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Las primeras décadas de dominación española en América




Enviado por Pedro Quiroux



     

    Hasta dónde pudo llevarse a cabo exitosamente la
    evangelización de los pueblos indígenas en
    América, es un proceso que cuenta con dos
    actores principales, los evangelizadores y los evangelizados, por
    lo que la interacción entre ambos
    será el elemento central a analizar. Así, ésta
    debe ser pensada desde la perspectiva de acciones y respuestas, siendo
    la implantación de una cosmovisión por sobre otra un
    desarrollo signado por
    resistencias, adaptaciones y
    pervivencias, no simplificable. Cuál de estos factores
    primó será lo que se intentará dilucidar en estas
    líneas.

    La evangelización de los territorios americanos,
    importante pilar del colonialismo español por su carácter legitimador, fue
    llevada a cabo por el clero regular (especialmente la orden de
    los franciscanos) hasta la culminación del Concilio de
    Trento, en la década de 1580. Esta primer etapa de la
    evangelización fue una empresa masiva y global,
    donde las conversiones en masa estuvieron a la orden del
    día; pero las limitaciones de tal política pronto salieron a la luz: la idolatría se
    escondía detrás del culto cristiano, la religión indígena seguía
    operando. Ante tal realidad (y en coincidencia con la
    Contrarreforma), un cambio se operó en la
    forma de evangelizar, el clero secular tomó mayor
    participación y los jesuitas se encargaron del
    adoctrinamiento. Una nueva política evangelizadora se
    llevó a cabo, donde el celo por las formas paganas de
    idolatría fue mucho mayor, y estuvo acompañado por la
    aparición (prohibida antes) de "milagros" y de un culto
    más fervoroso por parte de los españoles, tendientes a
    fomentar por medio de la metáfora de la atracción un
    cristianismo más
    sólido entre los indígenas. Aunque la extirpación
    de la idolatría no sería un desarrollo tan simple: se
    analizarán ahora las visicitudes de este proceso según
    distintos autores.

    Por su parte, al estudiar el mundo maya Farris realiza
    un análisis estructural
    comparativo de las religiones maya y cristiana, encontrando que
    estas se enfrentaron en tres niveles (que son comunes a todas las
    religiones): en un nivel
    superior universal, un nivel medio de culto comunal o parroquial
    y un nivel inferior de culto individual (1) ligado a las
    supersticiones. En el nivel superior, el monoteísmo
    cristiano excluyente no habría tenido problemas en imponerse por
    sobre el haz de dioses mayas (aunque no hubo
    amalgamiento por la ausencia de un Todopoderoso maya
    equivalente); en el nivel inferior (ligado a las supersticiones),
    la dificultad de controlar a cada creyente, y la aceptación
    dentro del cristianismo mismo de la superstición,
    habría impedido el enfrentamiento (planteando aquí un
    límite a la evangelización); finalmente es en el nivel
    parroquial donde Farris propone que hubo enfrentamiento. En este
    nivel destinado al culto público es donde era desarrollada
    la idolatría, al ser coptado por la nueva religión
    oficial el choque fue inevitable: la nueva religión
    desplazó de su lugar a la antigua elite maya encargada del
    culto, la que se dividió entre los que abrazaron la nueva
    doctrina y los que la rechazaron. Asimismo, el conjunto de
    saberes que pertenecía a esta esfera fue tomado por los
    macehuales dentro del nivel inferior, revistiendo aquí la
    forma de un sincretismo con la nueva religión oficial:
    los mayas no reemplazaron una
    religión por otra, sino que incorporaron a las dos (2). De
    este modo, tuvo lugar una transformación de la fachada
    exterior del culto, imponiendo iglesias cristianas donde antes se
    encontraban los altares mayas, e imágenes de los santos
    cristianos en lugar de sus dioses, aunque estos no fueron
    olvidados: los mayas pudieron fusionar sus dioses particulares
    con los santos ibéricos. De esta manera los mayas fueron
    incorporando a santos, símbolos y al dios
    cristiano a su propio culto, acompañando esto de un
    aislamiento creciente, acorde con el mayor énfasis puesto en
    el nivel individual del culto (en el que comenzó a darse la
    idolatría): la inter-relación humana había sido
    golpeada (3), la individualización ya había comenzado,
    las comunidades se fueron aislando y encerrando sobre sí
    mismas. Es aquí donde hay que señalar que para Farris
    lo que prima es una mayinización del cristianismo,
    donde la resistencia tomó la forma de
    adaptación, de su religión a la cristiana,
    resignificando elementos de esta en función de la religión
    maya: de esta manera analizará elementos como las fiestas,
    los convites, el culto a los santos o el papel de las autoridades
    mayas en el culto oficial, para encontrar en todos estos la
    supervivencia de componentes de la antigua cultura dominante (como las
    divisiones sociales en rangos, la importancia de la comunidad, la reciprocidad)
    ocultos bajo el manto de la nueva cultura hispánica.
    Así este autor no ve cambios y transformaciones, sino
    pervivencias: los límites de la evangelización
    estarían dados por la continuidad de antiguos elementos
    dentro del culto cristiano.

    Por otro lado, y en contraposición a esta mirada
    que pone énfasis en la adaptación de elementos
    indígenas a las nuevas formas cristianas (sin ver la dureza
    de los cambios y transformaciones), Gruzinski tiene una postura
    no tan estructurante sino más compleja respecto al modo en
    que se dio la evangelización en América y las
    limitaciones que tuvo (4). Propone, para comenzar, analizar a la
    idolatría indígena como un elemento esencial (y
    significante) de todas las esferas de la vida, no vinculado
    únicamente a la religión (5) (como lo estaba según
    Farris): así aunque la barrera de las lenguas pudiera ser
    levantada, la de los conceptos y categorías era un
    obstáculo a la influencia de la Iglesia, debido a la
    diferencia radical en este punto entre las dos culturas.
    Conservadora de las relaciones sociales y de los códigos que
    las formaban, la idolatría según Gruzinski se
    convirtió en el principal límite a la
    evangelización (6), ya que permeaba todas las esferas de la
    vida indígena: era imposible erradicarla sólo con la
    transformación de la religión oficial, pues ésta
    iba más allá de la esfera religiosa (como es en
    occidente); por otra parte, marcará cómo elementos de
    la religión cristiana irán introduciéndose dentro
    de las concepciones indígenas, primero bajo el manto de la
    imitación de los españoles, hasta ir tomando vida
    propia dentro de las subjetividades indígenas al transformar
    -colonizar- las imágenes (7) (cristianización de lo
    imaginario): ejemplo es el culto mariano a la Virgen de
    Guadalupe, y la proliferación de milagros experimentados por
    indígenas. Con respecto a esto el autor utilizará el
    concepto de mestizaje [en
    lugar de aculturación o contraculturación (8)], se da
    una mezcla, un sincretismo donde perviven elementos
    tradicionales, pero bajo una forma híbrida en la que
    predominan elementos occidentales: occidentalización
    es el término más adecuado aquí, ya no
    mayinización.

    Asimismo, en el texto de Bernand-Gruzinski, se
    observa cómo los extirpadores de idolatría apuntan a
    extirpar el saber idolátrico en tanto doctrina (de los
    antepasados, de los maestros) que organiza y significa el mundo,
    o sea en tanto falsa doctrina (por estar enfrentada con la
    doctrina cristiana). Así la idolatría colonial
    será vista como una herejía, como una elección por
    parte de los indígenas que (utilizando el argumento de Las
    Casas) están capacitados para recibir el evangelio cristiano
    pero prefieren abrazar otra doctrina; de esta manera, se
    encarará una represión sistemática y masiva,
    mediante una vigilancia basada en una colaboración estrecha
    entre los poderes, en pos de una uniformación política
    y cultural. La extirpación, forma de extender los alcances
    de la evangelización, conformará todo un saber
    etnográfico destinado a conocer para erradicar las
    prácticas idolátricas: la idolatría es considerada
    así una forma de resistencia a la evangelización (9),
    la lucha contra esta tomará varias formas, desde la quema de
    ídolos hasta la mercantilización por reificación
    de los mismos (10), siempre dentro del intento occidental por
    minar las representaciones ligadas a los soportes que intenta
    destruir, esto es en palabras de Gruzinski, de colonización
    del imaginario. Orientada tanto más al idólatra mismo,
    la extirpación intentará así destruir los lazos
    entre hombres (tanto del presente como del pasado) que reviste la
    idolatría (11), intentará así eliminar los
    límites a la evangelización.

    Para concluir, resistencias, adaptaciones y pervivencias
    son elementos que pueden ser discernidos dentro del amplio
    espectro que presentan las formas en que se llevó a cabo la
    evangelización de América. Lo que es importante
    destacar es la diversidad que reflejaron los distintos casos
    particulares (la extirpación en Perú-rigurosa- fue
    completamente distinta a la de México, asimismo, dentro de
    éste no hay comparación a cómo fue la
    evangelización en Nueva México –más fuerte-
    y en Yucatán –más laxa-; hete ahí una
    posible aunque no completa explicación de las diferencias
    entre los autores), donde la coyuntura fue determinante: más
    allá de la cantidad de evangelizadores, del celo de estos, y
    de su carácter de extirpadores, la conjugación de
    opuestas cosmovisiones dependió de las características
    de cada caso; es importante tener en cuenta estos elementos, para
    no caer en generalizaciones estructurantes que no explican
    acabadamente.

     

    La crisis de 1560 en los Andes.
    Las reformas toledanas y las respuestas indígenas en el
    siglo XVII.

    El sostén de colonias en América por parte de
    la corona española estaba supeditada a la extracción de
    metales preciosos, única
    riqueza que justificaba tamaña empresa (más allá de la
    justificación ideológica del cristianismo): el reino
    español (así como todo Occidente) estaba necesitado de
    estas riquezas para mantenerse. De acuerdo con esto, el imperialismo español se
    ocupará de organizar la formación de un aparato
    extractivo en América desde los primeros contactos,
    transfiriendo las formas económicas europeas; asimismo ante
    los primeros rasgos de debilitamiento de esta empresa (en el
    sentido más estricto) colonial, se pondrán en
    práctica medidas tendientes a re-encauzar la
    usurpación. Es en este sentido que se inscribe la crisis de
    1560 y las reformas toledanas, así como las respuestas
    indígenas ante los cambios acontecidos.

    Desde una terminología marxista, Assadourian
    analiza detalladamente la crisis de 1560: hasta ese momento, la
    producción minera en los
    Andes estaba centrada en el proceso de la Huayra, el cual
    utilizaba tecnología rudimentaria y era
    controlado por indígenas, otorgando una baja productividad de mayor calidad que cantidad,
    apropiándose la corona del 5° real (acordada con el
    dueño de la mina, el que acordaba a su vez con los
    indígenas) por lo que el circuito de producción estaba
    en manos de los indígenas; asimismo, la fuerza de trabajo era similar a la del
    sistema de producción
    indígena, predominando los yanaconas (los mitayos eran
    secundarios); finalmente, todo esto no alteraba la organización
    indígena del ayllu: el tributo que este pagaba era
    predominantemente en especie por lo que debía realizarse en
    el mercado (por demás
    pequeño, ya que la Huayra requería pocos
    medios de producción, y
    –por reciprocidad comunal- los trabajadores que iban a las
    minas no necesitaban recurrir al mercado para mantenerse). Todo
    este sistema era muy frágil debido a su dependencia de los
    resortes manejados por los indígenas, y para 1560 se dio una
    crisis de realización de las mercancías,
    traduciéndose en una crisis fiscal (los mecanismos de
    extracción del excedente eran dos, en la esfera de la
    producción el 5° real, y en la de la circulación,
    el almojarifazgo) que afectó a todo el sistema. En respuesta
    a este peligrar de los ingresos de la corona (y en
    consonancia a las políticas europeas
    centralizadoras proto-absolutistas, dada la posible
    feudalización de los encomenderos) se dieron las reformas
    toledanas. Toledo planteó la necesidad de que las
    comunidades agrarias sostengan a la actividad minera de manera
    más directa, que la encomienda sea organizada por la corona
    (para aumentar así la recaudación sobre el comercio y la producción
    y acabar con los intentos de feudalización), y que los
    circuitos de producción
    pasen a manos españolas. De esta manera, realizó una
    serie de reformas exitosas, pasando la tributación de ser en
    especie a ser en dinero, los indios reducidos
    en "Repúblicas de Indios" (con los encomenderos
    cobrando un sueldo) donde debían tributar bajo la antigua
    forma de la mita, y la producción minera organizada
    por la nueva técnica del azogue. Así, la
    técnica del azogue, controlada por "empresarios"
    mineros españoles, determinó una producción
    más masiva de metales, al tiempo que incrementó los
    medios de producción necesarios para éste, dinamizando
    las economías regionales que lo abastecían, y generando
    un crecimiento del mercado interno. Este incremento en la
    producción está relacionado con una mayor necesidad de
    mano de obra, otorgada por la mita minera (el ayllu sigue
    manteniendo la reciprocidad para asegurar la reproducción del a fuerza
    de trabajo, proceso en el que se observa cómo la economía agraria subvenciona a la
    economía minera (12)). Los mitayos, por medio del plus que
    les significaba la corpa y los trabajos que concertaban
    entre los períodos del turno obligatorio, salían del
    círculo de la economía campesina para ingresar al
    mercado interno de mercancías; los mineros recibían un
    jornal, que estaba destinado a pagar los tributos que ahora eran en
    dinero: este cambio funcionaba como elemento coercitivo, ya que
    ahora los indígenas estaban obligados a trabajar por un
    salario, eran empujados a
    ingresar al mercado de trabajo minero por necesidad. Asimismo, la
    reformulación de la encomienda y de la forma de tributo,
    coaccionó a los indígenas a trabajar en las nuevas
    empresas agrícolas españolas (a posteriori
    haciendas) como asalariados para conseguir dinero (13). Así,
    la crisis fue enfrentada y superada, instaurando un nuevo ciclo
    de la colonia signada por la aparición de nuevas formas
    económicas, y siendo aumentados los beneficios que
    recibía la corona (14).

    Por su parte, Stern concuerda con las
    características generales descriptas por Assadourian,
    observando en las reformas toledanas tanto los perjuicios que
    produjeron en los indígenas (por la coerción que trajo
    la mita) como las ventajas económicas que trajeron para los
    españoles, haciendo particular énfasis en el papel
    dinamizador del crecimiento económico que
    jugó el Estado; pero agrega algunos
    elementos que se desprenden de su particular mirada armónica
    sobre el proceso: si bien desestructuradoras a largo plazo, las
    reformas toledanas permitieron a los indígenas en el corto
    plazo aprovechar los beneficios de la participación
    mercantil (15): no fueron pocos los que pudieron acumular, tanto
    a nivel grupal como personal (en las minas por
    ejemplo), consolidándose un proceso de diferenciación
    social; los indígenas respondían a las reformas,
    aprovechando de esta manera las ventajas ofrecidas por el sistema
    económico español; asimismo, se encontraban con la
    capacidad de realizar juicios que los defendieran de las
    inclemencias del nuevo sistema: el sistema colonial les daba
    lugar a responder, los indígenas desarrollaron estrategias de resistencia (en
    tanto adaptación a lo nuevo, y no pervivencia de lo
    antiguo). Por otro lado, Stern da cuenta de la conformación
    de una red compleja formada por
    elites locales y peninsulares, desde el kuraca menor al
    corregidor, determinada por una multiplicidad de intereses
    personales y de grupo (resultando la
    vinculación entre el poder político y el poder
    económico): los kuracas podían permitirse la
    formulación de repuestas indígenas para enfrentar la
    coacción.

    Continuando, y con respecto al papel de las elites
    locales dentro de esta nueva configuración, Saignes
    analizará el papel de estos en la formación de
    estrategias indígenas ante la crudeza de la mita: el kuraca
    cumplirá un rol esencial en la dirección de las
    migraciones (tanto en beneficio propio –acordando incluso
    con peninsulares y otros kuracas el desvío de mitayos- como
    de la comunidad, al quitar mitayos y enviarlos como yanaconas;
    asimilándose esta racionalidad kuracal a los análisis
    de Stern), estas migraciones servirán muchas veces para
    acceder a recursos escalonados de zonas
    ecológicas distintas (a diferencia de la mirada individual
    que les daba Assadourian, aquí las migraciones son
    consideradas estrategias comunales), asimismo los migrantes se
    inscribirán como mestizos o yanaconas. Saignes sigue la
    línea de Stern de otorgar flexibilidad al kuraca, y de
    otorgar centralidad a la presión del mercado y del
    tributo como dinamizadores del sistema (analiza cómo los
    indígenas podían ir al valle a conseguir productos para vender luego en
    Potosí, actuando éste como regulador); no observa una
    desestructuración del sistema (como lo planteaba Wachtel o
    Assadourian, quien veía una ruptura entre los vínculos
    del migrante y su comunidad), sino que las migraciones plantean
    la vuelta a antiguos patrones dentro del nuevo contexto, asimismo
    las migraciones siguen viejas y nuevas rutas, por lo que hay
    innovaciones (y no sólo pervivencias) y
    resignificaciones.

    De la misma manera, Zulawski, en un texto muy tributario
    del trabajo de Saignes, vuelve la atención al papel de
    estos migrantes como forma indígena de responder a la
    coacción (16), migrantes que diferencia entre
    forasteros (similares a los antiguos mitimaes,
    mantienen los lazos de parentesco y reciprocidad con su comunidad
    de origen que se suele encontrar cerca, y migran para conseguir
    fondos para hacer frente al tributo) y yanaconas (que son
    distintos a los antiguos yanaconas, siendo migrantes que
    rompen los lazos con su comunidad de origen, por lo que no hacen
    pagan el tributo comunal –se occidentalizan-); asimismo
    analiza la presión del espacio urbano, para ver cómo
    escapan del trabajo minero (apoyando la hipótesis de Wachtel de
    desestructuración), y prefieren trabajar en oficios menos
    duros que les den más prestigio (diferenciando cómo los
    yanaconas trabajan en oficios más occidentales, y se cambian
    sus nombres, al romper con su comunidad). Por otra parte, Rasnake
    estudia el papel activo que tuvieron los kuracas como mediadores
    entre la comunidad indígena y la elite española (con un
    planteo similar al de Stern y Bernand), luego de la
    reducción de la Confederación de Charcas, analizando
    las estrategias que estos tomaron (tanto en beneficio propio, de
    la comunidad, como de los peninsulares (17), al estar ahora
    legitimado por nuevos mecanismos): así observará tanto
    la conmutación de la mita por dinero (recurriendo al mercado
    para conseguirlo, determinados por la necesidad de mantener a sus
    trabajadores en la comunidad), como el envío de jornaleros
    (a Potosí u otros centros) para que se conchaben y traigan
    dinero para pagar el tributo (tomando estas ideas de Stern,
    así como la de hispanismo indio –kuracas
    occidentalizados-). Finalmente indicará cómo los
    indígenas reducidos siguieron manteniendo sus pautas
    organizativas (separación en Ayllus y mitades, distintos
    niveles de autoridades, reciprocidad), persistiendo los
    vínculos comunales y las identificaciones étnicas, en
    respuesta al intento de las reformas toledanas de homogeneizar
    las distintas etnías y categorías de indígenas:
    serían estas estrategias de resistencia
    colectiva.

    Concluyendo, la crisis que enfrentó la corona
    motivó el desarrollo de estrategias que hicieron aún
    más duras las condiciones de los indígenas, las
    respuestas de estos no se hicieron esperar, aunque podría
    mencionarse el carácter pasivo que tuvieron: no llegaron a
    golpear la organización colonial en sus
    bases, y al utilizar algunos de los elementos que esta ponía
    a su disposición, legitimaban ése orden de las cosas,
    mas ¿qué otra opción podían tener habida
    cuenta de la feroz ofensiva que enfrentaban?. La
    desestabilización de la sociedad que implicaron los
    cambios a nivel estructural (reordenamiento
    económico-social) y superestructural
    (ideológico-religioso) tratados en este trabajo, sumado
    al agudo descenso poblacional, fueron circunstancias
    desestructuradoras de la realidad que imposibilitaron cualquier
    respuesta de mayor alcance.

     

     

    Bibliografía

    Assadourian, C. S., "La producción de la
    mercancía dinero en la formación del mercado interno
    colonial. El caso del espacio peruano, siglo XVI"
    , en
    Florescano, E. (comp.), Ensayos sobre el desarrollo económico en
    México y América Latina
    (1500-1975) (México, F.C.E., 1979).

    Barnadas, J. M., "La Iglesia católica en la
    Hispanoamérica colonial"
    , en Bethell L. (ed.),
    Historia de América Latina, tomo 2, (Barcelona,
    Cambridge University Press-Editorial Crítica,
    1990).

    Bernand, C. Y Gruzinski, S., De la idolatría.
    Una arqueología de las ciencias religiosas
    (México, F.C.E., 1992).

    Farris, N. M., La sociedad maya bajo el dominio colonial (Madrid, Alianza,
    1992).

    Gruzinski, S., La colonización de lo imaginario.
    Sociedades indígenas y
    occidentalización en el México español. Siglos
    XVI-XVIII (México, F.C.E., 1979).

    Rasnake, R. N., Autoridad y poder en los
    Andes. Los Kuraqkuna de Yura (La Paz, HISBOL,
    1989).

    Saignes, T., "Ayllus, mercado y coacción
    colonial: el reto de las migraciones internas en Charcas (siglo
    XVII)"
    , en Harris O., Larson B. y Tandeter E. (comps.), La
    participación indígena en los mercados surandinos. Estrategias
    y reproducción social, siglos XVI-XX (La Paz, CERES,
    1987).

    Stern, S., Los pueblos indígenas del Perú y
    el desafío de la conquista española (Madrid,
    Alianza, 1986).

    Zulawski, A., "Forasteros y yanaconas: la mano de
    obra de un centro minero en el siglo XVII"
    , en Harris O.,
    Larson B. y Tandeter E. (comps.), La participación
    indígena en los mercados surandinos. Estrategias y
    reproducción social, siglos XVI-XX (La Paz, CERES,
    1987).

     

    Notas

    1. Toma esta división de Horton, quien diferencia
      un nivel macrocósmico y uno microcósmico, en el que
      se unirían los últimos dos de Farris.
    2. "…los mayas fueron receptivos al nuevo culto,
      pero a su manera, lo que significaba incorporar los nuevos
      elementos al sistema ya existente…"
      (Farris, 1992:
      466, subrayado propio); "…Es sólo desde una
      perspectiva externa que los mayas parecen cambiar de paganismo
      a cristianismo (…) los mayas supieron reintegrar ambos
      niveles en un solo sistema sencillo sin más
      contradicciones internas que cualquier otro sistema de
      significado y, probablemente, no más estratificado ni
      fragmentado que anteriores adaptaciones a cultos foráneos.
      El nuevo sistema fue una síntesis creativa que
      aprovechó para su estructura ideacional y la
      tradición indígena y combinó en distinto
      grado paganismo y cristianismo para articular formas
      nuevas…"
      (Farris, 1992: 486, subrayado
      propio)
    3. "…Para la mayor parte de los mayas la
      desintegración después de la conquista de los nexos
      interprovinciales e intercomunales dentro de Yucatán vino
      a significar que el mundo social quedaría confinado
      aún más estrechamente a la comunidad en la que
      habían nacido o a otra casi indistinguible a la cual
      pudiera emigrar. // "La religión maya colonial refleja
      este creciente aislamiento…"
      (Farris, 1992: 473,
      subrayado propio)
    4. Su análisis tiene una perspectiva historicista,
      con idea de cambio social, mostrando el pasaje entre la primer
      iglesia y la post-tridentina.
    5. "…,la idolatría prehispánica al
      parecer habría sido más que una expresión
      "religiosa" que traducía una aprehensión
      propiamente indígena del mundo, que manifestaba aquello
      que para los indios constituía la realidad objetiva y su
      esencia. La idolatría prehispánica, consciente o no,
      tejía una red densa y coherente, implícita o
      explícita de prácticas y de saberes en los que se
      situaba y se desplegaba la integridad de lo cotidiano.
      Hacía plausible y legítima la realidad que
      construían, e imponían aquellas culturas y aquellas
      sociedades…" (Gruzinski, 1979: 153, subrayado
      propio)
    6. "…Detrás de los golpes anteriores se leen
      sin dificultad alguna las consecuencias y los límites de
      la evangelización. Reprimiendo las formas más
      evidentes de los cultos autóctonos, la Iglesia
      asestó, como hemos visto, un golpe severo al monopolio de la
      idolatría, a la dominación simbólica
      indiscutible que ejercía: mas sujetándose en los
      ídolos, los ritos y los antiguos sacerdotes, olvidaba que
      debía habérselas no sólo con creencias y con
      prácticas, sino con un tejido extraordinariamente denso de
      relaciones y de combinaciones…"
      (Gruzinski, 1979:
      178, subrayado propio)
    7. "…Pero no basta con observar fenómenos
      generales para captar el modo en que la Iglesia intentó la
      conquista y la colonización de lo imaginario
      indígena. Demasiado globales o demasiado parsimoniosos,
      los testimonios recordados hasta ahora difícilmente
      permiten definir las modalidades prácticas de esta
      infiltración progresiva. Tampoco basta con proponer la
      intensificación de la cristianización o el aumento de
      los mestizajes para explicar el fenómeno. Donde hay que
      tratar de captarlo es en el nivel de la interiorización
      individual, de la experiencia subjetiva, a condición
      de que se disponga de los medios para lograrlo…" (Gruzinski,
      1979: 196, subrayado propio)
    8. "…Sobre todo, era preciso renunciar a presentar
      el proceso de aculturación como enfrentamiento de dos
      ‘religiones’ que de manera simétrica
      habrían reunido dogmas, creencias y ritos…"

      (Gruzinski, 1979: 153)
    9. "…Nunca se insistirá bastante en que las
      idolatrías y supersticiones no son aún consideradas
      por los extirpadores mexicanos divagaciones retrasadas de las
      poblaciones campesinas, ignorantes y estúpidas; al
      menos en la primer mitad del siglo XVII. No hay aquí resto
      alguno de desprecio por esas creencias y prácticas de
      carácter "popular", sino un sentimiento agudo, a menudo
      angustiado, de una viva resistencia, pensada e implantada
      cuidadosamente. La obsesión del complot y de la
      conspiración que a menudo anima las descripciones de los
      extirpadores es además la expresión de esa misma
      inquietud…" (Bernand-Gruzinski, 1992: 148, subrayado
      propio)
    10. "…La reificación de las creencias (o si se
      prefiere la transformación de la idolatría en una
      colección de "cosas") tiene otras consecuencias igualmente
      dignas de mención: el valor que conceden los
      indios a las "huacas móviles", su escasez debido a su
      destrucción y a los obstáculos a su posible
      fabricación, así como la existencia en la sociedad
      colonial de múltiples redes que escapan al control de los jesuitas, dan
      por resultado que estos objetos se conviertan en
      mercancías…" (Bernand-Gruzinski, 1992:
      158)
    11. "…Lo importante aquí es señalar una
      vez más que la acción de los
      misioneros busca menos "destruir" a los dioses e ídolos
      que romper los lazos que unían a los indios entre
      sí y desarraigarlos de su historia y de su propio espacio…"
      (Bernand-Gruzinski, 1992: 168, subrayado
      propio)
    12. "…En buenos términos, la economía
      campesina financia
      graciosamente a la
      economía minera, rebajando los costos de
      producción
      , ya que la exime de sufragar una
      gran parte de los medios de vida físicamente
      indispensables para la reproducción de los trabajadores
      compulsivos…" (Assadourian, 1979: 266, resaltado en el texto,
      subrayado propio)
    13. "…Se ’libera’ a los campesinos de la
      producción del tributo en sus tierras, con su antigua
      organización, y la energía sobrante así
      conseguida se ‘monetiza’ coactivamente como trabajo
      compulsivo transferido estacionalmente a las empresas agrícolas de
      los españoles. Las relaciones aparecen sin secreto alguno:
      el ‘salario monetario’ de esta nueva masa de
      trabajadores agrarios compulsivos (…), se transforma en la
      renta en dinero de la encomienda…"
      (Assadourian, 1979:
      286, subrayado propio)
    14. "…Toledo logra superar la crisis minera,
      instaura un nuevo y largo ciclo de crecimiento en la
      producción de plata mediante aquellas medidas que ya
      reseñamos(…). Y tal como lo preveía, el nuevo ciclo
      minero maximiza la intensidad de la relación
      económica con la metrópoli; con el recurso de los
      quintos y almojarifazgos, el Estado dobla y triplica la
      cuantía de sus ingresos coloniales en plata…"

      (Assadourian, 1979: 281)
    15. "…las misma fuerzas –una economía
      comercial en expansión impulsada por la minería en gran escala– que llevaron a los
      colonizadores a expropiar grandes cantidades de fuerza de
      trabajo y de tributos también dieron a los indios una
      oportunidad de explotar oportunidades comerciales…"
      (Stern, 1986: 147-148, subrayado propio) ; "…al conectar
      economías locales flexibles y dinámicas a las redes
      comerciales, las comunidades lograron generar un ingreso
      monetario (…). Los indígenas vendían
      terrenos sobrantes, trabajaban minas locales por cuenta propia
      y vendían animales sobrantes, cultivos
      comerciales y mercancías elaboradas, como lana y queso…"
      (Stern, 1986: 149, subrayado propio)
    16. "…los indios huían de sus hogares y
      abandonaban sus tierras para escapar a la dureza del trabajo
      obligatorio, o mita, en las minas de Potosí, y para
      evitar el pago de los tributos comunales; pero (…) por lo
      general, los fugitivos no abandonaban las zonas que estaban
      bajo control español. Simplemente, reaparecían como
      forasteros y yanaconas en otros contextos: como arrendatarios
      en diferentes comunidades indígenas; como trabajadores en
      fincas de españoles; o como mineros y artesanos, en las
      ciudades…"
      (Zulawski, 1987: 160-161, subrayado
      propio)
    17. "…podemos suponer que eran gobernantes
      poderosos y autocráticos, capaces de imponer castigos
      con impunidad y de acuerdo a sus
      deseos. Los datos sugieren que su
      preocupación dominante y siempre presente era la de
      procurar recursos para así cumplir con las voraces
      demandas del aparato colonial. A su manera, también eran
      gente de empresa y desarrollaron una serie de estrategias
      comerciales para lograr el dinero que les era
      exigido. Finalmente, debido a sus esfuerzos por amoldarse a los
      españoles, los kurakas estaban cultural y
      estructuralmente en una posición intermedia entre los
      campesinos andinos, sus súbditos, y la élite
      española a la que servían…"
      (Rasnake, 1989:
      121, subrayado propio)

     

     

    Pedro B. Quiroux

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