Monografias.com > Estudio Social
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Factores condicionantes de la movilización étnica entre la población
inmigrante extracomunitaria



     

     

    Resumen

    En este artículo se sistematizan algunos factores
    que condicionan la movilización étnica, esto es, la
    participación de los extranjeros extracomunitarios en
    España
    en asociaciones propias o movimientos más
    espontáneos de expresión colectiva. Analizamos las
    condiciones en que puede activarse la etnicidad como recurso
    político en el contexto receptor de cara a la
    obtención de beneficios —laborales,
    sociopolíticos—, lucha contra el racismo y la
    discriminación o mantenimiento
    y afirmación de la identidad de
    origen. Los factores referidos se agrupan en varios
    epígrafes —de índole económica,
    social, política y relacionados con la
    configuración de las asociaciones—, aunque su efecto
    sobre el objeto de estudio no se verifique independientemente del
    resto.

    Palabras clave: movilización
    étnica, asociacionismo inmigrante, cultura
    política (marroquí y peruana), segmentación étnica, capital
    social, identidad pre-migratoria.

    Abstract.

    Key factors in third countries immigrant population
    ethnic mobilisation
    In this article we systematize some
    factors conditioning the ethnic mobilization, that is, the
    extracomunitarian immigrants participation in their associations
    or more spontaneous movements for collective expression. We
    analyse the conditions under which ethnicity can be activated as
    a political resource in receptor society for obteining material
    benefits, fighting against racism and discrimination or
    maintaining and affirming original identity. The mentioned
    factors are grouped in various headlines —economic, social,
    political and relatives to associations configuration—,
    although their effect upon our study subject is not independent
    of the rest of them.

    Key words: ethnic mobilization, immigrant
    associationism, political culture (Moroccan and Peruvian), ethnic
    segmentation, social capital, pre-migratory identity

    El objetivo de
    este artículo es sistematizar algunos de los factores que
    condicionan la movilización étnica1,
    esto es, la disposición de la población extranjera
    extracomunitaria en España a participar en asociaciones
    cuyo principal eje de identificación es la nacionalidad
    compartida (y/o su condición de inmigrante u otros
    registros de
    mayor o menor alcance relacionados, en todo caso, con su
    condición de extranjeros), o en movimientos más
    espontáneos y efímeros de expresión
    colectiva articulados en torno a tales
    registros2. En términos de Rex (2002),
    examinamos las condiciones en que se puede activar la etnicidad
    como recurso político en el contexto receptor, de cara a
    la «inclusión en un sistema
    institucionalizado de beneficios» (Melucci, 1994: 122)
    —mejoras laborales, acceso a derechos
    sociopolíticos—, a la lucha contra el racismo y la
    discriminación o al mantenimiento y
    afirmación de la identidad de origen en el
    mismo.

    El contexto socioeconómico en que tal
    activación tendría lugar se caracteriza por la
    situación irregular de parte considerable de la
    población extracomunitaria3, por su
    inserción laboral en
    ocupaciones de baja cualificación y sectores de actividad
    poco regulados y por el rechazo social de ciertos grupos sobre los
    que pende en España un estigma social fuertemente
    arraigado en el imaginario colectivo. En términos
    generales, pues, la situación vital de estos inmigrantes
    muestra
    considerable grado de inestabilidad y de precariedad,
    características ambas del primer estadio migratorio. Es
    por eso que muchos de los condicionantes de la
    movilización étnica aquí examinados tienen
    que ver con la situación vital, fundamentalmente laboral,
    de estas poblaciones y que tal movilización se
    orientaría, precisamente, a la mejora de tal
    situación y no tanto a su afirmación cultural
    (propia de la segunda fase del proceso
    migratorio4).

    A nivel político, no se reconocen los derechos de
    manifestación y reunión, sindicación y
    huelga y
    asociación (art. 7.1, 11.1. y 8 de la LO 4/2000 reformada
    por la LO 8/2000) a los inmigrantes en situación irregular
    ni el derecho a voto, siquiera a nivel local, para los ciudadanos
    no comunitarios sin nacionalidad
    española. En tal contexto, el recurso a la etnicidad como
    vector de acción
    colectiva podría interpretarse como acción racional
    (Hechter, 2002), más aún si asumimos con Rex (2002:
    272) que «a diferencia de las clases […] (las
    etnias) comienzan como "etnias para sí mismas" y utilizan
    su etnicidad como recurso en su organización y en su lucha por los derechos
    sociales». Sin embargo, a mi juicio, la etnia no es
    siempre etnia «para sí», en tanto grupo
    consciente de su unidad de intereses y dispuesto a defenderlos
    colectivamente: la «liberación cognitiva»
    (McAdam, 1982: 49) que ello precisa no es un a priori,
    sino resultado (como en la clase
    trabajadora) de un proceso que puede o no darse en función de
    ciertos factores. Así, entre la visión esencialista
    y la situacional de la etnicidad, suscribo la situacional (Barth,
    1969, en Rex, 2002: 265): las fronteras del grupo varían
    con la situación e intereses de los individuos.

    La etnia será etnia para sí sólo en
    las circunstancias que la activen como recurso de
    movilización social.

    El paradigma de
    análisis aquí utilizado es el de la
    elección racional, que «considera que el comportamiento
    individual es una función de la interacción de las limitaciones
    estructurales con las preferencias soberanas de los individuos
    » (Hechter, 2002: 238). Así, siendo la unidad de
    análisis en última instancia el individuo, los
    condicionantes (de su disposición a la
    movilización) que exponemos a continuación son en
    todo caso de índole estructural, ya que no sólo las
    limitaciones, sino también las denominadas
    preferencias resultan condicionadas por su entorno social
    —de origen y/o receptor—. Este escrito está
    estructurado en tres apartados: en el primero abordamos el examen
    de los condicionantes de índole económica
    —relacionados en su mayoría con la estructura de
    oportunidades del entorno receptor; en el segundo examinamos los
    condicionantes de índole social, vinculados algunos de
    ellos (redes
    relacionales, identidades pre-migratorias…) a las
    denominadas preferencias, forjadas en ocasiones en la
    estructura
    social de origen de los inmigrantes; finalmente, en el tercer
    apartado analizamos los condicionantes de índole
    política, donde se incluyen también referencias a
    las estructuras
    sociopolíticas receptora y de origen.

    En este último apartado profundizamos en el
    concepto de
    «cultura política » (preferencia
    forjada en el entorno estructural de origen), y ello desde el
    estudio de los casos marroquí y peruano.

    1. Factores de índole
    económica

    Si la movilización étnica es inteligible
    como «necesidad táctica» (Geertz, 1963, en
    Rex, 2002: 265) para el grupo con intereses comunes, analizamos
    ahora la posibilidad de dicha comunidad de
    intereses, y ello desde la aplicación de las hipótesis y la metodología propias de la teoría
    económica, ya sea en el análisis de las
    dinámicas inherentes a los pequeños y grandes
    grupos (Oslon, 1992) o del establecimiento de los procesos
    constitucionales (Buchanan y Tullock, 1980), basados ambos en la
    interpretación del comportamiento humano en
    términos de maximización de utilidad
    acción racional—, no
    sólo en el ámbito mercantil, sino también
    político. Desde este enfoque se interpreta que, en vista
    de sus objetivos y
    los medios
    alternativos disponibles para lograrlos, el individuo elige entre
    éstos últimos los más rentables
    relativamente: se adopta, pues, la perspectiva del individualismo
    metodológico (toda acción colectiva está
    compuesta de decisiones individuales). Este planteamiento implica
    que toda acción racional se refiere siempre al logro de un
    fin previamente aceptado y también que «todas las
    propuestas para la acción colectiva pueden ser traducidas
    en dimensiones conceptualmente cuantificables en términos
    del valor y del
    coste de los "bienes
    públicos" que se espera que resulten» (Olson, 1992:
    61).

    Es preciso advertir que la definición de los
    «bienes públicos» es estrictamente individual
    y esto es especialmente relevante por lo que a nuestros efectos
    importa. De ahí que resulte imprescindible conocer los
    intereses de las poblaciones consideradas y en qué sentido
    la acción colectiva, que implica costes seguros y
    potenciales beneficios, puede incrementar la utilidad
    individual.

    Es necesario que la acción colectiva asegure
    beneficios externos no accesibles desde la acción
    estrictamente individual, pero también que tales
    beneficios no superen a los «costes de independencia» (ibídem, p. 71) de
    aquélla. Examinamos ahora algunos factores que condicionan
    el alcance de los costes y beneficios asociados a la
    acción colectiva para las poblaciones
    inmigrantes5.

    — El primero de los factores a considerar es el
    nivel de precariedad vital del individuo. Tal
    precariedad no deriva necesariamente de la falta de trabajo o de
    la escasez de
    salario, sino que
    es producto
    muchas veces de la obligación de satisfacer deudas
    contraídas a partir del desplazamiento migratorio (deudas
    que acaparan el salario del trabajador durante al menos su primer
    año de estancia en España) y/o del compromiso de
    periódicos envíos de remesas a la familia en
    el país de origen, de modo que el trabajador aquí
    se reserva de su salario lo imprescindible para su
    subsistencia.

    — En segundo lugar, el alcance del proyecto
    migratorio
    del individuo. Es evidente que, en
    función de sus motivaciones migratorias, el inmigrante
    desarrollará estrategias
    concretas en el país receptor (recuperamos aquí los
    conceptos de proyecto y estrategia tal como son
    analizados por Pérez Díaz (1971).

    El alcance del proyecto migratorio incide no tanto en la
    propensión al asociacionismo como en el tipo de
    asociación elegida, sea cultural o política: la
    movilización para la promoción colectiva o reivindicación
    de derechos sociopolíticos sólo se da con
    perspectivas de instalación permanente6,
    mientras que si existe proyecto de retorno al país de
    origen, la asociación suele ser sólo lugar de
    expresión identitaria, de mantenimiento de la
    cohesión grupal y las formas originales de
    socialización7: el asociacionismo con marcada
    referencia a la identidad
    nacional (sin bilateralidad de referencias) y liderazgo
    personalizado se relaciona con una fase concreta de la inmigración que se vincula a las
    necesidades de la primera generación [integración funcional en la sociedad
    receptora mientras se planifica un hipotético retorno al
    país de origen (Hily y Poinard, 1987).

    — El proyecto de retorno también tiene
    implicaciones en cuanto a la selección
    del grupo de referencia del inmigrante y al concepto de
    privación relativa (Stark,
    19938), íntimamente ligado a dicha
    selección. Ambos factores pueden ser determinantes en la
    propensión a participar en iniciativas de promoción
    colectiva, ya que condicionan la autopercepción
    individual: si proyecto mi persona y mi
    identidad en el país de origen, puede que me sienta
    privilegiado en razón de mi nivel de vida en el receptor y
    que no vea la necesidad de luchar en él por mejorar mi
    situación; por contra, si mis referencias se anclan en el
    país receptor (existe un proyecto de asentamiento
    definitivo), tal vez mi situación de desfavorecimiento
    respecto al resto de la población me decida a intentar
    modificarla vía acción colectiva: tras la
    satisfacción individual de las necesidades primarias se
    lucha colectivamente por la consecución de derechos
    sociales y políticos en el nuevo entorno.

    — Otro de los factores a considerar es la
    situación legal del inmigrante en
    España. Puesto que sólo para los inmigrantes en
    situación regular se reconocen derechos políticos
    (vide supra), la movilización pública puede
    no ser deseable para inmigrantes en situación irregular
    (de entrada o sobrevenida)9, ya que corren el riesgo de hacerse
    demasiado «visibles». El inconveniente es mayor si se
    trata de individuos huidos de su país por motivos
    políticos (la visibilidad puede resultar en
    expulsión), entre quienes, además, muchos sospechan
    que el gobierno del
    país de origen controla desde el Consulado sus actividades
    y temen por la situación de sus familias
    allí.

    Ciertamente, la situación de irregularidad
    alienta en ocasiones la acción colectiva y en este sentido
    son interpretables los últimos encierros de inmigrantes
    (marroquíes y subsaharianos), orientados a obtener de
    la
    Administración permiso de residencia y trabajo. Tales
    gestos ejemplifican el recurso a la acción colectiva como
    vía de consecución de beneficios privados: no son
    proyectos de
    carácter permanente que asuman la etnicidad
    como recurso estratégico, sino manifestaciones
    espontáneas y coyunturales de individuos vinculados por su
    condición de inmigrantes extracomunitarios, conscientes de
    que, por tal medio, en el peor de los casos no ganarán
    nada.

    — Por otra parte, la dureza de la vida cotidiana
    del inmigrante condiciona también decisivamente la
    asunción del compromiso asociativo. La falta de
    tiempo
    libre
    debida a la sobrecarga laboral —en muchos
    casos autoinfringida, sobre todo si la migración
    individual se inscribe en un proyecto de promoción
    familiar— no posibilita la dedicación a este tipo de
    proyectos10.

    La realidad cotidiana que afronta el inmigrante a menudo
    cercena sus aspiraciones y potencialidades: en cierto sentido se
    opera un proceso de despersonalización y
    «mutilación» del individuo
    en sus
    dimensiones no directamente productivas, el inmigrante se olvida
    de sí mismo. Si el asociacionismo, en tanto vía de
    presentación pública del grupo y de intercambio
    personal,
    puede mitigar esta depreciación personal, es evidente que la
    mayoría no contempla por ahora esta
    opción.

    — Además, la dispersión e
    inestabilidad ocupacional y geográfica
    de los
    inmigrantes puede obstaculizar de hecho la movilización
    colectiva. Como se sabe, en Francia y
    otros países europeos la concentración de los
    trabajadores inmigrantes en el sector industrial favoreció
    su socialización en las pautas de
    expresión y negociación pública, en buena medida
    gracias a la presencia de los sindicatos. En
    España, los sectores de actividad con mayor presencia de
    población extracomunitaria se caracterizan por un alto
    grado de precariedad e inestabilidad, sobre todo la
    construcción —sujeta a oscilaciones
    parejas al trasiego de la coyuntura económica— y la
    agricultura
    —igualmente inestable y que obliga a una elevada movilidad
    geográfica entre los trabajadores11.

    — Paralelamente, la concentración de
    la población trabajadora inmigrante en determinados nichos
    laborales
    pudiera considerarse acicate para su
    movilización colectiva. De hecho, tal como señala
    Pedreño (2001), durante un tiempo el predominio en el
    campo español de
    los jornaleros marroquíes generó una
    situación próxima al monopsodio (único grupo
    ofertante frente a múltiples demandantes), de modo que
    este grupo, en buena medida regularizado debido a su considerable
    permanencia en España, se instaló en una
    posición de fuerza
    relativa que permitió leves mejoras en las condiciones de
    trabajo: la etnicidad se activó como recurso de
    negociación porque entonces era factible. Posteriormente,
    a finales de la década de 1990, la llegada de nuevos
    grupos de inmigrantes al campo —ecuatorianos,
    polacas… —, en buena medida arbitrada desde políticas
    de reclutamiento
    administrativas y en todo caso facilitada por la política
    española de extranjería (cuyo decisivo papel en la
    generación de una bolsa de inmigrantes irregulares, esto
    es, mano de obra vulnerable, flexible y dispuesta a todo, no
    puede obviarse12), neutralizó la capacidad de
    contestación de los marroquíes, que se han visto en
    muchas zonas relegados a condición de ejército de
    reserva de mano de obra en picos de campaña. En
    definitiva, la segmentación étnica de la fuerza de
    trabajo —«la etnificación del trabajo ha sido
    claramente la estrategia
    desplegada por las políticas de reclutamiento y gestión
    empresarial de la mano de obra» (Pedreño, 2001:
    193)— ha permitido en el campo español que su
    dependencia del trabajo asalariado no haya «posibilitado a
    los trabajadores agrícolas un mayor control sobre sus
    condiciones de trabajo y de empleo, ni
    ha[ya] generado un movimiento
    organizativo de los mismos» (ibídem, p.
    192).

    — Así, la segmentación
    étnica de la fuerza de trabajo
    inmigrante
    neutraliza el efecto movilizador de la concentración de
    determinado grupo en un nicho laboral, de modo que puede ahogar
    la etnicidad como recurso político frente a la
    mayoría (aquí empleadores) cuando hay exceso de
    oferta de
    trabajo. Sin embargo, si la segmentación étnica se
    justifica también en términos étnicos y no
    económicos, tal como está ocurriendo en el campo
    español —«la atribución de actitudes
    laborales a individuos en función de su etnia o
    nacionalidad (tras 20 años en el campo español, los
    empresarios empiezan a encontrar a los marroquíes
    improductivos e indisciplinados…) son un tipo de
    prácticas o discursos
    (racistas) que responde a la necesidad de perpetuar continuamente
    una bolsa de trabajo barato y vulnerable », según
    Pedreño (2001: 195)13—, entonces
    sí pudiera alentarse la movilización
    «étnica», esto es, apoyada en registros de tal
    índole y no de otra (clasista…).

    — El efecto de la concentración en
    determinados nichos laborales como activador de la movilidad
    étnica puede verse también neutralizado por la
    consideración de tal nicho como lugar de paso para el
    trabajador: «los trabajadores temporales evitan implicarse
    en disputas laborales prolongadas » (Bonacich, 2002: 210).
    Así, el servicio
    doméstico interno es ciertamente un nicho laboral de
    población inmigrante, pero en tal caso la etnicidad no se
    ha activado, creemos, porque hay pluralidad de ofertantes
    (diversidad étnica) y por la condición de
    «lugar de paso» del propio
    sector
    .

    Esta ocupación, donde el gasto de
    automantenimiento del trabajador es mínimo, permite el
    pago de las deudas contraídas y la regularización
    de la propia situación legal, pasos previos al acceso al
    régimen externo14.

    En este mismo sentido, opera el carácter
    complementario en la economía del hogar de
    ciertos trabajos
    (por ejemplo, el servicio
    doméstico por horas suele serlo).

    — Finalmente, la eliminación de la
    relación directa entre empleado y empleador

    desincentiva también la movilización étnica,
    y ello porque hace invisible a éste último: la
    externalización de las funciones de
    reclutamiento, administración, gestión, transporte y
    disciplina en
    el sector agrario (Pedreño, 2001) merced a la
    sustitución del empleador por la figura del intermediario
    o contratista —que ha permitido la proliferación de
    «destajos unilateral e informalmente decididos»
    (ibídem, p. 193)— y en los servicios no
    cualificados mediante el recurso a las empresas de
    trabajo temporal, ilustran claramente el
    fenómeno.

    2. Factores de índole
    social

    Si los factores mencionados pueden asociarse a la
    conducta
    individual en tanto condicionantes «objetivos» de la
    misma, los que a continuación presentamos tienen que ver
    con la preferencia individual, que se forma «a
    través tanto de mecanismos de selección como de
    mecanismos de aprendizaje» (Hechter, 2002: 243). En cuanto
    a los primeros, dado un fin determinado, el individuo suele
    elegir el medio más adecuado, es decir, «las
    preferencias adaptativas tenderán a ser más
    seleccionadas que las inadaptativas» (ibídem, p.
    243). Pero, además, «un factor determinante de la
    distribución de estas preferencias es la
    asociación diferencial […], que limita el conjunto
    de los modelos
    posibles o de personas cuyo comportamiento está disponible
    para su observación» (ibídem, p. 243):
    la socialización primaria —«mecanismos de
    aprendizaje»— es crucial en la formación de
    las preferencias. A tales «mecanismos de aprendizaje»
    nos referimos en adelante, mecanismos ligados al contexto
    sociopolítico de origen de los inmigrantes y
    condicionantes de su propensión a la participación
    pública.

    Tal como subraya Inglehart (1991), el comportamiento
    político individual debe interpretarse no sólo
    desde el marco socioeconómico, sino también a
    partir de elementos de índole cultural —mecanismos
    de aprendizaje que conforman las preferencias
    individuales15.

    — En primer lugar, el grupo básico de
    referencia del inmigrante suele ser el entramado de redes
    primarias
    (o redes comunitarias) que le rodea,
    fundamentalmente familiares, paisanos y amigos. En tanto red secundaria (o red
    social), la asociación no forma parte del universo del
    inmigrante medio, fuertemente vinculado a su familia por un
    sistema de lealtades y fidelidades y que, además,
    proporciona el apoyo material y emocional que
    precisa16.

    La densidad de tales
    redes favorece el mantenimiento de la cohesión comunitaria
    y la reproducción de las pautas de conducta y
    valores de la
    sociedad de origen, dificultando la asunción de otras
    propias del nuevo contexto, entre ellas especialmente la
    organización colectiva como vía de defensa y
    promoción de los intereses del grupo (Rex y otros, 1987).
    La enorme distancia entre el Estado y la
    sociedad civil
    en buena parte de los países de origen de los inmigrantes
    extracomunitarios refuerza el recurso a dichas redes primarias
    como estrategia de supervivencia en el país receptor. Sin
    embargo, las necesidades cambian a medida que las poblaciones se
    asientan y la experiencia en otros países europeos muestra
    que, con el tiempo, se estimula el desarrollo de
    las redes sociales o secundarias. En España, en
    términos generales, la vía asociativa (laica) sirve
    sobre todo a la satisfacción de intereses individuales
    (acceso a servicios), y no a la promoción colectiva ni a
    la expresión pública identitaria [aunque hay muchas
    asociaciones latinoamericanas de carácter lúdico,
    cultural, deportivo…, se configuran sobre lazos primarios
    (paisanaje, etnia…) y son grupos cerrados sobre sí
    mismos].

    Es importante considerar también los posibles
    efectos negativos del capital social17 que para el
    inmigrante constituyen las redes primarias: si bien son fuente de
    ayuda, también exigen contrapartidas a veces
    desmesuradas18 consistentes en el establecimiento de
    relaciones de patronaje al margen del Estado de
    derecho19, modelo que
    ampara cualquier iniciativa de movilización u
    organización ciudadana.

    — La falta de cohesión de la
    población inmigrante
    puede considerarse
    también obstáculo a la movilización
    colectiva. Ciertamente, la situación de los inmigrantes
    extracomunitarios difiere en cuanto a requisitos de
    regularización legal, nichos laborales preferentes,
    imagen entre
    la población española… Además, la
    segmentación étnica del mercado laboral
    puede resultar en antagonismo étnico20.
    Así, lo que separa a unos grupos de otros no es
    sólo la diferencia de intereses, nacionalidad, etnia,
    ideología política, nivel educativo
    o clase social de origen. Es también importante considerar
    el lado subjetivo de la cuestión y su influencia en la
    posibilidad de que los inmigrantes extracomunitarios desarrollen
    acciones
    colectivas conjuntas: las poblaciones inmigrantes incorporan en
    su imaginario un sistema jerárquico que ubica a los
    diferentes grupos según su origen, y estas formas de
    autoconciencia
    parecen estrechamente relacionadas con el
    modo en que son tratados y se
    perciben contemplados por la población
    autóctona21. El discurso
    igualitario —«todos somos inmigrantes»—
    está más presente entre los marroquíes,
    grupo más desfavorecido, mientras los demás se
    perciben por encima ellos. Así, uno de los
    obstáculos a la movilización conjunta de los
    inmigrantes extracomunitarios es su resistencia a
    considerarse como colectivo: autopercepción elitista de
    ciertos grupos.

    No sólo la comunidad de intereses resulta, pues,
    definitiva para la movilización colectiva, también
    es esencial la identidad compartida, el sentido de pertenencia al
    grupo (Rex, 2002). Sin embargo, tampoco la nacionalidad
    común garantiza la solidaridad
    interpersonal: en muchos grupos inmigrantes las
    «identidades pre-migratorias» (Rex, 2002: 267)
    combinan la identidad étnica (que se superpone con
    frecuencia a la zona de procedencia) con la identidad nacional,
    mientras en el país receptor la primera dimensión
    puede de hecho obstaculizar la adquisición de conciencia de
    «clase para sí» en el grupo con igual
    nacionalidad. Es éste otro de los efectos negativos del
    capital social (en forma de redes primarias) del inmigrante o, si
    se quiere, la contrapartida de sus efectos positivos: la exclusión
    social de los no miembros del grupo (Portes, 1998).
    Más allá de la nacionalidad, la cofradía
    religiosa a que se pertenece (senegaleses: Suárez, 1998),
    la etnia (marroquíes, senegaleses,
    latinoamericanos…), el sexo, la zona
    geográfica de procedencia (chinos: Beltrán,
    2000)… son registros diferenciales importados de la
    sociedad de origen, «focos organizativos» en
    términos de Feld (1981), que muestran un doble efecto,
    centrípeto (sobre los miembros del grupo) y
    centrífugo (en relación a los no miembros): las
    asociaciones y movimientos étnicos se constituyen a menudo
    sobre estos registros diferenciales, que tienen efecto
    desintegrador en el conjunto del grupo nacional. Así, la
    diferenciación interna de clase reforzada y
    reforzadora del componente étnico
    mantiene en el
    exilio su potencial identitario y clasificador, actuando como uno
    de los obstáculos más importantes para la
    movilización de inmigrantes con nacionalidad
    común.

    Es, por tanto, muy difícil que en las actuales
    condiciones la población inmigrante se constituya en
    «colectivo» inmigrante, puesto que la
    promoción grupal pierde fuerza como estrategia de
    supervivencia allí donde la individual o familiar
    demuestran utilidad. Como elementos potencialmente aglutinantes,
    pueden actuar la vivencia compartida de rechazo por parte de la
    población autóctona, la sensación de agravio
    comparativo frente a otros grupos de
    inmigrantes22…, todos ellos factores de orden
    externo y que afectan sobre todo a la población
    extracomunitaria y, en particular, a los grupos sin tratamiento
    preferente en la LO 8/2000. Registros como «inmigrante
    », «trabajador»,
    «marginado»… pueden contrarrestar la
    influencia segregacionista de las identidades
    premigratorias.

    Además, el peso de las identidades premigratorias
    puede relativizarse en el contexto receptor, merced, en primer
    lugar, a la «estructura multidimensional de las
    identidades» (donde el referente puede ser la nación,
    la religión,
    la lengua, la
    raza…) y al hecho de que el «difícil equilibrio de
    esas identificaciones alternativas y/o complementarias debe ser
    construido cotidianamente en función de los contextos de
    acción, de las circunstancias, de las situaciones, de los
    talantes, de los interlocutores» (Lamo de Espinosa, 1995:
    26). Ciertamente, la migración modifica los referentes
    individuales y sociales del inmigrante y, por tanto, su
    autopercepción en el nuevo entorno.

    En segundo lugar, «no hay una única
    identidad étnica compartida por todos los miembros de una
    minoría étnica inmigrante. […] están
    acostumbrados a la idea de identidades múltiples incluso
    antes de la migración y eligen las identidades de acuerdo
    a la situación» (Rex, 2002: 266). En definitiva, es
    posible que en el contexto receptor opere un proceso de
    reconstrucción de la identidad (Veredas, 1999), proceso
    que suscribe la perspectiva construccionista o social (frente a
    la esencialista o culturalista) en el estudio de las relaciones
    interétnicas y que implica definir la etnicidad como
    construcción social: la adhesión e
    identificación no es un a priori, se
    produce.

    Además, la opción identitaria del
    individuo (como la elección del entorno de relaciones
    personales) incluye una dimensión instrumental no
    desdeñable, por cuanto la asunción de nuevos
    patrones valorativos y de comportamiento puede estar motivada por
    las previsiones acerca de su rendimiento individual en el nuevo
    contexto (donde registros de más alcance
    —nacionalidad o condición inmigrante— que la
    etnia o la cofradía religiosa, por ejemplo, pueden
    resultar más útiles).

    — Finalmente, la estricta separación
    de sexos característica de determinadas culturas

    influye también en el arraigo del asociacionismo,
    limitando seriamente la participación de las mujeres en
    tales estructuras (por ejemplo, las mujeres marroquíes en
    las asociaciones de carácter islámico), pero
    fomentando también paralelamente el surgimiento de un
    movimiento asociativo femenino orientado a la atención a la problemática de esta
    población en el nuevo contexto —que a veces coincide
    con la de los hombres (por ejemplo, aprendizaje del idioma) y
    otras no (por ejemplo, empleo de medidas anticonceptivas)—
    y a la oferta de un espacio de socialidad
    específico.

    3. Factores de índole
    política

    — La previa trayectoria de activismo
    político y social en el país de origen
    es
    un factor crucial respecto de la disposición personal a la
    movilización pública en España, aunque no
    opera siempre en el mismo sentido: algunos antiguos militantes
    desean dejar atrás el tipo de actividad que, en ocasiones,
    les obligó a exiliarse de su país; otros no
    consiguen extirpar de sí el «veneno » de la
    política y lo proyectan aquí en nuevas
    causas.

    — Política migratoria
    española
    , tanto en lo relativo al control y a la
    gestión de los flujos
    migratorios, como al trato con las asociaciones de
    inmigrantes: de la primera, resultan la fragmentación
    étnica de la fuerza de trabajo y el mantenimiento de una
    bolsa de irregulares; de la segunda, la cooptación de las
    asociaciones de proyección política y su
    transformación en diversas ONG. En ambos
    casos, se desincentiva la movilización
    étnica.

    — Sin embargo, la relativa
    desatención sindical de la defensa de los trabajadores
    extracomunitarios en España
    puede alentar su
    autoorganización en asociaciones propias de tinte sindical
    (así ocurre entre los marroquíes).

    La situación irregular de estos trabajadores
    (economía sumergida) y/o su ubicación laboral en
    nichos desrregulados (por ejemplo, servicio doméstico) les
    mantiene fuera del alcance de las negociaciones
    sindicales23. Además, se registran no pocos
    conflictos en
    el seno de los propios sindicatos, que se hacen eco de la
    competencia
    entre población autóctona e inmigrante y del
    argumento del dumping social (Veredas, 2000). Finalmente,
    hasta el momento, la actividad sindical (UGT y CC.OO.) orientada
    a la población inmigrante se ha concretado en la
    prestación de servicios financiados por el Estado, no
    tanto en la defensa de sus intereses como población
    trabajadora24.

    — Además, la «oportunidad
    política» (McAdam25, 1982) necesaria para
    impulsar estas asociaciones viene dada por la necesidad,
    por parte de la Administración, de interlocutores

    frente a grupos en gran medida desestructurados [creación
    de foros consultivos (locales, autonómicos y estatal)
    donde se requiere la presencia de tales asociaciones] y por la
    política de desmantelamiento del Estado de bienestar y la
    transferencia de la prestación de servicios a
    diversas organizaciones
    (entre ellas, asociaciones
    de inmigrantes).

    — Finalmente, hemos de considerar la cultura
    política
    de la población inmigrante,
    condicionante de su autopercepción como agente inmerso en
    un sistema social cuya lógica
    rige en buena medida los destinos de los ciudadanos: hablamos de
    nuevo de las llamadas «preferencias» en la
    teoría de la elección racional.

    Una de las definiciones de «cultura
    política» más operativas ha sido formulada
    por Almond y Verba y se refiere a las «orientaciones
    específicas políticas, posturas relativas al
    sistema
    político y sus diferentes elementos, así como
    actitudes en relación al rol de uno mismo dentro de dicho
    sistema» (Almond y Verba, 1970: 130). Subrayan los autores
    la importancia de la socialización
    política26 —de modo que la cultura
    política de una sociedad o grupo social se forja en
    concretas condiciones socioestructurales (Verba, 1965)—,
    que tiene lugar en determinado sistema político pero
    también en estructuras no políticas (familia,
    escuela,
    trabajo), que constituyen otros modelos —«instituciones
    que potencian la asociación diferencial» (Hechter,
    2002: 244)— de ordenamiento de los roles individuales y
    experiencias con autoridad.

    El modelo de análisis propuesto por Almond y
    Verba (1970) define tres tipos ideales de cultura política
    a partir del análisis cruzado de las cuatro dimensiones de
    la orientación política —hacia el sistema
    como objeto general, hacia los objetos políticos o
    inputs (estructuras o roles, titulares y productos),
    hacia los objetos administrativos u outputs y hacia uno
    mismo como participante activo27— y de los modos
    de dicha orientación, tal como son definidos por Parsons y
    Shils (1951): orientación cognitiva, afectiva y
    evaluativa. Del referido análisis resultan, como se ha
    dicho, tres tipos ideales de cultura política: parroquial
    (donde los individuos no tienen ningún tipo de
    orientación política en ninguna de las dimensiones
    consideradas: estructura política
    tradicional)28, de súbdito (los individuos
    suelen estar orientados hacia el sistema político como
    objeto general y hacia sus outputs pero dicha orientación
    se aproxima a 0 en lo relativo a los inputs y hacia uno mismo
    como participante activo: estructura autoritaria centralizada) y
    de participante (los individuos tienden a estar orientados hacia
    el sistema como un todo y sus inputs y outputs y
    hacia un rol personal políticamente activo: estructura
    política democrática). El tránsito a esta
    última orientación sucede tras el proceso de
    «movilización cognitiva »29 que
    Inglehart (1991) considera previo a la participación política de la
    población y el arraigo de la democracia.

    Almond y Verba completan la clasificación con
    otros cuatro tipos de culturas políticas mixtas: cultura
    parroquial-de súbdito, de súbdito-participante,
    parroquial-participante y cultura cívica30, de
    manera que reconocen la no-uniformidad de las culturas
    políticas (todas las culturas políticas son
    mixtas), pero además ofrecen una vía de
    explicación del cambio
    sociopolítico, puesto que tales culturas pueden o no ser
    congruentes con las estructuras del sistema político
    vigente, congruencia/incongruencia evaluada a partir de las
    actitudes —positiva, negativa, indiferente—
    observadas en la orientación cognitiva, afectiva y
    valorativa de los individuos hacia los objetos
    políticos.

    Puesto que sobre el conjunto de la población
    extracomunitaria nada puede decirse al respecto, hemos elegido
    para ilustrarlo —a modo de estudios de caso— dos
    grupos con considerable antigüedad migratoria y muy
    diferentes entre sí: marroquíes y
    peruanos.

    3.1. Cultura política
    de los inmigrantes marroquíes

    Entre los inmigrantes marroquíes en España
    cabe distinguir diferentes tipos de cultura política en
    función de su origen geográfico y el nivel
    educativo31, variables que
    vienen a solaparse en sus efectos. Así, entre buena parte
    de los trabajadores procedentes del Rif la cultura
    política oscila entre la netamente parroquial y la
    parroquial de súbdito. La primera es propia de sociedades
    donde «no hay roles políticos especializados: el
    liderazgo, la jefatura del clan o de la tribu, "el chamanismo",
    constituyen roles difusos de tipo
    político-económico- religioso y para los miembros
    de estas sociedades las orientaciones políticas hacia
    dichos roles no se hallan separadas de sus orientaciones
    religiosas y sociales» (Almond y Verba, 1970: 34). En el
    aislamiento geográfico, económico y educativo de
    las aldeas bereberes rifeñas, la autoridad central apenas
    se percibe fuera del cobro de los impuestos y
    existe entre esta población una profunda desconfianza
    hacia el poder y las
    instituciones políticas centrales.

    Gran parte de los rifeños no accede al sistema
    educativo ni conoce otro agente de socialización
    política que la familia, la tribu, donde el criterio de
    autoridad deriva de su organización patriarcal, de modo
    que la legitimación de la autoridad local se
    asienta sobre pautas bien distintas a las que respaldan el poder
    central del rey. De ahí la resistencia histórica en
    el Rif a la autoridad del Majzen32 —sistema de
    gobierno propio de Marruecos, que «asienta su poder sobre
    la base de unas redes de clientelismo al tiempo que asimila las
    técnicas del Estado burocrático
    occidental heredadas del despotismo administrativo
    colonial» (Desrues, 2000-2001: 176) —aunque su avance
    se muestra en el cese de la reacción (favorecido por la
    despoblación de la zona a partir de la expansión de
    la migración) y la relativa estabilidad de la confusa
    coexistencia de rasgos parroquiales y de lealtad a la autoridad
    central: hay que recordar el potencial integrador de la
    dimensión religiosa de la autoridad del
    monarca.

    El mapa político en el Rif se caracteriza por la
    permanencia de las élites locales —sobre todo
    hombres de negocios— tras la independencia,
    élites alejadas de la Administración central
    establecida en la zona del antiguo protectorado francés.
    En cuanto a la tradición asociativa de esta
    población, Pascon y Ennaji (1986) muestran que entre los
    trabajadores asalariados del campo, unos obreros permanentes y
    otros mano de obra ocasional, existen más elementos de
    ruptura que de cohesión, dada su diferente
    situación objetiva, de modo que se obstaculiza la
    generación de sentimiento de pertenencia de
    clase.

    A esto coadyuva la práctica inexistencia de
    sindicatos agrícolas.

    Entre el resto de la población marroquí,
    la cultura política más extendida se aproxima a la
    del súbdito-participante. En este sentido, el Rey se ocupa
    de evocar frecuentemente su condición alauita para
    apuntalar la legitimidad de su mandato y también de orear
    con cierta frecuencia la «patata caliente » de la
    cuestión saharaui o la soberanía de Ceuta y Melilla para reforzar
    el espíritu nacional y, de paso, su propia legitimidad
    como cabeza de la nación.

    El resultado es una gran frecuencia de orientaciones
    hacia el sistema político diferenciado (monarquía) y sus outputs (medidas
    políticas y elemento administrativo), pero un gran
    desconocimiento del proceso de toma de
    decisiones (inputs) y una relación pasiva con
    el sistema. En cualquier caso, la orientación hacia el
    sistema o sus outputs no implica la lealtad al mismo o
    puede ocurrir también que tal sí exista pero que
    aquéllos (outputs) provoquen reacciones negativas.
    De hecho, los episodios periódicos de protesta popular en
    Marruecos muestran una inestabilidad estructural que algunos
    interpretan como resultante de la tensión entre la cultura
    política de súbdito y la participante.

    El ascenso al trono de Mohamed VI (1999) fue recibido
    con gran expectativa por la población, puesto que el nuevo
    monarca se había comprometido «a realizar cuantas
    reformas sean necesarias para instaurar el Estado de
    derecho, la cultura democrática, el liberalismo
    económico y la solidaridad social» (Desrues,
    2000-2001: 172). Actualmente, sin embargo, tales esperanzas se
    han visto frustradas, por una parte debido al deterioro de la
    situación económica33 y también
    porque «la opción democrática cumple una
    función de legitimación del rey pero todavía
    se caracteriza por su sustancial falta de contenido»
    (ibídem, p. 183): Mohamed VI mantiene sobre sí la
    concentración de poderes que le convierte en el
    único actor de cambio posible. En tales circunstancias, no
    sorprende el ascenso islamista —el Partido de la Justicia y el
    Desarrollo ha triplicado sus escaños— ni la
    elevación del ya considerable nivel de abstención
    en las últimas elecciones
    legislativas34.

    La debilidad de la sociedad civil es un hecho en
    Marruecos, pero desde mediados de la década de 1980 se
    asiste al surgimiento de una amplia gama de asociaciones
    —regionales, de vocación económica y social y
    de vocación política—, de modo que cabe
    preguntarse si asistimos a la gestación de procesos de
    estructuración de la sociedad civil o más bien a
    una forma de clientelización de la misma que acaso pudiera
    servir de punto de partida para nuevas formaciones
    políticas (Santucci, 1991). Para Gateau y Denoeux (1995:
    39), las debilidades inherentes al movimiento asociativo, junto
    con la estrategia de control desarrollada por el Majzen
    «permiten hablar de vida asociativa pero no de sociedad
    civil» (la traducción es mía). Tampoco cree
    Camau (1991) en la efectiva democratización de la sociedad
    marroquí, al menos en un futuro próximo, dada la
    falta de cultura democrática entre la población. En
    todo caso, este desarrollo asociativo muestra que cierto sector
    de población manifiesta orientaciones políticas
    especializadas y se autopercibe como elemento activo del sistema
    político. Las cárceles de Marruecos siguen
    conociendo tales individuos.

    En España, la población inmigrante
    marroquí constituye un perfecto muestrario de las
    diferentes culturas políticas presentes en Marruecos,
    desde la participante —sobre todo entre jóvenes
    urbanos universitarios— hasta la parroquial / de
    súbdito35. La contrapartida es clara respecto a
    la disposición pasiva o activa frente a las estructuras
    asociativas (u otras iniciativas de movilización
    colectiva), cuyas filas se nutren casi en exclusiva de individuos
    con cultura política participante. Aún así,
    la precariedad vital, su considerable antigüedad migratoria
    (que implica cierto grado de asunción, aún
    deficitario, de los parámetros participativos) y el
    agravio comparativo que sufre frente a otros grupos inmigrantes,
    hace de esta población la primera que se ha manifestado
    como tal en diversos puntos de España pidiendo a las
    autoridades un trato digno y justo. Que tales iniciativas superen
    el carácter de manifestación espontánea y
    lleguen a concretarse en organizaciones consistentes y
    verdaderamente participativas, es harina de otro
    costal.

    3.2. Cultura política
    de los inmigrantes peruanos

    La situación antes descrita es asimilable a la
    peruana, pero sólo en parte. Perú se ha visto
    envuelto durante la mayor parte de su existencia como Estado
    independiente en un trasiego de regímenes autoritarios y
    elitistas que adoptaron la forma de república
    aristocrática (1895-1919) o de populismo
    nacionalista (1950-1980)36. La distancia entre costa,
    sierra y selva es geográfica, económica y social:
    las comunidades indígenas (selva) mantienen su forma de
    organización comunitaria y permanecen aisladas del
    conjunto nacional, mientras las campesinas (sierra) articulan
    recursos
    comunitarios (comunidades autogestionarias…) e
    inserción en estructuras sindicales, a través de
    las que se vinculan a alternativas de carácter
    nacional37. Así, no es fácil hablar de
    cultura política «en un país donde esta
    práctica estaba desintegrada en numerosas subculturas, que
    recién empiezan a realizar su unificación en los
    últimos años, bajo el doble manto articulador del
    encuentro del populismo nacionalista y de la democracia
    representativa» (Lauer, 1990: 162)38.

    El resquebrajamiento de la cultura patrimonial
    tradicional iniciado en la década de 1950 junto a los
    cambios en la estructura agraria y el desarrollo de las
    migraciones internas —antes del desmantelamiento del orden
    económico patrimonial a raíz de las reformas
    acometidas por el gobierno del general Velasco (1969-75)— y
    del Estado de derecho no implican la ruptura con la
    tradición elitista y autoritaria. De hecho, la
    institucionalidad establecida en 1979 (11ª Constitución en 150 años de historia republicana) no
    logra consolidarse debido a la «penuria económica y
    la pervivencia de prácticas autoritarias, clientelistas y
    personalistas [que son] una rémora para la
    democratización efectiva de la sociedad» (De
    León Naveiro, 1995: 128) e impregnan todo el sistema
    político39.

    El empobrecimiento de la población y la ineptitud
    de la oficialidad (gobierno, partidos
    políticos y sindicatos) para canalizar y responder a
    las demandas sociales han acentuado el divorcio entre
    sociedad civil y Estado, de modo que éste último
    termina por «emerger con claridad, ante cada vez más
    amplios sectores de la población, como instrumento
    particular ligado a los grupos que ejercían el poder
    político» (Stein y Monge, 1988: 87). Así,
    cuando en 1992 quiebra el orden
    constitucional con el autogolpe de Fujimori, la respuesta social
    es apática, y es que el desencuentro entre gobernantes y
    pueblo es tal que desde la década de 1990 coexisten en
    Perú dos institucionalidades, una construida desde abajo
    —a veces desde la autoorganización de los actores
    sociales y otras de la violencia
    organizada en grupos revolucionarios— y otra oficial, que
    no es vía de participación real de la
    población (De León Naveiro, 1995). Tras la renuncia
    de Fujimori (julio de 2000) y el ascenso al poder de Toledo
    (elecciones de abril de 2001), la situación ha cambiado
    poco: Toledo ha obtenido del Senado (como su antecesor) poderes
    excepcionales en la lucha contra el terrorismo,
    mientras su política
    económica es ampliamente rechazada (paros contra las
    privatizaciones, manifestaciones…) e
    incluso hubo de afrontar la renuncia de su equipo de ministros
    (julio de 2002).

    Así pues, el arraigo del elitismo
    —«que excede el ámbito de la cultura
    política para convertirse en una de las
    características culturales más notorias del
    país» (De León Naveiro, 1995: 160)— y
    del autoritarismo como ejes de ordenación de las
    relaciones sociales y políticas40 y la elevada
    valoración del liderazgo carismático entre la
    población, junto a cierta penetración de las formas
    participativas [sobre todo desde la apertura de cauces
    institucionales de participación durante el velasquismo (a
    través del Sistema Nacional de Apoyo a la
    Movilización Social) y del desarrollo de movimientos
    sociales en los medios rurales y suburbanos, enraizados en la
    tradición comunitaria de las culturas nativas], permiten
    hablar de un tipo de cultura política mixta que incluye
    elementos de los tres «tipos ideales» definidos por
    Almond y Verba: parroquial, de súbdito y participativa. De
    este tipo de cultura política mixta resulta (y ella misma
    resulta de) una inestabilidad estructural que impide el arraigo
    en el conjunto de la población de una actitud
    participante que la constituya «en un cuerpo competente de
    ciudadanos» seguro y
    experimentado y produce tendencias a la alienación en el
    sector participativo (Almond y Verba, 1970: 42).

    En consecuencia, en Perú coexisten sectores de
    población con una cultura política participante
    orientada hacia la elaboración de un proyecto
    político alternativo y de alcance nacional (sobre todo
    universitarios urbanitas), con otros (poblaciones rurales
    aisladas económica, política y culturalmente) que
    «carecen de mayor apego a una democracia sin significado
    alguno para ellos» (Stein y Monge, 1988: 95). Entre ambos
    extremos, el grueso de la población, orientada a su propia
    supervivencia, en un «sálvese quien pueda» que
    prima los comportamientos individualistas sobre estrategias de
    promoción colectiva41.

    En España, la implicación del grueso de
    peruanos y marroquíes42 en «sus»
    asociaciones [y la de la mayoría de la población
    extracomunitaria en asociaciones propias de proyección
    político-asistencial] es prácticamente nula, siendo
    observadas desde una perspectiva exclusivamente instrumental,
    mientras la proyección política está
    prácticamente ausente de su vida. En todo caso, en terreno
    español, estas poblaciones pueden soportar la
    politización de las cúpulas asociativas —a
    pesar del temor o del escepticismo respecto de «lo
    político »— si su esfuerzo les reporta
    beneficio43. Se evidencia así la
    relación entre cultura política y propensión
    individual a la participación pública y cómo
    la socialización política en el país de
    origen mantiene su peso en el receptor44.

    En tales condiciones, el proceso de
    «secularización política»
    (Almond y Powell, 1966)45 precisará el aprendizaje
    (facilitado por el cambio de contexto tras la migración)
    de un talante abierto y negociador en el marco de un conjunto de
    reglas específicamente políticas y
    universalistas.

    4. Causas relacionadas con la
    configuración de las asociaciones

    Tal como venimos afirmando, la relación entre
    inmigrantes y asociaciones se caracteriza por la
    instrumentalización de las mismas, sobre
    todo si tales desarrollan (entre otras) labores
    asistenciales46. ¿En qué medida la
    dinámica interna de las propias
    asociaciones coadyuva a tal fenómeno? — El
    carácter inconcluso del proceso de modernización
    política entre los responsables asociativos se verifica en
    el predominio de la «cultura política
    ideológica»
    (Almond y Powell, 1966), estilo
    ideológico en que el individuo ha asumido determinada
    orientación política pero no es capaz de adoptar
    las actitudes negociadoras y abiertas propias de la
    secularización total47.

    Este desencuentro entre ideología
    (democrática) y comportamiento real deriva, según
    creo, de la contradicción entre la asimilación
    meramente intelectual de criterios democráticos y las
    formas autoritarias de organización familiar y
    sociopolítica en que se ha crecido; es decir, del
    contraste entre lo que Almond y Powell denominan
    «socialización política manifiesta»
    —que suele tener lugar en la universidad o en
    partidos políticos— y «socialización
    política latente» —transmisión de
    contenidos no manifiestamente políticos pero con
    repercusiones en cuanto a la percepción
    de roles y funciones análogos en el sistema
    político. Dicha contradicción se manifiesta en el
    autoritarismo de algunos representantes y en la mentalidad
    «conspiradora» desde la que intuyen intrigas contra
    la propia asociación por parte de otras organizaciones,
    sindicatos, administración… Se percibe en otros
    casos una clara propensión al elitismo entre los
    responsables (que se autoperciben como élite con especial
    clarividencia respecto a asuntos sociopolíticos), cuya
    actitud refleja bien la máxima «todo para el pueblo
    pero sin el pueblo», y a veces también
    comportamientos caciquiles (patrimonialización de los
    recursos públicos obtenidos mediante
    subvenciones).

    Siempre hay excepciones, pero creo que lo dicho responde
    a la norma. Por otra parte, tales comportamientos se dan
    también entre la clase política española, de
    modo que no ha de entenderse esta reflexión como relato de
    diferencias respecto de un «ideal» ejemplificado en
    las estructuras políticas españolas.

    — Así, la escasa participación de
    los inmigrantes en las asociaciones de proyección
    sociopolítica deriva de varios factores: por una parte,
    del elitismo/ personalismo y/o caciquismo de sus
    responsables y también a veces de la conversión de
    la asociación en mera entidad prestadora de servicios
    (resultado del proceso de cooptación por parte de la
    administración
    ), que puede impedir el desarrollo
    de la socialidad inmigrante en su seno; en segundo lugar, de su
    eventual rol como lugar de promoción personal de los
    responsables
    (sospecha ampliamente difundida entre la
    población inmigrante).

    Todo ello, junto a los factores de índole
    económica, social y política antedichos,
    condiciona, según creemos, la posibilidad de
    movilización étnica entre la población
    extracomunitaria.

     

    Bibliografía

    ALMOND, G.; POWELL, G. (1966). Política
    comparada
    . Buenos Aires:
    Paidós.

    ALMOND, G.; VERBA, S. (1970). La Cultura
    Cívica
    . Madrid:
    Fundación Foessa.

    AMBROSINI, M. (1998). «Intereses ocultos: la
    incorporación de los inmigrantes a la economía
    informal». Migraciones, N° 4, p.
    111-151.

    BELTRÁN, J. (2000). «La empresa
    familiar. Trabajo, redes sociales y familia en el colectivo
    chico». OFRIM Suplementos, junio, p.
    129-153.

    BENEDICTO, J. (1995). «La construcción de
    los universos políticos de los
    ciudadanos».

    En BENEDICTO, J.; MORAN, M.L. (eds.). Sociedad y
    Política. Temas de Sociología Política
    . Madrid:
    Alianza, p. 227-267.

    BONACICH, E. (2002). «Antagonismo étnico y
    segmentación del mercado laboral». En TERRÉN,
    E. (ed.). Razas en Conflicto. Barcelona: Anthropos, p.
    206-220.

    BOURGOIS, P. (1993). «La mobilisation
    ethnique». En Actes de la Recherche en Sciences
    Sociales
    N° 99, septiembre, p. 53-64.

    BUCHANAN, J.M.; TULLOCK, G. (1980). El cálculo
    del consenso (fundamentos lógicos de una democracia
    constitucional). Madrid: Espasa-Calpe.

    CAMAU, M. (1991). «Démocratisation et
    changement des régimes au Maghreb». En LÓPEZ
    GARCÍA, B.; MARTÍNMUÑOZ, G.; LARRAMENDI,
    M.H. de (eds.). Elecciones, participación y
    transiciones políticas en el norte de África
    .
    Madrid: AECI, p. 67-77.

    COLECTIVO IOÉ (1998). Inmigración y
    trabajo. Trabajadores inmigrantes en el sector de la
    construcción. IMSERSO, Ministerio de Trabajo y Asuntos
    Sociales.

    — (1999) Inmigración y trabajo en
    España. Trabajadores inmigrantes en el sector de la
    hostelería. Madrid: IMSERSO, Ministerio de Trabajo y
    Asuntos Sociales.

    — (2001). Mujer, inmigración y
    trabajo
    . Madrid: IMSERSO, Ministerio de Trabajo y Asuntos
    Sociales.

    COLEMAN, J.S. (1990). Foundations of Social
    Theory
    . Cambridge, Massachusetts: The Belknap Press of
    Harvard University Press.

    DESRUES, T. (2000-2001). «Mohamed VI y la paradoja
    de la transición marroquí». En Afers
    Internationals,
    N° 51-52, p. 171-186.

    DOWSE, R.E.; HUGHES, J.A. (1972). Sociología
    Política
    . Madrid: Alianza Universidad. Madrid, 1982
    (4º edic.).

    FELD, S. (1981). «The focused Organisation of
    Social Ties». American Journal of Sociology, vol.
    86, N° 5, p. 1015-1035. Factores condicionantes de la
    movilización étnica Papers 72, 2004

    GATEAU, L.; DENOEUX, G. (1995). «L’essor des
    associations au Maroc: à la recherche de la
    citoyenneté?». Monde arabe, Maghreb-Machrek,
    N° 150, octubre-diciembre, p. 19-39.

    GOFFMAN, E. (1970). Estigma, la identidad
    deteriorada
    . Buenos Aires: Amorrortu.

    GRANOVETTER, M.S. (1973). «The strength of weak
    ties». American Journal of Sociology, N° 78 (6),
    mayo, p. 1360-1380.

    GURAK, D.T.; CACES, F. (1992). «Migration networks
    an the shaping of migration systems». En KRITZ, M.M.;
    ZLOTNIK, H.; LEAN LIM, Lin (eds.). International Migration
    Systems. A global approach
    . Oxford: Clarendon Press, p.
    150-176.

    HECHTER, M. (2002). «Etnicidad y elección
    racional». En TERRÉN, E. (ed.). Razas en
    Conflicto
    . Barcelona: Anthropos, p. 234-249.

    HILY, M.H.; POINARD, M. (1987). «Portuguese
    Associations in France». En REX, J. y otros. Immigrant
    associations in Europe
    . Cambridge: European Science
    Foundation, University Press.

    INGLEHART, R. (1991). El cambio cultural en las
    sociedades industriales avanzadas. Madrid: CIS, colección
    «Monografías» N° 121.

    KEPEL, G. (1992). Les banlieues de l’Islam. Naissance
    d’une religion en France. París: Le
    Seuil.

    LAMO DE ESPINOSA, E. (ed.) (1995). Culturas, Estados,
    Ciudadanos. Una aproximación al multiculturalismo en
    Europa. Madrid:
    Alianza.

    LAUER, M. (1990). «Cultura política y
    democracia representativa en Perú». En ZEMELMAN, H.
    (coord.). Cultura y política en América
    Latina
    . Siglo XXI, p. 162- 176.

    LAYTON-HENRY, Z. (1990). «Immigrant
    Associations». En LAYTON-HENRY, Z. (ed.). The political
    rights of migrant workers in Western Europe. Londres: Sage, p.
    94-112.

    LEÓN NAVEIRO, O. de (1995). Crisis
    económica y estado de derecho en Perú
    . Madrid:
    Fundamentos.

    LÓPEZ, P. (2003). «El punto de vista de los
    agentes sociales: el punto de vista sindical ». En TORNOS, A.
    (coord.). Los inmigrantes y el mundo del trabajo. Madrid:
    Universidad Pontificia Comillas, colección
    «Sociedad-Cultura-Migraciones» N° 5, p.
    189-201.

    MAS, P. de (1991). «Pouvoir et migration au Maroc.
    Dynamiques electorales divergentes dans le Rif et le Sous».
    En LÓPEZ GARCÍA, B.; MARTÍN MUÑOZ,
    G.; LARRAMENDI, M.H. de (eds.). Elecciones,
    participación y transiciones políticas en el norte
    de África
    . Madrid: AECI, p. 79-94.

    MCADAM, D. (1982). Political process and the
    development of black insurgency 1930- 1970
    . Chicago y
    Londres: The University Chicago Press.

    MELUCCI, A. (1994). «¿Qué hay de
    nuevo en los ‘nuevos movimientos sociales’?».
    En LARAÑA, E.; GUSFIELD, J. (eds.). Los nuevos
    movimientos sociales. De la ideología a la identidad
    .
    Madrid: CIS, p. 119-149.

    MICHELS, R. (1914). Partidos Políticos. Un
    estudio sociológico de las tendencias oligárquicas
    de la democracia moderna. Buenos Aires: Amorrortu,
    1972.

    OLSON, M. (1992). La lógica de la acción
    colectiva. Bienes públicos y teoría de grupos.
    México:
    Limusa.

    PASCON, P.; ENNAJI, M. (1986). Les paysans sans terre
    au Maroc
    . Casablanca: Les Éditions Toubkal.

    PEDREÑO, A. (2001). «Gitanos,
    magrebíes, ecuatorianos: una segmentación
    étnica del mercado de trabajo en el campo murciano
    (España)». Debate Agrario N° 54,
    diciembre, p. 189-200.

    PÉREZ DÍAZ, V. (1971). Emigración y
    cambio social. Procesos migratorios y vida rural en Castilla.
    Barcelona: Ariel.

    PÉREZ PÉREZ, G.; VEREDASMUÑOZ, S.
    (1998). «Condiciones de vida (y trabajo) de los inmigrantes
    peruanos en Madrid». Migraciones N° 3, p.
    53-83.

    PORTES, A. (1998). «Social Capital: Its Origins
    and Applications in Modern Sociology». Annual Review of
    Sociology, vol. 24, p. 1-24.

    PYE, W.L.; VERBA, S. (1965). Political Culture and
    Political Development
    . Princeton University Press.

    QUIJANO OBREGÓN, A. (1971). Nacionalismo,
    neoimperialismo y militarismo en el Perú. Buenos Aires:
    Periferia, colección «Estados Unidos y
    América
    Latina». REX, J. (2002). «La movilización
    étnica en las sociedades multiculturales». En
    TERRÉN, E. (ed.). Razas en Conflicto. Barcelona:
    Anthropos, p. 263-276.

    REX, J.; JOLY, D.; WILPERT, C. (eds.) (1987).
    Immigrant associations in Europe. Cambridge: European
    Science Foundation, University Press.

    SANTUCCI, J.C. (1991). «Processus
    électoraux et légitimation du pouvoir:
    réflexions sur l’experience marocaine». En
    LÓPEZ GARCÍA, B.; MARTÍN MUÑOZ, G.;
    LARRAMENDI, M.H. de (eds.). Elecciones, participación y
    transiciones políticas en el norte de África
    .
    Madrid: AECI, p. 287-293.

    SOLÉ, C. (1995). Discriminación racial
    en el mercado de trabajo
    . Madrid: CES, colección
    «Estudios», N° 14.

    STARK, O. (1993). La migración del
    trabajo
    . Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad
    Social.

    STEIN, S.; MONGE, C. (1988). La crisis del
    Estado patrimonial en el Perú
    . Lima: Instituto de
    Estudios Peruanos.

    SUÁREZ NAVAZ, L. (1998). «Los procesos
    migratorios como procesos globales. El caso del transnacionalismo
    senegalés». OFRIM Suplementos, diciembre, p.
    39-63.

    UGARTECHE, O. (1998). La arqueología de la
    modernidad
    . Lima: Desco. Todas las citas incluidas en el
    texto se
    encuentran en el capítulo 4 («Lo moderno y la
    exclusión») y han sido recuperadas de la página web
    www.andes.missouri.edu/andes/especia les/
    ouarqueologia/ou_arqueologia1.html

    VEREDASMUÑOZ, S. (1999). «Procesos de
    construcción de la identidad entre la población
    inmigrante». Papers, 57, p. 113-129.

    — (2000). «Sindicatos y asociaciones de
    inmigrantes: una relación difícil pero necesaria
    ». En MORENTE MEJÍAS, F. (ed.). Cuadernos
    étnicas: inmigrantes, claves para el futuro inmediato
    .
    Universidad de Jaén, p. 145-161.

     

    Notas

     1. Este artículo incluye parte de las
    conclusiones de mi tesis doctoral
    Las asociaciones de inmigrantes marroquíes y peruanos
    en la Comunidad de Madrid
    (febrero de 1999) y del informe elaborado
    para la Comisión Europea en el marco del proyecto
    internacional Combating Social Exclusion: Minority Organisations
    in Civil Dialogue. A European Project (programa
    Preparatory Actions to Combat and Prevent Social Exclusion:
    Support for Cooperation between Charitable Associations) en que
    participé (diciembre de 1999-diciembre de 2000) como
    investigadora en España.

    2. La información en que se basa este estudio
    incluye fuentes
    primarias —entrevistas a
    responsables asociativos, inmigrantes «de la calle»,
    responsables administrativos (MTAS y áreas de servicios
    sociales de varios municipios de Madrid), observación
    participante y no participante en asociaciones, encuestas
    estructuradas a una muestra de 110 peruanos en Madrid
    (Pérez y Veredas, 1998)— y secundarias
    —documentos de las
    asociaciones, discurso público de sus representantes y de
    gestores administrativos… 3. En algunos grupos nacionales,
    se estima cercano al 50% del total. Ver VV.AA. (2003),
    Migración colombiana en España.
    Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y
    Naciones
    Unidas.

    4. Kepel (1992) interpreta el crecimiento exponencial de
    mezquitas y asociaciones islámicas en Francia como
    resultado de un proceso colectivo de asentamiento aleatorio, del
    convencimiento entre los inmigrantes de que su vida y la de sus
    hijos transcurrirá en lo sucesivo definitivamente en el
    país receptor.

    5. He considerado la posibilidad de completar la
    explicación del tema con la aplicación de la
    teoría de
    juegos. Habiendo estudiado sus premisas, considero, sin
    embargo, que no es aplicable a este caso, porque el actor
    —aquí, el inmigrante extracomunitario— no
    conoce perfectamente las reglas del juego
    político ni orienta su actuación desde las
    expectativas acerca del comportamiento de los demás
    sujetos. La suya no es, pues, una acción
    estratégica —en términos de Olson—,
    sino meramente racional, manifiesta en la
    instrumentalización evidente de las asociaciones por parte
    de los inmigrantes. Al hablar de acción estratégica
    no quiero indicar que responda a un razonamiento explícito
    y claramente fundado por el actor; pero sí implica un
    conocimiento
    bastante certero de las reglas del juego de la negociación
    política. Por eso creo interesante el trabajo de
    Solé (1995), que aplica la teoría de juegos al
    análisis de la interacción entre empresarios,
    trabajadores autóctonos, trabajadores inmigrantes y
    sindicatos, pero no demasiado ajustado a la realidad, por cuanto
    en ella los supuestos de la teoría no siempre se
    dan.

    6. Por otra parte, el problema del free rider es
    consustancial a este tipo de estructuras, de ahí la
    necesidad de arbitrar incentivos
    selectivos para los efectivamente participantes (Olson,
    1992).

    7. Paradójicamente, observa Layton-Henry (1990),
    ocurre que muchas de estas estructuras, creadas para preservar la
    identidad y la cultura de sus miembros, desempeñan un
    papel fundamental en su integración en la sociedad
    receptora, al contribuir al asentamiento adecuado de los mismos y
    alentar su participación activa en el nuevo entorno.
    Muchas de estas asociaciones acaban contactando con las
    instituciones y autoridades del país receptor y mediando
    entre ellas y los inmigrantes para la mejora de sus condiciones
    vitales. A su vez, Granovetter (1973) subraya el potencial
    integrador de los vínculos débiles
    característicos de las estructuras formales, en contraste
    con el riesgo de aislamiento social del grupo inherente al
    enclaustramiento individual en la red de vínculos fuertes
    (parentesco, paisanaje…).

    8. El concepto fue enunciado por primera vez por
    Stouffer, Suchman, Devinney, Star y Williams (1949) y recogido
    por Merton (1949) en su reflexión sobre la teoría
    del grupo de referencia.

    9. Ambrosini (1998: 122) refiere entre los inmigrantes
    una «predisposición a renunciar a la
    inclusión regular en nómina
    por una retribución mayor», y ello en la
    intención de maximizar envíos de remesas al lugar
    de origen o en función de la incertidumbre sobre el empleo
    de los servicios de la Seguridad
    Social, el desarraigo social o el deseo de trabajar por
    cuenta propia…, todo ello circunstancias que sitúan
    a esta población en «una posición sensible a
    las ventajas de la incorporación a la economía
    irregular».

    10. En su reflexión sobre la participación
    en los partidos políticos, Michels refiere la
    «incompetencia perpetua de las masas» (1972: 194) y
    la existencia de constricciones vitales (sobre todo falta de
    tiempo libre) para la mayoría como límites a
    su participación y que resultan en la «ley de hierro de la
    oligarquía».

    11. Según el colectivo IOÉ (1998: 161), el
    alto grado de rotación de la mano de obra en el sector de
    la construcción se constata en la reducida antigüedad
    en el puesto entre los trabajadores polacos y, sobre todo,
    marroquíes (42% menos de 7 meses), y ello aunque la
    mayoría de estos últimos entrevistados llegó
    a España antes de 1991, mientras más de la mitad de
    los polacos llegó tras 1994 (1998: 222). La
    situación es similar en el sector de la hostelería
    (IOÉ, 1999: 141), donde la antigüedad en el puesto es
    menor a un 1 año entre buena parte de los latinoamericanos
    y, en menor grado, de los marroquíes.

    12. Es sabido que, a través del régimen
    general regulado por las sucesivas LO de Derechos y Libertades de
    los Extranjeros en España, no se tramitan desde
    años PRT (al margen de las situaciones especiales:
    reagrupación familiar, nacionales de países como
    Chile y Perú —por ejemplo— con convenios
    previos a la ley de extranjería…). Así, la
    regularidad legal de la mayoría de los inmigrantes
    extracomunitarios pasa por su acogida a un contingente anual
    (de facto procesos de regularización hasta el
    pasado año) o a regularizaciones extraordinarias
    arbitradas por la Administración, que, en este tema, hace
    de la discrecionalidad total norma de
    actuación.

    13. La dinámica descrita por Pedreño es
    muy similar a la referida por Bourgois sobre la migración
    india a las
    plantaciones de plátanos (1910-20) en la costa
    caribeña de América central: en un contexto de
    sucesivas olas de inmigrantes muy diversos étnicamente,
    «l’idéologie raciste a joué un
    rôle décisif dans l’organisation sociale des
    plantations. Sous l’euphémisme de "liste d’or"
    et "liste d’argent", la compagnie avait institué un
    système de ségrégation comparable à
    celui du canal de Panamá» (Bourgois, 1993: 55).
    Situación similar se dio en Bocas de Toro (Panamá),
    donde los indios Guaymi (años 50) hacían siempre el
    trabajo sucio, reparto justificado en términos
    étnico-raciales que disfrazaban la explotación
    propiamente económica: «la diversité ethnique
    et les systèmes de représentation qui fondent la
    discrimination et la marginalisation sur la plantation
    s’imbriquent avec l’encadrement et la qualité
    de la production. Ces représentations sont
    reafirmées dans la réalité même du
    processus de production et soustendent la division
    hiérarchique du travail» (ibídem, p.
    59).

    14. El estudio del colectivo IOÉ sobre las
    mujeres extracomunitarias trabajadoras revela que no es tan
    fácil la promoción ocupacional: «Sobre la
    base de un punto de partida en exceso dependiente del servicio
    doméstico, del que resulta difícil dar el salto
    hacia otras ocupaciones, la movilidad ocupacional de las mujeres
    inmigrantes se dirige lentamente desde las ocupaciones con menos
    estatus (servicio doméstico, limpieza y hostelería)
    hacia las de más categoría laboral (oficina y cuenta
    propia)» (2001: 738). Pero sí es cierto que la
    antigüedad migratoria propicia el abandono de las posiciones
    laborales menos deseables y el acceso a otras preferibles (por
    ejemplo, entre las mujeres marroquíes se verifica el
    progresivo abandono del servicio doméstico interno y el
    paso al régimen de externas o por horas) (ibídem,
    p. 739).

    15. Así pues, no sólo de las denominadas
    «limitaciones» cabe afirmar su carácter
    estructural, sino también de las
    «preferencias» individuales.

    16. Tilly y Brown (1967) muestran la menor
    participación organizativa, relaciones de vecindad e
    información sobre la sociedad receptora entre individuos
    que emigraron bajo la protección de parientes o amigos
    (referencia en Gurak y Caces, 1992).

    17. Asumo la definición de «capital
    social» de Coleman (1990: 300): «These social
    relationships which come into existence when individuals attempt
    to make best use of their resources need not only be seen as
    components of social structures. They may also be seen as
    resources for the individual: social capital».

    18. Tal como señala Portes (1998: 16),
    «group or community closure may, under certain
    circumstances, prevent the success of business initiatives by
    their members». Las normas de
    solidaridad y reciprocidad en el seno de las redes primarias
    pueden de hecho obstaculizar la promoción social del
    inmigrante.

    19. «[…] la economía irregular se
    cimenta en redes de relaciones informales, integradas por
    elementos que van más allá de las relaciones
    amistosas, familiares y comunitarias que se revelan como
    indispensables para transmitir las informaciones necesarias y
    garantizar la complicidad de cuantos están involucrados,
    previniendo comportamientos que quebrantan las reglas del
    juego» (Ambrosini, 1998: 122).

    20. «El antagonismo étnico germina,
    inicialmente, en un mercado laboral segmentado a lo largo de
    fronteras étnicas. Para estar segmentado, un mercado
    laboral debe contener al menos dos grupos de trabajadores cuyo
    precio de mano
    de obra por el mismo trabajo sea distinto o lo fuese si
    desempeñasen el mismo trabajo» (Bonacich, 2002:
    208). Así, «los empleadores intentan pagar lo menos
    posible por el trabajo, independientemente de la etnicidad y
    adaptándose a los recursos y a los motivos de los grupos
    de trabajadores. En la medida en que éstos varían a
    menudo según la etnicidad, es habitual encontrar mercados de
    trabajo étnicamente segmentados» (ibídem, p.
    212). El precio del trabajo incluye, según Bonacich, el
    coste del mismo [determinado por el nivel de vida de la mano de
    obra, la información sobre el contexto receptor (ligada a
    su antigüedad migratoria) y los recursos políticos
    disponibles (grado de organización del grupo)] más
    el coste de los conflictos.

    21. Este fenómeno limita seriamente la
    posibilidad de coalición intergrupos a partir de
    identidades étnicas previas —por ejemplo, el
    indigenismo— o posteriormente (tras la migración)
    construidas —por ejemplo, la negritud—. Ciertamente,
    tales procesos de reconstrucción identitaria operan a
    nivel individual (ver Veredas, 1999), pero su activación a
    nivel colectivo como mecanismo movilizador choca con el recurso
    al desmarcamiento como estrategia de salvaguardia de la propia
    autoestima
    (ver Goffman,1970), aunque podría verse favorecido si el
    «otro» —aquí, el español—
    activase tales registros como estigmatizantes.

    22. Considera Rex (1987) que el potencial efecto
    disuasor sobre la organización colectiva que pueden tener
    tales condicionantes culturales y también la
    extensión del individualismo y de los valores
    consumistas, puede verse superado si las condiciones de vida en
    el país receptor se dificultan de forma extrema, ya que
    tal situación actúa de hecho como unificador de
    voluntades. Esto ocurrió en Alemania
    cuando el gobierno (1981) promulgó un decreto que
    prohibía la entrada de hijos mayores de quince años
    de inmigrantes extracomunitarios: los turcos —separados por
    su origen rural/urbano, pertenencia a las escuelas
    islámicas Sunni y Alevi…— protagonizaron
    amplias demostraciones de protesta y se pronunciaron como una
    sola voz por primera vez ante un tema que concernía al
    gobierno alemán.

    23. Según el colectivo IOÉ, en el sector
    de la construcción «el 88% de los marroquíes
    y el 99% de los polacos se encuentra privado de la
    protección que pudiera obtener de la acción de los
    sindicatos de trabajadores en la propia empresa»
    (IOÉ, 1998: 164). Entre los trabajadores y trabajadoras en
    servicio doméstico «la pertenencia a sindicatos
    obreros es minoritaria y los colectivos con mayor
    afiliación son autóctonos (4,4%) y peruanos
    (3,7%)» (IOÉ, 2001: 341).

    24. Actualmente, sin embargo, los responsables de CC.OO.
    afirman que la organización pretende en lo sucesivo y
    sobre todo «hacer de sindicato, es
    decir, atender por encima de otras prioridades a la
    situación laboral de los trabajadores y trabajadoras y
    dejar a otras organizaciones de la sociedad civil otros
    ámbitos de actuación […] interviniendo cada
    cual en su ámbito natural» (López, 2003:
    201).

    25. La teoría del Proceso Político
    (McAdam, 1982) concibe el surgimiento del movimiento social como
    producto de factores de orden interno (examinados previamente) y
    externo, los arriba analizados.

    26. En tanto «todo tipo de aprendizaje
    político, formal o informal, deliberado o no, en todos los
    estadios del ciclo vital, incluyendo no solo el aprendizaje
    político explícito sino también el
    nominalmente no político que afecta, sin embargo, al
    comportamiento político» (Greenstein, 1997: 21, en
    Benedicto, 1995: 231).

    27. «Los objetos "input" incluirían los
    medios de comunicación, los grupos de intereses,
    partidos políticos, poderes legislativos y el ejecutivo en
    su aspecto político. Y los objetos "output" podrían
    ser clasificados de muy diferentes maneras. Subcategorías
    obvias incluirían el ejército, la policía y
    las numerosas variedades funcionales de los roles civiles, como
    las autoridades fiscales, de beneficencia, de educación y otras
    parecidas» (Almond y Verba, 1970: 54). Para Dowse y Hughes
    (1982: 285), el término input se refiere «a
    la corriente de demandas de las sociedades al sistema
    político», mientras el output consiste en
    «las conversiones de esas demandas en el seno del sistema
    político en declaraciones de autoridad».

    28. Según Dowse y Hughes, en este sistema
    (denominado por ellos «cultura localista») «el
    ciudadano que no se relaciona con objetos nacionales puede, no
    obstante, estar intensamente implicado en la política
    local, tribal o del pueblo» (1982: 286).

    29. Proceso de «difusión de las aptitudes
    necesarias para poder hacerse con una comunidad política
    extensa», que comienza con la alfabetización
    generalizada de la población de cara a la
    integración en organizaciones modernas y en extensas redes
    de comunicación (Inglehart, 1991: 379).

    30. En este tipo, «los individuos se convierten en
    participantes en el proceso político pero no abandonan sus
    orientaciones como súbditos ni como parroquiales»
    (Almond y Verba, 1970: 49). La cultura cívica es una
    «cultura leal de participación»
    (ibídem) en que el individuo tiene ante sí
    oportunidades de compromiso con instituciones apolíticas y
    localistas que fomentan el sentido de la competencia y eficacia personal
    y la confianza en los demás. El ciudadano
    «cívico»
    puede asociarse si el gobierno actúa contra sus intereses
    pero muestra poco interés en
    general en «la política» y es más
    propenso al asociacionismo extrapolítico.

    31. Almond y Verba (1970) encuentran una estrecha
    relación positiva entre el nivel educativo, el sentimiento
    de competencia individual a nivel político y la
    pertenencia a organizaciones voluntarias.

    32. El comportamiento electoral en el Rif oriental
    —provincias de Nador y Alhucemas— desde la
    independencia hasta 1977 muestra el porcentaje mayor de
    abstención en todo Marruecos (De Mas, 1991). Sin embargo,
    cabría interpretar el hecho como postura totalmente
    politizada, porque existe en Marruecos la percepción casi
    generalizada de que son procesos amañados por un Majzen
    poco dispuesto a modificar su política.

    33. «Marruecos ha duplicado el número de
    personas que viven en la indigencia en los últimos 10
    años, que han pasado de 3,4 millones de personas en 1991 a
    6 millones en la actualidad » (El Mundo,
    4.VIII.2002).

    34. Ya las elecciones legislativas de 1997 registraron
    alta tasa de abstención (42%) y más de 1
    millón de votos nulos o en blanco, que reflejan «una
    desafección de la política e incluso un rechazo de
    las reglas actuales del juego político (Daoud, 1997, en
    Desrues, 2000-2001: 175)».

    Si «hasta la fecha el modo de escrutinio y el
    control del Ministerio del Interior sobre las elecciones,
    así como la cultura política dominante marcada por
    el clientelismo y el populismo, desvirtuaron la naturaleza
    democrática de los comicios» (Desrues, 2000-2001:
    175), parece que poco ha cambiado tras la entronización de
    Mohamed VI, pues las últimas elecciones legislativas
    (IX.2002) registraron, según fuentes oficiales, una
    abstención cercana al 50%, mientras fuentes extraoficiales
    referían porcentajes de participación entre el 20 y
    el 30% en las provincias de Casablanca, Kenitra, Larache, Taunat
    y Tánger. Diversas voces denunciaron también en
    esta ocasión «la violación de todas las
    directivas y [la práctica del] pucherazo». La
    Razón
    , 29-IX-2002.

    35. El arraigo del despotismo patriarcal en Marruecos
    dificulta la asunción de parámetros
    democráticos entre los inmigrantes en España,
    dificultad manifiesta a veces en el respeto exagerado
    de las figuras de autoridad y en los problemas en
    el trato a los menores no acompañados: sin coerción
    no hay respeto.

    36. Populismo como «articulación
    política precaria entre ciertos sectores de la
    burguesía urbano- industrial, de los sectores medios
    técnico-profesionales, y de las clases dominadas»
    (Quijano, 1971: 31). Los regímenes populistas utilizan las
    demandas populares de tipo económico atendidas en
    pequeña escala para crear
    ilusiones de participación política efectiva
    (aunque a veces hubo alianza real con organizaciones
    —partidos, sindicatos…— representantes de las
    clases dominadas).

    37. Así, en Perú «lo político
    no se concibe de la misma manera desde una comunidad
    andina, una cooperativa
    agraria, desde una planta industrial o desde una barriada de la
    periferia de la capital y la modernización inconclusa de
    la sociedad ha venido a complicar aun más el proceso
    » (De León Naveiro, 1995: 119).

    38. El actual populismo, «en sus vertientes del
    primer belaúndismo, el velasquismo civil, el aprismo o la
    Izquierda Unida, parte de la necesidad de legitimar a las
    diversas audiencias clasistas y culturales del país, en
    cuanto se ve a sí mismo como mediador y unificador de
    todas ellas […] Esa es su inteligencia
    política: el reconocimiento de la eficacia política
    de que en el Perú existe, o si se prefiere de que
    Perú es, una realidad diversa que necesita ser
    articulada» (Lauer, 1990: 165-166).

    39. «Para poder tener políticos modernos,
    primero hay que tener una apreciación moderna de la
    política. Los peruanos no la tenemos, porque carecemos de
    una visión moderna de nosotros mismos. El siglo XVIII vive
    aún porque no nos queremos y no estamos reconciliados con
    nuestras diferencias étnicas, sociales, culturales,
    históricas, raciales y geográficas (Ugarteche,
    1998).

    40. «Hay una cultura autoritaria que se instala en
    el Perú desde las relaciones familiares, en los sistemas ahora
    superados del gamonalismo, latifundismo y oligarquías
    regionales; en las relaciones obrero-patronales; en la
    atención discriminatoria del Estado en razón de los
    atributos diferenciados de prestigio social, capacidad
    económica y cultura que reconoce en cada uno de los
    individuos que gestionan ante él; también en el
    machismo y otras expresiones de la conducta social oficiosa y a
    veces oficialmente aceptada. Todos estos elementos del
    autoritarismo tienen repercusión en el sistema
    político de participación y
    representación» (Comisión especial del Senado
    sobre las causas de la violencia y alternativas de
    pacificación en el Perú: Violencia y
    pacificación
    . Lima, 1989: 33).

    41. «El discurso dominante se ha llegado a adoptar
    con la convicción de que todo está definido y no
    puede ser modificado. La única lucha posible es para
    obtener el "éxito
    individual" […] el tejido social se ha debilitado y el
    individualismo extremo ha emergido derivando en agresividad
    […] La mediación del Estado en los conflictos entre
    la sociedad, se ha reducido.

    La interacción entre el Estado y la sociedad ha
    sido reemplazada por la concepción del mercado
    político, donde los actores sociales derivan
    individualmente en clientes
    […] Todo lo señalado excluye la posibilidad de la
    institucionalización de una democracia real en el
    Perú» (Ugarteche, 1998).

    42. La estrecha vinculación en el imaginario
    marroquí entre cualquier asociación y un partido
    político responde a los esfuerzos del régimen
    alauita por feudalizar a las asociaciones para eliminar su
    potencial «subversivo»: «los marroquíes
    son conscientes de que la "sociedad civil" no ha conseguido nunca
    autonomía real en relación con el Makhzen y dudan
    que esto pueda producirse» (Gateau y Denoeux, 1995: 39, la
    traducción es mía).

    43. Reconociendo el efecto negativo de la
    politización de las asociaciones en su potencial de
    «captación» (tantas veces se me ha expresado
    en el entorno inmigrante), me inclino a relativizar el peso de
    esta explicación, dado que la participación en
    asociaciones estrictamente culturales no es mayor y que,
    además, la «politización» de las
    primeras se ha atenuado en algunos casos tras su
    transformación en ONG.

    44. Suscribo la reflexión de Almond (1966) sobre
    la relación bidireccional entre cultura y estructura
    políticas, de modo que el contacto con el modelo
    político de la sociedad receptora puede operar como nuevo
    agente de socialización que favorezca actitudes más
    participativas.

    45. Definida por los autores como el surgimiento de una
    orientación pragmática empírica respecto a
    la política (de modo que pase a considerarse como un
    proceso de «toma y daca» donde los interlocutores
    negocian para conseguir objetivos limitados), junto al paso de
    las orientaciones difusas —propias de la cultura
    política parroquial— a las específicas, es
    decir, la adquisición de conciencia del sistema
    político como institución especializada, que asume
    roles concretos desde sus diferentes instancias, y de uno mismo
    como individuo susceptible de influir en aquél a
    través de canales determinados (estructura de insumo del
    sistema político).

    46. Ocasionalmente, la población inmigrante
    (marroquí y subsahariana sobre todo) puede utilizar tales
    estructuras como plataformas de expresión pública
    —se han registrado en los últimos años varias
    manifestaciones públicas de protesta a causa de la
    precariedad legal y laboral, del abuso policial y de agresiones
    racistas—, pero tales iniciativas no significan, a mi
    juicio, tanto una identificación con los objetivos de la
    organización convocante como el aprovechamiento de la
    ocasión de mostrar el descontento acumulado.

    47. El hecho de que la mayoría de las
    asociaciones más antiguas esté presidida
    —sobre el papel o de facto— en la actualidad
    por las mismas personas que han detentado el cargo desde su
    fundación (en ocasiones hace más de una
    década) responde a su incapacidad para delegar funciones
    que, supuestamente, ostentan a su vez por delegación pero
    que vinculan inexorablemente a su persona, que termina por
    identificarse con la asociación. También responde,
    sin embargo, a la falta de personal dispuesto al
    reemplazo.

     

    El artículo publicado en /Papers/, revista de
    Sociología, vol. 72, pp.87-111. Ed. Universidad
    Autónoma de Barcelona, 2004.
    ISSN: 0210-2862.

     

    Sonia Veredas Muñoz*

    *Universidad Carlos III de Madrid

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter