Conferencia Eafit. Febrero
24-2006.
Especialización en Costos y Finanzas.
- Definiciones
básicas - Introducción
necesaria - La cultura del
comercio - Las civilizaciones
productivas - El comercio por el
Mediterráneo - El libro de los
números - Los limes
romanos - La ruta de la seda y las
especias - Los
Condottieri - Los
portugueses - Las cartas de Relación de
Hernán Cortés y el comercio con
América - La revolución industrial,
la producción en serie y los grandes
negocios - Los mercados
modernos - Los nuevos negocios, la era
digital
Comercio: del latín Commercium,
cum (con) merx (mercancía).
-Actividad económica que consiste en realizar
operaciones
comerciales, como la compra, la venta o el
intercambio de mercancías o de valores, para
obtener beneficios.
-Tienda, almacén o
establecimiento dedicados a la venta o a la compraventa de
productos al
público.
-Conjunto de los comerciantes, especialmente si
conforman un ramo. En economía recibe el
nombre de cártel.
-Relación y trato, en ocasiones ilícitos,
entre personas.
Negocio: del latín Negotiun
(actividad, quehacer). Es la negación del ocio.
-Ocupación, operación o actividad de las
que se espera obtener un beneficio económico.
–Gestión
y realización de operaciones comerciales, especialmente de
compra, venta o intercambio, para obtener beneficios.
-Beneficio, provecho o interés
obtenidos a partir de actividades comerciales.
-Establecimiento o local en el que se
comercia.
-Ocupación o asunto.
Nota: es innecesario el uso del anglicismo
business.
Me gusta definir de que se trata el tema de lo que
hablo. La definición correcta de las palabras que
construyen un tema permite no equivocarse y evitar
especulaciones. La definición hace que la palabra sea esa
de que se trata y no otra. Y, además, permite la construcción con base en una idea adecuada.
Baruj Spinoza, el gran filósofo sefardí (que
negociaba con lentes), sostenía que ideas adecuadas
(ciertas) llevan a nuevas ideas adecuadas.
En hebreo, la palabra davar, significa cosa y a
la vez palabra. O sea que, cuando hablamos, debido a que las
palabras son cosas que entran en la fase del intercambio,
comerciamos y, si hablamos bien, negociamos bien porque las cosas
(las palabras) tienen su valor exacto
cuando expresan lo que realmente son. Creo que esta es la
función
del lenguaje
social. Por esto he definido las palabras comercio y
negocio.
También debo aclarar la palabra Algo, que
es la parte de un todo y a la vez un todo mismo relacionado con
otros algos. Así que en esta conferencia
hablaré de algo sobre la historia del comercio y el
negocio. Y digo algo, porque la historia del comercio y el
negocio es la gran historia de la humanidad, la más
extensa y permanente. Y la más importante en las
relaciones productivas del hombre.
Así que sería torpe decir que hablaré de la
historia del comercio y del negocio. Mejor, hablare de
algo sobre estos dos acontecimientos. Y no pienso ser
moral, o sea
que ni defiendo ni acuso. Esto le corresponde a otros y no a los
escritores.
La cultura del
comercio:
La tarea de Adán, una vez fue expulsado del
Paraíso, ese sitio mítico en el que sólo se
ejerce el ocio, fue la de nombrar las cosas que habían en
la tierra, en
el afuera y en el adentro. Por la Biblia, en el Antiguo
Testamento, nos informamos sobre el uso que le dio Adán al
inventario de
la creación que ya había hecho D-s.
Pastoreó, se multiplicó, permitió que sus
animales
domésticos se criaran en buenas condiciones. Abel su hijo,
se dedicó a la agricultura.
Caín, a la conducción de animales. Y supongo que
Eva se dio a las tareas del hogar (al oikos, de donde proviene la
palabra economía), a fin de usar bien lo que le
proveían el marido y los hijos. Ya, cuando Caín
mata a Abel, aquel se marcha al oriente y sus descendientes
trabajan los metales y
construyen instrumentos
musicales.
En la Biblia (que es un recurso antropológico
importante en la historia occidental), desde el primer libro se
manifiesta la existencia del trabajo. Pero
no como un castigo, como se ha querido dar a entender, sino como
una actividad económica.
Y es claro, como lo demuestra la arqueología, que
los primeros grupos humanos
entendieron que los excedentes de producción (la reproducción del ganado, la cosecha
sobrante, lo nacido de la especialización en un oficio,
etc.) necesitaban ser intercambiados, es decir, comercializados
con otros grupos.
Sólo en el idealismo
ecológico se habla de comunidades autosuficientes,
parecidas a las de los anacoretas, esos hombres que vivieron en
el desierto alejados de cualquiera otro de su misma
especie.
De igual manera, en el Antiguo Testamento se habla del
desarrollo
sostenible. La palabra justicia
está determinada como el uso debido de algo, su rentabilidad
estimada y, paralelamente al uso, su conservación para que
la próxima generación haga lo mismo.
Si le quitamos al Antiguo Testamente su carácter sagrado o tomamos su contenido
como algo relativo al trabajo con sentido de rentabilidad, es
decir como un oficio de hombres libres (como lo entienden los
calvinistas y los judíos), encontramos que allí se
enseña a comerciar y a tener negocios, pero
no para explotar o engañar al otro sino para que la
comunidad
crezca. Los libros del
Antiguo Testamento establecen los principios del
nosotros y no del yo salvaje que ahora nos caracteriza. O
sea que se plantea la esencia del negocio inteligente, que no es
el de lograr una gran riqueza de una vez sino el de obtener
resultados beneficiosos todo el tiempo. Esto
para no entrar en crisis.
La cultura del comercio y el negocio, nace entonces de
dos puntos básicos: el excedente de producción (lo
que no uso de lo que hago porque ya estoy abastecido) y el
negocio, la mejor manera de obtener beneficios del intercambio.
Esta cultura es propia de todos los pueblos que utilizaron bien
las ventajas comparativas de su territorio. O, como dice Georg
Willhelm Friedrich Hegel, el
filósofo alemán, encontraron la noción (el
inicio de la razón), es decir, supieron que algo de la
realidad existente afuera podía ser
transformado.
En este punto se diferencian los pueblos comerciantes de
los pueblos ladrones. Los primeros entendieron que podían
transformar la naturaleza,
los segundos tuvieron que robar porque no llegaron a este
entendimiento. Los segundos fueron esclavos, los primeros
libres.
Primera idea: la cultura del comercio y el
negocio aparece en las comunidades productivas en las que
la moral no es
otra cosa que una buena costumbre para desarrollar un territorio
sin dañarlo.
Las civilizaciones
productivas:
Cuando hablamos de la cultura de occidente nos tenemos
que referir a lo que se llamó la Media luna
fértil. Este espacio estaban conformado por que lo hoy
ocupan Irán, Irak, la costa
de Palestina y Egipto.
Allí comenzó nuestro proceso
cultural debido precisamente a la fertilidad del
territorio.
Ríos como el Tigres y el Eufrates que le dan el
nombre a la Mesopotamia
(meso-pótamos, entre ríos) y el rio Nilo, que cada
año inundaban las vegas, permitieron que los hombres que
allí se habían establecido crearan sistemas
económicos propicios para el intercambio. De esto dan fe
las tablillas sumerias (en escritura
cuneiforme) en las que se da cuenta de cantidades de ganado, de
trigo recogido y de negocios hechos.
No en vano la cultura sumeria fue la primera que
desarrolló un código
ético con normas estrictas
(el inicio del código de Hamúrabi), así como
un proceso de globalización económica que
involucró a todos los pueblos vecinos. Estas normas
aplicaban a la convivencia para que pudiera haber intercambio y,
como resultado, negocios.
Los hombres de la Biblia, herederos de Sumeria,
Babilonia y Caldea, hablan de ciudades (Ur) y de todo lo que
allí se negociaba. La familia de
Abraham, por ejemplo, producía y vendía
cerámicas. En estas ciudades (sitios seguros donde se
reúne mucha gente) se llevaban a cabo todo tipo de
transacciones. Allí llegaban las caravanas con lo que no
existía en la ciudad y de allí salían las
caravanas con lo que no había en el exterior. Esto me hace
recordar los juegos
electrónicos de estrategia, en lo
que si el jugador no funda sistemas de comercio efectivos y
constantes, la defensa de la ciudad, que carece de oro para
resistir los asaltos, llega a un punto cero y como consecuencia a
la destrucción.
Esos mismos hombres de la Biblia hablan después
de Egipto como bodega y almacén (negocio) para obtener lo
que les hace falta. Allí, en Egipto, ya se nota un
pensamiento
estratégico: se debe racionalizar el consumo de la
cosecha, almacenarla, contarla, dotarla de un precio. Los
sueños de José (las vacas gordas y flacas), la
llegada de los hijos de Jacob a comprar trigo, ilustran sobre el
caso. Esto para mencionar historias que todos
conocemos.
Las civilizaciones productivas primitivas constituyeron
los primeros centros de producción, transformación
e intercambio. No sólo dependieron de lo que sus cosechas
le daban sino que se dieron a la transformación y, como
resultado, a la creación de bienes no
comunes (tejidos de lana y
seda, orfebrería, trabajo de los metales etc.), lo que la
enriqueció porque no sólo dependieron de sus
ventajas comparativas sino de las competitivas. Y la riqueza se
produjo bajo el concepto
económico de que lo que es escaso es caro.
Es bueno anotar que no crearon la escasez por medio
de la acaparamiento de bienes (lo que produce una riqueza
ficticia porque si lo que se tiene guardado no sale a tiempo al
mercado, es
posible que encuentre un sustituto) sino por la especialidad del
producto.
Así hablaríamos del mercado de la cerveza egipcia,
del de las aleaciones de
los metales celtas (de los que se deriva el famoso acero toledano),
del de las tinturas y perfumes de la India, del de
la seda y decorados de la China
etc.
Estas primeras civilizaciones, que miraron al cielo para
orientarse, construyeron caminos para comunicarse y llegaron tan
lejos que en el libro de Esther se dice que el imperio persa
llegaba hasta las fronteras con China y estaba constituido por
127 ciudades con las que comerciaban permanentemente. Este
comercio se llevaba a cabo por medio de caravanas que iban de un
lugar a otro vendiendo y comprando.
Segunda idea: el comercio no se desarrolla
sólo con productos naturales sino que logra su mayor
esplendor con aquello que es manufacturado. La
transformación fue lo que hizo famosas esas
civilizaciones. Allí hacían algo que los
demás no tenían.
El comercio por
el Mediterráneo:
El Mediterráneo, sostenía Isidoro de
Sevilla, era el mar que dividía la tierra en dos:
en norte y sur. Al norte estaba la tranquilidad, la belleza y la
riqueza y al sur el infierno y los seres intermedios entre los
monos y la gente que iba a las iglesias. Esta idea de la
disposición de la geografía (y del
fomento del racismo), la
creyeron en Europa
continental (misteriosamente en la Edad Media,
cuando ya se había comprobado lo contrario) pero no en
Asia central y
en el Peloponeso.
Los fenicios, los
vikingos y los griegos, grandes navegantes y buenos comerciantes
(si bien los dos últimos cuando no tenían que
comerciar se daban a la piratería), demuestran que Isidoro (que
pensó mucho tiempo después de los griegos, los
vikingos y los fenicios) no tenía razón porque
tanto hubo comercio en las costas europeas como en las africanas,
en las que estaban situados los comercios del norte y el sur y a
los que llegaban hombres de todos los tipos trayendo consigo
cosas desconocidas o mejor elaboradas que en otras
partes.
Vale la pena anotar que de las costas africanas
llegó el concepto del aseo, la cortesía y el buen
comer y los productos que representaban estas palabras. De ellas
(palabras-cosas) vivieron los cartagineses hasta que el paso a
Europa en Elefantes, promoviendo una guerra, los
acabó. Se nota que Aníbal, el gran guerrero,
entró en crisis al tratar de hacer lo que no fue capaz.
Este concepto de crisis es clara en la Ethica de Spinoza:
Qué puedo hacer. Si hago más de esto, de lo
que puedo, entro en crisis.
De los fenicios sabemos que iban desde las costas de
Palestina (lo que hoy es Líbano, Israel y parte de
Turquía) hasta el fin de la tierra (Finisterre, como la
llamaron los romanos o Las columnas de Hércules, como
aparecía en las cartas de
navegación de los griegos). Estos fenicios, de origen
semita, crearon una ruta comercial no sólo transportando
mercancía y haciendo negocios, sino fundado ciudades que
al comienzo fueron puntos de abastecimiento. En términos
modernos, fueron los primeros que mundializaron sus empresas. Una
ciudad como Cádiz, fue fundación fenicia y lo mismo
se supone de Barcelona y Palermo, de Tetuán y
Alejandría la vieja.
Los fenicios comerciaban telas, colorantes, esencias,
especias, armas,
ámbar, piedras preciosas y conocimiento.
Y fueron prósperos debido a la estricta contabilidad
que hacían de sus negociaciones. Jean Mazel, en su libro
El secreto de los fenicios, dice que a ellos les debemos
el concepto de comercio organizado, que su símbolo era el
toro (por aquello de su capacidad reproductiva) y que uno de sus
dioses, Melkart, le sirvió a los griegos para crear a
Herakles (Hércules), el semidios que llegó hasta el
jardín de las Hespérides en busca de manzanas de
oro (realmente, de ser cierta la leyenda, llegó hasta las
granjas fenicias de Valencia buscando naranjas). Melkart
señalaba hacia el occidente y era el patrono de los
viajes y las
mujeres que buscaban un buen matrimonio.
Los fenicios, que son el paradigma del
comercio, fueron los creadores de los estudios de mercado y de
alguna manera de la publicidad. Se
cuenta que cuando llegaban a una playa desconocida descargaban
allí la mercancía y la adornaban para que se viera
más bonita. Luego se retiraban y, escondidos, miraban como
los habitantes se acercaban tomaban algo y dejaban a cambio otro
artículo.
De esta manera los fenicios probaban lo que se
necesitaba en el lugar y cuál era el valor que los
habitantes estaban dispuestos a dar por el producto. Y si bien
esta práctica era riesgosa, pues podrían ser
robados o valorados en menos de lo que valían los
artículos dejados, ellos asumían el riesgo.
Después de este ensayo, que de
inmediato contabilizaban a la par que hacían el mapa del
sitio, ya sabían qué interesaba y a cuánto
ascendía la relación de cambio.
De los vikingos se sabe que comerciaban con vino en
forma de mermelada, con pieles y maderas. Y que no sólo
llegaron a Terranova sino que, haciendo navegación de
cabotaje (siguiendo la costa), tocaron las costas de Palestina y
allí se mezclaron y negociaron con las gentes. Si Judas
tenía el pelo rojo, como dice la tradición, es
porque descendía de algún vikingo.
También se dice de los vikingos que llegaron
hasta Brasil (los
españoles encontraron allí tribus de ojos azules) y
a la meseta cundiboyacense, donde enseñaron a tejer y a
utilizar la paja para hacer viviendas. Un rastro vikingo en
Colombia
sería el famoso Bochita de los chibchas.
Ya con los griegos, que comienzan a navegar desde de la
isla de Creta (famosa por el rey Minos y el Minotauro, por el
mítico Dédalo y su hijo Ícaro) hasta las
distintas islas del mar Egeo, comerciando y, si era del caso,
saqueando, aparecen distintas formas de comercio: a la manera
fenicia, llevando lo que otros necesitaban; a su manera,
imponiendo el consumo con las armas etc.
Esto aparece en la Odisea, que
cuenta cómo los navegantes griegos conquistaron el
Mediterráneo, no sólo luchando sino estableciendo
negocios y fomentado el intercambio. Vale la pena anotar que
igual que en la Odisea, en los cuentos de
Simbad el marino se narra la manera cómo los árabes
conocieron las rutas de comercio del océano
índico.
Los romanos, herederos de los griegos, nombraron al
Mediterráneo mare nostrum (nuestro mar) y desde el
puerto de Ostia establecieron la ruta de comercio marítimo
más completa que se haya conocido hasta que se dio el
descubrimiento de
América. Los romanos comerciaban con todo lo conocido
y su moneda internacional era la sal (de donde proviene la
palabra salario). Pero no
sólo hacían comercio por el mar sino que, haciendo
una gran red de caminos
(por encima de los cuales hoy pasan la mayoría de las
autopistas europeas), lograron cubrir todo el imperio.
Tercera idea: no se despreció
ningún mercado. En todos había algo que negociar,
incluso seres humanos. En ese tiempo esclavos, hoy deportistas y
reinas de belleza.
El cuarto libro de la Biblia, Bamibdar (en el
desierto), es conocido como el libro de los
Números. Así lo nombró la
versión de los Setenta, que fue escrita en griego. Este
libro es muy interesante porque aquí se hace el primer
censo del pueblo de Israel en el desierto, contando cada tribu,
su especialidad productiva y normalizando la forma de hacer el
comercio entre cada una de ellas y con los extranjeros. Y va
más allá, porque Moisés o quien haya escrito
el libro, determina también cómo serán las
embajadas comerciales, qué deben hacer, cómo actuar
y qué compromisos adquirir.
El libro de los Números trata de los
judíos antes de llegar a la tierra prometida.
Todavía están en el desierto, pero ya tienen
oficios e industrias
establecidas, conocen las fuentes para
proveerse y miran al futuro con base en el intercambio y la
producción permanentes. Realmente confían poco en
D-s y más en ellos, en lo que sus manos hacen y en la
inteligencia
del negocio, que consiste en estar innovando. Así, el
libro de los Números, le da un espaldarazo a la iniciativa
de los grupos, a la vez que establece muy bien las diferencias de
cada tribu y la ventaja competitiva que tiene.
En términos modernos, se hizo un estudio de
participación de mercados y de
zonas de influencia. Y los contabilistas serán los
levitas, que llevaran cuentas exactas
de cada actividad.
El libro de los Números establece un orden en la
producción y los negocios, a partir de bases de datos
confiables y, como sucede en el mismo libro, se realiza esta
base de datos
dos veces indicando con ellos que la información hay que estar actualizando para
que los cambios no pasen desapercibidos y terminen afectando la
actividad comercial e industrial.
Cuarta idea: orden en la producción y los
negocios. Todo desorden, por pequeño que sea, lleva al
caos. Sin saberlo, el libro de los Números ya hablaba del
efecto mariposa.
Los romanos, al contrario de los griegos y otras
culturas, fueron los primeros en hacer ciudades realmente
cosmopolitas. En Roma había
gentes de todas las naciones conocidas: griegos, galos, hispanos,
germanos, judíos, africanos etc. Y cada uno de estos
grupos mantenía sus propias costumbres, lo que
hacía que en la ciudad estuviera el mundo reunido en sus
lenguas, comidas, artículos y maneras de negociar. Roma
era igual que New-York, Buenos Aires o
Berlín, ciudades que contienen el mundo
adentro.
Pero lo interesante no eran los romanizados (de acuerdo
al derecho
romano, se volvía romano todo aquel que admitiera sus
leyes) sino
los limes, esos lugares hasta donde llegaba el imperio. El lime
era una construcción militar: a un lado, en dirección a Roma, los soldados del
César.
Del otro lado, los bárbaros. Esto que
podría señalar algo conflictivo, no lo era. Los
limes fueron los mayores centros de intercambio y negocios de
Roma, ya que en esa frontera
militar siempre aparecía lo nuevo, lo desconocido, eso que
no estaba en el imperio pero que existía. El lime era el
contacto con el bárbaro (con lo que es
diferente).
Como consecuencia de esos limes se fueron moldeando los
idiomas romances y al tiempo, los intercambios comerciales y los
productos mestizos, lo que permitió que algo sufriera
variaciones sin perder su esencia. Esto, en el mundo del
comercio, fue importante porque la variación en el
producto facilitó innovaciones, arreglos en los procesos
(reingenierías), nuevos mercados y la aparición
permanente de la novedad.
Entre nosotros, un producto mestizo es la arepa con
mantequilla (la primera indígena, la segunda europea) que
al paso del tiempo se ha ido desarrollando en otros productos:
arepa con carne, con huevo, con fríjoles etc. Y lo mismo
sucede con la ruana, el poncho, algunas formas
arquitectónicas (la del café,
por ejemplo) etc.
Todo lo anterior fruto del lime entre españoles e
indios. Y algo así fue el lime romano, donde todo se
mezclaba logrando verdaderas innovaciones. Esto amplió los
mercados del imperio e hizo más fáciles las
relaciones comerciales, ya con los proveedores
como con los clientes. Como
curiosidad, la palabra cliente viene del
latín cliens, persona defendida
por un patrón, protegida.
Quinta idea: el comercio y los productos no se
quedan en lo que son sino que al entrar en contacto con otros
espacios sufren cambios. Así el producto mejora sus
condiciones en la medida en que el cliente interviene, con los
usos que le da a lo que compra, en la elaboración del
producto. Esto justifica la investigación permanente de ambas partes:
cliente y producto, el uno en relación con el otro. Y
viceversa.
La ruta de la seda y las
especias:
Las cruzadas, que comenzaron en Inglaterra y
terminaron con el descalabro de Ricardo Corazón de
león, tuvieron tres fines: sacar a los pobres del
territorio inglés
para dejarlos regados por Europa, conquistar a Jerusalén
en poder de los
islámicos y controlar el comercio proveniente de oriente.
En otros términos, se hizo por negocio parecido a lo que
hoy llamamos globalización económica.
Teniendo a los pobres de Inglaterra en el camino a
Jerusalén, los reyes y comerciantes ingleses se aseguraban
un mercado de ingleses por fuera (anglificación de Europa)
que requerirían de los productos de la isla y que,
paralelamente, los enseñarían a usar a otros no
ingleses. De esta manera creció el comercio del
paño y de la tela de lana. Esto funcionó tan bien
con el tiempo que la ruta de las cruzadas acabó por
imponer la cultura sajona sobre la
mediterránea.
La segunda tarea, la conquista de Jerusalén,
buscaba controlar el peregrinaje de los cristianos. Quién
tuviera la ciudad tendría los impuestos de
ingreso y, además, una alta rentabilidad debido a la
provisión de alimentos,
costo de
hospedaje y venta de reliquias. Por esos días se
escribió El libro de las maravillas del abate de
Mandeville, en el que se decía que la cruz de Cristo se
ampliaba en la medida en que la gente llevaba trocitos de ella.
Por mucho tiempo los cruzados tuvieron el control, pero al
final Saladino los derrotó y se quedó con el
negocio. La consecuencia de la derrota fue la peste negra en
Europa y la aparición del mito de Robin
Hood.
Y el gran negocio, la ruta de la seda y las especias,
tampoco quedó en manos de los cruzados. Se sabía
que esas rutas, la que iba por Afganistán y la que llevaba
a la India y a China, no sólo eran unas líneas de
abastecimiento de productos caros y bien terminados (en el caso
de las sedas y las joyas) sino también de productos
necesarios para la conservación de la carne que
comían los europeos, a la que le era necesaria las
especias (el clavo, el comino, la canela etc), el azúcar
y la sal. Quien controlara estas rutas, tendría
además la posibilidad de entrar en ese gran mercado de
intercambio que eran las tierras del Khan.
Marco polo, en El libro del millón (porque
allí todo es por miles), daría cuenta de estos
grandes reinos y de las
posibilidades comerciales que tenían. Cristóbal
Colón, leyó el
libro y lo acotó al punto que lo convirtió en una
verdad casi absoluta. Por eso su error de haber llegado al Asia
por el occidente, desconociendo la barrera que le impuso el
continente americano, se mantuvo firme.
Sexta idea: La
globalización no es nada nuevo. Es una manera de
extender los mercados y los comercios.
Cuando se dieron los primeros burgos en Europa, siempre
situados en el cruce de los caminos y de los ríos,
floreció la industria a
través de los gremios, gente especializada en hacer algo.
Estos burgos, amparados por algún obispo o por un
señor feudal, desarrollaron la industria a tal punto de
calidad y
belleza que los señores de esos lugares, creyendo que los
artesanos ganaban mucho con esto que hacían, impusieron
impuestos muy altos, tanto que a los gremios ya no les fue
rentable producir. Entonces se quejaron a su señor y este,
como sabía que su riqueza dependía de la carga
impositiva que aparecía en la medida en que las cosas se
pudieran comerciar, llamó a los Condottierri o los
creó o éstos aparecieron sin más (no es
claro). Y comenzaron a representar el burgo.
El Condottier era un hombre que sabía de armas,
tenía un ejército privado y estaba en capacidad de
someter ciudades obligando a los vencidos a comprar los productos
del burgo que representaban. Así, a cambio de una parte de
las ganancias, extendieron el comercio. Y en esa
extensión, los productos mejoraron para obtener mayores
ganancias, dando pie a una nueva burguesía y al
crecimiento de las artes liberales.
Aparecieron nuevos gremios productivos, los banqueros
(que prestaban dinero
sentados en un banco), los
físicos que vendían remedios y curaban enfermedades, los circos,
los pequeños negocios y las caravanas de
comerciantes.
A través de operaciones militares y de imponer el
miedo, se creció el comercio en Europa. El negocio
entonces fue tener un ejército como punta de lanza para no
sólo abrir mercados sino para someterlos. Algo no muy
moral, pero es costumbre que sigue vigente. Lo practicaron los
españoles en América, los ingleses en China y en la
India, los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, los
norteamericanos en Cuba etc. Es
conveniente anotar que los Condottieri llevaban contables con
ellos a fin de que las operaciones se leyeran en términos
de deber y haber.
Séptima idea: el comercio en Europa
medieval y renacentista se hizo a través de
ejércitos armados. Luego la idea se siguió
practicando a través de la Jus Belli (la denominada
guerra justa).
Uno de los reyes de Portugal es Enrique el navegante, un
rey que nunca navegó. Sin embargo este rey promovió
no sólo el comercio sino los descubrimientos de nuevas
rutas comerciales. Debido a la condiciones de Portugal, que tiene
más de costa que de ancho, los portugueses fueron
más hombres de mar que de tierra. Y como los griegos y los
árabes, hicieron sus mejores caminos en el mar. A los
portugueses les tocó el océano atlántico,
las islas Azores y la ruta hacia el oriente navegando a cabotaje
por las costas de África.
Ellos, como después los holandeses, tuvieron
claro que el mejor comercio era el de ultramar. No sólo
era menos competido sino más atractivo porque de las islas
y tierras lejanas conocidas podían traer productos
asombrosos y además tener colonias que sirvieran de base a
la producción europea y al intercambio de bienes. Esta
conducta de
comercio, hizo que muchos navegantes buscaran apoyo para nuevos
descubrimientos, asegurando que a su regreso abundarían
las riquezas. Uno de ellos fue Hernando de Magallanes.
En la crónica de Antonio Pigafetta se habla de
los comercios que hizo la expedición con los indios
brasil, con los patagones y el intento de hacerlo con la gente de
Malucas, que eran ladrones y mataron a Magallanes de un
flechazo.
Esta primera vuelta al mundo determinó muy bien
que no era la política ni la
religión
la que se interesaba principalmente en los descubrimientos de
nuevas tierras sino el comercio. Y que el espíritu humano,
antes que tolerante o intolerante, es económico y, en
condición de economía, amoral. Ya esto se
leía en los diarios de Colón y en las
crónicas de la conquista, en el libro de Marco Polo y en
algunas crónicas de comerciantes chinos.
A los comerciantes portugueses se debe el comercio de
esclavos negros especializados (unos para pastorear ganado, otros
para la agricultura, los más para las minas), de
instrumentos científicos y de azúcar de
caña. Estos hombres comerciaron con los islámicos,
con los paganos (japoneses y chinos) y con los ingleses fundaron
Hong Kong el enclave comercial más importante de Europa en
el continente asiático.
Octava idea: El comercio es cuestión de
rutas, de públicos objetivos, de
nichos. Hay que saber qué necesita el otro y llegar a
él de la manera más rápida y eficiente
(justo a
tiempo). Este es el negocio.
Las cartas de
Relación de Hernán Cortés y el comercio con
América:
Cortés fue quizás el más grande de
los estrategas españoles llegados a América y el
que más oportunidades vio. Era un hombre curioso y
ordenado, un gran contabilista de los bienes que tenía y
un excelente narrador de aquello que lo asombraba. Fruto de sus
vivencias son las cartas de relación a Carlos V, en la que
narra lo que ve en el imperio de los aztecas. Una de
estas cartas tiene que ver con el mercado de Tenochitlán,
el más fabuloso comercio de la Europa y América de
esos días.
Allí no sólo había lo que daba la
tierra sino que los productos se acompañaban de
artesanías y orfebrerías delicadas, telas de
variados colores y
detalles exóticos. Además, la exhibición
hacía ver la mercancía más importante y
apetitosa. Y los vendedores, además de conocer el oficio,
eran también expertos en la producción y en la
aplicación del producto, al punto que si éste era
algo medicinal, también hacían de
médicos.
Esta carta sobre el
mercado de Tenochitlán, que es el precedente de las
grandes superficies actuales, maravilla por la descripción y por el inventario detallado
que hace el conquistador, quien no sólo cuenta lo que ve
sino que lo compara con otros mercados que ha conocido y que le
sirven de referencia para decir que es el más grande,
ordenado y bien dispuesto del que se tiene noticia.
Esta descripción del mercado de
Tenochitlán inflama la imaginación y así
comienza el comercio regular con América a partir del
siglo XVI, imponiéndose un producto entre todos los
conocidos: el chocolate que, al final, se terminó
preparando mejor en Europa que en América.
A partir de las cartas de relación de
Hernán Cortés, occidente llega a territorio
americano, primero en forma de intercambio y después a
manera de una extensión de España en
este continente (México se
llamó La nueva España, Colombia la Nueva Granada,
la costa atlántica la Nueva Andalucía etc.). Y lo
mismo sucede en América del Norte: la nueva York, la nueva
Ámsterdam, la nueva Inglaterra, la nueva Orleáns.
Todos centros de comercio al principio y después origen de
ciudades debido al intercambio y a la fundación de
empresas.
Novena idea: los mercados se extienden en la
medida en que hay real intercambio. Y cuando una cultura traslada
parte (gente de esa cultura) a otro sitio. El mercado de
colombianos en Quenns, en New York, por ejemplo. El de gallegos
en Buenos Aires, el de turcos en Berlín etc.
La revolución
industrial, la producción en serie y los grandes
negocios:
Hasta finales del siglo XVIII, las ciudades
islámicas (Bagdad, Damasco, Basora, Samarcanda, Istanbul)
eran más importantes y con comercios más amplios
que las occidentales. Pero al llegar la máquina de vapor y
con ella su mayor expresión, el tren, las condiciones
cambiaron radicalmente. Con las máquinas
se impuso la tecnología occidental
sobre la oriental y los excedentes de producción se
multiplicaron a consecuencia de la producción en serie que
había tenido sus primeros inicios en los principios
económicos de La riqueza de las naciones de Adam
Shmit.
Esta producción en serie cambió las
condiciones del mercado y los negocios porque los productos se
hicieron más baratos, así como el transporte que
ahora cargaba mercancía por toneladas y se desplazaba sin
necesidad de postas y por encima de carrileras.
Y como es natural, las operaciones mercantiles se
hicieron mayores y los efectos contables más detallados
(lo que cuesta hacer algo y lo que cuesta venderlo), pues ya no
sólo estaban los coste fijos y los diferidos sino que a la
producción y el comercio se le agregaban ahora bienes de
capital y
bienes inmuebles. Y también oficios nuevos: jefes de
bodega, logística de transporte, vagones especiales
etc.
Con la revolución
industrial apareció una clase media en
capacidad de consumir regularmente, lo que obligó a
atender los mercados de manera estable y a competir con conceptos
de calidad, confort, duración, justo a tiempo,
financiación e innovación permanente.
Además aparecieron las aseguradoras, los grandes
empréstitos bancarios y la bolsa. Y si bien se dieron los
monopolios, también se dieron los pequeños negocios
que se movían con mayor agilidad y lograban innovaciones
en poco tiempo.
La utopía de Francis Bacón, La nueva
Atlantis, que cifraba la felicidad del hombre en el desarrollo que
tuviera la idea de progreso, pareció cumplirse al fin con
la revolución industrial. Y si bien es cierto que no
cubrió más que a una parte pequeña de la
humanidad, la que controla y amplía los comercios, si
generó la idea del Estado del
bienestar que tiene su punto más alto en el intercambio de
bienes útiles entre los seres humanos y en la
circulación constante de dinero, lo que permite tazas
altas de impuestos que se revierten en la calidad de
vida de los ciudadanos y en las mejoras constante de eso que
consumen.
Los grandes negocios nacieron de la calidad del mercado
y de los consumidores y de la amplitud de la clase media que fue
la que puso a circular dinero en cantidades nunca vistas y que no
sólo gastó en lo que necesitaba para vivir sino en
diversión, viajes, salud y cultura, lo que
permitió el nacimiento de las empresas de servicios.
Décima idea: Los grandes negocios dependen
de la calidad del mercado, del justo a tiempo y del concepto de
calidad de vida que se pacte con los consumidores.
Estos ya los conocemos. Son mercados que se
amplían y se contraen de acuerdo a lo que aparece en
los medios de
comunicación, a las jugadas de bolsa y al optimismo de
las personas. Sin embargo, existe una premisa que los japoneses y
los chinos han entendido muy bien: hay que tomar un maestro,
aprenderle, igualarlo y luego superarlo. Esta idea, que aparece
en Buda y en Confucio, los ha hecho competitivos e
innovadores.
En occidente Emmanuel Kant decía
en el Discurso sobre la Ilustración, que nada
estaba completo y por eso todo admitía mejoras. De igual
manera Benjamín Franklin llamaba a ahorrar el 25 por
ciento de toda intención de consumo (si voy a comprar
cuatro, compro tres) para mantener siempre dinero en el bolsillo.
Pero ni a Kant ni a Franklin les hemos hecho caso y el mercado
comienza a ser de los que practican las ideas de Buda y de
Confucio. Se dirá que es la posmodernidad,
que legitima la crisis y el desorden. Yo creo, más bien,
que sobre deudas y deseos no se pueden montar comercios y
negocios. Los libros de contabilidad son muy claros en este
aspecto.
Undécima idea: los viejos no tienen la
razón pero tienen el camino.
Los nuevos negocios,
la era digital:
Así como en el siglo XVII, con el descubrimiento
de Australia, el mundo estaba unido por rutas marítimas y
esto le imponía un ritmo al uso del tiempo, hoy estamos
unidos por la red. O sea que los negocios son más
rápidos y es más rápida la transferencia de
dinero.
Pero, viene la pregunta. ¿A quién le
vendemos ahora que todos los mercados están no sólo
descubiertos sino abastecidos por todas partes? Los que piensan
en esto han (hemos) pasado de una tecnología a otra y los
paradigmas de
negocio siguen siendo clásicos, aplicados a la vieja
tecnología en que nacimos y no a la nueva que aparece: en
occidente, DMD (dinero-mercancía-dinero) y en oriente, MDM
(mercancía-dinero-mercancía).
Creo que la tecnología digital y los nuevos
negocios pertenecen a las nuevas generaciones, a las que nacieron
en la era de la red y deben manejar el mudo que tienen. Estas
personas tienen ahora cinco años. Cuando cumplan 25 ya
buena parte de la humanidad que hace negocios estará
muerta o jubilada. Pero para ellos habrá nacido el nuevo
concepto de mercado y de negocio y la historia continuará
sin parar, así como ha sido a pesar de las guerras y las
pestes.
Duodécima idea:
Los nuevos mercados y la tecnología moderna no
funcionan con criterios antiguos sino nuevos. No se puede esperar
que un avión se comporte como un pájaro.
Muchas gracias.
Escrito en Medellín escuchando a
Frédéric Chopin. Las notas de sus sonatas y
mazurcas, polonesas y nocturnos hicieron posible que yo
escribiera esta conferencia. Hice un buen negocio comprando su
obra completa.
Febrero 19 de 2006.
Esta charla se la dedico a Frédéric
Chopin, el gran pianista. Siempre hizo malos
negocios.
José Guillermo Angel