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El final de las utopías educativas




Enviado por Mariano Narodowski



     

     

    El paradigma
    comeniano

    La aparición de la Didactica Magna de Jan Amos
    Comenius parece expresar al paradigma transdiscursivo de la
    pedagogía moderna (1). Este paradigma
    transdiscursivo constituirá una suerte de núcleo de
    hierro del
    discurso
    pedagógico moderno: un núcleo epistémico
    común, que habrán de compartir –a pesar de
    sus diferencias teóricas e ideológicas– los
    pedagogos y las pedagogías de la modernidad. Este
    paradigma ha provocado a lo largo de los siglos un pertinaz
    efecto de continuidad que atraviesa por medio de aspectos
    integrados las diferentes 'etapas' del pensamiento
    pedagógico moderno. (2)

    En la segunda mitad del siglo XVII, en 1679, aparece la
    primera edición
    latina de la Didactica Magna. La versión escrita en
    lengua checa
    publicada en 1632 es traducida a una lengua internacional y su
    autor deja de ser aquel clérigo bohemio de la Orden de los
    Hermanos de Moravia, para pasar a ser reconocido como
    Comenius.

    No se trata de un dato contingente o anecdótico:
    la modernidad en Pedagogía se abre con esta obra fundante,
    totalizadora, completa y universalizante. Como ya hemos intentado
    demostrar en otro lado (3) se trata de una verdadera 'caja de
    herramientas'
    que a través de normas y
    explicaciones constituye el esquema básico para las
    actividades de enseñanza en escuelas por parte de los
    educadores modernos. La Didactica Magna se construye como un
    instrumento teórico capaz de brindar respuestas al
    desafío de los nuevos tiempos respecto de la
    formación del cuerpo infantil. En términos de
    Hamilton, se estructura una
    respuesta al Nuevo Orden Mundial que surge en el siglo XVII y que
    perdura hasta nuestra actualidad (4).

    A pesar de estos antecedentes, la Didactica Magna no es
    solamente un libro. Mucho
    más, en nuestras investigaciones
    hemos intentado demostrar que la Didactica Magna es el libro de
    pedagogía: un monumento totémico, perenne a lo
    largo del tiempo, que
    expresa y al mismo tiempo honra al origen del pensamiento
    pedagógico moderno. Tal vez por esto la pedagogía
    tradicional nombró a Comenius "Padre de la
    Pedagogía".

    Sin embargo, desde Nietzche, la genealogía, la
    historia5 sabemos que la delimitación de un origen posible
    no sólo que no es el origen mismo sino que tal
    operación nos remite siempre a un discurso sobre el
    origen. En efecto, no pocas obras pedagógicas antecedieron
    en el tiempo a la Didactica Magna, en la estipulación de
    conceptos que luego habrán de formar parte indivisible de
    lo pedagógico. La contribución de P. Ramos (Ramus
    en la versión latinizada, 1515?–1572), es un buen
    ejemplo. En la Professio Regia de 1576 (¡¡50
    años antes que la Didactica Magna!!) aparece ¿por
    primera vez? la palabra curriculum,
    dirigida a explicar los estudios y el
    aprendizaje.

    El corazón de
    la obra de Comenius en tanto fuente, origen, o 'grado cero' de la
    pedagogía moderna, es su capacidad de integración y condensación de
    aquellos aspectos que la pedagogía del siglo XVI y de
    principios del
    siglo XVII ya había esbozado sin llegar a yuxtaponer en un
    ámbito discursivo estandarizado. Es evidente que Comenius
    no "inventa" ex nihilo un nuevo diagrama de
    normas y explicaciones en el campo de la educación sino que
    más bien lo que hace es estructurar un nuevo
    entrecruzamiento a partir de elementos preexistentes a lo que
    hubo de sumar algunos componentes propios. Volviendo al trabajo de
    Hamilton, es posible afirmar que la obra comeniana retoma de la
    Dialectica y de la Professio Regia de Ramus la cuestión de
    la sistematización reducción y mostración
    del conocimiento.
    Además, la Didactica Magna es un texto
    enciclopédico –en el sentido otorgado al
    término por el ramista Johann Alsted
    (1588–1638)– por su pretensión abarcadora: hay
    que enseñarlo todo. Por último, Comenius es un
    neo–estoico para quien es posible modificar o reformar la
    sociedad
    siguiendo el camino (el método)
    adecuado. (6)

     

    Sin embargo, la Didactica Magna no es simplemente la
    sumatoria de enciclopedismo, ramismo y neoestocismo. La obra
    comeniana constituye un régimen paradigmático de
    saber acerca de la educación de la
    infancia y de
    la juventud a
    través de una novedosa tecnología social: la
    escuela. La
    Didactica Magna presenta los caracteres fundamentales de la
    institución escolar moderna de una manera tan
    teóricamente sólida como osada (teniendo en cuenta
    que en vida de Comenius y hasta dos siglos después no
    existieron escuelas como las diseñadas por la Didactica
    Magna).

    La pedagogía moderna
    como utopía

    Los elementos intervinientes en el paradigma
    transdiscursivo son varios y los mismos se entrelazan
    estandarizadamente, constituyendo un corpus visible, recurrente y
    no difícilmente identificable. Entre estos elementos puede
    reseñarse la construcción de la infancia moderna (y la
    detección de un alumno como forma de pedagogización
    de la infancia); una alianza entre la familia y
    la escuela por medio de la cual se produce un desplazamiento del
    cuerpo infantil de la órbita paterna a la órbita
    escolar; una forma estereotipada de organización de la transmisión de
    saberes basada en el método de instrucción
    simultánea, por el que un solo educador enseña a un
    mismo grupo de
    alumnos al que considera no es su individualidad sino en tanto
    cuerpo, utilizando tecnologías panópticas de
    cuadriculación y, no menos importante, la
    construcción de un lugar de educador (de maestro)
    reservado para el adulto portador de saber legítimo.
    (7)

    Sin embargo, uno de los dispositivos de la
    pedagogía moderna que cobra mayor importancia a lo largo
    de su historia son
    las utopías educativas. La función
    que cumplen estas utopías consiste en delimitar grandes
    finalidades que guían el orden de las prácticas
    tendiendo a legitimar las diferentes propuestas. En la
    pedagogía moderna, y ya desde la obra comeniana, es
    posible hallar dos dimensiones en la formulación de
    utopías: una relativa al orden social y otra a la propia
    actividad educadora.

    La primera dimensión de las utopías de la
    pedagogía consiste en la proclamación de puntos de
    llegada, de grandes finalidades relativas al orden social en el
    que está inmersa la institución escolar. De fuerte
    contenido epopéyico, la utopía pedagógica
    conforma una narración en la que se relata el camino desde
    el punto actual en el que se halla el educador al punto final de
    la realización de los grandes ideales. Obviamente, el
    camino que une uno y otro punto es la educación
    escolar.

    Esta épica aparece magistralmente instalada en la
    Didactica Magna en el capítulo IV cuando Comenius anuncia
    que 'Conviene educar al hombre si debe
    ser tal'. En este postulado, que la pedagogía
    repetirá mecánicamente a lo largo de los
    últimos tres siglos, se traza una distinción entre
    el primer hombre –el hombre
    particular– y el segundo hombre, el hombre que ha de ser
    tal (que ha de ser Hombre): el Hombre con mayúsculas, el
    Hombre propio del género
    humano:

    'Nadie puede creer que es un verdadero hombre a no ser
    que haya aprendido a formar su hombre; es decir, que esté
    apto para todas aquellas cosas que hacen al hombre'. (p.
    55–56)

    A lo largo de estos siglos, ha variado el contenido de
    la formulación utópica y ha variado el carácter genérico que se le hubo se
    asignar al hombre que es tal. Sin embargo, todas las
    pedagogías han coincidido en que educar es educar a un
    hombre para una finalidad totalizadora que se construye a partir
    de sus repercusiones sociales. Educar es formar a un hombre para
    una determinada sociedad. Discutirán ininterrumpidamente
    los pedagogos acerca de qué hombre y de qué
    sociedad pero acordarán desde John Locke a
    Paulo Freire y
    desde La Salle a Dewey (por ser pedagogos y por ser modernos; o
    sea, por ser comenianos) en que es preciso educar al hombre si ha
    de ser tal.

    Tal como lo demostrara Manheim en su clásico
    Ideología y utopía, en el
    pensamiento moderno la utopía no es un simple punto de
    llegada deseable sino también necesario. Por eso, la
    utopía sociopolítica posee un costado épico
    en el que se narra cómo educar a los hombres en
    función de la sociedad del futuro, pero también un
    costado disciplinador: en tanto totalizadora, la pedagogía
    determina cuando la educación se ejerce correctamente de
    acuerdo a las utopías predeterminadas y cuándo se
    la práctica se opone a dichas formulaciones. En otras
    palabras, las utopías de la pedagogía moderna no
    son meramente un no–lugar (un u–topos) al que es
    menester llegar sino que son operadores concretos que
    guían, dirigen, disciplinan la producción pedagógica.

    La utopía pedagógica produce en el
    pedagogo una permanente sensación de disconformidad, de
    insatisfacción: todo esto que vemos hoy, nos dicen los
    pedagogos modernos, es apenas una sombra informe en
    relación con la escuela que va a venir. El pedagogo de la
    utopía está atravesado por un fuerte malestar
    respecto del mundo en el que vive y su posición en tanto
    educador se dibuja a partir de una lucha eterna para lograr la
    plenitud de la realización utópica. La
    utopía conforma una crítica
    permanente y, por lo tanto, motor de la
    rebelión.

    Comenius grita la insatisfacción del pedagogo
    cuando postula: 'Hasta ahora hemos carecido de escuelas que
    respondan perfectamente a su fin' (p. 82); o sea, que respondan a
    alguna tipificación acerca de la genericidad
    específicamente humana. Pero al mismo tiempo, el pedagogo
    no se conforma con la mediocridad del presente: 'Las escuelas
    pueden reformarse para mejorarlas' (p. 88) o, dicho en otras
    palabras, la voluntad racional del pedagogo moderno puede liberar
    a la educación escolar de las garras de este presente para
    alinearlas en el trazo históricamente necesario de la
    realización utópica.

    La segunda dimensión de las utopías de la
    pedagogía moderna se corresponde con la utopía
    metodológica o, en términos del mismo Comenius, la
    utopía del 'orden en todo'. Se trata de la
    pretensión pedagógica de acabar con la
    incertidumbre respecto del proceso de
    educación escolar y reducir todo a la razón
    pedagógica: la voluntad racional del pedagogo será
    capaz de eliminar el azar, la imprevisión, las incertezas
    o la indisciplina por medio del recurso al método
    didáctico:

    'No requiere otra cosa el arte de
    enseñar que una ingeniosa disposición del tiempo,
    los objetos y el método. Si podemos conseguirla, no
    será difícil enseñar todo a la juventud
    escolar, cualquiera que sea su número…'(p.
    105)

    Así, las historias de los métodos
    didácticos constituyen una interminable sucesión de
    descripciones finales (el último método está
    llamado siempre a ser el último método) y superados
    de todo lo anterior, respecto de la consecución de un
    proceso de enseñanza perfecto, planificable, ejecutable de
    acuerdo a la voluntad del educador.

    El derrumbe de la
    pedagogía utópica

    En estudios anteriores (8) ya habíamos afirmado
    que en los últimos años del siglo XX se observa una
    vacancia creciente de postulaciones utópicas que tiendan a
    dar respuestas totalizadoras. Esto no significa que la
    pedagogía haya borrado a las utopías de su seno o
    que las mismas hayan virtualmente desaparecido de la
    discusión pedagógica o escolar, sino que se han
    replegado al logro de modificaciones sociales menos ambiciosas
    que las de antes y, a la vez, se han multiplicado en un
    menú variado de posibilidades. De la rígida
    representación lírica de la Utopía
    Totalizadora de la Pedagogía Moderna hemos pasado al
    reality show de la exaltación de la diferencia.

    Una revisión de la literatura pedagógica
    actual da la sensación de que la pedagogía ha
    moderado su tono fuertemente disciplinador que guiaba y a la vez
    establecía debidamente lo que era bueno, lo que era justo
    y lo que era verdadero en la formación de niños y
    jóvenes y ha tomado una posición definidamente
    light, que tolera la convivencia de todas las teorías
    educativas y sus respectivas utopías. Parece ser que la
    crisis de la
    cultura
    escolar trae aparejada la posibilidad de conciliación
    entre los tradicionales antagonistas ideológicos, los que
    ahora son adversarios, cultores de la diferencia, respetuosos y
    tolerantes del otro. Mientras el viejo pedagogo moderno se
    oponía a sintetizarse con el otro porque eso le restaba
    capacidad crítica, el pedagogo de la condición
    posmoderna de la cultura opta por ciertos posicionamientos
    (algunos no siempre congruentes entre sí) son tal de
    conservar su identidad.

    Las utopías sociopolíticas de la
    pedagogía, entonces, no han acabado. Algunas han estallado
    a favor de la comprensión de lo singular: clase,
    etnia,
    género y opción cultural, en vez de ser aquello que
    la utopía llamaba a disciplinar en un cuadro uniforme
    ahora debe ser respetado y preservado. Otras utopías
    (especialmente aquellas clásicas utopías hard que
    antes todo lo dominaban con afán homogeneizador), se han
    agazapado, se han recluido y se han moderado; se han llamado a
    sosiego. Eso sí, se han hecho tolerantes al punto de
    cuestionar su propia capacidad disciplinante en tanto
    utopías modernas.

    Por otra parte, a partir de esta merma en el poder
    disciplinador de la oferta
    discursiva dirigida a establecer utopías
    sociopolíticas, la pedagogía parece plegarse en la
    segunda dimensión: en la búsqueda de un modelo
    perfecto de enseñanza, un modelo sin fisuras que permita
    procesar adecuadamente y sin errores la transmisión de
    conocimientos. En otras palabras, la pedagogía abandona el
    primado de la utopía del para qué y se recluye en
    el más confortable ámbito de la utopía del
    cómo.

    Nuevos aunque algo amnésicos Comenius, para los
    que el ideal pansófico de enseñar todo a todos es
    un simple detalle accesorio, los actuales pedagogos insisten en
    construir una voluntad didáctica capaz de dirigir consciente y
    racionalmente la educación de la infancia. Y estimulados
    por las 'nuevas
    tecnologías' (y por los logros científicos en
    el campo de la psicología cognitiva)
    persiguen en forma inagotable la idea de hacer decrecer su
    ignorancia respecto de los procesos
    escolares de enseñanza y aprendizaje bajo
    la promesa utópica de hallar un modelo completamente libre
    de impurezas.

    Por eso, el indicador más fuerte del derrumbe del
    paradigma comeniano, lo constituye la misma situación de
    los pedagogos. La crisis de las utopías
    sociopolíticas de carácter totalizador y la
    vacancia de épicas pedagógicas generó el
    proceso de extinción del personaje arquetípico de
    la pedagogía de la modernidad: el Gran Pedagogo. Si cada
    época, cada década y hasta cada estrategia de la
    política
    educativa tenía el rostro de un Gran Pedagogo (los que,
    además, superpoblaban las solapas de los viejos manuales) en el
    fin del siglo XX vemos con disimulado horror que las figuras
    prominentes han sido salvajemente sustituidas por
    "especialistas", por "técnicos"; pedagogos especializados
    en cuotas mínimas de saber pedagógico y para
    quienes la repercusión social y política de su
    práctica no es necesariamente fuente de
    preocupación. Su visión es más bien estética y no abandonan ni por un momento
    su grito de guerra
    predilecto: 'no importa para qué sirve, siempre que
    esté bien hecho'… (9)

    Comenius, La Salle, Lancaster, Dewey, Montessori
    Baladía, Simón Rodriguez o Lourenço Filho,
    han sido trocados por técnicos neutrales e
    hiperespecializados, capaces de operar en las imprevisibles y
    complejas realidades educativas actuales a partir de posiciones
    pedagógicas de carácter teórico que no
    implican necesariamente ni la asunción de modelos
    ideológicos abarcativos de totalidad ni 'compromiso'
    ideológico o político explícito con causas o
    luchas sociales. Y si algunos pedagogos siguen en la línea
    del 'compromiso político', se trata ahora de un compromiso
    con lo diverso, con la singularidad, con las minorías,
    etc. y no un compromiso uniformizador respecto de una sociedad
    futura prefigurada.

    Los actuales pedagogos son asépticos, cultivan la
    neutralidad y la tolerancia y su
    discurso está basado en un lógica
    argumentativa donde lo técnico se cosifica a punto tal de
    perder su identidad social. Pueden ser pedagogos de Estado,
    académicos o consultores pero su rol habrá de ser
    fácilmente intercambiable porque es el horizonte del
    mercado lo que
    predomina. Y en el mercado, ya se sabe, no predominan los grandes
    ideales sino la idea de pura intercambiabilidad: no somos más que
    portadores de equivalentes.

    En este contexto, Paulo Freire simbolizó como
    nadie el final de un ciclo en la producción
    pedagógica. Freire era, por antonomasia, el emisario de la
    profecía; aquel que sabe cómo salvarnos por medio
    de la educación y sus posiciones teóricas
    extremaron como las de ninguno las relaciones entre la
    utopía sociopolítica y la utopía
    metodológica. Freire fue el pedagogo emblemático de
    la modernidad. Emisario de la profecía que resuelve lo
    que, según Max Weber todo
    profeta debe resolver, contestando genialmente a la siguiente
    cuestión:

    'Si el mundo como un todo y la vida particular deben
    tener un sentido ¿Cuál puede ser este y qué
    aspecto debe tomar el mundo para ajustarse a él?'
    (10).

    Por eso, al morir Paulo Freire no muere solamente
    él. Paulo Freire era el más cercano representante
    de un época que apostó a la educación
    escolar: una época en la que la salvación de la
    humanidad, el progreso social y la liberación de los
    hombres eran el resultado de un pensamiento y una práctica
    utópica, basados en la voluntad y la esperanza. Una
    época que, digámoslo de una vez, también se
    fue.

    Con Freire se acaba el ciclo del educador completo y se
    termina el reinado del pedagogo de la totalidad: ese pensamiento
    pedagógico que planteaba un modelo de sociedad deseada, un
    modelo de hombre deseado y, como consecuencia, un modelo de
    educación y de escuela. Un pedagogo que decía hacia
    dónde había que educar y cuáles eran los
    riesgos que
    había que evitar. Con Freire se fue también el
    Pedagogo de la Utopía Moderna, el que nos ayudaba a
    educarnos, a liberarnos, a ser, definitivamente, nosotros
    mismos.

    Pedagogía de la totalidad, la de Freire
    constituía un canto a la vez armónico y audaz a la
    coherencia política, ideológica y educativa: nada
    queda librado al azar, todo se regula por medio de una voluntad
    racional y transformadora porque es gracias a la praxis de la
    educación utópica, esperanzada y liberadora que el
    hombre habrá de ser verdaderamente hombre.

    Con la muerte de
    Freire, muere también una época de certidumbres
    educativas generalmente revolucionarias en la que la
    insatisfacción por este mundo es el primer paso para
    alcanzar la utopía del mundo verdadero. Y se consolida
    otra época más bien fragmentaria, caótica e
    incierta: época de pedagogos específicos que
    conocen ("técnicamente") sólo una parte y no la
    totalidad. Época de pedagogos de lo diverso en las que el
    propio Freire es sometido a la crítica étnica y
    feminista (11). Época de docentes que
    eligen a la carta sus
    métodos didácticos. Época de zapping en las
    utopías educativas. Y surge una nueva aunque más
    gastada Pedagogía: sin utopías, sin esperanzas, sin
    grandes pedagogos. Y nace una época de incertezas, para la
    que educar no tiene por qué llegar a ser un acto
    liberador. Y no tiene por qué restituir una esencia
    genérica perdida.

    Una historia del presente supone un análisis de cómo hemos llegado a ser
    lo que somos y a pensar lo que pensamos. Proponer una
    cirugía menor, un lifting reconstitutivo que borre las
    arrugas de las frustraciones de la pedagogía moderna y nos
    haga pensar utópicamente, a igual que en siglo XVII,
    sólo ayudaría a prolongar la
    agonía.

    Se trata de un adiós sin pena, ya que preferimos
    pensar en hombre singular más que en el genérico,
    gozamos con nuestras pequeñas escaramuzas más que
    con grandes epopeyas y apostamos a la desregulación del
    deseo más que al disciplinamiento uniformizador. Pero se
    trata de un adiós sin olvido: nuestra nueva
    pedagogía no va a venir a restituir nuestra esencia sino
    más bien, muy humildemente, a ayudarnos a pensar quienes
    fuimos (quiénes somos).

     

    Notas

    * Publicado originalmente en Revista
    Contextos
    http://www.unrc.edu.ar

    1 – El concepto
    foucaultiano de "transdiscursividad" es en este caso interpretado
    a través de la posición planteada en el estudio de
    Kutch, Martin Foucault Strata
    and Fields, Kluwer Academic Publisher,
    1993.

    2 – Para una análisis más extenso y
    exhaustivo de nuestra posición respecto de estas
    cuestiones puede verse Mariano Narodowski 'La pedagogía
    moderna en penumbras. Perspectivas históricas' Propuesta
    Educativa, 13 1996 y La escuela argentina de fin de siglo. Entre
    la informática y la merienda reforzada,
    Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires,
    1996, capítulo 1.

    3 – Narodowski, Mariano, Infancia y poder. La
    conformación de la pedagogía moderna, Aique, Buenos
    Aires, 1994.

    4 – Nos parece sumamente estimulante el juego que
    David Hamilton hace de las palabras 'nuevo orden mundial',
    tomadas a su vez del ex–presidente de Estados Unidos
    George Busch. Puede verse Hamilton, David "Comenius and the New
    World Order" Comenius, 46, Zomer 1992. Hemos brindado una
    traducción a la lengua portuguesa del
    artículo en Revista Proposições, N1. 9,
    1993.

    5 – Foucault, Michel Microfísica del poder,
    La Piqueta, Madrid,
    1986.

    6 – Hamilton, op. cit.

    7 – Un análisis pormenorizado de cada uno
    de esos dispositivos de la pedagogía moderna fue efectuado
    en Narodowski, Infancia y poder…

    8 – Narodowski, Mariano 'El ocaso del moderlo
    totalizador. Hacia una historia de la
    educación sin grandes desafíos' en Tellez,
    Magaldy (comp.) Educación, cultura y política.
    Ensayos para
    la comprensión de la historia de la educación en
    América
    Latina, Universidad
    Central de Venezuela,
    Caracas, 1997.

    9 – Un análisis sobre la actual
    situación social de los pedagogos en la Argentina puede
    verse en Nardowski, Mariano 'Para volver al Estado. Del pedagogo
    de Estado al pedagogo de la diversidad' en Propuesta Educativa,
    Nro. 17, 1997.

    10– Max Weber Economía y sociedad,
    Fondo de Cultura Económica, México,
    1944, p. 396.

    11 – Como por ejemplo en el reciente trabajo de
    Kathleen Weilar 'Myths of Paulo Freire' Educational Theory 46
    (3), 1996.

     

    Mariano Narodowski

     

     

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