La Congregación de Franciscanas Misioneras de la
Madre del Divino Pastor, conocida popularmente como Religiosas
Franciscanas de la "Divina Pastora", es fundada por
María Ana Mogas Fontcuberta. Tiene su origen en Ripoll en
el año 1.850 y se consolida en Madrid en
1.872.
Es aprobada por León XIII, el 4 de julio de
1.896. Inspirada desde los comienzos en la espiritualidad
franciscana, en 1.878 es incorporada plenamente a la familia
franciscana.
Tiene por Titular a María, Madre del Divino
Pastor.
La Beata María Ana Mogas Fontcuberta nace en Corró
de Val-Granollers (Barcelona) el 13 de Enero de 1827 en el seno
de una familia
profundamente cristiana. Inicia su vida religiosa en Ripoll
(Gerona) en 1850, uniéndose al proyecto de dos
ex capuchinas de vivir en comunidad y
dedicadas a la
educación
de la niñez.
Fundada ya la Congregación, además de la
dedicación a las niñas, preferentemente pobres,
extiende también su acción
evangelizadora a la atención de enfermos desde una
visión clara y sensible de las necesidades de su
época.
Después de Ripoll, su celo apostólico se
desarrolla en Capellades, San Quirico, Barcelona, Madrid,
Santander, Córdoba, Toledo, etc. diversas fundaciones a
las que anima y dirige. Muere en Fuencarral
(Madrid) el 3 de Julio de 1886 en "olor de santidad".
Su lema "caridad, caridad verdadera, Amor y
Sacrificio" orientó su vida al servicio de
todos los que la necesitaron.
Sus restos, que pueden ser visitados, se encuentran en
la Iglesia de la
Casa General, en Madrid. Es proclamada Bienaventurada el 6 de
Octubre de 1996 por el Papa Juan Pablo II
Las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, somos
un grupo de
hermanas, pertenecientes a la gran familia de la Tercera Orden
Regular de San Francisco y, como tales, tenemos el Evangelio como
norma suprema de nuestra vida.
Queremos mantenernos en constante conversión, en
fidelidad a la Iglesia. Las criaturas son para nosotras un
encuentro con el Padre y una llamada a la fraternidad
universal.
Ejercemos la misión que
la Iglesia nos confía en España,
Portugal, Argentina, Chile, Perú, Venezuela,
Italia,
Moçambique y Benin e intentamos dedicar nuestra vida a dar
a conocer y hacer amar a Jesucristo y a su Iglesia para
así extender su Reino por medio del apostolado en la
enseñanza,
sanidad, atención a ancianos , pastoral parroquial y
rural, promoción de la mujer,
evangelización en países de misión,
dedicación a marginados: drogadicción, niños
sin hogar, etc. abiertas y sensibles a las nuevas necesidades de
nuestro tiempo.
Beata María Ana Mogas Fontcuberta (1827-1886)
[Biografía
tomada de L'Osservatore Romano, ed. esp., del 4-X-96].
. María Ana Mogas Fontcuberta, tercera hija del
matrimonio
Lorenzo Mogas y Magdalena Fontcuberta, nació en
Corró del Vall-Granollers (Barcelona, España) el 13
de enero de 1827. El hogar era profundamente cristiano y
armonioso.
Fue bautizada al día siguiente de nacer. A los 6
ó 7 años hizo la primera comunión. Este
acontecimiento marcó profundamente su espíritu:
desde sus primeros años profesó un gran amor a la
Eucaristía y a la santísima Virgen.
A los 7 años perdió a su padre y a los 14 a su
madre.
Al quedar huérfana la acogió en la ciudad
de Barcelona su tía y madrina doña María
Mogas, viuda y
sin hijos; de ella recibió todo el afecto y la
participación en la elevada clase social y
económica que ella disfrutaba.
En la parroquia de Santa María del Mar de
Barcelona descubrió su vocación al seguimiento de
Jesús, bajo las orientaciones de su confesor, mosén
Gorgas.
A los 21 años estaba ya dotada de una rica
personalidad
humana y espiritual, capaz de asumir los más sagrados y
firmes compromisos.
Capacitada y orientada hacia la vida de oración,
fortalecida con la frecuencia de sacramentos, inserta en la vida
parroquial e inclinada a hacer el bien a todos sin
distinción, se sentía insatisfecha, su vida no se
llenaba con las actividades sociales, religiosas y
benéficas que realizaba.
Descubrió en la oración que sólo
Dios colmaba y llenaba el vacío que experimentaba:
él se hacia luz en su camino
y la conducía por sendas insospechadas, llamadas «su
voluntad», que recorrerá
toda su vida sin escatimar el amor y el
sacrificio.
Conoció a unas monjas exclaustradas de la Orden Capuchina:
María Valdés e Isabel Yubal, que se juntaron para
vivir en un cuarto alquilado en Barcelona e intentaban rehacer su
vida, dedicándose a la educación de la
niñez.
Las asesoraba y orientaba el P. José Tous Soler,
capuchino exclaustrado. Varios fueron los contactos que se
sucedieron hasta que maduró el proyecto.
A las monjas y al P. Tous les parecía
María Ana una joven bien dotada, que podía ser una
pieza clave en los orígenes de la obra que intentaban
realizar.
Ella, por su parte, quedó impresionada por la sencillez y
humildad franciscanas de aquellas capuchinas. Bien pudiera ser
éste el primer brote aparente de la semilla del carisma
franciscano que el Espíritu depositara en su corazón y
que se iba a desarrollar cumplidamente, imprimiendo un carácter peculiar en todo su ser y
hacer.
El P. Tous y las religiosas capuchinas expusieron su
proyecto al señor obispo de Vic, don Luciano Casadevall,
que aceptó gozoso la propuesta de fundación,
nombró al P. Tous director general
y les ofreció encargarse de una escuela en Ripoll
(Gerona).
A María Ana no le fueron fáciles las cosas: la
prudencia del confesor para darle su beneplácito para
ingresar en una obra sin consistencia canónica, el
entrañable cariño de su tía y madrina, y
el
conocimiento de los riesgos que
conllevaba una institución naciente, fueron otros tantos
motivos de grandes sufrimientos.
Con serenidad y seguridad en la
llamada que Dios le hacía, tomó la decisión
y su confesor, después de orar y dialogar con el P. Tous,
le dijo: «Vete, María Ana, te llaman para
fundar».
El 13 de junio de 1850, acompañada del P. Tous,
María Ana se encamina a Ripoll, 15 días
después de que lo hicieran sus primeras compañeras
para iniciar su vida religiosa.
Las primeras religiosas aparecen en la villa de Ripoll como
«señoras de enseñanza»; el proyecto
fraguado en Barcelona no es del agrado de la Corporación
-en su mayoría ateos o indiferentes-, pero ellas,
intentaban llevar, dentro, una vida rigurosamente
monástica.
El Ayuntamiento no cumple con los compromisos
económicos pactados; llegan a pasar hambre y hasta se ven
obligadas a pedir limosna.
De estos primeros momentos deben ser los apuntes de su
cuaderno de notas espirituales: «Afianzad, Señor, y
asegurad los pasos que he comenzado a dar en el camino de vuestro
servicio de tal forma que ninguna cosa de este mundo sea capaz de
dar mis pies atrás».
Pasados los tres primeros meses de su establecimiento en Ripoll,
aconsejadas por el P. Tous y el párroco de la villa, ven
necesario que una de ellas las dirija, organice y se
responsabilice de todo lo concerniente a la vida espiritual,
apostólica y organizativa de la comunidad y la
escuela.
Se preparan a la elección con oración y
reflexión previa; asisten algunos sacerdotes y
autoridades. La elección recae en la novicia María
Ana Mogas; repiten el acto hasta tres veces y queda elegida
superiora de la naciente institución la joven novicia,
aunque no se le informará de ello hasta que
haga sus votos el 25 de junio de 1851.
Algún tiempo después, las exclaustradas se
retiran a monasterios de su orden y María Ana, con
obediencia al director general, toma las riendas de la
institución que se va perfilando con las
características propias de un nuevo carisma en la Iglesia,
de inspiración marcadamente franciscana, vitalmente
mariana. María, la Virgen Madre, Divina Pastora, es
considerada por la fundadora y sus
compañeras Suprema Abadesa del Instituto.
En Ripoll, María Ana se ve precisada a pasar
exámenes de Magisterio para ostentar la dirección de la escuela. Ella, con la
amplia cultura que
posee, los realiza con tal brillantez que obtiene el
título de maestra con óptimas calificaciones,
confirmándose en educadora de niños,
preferentemente pobres
y necesitados.
En todo lo que realiza busca siempre la gloria de Dios y
la salvación de los hombres.
El Señor va dotando al instituto con nuevos miembros y,
recibida la primera formación que cuida atentamente la
madre Mogas, se hacen -por variados motivos- otras fundaciones:
Capellades, San Quirico, Barcelona…
Pero la andadura del instituto, con la madre María Ana al
frente, va a caminar con paso firme y seguro hacia
otras tierras. Los acontecimientos se suceden y tienen que ser
leídos en clave de voluntad de Dios.
Así lee la maestra. El obispo dimisionario don
Benito Serra busca religiosas para que se hagan cargo de una obra
iniciada por él con la colaboración de una
señora de la nobleza profundamente piadosa y caritativa,
doña María Antonia Oviedo.
La obra en cuestión es para regenerar a las jóvenes
que se han iniciado en la prostitución. Esta obra está en
Ciempozuelos (Madrid). Don Benito Serra se dirige a su buen amigo
el P. José Tous, le expone su proyecto para ver si es
posible que las religiosas Capuchinas de la Divina Pastora
atiendan la naciente institución a la vez que la escuela
donde reciben enseñanza los niños del pueblo. El
instituto tiene ya bastantes hermanas; el P. Tous acepta la
propuesta y con la madre María Ana Mogas, alma de la
fundación, que encabeza el grupo de cuatro religiosas,
viaja a Madrid el 10 de
diciembre de 1865.
En Madrid, pasados los primeros días, se suceden y agravan
las dificultades; la principal es que María Ana no
encuentra su lugar inspiracional. Ora, discierne, consulta,
sufre, comunica al P. Tous los sucesos.
Dios se hace presente en su corazón con santa
paz. Le ayudan a tomar decisiones firmes el
consejo de santos confesores y hombres de oración.
¿Qué quiere el Señor para el instituto que
le ha confiado? En este dilema le ofrecen una escuela de gratitud
en Madrid y, después de comunicárselo al P. Tous,
la acepta, dejan Ciempozuelos y se van a vivir a la calle Juanelo
en Madrid.
Las distancias, la falta de comunicación periódica entre las
hermanas de Barcelona y Madrid,
la buena voluntad del P. Tous de evitar que las hermanas
conocieran los sufrimientos y dificultades que concurrían
en las hermanas de Madrid, fueron la causa de la ruptura entre
las comunidades, formándose así dos ramas
diferentes: Franciscanas Capuchinas de la Divina Pastora en
Barcelona y
Franciscanas de la Divina Pastora en Madrid, con constituciones
propias, aprobadas por los respectivos ordinarios.
Esta ruptura abrirá un surco de grandes dolores y
sufrimientos morales y hasta físicos en la vida de la
fundadora, quien confiada en la fuerza del
Espíritu, guiará y conducirá por caminos de
amor y sacrificio en el fiel cumplimiento del carisma recibido a
las hijas que el Señor le confía.
En Madrid realiza sucesivos traslados de residencia, buscando
siempre el mayor bien para la educación de la juventud,
preferentemente pobre y necesitada.
Actúa constantemente con ánimo sereno,
rectitud de corazón y seguridad en el cumplimiento de la
voluntad de Dios sobre ella y sus hermanas.
Su oración nos revela su estado
interior: «Dadme, Dios mío, un corazón puro,
acompañado de recta intención».
El instituto se va enriqueciendo con nuevas vocaciones y sus
miembros se van formando en la práctica de las virtudes
características del carisma recibido por la
fundadora.
María Ana educa y modera con firmeza y dulzura a
las recién llegadas, sostiene en sus flaquezas y anima y
estimula con el ejemplo, la oración y la
palabra.
La virtud y buen hacer de María Ana y sus
hermanas es el reclamo para que varios prelados españoles
las llamen a sus diócesis y, todavía en vida de la
fundadora, cuando su salud física declina, su
obra adquiere fortaleza y arraigo: Fuencarral (Madrid),
Córdoba (fundada para la atención de enfermos en
sus domicilios), Toledo, Santander y otros pueblos abren sus
puertas a la madre Mogas y a sus hijas.
La caridad fue el faro que iluminó su vida.
Todos cuantos la trataron descubrieron que de su
oración y contemplación del Dios Amor, se derramaba
en ella la suavidad y dulzura de una madre que atendía a
todos -sin distinción-, que tenía una sensibilidad
especial y un trato delicado para dar preferencia a los
más necesitados de bienes
espirituales o materiales.
Llegado el momento de su partida al Padre, agotada
físicamente por la enfermedad que padeció los
últimos ocho años de su vida, la madre Mogas, con
la seguridad del deber cumplido como educadora y pedagoga del
carisma recibido, dicta su testamento que es cuidadosamente
recogido por las
hermanas allí presentes y transmitido a las generaciones
venideras: «Hijas mías: amaos como yo os he amado,
sufríos como yo os he sufrido. Caridad, caridad verdadera,
amor y sacrificio».
Es el 3 de julio de 1886, en la villa de Fuencarral (Madrid),
cuando a las 12 del mediodía Dios nuestro Señor
hace realidad su deseo tantas veces expresado en la
oración jaculatoria: «¿Cuándo te
veré, Dios mío, cuándo?».
Que su testimonio de caridad -amor y sacrificio- fortalezca
nuestro caminar por las sendas de las virtudes que la condujeron
al gran día de la manifestación solemne de su
bienaventuranza, que aquí, con gozo, celebramos con toda
la Iglesia.
[El 6 de octubre de 1996 fue beatificada María Ana por el
papa Juan Pablo II, quien estableció que la fiesta de la
nueva Beata se celebre el 6 de octubre].
En nuestra institución del colegio Madre del Divino Pastor
se trabaja día a día para llevar unba
educación integral y completa a todo nuestros
jóvenes estudiantes, que son, el futuro del
país…
Le quiero enviar un muy especial a Beatriz Celis, la cual trabaja
en la biblioteca, y nos
da un tremendo servicio…
A mis panas: Luis Rodríguez, Chiristian Krauter, Jorge L.,
un saludo especial…
A todos mis pana les agradezco,
GRACIAS!
MIGUEL KUDRY