El Uruguay y la crisis del MERCOSUR. Algodón entre dos cristales o jamón del sándwich
- Los
destinos posibles del Uruguay - El
Tratado del Río de la Plata - El
Mercosur debe seducir, no imponer - El
impacto ambiental
"El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el
Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y
contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido
entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Seguramente, sus
repercusiones son aún más lejanas".
Con estas palabras inicia el uruguayo Alberto Methol
Ferré su iluminador estudio sobre las características
históricas y geopolíticas de su país, "El
Uruguay como problema". El haber soslayado este
principio fundamental por parte de la Argentina y, parcialmente,
por Brasil generó, a lo largo de los meses de diciembre de
2005 y enero de 2006, una de las más graves crisis en el
seno del MERCOSUR, crisis cuyos efectos directos e indirectos
todavía no han terminado de desarrollarse.
Entendemos que el MERCOSUR es el núcleo más
importante del proceso de unificación
continental suramericana, en la medida en que ha logrado
estructurar, como eje aglutinante, a los dos países de mayor
peso específico en la región, Brasil y Argentina, en la
perspectiva que planteara el histórico discurso del General Juan
Domingo Perón en la Escuela Nacional de Guerra, el 11 de noviembre de
1953 (2) . La idea fundacional de que sólo una alianza
estratégica entre Argentina y Brasil podía establecer
un núcleo geopolítico, económico y poblacional
capaz de atraer como un inmenso planeta al conjunto de los
estados del continente a un proceso de integración, comenzó a
tomar forma histórica e institucional. La reciente
incorporación plena de Venezuela, que pone en el
MERCOSUR, además, la presencia de un gran productor
petrolero, el pago simultáneo de su deuda a los organismos
internacionales por parte de Brasil y Argentina y la asistencia
financiera prometida y comenzada a ejecutar por parte del
gobierno de Hugo Chávez han sido las
manifestaciones más evidentes de la existencia real de este
nuevo eje de reagrupamiento continental. El acuerdo para la
construcción de un
megagasoducto que una el lago de Maracaibo con la Bahía
Lapataia, atravesando longitudinalmente nuestro continente, obra
a la cual el presidente Evo Morales de Bolivia, en su discurso
ante la Asamblea Legislativa de su país, ha pedido
expresamente ser incluido, da una idea de la magnitud y la
potencialidad sinérgica del bloque continental nacido en el
Tratado de Asunción.
Pero desde sus inicios el MERCOSUR ha sufrido
periódicas crisis determinadas por la distorsiva influencia
que han jugado los núcleos empresariales y mercantiles de
los dos países económicamente más importantes del
bloque. En efecto, la poderosa burguesía paulista, por su
lado, y el sector importador-exportador, en tiempos de Menem, y el manufacturero en la
actualidad, han tratado de hacer jugar los acuerdos mercosurianos
a sus inmediatos, muchas veces coyunturales y poco
estratégicos intereses. Y en ese juego siempre se ha perdido de
vista una política que incluya y estructure la
participación y presencia de los dos países más
pequeños del MERCOSUR: Uruguay y Paraguay.
Los destinos posibles del
Uruguay
La diplomacia inglesa, el ministro Canning y su agente,
Lord Ponsomby, lograron arrancar a la Banda Oriental
–Provincia Cisplatina del Imperio de Brasil, en ese
momento- de la comunidad platina. Como dice
Methol Ferré: "Por tanto, la condición de existencia
del país era no intervenir, no comprometerse jamás con
sus vecinos. Diríamos que el Uruguay es fruto de una
intervención para la no intervención. Fuimos
intervenidos, para no intervenir. Es el otro rostro del destierro
de Artigas. Más que exilio de Artigas, hubo exilio americano
del Uruguay. Tal el sentido de la Paz de 1828, origen del
país. De ahí el mote de todos conocido: Estado tapón,
‘algodón entre dos cristales’" (3) . Los
cristales éramos los argentinos y los brasileños a
quienes había que impedir que se hiciesen dueños de la
Cuenca del Plata. En el medio estaba el pequeño país
con su gran ciudad y su burguesía comercial que arrancaba al
conjunto de su campaña de las históricas y naturales
relaciones con Santa Fe, Entre Ríos y las Misiones. La
muelle función del algodón
estaría asegurada por una orgánica integración económica
del nuevo estado al esquema agroexportador al Reino Unido en las
condiciones de semicolonia privilegiada.
Como es bien sabido, ese sistema comenzó a entrar
en una crisis irreversible ya en la década del 30 del siglo
pasado. El eclipse del Imperio Británico y su reemplazo por
el imperialismo yanqui no
permitieron el restablecimiento de las ventajas que generaba en
el país suramericano la complementariedad de su economía con la inglesa. El retorno del
Uruguay a su ámbito suramericano y a su condición
platina fue, a partir de entonces, tan sólo cuestión de
tiempo. Y es, justamente, el
papel que el Uruguay cumpliría en ese retorno al hogar, lo
que ha sido materia de análisis y
discusión, pero también objeto de la política en
el Río de la Plata y de la estrategia norteamericana en la
región. Y sobre esta perspectiva Methol Ferré
exponía, ya en 1967, cuatro, y sólo cuatro, hipótesis:
Un Uruguay recuperado puede reinsertarse
fundamentalmente en la Cuenca del Plata o restablecer su
relación con Europa, según el modelo tradicional.
Un Uruguay sin capacidad de recuperación se
convertiría en un protectorado de Argentina y Brasil,
incluyendo la posibilidad de una división de su territorio
entre ellos, o en un protectorado norteamericano, con un EE.UU.
no interesado en la producción uruguaya al
modo como lo fue el Reino Unido, sino como un Shylock que
convierte sus acreencias en una cuña entre Brasil y
Argentina, o sea impide la constitución del MERCOSUR
(4) .
La segunda hipótesis ha quedado descartada,
ya que la política agraria proteccionista de Europa impide
ese camino, aún cuando el Uruguay haya buscado exportaciones alternativas, como
la de madera para la industria papelera, pero que
no alcanzan para reemplazar los beneficios obtenidos durante
décadas gracias a la renta diferencial. De la misma manera
puede descartarse la tercera hipótesis, ya que no están
en la política exterior ni de Brasil ni de Argentina tales
objetivos, sin mencionar que
semejantes propósitos serían inconcebibles e
inaceptables para la potencia hegemónica, como lo
dejó demostrado la primera Guerra del Golfo.
De modo que sólo quedan la hipótesis primera
que implica la reintegración uruguaya al sistema
suramericano o su transformación en una base de operaciones imperialista en la
llave de nuestros grandes ríos.
El Tratado del Río de la
Plata
Algo de esto tuvo en miras el general Perón, cuando
en su tercer gobierno, logró, con la más completa
aquiescencia y participación uruguaya, que ambos países
resolvieran sus centenarios litigios fronterizos sobre el
río Uruguay, el río de la Plata y sus respectivos mares
territoriales. Como me ha confirmado en correo electrónico el doctor
Ramiro Podetti, "lo hicieron de un modo ejemplar, creando
antecedentes valiosos para el derecho internacional, al
establecer un sistema modelo de administración conjunta
de recursos compartidos". Y
agrega nuestro corresponsal argentino, residente en Montevideo:
"Simplemente te recuerdo que hasta el Tratado del Río de la
Plata, impulsado por Perón y firmado en 1973 (Perón
vino a Uruguay para la firma, y se llevó su revancha
histórica, porque fue aclamado por el pueblo uruguayo en las
calles (5)) el Río de la Plata era considerado como aguas
internacionales por la mayoría de los países del mundo,
a partir del criterio inglés de que los
estuarios son extralimitables y por tanto no pertenecen a los
ribereños. El caso argentino-uruguayo y sus conflictos centenarios sobre
el Río de la Plata eran una prueba más de tal doctrina.
Si hoy el Río de la Plata es propiedad de Argentina y
Uruguay, reconocida por todas las naciones del mundo, es por el
Tratado de 1973".
A raíz de este tratado surgieron las Comisiones
Administradoras (del Río de la Plata, CARP, y del río
Uruguay, CARU), y la Comisión Mixta que organizó la
licitación, adjudicación, construcción y
explotación de Salto Grande, la primera generadora de
energía eléctrica
binacional en América Latina, entre otros
resultados favorables a aquella hipótesis de la
reinserción platina del Uruguay. Pero sobre este tema
queremos volver más adelante.
El Mercosur debe seducir, no
imponer
Como se ve la integración plena y satisfactoria de
la República Oriental del Uruguay al Mercosur es un tema que
adquiere una enorme trascendencia, que supera, obviamente, la
estrecha mirada mercantilista que se obstina en considerar
nuestro acuerdo regional con el miserable cálculo del debe y el
haber.
El Brasil, a través de su canciller Celso Amorim,
ha reconocido enfáticamente el superficial tratamiento que
han tenido los numerosos reclamos uruguayos relacionados con las
diversas asimetrías que caracterizan las relaciones de los
países integrantes del Mercosur. Pero para alcanzar este
reconocimiento el Uruguay se vio obligado a tensar la soga hasta
el borde mismo de la ruptura, haciendo público, a
través de su ministro de Economía, su interés en firmar un
TLC con los EE.UU., instancia
expresamente vedada por los acuerdos que rigen al bloque. Lo que
se oculta detrás de esta amenaza, así como de las
expresiones del actual ministro de Agricultura y Ganadería, Pepe Mujica,
-más allá de las maquinaciones de la embajada
norteamericana- es el tratamiento desconsiderado y prepotente que
muchas veces aplican tanto Brasil, como la Argentina, al Uruguay
y a sus posibilidades de obtener inversiones productivas y de
exportación a los dos
países mayores.
En este marco adquirieron una importancia más
allá de toda mesura las protestas de los vecinos de
Gualeguaychú contra la construcción de dos plantas productoras de pasta
celulósica en Fray Bentos, del otro lado de la ribera del
río Uruguay, impulsadas por los parroquiales intereses
electorales del gobernador Jorge Busti y por los designios
británicos de la organización Green Peace.
Pero esto no hubiera significado una amenaza de relevancia para
el Uruguay, si detrás de las manifestaciones y cortes de
puentes no hubiera estado la Cancillería y el Poder Ejecutivo Nacional con
una muy escasa visión estratégica sobre el problema que
está en juego. El gobierno uruguayo, a poco de comenzadas
las protestas, vio con preocupación que su par argentino,
lejos de ponerlas en su contexto y canalizarlas
diplomáticamente, se hacía cargo de las mismas y hasta
el canciller en ese momento, el doctor Rafael Bielsa, en plena
campaña electoral, visitó la localidad entrerriana,
conversó con los vecinos y alentó las
movilizaciones.
La construcción de las plantas de celulosa ha sido la
consecuencia lógica de la
política de grandes inversiones públicas en
forestación hechas por los gobiernos uruguayos durante los
últimos diez años, a las cuales han destinado, incluso,
los fondos de pensión. El paso siguiente a la
exportación de madera es, naturalmente, la de pasta de
celulosa y, mejor aún, de bobinas de papel. Un país
como Uruguay, con una enorme dependencia de su sector agrario y
con imperiosa necesidad de nuevas fuentes de trabajo no puede sino recibir
con beneplácito estas propuestas, que, por otra parte,
también fueron ambicionadas hace unos diez años por el
mismo gobernador Busti, para que se instalasen en su
provincia.
Cierto es, también, que el gobierno de Jorge
Batlle, que fue quien realizó el contrato con las empresas Botnia y ENCE,
soslayó un trámite que hubiera ahorrado gran parte de
toda esta escalada. La Comisión Administradora del Río
Uruguay, establecida por el Tratado del Río de la Plata de
1973, tiene como tarea la supervisión de todo lo que
los estados ribereños hagan sobre el lecho, la superficie y
las costas del río y tanto la Argentina como el Uruguay
tienen la obligación de informar sobre cualquier actividad
que influya en el mismo. Al no hacerlo, el Uruguay violentó
el principio de administración conjunta
de los recursos compartidos, el cual constituye un importante
antecedente de integración, principio que la negociación diplomática
deberá restablecer.
La desmedida reacción argentina, la sensación,
muchas veces justificada, del gobierno uruguayo de sentir que su
vecino y socio le impone criterios, o como en el caso de las
plantas de celulosa, actúa con una absoluta falta de
respeto a su soberanía nacional, han
generado este conflicto que llevó al
Mercosur a una de sus más graves crisis. Al parecer,
Itamaraty habría tenido una más rápida y precisa
percepción acerca de la
naturaleza del problema y las
declaraciones tanto de Celso Amorim como del presidente Lula
reflejan esta reacción.
Las últimas declaraciones del presidente
Néstor Kirchner posteriores a su entrevista con Lula, en las
que define las movilizaciones de Gualeguaychú como una
cuestión "ambiental" y reconoce el derecho uruguayo a
buscar los acuerdos que mejor satisfagan su interés
nacional, indican un cambio en el tratamiento de
esta delicada cuestión en la que están en juego la
viabilidad del MERCOSUR y de la integración
suramericana.
Otro tema es el referido al impacto ambiental que
tendrían las plantas de celulosa y que, por ahora, es el
único que ha trascendido la barrera de los medios. Los vecinos de
Gualeguaychú y algunos grupos ambientalistas, alentados
por una onerosa y no ingenua prédica de organizaciones ecológicas
estrechamente vinculadas a intereses imperialistas, como Green
Peace, han reaccionado con furor de cruzados contra este posible
efecto. Dotados de informaciones a medias, prejuicios
antiindustrialistas, soberbia xenófoba y una visión de
campanario han logrado el apoyo de los medios gráficos y
electrónicos para sus cortes de puentes y sus retenes a
transportes que se dirigen a las plantas en construcción,
oscureciendo por completo el complejo problema.
Es obvio que toda actividad humana produce un cierto
impacto ambiental. Y también es cierto que la experiencia de
las empresas papeleras en las márgenes
del Río Paraná ha significado un importante deterioro
del medio ambiente. Pero
también es rigurosamente cierto que la Comunidad Europea,
EE.UU. y Canadá han logrado desarrollar, en los últimos
años, procesos que minimizan a
niveles de inocuidad este impacto. Se trataría, en suma, de
adoptar para toda la región y desde una normativa del
MERCOSUR –consensuada entre el conjunto de sus miembros-,
los mismos criterios que rigen para la instalación de estas
industrias en aquellos
países y, en lugar, de condenar al atraso agrario y a la
desocupación crónica al
Uruguay, establecer los necesarios controles e inspecciones que
reduzcan el impacto a niveles aceptables.
El proceso de integración que termine con casi
doscientos años de balcanización es, sin duda, arduo.
No sólo por los escollos y dificultades que el imperialismo
norteamericano ha puesto y pondrá a su marcha, sino
también porque debe vencer resistencias, prejuicios y
cancillerías esclerosadas en el nacionalismo parroquial. La
responsabilidad de Argentina y
de su política exterior es facilitar y promover la
integración de los miembros de menor extensión
geográfica y de Producto Bruto Interno
más reducido. Descartada la integración por la fuerza, el único camino
para que del otro lado del Plata no haya un Gibraltar yanqui, la
última y desoladora hipótesis de Methol Ferré, es
la capacidad de Brasil y Argentina de compartir con sus vecinos
ciertas ventajas que derivan más de su cantidad
–población,
extensión, desarrollo económico- que
de su calidad.
En suma, es tarea impostergable del Palacio San
Martín y de Itamaraty impedir que el antiguo "algodón
entre dos cristales" sea, tan solo, el "jamón del
sándwich" de dos mezquinas burguesías.
Buenos Aires, 24 de enero de 2006.
(*) Político, periodista y escritor. Es miembro del
Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos (CEES) y
Secretario de Acción Política del
partido Patria y Pueblo. Ha publicado "Un Sólo Impulso
Americano, el Mercosur de Perón" y colabora
habitualmente en diversos newsletters y publicaciones en Internet.
- Alberto Methol Ferré, El Uruguay como
Problema, Editorial Diálogo, Montevideo,
ROU, 1967, pág. 7. - Ver Julio Fernández Baraibar, Un solo
Impulso Americano, el Mercosur de Perón, Fondo
Editorial Simón Rodríguez, Buenos Aires, Argentina,
2005. También, El Mercosur ha llegado al
Caribe, publicado inicialmente en Patria y Pueblo,
Año 3, N° 11, Diciembre 2005 y reproducido en
diversos newsletters. - Op. cit., pág. 36 y 37.
- Op. cit., pág. 90 y 91.
- El doctor Podetti se refiere a la manifiesta y
fervorosa hostilidad que el gobierno uruguayo de entonces,
presidido por Luis Batlle Berrez –padre de Jorge Batlle-
tuvo hacia los primeros gobiernos del general Perón, a
punto de convertir a Montevideo en un centro de la
conspiración golpista antiperonista.
Julio Fernández Baraibar
http>//fernandezbaraibar.blogspot.com