La democracia deliberativa telemática: un ensayo de participación política
- 1. ¿Democracia
directa frente a democracia deliberativa? - 2. La "democracia
deliberativa telemática" - Notas
Abstract
Desde hace unos años estamos asistiendo a una
revolución
tecnológica de enorme magnitud, la cual incorpora,
además, el elemento y característica clave de su
velocidad.
Este fenómeno afecta sobremanera al "modus vivendi" de
los miembros de nuestras sociedades y a
las formas que tenemos de relacionarnos y actuar dentro de ellas.
Las sociedades contemporáneas del mundo industrializado se
enfrentan al reto de instrumentalizar correctamente esas nuevas
tecnologías. En la esfera de la política, la
difusión de las TIC?s plantea
la cuestión acerca de si su aplicación puede
contribuir a avanzar en la construcción de sociedades más
democráticas. Diferentes propuestas teóricas
comienzan a discutirse no sólo en el ámbito
académico, sino también en el de la práctica
política. El objetivo de
este trabajo
consiste en explorar los modelos
teóricos de aplicación de las nuevas
tecnologías al ámbito político y en
presentar el alcance de algunas de las experiencias que ya se han
probado localmente. El desarrollo de
estos argumentos entronca con cuestiones de crucial importancia
para la ciencia
política, como son la calidad de la
democracia y la participación política, el debate sobre
la representación política o el derecho a la
intimidad de los ciudadanos.
1.- ¿Democracia
directa frente a democracia deliberativa?
Es un lugar común el contraponer la democracia
directa ejercida a través de las nuevas
tecnologías, lo que se denomina como "teledemocracia", a
la llamada democracia deliberativa.
Un punto en común es el de que ambas conceden una
especial importancia al discurso
público, pero con unos intereses distintos en cada caso:
la teledemocracia desde una concepción mercantil de la
política, con intereses en conflicto y
competencia,
mientras que la democracia deliberativa, sin embargo, está
fundada en el ideal del autogobierno, surgiendo la verdad, no del
choque de intereses y posiciones ya previamente establecidas,
sino de una discusión razonada en busca del bien
común en cada uno de los temas debatidos
(1).
Existen diversos puntos de enfrentamiento, que Scott
London se ha encargado de recoger y organizar; serían los
siguientes (2):
En la teledemocracia, la opinión
pública es esencial para el buen gobierno; sin
embargo, en la democracia deliberativa, las opiniones agregadas
no constituyen un juicio público.
En la teledemocracia, un discurso público
dinámico fomenta un saludable "mercado de
ideas", mientras que, en la democracia deliberativa, las verdades
políticas surgen de la deliberación
pública, no de la competición de las
ideas.
En la teledemocracia, la conversación
política efectiva es de tipo vertical: entre los
ciudadanos y los actores políticos. Por contra, en la
democracia deliberativa, la más efectiva
conversación política es lateral: entre los
ciudadanos.
En la teledemocracia, los ciudadanos pueden gobernarse a
sí mismos gracias a las nuevas tecnologías,
mientras que, en la democracia deliberativa, el autogobierno
requiere una toma de
decisiones colectiva, es por ello por lo que existen
mecanismos de diálogo y
de colaboración.
En la teledemocracia, la velocidad de las nuevas
tecnologías puede intensificar la democracia; sin embargo,
en la democracia deliberativa, la velocidad se presenta como algo
perjudicial para la deliberación
pública.
En la teledemocracia, la libre conversación es la
piedra angular de la democracia, mientras que, en la democracia
deliberativa, la democracia se basa en el principio del
diálogo, no del monólogo.
En la teledemocracia, la participación
pública debe ser incrementada; sin embargo, en la
democracia deliberativa, la medida de la participación
democrática es la calidad, no la cantidad.
En la teledemocracia, los ciudadanos necesitan igual
acceso a la información. Por contra, en la democracia
deliberativa, la información se entiende, más que
como condición previa al debate, como producto del
mismo.
Estoy de acuerdo en que, a grandes rasgos, estas son las
características fundamentales de una y otra modalidad de
discurso público, pero las cosas no siempre son blancas o
negras, quiero decir con esto que las distintas realidades
presentan multitud de matices. Desde esta creencia, pretendo
realizar un acercamiento a la obra de Ian Budge, concretamente a
sus reflexiones acerca de la democracia directa
(3):
Budge expone los argumentos que secularmente se han
esgrimido para impedir lo que era considerado como algo positivo,
pero a la vez irrealizable, esto es, que los ciudadanos votasen
directamente acerca de los asuntos que les preocupan, estas
razones giran alrededor de afirmaciones del tipo de que las
masas, o bien tienen carencia de conocimientos, o bien son
apáticas.
Budge señala cómo actualmente las modernas
tecnologías han transformado las expectativas acerca de
que la participación directa de los ciudadanos en la toma
de decisiones sea llevada a cabo, puesto que, si bien sigue
siendo imposible la reunión de los ciudadanos, es posible
la
comunicación a distancia, a través de redes y de medios
electrónicos.
Ian Budge va a estudiar la democracia directa y va a
analizar dos posibles versiones de la misma, identificando antes
las características comunes a ambas variantes, que son las
que sirven para diferenciar la democracia directa de la
democracia representativa:
En abstracto, la democracia directa aparece
caracterizada como un régimen en el que la población, como un todo, vota acerca de las
decisiones políticas más importantes.
Concretando más, y bajando a un terreno
más práctico, en la democracia directa, el cuerpo
de ciudadanos adultos vota directamente a propósito de la
mayoría de aquellos asuntos acerca de los cuales, en las
democracias representativas, vota el Parlamento.
Las dos versiones de democracia directa que Budge va a
desgranar son dos extremos, siendo este autor consciente, tal y
como él mismo declara, de que, entre ambos, existen
multitud de caminos intermedios; se trata del voto popular
inmediato y de la democracia directa con base en los partidos
políticos:
A) El voto popular inmediato suele ser
considerado, equivocadamente, la única forma de democracia
directa.
Según las reglas de esta modalidad, todas las
iniciativas políticas estarían sometidas al voto
popular, con lo que el Ejecutivo jugaría un rutinario
papel administrativo. No existirían los partidos
políticos y las proposiciones serían sometidas a la
soberanía popular para tomar una
decisión inmediata después de un debate popular que
habría tenido lugar a través de los medios
electrónicos citados antes. La política se
convertiría, así, en un referéndum
perpetuo.
B) Para el caso de la democracia directa basada
en los partidos políticos, Ian Budge pone de manifiesto
cómo, hoy en día, el nivel de educación y de
"civilidad" de la población ha crecido considerablemente y
cómo, además, ya existen, o se están
desarrollando, medios de
comunicación simultánea.
Las instituciones
centrales de la democracia contemporánea no son tanto los
Parlamentos, como los partidos políticos, que han asumido
el rol de mediadores entre la población y el gobierno. Los
partidos políticos podrían asumir el rol de
guías y organizadores del voto popular, del mismo modo que
hoy lo hacen con el voto legislativo; el papel de los partidos se
hallaría a medio camino entre el que a día de hoy
adoptan en las elecciones y el que adoptan dentro del
Parlamento.
Se trataría de una democracia directa, con un
gobierno basado en los partidos políticos, elegido
electoralmente al igual que hoy, pero que sometería las
cuestiones legislativas y políticas a los votos populares
(al igual que hoy hace con los votos legislativos).
Hemos visto hasta ahora una serie de cuestiones que
considero importante resumir y ordenar para seguir adelante con
el hilo del razonamiento que se está llevando a cabo: en
primer lugar, hemos visto cómo, gracias a las nuevas
tecnologías de la información y de la comunicación, existe en la actualidad la
posibilidad de establecer sistemas de
democracia directa que sustituyan los paradigmas de
las democracias liberal-representativas y que no choquen con la
objeción que tradicionalmente se ha utilizado para
determinar la inviabilidad de esos sistemas: la imposibilidad de
poner en contacto a los miembros de grandes comunidades para
decidir acerca de los asuntos públicos. En segundo lugar,
se ha comprobado que, pese a la posibilidad real de implantar
tales modelos,
existen multitud de razones que desaconsejan tal
implantación y que proponen vías alternativas de
reforzamiento de la participación de los ciudadanos en la
cosa pública, me refiero, fundamentalmente, a la
democracia deliberativa.
Gran parte de los acercamientos que algunos autores
hacen a estas cuestiones yerran, no obstante, desde mi punto de
vista, en el hecho de asociar los medios tecnológicos tan
sólo con la llamada democracia directa, dando lugar a la
"teledemocracia" de la que me he ocupado más arriba. Sin
embargo, considero que las TIC’s son perfectamente
aplicables a la democracia deliberativa y que esta se debe servir
de aquellas para su mejor funcionamiento y para un cumplimiento
correcto de sus funciones.
Además, como se ha visto al analizar la obra de
Ian Budge, sobre la que ahora volveré, el término
"democracia directa" no es un término unívoco, no
sirve sólo para designar una única modalidad de
participación política. Al contrario, se trata de
un término amplio, siendo difícil establecer
fronteras y grandes diferencias entre algunas de sus modalidades
y el modus operandi propio de la participación
política promovida por la democracia
deliberativa.
Por todo esto, me niego, por un lado, a admitir como
cierto el hecho de que las TIC’s sólo puedan ser un
apoyo de la democracia directa entendida como voto popular
inmediato y, por otro, y en relación con esto
último, a separar de manera tajante la democracia directa
de la democracia deliberativa.
Hecha esta recapitulación y estas apreciaciones
–este excursus– me dispongo, precisamente, a
seguir el curso y el camino por el que estábamos
transitando:
Para una mejor comprensión, retomo el hilo
exponiendo cuál es el lugar, el punto, al que pretendo
llegar a través de las páginas que siguen, y este
no es otro que la propuesta de una democracia deliberativa,
cercana a determinadas formas de democracia directa, que dote a
la participación política de los ciudadanos de un
valor renovado
y que, para tal fin, se sirva de las nuevas tecnologías de
la información y de la comunicación como uno de los
medios fundamentales, si no el que más. Por estas razones,
el modelo que
propongo bien podría recibir el nombre de "democracia
deliberativa telemática".
2. La "democracia
deliberativa telemática"
Con este término, "democracia deliberativa
telemática", pretendo referirme al modelo que considero
más adecuado para revalorizar el elemento participativo en
los sistemas democráticos.
A este tipo de democracia la denomino "deliberativa",
puesto que incluye la deliberación como medio principal
para la toma de decisiones políticas por parte de los
ciudadanos, objetivo que se ve logrado, en gran parte, gracias a
las TIC’s, de ahí el calificativo de
"telemática".
Pienso que la referencia a la deliberación debe
anteceder al término relativo al componente
tecnológico, ya que la primera apunta hacia los fines y el
segundo tan sólo hacia los medios utilizados.
Cuando hablo de "democracia deliberativa", hago
referencia a un modelo que toma elementos tanto de la democracia
directa, como de la democracia representativa.
Siguiendo con el análisis del pensamiento de
Ian Budge, quisiera centrarme en su modelo de democracia directa
basada en los partidos políticos, a la que antes me he
dedicado.
Budge reconoce que mediante el voto popular es probable,
al menos más que mediante el voto legislativo, que se
dé una disfunción y que el programa de
gobierno quede sin ser puesto en marcha. Este autor propone las
siguientes soluciones
para evitarlo:
Las medidas que ya estuvieran incluidas en el programa
del partido o partidos de Gobierno requerirían una
mayoría cualificada (dos tercios, quizás) para ser
rechazadas.
Cualquier medida que el Gobierno eligiera para formular
un voto de confianza requeriría una mayoría adversa
cualificada (¿sesenta por ciento?, ¿dos tercios?)
para ser rechazada (¿en el primer año o en los dos
primeros años de Gobierno?, ¿durante toda la
legislatura?;
todo son posibilidades).
Los Gobiernos podrían tener una duración
fija o variable. En este último caso, podrían
tomarse medidas como las dos anteriores para asegurarles un
período de vida razonable.
Las medidas no necesitan aprobarse por mayoría de
un solo voto. Puede haber primera, segunda y tercera lecturas,
como en las legislaturas contemporáneas. Excepto en casos
urgentes, los votos no necesitan ser "sí" o "no": pueden
incluir otras alternativas, como ha propuesto Benjamín
Barber, del tipo "volver a considerar el asunto en seis meses"
(4).
Todo esto no son sino posibilidades que Budge considera
perfectamente compatibles con el voto popular.
Los críticos objetan que no se puede esperar que
las instituciones funcionen de la misma manera en que lo hacen en
el sistema
representativo, especialmente, los partidos
políticos.
Budge responde a estas críticas alegando que
existen numerosos casos de Gobiernos en minoría en la
Europa
continental, así como sistemas como la Presidencia
americana en relación con el Congreso o el de la
débil disciplina de
partido del Parlamento italiano, que demuestran que el voto
popular no ha de conllevar mayores posibilidades de hacer perder
a los partidos sus características esenciales.
Ian Budge sostiene que estas fórmulas pueden
impedir que los Gobiernos actúen durante largo tiempo contra
los deseos de la mayoría, así como que esos
Gobiernos, al término de las legislaturas, tomen medidas
que favorezcan su reelección para, una vez producida esta,
y con el amparo otorgado
por la lejanía de la siguiente cita electoral, imponer
medidas contrarias a los deseos de la
población.
Otra de las críticas se ha basado en declarar que
el voto popular es un voto apático y poco informado y que
podría degenerar en el voto de pequeños grupos, con
intereses particulares en el asunto acerca del que se vota,
manipulados por profesionales. Budge no considera insuperable
este peligro por las siguientes razones:
Los partidos conservarían su rol,
organizarían el voto y harían aquello que hoy hacen
bajo los sistemas de representación.
Sería necesario un mínimo nivel de voto
para que las medidas fueran aprobadas. Esto llevaría a los
partidos a estimular la participación.
Mayores oportunidades de debate y participación
llevan a mayor compromiso. Si esto se combina con programas
cívicos en institutos y medios de comunicación
tendría lugar un aumento en la atención y el interés
popular.
El votar semanal o mensualmente es distinto a votar cada
cuatro años.
Los términos "ignorancia", "experto", "no
educado", "apático", etc., aplicados a la política,
son ellos mismos debatibles, según el punto de vista desde
el que se analicen.
Ha de admitirse que la situación y el
conocimiento que cada ciudadano posea puede variar. Y a esto
puede ayudar el hecho de que las decisiones a tomar afecten
directamente intereses particulares suyos.
Estas propuestas se hallan enmarcadas por su autor
dentro de un modelo concreto de
democracia directa, sin embargo, como ya he apuntado más
arriba, no las considero contrarias a la democracia deliberativa.
Al contrario, opino que una democracia deliberativa que incluyera
este tipo de participación ciudadana, a la vez que
mantiene las instituciones fundamentales a día de hoy del
stablishment político –los partidos–
podría cumplir correctamente con sus objetivos de
discusión y debate público, huyendo a la vez de los
riesgos de la
democracia directa entendida como voto popular
inmediato.
Esta propuesta de Ian Budge no difiere sustancialmente
de las conocidas propuestas de la strong democracy de
Benjamin Barber, ambas se hallan dentro de un marco que busca,
como sabemos, reforzar la participación política de
los miembros de una sociedad, sin
por ello considerar superada la democracia liberal.
Estas fórmulas se hallarían, así, a
medio camino entre la democracia directa (entendida meramente
como ese voto popular inmediato) y la democracia representativa.
Desde esta posición, no es extraño que una
democracia directa basada en los partidos políticos pueda
ser calificada de democracia deliberativa: como ha sostenido
Víctor Sampedro en un estudio acerca de la opinión
pública y la democracia deliberativa, "La democracia
representativa prima la OP agregada (…) En cambio la
democracia directa apela a la OP discursiva" (5).
Es decir, en el primer caso, se suman las opiniones y se atiende
a la mayoría, mientras que, en el segundo, el
diálogo de todos los ciudadanos tiende a consensos. La
democracia representativa presenta el defecto de que "el puro
enfrentamiento de intereses privados no asegura, sino que limita,
la representación de los más desfavorecidos"
(6), con lo que ello conlleva de elitismo y de
preeminencia de los grupos de interés más
poderosos, así como de atrofia del control popular.
La democracia directa y el debate que se produce en su seno,
"refina la moral
pública de los ciudadanos activos y
disconformes, que defienden gran variedad de intereses mejorando
la formulación de los problemas a
resolver" (7).
Sin embargo, Sampedro parece no querer entrar en el tema
de las nuevas tecnologías, puesto que, aparte de los
reparos que pueda suscitar el ejercicio de la democracia directa,
se limita a constatar como dato objetivo que "la democracia
directa propone una utopía inalcanzable" (8), por
resultar imposible un diálogo cara a cara, dada la
amplitud de las sociedades actuales. El diálogo, en
cualquier caso, no tiene por qué ser, a día de hoy,
cara a cara.
Para Sampedro, por tanto, existe un enfrentamiento entre
esta "utopía inalcanzable" y el "realismo
pesimista de la democracia representativa". Ante este conflicto,
este autor va a "reivindicar la utopía positiva de la
democracia deliberativa, donde los ideales de
participación y decisión colectivas se saben
siempre inacabados" (9).
Me interesa mucho subrayar esta última idea,
porque conecta perfectamente con aquello que decía
anteriormente cuando afirmaba que, desde mi punto de vista, la
democracia ha de ser un continuum, nunca un producto
acabado y perfecto, sino una realidad siempre en
construcción y siempre mejorable.
Digo que esta fórmula de la democracia
deliberativa se halla a medio camino entre representación
y carácter directo, porque, siguiendo con
Sampedro y sus análisis centrados en la opinión
pública, la misma sigue tanto la opinión
pública agregada propia de la democracia representativa,
como la opinión pública discursiva propia de la
democracia directa.
Sigue la opinión pública agregada porque
respeta la ley de las
mayorías; sin embargo, y esta idea merece resaltarse,
trata de que estas mayorías no sean siempre
representativas de los mismos sectores.
Por otra parte, sigue la opinión pública
discursiva, puesto que se basa en la creencia de que sólo
a través del diálogo es posible transformar los
intereses individuales en intereses colectivos.
Como afirma Sampedro, "La democracia deliberativa no
exige una reforma radical de las instituciones que gestionan la
OP. Habría que intervenir en ellas "como si" realizasen
las funciones que dicen cumplir y crear algunas nuevas"
(10).
Por lo tanto, lo que se propone aquí no es dar al
traste con el sistema propio del liberalismo,
sino dotarle de un mayor valor y contenido. Al fin y al cabo, los
perfiles de nuestras actuales democracias han ido
conformándose a base de la acumulación de distintos
elementos que no se hallaban dentro de los postulados del
Estado Liberal
(al menos, no en acto; aunque quizás sí en potencia). Los
modelos de Estados de Bienestar son una buena prueba de ello. El
liberalismo, qué duda cabe, nos ha sido enormemente
útil, pero hay que ir más allá, sin por
ello, repito, acabar con su construcción. Ackerman ha
escrito lo siguiente a este respecto: "si aprovechamos el
momento, si extendemos el alcance de la democracia constitucional
operante más allá del territorio central del
liberalismo, quizá podamos ofrecer pruebas
convincentes de que el liberalismo mereció ganar la
batalla de 1789" (11).
Muchos de los argumentos que se esgrimen para atacar a
la democracia directa no dejan de ser argumentos dedicados a
constituir objeciones a cualquier tipo de intervención de
la población en los asuntos públicos. Por lo tanto,
gran parte de esos razonamientos pueden ser utilizados contra el
modelo de "democracia deliberativa telemática" que
aquí defiendo; puesto que van encaminados a la defensa y
al mantenimiento
de una democracia representativa de claro corte elitista. El
elemento común a todos estos argumentos es que los
ciudadanos ordinarios son incapaces de tomar diariamente
decisiones políticas y deben, por ello, ceder en sus
representantes a través de las elecciones. Tales
afirmaciones no sólo condenan e impiden la posibilidad de
que los ciudadanos sean quienes, en último término,
adopten decisiones concretas; sino que, en base al presupuesto de
que los miembros de una sociedad sólo son hábiles
para elegir a aquellos que decidirán por ellos, se impide
también que los ciudadanos puedan mantener un debate
público y abierto acerca de cuestiones
políticas.
Como digo, este es el argumento de fondo que se esconde
detrás de este tipo de construcciones doctrinales; sin
embargo, cada una de ellas posee sus especificidades. Voy a
analizar tres de las más importantes, así como
algunos de los argumentos que se han esgrimido contra ellas: se
trata de las opiniones de Joseph A. Schumpeter (12), John
Plamenatz (13) y Giovanni Sartori (14):
Para Schumpeter, la razón que explica esa falta
de capacidad ciudadana es la falta total de interés y
desenvolvimiento en los asuntos públicos.
Para Plamenatz, la razón hay que buscarla en los
diferentes criterios utilizados por los votantes para decidir
entre distintos partidos que comparan, frente a la necesaria
experiencia para tomar decisiones. Como apunta este autor, un
ciudadano puede elegir entre distintos candidatos teniendo una
ignorancia total del Derecho.
Para Sartori, la razón es esta misma que acabo de
exponer hablando de Plamenatz y, además, el marcado cariz
técnico de los problemas políticos, lo que hace
difícil a los políticos profesionales permitir a
los ciudadanos ordinarios que se ocupen por sí solos de
tales problemas.
Todas estas razones no son contradictorias entre
sí, al contrario, es muy probable que se utilicen
conjuntamente para propiciar un refuerzo mutuo.
Estas tesis se basan
en la información de los ciudadanos y en lo que, en
inglés,
se conoce con el término expertise, término
de difícil traducción que alude a la posesión
de determinados conocimientos técnicos sobre una materia. Ya he
señalado antes que estos y otros términos cercanos,
aplicados a la política, se convierten ellos mismos en
cuestiones debatibles.
Parry ha sugerido que el conocimiento
no es de una pieza y que, por tanto, no puede convertirse en el
monopolio de
un grupo de
especialistas (15). Numerosos ejemplos demuestran que la
invariabilidad de los juicios técnicos es en sí
misma un elemento de debate político.
Ian Budge también ha criticado estas teorías
elitistas (16) con argumentos como estos:
La falta de interés en la esfera pública
conlleva una mayor motivación
para adquirir conocimientos, que puede llevar a los ciudadanos a
tomar decisiones basadas en criterios diferentes a los utilizados
por los legisladores.
Budge admite que Plamenatz está en lo cierto
cuando apunta que los ciudadanos pueden simplificar sus
decisiones; pero sostiene que, si lo hacen, no harán otra
cosa distinta de la que hacen los representantes en los
Parlamentos y los científicos en su campo de conocimiento
(y aún más en la Ciencia
entendida como totalidad). Las estrategias
simplificadoras de cálculo se
utilizan a todos los niveles, por lo que no cabe levantar una
barrera entre población y elite.
Las teorías elitistas se basan en considerar poco
inteligente a la población, sabiendo además que
existen distintas vías de acción
y que, normalmente, a lo que asistimos es a estrategias
políticas que lo que hacen es imponer una solución
más que evidenciar una falta de sofisticación por
parte de los ciudadanos.
El conocimiento no es exclusividad de especialistas y
políticos, puesto que, a través de la educación y de
los medios de
comunicación se difunde ampliamente. El conocimiento
no es estático, sino que está sujeto tanto a la
expansión, como al cambio, a partir de la discusión
general. Esto no lo empobrece, al contrario, lo
enriquece.
Tengo la opinión de que hemos de desconfiar de
aquellos planteamientos sedicentemente democráticos que
tienen como punto fundamental el limitar al máximo la
participación de los ciudadanos en base a una
consideración de estos como menores de edad
políticos.
En la mayor parte de las ocasiones, estos argumentos se
utilizan para la preservación del estado de cosas
existente, son actitudes
cómodas y seguras que rechazan cualquier
(re)valorización de la participación ciudadana,
desvirtuando así la salud de una democracia bajo
la que se suelen parapetar.
Aquí se aboga, como hemos visto por una
democracia deliberativa o participativa, es decir, una democracia
que recoja y promueva la participación de los ciudadanos
en los asuntos públicos como un elemento fundamental de la
misma y que dote de una especial importancia al diálogo y
a la deliberación como medio (y también fin en
sí mismo) fundamental para canalizar esa
participación.
La apuesta que hago es por una democracia deliberativa,
una democracia participativa, que conceda un valor a la
opinión ciudadana parejo al que vemos que le concede Ian
Budge. Las propuestas de este mismo autor acerca de esa
democracia directa basada en los partidos políticos, que,
según he expuesto, considero en la misma órbita que
el modelo de "democracia deliberativa telemática", pueden
ser, por ello, perfectamente recogidas por este modelo. La
preservación de los avances traídos por el sistema
liberal, así como la permanencia de los actuales actores
políticos fundamentales – los partidos– y de
unos Gobiernos con mayores funciones que las meras labores
administrativas no es incompatible con un reforzamiento
democrático a través de la incidencia en la
participación ciudadana.
¿Cómo llevar a cabo esa labor de
deliberación?, ¿cuáles serían las
vías para establecer la participación de los
ciudadanos de una manera efectiva?:
Muchas son las posibilidades de hacer realidad esta
propuesta. En la obra de Barber encontramos diferentes maneras de
materializar esta voluntad de participación. La strong
democracy, en último término, busca lo mismo
que buscamos con la "democracia deliberativa telemática":
reforzar la democracia, reforzar la participación. Por lo
tanto, las vías señaladas por Barber son de gran
utilidad para
nuestro modelo. La existencia de asambleas vecinales, por
ejemplo, supone también, al menos yo así lo veo, un
reforzamiento democrático. El hecho de que los miembros de
una comunidad
dialoguen, debatan y decidan acerca de sus asuntos comunes, de
sus aspiraciones, de sus problemas, etc. ayuda a que esa
comunidad tome decisiones consensuadas y efectivas, a la vez que
ayuda también a que sus miembros adquieran, a
través de ese involucrarse, mayor conocimiento y mayor
dimensión ciudadana y moral. Y esto
es así porque la acción de decidir y debatir acerca
del futuro de cada uno y de la comunidad en general posee un
innegable aspecto moral.
Ocurre, como sabemos, que, a día de hoy, las
nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación nos permiten ampliar la magnitud de las
comunidades que habrán de deliberar hasta alcanzar, por
ejemplo, a la totalidad de los ciudadanos de un
Estado.
No es lo mismo, efectivamente, un debate cara a cara,
una reunión física de los
ciudadanos, que una conversación a través de medios
electrónicos. Este es un reproche frecuentemente aducido;
en mi opinión, es más deseable un debate y una
deliberación a través de estos medios que un debate
inexistente. En este modelo, los partidos podrían seguir
desempeñando su rol, como ha señalado
Budge.
Antes de entrar a analizar el componente
"telemático" de la "democracia deliberativa
telemática", considero necesario incluir en este punto
algunas de las críticas fundamentales que se han hecho a
la democracia deliberativa. Una muy buena muestra de estas
críticas se halla en un artículo del profesor
Francisco J. Laporta (17). En él, este autor
señala acertadamente que "cualquier propuesta de mejora o
cambio político tiene que tomar cuerpo en un conjunto de
mecanismos institucionales para poder hacerse
realidad. De lo contrario permanecerá en el limbo de las
buenas intenciones, y con no poca frecuencia de aquellas buenas
intenciones de las que está empedrado el infierno"
(18).
Laporta se va a centrar en la viabilidad o no de una
organización institucional de la democracia
deliberativa o participativa.
Señala cómo cree que se está
volviendo a una rehabilitación del mandato imperativo, que
este autor creía ya sobradamente superado, puesto que tal
mandato "transformaba al órgano representativo en un
mosaico de intereses locales imposibles de ensamblar; y
excluía a su vez la deliberación y el razonamiento
de conjunto" (19). Para Laporta, lo que los defensores de
la democracia deliberativa hacen es convertir mentalmente una
pluralidad de distritos en un distrito único comprensivo
de todo el cuerpo electoral, lo que deja de ser mandato
imperativo para convertirse en una suerte de democracia directa,
referéndum o plebiscito constitucional. Laporta
desconfía de estas prácticas a las que acusa de
simplistas y de caldo de cultivo para la aparición de
comportamientos demagógicos. Además, afirma la
ignorancia de la mayoría de la gente sobre muchos de los
temas importantes que se le someten a discusión
(20).
Laporta se ocupa también de lo que denomina
"ciberpolítica", término sinónimo de lo que
aquí se viene llamando "teledemocracia", y le achaca
objeciones como la de que "Cantidad de información,
velocidad de la información y rapidez de las decisiones
están aseguradas, pero la calidad reflexiva y deliberativa
es harina de otro costal" (21) o los problemas que
suscitaría la actitud
irresponsable de algunos periodistas. Respecto a esto
último, considero que es un problema distinto al de la
ciberpolítica, puesto que, precisamente, los ejemplos que
Laporta ofrece sobre lo no deseable, son ejemplos que han
ocurrido ya y que han tenido lugar con los actuales sistemas de
representación (22). En cuanto a la primera
objeción, diré que de la misma ya hice acuse de
recibo líneas más arriba cuando comparé
teledemocracia con democracia deliberativa y estoy de acuerdo con
Laporta en la superioridad de la calidad y de la
deliberación frente a la cantidad y la rapidez;
precisamente, no otro modelo es el que aquí se
propone.
Laporta encuentra objeciones a la democracia
deliberativa en todo el asunto relativo a la
representación de determinados grupos. Personalmente,
comparto las cautelas de este autor, no es para menos cuando se
sitúan en la cuerda floja principios como
el clásico "one man, one vote"; cuando "uno ya no es
elegido porque los votantes lo deciden, sino que puede que
salga automáticamente porque pertenece a una
minoría que hay que escuchar diga lo que diga el votante"
(23); cuando existe la posibilidad casi segura de que
distintos grupos con intereses y problemas serios no se resistan
a quedar postergados y demanden convincentemente un tratamiento
electoral similar al de otros grupos o cuando, pese a nuevas
construcciones, las minorías menos formalizadas y
estructuradas sigan siendo ignoradas. Todas estas cuestiones
constituyen, ciertamente, problemas nada baladíes ante los
que no cabe cerrar los ojos protegidos por un discurso
participativo que todo lo ampare. Y esto porque, al fin y al
cabo, este modelo no solucionaría el problema de fondo,
supondría tan sólo poner algunos parches a lo ya
existente y, en definitiva, la sustitución o, al menos, la
desvalorización de los partidos políticos en
beneficio de otro tipo de organizaciones
sociales. El respeto a las
minorías y a las asociaciones ha de mantenerse, desde
luego, pero no hasta el punto de su defensa a costa de derechos y principios a los
que no podemos renunciar. Una democracia deliberativa ha de tener
en cuenta a las organizaciones existentes en una sociedad, a los
grupos minoritarios, etc., pero si de algo nos puede ser de
utilidad en la actualidad es de marco en el que la
participación de los ciudadanos individualmente
considerados adquiera una renovada vigencia.
De las reflexiones de Francisco Laporta me parece de
suma importancia resaltar las ideas que le sirven para cerrar el
artículo que estamos comentando. A propósito de las
críticas que normalmente recaen sobre la democracia
competitiva, escribe que no "puede condenarse a una teoría
de la democracia como esa porque haya fomentado el egoísmo
o el abstencionismo electoral. Los seres humanos no se comportan
así porque lo diga la teoría competitiva de la
democracia; es más bien al revés, la teoría
lo que hace es afirmar que la democracia se explica mejor si se
opera con la hipótesis de que se comportan así.
Nadie ha recomendado al homo economicus como ideal
de ser humano" (24).
Lo que Laporta sostiene es que este modelo de ser humano
no es consecuencia de la democracia representativa y que los
ciudadanos no serán más activos porque se lleven a
cabo ciertos cambios institucionales. La clave está en la
educación y en la socialización política. Estas deben
ser entendidas como paso previo a la existencia de una democracia
deliberativa, sostiene Laporta. No le falta razón en la
propuesta de iniciar un debate acerca de cómo están
siendo educadas las generaciones futuras; sin embargo, ciertos
procesos de
deliberación, si no solucionar el problema, pueden ir
coadyuvando a la generación, desde el mismo momento de su
puesta en práctica, de una ciudadanía reflexiva y activa.
Una vez observadas y comentadas algunas de las
críticas a la democracia deliberativa, es hora de explicar
por qué este modelo de democracia deliberativa por el que
se apuesta en este trabajo recibe el apelativo de
"telemática".
Ello se debe, obviamente, a la existencia en la misma de
un componente tecnológico que permite acercar a aquellos
que, físicamente, se encuentran alejados y que permite,
asimismo, el establecimiento de vías y de foros de
comunicación y de debate entre un número amplio de
ciudadanos. Unos ciudadanos considerados individualmente, unos
actores singulares del proceso
político (como son en último término), en
base a cuya actuación se puedan evitar los problemas
señalados por Laporta acerca de los comportamientos
grupales, a los que antes se ha hecho referencia.
Considero que, a lo largo de esta exposición, ha quedado claro que no es un
modelo teledemocrático el que se propone (ya hemos visto
las deficiencias del mismo), sino un modelo de democracia basado
en la deliberación y en el reforzamiento de la
participación ciudadana. Este modelo es el que pretende
servirse de los avances de las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación como medio
propicio para el logro de sus objetivos.
Me interesa que quede clara esta idea, puesto que, si
como pienso que ocurriría y ya he explicado, la
implantación de sistemas de deliberación
ayudaría a formar una ciudadanía crítica
y a que la misma sintiera un deseo de adquirir conocimientos y
participar más activamente, no puede decirse lo mismo del
mero hecho tecnológico. Esto es, la sola
utilización de las TIC’s no generará per
se lo que sí puede generar la democracia deliberativa:
no podemos esperar que nuestras tecnologías sean muy
diferentes de la sociedad y la economía en que
aparecen. Barber ha señalado cómo las nuevas
telecomunicaciones, más que alterar y
mejorar las actuales instituciones socioeconómicas y
actitudes políticas, tan sólo las reflejarán
(25).
Es por ello por lo que el acento debe ponerse en educar
y socializar y en el componente deliberativo.
Ángel Valencia ha sostenido una idea de cuyo
contenido ya me he ocupado y que es fundamental para entender el
modelo de "democracia deliberativa telemática" que
aquí se expone. Esta idea es la de que la democracia
participativa "rechaza la identidad
entre "democracia electrónica" y "democracia directa"
(26). Este mismo autor sostiene lo siguiente: "El ideal
democrático del futuro, lo llamemos "democracia
participativa" o no, pasa por una nueva reflexión sobre el
concepto de
democracia y también por la elaboración de procedimientos
imaginativos que ayudados por las nuevas tecnologías
ayuden a complementar la "democracia representativa" que
tenemos". En mi opinión, estas palabras de Valencia
concuerdan a la perfección con el objetivo del modelo de
"democracia deliberativa telemática".
Los medios tecnológicos, y las posibilidades
ofrecidas por los mismos, han de ser utilizados como campo
importante para el debate, como arena de actuación de los
ciudadanos en la vida política.
· Ackerman,
B., El futuro de la revolución liberal, Ariel,
Barcelona, 1995.
· Barber, B.
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Age, University of California Press, Berkeley,
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democracy?", en Constellations, vol. 4, núm. 2,
octubre de 1997.
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· Laporta, F.
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de Razón Práctica, núm. 109,
enero-febrero de 2001.
· London, S.,
"Teledemocracy vs. Deliberative Democracy: A Comparative Look at
Two Models of Public Talk", en Journal of Interpersonal
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1995. www.scottlondon.com/reports/tele.html.
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· Valencia
Sáiz, Á., "Democracia, nuevas tecnologías y
comunicación: Nuevas respuestas y viejos problemas dentro
de la teoría de la democracia", en Sistema,
núm. 136, enero de 1997.
· [1]
– London, S., "Teledemocracy vs. Deliberative Democracy: A
Comparative Look at Two Models of Public Talk", en Journal of
Interpersonal Computing and Technology, vol. 3, núm. 2,
abril de 1995, págs. 33-35.
www.scottlondon.com/reports/tele.html.
· [2]
– Ibíd., págs. 33-35.
www.scottlondon.com/reports/tele.html.
· [3]
– Budge, I., "Direct democracy: Setting appropriate terms of
debate", en Held, D. (ed.), Prospects for Democracy, Polity,
Cambridge, 1993, págs. 136-155.
· [4]
– Barber, B. R., Strong Democracy. Participatory Politics for a
New Age,
University of California Press, Berkeley, 1984.
· [5]
– Sampedro Blanco, V., Opinión pública y democracia
deliberativa. Medios, sondeos y urnas, Istmo, Madrid,
2000.
· [6]
– Ibíd.
· [7]
– Ibíd.
· [8]
– Ibíd.
· [9]
– Ibíd.
· [10]
– Ibíd.
· [11]
– Ackerman, B., El futuro de la revolución liberal, Ariel,
Barcelona, 1995.
· [12]
– Schumpeter, J. A., Capitalismo,
socialismo y democracia, Aguilar, Madrid, 1968.
· [13]
– Plamenatz, J., Democracy and Illusion, Longman, London,
1973.
· [14]
– Sartori, G., The theory of democracy revisited, Chatham House
Publishers, Chatham (Nueva Jersey), 1987.
· [15]
– Parry, "Democracy and amateurism: the informed citizen",
Department of Government, University of Manchester,
1989.
· [16]
– Budge, I., Op. Cit.
· [17]
– Me refiero al artículo "Los problemas de la democracia
deliberativa", publicado en Claves de Razón
Práctica, núm. 109, enero-febrero de 2001,
págs. 22-28.
· [18]
– Ibíd., pág. 22.
· [19]
– Ibíd., pág. 23.
· [20]
– Ya he hablado más arriba sobre esta cuestión y
las respuestas a tales críticas, extensivas a las palabras
de Laporta.
· [21]
– Laporta, F. J., "Los problemas de la democracia deliberativa",
en Claves de Razón Práctica, núm. 109,
enero-febrero de 2001, pág. 25.
· [22]
– Escribe Laporta, refiriéndose a los líderes de
opinión, "Incluso pueden afirmar públicamente que
se han confabulado para alterar el mecanismo democrático
desde fuera, con riesgo incluso de
las instituciones, ignorando los principios más
elementales de su profesión", haciendo una clara
alusión a episodios de nuestra reciente historia periodística
y política (Ibíd., pág. 25).
· [23]
– Ibíd., pág. 26.
· [24]
– Ibíd., pág. 28.
· [25]
– Barber, B. R., "The new telecommunications technology: Endless
frontier or the end of democracy?", en Constellations, vol. 4,
núm. 2, octubre de 1997, pág. 211.
· [26]
– Valencia Sáiz, Á., "Democracia, nuevas
tecnologías y comunicación: Nuevas respuestas y
viejos problemas dentro de la teoría de la democracia", en
Sistema, núm. 136, enero de 1997, pág.
89.
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Enrique Cebrián Zazurca