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Socialización



     

     

    Introducción

    El concepto de socialización ocupa un lugar
    central en la teoría sociológica y
    en la sociología de la
    educación y remite al tema general de la producción de la
    subjetividad. Desde su mismo planteamiento, constituye un modo
    sociológico tratar la cuestión del actor o sujeto
    social. Su misma etimología está expresando una
    tesis: la de la primacía
    de la sociedad sobre el individuo. Este último es
    visto como un efecto o construcción "social". La
    socialización supone, implícitamente, que "lo social"
    es primordial, mientras que el sujeto es un derivado. En el
    sentido tradicional (y común) de la expresión se dice
    que un individuo se socializa cuando adquiere una lengua, una serie de normas y valores, va conformando una
    personalidad. En otras
    palabras el individuo construye una subjetividad, una conciencia práctica y un
    conjunto de capacidades reflexivas, en la medida en que mantiene
    relaciones con el medio ambiente natural y
    social en el que vive.

    Las transformaciones actuales de las sociedades contemporáneas
    vienen a complicar este modelo explicativo de la
    socialización. Los más importantes desarrollos de la
    teoría sociológica contemporánea obligan a
    abandonar toda concepción ingenua de las instituciones y procesos de
    socialización. Al mismo tiempo los profundos cambios
    en las relaciones e instituciones sociales introducen dosis
    crecientes de complejidad y dificultad al difícil arte de construir
    subjetividades.

     

    1. Teorías clásicas y
    contemporáneas: el sentido común y la
    crítica

    1.1. El modelo
    clásico

    Según este esquema tradicional la
    socialización es un proceso que va de "lo social"
    a "lo individual" conformando así progresivamente una
    subjetividad. Como tal es un proceso de interiorización de
    la exterioridad. En otras palabras, la sociedad, que existe por
    fuera y por encima de los individuos y adquiere la forma de
    entidades con vida propia (tales como el lenguaje, las reglas, las
    normas, los recursos y las instituciones)
    "moldea" y produce a los individuos. La subjetividad viene a ser
    la incorporación progresiva y más o menos completa y
    exitosa de aquellas cosas sociales, que al interiorizarse
    adquieren la forma de valores, gustos, preferencias,
    inclinaciones, etc.

    Cabe recordar que existe un núcleo de verdad en
    este modo de ver las cosas. Cuando un individuo nace llega a un
    "mundo hecho". Este existe en las cosas materiales que son el fruto de
    la acumulación del trabajo de muchas generaciones
    (un territorio, las ciudades, un sistema de transporte, tecnologías
    objetivadas, obras de arte, etc.) y también como cosas
    simbólicas pero cuya existencia es bien real (el lenguaje, tradiciones,
    identidades, las reglas y normas escritas y no escritas, etc.).
    Es difícil no reconocer este dato fundamental: todos somos
    en parte el producto de la sociedad como
    entidad que en cierto sentido nos trasciende (como insistió
    con razón Emilio Durkheim). Pero más
    allá de la plausibilidad de esta constatación el
    individuo y su subjetividad no es pura interiorización de la
    exterioridad. El objetivismo, en tanto que "ismo", no es más
    que una exageración, una visión unilateral de la
    compleja relación entre individuo y
    sociedad.2.

    Las tesis de Durkheim fueron incorporadas al sistema de
    pensamiento del sociólogo
    norteamericano Talcott Parsons. Aquí la socialización
    es un recurso discursivo que permite encontrar una solución
    al clásico problema del orden social. Los individuos hacen
    lo que tienen que hacer (satisfacen los requisitos funcionales
    del sistema) en la medida en que las normas sociales se han
    interiorizado y convertido en orientaciones de valor (preferencias, gustos,
    inclinaciones, etc.).

    Esta versión un tanto esquemática de la
    socialización y que en un momento se convirtió en
    "sentido común" de muchos sociólogos, ya no tiene
    vigencia en la teoría sociológica contemporánea,
    al menos en sus versiones más desarrolladas y complejas. Sin
    embargo todavía subsiste y orienta los modos de ver de
    muchos agentes que reivindican una cierta autoridad intelectual cuando
    hablan de la sociedad y sus principales problemas.

     

    1.2. Crítica del sentido
    común sociológico

    La sociología convencional
    de la socialización parte de tres supuestos teóricos
    básicos. El primero postula una separación entre
    individuos y sociedad. El segundo afirma la prioridad lógica de esta
    última sobre los primeros. Por último se concibe a la
    sociedad como una totalidad integrada y no contradictoria. Las
    concepciones contemporáneas de la socialización parten
    de la crítica a estos tres presupuestos.

    Por lo general, cuando se separa individuo y sociedad y
    se le adjudica a esta última una existencia independiente se
    tiende a otorgarle una primacía sobre los individuos. La
    pregunta principal gira en torno al individuo como
    construcción social. La sociedad existe primero. Los
    individuos son una especie de "efecto de sociedad". De allí
    la connotación especial que tiene el concepto de
    socialización en este modo de ver la relación entre
    estas entidades previamente separadas. Si sólo existe como
    dice el título de un libro de N. Elías, "la
    sociedad de los individuos", la socialización debe
    entenderse como un proceso bidireccional: el agente social es al
    mismo tiempo una construcción y el constructor de la
    sociedad.

    Según el esquema tradicional, existe una
    división del trabajo en la sociedad entre agentes
    socializados (por lo general las nuevas generaciones) y
    determinadas instancias de socialización. Estas últimas
    se encargan de configurar la subjetividad de los primeros, y lo
    hacen durante las primeras etapas de su vida. Por qué no
    pensar que la realidad es más compleja y recordar que tanto
    hace el padre al hijo (el maestro al alumno, etc.) como el hijo
    al padre (GIDDENS A., 1985).

    La socialización no es un proceso unidireccional
    entre un agente o instancia socializadora y determinados agentes
    socializados. Los primeros tendrían un rol activo, mientras
    que a los segundos serían meros agentes pasivos de
    socialización.

    Sobre el carácter interdependiente
    del proceso de socialización, Elías advierte que si
    bien la relación entre padres e hijos es una relación
    de dominación, ésta es una relación compleja.
    Entre padres e hijos existe un equilibrio de poder a favor de los primeros,
    pero los niños no son agentes
    completamente pasivos ya que, como dice Elías "también
    en este caso se presenta una reciprocidad de las oportunidades de
    poder". En efecto, "las cosas no se limitan al poder de los
    padres sobre los hijos, sino que normalmente los niños,
    incluso los recién nacidos, también ejercen un poder
    sobre los padres. A través de sus gritos pueden pedir
    auxilio. En muchos casos, el nacimiento de un niño obliga a
    que los padres reorganicen su estilo de vida. Al preguntarse
    cómo los niños ejercen un poder considerable sobre los
    adultos, se encuentra de nuevo una circunstancia y señalada:
    los niños cumplen una función para sus padres.
    Representan el cumplimiento de determinados deseos y necesidades"
    (ELIAS N., 1998, pág. 419). Si los niños ejercen un
    poder sobre los padres, contribuyen a su propia construcción
    como tales. Por lo tanto el proceso de socialización nunca
    es unidireccional.

    El esquema clásico de la socialización, al
    enfatizar el movimiento que va de lo social
    objetivado (normas, instituciones, sistemas materiales y
    simbólicos) a lo social incorporado lleva naturalmente a
    concebir al sujeto como un agente supersocializado, es decir,
    totalmente constituido como interiorización de la
    exterioridad. Todo comportamiento y producto de
    la acción humana es el
    resultado de un conjunto de estados psíquicos (actitudes, preferencias,
    necesidades, intereses, intenciones, etc.) que son el resultado
    de un proceso de socialización. No hay en el sujeto nada que
    (instintos, pulsiones, etc.) que no sean el resultado de esta
    determinación exterior. Por lo tanto, los conflictos entre el individuo
    y la sociedad se explican como el resultado de una
    socialización defectuosa, incompleta o
    inadecuada.

    Si todo lo que el sujeto es en términos de
    necesidades, actitudes, intereses, etc. depende de la influencia
    de factores externos, se puede pensar en construir sujetos
    conforme a modelos predeterminados,
    simplemente manipulando esos factores (estructuras, instituciones,
    organizaciones, sistemas
    normativos, etc.). Gran parte del optimismo pedagógico
    (típico de la segunda mitad del siglo XIX) se basa en este
    supuesto explícito o implícito. Sin embargo la
    experiencia histórica muestra que no es fácil ni
    manipular la sociedad, ni desconocer la base biológica de la
    existencia humana. El proceso de dominación y conquista que
    Europa impone a América muestra los
    límites de est a
    visión mecánica del proceso de
    socialización.

     

    1.3. El papel de los
    automatismos y lo no consciente

    La separación entre individuo y sociedad
    también está en la base de los dualismos teóricos.
    Por una parte, la afirmación extrema del determinismo de la
    sociedad termina por negar la idea misma de sujeto. El sujeto
    supersocializado es una especie de autómata inconsciente
    simple ejecutor de un libreto socialmente predeterminado. En este
    caso la sociedad es todo y los individuos un simple "efecto de
    sociedad". Pero este extremismo es genera su opuesto. El interés por rehabilitar al
    sujeto lo convierte en agente racional, constructor consciente de
    la sociedad. El sujeto más que agente supersocializado se
    convierte en un constructor libre de la sociedad.

    En vez de discutir en abstracto acerca del peso
    respectivo de la conciencia y la no conciencia habría que
    preguntarse acerca de aquellas condiciones sociales que favorecen
    el desarrollo de los automatismos
    y las rutinas o bien del cálculo y la reflexión.
    Y esto termina siendo una cuestión de socialización, es
    decir, un resultado del conjunto de experiencias que explican el
    desarrollo de las subjetividades en una sociedad
    determinada.

    La socialización es el proceso ininterrumpido de
    constitución de un
    "habitus", entendido "como sistema de estructuras cognitivas y
    motivadoras". Según Pierre Bourdieu (1980) éste no es
    más que ese complejo producto de la historia que nunca podrá reducirse a
    una fórmula, por más que el psicólogo (en el caso
    de un individuo) o el sociólogo (en el caso de los grupos o clases de individuos)
    intente aproximarse a él mediante la producción de
    esquemas y principios.

     

    1.4. Socialización y
    técnicas del
    cuerpo

    La moderna teoría de la socialización afirma
    que ésta no es sólo una cuestión de
    internalización valores y actitudes (una "educación del espíritu") sino que
    es una construcción social del cuerpo. Sobre la base
    biológica cada agente social tiene un cuerpo construido. Su
    porte, su mímica, sus gestos, su movimiento etc., no tienen
    dada de "natural". Delatan determinadas experiencias, posiciones
    y trayectorias (dominantes, dominadas, agrícolas, urbanas,
    etc.). El habitus es al mismo tiempo hexis (entendida como manera
    duradera de llevar el cuerpo, de hablar, de caminar, etc.) y
    ethos, es decir, maneras de ser o de hacer objetivamente
    sistemáticas. El aprendizaje no reside solo en
    la memoria y la mente, sino
    también en el cuerpo. En el mismo se inscriben no sólo
    predisposiciones sino también valores. Así como existe
    un lenguaje del cuerpo, actuamos con el cuerpo y hablamos con el
    cuerpo. Se puede manifestar respeto, sumisión, humildad,
    inseguridad o soberbia,
    dominación, seguridad, orgullo a través
    del uso del cuerpo.

    P. Bourdieu distingue bien lo que es una creencia como
    conjunto de "dogmas y doctrinas instituidas y la "creencia
    práctica". Esta última es "la creencia en actos" que se
    forma en las experiencias primarias del agente social. Estos
    aprendizajes se inscriben en el cuerpo, el cual funciona
    según la fórmula de Pascal, como "un autómata
    que ‘arrastra al cuerpo sin que éste lo piense’
    al mismo tiempo que como un depósito donde se conservan
    los valores más
    preciosos" (BOURDIEU P. 1980, pág. 115). Pensar,
    reflexionar, no es una acción que sólo ejecute el
    "espíritu", sino que también es función de un
    cuerpo socializado.

    Marcel Mauss ya había insistido en la importancia
    de lo que él denominó "técnicas del cuerpo". Estas
    son "las maneras en que los hombres, sociedad por sociedad, de un
    modo tradicional, saben servirse de su cuerpo" (MAUSS, M., 1999,
    pág. 365). En gran medida, el proceso civilizatorio
    trabajó sobre el cuerpo de los agentes sociales mediante la
    aplicación de una serie de tecnologías basadas en
    saberes (psicología, pedagogía, etc.)
    (FOUCAULT M. 1976) utilizadas
    sistemáticamente en determinadas instituciones (Iglesia, familia, escuela, cárcel, hospital,
    etc.) hechas para socializar, es decir, formar sujetos conforme a
    un proyecto dominante.

    Toda socialización exitosa deja huellas en el
    cuerpo. No sólo "el intelecto" sabe, sino que también
    el cuerpo posee conocimientos. Lo dice bien Jorge Luis Borges: "Nuestro
    cuerpo sabe articular este difícil párrafo, sabe tratar con
    escaleras, con nudos, con pasos a nivel, con ciudades, con
    ríos correntosos, con perros, sabe atravesar una calle
    sin que nos aniquile el tránsito, sabe engendrar, sabe
    respirar, sabe dormir, sabe tal vez matar: nuestro cuerpo, no
    nuestra inteligencia. Nuestro vivir es
    una serie de adaptaciones, vale decir una educación del
    olvido" (J.L. BORGES, 1980, pág.
    155).

     

    2. Las condiciones actuales
    de la socialización

    2.1.
    Desinstitucionalización y la
    subsocialización

    La sociología "inventó" la sociedad (una
    entidad que siempre era al mismo tiempo nacional y estatal).
    Ahora la sociología puede hacer su trabajo prescindiendo de
    este concepto. En verdad, aunque la sociología como
    tradición discursiva lo olvide a menudo, la sociedad de la
    que hablaba era por lo general una sociedad
    nacionalestatal.

    La sociología como campo intelectual relativamente
    autónomo tiene la misma edad que el Estado nación moderno. Hoy son
    otras las condiciones del desarrollo social. Los cambios
    son de tal calibre que muchos se han visto tentados a hablar de
    "la declinación de la idea de sociedad" (Dubet y Martuccelli
    1998) cuando no de la lisa y llana "muerte de lo social". El
    concepto de sociedad se habría vuelto "inútil" para
    muchos análisis
    sociológicos en la medida que pueden desarrollarse sin
    necesidad de ese concepto totalizador.

    Junto con la caída de la idea (y su referente real)
    de sociedad caen otros principios que estructuraban la
    visión de los sociólogos: la totalidad, la integración social, la idea
    de centro, los actores dominantes, el trabajo industrial, el
    Estado y su soberanía, el progreso y
    la modernidad, etc. Pareciera ser
    que la crisis de un modelo
    tradicional de sociedad pone en crisis toda la estantería
    conceptual que se había ido armando para rendir cuentas de los principales
    procesos e instituciones sociales. Desde esta perspectiva todo es
    post (postmodernidad,
    postburocracia, postindutrial, etc.).

    Este razonamiento coloca en la mira de la crítica
    toda la concepción tradicional de la socialización como
    simple interiorización de la exterioridad. La
    socialización como proceso de producción de la
    subjetividad merece una crítica radical. El argumento de
    fondo gira en torno de la denominada desinstitucionalización
    que acompaña la crisis de la sociedad como concepto y como
    realidad.

    Todo parece indicar que el agente supersocializado
    está siendo desplazado por la idea opuesta de un individuo
    subsocializado. La vieja idea de sujeto disciplinado (por
    la familia, la iglesia y la
    escuela) está siendo reemplazado por el sujeto anómico
    contemporáneo fuente y explicación de todos los
    desórdenes. En un caso la sociedad es fuerte, se impone a
    los individuos. Cada uno está hecho para jugar un juego determinado y para
    ocupar un lugar preconstituido. Hoy nuestras sociedades
    latinoamericanas están en transformación permanente.
    Masas de individuos deben enfrentar contextos estructurales
    completamente diferentes de aquellos que presidieron la
    configuración de su subjetividad (campesinos que deben
    acomodarse en las ciudades, mujeres hechas para el hogar que
    tienen que trabajar, etc., individuos que llegan a instituciones
    que no han sido hechas para ellos (ni ellos hechos para ellas).
    Lo normal es el desajuste entre el habitus y las
    condiciones de vida. En este contexto "tienen éxito" aquellos que han
    desarrollado un sistema de predisposiciones apto para decidir en
    la incertidumbre, cambiar permanentemente de preferencias,
    mantener su seguridad básica aun cuando cambien radicalmente
    las circunstancias, ser uno mismo mientras el mundo
    cambiaetc. El resultado es un individuo
    escindido, atravesado por contradicciones, sin un sistema
    ontológico de seguridad básica bien establecido
    (desestructuración y desestabilización de la familia,
    debilidad de la escuela, impacto de los medios masivos de comunicación,
    etc.).

     

    2.2. La fuerza de lo
    social

    Las cosas sociales existen y se hacen sentir. Cualquier
    agente "sabe", "siente", "padece" o bien simplemente "percibe"
    que existen límites y condiciones para su acción. Sabe
    que ni siquiera es capaz de dominar su lenguaje, pero
    también intuye que mientras más dominado está por
    el lenguaje, más capacidad tiene de decir cosas y por lo
    tanto más probabilidades tiene de crear e innovar (incluso
    su propio lenguaje). El discurso apocalíptico
    típico del ensayo y la reflexión
    genérica sobre el mundo que vivimos tiende a absolutizar y a
    generalizar sin fundamento. La muerte de lo social, la
    desintitucionalización, la decadencia de la familia y la
    escuela, y otras sentencias análogas pueden ser títulos
    muy vendedores para libros de moda, pero no ayudan a comprender
    las principales realidades tanto cotidianas como extracotidianas
    que estructuran la vida de los agentes en las sociedades
    actuales. No se puede reemplazar un esquematismo (el individuo
    supersocializado) por otro (el individuo sin sociedad). Uno niega
    el carácter complejo y activo del agente social, el otro lo
    erige en una especie de self made man literal, todopoderoso,
    libre y liberado de toda determinación de las cosas
    sociales. Por una parte se espera que la socialización
    producta individuos capaces de asegurar la integración de la
    sociedad y por la otra se espera que estos mismos individuos sean
    capaces de producir acciones autónomas (DUBET
    F. Y MARTUCCELLI D. 1996). Estas visiones esquemáticas
    pueden ser útiles en las batallas académicas, pero son
    totalmente estériles a la hora de intentar una
    comprensión de la complejidad de cualquier fenómeno
    social contemporáneo. No hay que confundir una
    transformación en las formas de las instituciones con su
    lisa y llana desaparición. La familia tradicional está
    en crisis, nadie lo puede negar. La institución escolar
    sufre profundas modificaciones en sus dispositivos y procesos.
    Las cosas ya no son como eran en otros tiempos. Pero esto no
    autoriza a hablar de la muerte de la familia y el fin de la
    escuela. En verdad la buena sociología debería
    impedirnos hablar de "la" familia y "la" escuela en singular y en
    general. En todos los casos habrá que preguntarse acerca de
    cuáles son las condiciones sociales concretas que producen
    individuos autónomos y al mismo tiempo integrados a una
    totalidad que de alguna manera los trasciende. Si no se abandona
    el terreno del debate puramente teórico,
    no será posible superar la vieja tentación de separar
    individuo y sociedad y postular "conceptualmente" la
    primacía de uno u otro término de la
    relación.

    Lo mismo puede decirse de los cambios en otra agencia
    básica de socialización como la escuela moderna. Hoy la
    mayoría de las escuelas públicas de América Latina ya no se
    parecen a esa vieja institución típica de la primera
    (conformación del Estado nación e inserción
    en el sistema capitalista occidental) y segunda fase del capitalismo (economía industrial y urbana). Las
    escuelas son más numerosas, pero tienen otro sentido, otros
    destinatarios, otras dimensiones, otros vínculos con el
    "centro", otras capacidades, otros desafíos y expectativas
    sociales que cumplir. Y sin embargo allí están, con
    todas sus pobrezas y contradicciones siguen contribuyendo a
    "fabricar" agentes sociales. Lo hacen en otras condiciones, con
    otros recursos, imbricadas en otro sistema de relaciones (con la
    familia, el mercado, las iglesias, el estado,
    etc.) que es preciso investigar y comprender mejor. Pero de
    allí a decir que ni la familia ni la escuela (ni el Estado,
    ni la estructura social, etc.) son
    capaces de producir sujetos, y que estos están librados a su
    suerte y "se hacen a si mismos" existe una distancia abismal que
    no es aconsejable recorrer sin mayor reflexión.

     

    2.3. La socialización
    escolar contemporánea

    Es bien sabido (TEDESCO, J.C. 1986, TENTI FANFANI E
    1999) que la escuela que hoy conocemos en América Latina
    tiene la edad del Estado Moderno. Desde su momento constitutivo a
    mediados del siglo XIX, el estado inicia un sistemático
    proceso de construcción de escuelas a lo largo y ancho de
    sus territorios. Primero las escuelas alcanzaban a una
    pequeña minoría de la población, pero desde los
    orígenes el Estado dio claras señales de su
    interés por la escolarización universal y obligatoria
    del conjunto de la población infantil. Los sistemas
    educativos tenían una racionalidad civilizadora
    explícita. Como decía un pedagogo mexicano de fines del
    siglo XIX, se trataba de "hacer de cada indio un gentleman". Este
    era un objetivo estratégico de
    las élites en el poder que ganaron el derecho a construir
    los Estados Nación Modernos en la América Latina. De
    allí el carácter estratégico de esta empresa. Su objetivo es alcanzar
    con su acción a todos los miembros de las nuevas
    generaciones, objetivo que todavía no ha sido alcanzado en
    la mayoría de los Estados Nación de la América
    Latina contemporánea, donde todavía se constatan imp
    ortantes manifestaciones de viejas y nuevas formas de
    exclusión escolar. Pero la escolarización fue al mismo
    tiempo masiva y desigual, jerarquizada.

    ¿Cuál es la capacidad que tienen las
    instituciones escolares, en especial las que se encargan de
    la educación general
    básica para "construir subjetividades"? Para intentar un
    esbozo de respuesta hay que mirar fuera de la escuela, ya que
    ésta no es una esencia, sino que tiene, como todos los
    objetos sociales una realidad relacional. Antes y durante la
    acción escolar están la familia y los sistemas masivos
    de producción y difusión de bienes culturales. Lo menos
    que se puede decir es que no existe un "programa social" de
    construcción de subjetividades. En verdad, la única
    agencia que lo tiene (el programa escolar) es la escuela, pero su
    eficacia es extremadamente
    relativa.

    Sin embargo, todavía se tiende a creer que es
    posible pensar al sistema educativo en
    términos fordistas como una inmensa fábrica de sujetos
    (de ciudadanos, de hombres ,etc.) en función de un proyecto
    (de mexicano, de argentino, etc.). Toda la pedagogía se
    esfuerza por encontrar los mejores medios de producción de
    hombres educados conforme a esta fórmula: definición
    pública (y hasta legal) del "hombre ideal" + medios
    adecuados para construirlo (tiempos de aprendizaje, curriculum, contenido,
    organización educativa,
    etc.). Las políticas públicas
    deberían proponerse objetivos más humildes y
    al mismo tiempo más articulados con otros ámbitos de
    vida de los individuos, en especial, la familia y el mundo del
    trabajo y de vida de la población.

    Más que proponerse construir subjetividades
    preformuladas (esos especie de "homúnculos" artificiales: un
    sujeto que sepa esto y aquello, que valore esto y aquello, que
    haga esto y aquello, que tenga estas y aquellas competencias específicas,
    etc.) sería preciso ofrecer oportunidades de aprendizajes
    abiertos y diversificados, e incluso no necesaria y completamente
    coherentes y articulados. Nadie puede controlar todo el proceso
    de conformación de las subjetividades. Sería como
    planificar todas las experiencias vitales de los sujetos. En las
    condiciones actuales la vida no se deja encerrar en un proyecto.
    Pero esta perspectiva genera su exacto opuesto: el
    espontaneísmo absoluto, la renuncia a todo intento de
    orientar la producción de la sociedad y los individuos.
    Quizás lo más sensato sea pensar en términos
    más equilibrados. Una sociedad tan plural y diversa como la
    mayoría de las sociedades latinoamericanas, que además
    mezcla diferencia con dominación, debe ser objeto de una
    construcción humana colectiva, razonada y racional.
    Quizás una primera condición para superar ambos
    extremos sea partir del reconocimiento de la complejidad extrema
    que tiene esta cuestión. Seria un modo eficaz de precaverse
    contra todo intento de esquematismo y sobresimplificación.
    El que diseña y ejecuta políticas de formación
    debe ser consciente de esta complejidad y de los peligros que
    acecha tamaña pretensión.

    La solución no es el renunciamiento y la entrega al
    "mar de la objetividad", es decir, el abandono de toda
    pretensión de hacer la historia en función de ciertos
    valores que son al mismo tiempo producto de la historia, pero que
    la trascienden y por eso pueden pretender a la universalidad. La
    declaración universal de los derechos del hombre y sus manifestaciones
    específicas en el derecho positivo de la sociedad
    internacional (Derechos del niño y el
    adolescente, de las mujeres, etc.) constituyen una buena base de
    apoyo para orientar la estrategia formativa de las
    instituciones escolares. La escuela pública de las
    sociedades latinoamericanas actuales, dadas ciertas condiciones,
    puede constituirse en un espacio de vida donde las nuevas
    generaciones puedan experimentar y asumir conscientemente valores
    universales tan necesarios para la convivencia pacífica y
    democrática como para el desarrollo de las potencialidades
    más humanas de los agentes sociales.

    Pero será preciso recordar que el mundo que vivimos
    es al mismo tiempo cada vez más diverso y desigual y por lo
    tanto la formación de los agentes sociales será un
    terreno donde se enfrenten intereses y actores colectivos en
    conflicto. La
    socialización, no fue nunca ni será en el futuro un
    proceso pacífico. La formación de los hombres es
    materia de conflicto y
    constituye un elemento fundamental de toda estrategia de
    dominación que por lo general trasciende a las generaciones
    y tiende a proyectarse en el futuro.

     

    Bibliografía

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      realidad. En: Prosa Completa, tomo I. Bruguera,
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      de Minuit. Paris.
    • BOURDIEU P. (1999); La domination masculine. Seuil,
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    • DUBET F. Y MARTUCCELLI D. (1998); Dans quelle
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      Manantial, Buenos Aires.

     

    Notas

    1. Artículo publicado en: Carlos ALTAMIRANO (Ed.);
    Términos críticos. Diccionario de sociología
    de la cultura. Paidos 2002, Buenos
    Aires.

    2. Lo mismo puede decirse de su contraparte, el
    subjetivismo que en sus versiones más esquemáticas
    insiste en negar el peso de las cosas sociales y reivindicar a un
    supuesto sujeto esencial, liberado de toda necesidad y
    constructor libre de sí mismo y de la sociedad.

     

    Emilio Tenti Fanfan

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