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Imágenes en torno a la mujer




    Monografía destacada

    1. La mujer: un espacio
    ganado en la sociedad y en la academia

    2. Mujer en cinco
    tiempos

    La mujer y los poderes de
    la creación

    La mujer y los problemas
    sobrenaturales

    La mujer y la
    sabiduría

    La mujer y los juegos
    especulares

    La mujer y el
    trabajo

    3. De manera conclusiva y
    provisional

    Notas

     

    La mujer, en las
    más diversas culturas y desde tiempos inmemoriales, ha
    debido ganarse, palmo a palmo, un espacio digno en la sociedad.
    Mucho es lo que ha tenido que luchar, que trabajar, para ser
    reconocida en términos más equitativos con respecto
    a su compañero y, quizás, todavía sea mucho
    lo que falta por hacer. Uno de los campos en los que su presencia
    y trayectoria ha sido trascendental es el de la educación. Es
    importante, por eso, hacer un alto en el camino y detenernos a
    intercambiar puntos de vista, reflexiones, problemas,
    avizorar soluciones en
    torno a la mujer-maestra
    que construye día con día los proyectos
    educativos de nuestras instituciones
    formativas.

     

    1. La mujer: un espacio
    ganado en la sociedad y en la academia

    La lucha de las mujeres, sus logros, las carencias y
    problemas aún existentes son hoy reconocidos por gran
    parte de la humanidad y como periódica rememoración
    y como día de reflexión sobre ello fue creado el
    Día Internacional de la Mujer. Éste fue establecido
    en Dinamarca en 1910 como parte de los acuerdos del segundo
    Congreso Internacional de Mujeres Socialistas. (1) Esta
    iniciativa marcó uno de los hitos importantes en la larga
    lucha de las mujeres por un reconocimiento paritario al del
    hombre, pues
    se remite a la huelga que ese
    mismo día, sólo que en el año 1857,
    iniciaron las obreras de la industria
    textil y de la confección de Nueva York para lograr su
    reivindicación salarial y una regulación de las
    jornadas de trabajo que
    resultaran más favorables, lo que significó su
    reducción a diez horas en vez de doce o quince sin
    control
    alguno.

    Ubicados en esta misma celebración del Día
    Internacional de la Mujer, también me parece importante
    referirme a un campo de estudios, precisamente el de la mujer,
    que paulatinamente se ha ido consolidando y legitimando en los
    ámbitos académicos: si bien es cierto que las
    diversas expresiones de las mujeres por hacer valer sus derechos en diferentes
    esferas y en diversos sentidos datan de finales del siglo XVII,
    el desarrollo de
    los estudios que directamente las abordan en su particularidad
    son más recientes. Podríamos incluso ubicar su
    institucionalización en el siglo pasado alrededor
    de la década de los setentas; esto es, hacia esos
    años encontramos indicios que corroboran su legitimación académica en Europa y en las
    Américas:

    Primero, se establecen espacios permanentes de
    discusión e intercambio —como coloquios, mesas
    redondas, congresos y otras modalidades—; se editan
    publicaciones especializadas al respecto; se introducen
    seminarios de estudio en los currículos de diferentes
    facultades y escuelas; se establecen programas de
    investigación. En nuestro país
    éstos son más recientes: el primero que se
    estableció, hacia 1983 en el Colegio de México,
    fue el Programa
    Interdisciplinario de Estudios de la Mujer. En 1984 se
    estableció en la UNAM el Centro de Estudios sobre la Mujer
    de la Facultad de Psicología, seguido
    en la década de los noventa del PUEG (Programa
    Universitario de Estudios de Género),
    ampliamente reconocidos a nivel nacional e internacional. Estos
    programas han continuado incrementándose en diversas
    instituciones públicas y privadas.

    A la fecha, este ámbito de estudios representa la
    convergencia de diversas disciplinas, diversas ópticas,
    diversos temas que se renuevan constantemente; a ello se integra
    una rica red de
    personas, grupos e
    instituciones vinculadas entre sí, en un intenso diálogo
    planetario.

    La legitimación de dichos estudios, por lo
    demás, también se sustenta en la renovación
    paradigmática que se enraíza con el movimiento del
    68, donde se evidenciaron los vacíos de
    explicación, las ausencias y los silencios para ese
    entonces insostenibles en las ciencias del
    hombre.

    El resquebrajamiento paradigmático de aquellas
    décadas ya no convencía con las explicaciones para
    las múltiples expresiones de la vida social en las que se
    confería una atención privilegiada al sistema y a las
    estructuras,
    ya no creía en la objetividad a toda prueba de los
    análisis, en la estabilidad y el equilibrio de
    la sociedad. Ahora se tratarían de indagar las
    transformaciones de la vida social a partir de los propios
    protagonistas, de sus incertidumbres y de sus luchas, sobre todo
    de aquellos que nunca se habían escuchado. Así fue
    como la mirada se dirigió a las minorías, a los
    oprimidos, a los exiliados y, en general, a todos los grupos que
    representaban la periferia o los márgenes respecto a los
    centros del poder, de la
    cultura, de la
    economía,
    de la sociedad.

    Precisamente aquí, entre la pluralidad de voces
    nuevas que se escucharon, cobró fuerza la de
    la mujer demandando un nuevo lugar en la sociedad. De esto han
    pasado treinta años y es mucho lo que se ha
    avanzado.

     

    2. Mujer en cinco
    tiempos

    En este texto propongo
    hacer un breve recorrido por algunas de las imágenes
    cambiantes de las mujeres, no necesariamente actuales pero
    sí vigentes y plenas de riqueza en la vida de todos los
    días. Para ello, escogí cinco imágenes que a
    continuación expongo.

     

    La mujer y los poderes de la
    creación

    Uno de los rasgos consustanciales a lo femenino es
    precisamente la maternidad. Con este don la mujer, portadora de
    vida, participa de lleno, al igual que las diosas, en el
    territorio de la creación. La mujer-madre constituye, sin
    lugar a dudas, el primer contacto con el mundo. Para el
    niño, en un primer momento, lo es todo: inicio de la
    existencia, impulso al crecimiento, nutrición, cobijo,
    amparo, cuidados,
    dependen de ella y el hijo lo sabe. Ella lo es todo para
    él.

    Es la mujer, con su prodigalidad y amor, con su
    atenta y generosa vigilancia quien, portando la vida, le da
    continuidad y la nutre directamente o bien, a través de su
    esfuerzo y abnegación la sigue alimentando. Y es este acto
    de procreación el más próximo y cotidiano,
    el de la transmisión de la vida a cada quien en
    particular, el que marca al hombre
    de por vida y le sirve en todos los tiempos como paradigma para
    percibirse y explicarse aquel otro acto de la continuidad de la
    vida en el universo.
    Ahí, enraizada en las más antiguas creencias y
    confrontándose con la imagen primordial
    del hijo que sale del vientre de la madre, surgió la
    figura de la Madre Tierra, de la
    cual nacen todas las plantas y los
    árboles.

     

    Fig. 1. La Gran Diana. Diosa de la
    fertilidad. Éfeso, sigloII a.C.

     

    Esto la elevaría a la categoría de una de
    las deidades primeras y primordiales, dedicada a infundir
    energía vital a las plantas haciéndolas crecer y
    fructificar para que alimenten a los seres humanos. Fueron, entre
    otras, las antiguas culturas asentadas en las márgenes de
    los grandes ríos —Nilo, Tigris, Éufrates,
    Ganges, Indo— para las que quedó claro que la Diosa
    Madre, Madre Naturaleza por
    excelencia, estaba vinculada con la fertilidad, que era
    dueña y señora de las artes de la agricultura.
    De tal modo las diosas madres quedaron indisolublemente unidas a
    estos dones: Gea, Démeter, Diana entre los griegos (figura
    1); Nut (figura 2), Isis entre los egipcios; Kali, entre los
    hindúes; Ishtar, entre los babilonios; Astarté,
    entre los fenicios; la
    diosa del maíz,
    entre los antiguos mexicas; la diosa del agua entre los
    chontales.

     

    Fig. 2. Nut (el cielo) da a la luz el Sol, cuyos
    rayos caen sobre Hathor en el horizonte (Amor y Vida )

    Resulta interesante señalar en la compleja
    geografía
    de las deidades masculinas y femeninas que las más
    antiguas son las diosas vinculadas con la tierra y
    el agua,
    elementos en donde la vida . No fue sino hasta la
    aparición de la caza y el pastoreo, tareas vinculadas con
    la muerte del
    animal para la alimentación de los
    grupos humanos, cuando los dioses, aguerridos y violentos, con
    otros atributos, desplazaron a las diosas de sus regiones,
    erigiéndose entonces en las deidades predominantes; fue
    entonces cuando, curiosamente, ya no se habla de la diosa-madre,
    sino que apareció la imagen de la diosa-abuela, con lo
    cual la procreación pasó a un plano indirecto.(2)
    Pasado el tiempo, se
    restituyó el equilibrio en la presencia de dioses y diosas
    que se complementaban, como sucedió en las culturas del
    Mediterráneo —baste pensar en el Olimpo con sus
    complejas genealogías de parejas o en el matrimonio de
    Isis y Osiris— y en las propias culturas mesoamericanas
    dominadas por el principio dual que integra masculino y femenino.
    La presencia de la diosa-madre, sin embargo, continuó
    siendo muy fuerte en el mundo antiguo, como lo muestra la
    escultura del siglo XVI a.C. de Isis con su hijo Horus sentado en
    el regazo, que se conserva en nuestros días (figura
    3).

     

    Fig. 3. Isis Madre amamanta a Horus.
    Siglo XVI a.C.

    La diosa es la Tierra y es el Mar, abismos donde se
    originan las múltiples formas de la vida, matrices de
    agua y de tierra que reciben el don de la vida y se erigen en sus
    portadoras —resulta muy sugerente que sea en la
    región tabasqueña, dominio del Sol,
    donde la diosa Ix-Chel, próxima a las aguas primordiales,
    se hermane con la Luna: (3) se trata del Sol y la Luna como
    imágenes complementarias, recurrente en las diversas
    culturas. La diosa es la Gran Madre (4) universal que acoge a
    todos. Es el todo que integra y unifica la diversidad de los
    principios de
    la vida. Sus poderes radican precisamente en sus no límites,
    en su no medida, capaz de abarcar todo y acoger a todos,
    protegiéndolos, brindándoles afecto y
    comprensión, integrándolos en su
    diferencia.

    Imbuida en sus propios poderes, la diosa participa del
    misterio de la vida, de las transformaciones profundas que se dan
    en el interior, en el ámbito de aquello que es secreto e
    íntimo, que no es visible a los ojos de los demás
    hasta que deviene fruto.

    Solamente que la Gran Diosa, Tierra y Mar, acoge en la
    vida y también en la muerte.
    Acompaña al hombre a lo largo de su existencia y, si es el
    impulso vital que anima a los seres que existen, también
    puede ser la muerte de todo lo que muere. De hecho, el hombre nace
    de la Tierra y se restituye a ella; sale del agua y retorna a
    ella. Para los aztecas, por
    ejemplo, la diosa Tierra a la vez que es la Madre Nutricia que
    nos permite vivir de su vegetación, también reclama a los
    muertos de los que ella misma se alimenta. En la diosa madre
    habita la Madre Nutricia, que a la vez puede revestirse de
    atributos destructivos prolongando sus cuidados más
    allá de los límites, volviéndose posesiva y
    acaparadora. Se trata de la Madre terrible, destructora y voraz,
    de la que todos sus poderes y sus encantos sirven para atrapar,
    para acaparar, para dominar, para ahogar, para posesionarse de
    los otros y, conservándolos para sí, no dejarlos ni
    vivir ni crecer. (5 )

    En fin, como expresión de totalidad de lo que es
    dable conocer, la diosa-mujer lo contiene todo. Representa el don
    del amor; es la promesa de la plenitud. Es la marca de la imagen
    de felicidad del mundo de la infancia y
    sugiere la añoranza de la bondad y cobijo maternos, de la
    madre juvenil, plena y hermosa que una vez conocimos. Es la
    imagen que, a pesar del tiempo, persiste en el fondo de la
    conciencia de los
    hombres. A ella le corresponden, en la dialéctica del
    mundo de lo femenino y de lo masculino, las aguas inferiores
    (figura 4) donde Mar y Tierra devienen fuentes de
    vida; a ella le corresponde, en la dialéctica de la vida,
    recibir el don de la vida, atributo masculino, y operar la magia
    de la procreación, custodiándolo y
    vigilándolo a lo largo de la existencia. Con ella se abren
    las preguntas y se cierran las respuestas.

     

    Fig. 4. Aguas. Grabado del libro
    Sideralis Abysus (1511).

    La mujer, como la diosa, contiene el misterio de la
    creación y, en él, participa de los dones del
    amor.

     

    La mujer y los problemas
    sobrenaturales

    De entre los cuentos
    infantiles, de los relatos medievales, de las narraciones
    románticas y de toda una vasta narrativa irlandesa,
    británica y nórdica en general, pero también
    de las telenovelas de nuestros días y de los apelativos
    afectuosos y familiares, emergen las brujas y las
    ‘brujitas’, expresión de las facetas
    más oscuras de la naturaleza femenina. Ésta es una
    de las formas recurrentes que asume la mujer de todos los tiempos
    y lugares, donde toman cuerpo los aspectos que el hombre teme en
    ella y que quizá desea. La mujer, por diversas vertientes,
    se cree que puede causarle terribles daños. El mismo
    refrán, que el medievo acuñó, lo corrobora:
    "En toda mujer se esconde una bruja".

    Dueñas de una seductora belleza pueden, a la vez,
    ser repelentes por su fealdad. Pueden ser extraordinariamente
    bondadosas y atractivas, pero también terriblemente
    perjudiciales y maléficas; pueden tender trampas y operar
    encantamientos mortíferos, o bien prodigar
    bienaventuranzas y mostrar el camino para superar los escollos.
    Hadas o brujas, pero, finalmente, mujeres.

    Ambas, hadas y brujas, potencialmente se inscriben en el
    ámbito de la bondad o el del maleficio, participan de los
    mismos atributos y del manejo de fuerzas que rebasan el espacio
    de lo pensable y lo predecible, incurren en el dominio de lo
    sobrenatural. Son capaces de poner en movimiento castigos y
    conjuras, sueños y fantasías, luminosidades y
    sombras. Sus dones y sus poderes rebasan el ámbito de lo
    natural. Tal es el caso de las nahualas, por ejemplo.

    Las hadas se vinculan con el destino y la fatalidad,
    tienen el don de la profecía —su mismo nombre lleva
    el signo del destino—; son las diosas del Hado que
    los libros de
    caballería imaginaron como seres femeninos sobrenaturales
    que habitaban los bosques e intervenían de diversas formas
    en la vida de los hombres. (6) No obstante, si bien las hadas
    pueden ser ‘buenas’ o ‘malas’, las brujas
    siempre son tenebrosas; su carga es terrible y destructiva; su
    misma denominación, derivada de una onomatopeya, nos
    aproxima a las borrascas, al viento que brama, a las aves nocturnas
    como la lechuza. (7)

    Nuevamente la imagen de la bruja nos confronta con los
    imaginarios colectivos, con la visión del mundo y las
    explicaciones que los seres humanos no estaban en condiciones de
    darse frente a lo que acontecía, con la sanción
    social de los papeles que han de desempeñar hombres y
    mujeres, con poderes y cualidades que escapan al control de la
    razón.

    Alrededor de la imagen de la bruja se tejen muchas de
    las leyendas
    negras del cristianismo
    medieval desde siglos muy tempranos en los que ella es la
    principal protagonista. La satanización de su imagen
    paulatinamente trastocó la magia blanca de las hadas en
    magia negra, los poderes diurnos en nocturnos, su cualidad
    protectora en maléfica, las visitas nocturnas deseadas en
    temidas. A ella se le atribuirían todos los males y
    penurias, fueran personales —el desamor, la muerte de un
    niño, la enfermedad— o de un grupo social
    —las malas cosechas, las catástrofes naturales, los
    infortunios económicos— y terminó por ser el
    chivo expiatorio de todos. Como la temen, la persiguen, le echan
    agua, la ahorcan, la queman… (figura 5). Se organizaron las
    famosas ‘cacerías de brujas’ después de
    cada catástrofe natural, de cada epidemia, de cada mal
    social. (8)

    La mujer-bruja, durante la Edad Media y
    hasta entrado el siglo XVII, se constituyó en la
    depositaria de todo tipo de fechorías y herejías en
    las que sale a relucir su pacto con el diablo. Se le asocia con
    la noche, con las orgías del sabbat a menudo
    celebradas en lo más alto de las montañas, con los
    aquelarres o vuelos nocturnos. Se las imagina preparando brebajes
    con fórmulas secretas mientras revolotean alrededor de
    ella los pájaros de la noche que son capaces de
    transformarse en sapos, en serpientes, en gatos negros. Se las
    considera capaces de los crímenes más atroces, de
    los más exacerbados desbordamientos sexuales, en los que
    comen niños,
    copulan con demonios, se apoderan de los genitales de los
    hombres.

    Muchas de estas brujerías personificadas en
    mujeres de hecho representan el combate de la Iglesia a
    cualquier reminiscencia de paganismo. En realidad los vuelos
    nocturnos y los aquelarres tienen su origen en antiguos ritos
    paganos propicios a las buenas cosechas y que resultaban
    inaceptables a los ojos de los inquisidores:

     

    Fig. 5. Un quemadero de brujas,
    según grabado francés, siglo XVII Madrid,
    Biblioteca
    Nacional.

    No puede admitirse —se documentaba en el siglo
    IX— que ciertas mujeres perversas, pervertidas y seductoras
    por las ilusiones y espejismos de Satán, crean y digan que
    se van de noche con la diosa Diana o con Herodiada, y junto con
    una gran masa de mujeres, montando ciertos animales,
    recorriendo amplios espacios de la tierra en el silencio de la
    noche y obedeciendo a Diana como señora suya.
    (9)

    Los temores de los cristianos con respecto a las brujas,
    imagen deteriorada de la mujer que crece bajo la sombra del
    pecado original, en el curso del cristianismo medieval no
    quedaron sólo en el plano de lo imaginario, como sabemos.
    Una vasta documentación recopilada en los tratados
    jurídicos e inquisitoriales da cuenta de su
    persecución, de los ‘crímenes de
    brujería’ que se les atribuyeron. Su
    persecución se exacerbó entre los siglos XV y XVII;
    el 80% de los juicios y ejecuciones en Occidente por estos
    motivos por lo regular correspondió a ellas.
    (10)

     

    Fig. 6. Brujas que vuelan sobre un palo
    de ahorcado.
    Incisión del Tratado de las mujeres maléficas
    llamadas brujas.

    Toda mujer, por diversos motivos, podía incurrir
    en estos delitos.
    Podía darse que, por algún motivo, tuviera algunos
    rasgos marginales que suscitaran temor, como ser fea,
    contrahecha, pobre, vieja. A menudo se daba una extraña
    ecuación en la que la mujer salía perdiendo: a
    mayor edad y experiencia, potencialmente estaba más
    expuesta a las persecuciones; tal era el caso de comadronas,
    curanderas y mujeres del pueblo que poseían un particular
    conocimiento
    de las plantas
    medicinales y de sus principios curativos y de muchos otros
    remedios caseros. También ocurría el caso de
    mujeres cuyo comportamiento
    rompía con lo establecido, fuera por su inteligencia
    extraordinaria, por su gran intuición, por su incidencia
    en la vida pública, por su posición de avanzada
    frente al poder clerical, por su autonomía, por su
    cualidad profética. Las viudas y las solteras que gozaban
    de buena posición pero que no tenían herederos
    estaban en la mira de la persecución. Tampoco quedaban
    exentas las mujeres hermosas y acosadas sexualmente. Ninguna
    quedaba a salvo.

    Fig. 7. En la imagen dos brujas utilizan
    una serpiente y un gall en la reparación de una
    pócima.
    Del libro Tratado de las mujeres maléficas llamadas
    brujas. Augsburgo, 1508.

    El Martillo de Brujas, de los dominicos J.
    Sprenger y Enrique Institoris (Magdeburgo, 1486 o 1487), recopila
    lo que se sabía sobre el tema: una de las discusiones
    interesantes es la que se refiere a los tipos de transporte
    utilizados. "En cuanto al modo de transporte, es éste: las
    brujas, por instrucciones del diablo, hacen un ungüento con
    el cadáver de niños, sobre todo de los que han
    matado antes del bautismo". (11) La famosa escoba para volar,
    cuando no se emplea algún animal, tiene su origen en el
    bastón para hacer magia que se alarga con ese
    propósito (figura 6). Entre los documentos no
    falta la información referida a las recetas y
    demás elementos que se intercambiaban (figura
    7).

    Uno de los juicios famosos, que dio material para una
    ópera, es el de una tal Beatriz, que alrededor de 1320, en
    Francia, fue
    acusada de tener poderes maléficos que había
    aprendido de los herejes de la región, uno de los cuales
    había sido su esposo. Cuando la aprehendieron, entre sus
    pertenencias encontraron algunos extraños objetos que, sin
    lugar a dudas, se supuso que eran utensilios de brujería.
    Ella da cuenta de ellos de la siguiente manera:

    Estos cordones umbilicales son los de los hijos varones
    de mis hijas y los he conservado porque una judía, luego
    bautizada, me había dicho que si los llevaba conmigo y
    tenía un proceso, no
    sufriría daño.
    Por eso he cogido los de mis nietos y los he conservado. Mientras
    tanto, no he sufrido proceso y no he podido verificar la eficacia de estos
    cordones.

    […) No fue para hacer un maleficio para lo que puse
    estas telas en la bolsa con los granos de incienso. El incienso
    no lo tenía para hacer un maleficio. Pero este año
    mi hija sufrió un dolor de cabeza. Me dijeron que el
    incienso mezclado con otras cosas curaba ese mal. Quedaron granos
    de incienso en este saco, que son los que se han encontrado. No
    tenía intención de hacer ninguna otra cosa
    […]

    Al abjurar de la herejía, el inquisidor de la
    desviación herética en Francia le perdonó la
    vida y la envió a la cárcel; al año
    siguiente se le condonó la sentencia. Sin embargo, de las
    secuelas no se pudo deshacer, pues la obligaron a usar de por
    vida una cruz amarilla en su ropa que advertía a los
    demás que no era una persona
    confiable. (12)

    El siglo XVI, la Reforma luterana, que marca el cisma
    entre la Iglesia católica y la disidencia, traería
    otras preocupaciones para los inquisidores, otras herejías
    que perseguir. La pesadilla empezó a pasar y estas brujas
    se fueron olvidando… Sin embargo, las fuerzas oscuras del
    inconsciente del hombre seguirían depositadas en la bruja
    o en el hada de la que depende su destino y que reviste diversos
    rostros de mujer. De ellas depende su fortuna y espera todo el
    beneficio o el maleficio posible, pero, al fin, el
    prodigio…

     

    Fig. 8. Palas Atenea, diosa de la
    sabiduría fundadora de Atenas.

     

    La mujer y la
    sabiduría

    Las imágenes de la mujer relacionadas con su
    inteligencia, con su intuición, con atributos, como la
    sabiduría, que rebasan el plano formal del conocimiento
    son frecuentes. Baste recordar a Palas Atenea entre los griegos
    (figura 8), que entre los romanos se llamó
    Minerva.

    Sin embargo, aquí me interesa traer a
    colación la imagen de la mujer como fundadora de los
    saberes, en la figura de Mnemósine, cuyo principal
    atributo es la memoria:
    como antídoto frente a la necesidad de
    conquistar el propio pasado individual y colectivo, de no perder
    la riqueza y experiencia acumuladas en diversos ámbitos de
    la existencia y penetrar en ella, emerge su imagen. Uno de los
    relatos más socorridos hacen de Mnemósine una
    titania, hermana de Cronos y Océano, madre de las Musas,
    cuarta esposa de Zeus.

    La memoria,
    sacralizada en la persona de Mne-mósine, preside la
    función
    poética por excelencia; es decir, cantar el
    tiempo primordial en el que se originó todo lo que
    existe en el cosmos, discurso que
    nos confronta con la única forma de comprender el ser en
    su devenir, de anclar en los centros fundadores del
    presente. No recurre al pasado como lo que aconteció, lo
    transcurrido, lo que antecedió al momento actual, lo que
    quedó plasmado en cronología, sino como
    orígenes del presente, como génesis, como
    genealogías de dioses, de héroes, de pueblos, como
    el sucederse de transformaciones hasta llegar a ser lo que hoy
    somos: "Ella sabe todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo
    que será", nos dice Hesíodo en la
    Teogonía. (13) 

    La función poética que ella preside
    también es atributo de literatos, cantores, músicos
    y adivinos, cuyo don, la ‘videncia’, les permite
    penetrar en los secretos de los tiempos y conocer todo lo que ha
    sido y será; tienen el privilegio de conocer lo que
    está vedado a los mortales. Los videntes pueden percibir
    las verdades ocultas que atañen al ser y,
    paradójicamente, son ciegos. Es el precio que
    tienen que pagar por su visión profunda. El poeta tiene la
    cualidad de poder descubrir lo que permanece oculto a los
    demás hombres. Es importante señalar que esta
    facultad es común tanto al poeta de la Grecia arcaica
    como al de nuestra cultura náhuatl. (14)

    Los dominios de Mnemósine no necesariamente nos
    remiten a la génesis del universo;
    también se enlazan con el mundo del más allá
    y nos descubren otra de sus facetas que resulta igualmente
    ilustradora para nuestro propósito: Mnemósine, en
    la región de Leteo, se vincula con las aguas del Olvido. A
    los que se acercan a consultar los oráculos les plantea
    como condición la pérdida de la memoria del
    presente, como sucede con los muertos, para poder transitar en el
    reino de las sombras; asimismo, les dona la memoria para poder
    recordar todo lo que aquel mundo les revelaría y
    enriquecerse de tal manera que al regresar al mundo de los vivos
    su horizonte sería inmenso. Una intención anima el
    viaje: derribar las murallas entre pasado, presente y futuro para
    penetrar otras realidades. Es así como Olvido y Recuerdo
    en Mnemósine son dos hilos que se enlazan en la misma
    trama: la memoria; constituyen las dos fuentes que han de beberse
    de manera complementaria puesto que una se nutre con el agua
    mortal que concede la pérdida del recuerdo de lo vivido,
    más aún de la conciencia, y permite deambular en el
    reino de la noche y trascender a otros universos, a otras
    regiones de los que fueron; la otra contiene el agua vital que
    concede la no-muerte, acaso la inmortalidad, que permite
    desplazarse a voluntad en el pasado, desde el presente y entrever
    el porvenir. En esta conjunción de elementos radican las
    posibilidades de salvación, de la afirmación de la
    vida respecto al tiempo y a la muerte.

     

    Fig. 9. Apolo y las Nueve Musas. Grabado
    de la "Práctica Musical" (1496) de F. Gaffurio.

    Mnemósine, la memoria, y Zeus, rey de los dioses,
    procrean a las Musas, quienes constituyen la fuente de
    inspiración del poeta al evocar el recuerdo de las
    hazañas y de las filiaciones del Olimpo y lo impulsan a la
    creación (figura 9).

     

    En sus orígenes las Musas son plásticas,
    movibles, versátiles; cuando una lo requiere, concurren
    las otras a realizar diferentes papeles (figura 10). Con el
    tiempo, por la exacerbación de la razón, se les
    fueron delimitando sus territorios, sus ámbitos de
    competencia,
    se les asignaron funciones muy
    precisas, circunscribiéndolas en disciplinas y
    encasillándolas, de tal modo que, como dijo Justo Sierra,
    más bien parecieron ‘jefas de
    departamento’.

    Fig. 10. Las Nueve Musas. Grabado del
    siglo XVII.

    Me parece oportuno subrayar que Mnemósine, la
    memoria, es la que procrea a todas las musas. Es la memoria como
    tal, a través de sus nueve hijas, (15) la que
    necesariamente se encuentra presidiendo, registrando y
    custodiando todos los saberes de poetas, filósofos y músicos de la Grecia
    arcaica, personificados en: Calíope (poesía
    épica), Clío (historia), Euterpe
    (poesía lírica), Melpóme-ne (tragedia),
    Terpsícore (música y danza), Erato
    (poesía amorosa), Polimnia (poesía sagrada), Urania
    (astronomía), Talía
    (comedia).

    Más adelante, hacia la Edad Media, estos cuerpos
    de saberes se transformarán en las siete artes liberales.
    Sin Mnemósine, la mujer como alegoría de la
    memoria, esto es, de lo que es necesario recordar y de lo que es
    necesario olvidar, sería inconcebible la existencia de los
    cuerpos de saberes, su recreación
    y enriquecimiento constantes; sin las musas, sus hijas, que
    presiden las ciencias y las artes, careceríamos
    también de las fuentes de inspiración del
    conocimiento.

     

    La mujer y los juegos
    especulares

    Desde los últimos grados de la escuela primaria
    aprendimos a diferenciar los sexos, más adelante
    renombrados como géneros, nos familiarizamos con los
    signos de
    masculino y femenino (figura 11). Pronto nos informaron que en un
    caso se trataba del Arco de Apolo; en el otro, del
    Espejo de Venus y hemos convivido con ellos de por vida,
    pero, ¿por qué a las mujeres nos definieron por el
    espejo?

     

    Fig. 11. Símbolos de femenino y
    masculino.

    Si bien el espejo revistió diversos sentidos
    entre las culturas de antaño, mismos que se han ido
    transformando en el curso de los años, ¿en
    qué tiempo y espacio el espejo se fija como un objeto
    eminentemente femenino? Baste constatar que en nuestros
    días casi siempre las mujeres portan consigo un espejo,
    del más sencillo al más elaborado,
    difícilmente pueden prescindir de él; los hombres,
    en cambio, si
    bien suelen verse en el espejo del coche, de la
    peluquería, del baño de su casa o en el de la
    oficina,
    apreciar su figura reflejada en alguna vitrina,
    difícilmente traerán permanentemente consigo un
    espejo de mano entre sus menesteres

    El Espejo de Venus es uno de los legados de la
    Grecia clásica, perceptible en la cerámica ática de los siglos VI-V
    a.C., para las mujeres. Ahí se estableció su
    carácter simbólico para diferenciar
    a las mujeres de los hombres; alrededor de él se teje la
    trama de la identidad
    femenina frente a la identidad masculina. Las relaciones reales e
    imaginarias entre ambos sexos están atravesadas por las
    fronteras que les establece el espejo: mientras que para unas
    constituye la propia definición, para otros es una
    prohibición.

    Esencias, fragancias y aceites, texturas,
    túnicas, cabellos sedosos y espejos constituyen el mundo
    femenino, real o imaginado por los griegos, que podemos explorar
    a través de vasos, vasijas, aceiteras, ánforas y un
    sin fin de piezas de cerámica que proceden de esos siglos
    (figura 12).

     

    Fig. 12. El visitante, alabastro.
    París, biblioteca Nacional.

     En ninguno falta la pintura de un
    espejo de mano o colgado en la pared, prolongación del ser
    femenino, que deviene el atributo por excelencia de la mujer. Los
    rescates arqueológicos constatan lo anterior, pues en las
    tumbas femeninas se han encontrado un sinfín de utensilios
    de este tipo.

    Para mayor precisión, el espejo que define
    a la mujer es precisamente el de Venus, la diosa del amor
    y de la belleza entre los antiguos latinos, equivalente a la
    diosa Afrodita de los antiguos griegos. Como tal, custodia la
    gracia, la seducción, el placer, la sensualidad, la
    ternura, la embriaguez de la vida y del amor. (16) De tal modo
    que si la mujer vuelca su mirada al espejo que sostiene entre las
    manos revestido con los atributos venusinos, es para acicalarse,
    para lograr la hermosura en su máxima expresión y
    disponerse a disfrutar el intercambio y la comunión con el
    otro. A través de este ritual se apropia de esa imagen
    cara a cara que le devuelve su mirada, se refleja y se refracta
    antes de dejarse ver por los otros, y si el espejo recoge su
    mirada, ella recoge la mirada de los otros. Mediante el espejo
    establece los juegos de seducción que la preparan para el
    encuentro, que hacen posible el amor. No es
    el
    conocimiento de sí misma lo que busca su mirada en el
    espejo, sino la confrontación consigo misma en
    relación con su embellecimiento, con su conquista amorosa
    que la hará salir de sí misma, ya que no se mira a
    sí misma a la manera de Narciso, centrado en su
    autocomplacencia e incapaz de rebasar los estrechos
    límites de su imagen reflejada en el agua.

    Pero el espejo también la descubre: delata el
    paso de los años, el encanecimiento, la pérdida de
    lozanía del rostro y esto lo hace abominable. Se cuenta
    que Lais, al igual que otras de las más famosas cortesanas
    griegas, declaró ante el altar de la diosa de
    Pafos:

    Yo, que con mi risa altanera me mofaba de toda Grecia;
    yo, que en mi antecámara tenía un enjambre de
    jóvenes, consagro mi espejo a la diosa de Pafos, pues
    verme tal como soy no quiero, y tal como era antaño, no
    puedo. (17)

    En una sociedad como la ateniense, eminentemente
    masculina, el espejo opera el deslinde entre el mundo femenino y
    el mundo masculino: la mujer vive en los interiores, habita el
    Gineceo, se rodea de cofres como parte de su mobiliario, emplea
    estuches y cajitas diversas como parte de la decoración de
    los espacios en los que se desenvuelve. Ella se refleja a
    sí misma. La vida pública es para el hombre, para
    él la condición de ciudadano, para él la
    fama y la gloria al precio de las hazañas y las palabras:
    son los demás los que lo reflejan. (18) El hombre se abre
    hacia el otro, hacia el exterior, construye su identidad en el
    encuentro con los demás, porque es en sus palabras, en sus
    gestos, en sus expresiones como reconoce sus propias virtudes y
    su valor. Esto es
    lo que lo remite a su condición de Sujeto; la mujer, por
    el contrario, en su diferencia con el hombre, se recluye en el
    interior, se cierra, se asume pasivamente, espera y con ello gana
    en fortaleza, en sabiduría y en virtud.

    Debemos notar, no obstante, que el recorrido por el
    mundo femenino del que se desprende la caracterización de
    la condición femenina que, curiosamente, no fue hecha por
    mujeres, sino por los hombres para las mujeres, pues son los
    artesanos los que pintan la cerámica, los que comunican
    escenas de la vida cotidiana en las habitaciones femeninas, los
    que decoran los objetos usados principalmente por las mujeres,
    los que con su imaginación se desplazan por los gineceos y
    pintan las escenas más íntimas (figura 13). Sin
    embargo, más que la vida real, lo que logran transmitirnos
    las imágenes que conocemos a través de la
    cerámica ática son algunas facetas del imaginario
    colectivo de los griegos, así como el lugar que en esa
    sociedad atribuyeron a la mujer.

    Fig. 13. Espejo grabado colgado,
    aceitera. Boston, Museum of Fine Arts.

    Y a través de ello podemos acceder al plano de lo
    simbólico: la mujer es, para el hombre griego de tiempos
    remotos, un espejo. Ése es el papel que le corresponde
    representar en el deslinde de los géneros y así lo
    expresa en diferentes contextos.

    Son los griegos los que dan el nombre de
    ‘muchacha’ —koré en griego—
    a la pupila de los ojos y es el hombre el que acepta ver el mundo
    a través de ella. (19) Asimismo, ven a su esposa como un
    espejo que ha de reflejar su imagen masculina en su
    comportamiento, en sus afinidades, en sus hijos, en sus
    pertenencias. En estos términos el hombre atribuye a la
    mujer una condición especular —en cuyo caso no
    estamos lejos del simbolismo de la Luna con respecto al Sol,
    donde uno tiene luz propia y la otra, careciendo de ella, refleja
    la luz solar—, sólo que ella no permanece en un
    plano eminentemente pasivo, pues responde y decide refractar la
    imagen del hombre. Quizá su poder, desde entonces,
    radicaba en otra parte, al igual que sus atributos.

    El hombre, como Sujeto enseñoreado de un mundo
    eminentemente masculino, se encuentra permanentemente rodeado de
    mujeres que se desplazan alrededor suyo, trátese de
    mujeres banalizadas o temidas, pero mujeres al fin que siempre
    están presentes y, reflejándolo, le permiten
    definir su identidad masculina. Por eso él, desde la
    antigüedad griega, les atribuyó el espejo como
    definición de su condición. Se trata de las mujeres
    percibidas por el hombre.

    Los desplazamientos en el plano de lo real y en el plano
    de lo simbólico se suceden continuamente, de la alteridad
    inicial de la mujer respecto del hombre paulatinamente se
    transita a la relación de complementariedad entre ambos,
    de tal modo que el reflejo del hombre en la mujer implique
    también su refracción; el viaje es de ida, pero
    también de vuelta. Entramos al plano de las
    correspondencias y de las reciprocidades que están en el
    centro de los juegos especulares entre el hombre y la
    mujer.

    Al respecto resulta ilustradora la manera en que Aquiles
    Tacio, inspirado en el Fedro de Platón,
    anuda el amor por el intercambio de miradas entre el hombre y la
    mujer; nos dice:

    No sabes qué es mirar a la amada. Se trata de un
    placer más grande que el acto físico: los ojos, al
    reflejarse unos en otros, se modelan recíprocamente, como
    lo hacen en un espejo las imágenes de los cuerpos. La
    emanación de la belleza, al derramarse a través de
    los ojos hasta el fondo del alma, lleva a
    cabo una especie de unión a distancia. Es casi la
    unión de los cuerpos. (20)

    Es el ojo, a la manera de un espejo, el que recibe la
    imagen del amante, pero a partir de ese momento los juegos
    especulares son recíprocos, pues en el intercambio de
    miradas los ojos de la amada y del amante son espejo uno del otro
    (figura 14), receptores y emisores, a la vez, del amor, de sus
    propias imágenes, de sus mutuas complacencias y
    complicidades.

    Fig. 14. Con el espejo grabado a cuestas,
    aceitera.Bruselas, Biblioteca Real.

    Ciertamente, si han transcurrido muchos siglos desde el
    momento en que el Espejo de Venus y el Arco de Apolo definieron
    la identidad femenina y la identidad masculina, no cabe la menor
    duda de que estos ámbitos del imaginario colectivo
    aún atraviesan nuestra vida diaria.

     

    La mujer y el
    trabajo

    Sabemos que el estereotipo de la mujer que no trabaja se
    hizo añicos hace algunas décadas. Si echamos un
    vistazo al respecto en diferentes tiempos y lugares lo que
    podemos percibir son imágenes de mujeres que realizan
    diferentes actividades. Desde los tiempos de los antiguos
    mexicanos, en que la mujer inicia sus actividades a las cuatro de
    la mañana moliendo, preparando el nixtamal, haciendo
    tortillas, etc., hasta nuestros días, la mujer ha
    desplegado distintas ocupaciones mediadas por su condición
    de vivir en ambientes rurales o bien urbanos, por sus
    circunstancias de pertenecer a una familia
    acomodada, con medianos recursos o estar
    en una situación vulnerable, por su estado civil:
    soltera o casada.

    Entre los sectores acomodados y medianamente acomodados,
    que cuentan además con los apoyos ad hoc, la
    ocupación de la mujer se centró en la
    procreación, la crianza y la gestión
    de la familia y
    lo que compete a la realización de esta función; no
    obstante, en los ambientes campesinos y urbanos con pocos
    ingresos la
    mujer siempre contribuyó al gasto familiar
    integrándose a diversas tareas ya sea referidas a la
    agricultura —como colaborar en la siembra y la
    cosecha—, a la ganadería
    —la ordeña y la elaboración de productos
    lácteos—, a la manufactura en
    pequeña escala
    —alfarería, los hilados, tejidos,
    bordados, costura, orfebrería—, al comercio
    —de los bienes
    producidos o de otros—, a los servicios
    —lavandería, limpieza, haciendo comida, atendiendo
    posadas, cuidando niños.

    Los llamados ‘trabajos de aguja’ (figura 15)
    y el ‘servicio
    doméstico’ han sido algunas de las ocupaciones
    femeninas de más antigua data que persistieron y se
    adecuaron a las sucesivas transformaciones que el maquinismo
    impuso. Muchas de estas actividades, aún en pleno siglo
    XIX, las realizaban en espacios no formales, pues de este modo se
    suponía que podían compaginarlas con la
    atención a la familia, aunque en realidad a menudo se
    trataba, y se trata, de trabajo a destajo, pésimamente
    pagado, sin límite de horario y sin ninguna
    garantía laboral.

    Fig. 15. A. Raspal, siglo XIX, Taller de
    modista. Artes, Museo Reáttu.

    El siglo XIX presenció el desplazamiento del
    servicio doméstico a los servicios en el sector de
    ‘cuello blanco’, donde la mujer hace las veces de
    secretaria y dactilógrafa, atiende tiendas y almacenes, ofrece
    servicios en el terreno de la cosmética, en las
    peluquerías y salones de belleza. Si bien se trataba de
    ambientes más complejos y dinámicos propios de la
    vida que se urbanizaba mantenían las pautas de
    ocupación anteriores. (21)

    El cambio cualitativo en relación con el trabajo
    femenino lo impulsó, sin lugar a dudas, el desarrollo del
    industrialismo y la prestación de servicios en
    fábricas, principalmente las de la industria textil y del
    vestido (figura 16), en las cuales la mujer adquiriría la
    categoría de trabajadora-obrera, sometida a otro
    tipo de regulaciones y controles institucionales, así como
    remunerada a través del salario. Al
    respecto, es importante recordar que la Revolución
    Industrial irradiada desde Inglaterra a
    horcajadas de los siglos XVIII y XIX fundamentalmente
    transformó la
    organización de la producción, ya que en vez de distribuir los
    diversos trabajos entre las familias de los poblados para que los
    realizaran en sus hogares, inventa la fábrica:
    "antes de 1760, lo normal era llevar el trabajo a los aldeanos, a
    sus propias casas. En 1820, lo normal era llevar a todo el mundo
    a una fábrica y ponerlo a trabajar allí", nos dicen
    Bronowsky y Mazlish.

    Fig. 16. Taller textil.

    En esta nueva condición femenina, la economía
    política propuso el discurso de la
    ‘división sexual del trabajo’ (22) y esto
    sirvió para justificar, ya no digamos la valoración
    de la calidad y acabado
    del producto
    diferenciado entre el hombre y la mujer a desventaja de la
    segunda, sino el mejor sueldo para el hombre, que era el que
    mantenía a la familia. Los ingresos de la mujer, en este
    contexto, se consideraban meramente complementarios y hasta se
    podía prescindir de ellos: la esposa que no trabajaba
    devino el prototipo de respeto y
    dignidad de la
    clase obrera;
    las hijas trabajaban sólo hasta antes de casarse y hasta
    podía verse con malos ojos trabajar una vez casada, pues
    era indicio de que el hombre no podía cumplir cabalmente
    con sus obligaciones
    como cabeza de familia.

    Puede decirse que la condición femenina de
    trabajadora no era permanente. Esto tuvo sus implicaciones a
    nivel de imágenes y representaciones sociales: de este
    modo poco a poco se impuso en los diferentes sectores sociales la
    idea de que ser mujer era sinónimo de maternidad y hogar
    como ocupación. A fin de cuentas, como
    hija dependía del sueldo del padre; como esposa, del
    marido; si viuda o soltera sin respaldo familiar, la
    situación se agravaba. No faltó quien la definiera
    en los siguientes términos: "Una mujer es una hija, una
    hermana, una esposa, una madre, un mero apéndice de la
    raza humana" (Richard Steele, siglo XVIII).

    Mientras tanto, las trabajadoras de las fábricas
    y de otras dependencias siguieron un rumbo diferente: se
    organizaron por su cuenta en sindicatos,
    convocaron congresos para plantear iniciativas de ley, montaron
    huelgas, organizaron marchas. No fue fácil, pero fueron
    ganando la paridad de derechos con el hombre y la atención
    a sus necesidades específicas.

    El siglo XIX también presenció el
    surgimiento de las primeras profesiones femeninas: los hospitales
    poco a poco contrataron matronas y parteras y las escuelas de
    primeras letras particulares, maestras (figura 17). En ambos
    casos, autorizadas por el gremio —muy al inicio del siglo
    XIX— y, más adelante, con exigencias de una
    preparación más especializada que poco a poco dio
    lugar a las escuelas normales.

    Fig. 17. La profesión de enseñanza es de las primeras que realiza la
    mujer.

    Si bien las prácticas y los modelos
    formativos desde tiempos muy antiguos habían sido
    fuertemente diferenciados por sexos, esta nueva situación
    social en el contexto del desarrollo industrial posibilitó
    ir salvando muy lentamente los abismos. Además de las
    luchas sociales por el reconocimiento de los derechos de las
    mujeres, hubo que superar muchos prejuicios sociales que se
    dirigían por igual a las mujeres trabajadoras y a las que
    tenían un cierto nivel de instrucción. "Una mujer
    con un libro en la mano, nos dice Gabelli en el siglo XIX, en la
    fantasía de no pocos, ya no era una mujer", señala
    Santoni Rugiu. (23)

    Por otro lado, aún a finales del XIX, se afirmaba
    que uno de los principales elementos de corrupción
    social era la emancipación de la mujer, pues erosionaba
    los pilares que anteriormente habían sostenido la vida
    familiar. Se consideraba que una mujer escandalosa hacía
    más noticia que mil virtuosas o cien mil normales. (24)
    Pero el asunto es que todas estas críticas ponían
    el dedo en la llaga de las nuevas exigencias de la propia
    sociedad y sensibilizaban los ambientes para el
    cambio.

    Ciertamente, ahora las mujeres estamos lejos de la
    famosa ‘división sexual del trabajo’, de que
    se desconozca legalmente la función de la maternidad, de
    una brutal diferenciación de salarios y de
    otras muchas arbitrariedades, pero no estamos exentas, al igual
    que el hombre, de otros malestares que pueden derivar de las
    condiciones actuales del trabajo, que son las que a
    continuación pongo a su consideración.

    Por un lado, es innegable que la mujer ha encontrado en
    el trabajo un espacio muy importante para su realización
    personal y su
    desarrollo profesional. El trabajo ocupa en la vida diaria un
    lugar relevante. Fue precisamente la modernidad la que
    hizo de él un eje que estructura la
    vida humana: si recordamos, la modernidad se inicia en la medida
    en que el ser humano asume la posibilidad de conocer y dominar la
    naturaleza en su propio provecho. Hacer y fabricar, producir y
    crear serían sus consignas, como buen homo faber.
    Paulatinamente le interesará más el cómo que
    el qué y el porqué; la producción, los
    productos, la utilidad,
    más que las ideas, el sentido de la vida, los valores y
    fines que se persiguen.

    El problema no estriba en el reconocimiento que se ha
    hecho del homo faber, sino en el hecho de que hace muchos
    años que venimos operando una conversión de
    prioridades, pues productividad,
    producción y productos medibles y cuantificables son los
    que se han ido imponiendo en la más alta jerarquía,
    por sobre la vida personal y social, de la existencia humana
    comprometida con el crecimiento personal y social. Como
    diría Hanna Arendt, parece que ahora se le da más
    importancia al reloj que al relojero que lo fabrica.

    […) los hombres persisten en hacer, fabricar y
    construir, aunque estas facultades se restrinjan cada vez
    más a las habilidades del artista, de manera que las
    existencias concomitantes a la mundanidad escapan cada vez
    más de la experiencia humana corriente. (25)

    Es decir, el trabajo creativo, el que hace posible la
    expresión de nuestras potencialidades, no está al
    alcance de la mano de todos. Se va imponiendo la rutina y la
    burocratización.

    El ‘paradigma del trabajo’, que
    paulatinamente se fue consolidando y se ha vuelto dominante en
    nuestras sociedades,
    actualmente parecería revertirse y encerrarnos en nuevas
    cár-celes. El trabajo corre el riesgo de
    volverse desestructurante de la vida humana y no estructurante
    como antaño. Pareciera atraparnos, afectando aspectos
    fundamentales de la vida: nuestras lealtades y compromisos con
    los compañeros de trabajo y los estudiantes, nuestra forma
    de ser, nuestro carácter, nuestra vida de todos los
    días, en el ámbito de la familia, en el de la
    amistad. Se ha
    ido imponiendo en nuestros ambientes de trabajo el principio de
    la productivitis, de la titulitis, del falseamiento
    y de la apariencia, de la desconfianza, del control, del someter
    a comprobación y a punteo cada actividad que se realice.
    La ética
    de la simulación
    y la zancadilla se ha generalizado.

    Contamos ya una década en que cada día
    resulta más evidente la distorsión del sentido del
    trabajo académico. Y esto nos empuja a hacer un alto en el
    camino, a repensar nuestros porqués y no
    sólo a actualizar nuestros cómos, a no
    perder el sentido de la simple y llana, de la maravillosa
    experiencia de acompañar al otro en su formación,
    del formarnos formándolo, que hemos asumido como trabajo
    principal.

     

    3. De manera conclusiva y
    provisional

    ¿Qué relación pueden tener estas
    ‘mujeres en cinco tiempos’ con los programas
    formativos que nos ocupan?, ¿cuál puede ser su
    significado en relación con la educación?

    Creo que, en principio, las imágenes sugieren en
    sí mismas algunas líneas de indagación que
    nos aproximan a los proyectos de intervención educativa
    desde diferentes lugares:

     1. °Al principio mencionamos una crisis de
    explicaciones que se da en el ámbito de las ciencias del
    hombre y que las impele a buscar explicaciones sobre lo que
    acontece en la vida social en otros ámbitos, a escuchar
    otras voces en la sociedad, la de la mujer, entre ellas. Esta
    indagación puede regirse por dos categorías
    recurrentes en educación: la de la mujer, como actriz
    social, y la de la mujer, como Sujeto social. Cada una de estas
    opciones, de entrada, marca diferentes orientaciones.

    Si elegimos la categoría Sujeto para
    estudiar a las mujeres, estamos optando fundamentalmente por el
    ámbito de la reflexión sobre sí misma, donde
    la conciencia deviene la vía privilegiada de
    aprehensión de la realidad y de proyección personal
    y social. El Sujeto es una categoría que parte del
    ámbito de la filosofía y conserva la impronta de la
    autorreflexión, de la conciencia. Nace una vez superada la
    visión teocéntrica, cuando el ser humano se asume a
    sí mismo. Aquí se fundan las nociones de
    formación, edades formativas, sujetos formativos y otras
    muchas.

    Si decidimos estudiar a la mujer como Actriz
    Social
    , fundamentalmente dirigiremos nuestra atención
    al ámbito de su participación en las
    transformaciones de la vida social, al de su incidencia en los
    ámbitos en que participa y trabaja. Esta categoría
    nace en el campo de las ciencias
    sociales al indagar cuál es el papel social que
    representa la persona. Interesa aprehender a la actriz como
    portadora de cambios sociales. Aquí estamos más
    bien en el terreno de las instituciones, de la socialización, de los movimientos
    sociales.

    Ambas categorías encuentran puntos de
    convergencia y de intercambiabilidad, pues el actor social
    también se inscribe en el espacio de la conciencia, y el
    sujeto no es ajeno a los procesos de
    transformación social. (26)

    2° En el recorrido que hicimos también saltan
    a la vista otras dos categorías por lo menos: la de
    imágenes y representaciones sociales, que nos remite a las
    maneras en que a los grupos
    sociales les es dable pensarse y percibirse. También
    podemos inferir la noción de modelos educativos y abordar
    las formas en que cada sociedad y cada tiempo educa a sus
    mujeres.

    Todo esto constituye parte de la cultura escolar y se
    traduce en "un conjunto de teorías, principios o criterios, normas y
    prácticas sedimentadas a lo largo del tiempo en el seno de
    las instituciones educativas", (27) que forman parte de la
    ‘caja negra’ de la vida cotidiana de nuestras
    escuelas, que dan curso a un proyecto
    educativo apenas presentido, apenas vislumbrado, y que hoy por
    hoy nos reúne en diversos foros.

    3° Para estas indagaciones podemos recurrir, por
    ejemplo, a diversos enfoques, desde etnometodología
    aplicada al aula, hasta la historia oral en cualesquiera de sus
    vertientes, incluido el recurso a la biografía.

    El horizonte está abierto…

     

    Notas

    1. La iniciativa fue de Clara Zetkin
    (1857-1933).

    2. Joseph Campell en diálogo con Bill Moyers
    (1991), El poder del mito,
    versión de César Aira, Barcelona, Emecé
    editores, Colección Reflexiones.

    3. Entre los chontales (mayas de
    Tabasco), Ix-Chel, la diosaLuna, descendía de las alturas
    para bañarse en las aguas de Tabasco y prodigarles vida en
    todo: "el parto, el
    maíz, la pesca, la
    hechura de la cerámica. Se siembra en luna llena para que
    se den grandes mazorcas. El plátano, la calabaza y la yuca
    se siembran en menguante. La luna llena rige el corte de los
    árboles y la pesca. El barro de la luna tierna se quiebra al
    cocerse y la quema de las piezas debe hacerse en plenitud. Es
    más segura la llegada del niño que coincide con la
    luna llena". En tierras calientes, donde solía ser hostil
    el sol por su rigor quemante, era la luna, con su húmeda
    luz, la propiciadora de fertilidad, tanto de la tierra como de la
    mujer (agradezco esta información al maestro Pablo
    Gómez Jiménez, de la Universidad
    Autónoma de Tabasco).

    4. Se trata de un arquetipo de Jung que remite al
    "centro y fermento de unificación" que no necesariamente
    se remite a la madre de carne y hueso o a quien hace tales
    funciones, sino que trasciende en otras muchas figuras que
    protegen y unifican: Iglesia, universidad, ciudad, el territorio
    y otras muchas. Rfr. C. G. jung (1993), Símbolos de
    transformación, versión en español de
    E. Butelman, Barcelona: Ediciones Paidós, Colección
    Psicología profunda.

    5. Rfr. Hans Biedermann, Enciclopedia dei simboli,
    Milano; Garzanti editores, 1991.

    6. Hada no es sino el femenino de Hado, del latín
    fatum, ‘predicción, oráculo’,
    ‘destino, fatalidad’. Rfr. J. corominas y J. A.
    pascual (1980), Diccionario
    Crítico Etimológico Castellano e
    Hispánico, vol. 1, Madrid: Gredos, pp. 303.

    7. Idem. Bruja es una palabra de origen prerromano,
    común a los tres romances hispánicos y a los
    dialéctos gascones y languedocianos. En principio se
    refiere a un fenómeno atmosférco relacionado con la
    borrasca, el viento frío, la llovizna, la
    nieve.

    8. Rfr. Jean-Michel Sallman, "La bruja", en:
    Georges DUBY y Michelle PERROT (1992), op. cit.Historia de las
    mujeres en Occidente. Tomo 3, versión en español de
    Marco Aurelio Galmarín, Madrid: Editorial
    Santillana.

    9. Siglo ix, en un capitular de Carlos el Calvo, se
    recoge esta información: Libri duo de synodalibus causis,
    Reginon de Prüm, citado en: Claude Lecouteux (1999), Hadas,
    brujas y hombres lobo en la Edad Media. Historia doble,
    versión de Plácido de Prada, Barcelona, Medievalia,
    no. 6, p. 93.

    10. Jean-Michel sallman, op. cit.

    11. Citado por: c. lecouteux, 1999: p. 102.

    12. Citado por: Georges duby y Michelle perrot (1992),
    op. cit., tomo 2, pp. 612-613.

    13. Rfr.Jean-Pierre VERNANT (1973), Mito y pensamiento en
    la Grecia antigua, versión de Juan Diego López,
    Barcelona, Ariel.

    14. Miguel León-Portilla, La filosofía
    náhuatl estudiada en sus fuentes, México,
    Universidad Nacional Autónoma de México,
    1959.

    15. Los nombres más antiguos de las Musas eran:
    Ejercicio, Memoria y Canto (Meleté, Mneme, Aoidé).
    Sólo eran tres musas, porque este número es la
    forma primordial del plural. Después se ampliaron a nueve,
    que es un múltiplo del tres.

    16.. Juan Eduardo Cirlot (1969), Diccionario de
    símbolos, Barcelona, Editorial Labor, S.A.

    17. Rfr. Francoise frontisi-ducroux y Jean-Pierre vernat
    (1999), En el ojo del espejo, versión española de
    Horacio Pons, Argentina, fce.

    18. Ampliar en ídem.

    19. Rfr. Idem.

    20. Idem, p. 97.

    21. Ampliar en: Olwen hufton, "Mujeres, trabajo y
    familia", en: Georges duby y Michelle perrot (1993), op. cit.,
    tomo 4.

    22. Idem, p. 416.

    23. Antonio Santoni Rugiu (1994), Scenari
    dell’educazione moderna, Firenze, La Nuova Italia
    editrice.

    24. Rfr. Idem.

    25. Hanna arendt (1993), La condición humana,
    versión de Ramón Gil,
    Barcelona: Paidós, Colección Estado y sociedad, p.
    347.

    26. Lo referente a ambas categorías se puede
    ampliar en: María Esther aguirre (2000), "El Sujeto y el
    Actor. Trazos para la geografía de dos conceptos. En:
    Ethos educativo no. 22, revista del
    Instituto Michoacano de Ciencias de la
    Educación, Morelia, Michoacán, abril, pp.
    26-47.

    27.. Antonio Viñao, a "un conjunto de
    teorías, principios o criterios, normas y prácticas
    sedimentadas a lo largo del tiempo en el seno de las
    instituciones educativas. Se tata de modos de pensar y actuar,
    mentalidades y hábitos, que proporcionan estrategias y
    pautas para organizar y llevar la clase, interactuar con los
    compañeros y con otros miembros de la comunidad
    educativa e integrarse en la vida cotidiana del centro docente.
    Dichos modos de pensar y actuar constituyen en ocasiones rituales
    y mitos, pero
    siempre se estructuran en forma de discursos y
    acciones que,
    junto con la experiencia y formación del profesor, le
    sirven para llevar a cabo su tarea diaria" (Viñao, 1998,
    p. 136).

     

    María Esther Aguirre Lora

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