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Noción de género para el estudio de la sociedades precolombinas




Enviado por Pedro Quiroux



     

     

    A partir del lenguaje,
    desde pequeños los hombres aprenden a relacionar el
    sexo de una
    persona con
    las cualidades que se esperan de la misma: si es hombre
    deberá ser fuerte, valiente, destacado en las actividades
    físicas, competente en esferas públicas; por el
    contrario, si es mujer,
    deberá ser débil, sumisa, bella, competente en la
    esfera privada. Así, según la sexualidad de
    una persona, la sociedad estructurará su función,
    sus capacidades, su vida; éste universo
    conceptual fue naturalizado a lo largo de la historia occidental,
    sirviendo tanto para analizarse, como para analizar a otras
    sociedades. Pero a principios de la
    década de 1960, el comienzo de la lucha feminista
    introdujo el concepto de
    género, para superar los encasillamientos que otorgan los
    roles sociales.

    Así el género fue empezado a se utilizado
    como el organizador de la identidad
    sexual, un componente más de la
    organización social, por lo que debe ser reconocido,
    desnaturalizado y estudiado junto a las categorías de
    clase social,
    raza y etnicidad, para lograr un más acertado estudio de
    las sociedades. La utilización de la categoría de
    género, no como sinónimo de mujeres, sino como la
    relación entre hombres y mujeres, es decir, de acuerdo al
    valor que la
    sociedad otorga a cada uno de ellos, y comprendiendo este valor
    como histórico, social, y de ninguna manera universal o
    eterno, empezó así a emplearse para lograr un
    análisis histórico libre de
    preconceptos y prejuicios.

    El objetivo de
    este trabajo es
    interpretar la definición de género que introduce
    Joan W. Scott (en su artículo El género: una
    categoría útil para el análisis
    histórico
    ), para a partir de ésta analizar los
    artículos sobre relaciones de género y papel de la
    mujer en la sociedad mexica, de Susan Kellogg (en su
    artículo El cuarto de la mujer: algunos aspectos de las
    relaciones de género en Tenochtitlán en el
    período prehispánico
    tardío) y Louise M.
    Burkhart (en su artículo Las Mujeres Mexica en el
    Frente Hogareño. Trabajo Doméstico y Religión en el
    México
    Azteca
    ); intentando demostrar la hipótesis de que mientras estas autoras
    reconocen la utilización del género como
    estructurante de las relaciones sociales, a través de la
    valorización equitativa e igualitaria del mismo; en su
    intento por demostrar el paralelismo de género terminan
    ocultando el carácter jerárquico que el
    género conlleva, dado su papel de legitimador de
    relaciones sociales signadas por diferencias de poder.

    Joan Scott propone que su definición de
    género está formada por dos proposiciones
    interconectadas:

    "…el género es un elemento constitutivo de las
    relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los
    sexos y el género es una forma primaria de relaciones
    significantes de poder…" (Scott; 1990: 44)

    En la primer proposición el género es
    introducido como integrante de las relaciones sociales basadas en
    diferencias sexuales, presente en cuatro elementos constitutivos
    de éstas: -en símbolos culturales y mitos
    (Adán y Eva), -en conceptos normativos, (doctrinas
    religiosas, educativas, legales) que afirman el significado de
    varón y mujer (o sea, interpretaciones de los mitos), -en
    instituciones
    y organizaciones
    sociales, quedando superado el uso restrictivo del género
    al sistema de
    parentesco, al incluir también el mercado de
    trabajo, la educación y la
    política,
    y –en la construcción de la identidad subjetiva de
    los individuos. Así es recortado el campo de trabajo por
    Joan Scott, siendo rastreables en estos elementos las relaciones
    de género (así como también relaciones de
    clase o raza): las relaciones sociales quedan permeadas de
    relaciones de género.

    Por otra parte, Scott plantea también que el
    género es una forma primaria de relaciones significantes
    de poder: así expresado, funciona como campo a
    través del cual se articula el poder, en relaciones
    jerárquicas. Retoma las ideas de Foucault acerca
    de la desconcentración del poder, su liquidez, la
    atomización del mismo, y su circulación a
    través de relaciones sociales, donde el género
    participa activamente determinando el sentido de dichas
    relaciones; siguiendo a Bourdieu acata su postulado de que los
    conceptos de género estructuran la percepción
    y la organización de la vida social,
    estableciendo diferencias en la distribución del poder; cita a Godelier
    para expresar la función legitimadora del género en
    las diferencias relativas al sexo entre los cuerpos, donde nada
    tiene que ver con la sexualidad, sino con construcciones
    sociales. El género funcionará legitimando
    relaciones sociales basadas en jerarquías de poder, donde
    la interpretación de los conceptos femenino y
    masculino será suministrada por el género,
    facilitando éste

    "…un modo de decodificar el significado y de
    comprender las complejas conexiones entre varias formas de
    interacción humana…"
    (Scott, 1990:
    49)

    De acuerdo con todo esto, la definición de
    género que otorga Scott es lo suficientemente amplia y
    determinante para no acotarse a la simple necesidad de emprender
    el estudio de las mujeres junto con el resto de la historia
    intentando con esto establecer un paralelismo –y la
    resultante igualdad
    entre los sexos: el género aquí es un producto del
    devenir histórico, creado en la sociedad resultado de las
    relaciones sociales, históricamente dado y mutable con el
    tiempo,
    traducido en un conjunto de símbolos, conceptos e
    instituciones, y legitimador de las relaciones de poder que
    tiñen estas relaciones sociales, donde las diferencias de
    poder se pueden analizar desde las relaciones de género,
    siendo estos conceptos inseparables. Por lo tanto, junto a las
    categorías de raza, etnicidad y clase, es necesario
    deconstruir y analizar la categoría de género para
    lograr un correcto estudio de las sociedades y de la
    historia.

    Por su parte, tanto Susan Kellogg como Louise Burkhart
    se proponen analizar las relaciones de género en
    mesoamérica, partiendo de la hipótesis de la
    complementariedad y la igualdad de funciones
    desempeñadas por mujeres y hombres. Para estas autoras,
    que buscan romper con la estaticidad de pretender un
    ámbito público masculino y un acotado ámbito
    privado femenino separados, la división del trabajo
    determina espacios distintos pero complementarios, donde la
    significación social de los trabajos realizados por
    hombres y mujeres es igualitaria: oponiéndose a la
    jerarquización social donde la mujer es ama de casa y
    el hombre es
    soldado, observan en las mujeres cargos simbólicamente
    igualitarios a los masculinos, y asimismo complementarios, siendo
    hombres y mujeres las contrapartes de una unidad, dependiente los
    unos de los otros.

    "…Las relaciones complementarias de género
    eran frecuentemente expresadas a través de estructuras
    paralelas de pensamiento,
    idioma y acción
    en las cuales los hombres y las mujeres eran concebidos, y a
    través de ellas jugaban roles diferentes pero paralelos e
    igualmente necesarios…"
    (Kellogg; 1995: 3)

    Louise Burkhart plantea que tanto el hogar femenino como
    los trabajos que estas realizan estaban cargados de
    significaciones religiosas, diferenciándose así de
    las nociones europeas de empresa
    doméstica y sumisión femenina. El hogar estaba
    construido como un espacio femenino, donde la mujer era la actriz
    principal, unida a este por su "cordón umbilical",
    encargada de mantener el fuego dentro del mismo, y donde incluso
    era ella quien lo detentaba en caso de matrimonio,
    pasando a vivir en su interior sus nuevos parientes.

    Era simbólicamente el hogar a la mujer como el
    campo de batalla al hombre, ámbitos complementarios,
    siendo el regular desempeño de las funciones dentro de estos
    idílicamente igualitarios. Las tareas que realizaba una
    mujer, relacionadas con el hogar, estaban análogamente
    cargadas de significaciones: la autora analiza las actividades de
    barrer, confección de ofrendas,
    cocinar y la producción textil como
    emblemáticamente cargadas de significación,
    similares por esto a las realizadas por los hombres –la
    guerra-.

    Ya sea barriendo, ofrendando, cocinando o tejiendo, las
    mujeres estaban cumpliendo obligaciones
    religiosas, cuyo contenido era necesario para el éxito
    en la vida, así como complementarias, y por lo tanto
    necesarias, para el triunfo de los hombres en la guerra. La
    diferenciación entre esfera pública y privada queda
    superada por la interpretación de estas no a la manera de
    occidente, donde una es jerárquicamente más
    significativa que la otra, sino como dos componentes de una
    unidad; las tareas realizadas por hombres y mujeres son asimismo
    componentes de una unidad.

    "…Ambas escenas, la casa y la batalla, estaban
    íntimamente y esencialmente unidas en una, como mujer y
    hombre, en el hecho de ser dos partes de una dualidad en la cual
    realmente eran uno, pese a vestir atuendos diferentes y cargar
    distintos báculos…."
    (Burkhart; 1997:21)

    Continuando con esta línea de pensamiento, Susan
    Kellogg también propone ver las relaciones de
    género en Tenochtitlán aplicando el concepto de
    paralelismo, siendo así fundamental la complementariedad
    de géneros; al tiempo que reconoce no una única
    mujer, sino distintas mujeres según la clase social.
    Kellogg analiza el papel de las mujeres en distintos
    ámbitos: en la política, como líderes con
    funciones paralelas a las masculinas (aunque no en altas
    esferas), y donde el tlatoani representaba tanto un papel
    femenino como masculino (complementarios); en el mercado, como
    administradoras; en la religión, como sacerdotisas de
    niveles inferiores, teniendo propias deidades; en el hogar,
    realizando tareas productivas para mantener a su familia y para
    completar el trabajo, el
    tributo y las obligaciones ceremoniales del hogar.

    Así, rompe con la separación de
    ámbitos público y privado, observando como las
    relaciones de género otorgan distintas funciones a hombres
    y mujeres, cumpliendo ellas funciones semejantes a las
    masculinas, complementarias y relacionadas con estas, cargadas de
    una significación especial y opuesto a una
    jerarquización social basada en las diferencias sexuales,
    siendo esto concordante con una sociedad donde el género
    genera (valga la redundancia) relaciones sociales
    significativamente equitativas.

    En estos trabajos, el género es utilizado
    sólo como el primero de los dos conceptos que propone
    Scott, sin tener en cuenta las relaciones de poder que promueven
    y permite analizar. Las autoras reconocen que el género
    significa las relaciones sociales, pero ven (idílica y
    estructuralmente) en estas igualdad y complementariedad, dejando
    de lado diferencias jerárquicas. La división del
    trabajo no es simplemente dada, sino que es una
    construcción social, signada por diferencias de poder, y
    en una sociedad como la mexica absolutamente estructurada en
    torno a la
    guerra, las diferentes funciones y ámbitos entre los
    hombres y mujeres, donde las autoras ven equidad,
    demuestran diferencias de poder: la guerra es ámbito de
    los hombres, las relaciones de género son construidas
    jerárquicamente, la igualdad de funciones es sólo
    aparente. Incluso Kellogg reconoce, casi en voz baja, que hay
    esferas donde las mujeres no tienen acceso: prefiere decir que la
    complementariedad era más común que la
    inequidad.

    Por otro lado, mientras Kellogg dice que hay
    diferencias de clase para estudiar a las mujeres, lo que
    permitiría ver cómo el género actúa
    junto a otras categorías de análisis, luego en su
    argumentación no nombra estas diferencias. Tanto o
    más estructuralista es el planteo de Burkhart, donde los
    elementos que va analizando son introducidos para argumentar la
    complementariedad, resultando este procedimiento
    forzado y sin tener en cuenta al genero como
    relación significante de poder, sino como un simple
    elemento que demuestra la igualdad hombre-mujer, siendo las
    diferencias de sexos fundantes de relaciones sociales que
    componen un mundo desjerarquizado e igualado a
    uno.

    Queda finalmente por pretender una
    interpretación de los textos de Burkhart y Kellogg:
    quizás el énfasis puesto en demostrar la dualidad
    como explicadora de las relaciones de género, donde dos
    mundos separados interactúan complementariamente, sea
    producto de su intento por desnaturalizar las relaciones de
    género en occidente, proponiendo un ejemplo de sociedad
    más igualitaria.

    Pero es necesario para este tipo de estudios tener en
    cuenta las relaciones de poder que resultan del desarrollo de
    las relaciones de género, tanto para interpretar las otras
    sociedades (el estudio de la otredad no puede llevarse a cabo sin
    una correcta interpretación del género como
    estructurante de esas sociedades), como para interpretar las
    propias relaciones de género occidentales, construidas
    socialmente, y a deconstruir también
    socialmente.

     

    Bibliografía:

    Burkhart, Louise. 1997. "Mexica Women on the Home Front:
    Housework and Religion in Aztec Mexico", Indian Women of Early
    Mexico,
    S. Schroeder, S. Wood y R. Haskett (eds.). University
    of Oklahoma Press, pp. 25-54. (Traducción de la
    cátedra).

    Kellogg, Susan. 1995. "The Woman’s Room: Some
    Aspects of Gender Relations in Tenochtitlán in the Late
    Pre-Hispanic Period", Etno history 39, 2: 563-576.
    (Traducción de la cátedra).

    Scott, Joan. 1990. "El género: una
    categoría útil para el análisis
    histórico". Historia y Género: Las mujeres en la
    Europa Moderna y
    Contemporánea,
    J. Amelang y M. Nash (eds.). Valencia:
    Ediciones Alfons El Magnanim, pp. 23-56.

     

    Pedro B. Quiroux

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