya no
    quiere más "salir a buscar la verdad afuera" y se refugia en
    sí misma. Esta tendencia a prescindir de lo otro, a ignorar
    lo exterior para darse ella misma la verdad, se denomina
    apetencia de la conciencia, término que indica
    su inclinación a eliminar el mundo de las cosas exteriores y
    refugiarse en sí misma, sabiéndose libre e indiferente
    a todo.

    Pero esta apetencia, esta inclinación a eliminar lo
    exterior como fuente de verdad, no es un momento estático,
    pues coexiste con la fase anterior, la de buscar la verdad en lo
    exterior. Ambas inclinaciones conviven en la conciencia en una
    circulación alternada, que la inclina o hacia la
    independencia de lo otro o hacia la dependencia. Es decir que la
    conciencia oscila entre seguir el curso de la apetencia, que la
    inclina a eliminar el mundo de lo exterior para darse verdad de
    sí sólo en la relación de ella consigo misma y la
    conservación de "lo otro", esto es, el intento de
    obtención de verdad mediante la relación con lo
    exterior. Es como si existiera un vértigo, que no deja a la
    conciencia quedar en esa soledad completa de su relación
    pura consigo misma y quisiera conservar el mundo de lo ajeno de
    sí misma.

     Pero toda la cuestión va a complicarse
    aún mas con un descubrimiento: No solamente puedo tener
    delante mío un objeto inanimado, una cosa, sino que puede
    aparecer también otra autoconciencia, una semejante,
    enfrascada también ella en todo el proceso de buscar
    inicialmente la verdad en los objetos externos, llegar a darse
    cuenta de que los capta sólo como fenómenos interiores,
    que sólo la relación consigo misma le da la verdad de
    sí.

    Resulta de ello que cada conciencia se comporta para la
    otra como "lo otro", como lo externo y ajeno de sí, así
    como se comportaba antes el objeto. Entonces, lo que cada
    conciencia debe hacer ahora para darse libertad y hallar la
    verdad sólo en ella es "eliminar", abolir a la otra
    autoconciencia, pues es ella ahora la que se opone como algo
    ajeno, y no permite la relación exclusiva de la conciencia
    (de cada una de las enfrentadas) consigo misma. La relación
    con otra autoconciencia semejante, se plantea entonces como
    destructiva, pues ninguna puede llegar a la verdad de sí
    misma sin eliminar a la que se le enfrenta. Esto las ubica a
    ambas en una lucha por la mutua eliminación, elemento
    necesario para darse su verdad.

    Pero ocurre también que surge un descubrimiento de
    estas conciencias enfrentadas, y es el de que la destrucción
    de la rival la deja en soledad, pero sin nadie que reconozca el
    hecho de que ella haya puesto en riesgo la vida para darse su
    libertad. Si desaparece el otro, aquel contra el que se luchaba
    para tener independencia, al mismo tiempo, desaparece el
    espectador ante quien se quiere mostrar este logro (la
    independencia después de arriesgar la vida). Se da entonces
    la paradoja de que es preciso conservar vivo aquello que se
    trataba de eliminar, pero al mismo tiempo se debe sostener esta
    lucha de la abolición, la única que permite
    independizarse de lo externo. Lo que se da entonces es una lucha
    mitigada, sin llegar a la destrucción del otro, pero
    conservando la inclinación del enfrentamiento.

     

    6. Conciencia señorial y
    conciencia servil

    Lo que se requiere para darse libertad e independencia
    es el reconocimiento de la autoconciencia rival,
    sin el cual no hay garantía de haber logrado dicha libertad,
    pero al mismo tiempo, es necesaria también la
    confrontación, sin la cual no se demuestra el intento de
    desprenderse de todo lo que no sea el puro yo, el quedar en la
    soledad de la relación de la conciencia consigo
    misma.

    Pero las conciencias enfrentadas no son idénticas
    en su actitud hacia lo externo (lo
    otro). Una de ellas, llamada señorial, se
    inclina por una abolición tajante del mundo de las cosas.
    Quiere llegar solamente a la relación de ella consigo misma,
    a la pura soledad para tener al fin, seguridad de ser libre e
    independiente. La otra, está invadida por el temor. No se
    atreve a quedarse en la soledad absoluta, no se anima a hacer
    desaparecer el mundo de las cosas externas y trata en parte de
    conservarlo. Esta es la conciencia servil, que
    prefiere más que quedarse del todo sola, conservar lo
    externo y solamente imprimirle una desaparición parcial,
    modificándolo mediante su actividad, su trabajo (no elimina las cosas,
    pero las transforma).

    La conciencia señorial se para frente a la servil y
    la descubre temerosa de sumergirse sólo en si misma y en
    quedar como independiente, por eso, se ubica "encima de ella",
    pues la superioridad está en la independencia.

    Pero ocurre que ambas, ya no luchan por la
    destrucción mutua sino por el reconocimiento, y la
    conciencia señorial descubre que a menos que haya allí
    otra conciencia que la descubra como completamente independiente,
    no podrá tener seguridad de su libertad absoluta. Descubre
    entonces que es en realidad completamente dependiente de esta
    conciencia supuestamente inferior y servil, que sólo
    mediante su acción de reconocerla como libre, ella (la
    señorial) puede darse su independencia. Pero entonces,
    aquella conciencia que ponía como su única esencia, su
    única búsqueda, la independencia completa respecto de
    lo otro, se halla en la posición de depender completamente
    de esto que pretendía abolir, quedando al descubierto su
    falta de independencia. Mientras esto ocurre, pierde su
    condición de "señorial" al mostrarse como dependiente
    de la conciencia servil para darse seguridad de su libertad. Esto
    plantea una inversión,
    modificándose al punto que el señor queda como siervo y
    al revés.

    En este momento, hay una circulación, una
    inversión de formas de la conciencia, viéndose que no
    hay tal conciencia señorial, sino que más bien, ambas
    son convertibles la una en la otra. El señor necesita del
    siervo, y en esta necesidad pierde su independencia, y el siervo,
    al ser puesto por el mismo señor como esencial, pierde su
    condición de "prescindible", quedando como lo más
    necesario.

     

    Ariel Lerman

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