- 1.
- 2. Locuciones y
conceptos - 3. Una
aproximación a la problemática de fondo:
democracia participativa o democracia
representativa - 4. Conclusión:
La amalgama entre la ciberdemocracia, la democracia continua
y la participación ciudadana - 5.
Bibliografía
Abstract
La introducción de las tecnologías de
la información y de la
comunicación al ámbito de la política ha bautizado
una serie de términos que se utilizan indistintamente por
los analistas sin que exista un consenso en cuanto a sus
conceptos. Entre las expresiones más frecuentes figuran
"democracia
digital", "democracia electrónica", "ciberdemocracia", entre
otras. En esta comunicación se presentan las voces
más abundantes en el ámbito de la comunicación política y los
conceptos que alegan su autores. Asimismo, se plantea una
reflexión sobre si la verdadera confusión
está en la denominación de este fenómeno o
si la barahúnda tiene otro trasfondo, el ya sempiterno
debate de si
la democracia ha de ceder en su forma representativa en favor de
su faceta más participativa.
Desde los años 90 se ha distinguido una serie de
términos para referirse a la introducción de las
tecnologías de la información al ámbito de
la vida democrática en los países más
desarrollados. Sin embargo, la mayoría de los autores de
estas expresiones ha hecho uso de estas voces sin vislumbrar una
definición exhaustiva y, con frecuencia, las reflexiones
que se plantean sobre esta nueva realidad democrática no
presentan una explicación explícita.
De esta forma se han venido utilizando indistintamente
diferentes palabras sin que exista un término
unánimemente reconocido por los autores de la ciencia
política y de la comunicación política para
referirse a la aplicación de las nuevas
tecnologías en la política. Así, algunos
de los analistas optan por un solo vocablo, otros emplean
indistintamente varios –sin certeza de que todos ellos
tengan la misma apreciación conceptual– y otros en
ningún momento se refieren a una voz.
Entre los términos aplicados figuran "democracia
digital", "democracia virtual", "ciberdemocracia", "democracia
electrónica", "política virtual",
"e–democracia", "teledemocracia", "netdemocracia" o
"república electrónica". Todas estas locuciones
están reconocidas para referirse al mismo fenómeno
o a una serie de fenómenos análogos de
comunicación política y, hasta el momento, no hay
ninguna expresión asentada para aludir a esta realidad. En
las próximas páginas se expone un análisis a los conceptos que diferentes
autores establecen sobre los vocablos anteriormente
referidos.
En 1987 Christopher Arterton utilizó el
término "Teledemocracia" para referirse a esta nueva
realidad que se predecía por aquel entonces. A partir de
ese momento, han ido surgiendo otra serie de vocablos como
"Tecnopolítica" (Rodóta, 1997), seguido de otras
voces como "netdemocracia", "democracia virtual", "democracia
digital", "democracia virtual", "democracia electrónica",
"e–democracia" o "ciberdemocracia", utilizados por un mayor
número de autores.
Algunos analistas han optado por no utilizar
ningún término para designar esta realidad, tal y
como es el caso de Richard Davis (1999:44) –que alude a
esta ella como "era de la democracia por Internet"– Irene Ramos
Vielba (1) –que tampoco ofrece ningún
término para referirse a la adaptación de la
política a las nuevas herramientas–, César San
Nicolás O José Rocamora Torá –quienes
tampoco proporcionan ninguna definición clara de esta
realidad, ni nombran ningún término ni se refiere a
otros que puedan contener un mismo significado–.
Otros autores, en cambio, se han
decantado por expresiones como las que se exponen a
continuación:
Siguiendo a Ángel Badillo y Patricia Marenghi
(2001) la "democracia electrónica" se caracteriza por la
aparición en la sociedad de
nuevas formas de construcción de la opinión
pública utilizando las tecnologías de la
Información. Esta democracia contempla muchas
modificaciones en la manera en que los ciudadanos se relacionan
con el sector
público y en la manera en que éste traslada su
información al ciudadano (2001:40). Estos autores analizan
someramente el término adecuado para referirse a esta
realidad y argumentan que utilizan el vocablo "democracia
electrónica" para contraponerlo al de "democracia
mediática" que es aquella que construye la opinión
pública a través de los medios de
comunicación tradicionales como la radio y
la
televisión, mientras que la electrónica utiliza
otras herramientas como las TIC.
Sara Bentivenga (2) (1999) también
introduce el término "democracia electrónica" y
como tal se refiere a la aplicación de las nuevas
tecnologías a la vida política. La misma
expresión la adopta Heriberto Cairo Carou (2002), quien
también opta por otros términos como "democracia
digital" o "ciberpolítica". Por tales expresiones entiende
la relación que se establece entre las nuevas
tecnologías de la información y el ámbito
espacial de la actividad política, el tamaño de la
comunidad
política y con las prácticas especiales cotidianas
que conllevan una actividad política democrática
(2002:20). Concretamente, el autor relaciona la "democracia
digital" o electrónica con la sociedad de la
información, en especial con los aspectos que derivan de
las comunicaciones
mediante computador
(CMC) y su relación con lo político
(2002:13).
El término de "democracia electrónica"
también es tomado por Joan Subirats (2002:106)
–quien igualmente emplea el vocablo "ciberdemocracia"
(2002:105)– aunque en su artículo "Los dilemas de
una relación inevitable. Innovación democrática y
tecnologías de la información y de la
comunicación" (3) no ofrece ninguna
definición concreta de cada uno de las expresiones
mencionadas, aunque entiende que se refieren a las posibilidades
que abren las nuevas tecnologías de la información
en el campo de la democracia y en el funcionamiento del sistema
político (2002:89).
Para Joan Oriol Prats y Óscar del Álamo
(4) la "democracia electrónica" es aquel sistema
político que se basa en la utilización de las
redes digitales
para llevar a cabo sus funciones clave,
tales como la articulación de intereses, los procesos de
toma de
decisiones y el intercambio de información entre
actores.
Por otro lado, la expresión "democracia digital"
es utilizada, entre otros autores, por Pedro Gómez
Fernández (2001), José David Carracedo Verde (2002)
o Gianfranco Pasquino (2000). El primero de estos autores se
refiere a la "democracia digital" como una "no muy lejana
república electrónica en la que los flujos
políticos se establecerán directamente entre los
ciudadanos y los gobernantes, sin necesidad de instituciones
intermediarias" (Pedro Gómez, 2001:156). Mientras que
Gianfranco Pasquino, por su parte, se refiere a la "democracia
digital" como la que se construye y se pone en funcionamiento
gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos:
teléfono, televisor, computadoras,
que podemos accionar con los dedos, mandando mensajes, expresando
soluciones y
decidiendo entre alternativas.
La locución "e–democracia" la adopta, por
ejemplo, Fernando Ballestero, director de la Fundación
Auna, y se refiere a ella con la siguiente definición: "la
incorporación y uso de las Tecnologías de la
Información y Comunicaciones (TIC) a la práctica
del ejercicio de los derechos ciudadanos de
participación y voto" (5) . La misma
expresión se recoge en eDemocracia.com y se alude a ella
como "la participación política y
democrática en la sociedad a través de las nuevas
tecnologías" (6) .
Otras fuentes se
refieren a esta realidad con el término de
"ciberdemocracia" (Tsagarousianou y otros, 1998; Dader, 2001). En
iberomunicipios.org (7) , por ejemplo, esta
expresión aparece definida como "aquel modelo de
Democracia que permite la participación cotidiana y
directa de los ciudadanos en la toma de las decisiones de
naturaleza
pública a través de redes de información y
comunicaciones automatizadas" . La misma voz es elegida por
Francisco J. Tapiador (8) (2004) para quien la
"ciberdemocracia" es el "ejercicio del sufragio
directo mediante sistemas de
información, que presenta una ratio riesgo /
beneficio demasiado alto para las democracias parlamentarias
europeas".
Para las brasileñas Deisy de Freitas Lima, Vanesa
Wendt y Clarissa Francio (2003) la "ciberdemocracia" es una nueva
perspectiva de implantación de los principios de
participación y abertura, aunque matizan que "debido a la
escasez de
material sobre ciberdemocracia, no hay un significado exacto para
este término" (9) .
Pero si duda, las argumentaciones que merecen una
reflexión minuciosa son las que plantea sobre esta
problemática José Luis Dader. Este autor presenta
una descripción desmenuzada de las diferentes
expresiones que se utilizan para referirse a esta realidad. Dader
recoge los términos "ciberdemocracia" y otras
denominaciones utilizadas (y anteriormente citadas) en sentido
análogo por otros especialistas en ciencia
política y comunicación
social (2003 B:309). En su opinión, todas estas
locuciones se utilizan por una gran diversidad de autores para
designar de manera aproximada el mismo fenómeno de la
comunicación política que, sobre todo en las
democracias más avanzadas, utiliza las nuevas
tecnologías de la información para intercambiar y
transmitir contenidos de naturaleza o repercusión
política. Aunque por la vía de los hechos,
cualquiera de esas denominaciones es utilizada y reconocida
–y por consiguiente no ha quedado asentada una única
expresión para aludir a esta nueva realidad– el
autor ahora reseñado prefiere la de ciberdemocracia por
considerarla la más inequívoca y abarcadora, frente
a las restantes, de la diversidad de modalidades de
comunicación política que las nuevas
tecnologías incorporan (2002:1 y 2003 B:310). José
Luis Dader explica que muchas de esas referencias aluden a
aspectos externos de la comunicación
ciberdemocrática más que a la verdadera
transformación de fondo que podrían sufrir los
procesos de comunicación política.
Suscribiendo la argumentación de Dader se puede
decir que el término "ciberdemocracia" es la
expresión más abarcadora a la hora de englobar las
implicaciones –sociales, jurídicas o técnicas– que puede conllevar la
aplicación de las nuevas tecnologías de la
comunicación a la vida democrática occidental
mientras que otras locuciones como "teledemocracia",
"e–democracia", "democracia electrónica" o
"democracia digital" podrían referirse a aspectos
más concretos –como por ejemplo técnicos o
formales– de esta realidad.
3. Una aproximación a
la problemática de fondo: democracia participativa o
democracia representativa
En este sentido, el debate sobre la "democracia
electrónica", "democracia digital", "democracia virtual" o
"e–democracia" (entre todas las demás voces antes
referidas) no se debe únicamente al entusiasmo por las
nuevas tecnologías electrónicas sino a cuestiones
filosóficas que tienen una difícil solución.
La crisis de las
democracias actuales ha visto con las nuevas tecnologías
de la comunicación, tal y como sustentan varios autores,
la posibilidad de aflorar una nuevo debate sobre nuevas formas de
hacer política y de trasladar la cosa pública al
pueblo soberano. En realidad, lo que se plantea no es tan
sólo un cambio técnico o superficial en la
democracia sino que evocan a un cambio más profundo en el
ejercicio de las democracias más desarrolladas.
Tal y como apunta Canelón (10) (2003)
estos conceptos apelan al uso de las tecnologías para
superar la figura de la representación y ejercer una
participación directa en la toma de decisiones a
través de la emisión de una opinión o la
elección de una alternativa mediante el voto
electrónico u otras formas interactivas. Según
añade, el mito de una
comunidad de ciudadanos en permanente diálogo
global y directo dispone de los instrumentos técnicos con
los que devenir en la práctica.
En este sentido, por ejemplo Muñoz Alonso (1990)
indica que los autores opinan que las nuevas tecnologías
traerían la salvación en un momento de crisis, como
el actual, de la inadaptación de las institucionales
tradicionales a una sociedad más compleja y, sobre todo,
de la escasa participación de los ciudadanos en la vida
pública.
Lo que plantea la aplicación de los nuevos
medios a la
vida política es un cambio en la democracia representativa
–que ha propiciado una crisis de legitimidad
política al alejar a los ciudadanos de las tomas de
decisiones públicas– en provecho de una democracia
más participativa.
Es decir, si con los términos anteriormente
referidos pretendemos referirnos a un verdadero cambio en la
esencia de la democracia occidental lo apropiado no sería
sólo delimitar las locuciones mencionadas sino
también acotar las definiciones de otros términos
tales como democracia vertical, democracia horizontal, democracia
continua, democracia representativa, democracia directa,
democracia deliberativa y democracia participativa.
En este sentido, siguiendo a varios autores, la
democracia vertical (cercana a la democracia representativa) es
aquella que se origina en los ciudadanos –quienes eligen a
los representantes– y concluye en los gobernantes. Por otro
lado, la democracia horizontal (próxima a la democracia
participativa) se refiere a aquella que requiere de una
participación activa de los ciudadanos para evitar que
permanezca reducida a una élite gobernante. Hasta el
momento, la democracia horizontal se hacía posible gracias
a la ingerencia en la vida pública de asociaciones,
sindicatos,
movimientos activos, etc. Sin
embargo, las herramientas tecnológicas propician que, en
principio, los ciudadanos puedan participar en la vida
política de forma individual.
Suscribiendo a Castells (1997) los nuevos medios cumplen
un papel fundamental en la nueva dinámica política aunque, continua,
"en un mundo en el que existe una importante crisis de
legitimidad política y un gran desencanto de los
ciudadanos respecto a sus representantes, el canal interactivo y
multidireccional proporcionado por Internet muestra muy pocos
signos de
actividad en ambos extremos de la conexión"
(2002:202).
Al referirnos a la democracia participativa no es
badalí aludir a la democracia deliberativa. Siguiendo a
Jürgen Habermas (1962), esta democracia se centra en la
deliberación, en la discusión para derivar,
posteriormente, en la decisión. Por tanto, la democracia
deliberativa es aquella en la que se debaten y se discuten
constantemente temas y las decisiones están sometidas al
debate.
Francisco Serra (2002) plantea la discusión sobre
si un incremento de democracia participativa conllevaría
una disminución de la democracia representativa. En su
opinión, la participación ciudadana puede ser vista con
recelo por aquellos que creen que la democracia representativa es
la única realmente existente y que creen que ha alcanzado
un desarrollo que
la convierte en la garantía de un buen funcionamiento del
sistema político (2002:116). En cualquier caso, el autor
considera que ambas formas de democracia no son necesariamente
excluyentes y del mismo modo que en las democracias
representativas se han reservado determinados espacios para
aquellos casos que se estima conveniente recurrir a la democracia
directa, en un sistema que retome mecanismos de la democracia
directa se puede reservar, para decisiones que requieran una
especial reflexión, un espacio para la democracia
representativa (2002:119).
Para intentar superar la limitada consideración
de los aspectos puramente instrumentales de los nuevos soportes a
los que nos referíamos anteriormente, José Luis
Dader (2003, B) sugiere la aplicación del término
de "democracia continua" –en alusión a Rodóta
(1997)– que plantea un cambio real a un sistema de "nueva
democracia", factible a partir de las recientes vías
comunicativas de doble dirección, que superaría un sistema
de comunicación vertical –con protagonismo exclusivo
de los agentes dirigentes– y una interacción intermitente entre los
ciudadanos y los gobernantes.
En último término, lo que plantea Dader es
si los nuevos medios y las nuevas tecnologías de la
información pueden configurar una esfera pública a
través de estos canales en la que los ciudadanos de a pie
pudiesen participar en los debates públicos y en la
determinación de qué temas deben merecer una
discusión pública. Y en este aspecto, el autor
considera que mientras no se logre un avance en esta
cuestión, la generalización de las nuevas
tecnologías podría seguir permitiéndonos
hablar de "democracia electrónica" pero no "democracia
continua". Mientras tanto, como complemento al término de
"democracia continua" –expresión que se refiere a la
cuestión de fondo del paradigma– el autor propone la
locución "ciberdemocracia" como el más adecuado
para referirse a la forma de los posibles cambios que las
aplicaciones de las nuevas tecnologías de la
información podrían generar en las
democracias.
El debate final consiste en analizar las argumentaciones
que esbozan autores del ámbito de las Ciencias
Políticas y de la Comunicación
Política para comprobar si realmente las herramientas
tecnológicas ciberdemocráticas pueden o no fomentar
la participación ciudadana.
Los analistas más optimistas –denominados
ciberoptimistas– consideran que la ciberdemocracia
causará una verdadera transformación en las formas
políticas más desarrolladas, los más
pesimistas –llamados ciberpesimistas– creen que las
nuevas tecnologías no van a cambiar ni los retos ni los
objetivos de
la política y que estas nuevas herramientas
únicamente afectarán a las formas. Finalmente, los
autores menos escépticos –clasificados como
ciberrealistas– opinan que Internet no va a significar la
transformación de los sistemas
políticos de Occidente (Internet no va a permitir
trasladar la política a los ciudadanos) pero sí
creen que las nuevas tecnologías aportan nuevas
vías de comunicación y de intercambio de
información para los ciudadanos que tengan interés
por las cuestiones políticas.
Tanto los analistas pesimistas como los realistas fundan
sus reservas en cuanto a que los nuevos medios vayan a fomentar
una participación real de la ciudadana en la vida
política en los siguientes obstáculos:
En el interés de los ciudadanos: Para Mazzoleni
(2001) Internet ofrece nuevas variantes de comunicación
pero sólo accederán a ellas los usuarios que
realmente estén interesados en la política, los
mismos que con los medios tradicionales ya mostraban
interés por la vida pública. Richard Davis (1999)
augura que para la gran masa los nuevos medios no tendrán
consecuencias porque no emplearán su tiempo en
comprender –por desinterés, falta de tiempo o
ignorancia– las oportunidades de las nuevas herramientas;
además, a la mayoría no le surgirá un
repentino interés por la política simplemente
porque existan unas nuevas tecnologías.
El interés de los agentes políticos: Cabe
reflexionar sobre si los políticos y los gobernantes
tienen un verdadero interés en fomentar la
participación ciudadana. Irene Ramos Vielba (2002) apunta
que hoy en día hay limitaciones gubernamentales sobre el
material que aparece en Internet porque las administraciones son
muy celosas a la hora de aportar información. Para Joan
Subirats (2002), los políticos no tienen un verdadero
interés en fomentar la participación y si bien en
público se quejan de la falta de entusiasmo puesta por los
individuos luego no se muestran proclives a desarrollar
iniciativas que fomenten esta participación.
Las posibilidades de acceso a las nuevas herramientas:
Al respecto, José David Carracedo (2002:49) considera que
"es cuando menos ingenuo pensar que cualquier persona, en
cualquier parte del mundo, tenga cerca y pueda disponer de una
conexión a Internet cuando en realidad dos tercios de la
humanidad ni siquiera ha realizado una llamada
telefónica". Richard Davis (1999) opina que ni en los
países desarrollados podrá hablarse de un acceso
universal a las nuevas tecnologías porque muchos de los
ciudadanos simplemente decidirán no conectarse a la
red o hacerlo
pero para cuestiones diferentes a las públicas y
políticas. Al respecto, algunos autores apuntan la
dificultad que topan los usuarios a la hora de localizar la
información que buscan entre la saturación y los
riesgos de
aislamiento que esta circunstancia entraña. Mazzoleni
(2001) considera que los ciudadanos están saturados de
información en la red, están desorientados y no
saben cómo sacarle beneficio ni a la red ni cómo
localizar esa información que buscan. En su
opinión, la desigualdad se acentuará y
generarán más diferencias sociales. Por otro lado
Sunstein (2001) cree que las nuevas herramientas facilitan a los
ciudadanos un acceso ilimitado de información y esta
condición puede provocar que los individuos se vean
saturados y se limiten a acceder únicamente a ideas que
ellos elijan y no escuchen otras opiniones diferentes a las
suyas. Pedro Gómez (2001) cuando afirma que toda esta
desigualdad informativa puede generar una sociedad elitista de
participación política, en la que sólo unos
pocos estarían capacitados para participar en el
intercambio de ideas entre los parlamentarios y los
ciudadanos.
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Eva Campos Domínguez
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