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El proceso revolucionario de 1810.




Enviado por Pedro Quiroux



     

     

    1. El proceso revolucionario
    teniendo en cuenta la participación de los diversos
    grupos sociales y
    políticos.

    Como todo proceso, el que comenzó en las provincias
    del antiguo Virreinato del Río de La Plata en 1810
    contó con la participación de diversos actores sociales
    y políticos cuya actuación conjunta dio forma al
    movimiento revolucionario,
    debido esto a que ninguna etapa puede ser comprendida sólo
    desde la óptica del accionar de
    algunas figuras importantes, sino que hay que tener en cuenta el
    contexto socio-político que permite la emergencia de estas
    personas, al tiempo que da cuenta de la
    formación de sus caracteres principales. Al buscar la
    participación de los distintos actores, hay que pensar en
    sus motivaciones, qué los llevó a actuar de determinada
    manera, contextualizados siempre dentro de la sociedad en que se encontraban
    (y teniendo en cuenta los límites que esta les
    imponía). Demistificadas ya las ideas sobre un nacionalismo primigenio que
    pudiera guiar el actuar de las personas, hay que ahondar un poco
    más para descubrir por qué los grupos sociales y políticos
    obraron como lo hicieron: ¿Por qué es distinta la
    participación de la campaña bonaerense a la de la de la
    Banda Oriental o de Salta? ¿Por qué las elites
    también son distintas? ¿Cómo participa el
    ejército? ¿Cómo actúan las clases subalternas
    de la ciudad? ¿Cuáles son las diferencias políticas entre los grupos
    más moderados y los más radicalizados, y a qué se
    deben? Es la intención de este trabajo hacer un análisis
    de estas cuestiones ya que puede servir para aclarar este asunto,
    de manera de lograr una mejor comprensión del proceso
    revolucionario en su totalidad, considerando todos los grupos que
    actuaron en él así como sus motivaciones.

    Para comenzar, sería prudente realizar una
    enumeración de los principales actores sociales que formaban
    parte de la realidad tardo colonial, es decir, de la época
    que puede ser tomada como los albores del proceso revolucionario:
    los años 1806-1810, donde ocurrieron algunos sucesos
    (invasiones inglesas, desmoronamiento de la monarquía española)
    que serían determinantes en los años siguientes. Se
    trataba esta de una sociedad de antiguo régimen, estamental,
    esquemáticamente formada como una pirámide: en su
    cúspide se encontraban los comerciantes ligados con la
    metrópoli, en su mayoría peninsulares, cuya riqueza
    económica se debía a su posicionamiento monopolizante
    dentro del comercio que abarcaba desde el
    alto Perú hasta el puerto de Cádiz. También
    peninsulares, los seguía debajo en la pirámide el
    conjunto formado por la burocracia colonial y
    escolástica, de un alto reconocimiento social. Luego,
    aparecía la elite comercial criolla, de menor envergadura,
    vinculada a la anterior. Eran todos estos los miembros
    principales de la sociedad colonial, seguidos por un
    heterogéneo grupo de personas que
    conformaban los sectores medios (pulperos, hacendados,
    curas, etc.) y finalmente por la plebe urbana, el sector
    subalterno alejado de la toma de decisiones
    políticas, materialmente pobre, que abarcaba desde
    jornaleros y lavanderas hasta gente sin ocupación fija (se
    encontraban todos los estamentos mencionados dentro del
    ámbito urbano, habiendo más estamentos en el
    ámbito rural como ser los hacendados y la plebe rural) (1).
    Las invasiones inglesas de los años 1806 y 1807 determinaron
    la formación de los primeros cuerpos de milicias formados
    por nativos, lo que fue un suceso muy importante para las clases
    subalternas, ya que les permitió acceder a un lugar de
    reconocimiento social antes inexistente; al tiempo que funcionaba
    como centro de redistribución económica, ya que era la
    elite la encargada del mantenimiento económico
    de estos cuerpos.

    La descomposición de la monarquía y la
    consiguiente formación de la primera Junta de gobierno en 1810
    constituiría un hecho crucial en la vida de las ex
    –colonias del Río de La Plata. Al tratarse de un
    proceso revolucionario, consecuente con los sucesos de toda
    América, la guerra independentista llevada
    en contra de las tropas realistas (y en contra de propios
    hermanos americanos mayoritariamente) tomaría un lugar
    central: la revolución sólo se
    mantendría con el ritmo de la guerra, revistiendo esta la
    categoría de asunto central en las políticas del nuevo
    gobierno. Es de esta manera como se puede observar que la elite
    económica, sostenedora de la guerra y principal afectada por
    la descomposición del antiguo virreinato (y del antiguo
    mercado), veíase posponer
    sus prerrogativas ante el mandato de la nueva elite política criolla en ascenso: un nuevo
    grupo de patriotas ilustrados surgidos en el proceso
    revolucionario, portadores de un conjunto de ideas más
    radicales o más moderadas que irían delineando el
    panorama futuro. Pero estas diferencias no eran menores, y el
    enfrentamiento entre radicales (entre quienes se encontraban
    Moreno, Castelli y Artigas entre otros) y los moderados (con
    Saavedra a la cabeza) podrá leerse como una de las claves
    para el mantenimiento de la dinámica revolucionaria,
    al concretarse en luchas facciosas por el poder. Con respecto a esto, es
    significativa la apelación que hacen estas facciones a las
    clases populares: mientras los más moderados
    aprovecharán de la movilización de las clases populares
    (propugnándola a través de los alcaldes por ellos
    manejados, como se ve en los hechos del 5 y 6 de marzo de 1811)
    pero se cuidarán de controlar los límites del proceso,
    los morenistas congregarán sólo a los intelectuales ya movilizados
    miembros de la elite ilustrada, en torno a reuniones en clubes o
    sociedades (el Café de Marco, o la
    Sociedad Patriótica), y tenderán a educar para extender
    los derechos reivindicados, pero
    moderadamente: serán llamados jacobinos por tener ideas de
    instaurar un mundo nuevo reconociendo valores de igualdad, libertad, pero sin caer en la
    manipulación popular. Distinto será el accionar de
    Artigas en la Banda Oriental, quien deberá construir sus
    bases apelando a todo aquel que adhiera a sus peticiones (por
    demás progresivas y radicales, como ser la formación de
    una confederación o el reparto de tierras), más
    allá de que sean quienes tengan menos para perder quienes
    finalmente lo sigan; y distinto será también el actuar
    de Güemes en Salta, quien sí construirá su apoyo
    en un ejército de gauchos, sin miembros de la
    elite. En todos los casos se observa cómo las elites
    revolucionarias deberán actuar según las necesidades
    coyunturales se lo impongan, acudiendo o no al apoyo popular,
    para vencer dentro de las luchas intra-elite.

    Por otra parte, la posición de la elite
    pro-peninsular se vio cambiar luego de la revolución: en Bs.
    As. fue desplazada de los centros de poder y ampliamente
    resistida por la sociedad (su expulsión fue lo que
    motivó a las clases populares a movilizarse en abril de
    1811), aunque en la Banda Oriental y en Salta continuó
    manteniendo cierto poder, debido esto a la menor
    movilización producida en estas ciudades (donde a diferencia
    de Bs. As. la campaña fue mucho más revolucionaria que
    la ciudad –Montevideo apoyó el ataque portugués,
    en Salta antiguos funcionarios borbónicos de la ciudad
    alentaron la reconquista desde el Alto Perú-). Es necesario,
    para entender las acciones de este sector, tener
    en cuenta el desmembramiento que había sufrido el comercio
    del cual ellos eran los principales beneficiarios, y el cual
    ellos querían reimponer (reimponiendo el virreynato).
    También beneficiarias de este comercio, y por lo tanto
    perjudicadas con la ruptura del mismo, las elites provinciales
    (criollos en su mayoría), debieron en esta primer etapa de
    la revolución posponer sus intereses ante el avance de un
    Bs. As. que imponía ejércitos y revolución al
    unísono, y que consideraba realista toda
    desavenencia.

    Por otro lado, al ser la victoria militar la primer meta
    de este gobierno, la sociedad asistió a un proceso de
    profesionalización del
    ejército, el cual concentró (como se ha explicado) a la
    mayor parte de los sectores populares. Así, las milicias
    locales tomarán un carácter localista y se
    formará a nivel mayor un ejército, donde el pueblo
    podía ver cambiar su situación social, al tiempo que
    hacer lugar a sus nacientes intereses patrióticos.
    Comenzaría así un proceso de participación
    política de los sectores subalternos a través de
    las milicias, primero convocados para dirimir diferencias dentro
    de la elite (abril de 1811) y luego para reclamar por
    prerrogativas propias dentro de los denominados motines
    autónomos (percepción de pagas,
    expulsión de gobernantes, sostén de oficiales, etc).
    Dentro del cuerpo revolucionario más importante, las clases
    populares encontraban un lugar para participar activamente de la
    vida política y de la revolución. Pero quienes no lo
    hacían a través de las milicias o el ejército,
    encontraban en la muy politizada ciudad un importante lugar de
    participación política, ya sea a través del
    cabildo (en última instancia, el representante de la
    voluntad del pueblo, y el que tenía mayor legitimidad para
    convocarlo), o las socializadas discusiones en las calles y
    pulperías o en las fiestas (las que congregaban al pueblo a
    menudo, y le permitían expresarse muy activamente, apoyando
    o cuestionando al régimen). Heterogéneo socialmente,
    este grupo actuará también en la campaña: en Salta
    y la Banda Oriental, donde existía una situación previa
    tensionante respecto al acceso y tenencia de las tierras (claro
    enfrentamiento entre clases), será más proclive a
    radicalizarse y participar del proceso revolucionario (siguiendo
    a algún caudillo que supiera oír sus reclamos). Es
    interesante observar cómo no son principalmente intereses
    independentistas (meramente políticos) los que los mueven,
    sino intereses más cercanos a su realidad diaria, como ser
    conseguir reivindicaciones exigidas de antiguo, o expulsar al
    antiguo dueño del poder económico; así se entiende
    que se agrupen detrás de los representantes más
    radicalizados (Artigas, Güemes) en algunos casos, o de los
    más moderados (los alcaldes saavedristas) en otros. Ante las
    posibilidades de participación que abrió el nuevo
    escenario político, las clases populares aprovecharon para
    actuar como un actor más, con intereses sociales que
    terminarían resultando en apoyos políticos de vital
    importancia, y también con propios intereses políticos
    que jugarían un importante rol en el proceso: en Septiembre
    de 1811 apoyarán al cabildo abierto para la formación
    del primer triunvirato (logrando la destitución de la
    moderada Junta Grande), en Octubre del mismo año
    apoyarán la formación del segundo triunvirato (de
    carácter más radical), y ante las actitudes de Alvear
    (importante figura del sector radicalizado, miembro de la Logia
    Lautaro y de la Sociedad Patriótica) con respecto a las
    levas milicianas –su aumento- y al precio del pan – el cual
    también aumentó debido a las levas de los peones-,
    también apoyarán su destitución. De esta manera,
    las clases subalternas, ya a través del ejército, ya a
    través del cabildo o de la presión en la calle, se
    construyeron en un actor importante, que perseguía
    prerrogativas sociales propias, y que no tenía miramientos
    en apoyar un gobierno moderado o radical para
    conseguirlas.

    Esta primer etapa de la revolución concluirá
    hacia el año 1815, cuando las derrotas militares, la perdida
    de influencia en el litoral y el interior (derrotas en el Alto
    Perú, formación de la Liga de los Pueblos Libres), y la
    coyuntura internacional (restauración en Europa, retorno de Fernando VII
    al trono, presencia portuguesa en la Banda Oriental) determinen
    el comienzo de la segunda etapa de la revolución, mucho
    más moderada que la primera, donde el ejército
    perderá su carácter de privilegio al ser visto por la
    elite económica como responsable de una gran carga
    impositiva. Así se pasará a una política
    caracterizada por la delegación en figuras locales del
    reclutamiento y la
    financiación de tropas, especialmente la campaña y en
    las fronteras, lo que traerá como consecuencia la
    ruralización de las bases de poder al otorgar al sector
    rural mayores prerrogativas; de esta manera se comprende el apoyo
    otorgado a figuras como Güemes (que implicará el
    posterior ascenso de los caudillos) a quién se le
    permitió encargarse de la defensa de la frontera del norte con un
    ejército formado por milicianos locales; parte de esta misma
    política constituirá el abandono de la Banda Oriental
    al acecho portugués (y la consiguiente derrota de Artigas).
    Por otra parte, el moderado Director Pueyrredón (quien
    sucedió a Alvear), ya no dejará lugar a levantamientos
    populares en la ciudad, siendo así las milicias mucho
    más controladas, política que culminará en 1820
    con la disolución del cabildo y el final del activismo
    popular, así como el final de la participación
    política del ejército. Con respecto al interior, en
    esta segunda etapa Bs. As. intentará rehacer el vínculo
    con las elites provinciales debido a que necesitaba su apoyo por
    la desfavorable coyuntura, por lo que formará nuevas
    intendencias cabeceras (superando las 3 existentes desde las
    reformas borbónicas) y llamará en 1816 a un congreso
    para la declaración de la independencia en Tucumán:
    la lógica revolucionaria que
    antes permitía a las elites políticas de Bs. As.
    gobernar sin cuidados se ha acabado, y así como ya no
    podrá mandar ejércitos centralistas que se impongan a
    las provincias, tampoco podrá seguir imponiéndoles
    gobernantes, ni prescindiendo del apoyo político de ellas.
    Se puede observar cómo, al llegar a la mitad del proceso
    revolucionario, las tendencias anteriormente mencionadas se
    revierten, y es ahora la elite económica la que determina la
    continuación del proceso y se impone a la elite
    política: será esta segunda etapa de la revolución
    mucho menos vertiginosa, con gobiernos más moderados y
    más preocupados por lograr la consolidación interior
    (2).

    Entre las dos etapas se percibe un cambio en la
    participación de los distintos sectores: la presión de
    las clases subalternas, la posición privilegiada del
    ejército y las luchas facciosas de la elite política
    que caracterizaban al primer período desaparecen en el
    segundo, en el que priman el ordenamiento interior y la
    culminación de la radicalización, determinados por la
    elite económica. Cada sector aprovechó el momento
    adecuado para presionar por sus intereses, dando forma de esta
    manera al proceso revolucionario; la coyuntura determinó que
    algunos consigan más que otros, incluso que algunos
    desaparezcan –como sería el caso de los sectores
    políticos más radicalizados-, pero lo que resultó
    determinante es que el actuar de estos grupos visto en su
    totalidad fue lo que permitió el avance del ciclo
    revolucionario. Para 1820 la independencia ya será una
    realidad, aunque todavía falten muchos años para
    superar las diferencias particulares que hacen ver en este
    momento distintos estados independientes en cada provincia en
    lugar de un solo estado nacional. Pero el
    proceso revolucionario ya ha llegado a su fin.

     

    2. Examine los problemas
    vinculados a la legitimidad y la soberanía tras la
    crisis del orden
    colonial.

    Es muy común dentro del imaginario social suponer
    que el final del período colonial, la revolución de Mayo y la
    declaración de la independencia suponen a priori la constitución de la Argentina
    tal cual la conocemos ahora. Idea introducida por ciertos
    sectores de la historiografía, es un lugar común
    imaginar los límites políticos y la nacionalidad ya existentes a
    partir de 1810, fortaleciendo la unión y los intereses
    independentistas de entonces. Pero esta suposición es un
    error, que traspola ideas y percepciones actuales a un pasado de
    esta forma idealizado. Al romperse el vínculo colonial no
    había una nación ya formada, con
    límites y soberanía autónoma: en este trabajo se
    intentará dar cuenta de los problemas que trajo la
    partición de la organización colonial en
    lo que respecta a la legitimidad y la soberanía del orden
    resultante, teniendo en cuenta tanto los orígenes de las
    concepciones de legitimidad y soberanía, como las
    limitaciones estructurales que impuso la ruptura del vínculo
    colonial para la concreción de una clase dirigente nacional y de
    una soberanía nacional.

    Durante el período colonial, la monarquía se
    apoyaba en la teoría del pacto para
    legitimarse sobre los pueblos que gobernaba. Esta teoría,
    proveniente de la escolástica desde el siglo XVII,
    sostenía que Dios otorgaba poder a los pueblos, entendidos
    estos como un conjunto de personas que comparten un espacio
    físico de vida, y estos de común acuerdo lo delegaban
    en un rey al que otorgaban la facultad de regirlos. De esta
    manera, la soberanía residía en los pueblos,
    poniéndose así énfasis en el pacto al que llegaban
    estos para gobernarse. Asimismo, según esta teoría,
    ante la ausencia del rey, el poder se retrotraía a los
    pueblos, quienes reasumían la soberanía hasta pactar la
    nueva unión: tratábase así de una unión de
    pueblos autónomos, de cuerpos, distinto al posterior
    contrato social de Rousseau que supone la
    unión de individuos que forman un contrato para representarse. El
    Virreynato del Río de la Plata formaba parte de la
    monarquía, al estar compuesto por distintos pueblos
    (representados por los cabildos) que se atenían al pacto de
    sujeción. El orden colonial se encontraba por el mismo
    motivo legitimado mediante la existencia de la monarquía, lo
    que otorgaba unidad a todo el virreynato.

    Pero todo este mundo se vería conmocionado con la
    ruptura del lazo colonial: al desvincularse de la monarquía,
    la nueva Junta de gobierno rompía el lazo que otorgaba
    legitimidad a la antigua unión. Desaparecida la
    monarquía que los interpelaba en tanto súbditos de un
    mismo rey, el antiguo conjunto de pueblos ya no tenía una
    unidad legitimada: hete aquí la dificultad de construir un
    orden dominante legítimo sobre las provincias del antiguo
    Virreynato del Río de la Plata. Por lo pronto, ante la
    ruptura con la monarquía (esto es, desaparecido el rey) las
    soberanías que los pueblos delegaban antes en la
    monarquía era ahora retrotraída a los mismos pueblos:
    como lo indicaba la teoría pactista, los pueblos se
    encontraban en posición de volver a hacerse cargo de su
    autodeterminación. Constituidos como unidades autónomas
    independientes, el nuevo gobierno tendría dificultades para
    volver a construir un orden legítimo que agrupe a estas
    provincias que recuperaban su soberanía y no tenían
    motivos para volver a delegarla en un nuevo gobierno (3).
    Buenos Aires no tuvo dudas de
    que en el nuevo contexto a ella le correspondería ejercer la
    soberanía sobre el resto, pero los demás pueblos si
    tuvieron dudas sobre esto. Buenos Aires intentará sostener
    la estructura fiscal al erigirse como
    metrópoli, para lo que mantendrá el añejo
    régimen de intendencias. El error es que para formar la
    verdadera soberanía no es necesario mantener la estructura
    fiscal, sino construir la soberanía, que no se encontraba
    sólo en los cabildos cabecera de las intendencias, sino en
    los pueblos: recién cuando estos pueblos manden diputados
    con mandato operativo que representen su voluntad inmodificable
    se logrará construir la soberanía a nivel nacional.
    Pero para llegar a esto pasarán años de luchas en los
    que Buenos Aires (siguiendo una óptica de centralización vigente en
    la realidad colonial) intentará imponer gobernantes a los
    pueblos, que lucharán por conseguir la autonomía
    política. Dentro de este contexto de lucha política,
    surgirán distintas teorías para lograr la
    unidad, que irán desde la confederación (respetando la
    autonomía soberana de los pueblos), la monarquía
    americana (que constituiría un nuevo pacto de sujeción
    siguiendo el modelo monárquico, pero
    resaltando una tradición americana), la república (que
    supone un nuevo contrato social, basado en voluntades
    individuales). Con respecto a la legitimidad del nuevo orden
    reinante, luego de la revolución, la sociedad se
    encontrará ante una nueva legitimidad que ya no
    reposará en la monarquía, sino en la construcción de nuevos
    lazos sociales y políticos: la misma revolución
    será legitimante, delimitará un antes y un
    después, un nosotros y un ellos, oponiéndose a la
    anterior sociedad e instalando un nuevo pacto en la nueva
    comunidad (4). Surgirá
    así la idea de patriotismo como eje del nuevo sistema bajo el cual se nuclea la
    nueva sociedad: se entiende así el cambio en la semántica de Moreno, al
    referirse al "pueblo" y diferenciarlo de un "ellos" que en un
    principio significaba a los enemigos a la monarquía para
    terminar siendo los enemigos del nuevo gobierno (5).

    Por otra parte, es necesario hacer un análisis al
    nivel de las elites que hubieran podido dar unidad a nivel
    inter-regional. Cabe remarcar durante todo este proceso la
    inexistencia de una clase dirigente a nivel nacional que hubiera
    podido dar algún tipo de unidad (basada ya sea en intereses
    económicos, políticos, nacionalistas, etc.): se
    debió esto a la filiación comercial mas no productiva
    de la clase económicamente pudiente, lo que implicó la
    ausencia de un mercado nacional, y el consiguiente aislamiento de
    las distintas regiones provinciales (6). Así, la provincia
    se convertía en el máximo grado de cohesión social
    y política, y al no superarse el particularismo provincial
    que les impedía conectarse con otras regiones, terminaban
    siendo más fuertes las tendencias centrífugas a la
    dispersión (lo que implicaba que se conecten con los fuertes
    mercados cercanos, exteriores,
    como Chile, la Banda Oriental y el Alto Perú) que las
    centrípetas a la unificación. Roto el antiguo lazo
    colonial, roto el antiguo comercio colonial, la
    reformulación de las redes de intercambio no favoreció en lo
    inmediato la conformación de un sistema nacional, sino que
    por el contrario, significó mayores problemas para esta. No
    sería sino hasta que tome vigor la exportación de cueros en la
    década de 1820 y forme un mercado nacional, que se pueda
    superar el particularismo provincial, y la existencia de
    intereses conjuntos de lugar al
    surgimiento de una clase dirigente a nivel nacional que apoye la
    legitimidad del orden y la formación de una soberanía
    conjunta.

    El proceso revolucionario que comienza en 1810
    lucharía así contra las tropas realistas para
    independizar el territorio, pero tendría una lucha más
    importante a nivel interior contra sus propias dificultades para
    lograr darle a los pueblos resultantes de la descomposición
    del espacio virreynal un nivel de unidad mayor. Encontrar una
    nueva legitimidad, conformar un interés nacional y lograr
    una soberanía conjunta, dentro de una sociedad joven en
    formación que encuentra a cada paso limitaciones para
    hacerlo, representarían dificultades serias. Los problemas
    acerca de la forma de esta soberanía supondrán luego
    años de encarnizada lucha civil, hasta que se superen esos
    conflictos con la
    formación de una nación en la década
    de 1860.

     

    Bibliografía

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    Notas

    1. No se han tenido en cuenta otros tipos de
      estratificación social, como ser la diferenciación
      social según sean "Don" o no, y la estratificación
      racial (existían españoles, criollos, mulatos,
      pardos, indios, etc.)
    2. "El gobierno de la elite revolucionaria
      sufrió así aislamiento progresivo frente a los grupos
      sociales que la habían llevado al poder en los años
      1806-1810, enajenándose incluso aquellos mismos a los que
      pertenecía. Después del desmoronamiento de la
      estructura política revolucionaria en 1815, la
      reconstrucción se hizo sobre bases muy distintas. Se
      condenó abiertamente el extremismo revolucionario, y el
      nuevo sistema buscó sin vacilaciones su apoyo
      político entre los grupos adinerados de la
      sociedad…"
      T. Halperín Donghi: "Militarización
      revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1015", en El ocaso del
      orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires,
      Ed. Sudamericana, 1978. pp. 156-157.
    3. "Lo que muestra entonces el proceso
      político de la primera década revolucionaria es la
      perduración de las tendencias al autogobierno provenientes
      del período hispanocolonial, reformuladas en las
      tendencias autónomas desarrolladas luego de mayo de 1810
      sobre la base de la retroversión de la
      soberanía…"
      J.C. Chiaramonte: "El federalismo
      argentino en la primera mitad del siglo XIX",
      en Carmagnani
      M. (comp.): Federalismos latinoamericanos: México,
      Brasil, Argentina. México, F.C.E., 1993.
      P.111
    4. T. Halperín Donghi: Tradición
      política española e ideología revolucionaria de
      Mayo, Bs. As., CEAL, 1975. pp. 108-120 (apartado "La
      revolución")
    5. N. Goldman: Historia y lenguaje. Los discursos de
      la Revolución de Mayo, Bs. As., CEAL, 1992
      (Reedición en Editores de América Latina, 2000).
      Estudio preliminar y apéndice documental.
    6. J. C. Chiaramonte: "La cuestión regional en el
      proceso de gestación del estado nacional argentino.
      Algunos problemas de interpretación", en Mercaderes del
      Litoral del mismo autor, Bs. As., F.C.E., 1991, pp.
      21-54

      

     

    Pedro Quiroux

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