- 1. El
proceso revolucionario teniendo en cuenta la
participación de los diversos grupos sociales y
políticos. - 2.
Examine los problemas vinculados a la legitimidad y la
soberanía tras la crisis del orden
colonial - Notas
1. El proceso revolucionario
teniendo en cuenta la participación de los diversos
grupos sociales y
políticos.
Como todo proceso, el que comenzó en las provincias
del antiguo Virreinato del Río de La Plata en 1810
contó con la participación de diversos actores sociales
y políticos cuya actuación conjunta dio forma al
movimiento revolucionario,
debido esto a que ninguna etapa puede ser comprendida sólo
desde la óptica del accionar de
algunas figuras importantes, sino que hay que tener en cuenta el
contexto socio-político que permite la emergencia de estas
personas, al tiempo que da cuenta de la
formación de sus caracteres principales. Al buscar la
participación de los distintos actores, hay que pensar en
sus motivaciones, qué los llevó a actuar de determinada
manera, contextualizados siempre dentro de la sociedad en que se encontraban
(y teniendo en cuenta los límites que esta les
imponía). Demistificadas ya las ideas sobre un nacionalismo primigenio que
pudiera guiar el actuar de las personas, hay que ahondar un poco
más para descubrir por qué los grupos sociales y políticos
obraron como lo hicieron: ¿Por qué es distinta la
participación de la campaña bonaerense a la de la de la
Banda Oriental o de Salta? ¿Por qué las elites
también son distintas? ¿Cómo participa el
ejército? ¿Cómo actúan las clases subalternas
de la ciudad? ¿Cuáles son las diferencias políticas entre los grupos
más moderados y los más radicalizados, y a qué se
deben? Es la intención de este trabajo hacer un análisis
de estas cuestiones ya que puede servir para aclarar este asunto,
de manera de lograr una mejor comprensión del proceso
revolucionario en su totalidad, considerando todos los grupos que
actuaron en él así como sus motivaciones.
Para comenzar, sería prudente realizar una
enumeración de los principales actores sociales que formaban
parte de la realidad tardo colonial, es decir, de la época
que puede ser tomada como los albores del proceso revolucionario:
los años 1806-1810, donde ocurrieron algunos sucesos
(invasiones inglesas, desmoronamiento de la monarquía española)
que serían determinantes en los años siguientes. Se
trataba esta de una sociedad de antiguo régimen, estamental,
esquemáticamente formada como una pirámide: en su
cúspide se encontraban los comerciantes ligados con la
metrópoli, en su mayoría peninsulares, cuya riqueza
económica se debía a su posicionamiento monopolizante
dentro del comercio que abarcaba desde el
alto Perú hasta el puerto de Cádiz. También
peninsulares, los seguía debajo en la pirámide el
conjunto formado por la burocracia colonial y
escolástica, de un alto reconocimiento social. Luego,
aparecía la elite comercial criolla, de menor envergadura,
vinculada a la anterior. Eran todos estos los miembros
principales de la sociedad colonial, seguidos por un
heterogéneo grupo de personas que
conformaban los sectores medios (pulperos, hacendados,
curas, etc.) y finalmente por la plebe urbana, el sector
subalterno alejado de la toma de decisiones
políticas, materialmente pobre, que abarcaba desde
jornaleros y lavanderas hasta gente sin ocupación fija (se
encontraban todos los estamentos mencionados dentro del
ámbito urbano, habiendo más estamentos en el
ámbito rural como ser los hacendados y la plebe rural) (1).
Las invasiones inglesas de los años 1806 y 1807 determinaron
la formación de los primeros cuerpos de milicias formados
por nativos, lo que fue un suceso muy importante para las clases
subalternas, ya que les permitió acceder a un lugar de
reconocimiento social antes inexistente; al tiempo que funcionaba
como centro de redistribución económica, ya que era la
elite la encargada del mantenimiento económico
de estos cuerpos.
La descomposición de la monarquía y la
consiguiente formación de la primera Junta de gobierno en 1810
constituiría un hecho crucial en la vida de las ex
–colonias del Río de La Plata. Al tratarse de un
proceso revolucionario, consecuente con los sucesos de toda
América, la guerra independentista llevada
en contra de las tropas realistas (y en contra de propios
hermanos americanos mayoritariamente) tomaría un lugar
central: la revolución sólo se
mantendría con el ritmo de la guerra, revistiendo esta la
categoría de asunto central en las políticas del nuevo
gobierno. Es de esta manera como se puede observar que la elite
económica, sostenedora de la guerra y principal afectada por
la descomposición del antiguo virreinato (y del antiguo
mercado), veíase posponer
sus prerrogativas ante el mandato de la nueva elite política criolla en ascenso: un nuevo
grupo de patriotas ilustrados surgidos en el proceso
revolucionario, portadores de un conjunto de ideas más
radicales o más moderadas que irían delineando el
panorama futuro. Pero estas diferencias no eran menores, y el
enfrentamiento entre radicales (entre quienes se encontraban
Moreno, Castelli y Artigas entre otros) y los moderados (con
Saavedra a la cabeza) podrá leerse como una de las claves
para el mantenimiento de la dinámica revolucionaria,
al concretarse en luchas facciosas por el poder. Con respecto a esto, es
significativa la apelación que hacen estas facciones a las
clases populares: mientras los más moderados
aprovecharán de la movilización de las clases populares
(propugnándola a través de los alcaldes por ellos
manejados, como se ve en los hechos del 5 y 6 de marzo de 1811)
pero se cuidarán de controlar los límites del proceso,
los morenistas congregarán sólo a los intelectuales ya movilizados
miembros de la elite ilustrada, en torno a reuniones en clubes o
sociedades (el Café de Marco, o la
Sociedad Patriótica), y tenderán a educar para extender
los derechos reivindicados, pero
moderadamente: serán llamados jacobinos por tener ideas de
instaurar un mundo nuevo reconociendo valores de igualdad, libertad, pero sin caer en la
manipulación popular. Distinto será el accionar de
Artigas en la Banda Oriental, quien deberá construir sus
bases apelando a todo aquel que adhiera a sus peticiones (por
demás progresivas y radicales, como ser la formación de
una confederación o el reparto de tierras), más
allá de que sean quienes tengan menos para perder quienes
finalmente lo sigan; y distinto será también el actuar
de Güemes en Salta, quien sí construirá su apoyo
en un ejército de gauchos, sin miembros de la
elite. En todos los casos se observa cómo las elites
revolucionarias deberán actuar según las necesidades
coyunturales se lo impongan, acudiendo o no al apoyo popular,
para vencer dentro de las luchas intra-elite.
Por otra parte, la posición de la elite
pro-peninsular se vio cambiar luego de la revolución: en Bs.
As. fue desplazada de los centros de poder y ampliamente
resistida por la sociedad (su expulsión fue lo que
motivó a las clases populares a movilizarse en abril de
1811), aunque en la Banda Oriental y en Salta continuó
manteniendo cierto poder, debido esto a la menor
movilización producida en estas ciudades (donde a diferencia
de Bs. As. la campaña fue mucho más revolucionaria que
la ciudad –Montevideo apoyó el ataque portugués,
en Salta antiguos funcionarios borbónicos de la ciudad
alentaron la reconquista desde el Alto Perú-). Es necesario,
para entender las acciones de este sector, tener
en cuenta el desmembramiento que había sufrido el comercio
del cual ellos eran los principales beneficiarios, y el cual
ellos querían reimponer (reimponiendo el virreynato).
También beneficiarias de este comercio, y por lo tanto
perjudicadas con la ruptura del mismo, las elites provinciales
(criollos en su mayoría), debieron en esta primer etapa de
la revolución posponer sus intereses ante el avance de un
Bs. As. que imponía ejércitos y revolución al
unísono, y que consideraba realista toda
desavenencia.
Por otro lado, al ser la victoria militar la primer meta
de este gobierno, la sociedad asistió a un proceso de
profesionalización del
ejército, el cual concentró (como se ha explicado) a la
mayor parte de los sectores populares. Así, las milicias
locales tomarán un carácter localista y se
formará a nivel mayor un ejército, donde el pueblo
podía ver cambiar su situación social, al tiempo que
hacer lugar a sus nacientes intereses patrióticos.
Comenzaría así un proceso de participación
política de los sectores subalternos a través de
las milicias, primero convocados para dirimir diferencias dentro
de la elite (abril de 1811) y luego para reclamar por
prerrogativas propias dentro de los denominados motines
autónomos (percepción de pagas,
expulsión de gobernantes, sostén de oficiales, etc).
Dentro del cuerpo revolucionario más importante, las clases
populares encontraban un lugar para participar activamente de la
vida política y de la revolución. Pero quienes no lo
hacían a través de las milicias o el ejército,
encontraban en la muy politizada ciudad un importante lugar de
participación política, ya sea a través del
cabildo (en última instancia, el representante de la
voluntad del pueblo, y el que tenía mayor legitimidad para
convocarlo), o las socializadas discusiones en las calles y
pulperías o en las fiestas (las que congregaban al pueblo a
menudo, y le permitían expresarse muy activamente, apoyando
o cuestionando al régimen). Heterogéneo socialmente,
este grupo actuará también en la campaña: en Salta
y la Banda Oriental, donde existía una situación previa
tensionante respecto al acceso y tenencia de las tierras (claro
enfrentamiento entre clases), será más proclive a
radicalizarse y participar del proceso revolucionario (siguiendo
a algún caudillo que supiera oír sus reclamos). Es
interesante observar cómo no son principalmente intereses
independentistas (meramente políticos) los que los mueven,
sino intereses más cercanos a su realidad diaria, como ser
conseguir reivindicaciones exigidas de antiguo, o expulsar al
antiguo dueño del poder económico; así se entiende
que se agrupen detrás de los representantes más
radicalizados (Artigas, Güemes) en algunos casos, o de los
más moderados (los alcaldes saavedristas) en otros. Ante las
posibilidades de participación que abrió el nuevo
escenario político, las clases populares aprovecharon para
actuar como un actor más, con intereses sociales que
terminarían resultando en apoyos políticos de vital
importancia, y también con propios intereses políticos
que jugarían un importante rol en el proceso: en Septiembre
de 1811 apoyarán al cabildo abierto para la formación
del primer triunvirato (logrando la destitución de la
moderada Junta Grande), en Octubre del mismo año
apoyarán la formación del segundo triunvirato (de
carácter más radical), y ante las actitudes de Alvear
(importante figura del sector radicalizado, miembro de la Logia
Lautaro y de la Sociedad Patriótica) con respecto a las
levas milicianas –su aumento- y al precio del pan – el cual
también aumentó debido a las levas de los peones-,
también apoyarán su destitución. De esta manera,
las clases subalternas, ya a través del ejército, ya a
través del cabildo o de la presión en la calle, se
construyeron en un actor importante, que perseguía
prerrogativas sociales propias, y que no tenía miramientos
en apoyar un gobierno moderado o radical para
conseguirlas.
Esta primer etapa de la revolución concluirá
hacia el año 1815, cuando las derrotas militares, la perdida
de influencia en el litoral y el interior (derrotas en el Alto
Perú, formación de la Liga de los Pueblos Libres), y la
coyuntura internacional (restauración en Europa, retorno de Fernando VII
al trono, presencia portuguesa en la Banda Oriental) determinen
el comienzo de la segunda etapa de la revolución, mucho
más moderada que la primera, donde el ejército
perderá su carácter de privilegio al ser visto por la
elite económica como responsable de una gran carga
impositiva. Así se pasará a una política
caracterizada por la delegación en figuras locales del
reclutamiento y la
financiación de tropas, especialmente la campaña y en
las fronteras, lo que traerá como consecuencia la
ruralización de las bases de poder al otorgar al sector
rural mayores prerrogativas; de esta manera se comprende el apoyo
otorgado a figuras como Güemes (que implicará el
posterior ascenso de los caudillos) a quién se le
permitió encargarse de la defensa de la frontera del norte con un
ejército formado por milicianos locales; parte de esta misma
política constituirá el abandono de la Banda Oriental
al acecho portugués (y la consiguiente derrota de Artigas).
Por otra parte, el moderado Director Pueyrredón (quien
sucedió a Alvear), ya no dejará lugar a levantamientos
populares en la ciudad, siendo así las milicias mucho
más controladas, política que culminará en 1820
con la disolución del cabildo y el final del activismo
popular, así como el final de la participación
política del ejército. Con respecto al interior, en
esta segunda etapa Bs. As. intentará rehacer el vínculo
con las elites provinciales debido a que necesitaba su apoyo por
la desfavorable coyuntura, por lo que formará nuevas
intendencias cabeceras (superando las 3 existentes desde las
reformas borbónicas) y llamará en 1816 a un congreso
para la declaración de la independencia en Tucumán:
la lógica revolucionaria que
antes permitía a las elites políticas de Bs. As.
gobernar sin cuidados se ha acabado, y así como ya no
podrá mandar ejércitos centralistas que se impongan a
las provincias, tampoco podrá seguir imponiéndoles
gobernantes, ni prescindiendo del apoyo político de ellas.
Se puede observar cómo, al llegar a la mitad del proceso
revolucionario, las tendencias anteriormente mencionadas se
revierten, y es ahora la elite económica la que determina la
continuación del proceso y se impone a la elite
política: será esta segunda etapa de la revolución
mucho menos vertiginosa, con gobiernos más moderados y
más preocupados por lograr la consolidación interior
(2).
Entre las dos etapas se percibe un cambio en la
participación de los distintos sectores: la presión de
las clases subalternas, la posición privilegiada del
ejército y las luchas facciosas de la elite política
que caracterizaban al primer período desaparecen en el
segundo, en el que priman el ordenamiento interior y la
culminación de la radicalización, determinados por la
elite económica. Cada sector aprovechó el momento
adecuado para presionar por sus intereses, dando forma de esta
manera al proceso revolucionario; la coyuntura determinó que
algunos consigan más que otros, incluso que algunos
desaparezcan –como sería el caso de los sectores
políticos más radicalizados-, pero lo que resultó
determinante es que el actuar de estos grupos visto en su
totalidad fue lo que permitió el avance del ciclo
revolucionario. Para 1820 la independencia ya será una
realidad, aunque todavía falten muchos años para
superar las diferencias particulares que hacen ver en este
momento distintos estados independientes en cada provincia en
lugar de un solo estado nacional. Pero el
proceso revolucionario ya ha llegado a su fin.
2. Examine los problemas
vinculados a la legitimidad y la soberanía tras la
crisis del orden
colonial.
Es muy común dentro del imaginario social suponer
que el final del período colonial, la revolución de Mayo y la
declaración de la independencia suponen a priori la constitución de la Argentina
tal cual la conocemos ahora. Idea introducida por ciertos
sectores de la historiografía, es un lugar común
imaginar los límites políticos y la nacionalidad ya existentes a
partir de 1810, fortaleciendo la unión y los intereses
independentistas de entonces. Pero esta suposición es un
error, que traspola ideas y percepciones actuales a un pasado de
esta forma idealizado. Al romperse el vínculo colonial no
había una nación ya formada, con
límites y soberanía autónoma: en este trabajo se
intentará dar cuenta de los problemas que trajo la
partición de la organización colonial en
lo que respecta a la legitimidad y la soberanía del orden
resultante, teniendo en cuenta tanto los orígenes de las
concepciones de legitimidad y soberanía, como las
limitaciones estructurales que impuso la ruptura del vínculo
colonial para la concreción de una clase dirigente nacional y de
una soberanía nacional.
Durante el período colonial, la monarquía se
apoyaba en la teoría del pacto para
legitimarse sobre los pueblos que gobernaba. Esta teoría,
proveniente de la escolástica desde el siglo XVII,
sostenía que Dios otorgaba poder a los pueblos, entendidos
estos como un conjunto de personas que comparten un espacio
físico de vida, y estos de común acuerdo lo delegaban
en un rey al que otorgaban la facultad de regirlos. De esta
manera, la soberanía residía en los pueblos,
poniéndose así énfasis en el pacto al que llegaban
estos para gobernarse. Asimismo, según esta teoría,
ante la ausencia del rey, el poder se retrotraía a los
pueblos, quienes reasumían la soberanía hasta pactar la
nueva unión: tratábase así de una unión de
pueblos autónomos, de cuerpos, distinto al posterior
contrato social de Rousseau que supone la
unión de individuos que forman un contrato para representarse. El
Virreynato del Río de la Plata formaba parte de la
monarquía, al estar compuesto por distintos pueblos
(representados por los cabildos) que se atenían al pacto de
sujeción. El orden colonial se encontraba por el mismo
motivo legitimado mediante la existencia de la monarquía, lo
que otorgaba unidad a todo el virreynato.
Pero todo este mundo se vería conmocionado con la
ruptura del lazo colonial: al desvincularse de la monarquía,
la nueva Junta de gobierno rompía el lazo que otorgaba
legitimidad a la antigua unión. Desaparecida la
monarquía que los interpelaba en tanto súbditos de un
mismo rey, el antiguo conjunto de pueblos ya no tenía una
unidad legitimada: hete aquí la dificultad de construir un
orden dominante legítimo sobre las provincias del antiguo
Virreynato del Río de la Plata. Por lo pronto, ante la
ruptura con la monarquía (esto es, desaparecido el rey) las
soberanías que los pueblos delegaban antes en la
monarquía era ahora retrotraída a los mismos pueblos:
como lo indicaba la teoría pactista, los pueblos se
encontraban en posición de volver a hacerse cargo de su
autodeterminación. Constituidos como unidades autónomas
independientes, el nuevo gobierno tendría dificultades para
volver a construir un orden legítimo que agrupe a estas
provincias que recuperaban su soberanía y no tenían
motivos para volver a delegarla en un nuevo gobierno (3).
Buenos Aires no tuvo dudas de
que en el nuevo contexto a ella le correspondería ejercer la
soberanía sobre el resto, pero los demás pueblos si
tuvieron dudas sobre esto. Buenos Aires intentará sostener
la estructura fiscal al erigirse como
metrópoli, para lo que mantendrá el añejo
régimen de intendencias. El error es que para formar la
verdadera soberanía no es necesario mantener la estructura
fiscal, sino construir la soberanía, que no se encontraba
sólo en los cabildos cabecera de las intendencias, sino en
los pueblos: recién cuando estos pueblos manden diputados
con mandato operativo que representen su voluntad inmodificable
se logrará construir la soberanía a nivel nacional.
Pero para llegar a esto pasarán años de luchas en los
que Buenos Aires (siguiendo una óptica de centralización vigente en
la realidad colonial) intentará imponer gobernantes a los
pueblos, que lucharán por conseguir la autonomía
política. Dentro de este contexto de lucha política,
surgirán distintas teorías para lograr la
unidad, que irán desde la confederación (respetando la
autonomía soberana de los pueblos), la monarquía
americana (que constituiría un nuevo pacto de sujeción
siguiendo el modelo monárquico, pero
resaltando una tradición americana), la república (que
supone un nuevo contrato social, basado en voluntades
individuales). Con respecto a la legitimidad del nuevo orden
reinante, luego de la revolución, la sociedad se
encontrará ante una nueva legitimidad que ya no
reposará en la monarquía, sino en la construcción de nuevos
lazos sociales y políticos: la misma revolución
será legitimante, delimitará un antes y un
después, un nosotros y un ellos, oponiéndose a la
anterior sociedad e instalando un nuevo pacto en la nueva
comunidad (4). Surgirá
así la idea de patriotismo como eje del nuevo sistema bajo el cual se nuclea la
nueva sociedad: se entiende así el cambio en la semántica de Moreno, al
referirse al "pueblo" y diferenciarlo de un "ellos" que en un
principio significaba a los enemigos a la monarquía para
terminar siendo los enemigos del nuevo gobierno (5).
Por otra parte, es necesario hacer un análisis al
nivel de las elites que hubieran podido dar unidad a nivel
inter-regional. Cabe remarcar durante todo este proceso la
inexistencia de una clase dirigente a nivel nacional que hubiera
podido dar algún tipo de unidad (basada ya sea en intereses
económicos, políticos, nacionalistas, etc.): se
debió esto a la filiación comercial mas no productiva
de la clase económicamente pudiente, lo que implicó la
ausencia de un mercado nacional, y el consiguiente aislamiento de
las distintas regiones provinciales (6). Así, la provincia
se convertía en el máximo grado de cohesión social
y política, y al no superarse el particularismo provincial
que les impedía conectarse con otras regiones, terminaban
siendo más fuertes las tendencias centrífugas a la
dispersión (lo que implicaba que se conecten con los fuertes
mercados cercanos, exteriores,
como Chile, la Banda Oriental y el Alto Perú) que las
centrípetas a la unificación. Roto el antiguo lazo
colonial, roto el antiguo comercio colonial, la
reformulación de las redes de intercambio no favoreció en lo
inmediato la conformación de un sistema nacional, sino que
por el contrario, significó mayores problemas para esta. No
sería sino hasta que tome vigor la exportación de cueros en la
década de 1820 y forme un mercado nacional, que se pueda
superar el particularismo provincial, y la existencia de
intereses conjuntos de lugar al
surgimiento de una clase dirigente a nivel nacional que apoye la
legitimidad del orden y la formación de una soberanía
conjunta.
El proceso revolucionario que comienza en 1810
lucharía así contra las tropas realistas para
independizar el territorio, pero tendría una lucha más
importante a nivel interior contra sus propias dificultades para
lograr darle a los pueblos resultantes de la descomposición
del espacio virreynal un nivel de unidad mayor. Encontrar una
nueva legitimidad, conformar un interés nacional y lograr
una soberanía conjunta, dentro de una sociedad joven en
formación que encuentra a cada paso limitaciones para
hacerlo, representarían dificultades serias. Los problemas
acerca de la forma de esta soberanía supondrán luego
años de encarnizada lucha civil, hasta que se superen esos
conflictos con la
formación de una nación en la década
de 1860.
Azcuy Ameghino, Eduardo, "Artigas y la
revolución rioplatense: indagaciones, argumentos y
polémicas al calor de los fuegos del siglo
XXI", pp. 51-90, en Ansaldi, Waldo (coord.), Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas
para un debate vigente, Bs.
As., Ariel, 2004.
Chiaramonte, J. C., "El federalismo argentino en la
primera mitad del siglo XIX", en Carmagnani M. (comp.):
Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina.
México, F.C.E., 1993.
______________, "La cuestión regional en el proceso
de gestación del estado nacional argentino. Algunos
problemas de interpretación", en
Mercaderes del Litoral del mismo autor, Bs. As., F.C.E.,
1991.
Di Meglio, Gabriel, "Un nuevo actor para un nuevo
escenario. La participación política de la plebe urbana
de Buenos Aires en la década de la Revolución
(1810-1820)" en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana
"Dr. Emilio Ravignani", 3ra. Serie, n°24, 2003, pp.
7-43.
Frega, A., "Caudillos y montoneras en la
Revolución radical artiguista", en Andes,
n°13, 2003, pp. 75-112.
Goldman, N., Historia y lenguaje. Los discursos de la
Revolución de Mayo, Bs. As., CEAL, 1992 (Reedición
en Editores de América Latina, 2000).
Estudio preliminar y apéndice documental.
Guerra, F. X., Modernidad e independencias,
Madrid, Mapfre, 1992. Introducción y Cap. IV,
pp. 11-18 y 115-148.
Halperín Donghi, T., "Conclusiones", en
Revolución y guerra, Bs. As., Siglo XXI,
1972.
________________, "Militarización revolucionaria
en Buenos Aires, 1806-1815", en El ocaso del orden
colonial en Hispanoamérica, Bs. As., Sudamericana,
1978.
________________, Tradición política
española e ideología revolucionaria
de Mayo, Bs. As., CEAL, pp. 108-120 (apartado "La
revolución")
Mata de López, S., "La guerra de independencia
en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder", en
Andes, n°13, 2003, pp. 113-142.
- No se han tenido en cuenta otros tipos de
estratificación social, como ser la diferenciación
social según sean "Don" o no, y la estratificación
racial (existían españoles, criollos, mulatos,
pardos, indios, etc.) - "El gobierno de la elite revolucionaria
sufrió así aislamiento progresivo frente a los grupos
sociales que la habían llevado al poder en los años
1806-1810, enajenándose incluso aquellos mismos a los que
pertenecía. Después del desmoronamiento de la
estructura política revolucionaria en 1815, la
reconstrucción se hizo sobre bases muy distintas. Se
condenó abiertamente el extremismo revolucionario, y el
nuevo sistema buscó sin vacilaciones su apoyo
político entre los grupos adinerados de la
sociedad…" T. Halperín Donghi: "Militarización
revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1015", en El ocaso del
orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires,
Ed. Sudamericana, 1978. pp. 156-157. - "Lo que muestra entonces el proceso
político de la primera década revolucionaria es la
perduración de las tendencias al autogobierno provenientes
del período hispanocolonial, reformuladas en las
tendencias autónomas desarrolladas luego de mayo de 1810
sobre la base de la retroversión de la
soberanía…" J.C. Chiaramonte: "El federalismo
argentino en la primera mitad del siglo XIX", en Carmagnani
M. (comp.): Federalismos latinoamericanos: México,
Brasil, Argentina. México, F.C.E., 1993.
P.111 - T. Halperín Donghi: Tradición
política española e ideología revolucionaria de
Mayo, Bs. As., CEAL, 1975. pp. 108-120 (apartado "La
revolución") - N. Goldman: Historia y lenguaje. Los discursos de
la Revolución de Mayo, Bs. As., CEAL, 1992
(Reedición en Editores de América Latina, 2000).
Estudio preliminar y apéndice documental. - J. C. Chiaramonte: "La cuestión regional en el
proceso de gestación del estado nacional argentino.
Algunos problemas de interpretación", en Mercaderes del
Litoral del mismo autor, Bs. As., F.C.E., 1991, pp.
21-54
Pedro Quiroux