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La aplicación de las tecnologías de la información al ámbito político




Enviado por Djamel Toudert



     

    Abstract

    La introducción de las tecnologías de
    la información y de la
    comunicación al ámbito de la política ha bautizado
    una serie de términos que se utilizan indistintamente por
    los analistas sin que exista un consenso en cuanto a sus
    conceptos. Entre las expresiones más frecuentes figuran
    "democracia
    digital", "democracia electrónica", "ciberdemocracia", entre
    otras. En esta comunicación se presentan las voces
    más abundantes en el ámbito de la comunicación política y los
    conceptos que alegan su autores. Asimismo, se plantea una
    reflexión sobre si la verdadera confusión
    está en la denominación de este fenómeno o
    si la barahúnda tiene otro trasfondo, el ya sempiterno
    debate de si
    la democracia ha de ceder en su forma representativa en favor de
    su faceta más participativa.

     

    1.
    Introducción

    Desde los años 90 se ha distinguido una serie de
    términos para referirse a la introducción de las
    tecnologías de la información al ámbito de
    la vida democrática en los países más
    desarrollados. Sin embargo, la mayoría de los autores de
    estas expresiones ha hecho uso de estas voces sin vislumbrar una
    definición exhaustiva y, con frecuencia, las reflexiones
    que se plantean sobre esta nueva realidad democrática no
    presentan una explicación explícita.

    De esta forma se han venido utilizando indistintamente
    diferentes palabras sin que exista un término
    unánimemente reconocido por los autores de la ciencia
    política y de la comunicación política para
    referirse a la aplicación de las nuevas
    tecnologías en la política. Así, algunos
    de los analistas optan por un solo vocablo, otros emplean
    indistintamente varios –sin certeza de que todos ellos
    tengan la misma apreciación conceptual– y otros en
    ningún momento se refieren a una voz.

    Entre los términos aplicados figuran "democracia
    digital", "democracia virtual", "ciberdemocracia", "democracia
    electrónica", "política virtual",
    "e–democracia", "teledemocracia", "netdemocracia" o
    "república electrónica". Todas estas locuciones
    están reconocidas para referirse al mismo fenómeno
    o a una serie de fenómenos análogos de
    comunicación política y, hasta el momento, no hay
    ninguna expresión asentada para aludir a esta realidad. En
    las próximas páginas se expone un análisis a los conceptos que diferentes
    autores establecen sobre los vocablos anteriormente
    referidos.

     

    2. Locuciones y
    conceptos

    En 1987 Christopher Arterton utilizó el
    término "Teledemocracia" para referirse a esta nueva
    realidad que se predecía por aquel entonces. A partir de
    ese momento, han ido surgiendo otra serie de vocablos como
    "Tecnopolítica" (Rodóta, 1997), seguido de otras
    voces como "netdemocracia", "democracia virtual", "democracia
    digital", "democracia virtual", "democracia electrónica",
    "e–democracia" o "ciberdemocracia", utilizados por un mayor
    número de autores.

    Algunos analistas han optado por no utilizar
    ningún término para designar esta realidad, tal y
    como es el caso de Richard Davis (1999:44) –que alude a
    esta ella como "era de la democracia por Internet"– Irene Ramos
    Vielba (1) –que tampoco ofrece ningún
    término para referirse a la adaptación de la
    política a las nuevas herramientas–, César San
    Nicolás O José Rocamora Torá –quienes
    tampoco proporcionan ninguna definición clara de esta
    realidad, ni nombran ningún término ni se refiere a
    otros que puedan contener un mismo significado–.

    Otros autores, en cambio, se han
    decantado por expresiones como las que se exponen a
    continuación:

    Siguiendo a Ángel Badillo y Patricia Marenghi
    (2001) la "democracia electrónica" se caracteriza por la
    aparición en la sociedad de
    nuevas formas de construcción de la opinión
    pública utilizando las tecnologías de la
    Información. Esta democracia contempla muchas
    modificaciones en la manera en que los ciudadanos se relacionan
    con el sector
    público y en la manera en que éste traslada su
    información al ciudadano (2001:40). Estos autores analizan
    someramente el término adecuado para referirse a esta
    realidad y argumentan que utilizan el vocablo "democracia
    electrónica" para contraponerlo al de "democracia
    mediática" que es aquella que construye la opinión
    pública a través de los medios de
    comunicación tradicionales como la radio y
    la
    televisión, mientras que la electrónica utiliza
    otras herramientas como las TIC.

    Sara Bentivenga (2) (1999) también
    introduce el término "democracia electrónica" y
    como tal se refiere a la aplicación de las nuevas
    tecnologías a la vida política. La misma
    expresión la adopta Heriberto Cairo Carou (2002), quien
    también opta por otros términos como "democracia
    digital" o "ciberpolítica". Por tales expresiones entiende
    la relación que se establece entre las nuevas
    tecnologías de la información y el ámbito
    espacial de la actividad política, el tamaño de la
    comunidad
    política y con las prácticas especiales cotidianas
    que conllevan una actividad política democrática
    (2002:20). Concretamente, el autor relaciona la "democracia
    digital" o electrónica con la sociedad de la
    información, en especial con los aspectos que derivan de
    las comunicaciones
    mediante computador
    (CMC) y su relación con lo político
    (2002:13).

    El término de "democracia electrónica"
    también es tomado por Joan Subirats (2002:106)
    –quien igualmente emplea el vocablo "ciberdemocracia"
    (2002:105)– aunque en su artículo "Los dilemas de
    una relación inevitable. Innovación democrática y
    tecnologías de la información y de la
    comunicación" (3) no ofrece ninguna
    definición concreta de cada uno de las expresiones
    mencionadas, aunque entiende que se refieren a las posibilidades
    que abren las nuevas tecnologías de la información
    en el campo de la democracia y en el funcionamiento del sistema
    político (2002:89).

    Para Joan Oriol Prats y Óscar del Álamo
    (4) la "democracia electrónica" es aquel sistema
    político que se basa en la utilización de las
    redes digitales
    para llevar a cabo sus funciones clave,
    tales como la articulación de intereses, los procesos de
    toma de
    decisiones y el intercambio de información entre
    actores.

    Por otro lado, la expresión "democracia digital"
    es utilizada, entre otros autores, por Pedro Gómez
    Fernández (2001), José David Carracedo Verde (2002)
    o Gianfranco Pasquino (2000). El primero de estos autores se
    refiere a la "democracia digital" como una "no muy lejana
    república electrónica en la que los flujos
    políticos se establecerán directamente entre los
    ciudadanos y los gobernantes, sin necesidad de instituciones
    intermediarias" (Pedro Gómez, 2001:156). Mientras que
    Gianfranco Pasquino, por su parte, se refiere a la "democracia
    digital" como la que se construye y se pone en funcionamiento
    gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos:
    teléfono, televisor, computadoras,
    que podemos accionar con los dedos, mandando mensajes, expresando
    soluciones y
    decidiendo entre alternativas.

    La locución "e–democracia" la adopta, por
    ejemplo, Fernando Ballestero, director de la Fundación
    Auna, y se refiere a ella con la siguiente definición: "la
    incorporación y uso de las Tecnologías de la
    Información y Comunicaciones (TIC) a la práctica
    del ejercicio de los derechos ciudadanos de
    participación y voto" (5) . La misma
    expresión se recoge en eDemocracia.com y se alude a ella
    como "la participación política y
    democrática en la sociedad a través de las nuevas
    tecnologías" (6) .

    Otras fuentes se
    refieren a esta realidad con el término de
    "ciberdemocracia" (Tsagarousianou y otros, 1998; Dader, 2001). En
    iberomunicipios.org (7) , por ejemplo, esta
    expresión aparece definida como "aquel modelo de
    Democracia que permite la participación cotidiana y
    directa de los ciudadanos en la toma de las decisiones de
    naturaleza
    pública a través de redes de información y
    comunicaciones automatizadas" . La misma voz es elegida por
    Francisco J. Tapiador (8) (2004) para quien la
    "ciberdemocracia" es el "ejercicio del sufragio
    directo mediante sistemas de
    información, que presenta una ratio riesgo /
    beneficio demasiado alto para las democracias parlamentarias
    europeas".

    Para las brasileñas Deisy de Freitas Lima, Vanesa
    Wendt y Clarissa Francio (2003) la "ciberdemocracia" es una nueva
    perspectiva de implantación de los principios de
    participación y abertura, aunque matizan que "debido a la
    escasez de
    material sobre ciberdemocracia, no hay un significado exacto para
    este término" (9) .

    Pero si duda, las argumentaciones que merecen una
    reflexión minuciosa son las que plantea sobre esta
    problemática José Luis Dader. Este autor presenta
    una descripción desmenuzada de las diferentes
    expresiones que se utilizan para referirse a esta realidad. Dader
    recoge los términos "ciberdemocracia" y otras
    denominaciones utilizadas (y anteriormente citadas) en sentido
    análogo por otros especialistas en ciencia
    política y comunicación
    social (2003 B:309). En su opinión, todas estas
    locuciones se utilizan por una gran diversidad de autores para
    designar de manera aproximada el mismo fenómeno de la
    comunicación política que, sobre todo en las
    democracias más avanzadas, utiliza las nuevas
    tecnologías de la información para intercambiar y
    transmitir contenidos de naturaleza o repercusión
    política. Aunque por la vía de los hechos,
    cualquiera de esas denominaciones es utilizada y reconocida
    –y por consiguiente no ha quedado asentada una única
    expresión para aludir a esta nueva realidad– el
    autor ahora reseñado prefiere la de ciberdemocracia por
    considerarla la más inequívoca y abarcadora, frente
    a las restantes, de la diversidad de modalidades de
    comunicación política que las nuevas
    tecnologías incorporan (2002:1 y 2003 B:310). José
    Luis Dader explica que muchas de esas referencias aluden a
    aspectos externos de la comunicación
    ciberdemocrática más que a la verdadera
    transformación de fondo que podrían sufrir los
    procesos de comunicación política.

    Suscribiendo la argumentación de Dader se puede
    decir que el término "ciberdemocracia" es la
    expresión más abarcadora a la hora de englobar las
    implicaciones –sociales, jurídicas o técnicas– que puede conllevar la
    aplicación de las nuevas tecnologías de la
    comunicación a la vida democrática occidental
    mientras que otras locuciones como "teledemocracia",
    "e–democracia", "democracia electrónica" o
    "democracia digital" podrían referirse a aspectos
    más concretos –como por ejemplo técnicos o
    formales– de esta realidad.

     

    3. Una aproximación a
    la problemática de fondo: democracia participativa o
    democracia representativa

    En este sentido, el debate sobre la "democracia
    electrónica", "democracia digital", "democracia virtual" o
    "e–democracia" (entre todas las demás voces antes
    referidas) no se debe únicamente al entusiasmo por las
    nuevas tecnologías electrónicas sino a cuestiones
    filosóficas que tienen una difícil solución.
    La crisis de las
    democracias actuales ha visto con las nuevas tecnologías
    de la comunicación, tal y como sustentan varios autores,
    la posibilidad de aflorar una nuevo debate sobre nuevas formas de
    hacer política y de trasladar la cosa pública al
    pueblo soberano. En realidad, lo que se plantea no es tan
    sólo un cambio técnico o superficial en la
    democracia sino que evocan a un cambio más profundo en el
    ejercicio de las democracias más desarrolladas.

    Tal y como apunta Canelón (10) (2003)
    estos conceptos apelan al uso de las tecnologías para
    superar la figura de la representación y ejercer una
    participación directa en la toma de decisiones a
    través de la emisión de una opinión o la
    elección de una alternativa mediante el voto
    electrónico u otras formas interactivas. Según
    añade, el mito de una
    comunidad de ciudadanos en permanente diálogo
    global y directo dispone de los instrumentos técnicos con
    los que devenir en la práctica.

    En este sentido, por ejemplo Muñoz Alonso (1990)
    indica que los autores opinan que las nuevas tecnologías
    traerían la salvación en un momento de crisis, como
    el actual, de la inadaptación de las institucionales
    tradicionales a una sociedad más compleja y, sobre todo,
    de la escasa participación de los ciudadanos en la vida
    pública.

    Lo que plantea la aplicación de los nuevos
    medios a la
    vida política es un cambio en la democracia representativa
    –que ha propiciado una crisis de legitimidad
    política al alejar a los ciudadanos de las tomas de
    decisiones públicas– en provecho de una democracia
    más participativa.

    Es decir, si con los términos anteriormente
    referidos pretendemos referirnos a un verdadero cambio en la
    esencia de la democracia occidental lo apropiado no sería
    sólo delimitar las locuciones mencionadas sino
    también acotar las definiciones de otros términos
    tales como democracia vertical, democracia horizontal, democracia
    continua, democracia representativa, democracia directa,
    democracia deliberativa y democracia participativa.

    En este sentido, siguiendo a varios autores, la
    democracia vertical (cercana a la democracia representativa) es
    aquella que se origina en los ciudadanos –quienes eligen a
    los representantes– y concluye en los gobernantes. Por otro
    lado, la democracia horizontal (próxima a la democracia
    participativa) se refiere a aquella que requiere de una
    participación activa de los ciudadanos para evitar que
    permanezca reducida a una élite gobernante. Hasta el
    momento, la democracia horizontal se hacía posible gracias
    a la ingerencia en la vida pública de asociaciones,
    sindicatos,
    movimientos activos, etc. Sin
    embargo, las herramientas tecnológicas propician que, en
    principio, los ciudadanos puedan participar en la vida
    política de forma individual.

    Suscribiendo a Castells (1997) los nuevos medios cumplen
    un papel fundamental en la nueva dinámica política aunque, continua,
    "en un mundo en el que existe una importante crisis de
    legitimidad política y un gran desencanto de los
    ciudadanos respecto a sus representantes, el canal interactivo y
    multidireccional proporcionado por Internet muestra muy pocos
    signos de
    actividad en ambos extremos de la conexión"
    (2002:202).

    Al referirnos a la democracia participativa no es
    badalí aludir a la democracia deliberativa. Siguiendo a
    Jürgen Habermas (1962), esta democracia se centra en la
    deliberación, en la discusión para derivar,
    posteriormente, en la decisión. Por tanto, la democracia
    deliberativa es aquella en la que se debaten y se discuten
    constantemente temas y las decisiones están sometidas al
    debate.

    Francisco Serra (2002) plantea la discusión sobre
    si un incremento de democracia participativa conllevaría
    una disminución de la democracia representativa. En su
    opinión, la participación ciudadana puede ser vista con
    recelo por aquellos que creen que la democracia representativa es
    la única realmente existente y que creen que ha alcanzado
    un desarrollo que
    la convierte en la garantía de un buen funcionamiento del
    sistema político (2002:116). En cualquier caso, el autor
    considera que ambas formas de democracia no son necesariamente
    excluyentes y del mismo modo que en las democracias
    representativas se han reservado determinados espacios para
    aquellos casos que se estima conveniente recurrir a la democracia
    directa, en un sistema que retome mecanismos de la democracia
    directa se puede reservar, para decisiones que requieran una
    especial reflexión, un espacio para la democracia
    representativa (2002:119).

     

    4. Conclusión: La
    amalgama entre la ciberdemocracia, la democracia continua y la
    participación ciudadana

    Para intentar superar la limitada consideración
    de los aspectos puramente instrumentales de los nuevos soportes a
    los que nos referíamos anteriormente, José Luis
    Dader (2003, B) sugiere la aplicación del término
    de "democracia continua" –en alusión a Rodóta
    (1997)– que plantea un cambio real a un sistema de "nueva
    democracia", factible a partir de las recientes vías
    comunicativas de doble dirección, que superaría un sistema
    de comunicación vertical –con protagonismo exclusivo
    de los agentes dirigentes– y una interacción intermitente entre los
    ciudadanos y los gobernantes.

    En último término, lo que plantea Dader es
    si los nuevos medios y las nuevas tecnologías de la
    información pueden configurar una esfera pública a
    través de estos canales en la que los ciudadanos de a pie
    pudiesen participar en los debates públicos y en la
    determinación de qué temas deben merecer una
    discusión pública. Y en este aspecto, el autor
    considera que mientras no se logre un avance en esta
    cuestión, la generalización de las nuevas
    tecnologías podría seguir permitiéndonos
    hablar de "democracia electrónica" pero no "democracia
    continua". Mientras tanto, como complemento al término de
    "democracia continua" –expresión que se refiere a la
    cuestión de fondo del paradigma– el autor propone la
    locución "ciberdemocracia" como el más adecuado
    para referirse a la forma de los posibles cambios que las
    aplicaciones de las nuevas tecnologías de la
    información podrían generar en las
    democracias.

    El debate final consiste en analizar las argumentaciones
    que esbozan autores del ámbito de las Ciencias
    Políticas y de la Comunicación
    Política para comprobar si realmente las herramientas
    tecnológicas ciberdemocráticas pueden o no fomentar
    la participación ciudadana.

    Los analistas más optimistas –denominados
    ciberoptimistas– consideran que la ciberdemocracia
    causará una verdadera transformación en las formas
    políticas más desarrolladas, los más
    pesimistas –llamados ciberpesimistas– creen que las
    nuevas tecnologías no van a cambiar ni los retos ni los
    objetivos de
    la política y que estas nuevas herramientas
    únicamente afectarán a las formas. Finalmente, los
    autores menos escépticos –clasificados como
    ciberrealistas– opinan que Internet no va a significar la
    transformación de los sistemas
    políticos de Occidente (Internet no va a permitir
    trasladar la política a los ciudadanos) pero sí
    creen que las nuevas tecnologías aportan nuevas
    vías de comunicación y de intercambio de
    información para los ciudadanos que tengan interés
    por las cuestiones políticas.

    Tanto los analistas pesimistas como los realistas fundan
    sus reservas en cuanto a que los nuevos medios vayan a fomentar
    una participación real de la ciudadana en la vida
    política en los siguientes obstáculos:

    En el interés de los ciudadanos: Para Mazzoleni
    (2001) Internet ofrece nuevas variantes de comunicación
    pero sólo accederán a ellas los usuarios que
    realmente estén interesados en la política, los
    mismos que con los medios tradicionales ya mostraban
    interés por la vida pública. Richard Davis (1999)
    augura que para la gran masa los nuevos medios no tendrán
    consecuencias porque no emplearán su tiempo en
    comprender –por desinterés, falta de tiempo o
    ignorancia– las oportunidades de las nuevas herramientas;
    además, a la mayoría no le surgirá un
    repentino interés por la política simplemente
    porque existan unas nuevas tecnologías.

    El interés de los agentes políticos: Cabe
    reflexionar sobre si los políticos y los gobernantes
    tienen un verdadero interés en fomentar la
    participación ciudadana. Irene Ramos Vielba (2002) apunta
    que hoy en día hay limitaciones gubernamentales sobre el
    material que aparece en Internet porque las administraciones son
    muy celosas a la hora de aportar información. Para Joan
    Subirats (2002), los políticos no tienen un verdadero
    interés en fomentar la participación y si bien en
    público se quejan de la falta de entusiasmo puesta por los
    individuos luego no se muestran proclives a desarrollar
    iniciativas que fomenten esta participación.

    Las posibilidades de acceso a las nuevas herramientas:
    Al respecto, José David Carracedo (2002:49) considera que
    "es cuando menos ingenuo pensar que cualquier persona, en
    cualquier parte del mundo, tenga cerca y pueda disponer de una
    conexión a Internet cuando en realidad dos tercios de la
    humanidad ni siquiera ha realizado una llamada
    telefónica". Richard Davis (1999) opina que ni en los
    países desarrollados podrá hablarse de un acceso
    universal a las nuevas tecnologías porque muchos de los
    ciudadanos simplemente decidirán no conectarse a la
    red o hacerlo
    pero para cuestiones diferentes a las públicas y
    políticas. Al respecto, algunos autores apuntan la
    dificultad que topan los usuarios a la hora de localizar la
    información que buscan entre la saturación y los
    riesgos de
    aislamiento que esta circunstancia entraña. Mazzoleni
    (2001) considera que los ciudadanos están saturados de
    información en la red, están desorientados y no
    saben cómo sacarle beneficio ni a la red ni cómo
    localizar esa información que buscan. En su
    opinión, la desigualdad se acentuará y
    generarán más diferencias sociales. Por otro lado
    Sunstein (2001) cree que las nuevas herramientas facilitan a los
    ciudadanos un acceso ilimitado de información y esta
    condición puede provocar que los individuos se vean
    saturados y se limiten a acceder únicamente a ideas que
    ellos elijan y no escuchen otras opiniones diferentes a las
    suyas. Pedro Gómez (2001) cuando afirma que toda esta
    desigualdad informativa puede generar una sociedad elitista de
    participación política, en la que sólo unos
    pocos estarían capacitados para participar en el
    intercambio de ideas entre los parlamentarios y los
    ciudadanos.

     

     

    5.
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    Eva Campos Domínguez

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