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La democracia deliberativa telemática: un ensayo de participación política




Enviado por Djamel Toudert



     

    Abstract

    Desde hace unos años estamos asistiendo a una
    revolución
    tecnológica de enorme magnitud, la cual incorpora,
    además, el elemento y característica clave de su
    velocidad.
    Este fenómeno afecta sobremanera al "modus vivendi" de
    los miembros de nuestras sociedades y a
    las formas que tenemos de relacionarnos y actuar dentro de ellas.
    Las sociedades contemporáneas del mundo industrializado se
    enfrentan al reto de instrumentalizar correctamente esas nuevas
    tecnologías. En la esfera de la política, la
    difusión de las TIC?s plantea
    la cuestión acerca de si su aplicación puede
    contribuir a avanzar en la construcción de sociedades más
    democráticas. Diferentes propuestas teóricas
    comienzan a discutirse no sólo en el ámbito
    académico, sino también en el de la práctica
    política. El objetivo de
    este trabajo
    consiste en explorar los modelos
    teóricos de aplicación de las nuevas
    tecnologías al ámbito político y en
    presentar el alcance de algunas de las experiencias que ya se han
    probado localmente. El desarrollo de
    estos argumentos entronca con cuestiones de crucial importancia
    para la ciencia
    política, como son la calidad de la
    democracia y la participación política, el debate sobre
    la representación política o el derecho a la
    intimidad de los ciudadanos.

    1.- ¿Democracia
    directa frente a democracia deliberativa?

    Es un lugar común el contraponer la democracia
    directa ejercida a través de las nuevas
    tecnologías, lo que se denomina como "teledemocracia", a
    la llamada democracia deliberativa.

    Un punto en común es el de que ambas conceden una
    especial importancia al discurso
    público, pero con unos intereses distintos en cada caso:
    la teledemocracia desde una concepción mercantil de la
    política, con intereses en conflicto y
    competencia,
    mientras que la democracia deliberativa, sin embargo, está
    fundada en el ideal del autogobierno, surgiendo la verdad, no del
    choque de intereses y posiciones ya previamente establecidas,
    sino de una discusión razonada en busca del bien
    común en cada uno de los temas debatidos
    (1).

    Existen diversos puntos de enfrentamiento, que Scott
    London se ha encargado de recoger y organizar; serían los
    siguientes (2):

    En la teledemocracia, la opinión
    pública es esencial para el buen gobierno; sin
    embargo, en la democracia deliberativa, las opiniones agregadas
    no constituyen un juicio público.

    En la teledemocracia, un discurso público
    dinámico fomenta un saludable "mercado de
    ideas", mientras que, en la democracia deliberativa, las verdades
    políticas surgen de la deliberación
    pública, no de la competición de las
    ideas.

    En la teledemocracia, la conversación
    política efectiva es de tipo vertical: entre los
    ciudadanos y los actores políticos. Por contra, en la
    democracia deliberativa, la más efectiva
    conversación política es lateral: entre los
    ciudadanos.

    En la teledemocracia, los ciudadanos pueden gobernarse a
    sí mismos gracias a las nuevas tecnologías,
    mientras que, en la democracia deliberativa, el autogobierno
    requiere una toma de
    decisiones colectiva, es por ello por lo que existen
    mecanismos de diálogo y
    de colaboración.

    En la teledemocracia, la velocidad de las nuevas
    tecnologías puede intensificar la democracia; sin embargo,
    en la democracia deliberativa, la velocidad se presenta como algo
    perjudicial para la deliberación
    pública.

    En la teledemocracia, la libre conversación es la
    piedra angular de la democracia, mientras que, en la democracia
    deliberativa, la democracia se basa en el principio del
    diálogo, no del monólogo.

    En la teledemocracia, la participación
    pública debe ser incrementada; sin embargo, en la
    democracia deliberativa, la medida de la participación
    democrática es la calidad, no la cantidad.

    En la teledemocracia, los ciudadanos necesitan igual
    acceso a la información. Por contra, en la democracia
    deliberativa, la información se entiende, más que
    como condición previa al debate, como producto del
    mismo.

    Estoy de acuerdo en que, a grandes rasgos, estas son las
    características fundamentales de una y otra modalidad de
    discurso público, pero las cosas no siempre son blancas o
    negras, quiero decir con esto que las distintas realidades
    presentan multitud de matices. Desde esta creencia, pretendo
    realizar un acercamiento a la obra de Ian Budge, concretamente a
    sus reflexiones acerca de la democracia directa
    (3):

    Budge expone los argumentos que secularmente se han
    esgrimido para impedir lo que era considerado como algo positivo,
    pero a la vez irrealizable, esto es, que los ciudadanos votasen
    directamente acerca de los asuntos que les preocupan, estas
    razones giran alrededor de afirmaciones del tipo de que las
    masas, o bien tienen carencia de conocimientos, o bien son
    apáticas.

    Budge señala cómo actualmente las modernas
    tecnologías han transformado las expectativas acerca de
    que la participación directa de los ciudadanos en la toma
    de decisiones sea llevada a cabo, puesto que, si bien sigue
    siendo imposible la reunión de los ciudadanos, es posible
    la
    comunicación a distancia, a través de redes y de medios
    electrónicos.

    Ian Budge va a estudiar la democracia directa y va a
    analizar dos posibles versiones de la misma, identificando antes
    las características comunes a ambas variantes, que son las
    que sirven para diferenciar la democracia directa de la
    democracia representativa:

    En abstracto, la democracia directa aparece
    caracterizada como un régimen en el que la población, como un todo, vota acerca de las
    decisiones políticas más importantes.

    Concretando más, y bajando a un terreno
    más práctico, en la democracia directa, el cuerpo
    de ciudadanos adultos vota directamente a propósito de la
    mayoría de aquellos asuntos acerca de los cuales, en las
    democracias representativas, vota el Parlamento.

    Las dos versiones de democracia directa que Budge va a
    desgranar son dos extremos, siendo este autor consciente, tal y
    como él mismo declara, de que, entre ambos, existen
    multitud de caminos intermedios; se trata del voto popular
    inmediato y de la democracia directa con base en los partidos
    políticos:

    A) El voto popular inmediato suele ser
    considerado, equivocadamente, la única forma de democracia
    directa.

    Según las reglas de esta modalidad, todas las
    iniciativas políticas estarían sometidas al voto
    popular, con lo que el Ejecutivo jugaría un rutinario
    papel administrativo. No existirían los partidos
    políticos y las proposiciones serían sometidas a la
    soberanía popular para tomar una
    decisión inmediata después de un debate popular que
    habría tenido lugar a través de los medios
    electrónicos citados antes. La política se
    convertiría, así, en un referéndum
    perpetuo.

    B) Para el caso de la democracia directa basada
    en los partidos políticos, Ian Budge pone de manifiesto
    cómo, hoy en día, el nivel de educación y de
    "civilidad" de la población ha crecido considerablemente y
    cómo, además, ya existen, o se están
    desarrollando, medios de
    comunicación simultánea.

    Las instituciones
    centrales de la democracia contemporánea no son tanto los
    Parlamentos, como los partidos políticos, que han asumido
    el rol de mediadores entre la población y el gobierno. Los
    partidos políticos podrían asumir el rol de
    guías y organizadores del voto popular, del mismo modo que
    hoy lo hacen con el voto legislativo; el papel de los partidos se
    hallaría a medio camino entre el que a día de hoy
    adoptan en las elecciones y el que adoptan dentro del
    Parlamento.

    Se trataría de una democracia directa, con un
    gobierno basado en los partidos políticos, elegido
    electoralmente al igual que hoy, pero que sometería las
    cuestiones legislativas y políticas a los votos populares
    (al igual que hoy hace con los votos legislativos).

     

    Hemos visto hasta ahora una serie de cuestiones que
    considero importante resumir y ordenar para seguir adelante con
    el hilo del razonamiento que se está llevando a cabo: en
    primer lugar, hemos visto cómo, gracias a las nuevas
    tecnologías de la información y de la comunicación, existe en la actualidad la
    posibilidad de establecer sistemas de
    democracia directa que sustituyan los paradigmas de
    las democracias liberal-representativas y que no choquen con la
    objeción que tradicionalmente se ha utilizado para
    determinar la inviabilidad de esos sistemas: la imposibilidad de
    poner en contacto a los miembros de grandes comunidades para
    decidir acerca de los asuntos públicos. En segundo lugar,
    se ha comprobado que, pese a la posibilidad real de implantar
    tales modelos,
    existen multitud de razones que desaconsejan tal
    implantación y que proponen vías alternativas de
    reforzamiento de la participación de los ciudadanos en la
    cosa pública, me refiero, fundamentalmente, a la
    democracia deliberativa.

    Gran parte de los acercamientos que algunos autores
    hacen a estas cuestiones yerran, no obstante, desde mi punto de
    vista, en el hecho de asociar los medios tecnológicos tan
    sólo con la llamada democracia directa, dando lugar a la
    "teledemocracia" de la que me he ocupado más arriba. Sin
    embargo, considero que las TIC’s son perfectamente
    aplicables a la democracia deliberativa y que esta se debe servir
    de aquellas para su mejor funcionamiento y para un cumplimiento
    correcto de sus funciones.

    Además, como se ha visto al analizar la obra de
    Ian Budge, sobre la que ahora volveré, el término
    "democracia directa" no es un término unívoco, no
    sirve sólo para designar una única modalidad de
    participación política. Al contrario, se trata de
    un término amplio, siendo difícil establecer
    fronteras y grandes diferencias entre algunas de sus modalidades
    y el modus operandi propio de la participación
    política promovida por la democracia
    deliberativa.

    Por todo esto, me niego, por un lado, a admitir como
    cierto el hecho de que las TIC’s sólo puedan ser un
    apoyo de la democracia directa entendida como voto popular
    inmediato y, por otro, y en relación con esto
    último, a separar de manera tajante la democracia directa
    de la democracia deliberativa.

    Hecha esta recapitulación y estas apreciaciones
    –este excursus– me dispongo, precisamente, a
    seguir el curso y el camino por el que estábamos
    transitando:

    Para una mejor comprensión, retomo el hilo
    exponiendo cuál es el lugar, el punto, al que pretendo
    llegar a través de las páginas que siguen, y este
    no es otro que la propuesta de una democracia deliberativa,
    cercana a determinadas formas de democracia directa, que dote a
    la participación política de los ciudadanos de un
    valor renovado
    y que, para tal fin, se sirva de las nuevas tecnologías de
    la información y de la comunicación como uno de los
    medios fundamentales, si no el que más. Por estas razones,
    el modelo que
    propongo bien podría recibir el nombre de "democracia
    deliberativa telemática".

     

    2. La "democracia
    deliberativa telemática"

    Con este término, "democracia deliberativa
    telemática", pretendo referirme al modelo que considero
    más adecuado para revalorizar el elemento participativo en
    los sistemas democráticos.

    A este tipo de democracia la denomino "deliberativa",
    puesto que incluye la deliberación como medio principal
    para la toma de decisiones políticas por parte de los
    ciudadanos, objetivo que se ve logrado, en gran parte, gracias a
    las TIC’s, de ahí el calificativo de
    "telemática".

    Pienso que la referencia a la deliberación debe
    anteceder al término relativo al componente
    tecnológico, ya que la primera apunta hacia los fines y el
    segundo tan sólo hacia los medios utilizados.

    Cuando hablo de "democracia deliberativa", hago
    referencia a un modelo que toma elementos tanto de la democracia
    directa, como de la democracia representativa.

    Siguiendo con el análisis del pensamiento de
    Ian Budge, quisiera centrarme en su modelo de democracia directa
    basada en los partidos políticos, a la que antes me he
    dedicado.

    Budge reconoce que mediante el voto popular es probable,
    al menos más que mediante el voto legislativo, que se
    dé una disfunción y que el programa de
    gobierno quede sin ser puesto en marcha. Este autor propone las
    siguientes soluciones
    para evitarlo:

    Las medidas que ya estuvieran incluidas en el programa
    del partido o partidos de Gobierno requerirían una
    mayoría cualificada (dos tercios, quizás) para ser
    rechazadas.

    Cualquier medida que el Gobierno eligiera para formular
    un voto de confianza requeriría una mayoría adversa
    cualificada (¿sesenta por ciento?, ¿dos tercios?)
    para ser rechazada (¿en el primer año o en los dos
    primeros años de Gobierno?, ¿durante toda la
    legislatura?;
    todo son posibilidades).

    Los Gobiernos podrían tener una duración
    fija o variable. En este último caso, podrían
    tomarse medidas como las dos anteriores para asegurarles un
    período de vida razonable.

    Las medidas no necesitan aprobarse por mayoría de
    un solo voto. Puede haber primera, segunda y tercera lecturas,
    como en las legislaturas contemporáneas. Excepto en casos
    urgentes, los votos no necesitan ser "sí" o "no": pueden
    incluir otras alternativas, como ha propuesto Benjamín
    Barber, del tipo "volver a considerar el asunto en seis meses"
    (4).

    Todo esto no son sino posibilidades que Budge considera
    perfectamente compatibles con el voto popular.

    Los críticos objetan que no se puede esperar que
    las instituciones funcionen de la misma manera en que lo hacen en
    el sistema
    representativo, especialmente, los partidos
    políticos.

    Budge responde a estas críticas alegando que
    existen numerosos casos de Gobiernos en minoría en la
    Europa
    continental, así como sistemas como la Presidencia
    americana en relación con el Congreso o el de la
    débil disciplina de
    partido del Parlamento italiano, que demuestran que el voto
    popular no ha de conllevar mayores posibilidades de hacer perder
    a los partidos sus características esenciales.

    Ian Budge sostiene que estas fórmulas pueden
    impedir que los Gobiernos actúen durante largo tiempo contra
    los deseos de la mayoría, así como que esos
    Gobiernos, al término de las legislaturas, tomen medidas
    que favorezcan su reelección para, una vez producida esta,
    y con el amparo otorgado
    por la lejanía de la siguiente cita electoral, imponer
    medidas contrarias a los deseos de la
    población.

    Otra de las críticas se ha basado en declarar que
    el voto popular es un voto apático y poco informado y que
    podría degenerar en el voto de pequeños grupos, con
    intereses particulares en el asunto acerca del que se vota,
    manipulados por profesionales. Budge no considera insuperable
    este peligro por las siguientes razones:

    Los partidos conservarían su rol,
    organizarían el voto y harían aquello que hoy hacen
    bajo los sistemas de representación.

    Sería necesario un mínimo nivel de voto
    para que las medidas fueran aprobadas. Esto llevaría a los
    partidos a estimular la participación.

    Mayores oportunidades de debate y participación
    llevan a mayor compromiso. Si esto se combina con programas
    cívicos en institutos y medios de comunicación
    tendría lugar un aumento en la atención y el interés
    popular.

    El votar semanal o mensualmente es distinto a votar cada
    cuatro años.

    Los términos "ignorancia", "experto", "no
    educado", "apático", etc., aplicados a la política,
    son ellos mismos debatibles, según el punto de vista desde
    el que se analicen.

    Ha de admitirse que la situación y el
    conocimiento que cada ciudadano posea puede variar. Y a esto
    puede ayudar el hecho de que las decisiones a tomar afecten
    directamente intereses particulares suyos.

    Estas propuestas se hallan enmarcadas por su autor
    dentro de un modelo concreto de
    democracia directa, sin embargo, como ya he apuntado más
    arriba, no las considero contrarias a la democracia deliberativa.
    Al contrario, opino que una democracia deliberativa que incluyera
    este tipo de participación ciudadana, a la vez que
    mantiene las instituciones fundamentales a día de hoy del
    stablishment político –los partidos–
    podría cumplir correctamente con sus objetivos de
    discusión y debate público, huyendo a la vez de los
    riesgos de la
    democracia directa entendida como voto popular
    inmediato.

    Esta propuesta de Ian Budge no difiere sustancialmente
    de las conocidas propuestas de la strong democracy de
    Benjamin Barber, ambas se hallan dentro de un marco que busca,
    como sabemos, reforzar la participación política de
    los miembros de una sociedad, sin
    por ello considerar superada la democracia liberal.

    Estas fórmulas se hallarían, así, a
    medio camino entre la democracia directa (entendida meramente
    como ese voto popular inmediato) y la democracia representativa.
    Desde esta posición, no es extraño que una
    democracia directa basada en los partidos políticos pueda
    ser calificada de democracia deliberativa: como ha sostenido
    Víctor Sampedro en un estudio acerca de la opinión
    pública y la democracia deliberativa, "La democracia
    representativa
    prima la OP agregada (…) En cambio la
    democracia directa apela a la OP discursiva" (5).
    Es decir, en el primer caso, se suman las opiniones y se atiende
    a la mayoría, mientras que, en el segundo, el
    diálogo de todos los ciudadanos tiende a consensos. La
    democracia representativa presenta el defecto de que "el puro
    enfrentamiento de intereses privados no asegura, sino que limita,
    la representación de los más desfavorecidos"
    (6), con lo que ello conlleva de elitismo y de
    preeminencia de los grupos de interés más
    poderosos, así como de atrofia del control popular.
    La democracia directa y el debate que se produce en su seno,
    "refina la moral
    pública de los ciudadanos activos y
    disconformes, que defienden gran variedad de intereses mejorando
    la formulación de los problemas a
    resolver" (7).

    Sin embargo, Sampedro parece no querer entrar en el tema
    de las nuevas tecnologías, puesto que, aparte de los
    reparos que pueda suscitar el ejercicio de la democracia directa,
    se limita a constatar como dato objetivo que "la democracia
    directa propone una utopía inalcanzable" (8), por
    resultar imposible un diálogo cara a cara, dada la
    amplitud de las sociedades actuales. El diálogo, en
    cualquier caso, no tiene por qué ser, a día de hoy,
    cara a cara.

    Para Sampedro, por tanto, existe un enfrentamiento entre
    esta "utopía inalcanzable" y el "realismo
    pesimista de la democracia representativa". Ante este conflicto,
    este autor va a "reivindicar la utopía positiva de la
    democracia deliberativa, donde los ideales de
    participación y decisión colectivas se saben
    siempre inacabados" (9).

    Me interesa mucho subrayar esta última idea,
    porque conecta perfectamente con aquello que decía
    anteriormente cuando afirmaba que, desde mi punto de vista, la
    democracia ha de ser un continuum, nunca un producto
    acabado y perfecto, sino una realidad siempre en
    construcción y siempre mejorable.

    Digo que esta fórmula de la democracia
    deliberativa se halla a medio camino entre representación
    y carácter directo, porque, siguiendo con
    Sampedro y sus análisis centrados en la opinión
    pública, la misma sigue tanto la opinión
    pública agregada propia de la democracia representativa,
    como la opinión pública discursiva propia de la
    democracia directa.

    Sigue la opinión pública agregada porque
    respeta la ley de las
    mayorías; sin embargo, y esta idea merece resaltarse,
    trata de que estas mayorías no sean siempre
    representativas de los mismos sectores.

    Por otra parte, sigue la opinión pública
    discursiva, puesto que se basa en la creencia de que sólo
    a través del diálogo es posible transformar los
    intereses individuales en intereses colectivos.

    Como afirma Sampedro, "La democracia deliberativa no
    exige una reforma radical de las instituciones que gestionan la
    OP. Habría que intervenir en ellas "como si" realizasen
    las funciones que dicen cumplir y crear algunas nuevas"
    (10).

    Por lo tanto, lo que se propone aquí no es dar al
    traste con el sistema propio del liberalismo,
    sino dotarle de un mayor valor y contenido. Al fin y al cabo, los
    perfiles de nuestras actuales democracias han ido
    conformándose a base de la acumulación de distintos
    elementos que no se hallaban dentro de los postulados del
    Estado Liberal
    (al menos, no en acto; aunque quizás sí en potencia). Los
    modelos de Estados de Bienestar son una buena prueba de ello. El
    liberalismo, qué duda cabe, nos ha sido enormemente
    útil, pero hay que ir más allá, sin por
    ello, repito, acabar con su construcción. Ackerman ha
    escrito lo siguiente a este respecto: "si aprovechamos el
    momento, si extendemos el alcance de la democracia constitucional
    operante más allá del territorio central del
    liberalismo, quizá podamos ofrecer pruebas
    convincentes de que el liberalismo mereció ganar la
    batalla de 1789" (11).

    Muchos de los argumentos que se esgrimen para atacar a
    la democracia directa no dejan de ser argumentos dedicados a
    constituir objeciones a cualquier tipo de intervención de
    la población en los asuntos públicos. Por lo tanto,
    gran parte de esos razonamientos pueden ser utilizados contra el
    modelo de "democracia deliberativa telemática" que
    aquí defiendo; puesto que van encaminados a la defensa y
    al mantenimiento
    de una democracia representativa de claro corte elitista. El
    elemento común a todos estos argumentos es que los
    ciudadanos ordinarios son incapaces de tomar diariamente
    decisiones políticas y deben, por ello, ceder en sus
    representantes a través de las elecciones. Tales
    afirmaciones no sólo condenan e impiden la posibilidad de
    que los ciudadanos sean quienes, en último término,
    adopten decisiones concretas; sino que, en base al presupuesto de
    que los miembros de una sociedad sólo son hábiles
    para elegir a aquellos que decidirán por ellos, se impide
    también que los ciudadanos puedan mantener un debate
    público y abierto acerca de cuestiones
    políticas.

    Como digo, este es el argumento de fondo que se esconde
    detrás de este tipo de construcciones doctrinales; sin
    embargo, cada una de ellas posee sus especificidades. Voy a
    analizar tres de las más importantes, así como
    algunos de los argumentos que se han esgrimido contra ellas: se
    trata de las opiniones de Joseph A. Schumpeter (12), John
    Plamenatz (13) y Giovanni Sartori (14):

    Para Schumpeter, la razón que explica esa falta
    de capacidad ciudadana es la falta total de interés y
    desenvolvimiento en los asuntos públicos.

    Para Plamenatz, la razón hay que buscarla en los
    diferentes criterios utilizados por los votantes para decidir
    entre distintos partidos que comparan, frente a la necesaria
    experiencia para tomar decisiones. Como apunta este autor, un
    ciudadano puede elegir entre distintos candidatos teniendo una
    ignorancia total del Derecho.

    Para Sartori, la razón es esta misma que acabo de
    exponer hablando de Plamenatz y, además, el marcado cariz
    técnico de los problemas políticos, lo que hace
    difícil a los políticos profesionales permitir a
    los ciudadanos ordinarios que se ocupen por sí solos de
    tales problemas.

    Todas estas razones no son contradictorias entre
    sí, al contrario, es muy probable que se utilicen
    conjuntamente para propiciar un refuerzo mutuo.

    Estas tesis se basan
    en la información de los ciudadanos y en lo que, en
    inglés,
    se conoce con el término expertise, término
    de difícil traducción que alude a la posesión
    de determinados conocimientos técnicos sobre una materia. Ya he
    señalado antes que estos y otros términos cercanos,
    aplicados a la política, se convierten ellos mismos en
    cuestiones debatibles.

    Parry ha sugerido que el conocimiento
    no es de una pieza y que, por tanto, no puede convertirse en el
    monopolio de
    un grupo de
    especialistas (15). Numerosos ejemplos demuestran que la
    invariabilidad de los juicios técnicos es en sí
    misma un elemento de debate político.

    Ian Budge también ha criticado estas teorías
    elitistas (16) con argumentos como estos:

    La falta de interés en la esfera pública
    conlleva una mayor motivación
    para adquirir conocimientos, que puede llevar a los ciudadanos a
    tomar decisiones basadas en criterios diferentes a los utilizados
    por los legisladores.

    Budge admite que Plamenatz está en lo cierto
    cuando apunta que los ciudadanos pueden simplificar sus
    decisiones; pero sostiene que, si lo hacen, no harán otra
    cosa distinta de la que hacen los representantes en los
    Parlamentos y los científicos en su campo de conocimiento
    (y aún más en la Ciencia
    entendida como totalidad). Las estrategias
    simplificadoras de cálculo se
    utilizan a todos los niveles, por lo que no cabe levantar una
    barrera entre población y elite.

    Las teorías elitistas se basan en considerar poco
    inteligente a la población, sabiendo además que
    existen distintas vías de acción
    y que, normalmente, a lo que asistimos es a estrategias
    políticas que lo que hacen es imponer una solución
    más que evidenciar una falta de sofisticación por
    parte de los ciudadanos.

    El conocimiento no es exclusividad de especialistas y
    políticos, puesto que, a través de la educación y de
    los medios de
    comunicación se difunde ampliamente. El conocimiento
    no es estático, sino que está sujeto tanto a la
    expansión, como al cambio, a partir de la discusión
    general. Esto no lo empobrece, al contrario, lo
    enriquece.

     

    Tengo la opinión de que hemos de desconfiar de
    aquellos planteamientos sedicentemente democráticos que
    tienen como punto fundamental el limitar al máximo la
    participación de los ciudadanos en base a una
    consideración de estos como menores de edad
    políticos.

    En la mayor parte de las ocasiones, estos argumentos se
    utilizan para la preservación del estado de cosas
    existente, son actitudes
    cómodas y seguras que rechazan cualquier
    (re)valorización de la participación ciudadana,
    desvirtuando así la salud de una democracia bajo
    la que se suelen parapetar.

    Aquí se aboga, como hemos visto por una
    democracia deliberativa o participativa, es decir, una democracia
    que recoja y promueva la participación de los ciudadanos
    en los asuntos públicos como un elemento fundamental de la
    misma y que dote de una especial importancia al diálogo y
    a la deliberación como medio (y también fin en
    sí mismo) fundamental para canalizar esa
    participación.

    La apuesta que hago es por una democracia deliberativa,
    una democracia participativa, que conceda un valor a la
    opinión ciudadana parejo al que vemos que le concede Ian
    Budge. Las propuestas de este mismo autor acerca de esa
    democracia directa basada en los partidos políticos, que,
    según he expuesto, considero en la misma órbita que
    el modelo de "democracia deliberativa telemática", pueden
    ser, por ello, perfectamente recogidas por este modelo. La
    preservación de los avances traídos por el sistema
    liberal, así como la permanencia de los actuales actores
    políticos fundamentales – los partidos– y de
    unos Gobiernos con mayores funciones que las meras labores
    administrativas no es incompatible con un reforzamiento
    democrático a través de la incidencia en la
    participación ciudadana.

    ¿Cómo llevar a cabo esa labor de
    deliberación?, ¿cuáles serían las
    vías para establecer la participación de los
    ciudadanos de una manera efectiva?:

    Muchas son las posibilidades de hacer realidad esta
    propuesta. En la obra de Barber encontramos diferentes maneras de
    materializar esta voluntad de participación. La strong
    democracy
    , en último término, busca lo mismo
    que buscamos con la "democracia deliberativa telemática":
    reforzar la democracia, reforzar la participación. Por lo
    tanto, las vías señaladas por Barber son de gran
    utilidad para
    nuestro modelo. La existencia de asambleas vecinales, por
    ejemplo, supone también, al menos yo así lo veo, un
    reforzamiento democrático. El hecho de que los miembros de
    una comunidad
    dialoguen, debatan y decidan acerca de sus asuntos comunes, de
    sus aspiraciones, de sus problemas, etc. ayuda a que esa
    comunidad tome decisiones consensuadas y efectivas, a la vez que
    ayuda también a que sus miembros adquieran, a
    través de ese involucrarse, mayor conocimiento y mayor
    dimensión ciudadana y moral. Y esto
    es así porque la acción de decidir y debatir acerca
    del futuro de cada uno y de la comunidad en general posee un
    innegable aspecto moral.

    Ocurre, como sabemos, que, a día de hoy, las
    nuevas tecnologías de la información y de la
    comunicación nos permiten ampliar la magnitud de las
    comunidades que habrán de deliberar hasta alcanzar, por
    ejemplo, a la totalidad de los ciudadanos de un
    Estado.

    No es lo mismo, efectivamente, un debate cara a cara,
    una reunión física de los
    ciudadanos, que una conversación a través de medios
    electrónicos. Este es un reproche frecuentemente aducido;
    en mi opinión, es más deseable un debate y una
    deliberación a través de estos medios que un debate
    inexistente. En este modelo, los partidos podrían seguir
    desempeñando su rol, como ha señalado
    Budge.

    Antes de entrar a analizar el componente
    "telemático" de la "democracia deliberativa
    telemática", considero necesario incluir en este punto
    algunas de las críticas fundamentales que se han hecho a
    la democracia deliberativa. Una muy buena muestra de estas
    críticas se halla en un artículo del profesor
    Francisco J. Laporta (17). En él, este autor
    señala acertadamente que "cualquier propuesta de mejora o
    cambio político tiene que tomar cuerpo en un conjunto de
    mecanismos institucionales para poder hacerse
    realidad. De lo contrario permanecerá en el limbo de las
    buenas intenciones, y con no poca frecuencia de aquellas buenas
    intenciones de las que está empedrado el infierno"
    (18).

    Laporta se va a centrar en la viabilidad o no de una
    organización institucional de la democracia
    deliberativa o participativa.

    Señala cómo cree que se está
    volviendo a una rehabilitación del mandato imperativo, que
    este autor creía ya sobradamente superado, puesto que tal
    mandato "transformaba al órgano representativo en un
    mosaico de intereses locales imposibles de ensamblar; y
    excluía a su vez la deliberación y el razonamiento
    de conjunto" (19). Para Laporta, lo que los defensores de
    la democracia deliberativa hacen es convertir mentalmente una
    pluralidad de distritos en un distrito único comprensivo
    de todo el cuerpo electoral, lo que deja de ser mandato
    imperativo para convertirse en una suerte de democracia directa,
    referéndum o plebiscito constitucional. Laporta
    desconfía de estas prácticas a las que acusa de
    simplistas y de caldo de cultivo para la aparición de
    comportamientos demagógicos. Además, afirma la
    ignorancia de la mayoría de la gente sobre muchos de los
    temas importantes que se le someten a discusión
    (20).

    Laporta se ocupa también de lo que denomina
    "ciberpolítica", término sinónimo de lo que
    aquí se viene llamando "teledemocracia", y le achaca
    objeciones como la de que "Cantidad de información,
    velocidad de la información y rapidez de las decisiones
    están aseguradas, pero la calidad reflexiva y deliberativa
    es harina de otro costal" (21) o los problemas que
    suscitaría la actitud
    irresponsable de algunos periodistas. Respecto a esto
    último, considero que es un problema distinto al de la
    ciberpolítica, puesto que, precisamente, los ejemplos que
    Laporta ofrece sobre lo no deseable, son ejemplos que han
    ocurrido ya y que han tenido lugar con los actuales sistemas de
    representación (22). En cuanto a la primera
    objeción, diré que de la misma ya hice acuse de
    recibo líneas más arriba cuando comparé
    teledemocracia con democracia deliberativa y estoy de acuerdo con
    Laporta en la superioridad de la calidad y de la
    deliberación frente a la cantidad y la rapidez;
    precisamente, no otro modelo es el que aquí se
    propone.

    Laporta encuentra objeciones a la democracia
    deliberativa en todo el asunto relativo a la
    representación de determinados grupos. Personalmente,
    comparto las cautelas de este autor, no es para menos cuando se
    sitúan en la cuerda floja principios como
    el clásico "one man, one vote"; cuando "uno ya no es
    elegido porque los votantes lo deciden, sino que puede que
    salga automáticamente porque pertenece a una
    minoría que hay que escuchar diga lo que diga el votante"
    (23); cuando existe la posibilidad casi segura de que
    distintos grupos con intereses y problemas serios no se resistan
    a quedar postergados y demanden convincentemente un tratamiento
    electoral similar al de otros grupos o cuando, pese a nuevas
    construcciones, las minorías menos formalizadas y
    estructuradas sigan siendo ignoradas. Todas estas cuestiones
    constituyen, ciertamente, problemas nada baladíes ante los
    que no cabe cerrar los ojos protegidos por un discurso
    participativo que todo lo ampare. Y esto porque, al fin y al
    cabo, este modelo no solucionaría el problema de fondo,
    supondría tan sólo poner algunos parches a lo ya
    existente y, en definitiva, la sustitución o, al menos, la
    desvalorización de los partidos políticos en
    beneficio de otro tipo de organizaciones
    sociales. El respeto a las
    minorías y a las asociaciones ha de mantenerse, desde
    luego, pero no hasta el punto de su defensa a costa de derechos y principios a los
    que no podemos renunciar. Una democracia deliberativa ha de tener
    en cuenta a las organizaciones existentes en una sociedad, a los
    grupos minoritarios, etc., pero si de algo nos puede ser de
    utilidad en la actualidad es de marco en el que la
    participación de los ciudadanos individualmente
    considerados adquiera una renovada vigencia.

    De las reflexiones de Francisco Laporta me parece de
    suma importancia resaltar las ideas que le sirven para cerrar el
    artículo que estamos comentando. A propósito de las
    críticas que normalmente recaen sobre la democracia
    competitiva, escribe que no "puede condenarse a una teoría
    de la democracia como esa porque haya fomentado el egoísmo
    o el abstencionismo electoral. Los seres humanos no se comportan
    así porque lo diga la teoría competitiva de la
    democracia; es más bien al revés, la teoría
    lo que hace es afirmar que la democracia se explica mejor si se
    opera con la hipótesis de que se comportan así.
    Nadie ha recomendado al homo economicus como ideal
    de ser humano" (24).

    Lo que Laporta sostiene es que este modelo de ser humano
    no es consecuencia de la democracia representativa y que los
    ciudadanos no serán más activos porque se lleven a
    cabo ciertos cambios institucionales. La clave está en la
    educación y en la socialización política. Estas deben
    ser entendidas como paso previo a la existencia de una democracia
    deliberativa, sostiene Laporta. No le falta razón en la
    propuesta de iniciar un debate acerca de cómo están
    siendo educadas las generaciones futuras; sin embargo, ciertos
    procesos de
    deliberación, si no solucionar el problema, pueden ir
    coadyuvando a la generación, desde el mismo momento de su
    puesta en práctica, de una ciudadanía reflexiva y activa.

    Una vez observadas y comentadas algunas de las
    críticas a la democracia deliberativa, es hora de explicar
    por qué este modelo de democracia deliberativa por el que
    se apuesta en este trabajo recibe el apelativo de
    "telemática".

    Ello se debe, obviamente, a la existencia en la misma de
    un componente tecnológico que permite acercar a aquellos
    que, físicamente, se encuentran alejados y que permite,
    asimismo, el establecimiento de vías y de foros de
    comunicación y de debate entre un número amplio de
    ciudadanos. Unos ciudadanos considerados individualmente, unos
    actores singulares del proceso
    político (como son en último término), en
    base a cuya actuación se puedan evitar los problemas
    señalados por Laporta acerca de los comportamientos
    grupales, a los que antes se ha hecho referencia.

    Considero que, a lo largo de esta exposición, ha quedado claro que no es un
    modelo teledemocrático el que se propone (ya hemos visto
    las deficiencias del mismo), sino un modelo de democracia basado
    en la deliberación y en el reforzamiento de la
    participación ciudadana. Este modelo es el que pretende
    servirse de los avances de las nuevas tecnologías de la
    información y de la comunicación como medio
    propicio para el logro de sus objetivos.

    Me interesa que quede clara esta idea, puesto que, si
    como pienso que ocurriría y ya he explicado, la
    implantación de sistemas de deliberación
    ayudaría a formar una ciudadanía crítica
    y a que la misma sintiera un deseo de adquirir conocimientos y
    participar más activamente, no puede decirse lo mismo del
    mero hecho tecnológico. Esto es, la sola
    utilización de las TIC’s no generará per
    se
    lo que sí puede generar la democracia deliberativa:
    no podemos esperar que nuestras tecnologías sean muy
    diferentes de la sociedad y la economía en que
    aparecen. Barber ha señalado cómo las nuevas
    telecomunicaciones, más que alterar y
    mejorar las actuales instituciones socioeconómicas y
    actitudes políticas, tan sólo las reflejarán
    (25).

    Es por ello por lo que el acento debe ponerse en educar
    y socializar y en el componente deliberativo.

    Ángel Valencia ha sostenido una idea de cuyo
    contenido ya me he ocupado y que es fundamental para entender el
    modelo de "democracia deliberativa telemática" que
    aquí se expone. Esta idea es la de que la democracia
    participativa "rechaza la identidad
    entre "democracia electrónica" y "democracia directa"
    (26). Este mismo autor sostiene lo siguiente: "El ideal
    democrático del futuro, lo llamemos "democracia
    participativa" o no, pasa por una nueva reflexión sobre el
    concepto de
    democracia y también por la elaboración de procedimientos
    imaginativos que ayudados por las nuevas tecnologías
    ayuden a complementar la "democracia representativa" que
    tenemos". En mi opinión, estas palabras de Valencia
    concuerdan a la perfección con el objetivo del modelo de
    "democracia deliberativa telemática".

    Los medios tecnológicos, y las posibilidades
    ofrecidas por los mismos, han de ser utilizados como campo
    importante para el debate, como arena de actuación de los
    ciudadanos en la vida política.

     

    Bibliografía

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    · Schumpeter,
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    democracia, Aguilar, Madrid, 1968.

    · Valencia
    Sáiz, Á., "Democracia, nuevas tecnologías y
    comunicación: Nuevas respuestas y viejos problemas dentro
    de la teoría de la democracia", en Sistema,
    núm. 136, enero de 1997.

     

    Notas

    · [1]
    – London, S., "Teledemocracy vs. Deliberative Democracy: A
    Comparative Look at Two Models of Public Talk", en Journal of
    Interpersonal Computing and Technology, vol. 3, núm. 2,
    abril de 1995, págs. 33-35.
    www.scottlondon.com/reports/tele.html.

    · [2]
    – Ibíd., págs. 33-35.
    www.scottlondon.com/reports/tele.html.

    · [3]
    – Budge, I., "Direct democracy: Setting appropriate terms of
    debate", en Held, D. (ed.), Prospects for Democracy, Polity,
    Cambridge, 1993, págs. 136-155.

    · [4]
    – Barber, B. R., Strong Democracy. Participatory Politics for a
    New Age,
    University of California Press, Berkeley, 1984.

    · [5]
    – Sampedro Blanco, V., Opinión pública y democracia
    deliberativa. Medios, sondeos y urnas, Istmo, Madrid,
    2000.

    · [6]
    – Ibíd.

    · [7]
    – Ibíd.

    · [8]
    – Ibíd.

    · [9]
    – Ibíd.

    · [10]
    – Ibíd.

    · [11]
    – Ackerman, B., El futuro de la revolución liberal, Ariel,
    Barcelona, 1995.

    · [12]
    – Schumpeter, J. A., Capitalismo,
    socialismo y democracia, Aguilar, Madrid, 1968.

    · [13]
    – Plamenatz, J., Democracy and Illusion, Longman, London,
    1973.

    · [14]
    – Sartori, G., The theory of democracy revisited, Chatham House
    Publishers, Chatham (Nueva Jersey), 1987.

    · [15]
    – Parry, "Democracy and amateurism: the informed citizen",
    Department of Government, University of Manchester,
    1989.

    · [16]
    – Budge, I., Op. Cit.

    · [17]
    – Me refiero al artículo "Los problemas de la democracia
    deliberativa", publicado en Claves de Razón
    Práctica, núm. 109, enero-febrero de 2001,
    págs. 22-28.

    · [18]
    – Ibíd., pág. 22.

    · [19]
    – Ibíd., pág. 23.

    · [20]
    – Ya he hablado más arriba sobre esta cuestión y
    las respuestas a tales críticas, extensivas a las palabras
    de Laporta.

    · [21]
    – Laporta, F. J., "Los problemas de la democracia deliberativa",
    en Claves de Razón Práctica, núm. 109,
    enero-febrero de 2001, pág. 25.

    · [22]
    – Escribe Laporta, refiriéndose a los líderes de
    opinión, "Incluso pueden afirmar públicamente que
    se han confabulado para alterar el mecanismo democrático
    desde fuera, con riesgo incluso de
    las instituciones, ignorando los principios más
    elementales de su profesión", haciendo una clara
    alusión a episodios de nuestra reciente historia periodística
    y política (Ibíd., pág. 25).

    · [23]
    – Ibíd., pág. 26.

    · [24]
    – Ibíd., pág. 28.

    · [25]
    – Barber, B. R., "The new telecommunications technology: Endless
    frontier or the end of democracy?", en Constellations, vol. 4,
    núm. 2, octubre de 1997, pág. 211.

    · [26]
    – Valencia Sáiz, Á., "Democracia, nuevas
    tecnologías y comunicación: Nuevas respuestas y
    viejos problemas dentro de la teoría de la democracia", en
    Sistema, núm. 136, enero de 1997, pág.
    89.

     

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    Enrique Cebrián Zazurca

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