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Imaginario y antirracionalismo en Ciencias Sociales




Enviado por Gilbert Larochelle



Monografía destacada

    Resumen

    Desde su nacimiento hasta nuestros días, las
    ciencias humanas se han enfrentado con tentaciones
    contradictorias: su misión fue definida ya sea
    por la necesidad de demostrar la positividad de su objeto de
    estudio, o bien por una preocupación no menos intensa de
    consagrar la supremacía de la dimensión simbólica
    al desarrollo de las relaciones
    sociales. Si bien varios autores, entre los cuales incluimos a
    Jürgen Habermas, han señalado los peligros de caer en
    una oscilación entre esas dos perspectivas
    epistemológicas, el resurgimiento de un real interés por lo imaginario ha
    dado lugar, desde los últimos veinte años, a varias
    teorizaciones estimuladas sin duda por la pérdida de
    credibilidad del marxismo y el estructuralismo así como
    por el auge de las ciencias interpretativas. Teniendo en cuenta
    esas lecturas antinómicas del sentido de las ciencias
    humanas, el presente artículo formula una reflexión
    sobre el estatuto de la noción de imaginario (Castoriadis,
    Breton y Derrida), recuerda brevemente los argumentos de su
    exclusión y expone algunos elementos del alegato oído a menudo para
    rehabilitarlo . Su objetivo comparativo es
    mostrar que la desvalorización clásica y la
    sobreestimación de lo imaginario son dos radicalismos cuya
    lógica fundamental es
    similar en varios aspectos, e incluso lleva a la metafísica por caminos
    diferentes.

      "La inversión de una
    proposición metafísica es una proposición
    metafísica
    " (Martín Heidegger).

    Las ciencias humanas no se abrieron sino de manera
    tardía a una redefinición del estatuto del símbolo
    en la vida colectiva. Al respecto, la contribución de la
    antropología cultural
    quizás fue decisiva para demostrar la importancia de esta
    variable en el estudio de la acción humana. Asimismo,
    las sociologías de tipo positivista y marxista se
    mantuvieron reticentes ante lo que se consideraba todavía
    hasta hace poco, lo sabemos, como una expresión no ya de un
    enceguecimiento sino más bien de una
    alienación.

    La función de lo imaginario
    aparece en toda circunstancia como una dimensión cuya
    eficacia podría ignorarse
    cada vez menos, aunque la legitimidad de ese campo de investigación a veces fuera
    cuestionada. Las modalidades del desarrollo de esta
    preocupación toman, sin embargo, formas inéditas en las
    cuales el reconocimiento de lo que ayer se desacretidaba da lugar
    a nuevas conceptualizaciones teóricas entusiastas en las
    cuales la ficción sirve de paradigma fundante.

    Sin cuestionar los aportes heurísticos
    especialmente pospositivistas que el recurso a esta noción
    incita a abrir, la presente reflexión apunta a identificar y
    analizar algunas impasses que surgen de un encantamiento
    epistemológico de lo imaginario como medio de evitar
    reduccionismos y sus avatares. La idea general que la inspira se
    permite una observación crítica cuya pertinencia
    es preciso poner a prueba; la sobreestimación de la
    imaginación simbólica, en varias perspectivas en las
    cuales se erige en palabra maestra, conduce a las mismas
    aporías que su desvalorización clásica. Las
    ciencias humanas ofrecen innumerables ilustraciones de la
    convergencia argumentativa de esas dos opciones antinómicas
    cuyo nombre parece ocultar semejanzas funcionales e incluso un
    mismo orden de aspiraciones a una interpretación
    hegemónica. Pueden leerse los discursos de Castoriadis,
    Breton y Derrida para ejemplificar esta reversibilidad de los
    efectos por su concesión de un privilegio
    epistemológico a la noción de ficción, a pesar de
    que no se los pueda reducir.

    Ya a fines de los años sesenta, Jürgen
    Habermas decía que la salida del positivismo no debía
    estar acompañada por la constitución de un
    contra?reduccionismo, precisamente por la elevación del
    idealismo hermenéutico al
    rango de una ciencia candidata a las
    atribuciones de la universalidad. (1). Su llamado de atención permitía
    igualmente esbozar un programa intelectual que
    debía culminar en una nivelación de la brecha existente
    entre las metodologías analíticas e interpretativas.
    Quizás era preciso ver en ello, más allá de su
    ambición un poco temeraria, una defensa contra la
    unidimensionalidad que no fue sólo la enfermedad infantil de
    las ciencias humanas sino, desgraciadamente, en general su
    procedimiento de evolución . La actualidad
    del cuestionamiento de Habermas persiste pues la
    preocupación que subyace puede volver a transcribirse en un
    proyecto de comprensión
    de las tematizaciones contemporáneas de lo imaginario.
    ¿En qué medida la advertencia de Habermas conserva su
    potencial pedagógico? La absolutización de la
    función del símbolo puede llegar a desembocar,
    según toda verosimilitud, en una reinversión de la
    metafísica de un ideal regulador o bien en la
    definición de una unidad de medida presumiblemente
    susceptible de agotar la explicación de todos los hechos
    sociales.

    Teniendo en cuenta los aspectos puntales de este
    artículo, su indiferencia tanto a la emancipación en el
    campo del saber como al establecimiento de convergencias entre
    órdenes del discurso específicos que
    finalmente pretenden ser inconmensurables, más bien es
    necesario recordar a grandes rasgos, en un primer momento,
    cuáles fueron las premisas dominantes en las argumentaciones
    de exclusión del símbolo. En un segundo momento, una
    comparación con el contra?signo que hoy representa el
    redescubrimiento contemporáneo de las virtudes de lo
    imaginario permitiría eliminar algunos escollos

    que acompañan sus usos en ciencias humanas, sobre
    todo en ciencias sociales, pues estas
    últimas están siempre investigando por sí mismas
    sobre el tema.

     

    VERDAD Y
    SIMBOLO

    El símbolo puede definirse como un signo que
    evoca una representación abstracta
    . Sea cual fuere el
    ámbito en el que se utiliza, el sentido particular que se le
    confiere, su consistencia propia remite siempre a la idea de un
    encuentro entre dos términos distintos a priori. La
    etimología primera designa la confluencia de dos corrientes
    de agua, su punto de cruce (2).
    Entonces, el sumballein, concreto porque se recurre a
    un soporte material, abstracto porque se convoca un universo de referencia que lo
    orienta en un orden semántico, reúne aspectos
    separados. Hacer ver en un objeto algo distinto a sí mismo,
    tal es la función del símbolo cuya eficacia atraviesa
    los dos lados de una polarización y termina por anular, en
    la práctica, la antinomina de ésta. En cambio, lo imaginario
    constituye la representación evocada por el símbolo
    para
    atribuirle una significación específica
    (3). Depende de éste tanto como lo completa en la medida en
    que lo simbólico sólo puede descansar en un modelo, en un protocolo de inteligibilidad
    último que en cierta medida sirve para manifestar, para
    encarnar . La relación entre lo imaginario y el símbolo
    (4) no se agota, resumiendo, ni en la simple equivalencia ni en
    la exclusión, ya que las dimensiones que reúne,
    contradictorias en teoría y complementarias
    en realidad, no prevalecen una sobre la otra sino según un
    cierto ángulo de perspectiva. La ambivalencia de lo
    simbólico, debido a esta doble pertenencia a mundos
    diferentes, primero fue considerara como un obstáculo
    epistemológico para adquirir "ideas claras y distintas"?
    para retomar la expresión de Descartes ? antes de ser
    propuesta recientemente, debido a una voluntad de invertir los
    razonamientos clásicos, como un instrumento de
    revelación de una nueva heurística en ciencias
    humanas.

    El recorrido de acreditación de la sociología desde su
    nacimiento a su acceso al estatuto de ciencia, por ejemplo, fue
    ampliamente inspirado por una veleidad de contener la
    función del símbolo, e incluso por un proyecto
    deliberado de vencerla: Saint?Simon y Comte, poseedores de una
    sensibilidad ante la voluptuosidad de los hechos contra las
    representaciones metafísicas, no reconocen su importancia
    sino para sustraerla a la condición de un saber que codifica
    en cierta manera las regularidades empíricas en un orden
    nomotético. Le Play confiere a esta ciencia joven una
    misión esencialmente descriptiva mientras que Durkheim da la impresión
    de corregir el reduccionismo imperante decretando que el universo social "no es otra
    cosa sino el entorno moral o, mejor, el conjunto de
    los diferentes entornos morales que rodean al individuo" (5). Esta aparente
    primacía otorgada a los aspectos invisibles, por lo tanto a
    los símbolos como comunidad humana en general,
    pronto ha chocado, sin embargo, con los efectos perversos de una
    consigna metodológica. La necesidad de captar los hechos
    sociales "como cosas, es decir como modalidades externas al
    individuo" (6) que Durkheim proclama, deja sin explicación
    por un lado el modo de inscripción del investigador en la
    sociedad en la cual éste
    participa. Por otro lado, contribuye a circunscribir un espacio
    de excepción dentro del cual el poder del signo jamás
    puede ser apreciado sino desde afuera, en una estabilidad
    artificial y engañosa que le amputa su dinamismo, incluyendo
    las determinaciones que ejerce sobre los procesos mismos del conocimiento. La eficacia de
    la imaginación simbólica sólo se convierte en el
    vestigio de una causalildad muerta o por lo menos inoperante
    debido a la suntuosidad de una objetivación sin
    división. La recepción del símbolo o su referente
    abstracto, lo imaginario, está condicionada por la capacidad
    del sujeto para transformalo radicalmente en otro distinto a
    sí mismo. El método, en Durkheim, recibe
    así la orden de cosificar las no?cosas y sustituye, por lo
    menos en sus efectos, algunos elementos del prometeismo y la
    ingeniería social de los
    primeros sociólogos.

    . La línea divisoria entre la objetivación del
    símbolo y su ascendente abstracto cruza correlativamente
    otra línea, precisamente la que distribuye los decretos de
    verdad y falsedad en el estudio de las representaciones de la
    sociedad. Desde una impasse a superar (Saint?Simon y
    Comte), una vigilancia metodológica a desarrollar (Durkheim
    y Weber), el deslizamiento hacia
    la denegación del símbolo moviliza las preocupaciones
    intelectuales tanto más
    rápido cuanto su potencial "veritativo"parece nulo y en
    consecuencia, no puede sino constituir una pantalla ante el
    desarrollo de las ciencias humanas. Los criterios de
    transparencia y visibilidad como lugar de elección del
    determinismo culminan en la identificación de la positividad
    como verdad o ? lo que es lo mismo ? de la realidad como utilidad. Por el contrario, un
    largo combate se inicia a comienzos del siglo XIX y continúa
    hasta nuestros días contra la derrota general del
    espíritu que representan las producciones simbólicas
    dispensadoras de ilusiones y quimeras. Entonces se dibuja aquello
    que consiste en otorgar a lo social, más que a la ciencia que lo estudia, un
    objeto susceptible de acceder a la respetabilidad del saber. La
    batalla emprendida para contener la desvastación del
    símbolo, esta derivación secular del sistema teológico,
    conocerá múltiples implicaciones, es decir influencias
    diversas, en la mayoría de las grandes teorías modernas. La
    batalla se libra de mil maneras, pero principalmente en un doble
    frente, o sea, mediante un levantamiento de trabas destinado
    hacer fracasar definitivamente tanto la moral como las
    ideologías, ambas definidas como vectores privilegiados de lo
    imaginario.

    Por un lado, contra las prescripciones normativas de los
    moralistas (Louis de Bernard, Joseph de Maistre), las ciencias
    humanas asientan sus bases en la descalificación de la
    relación implícita que se crea entre la lógica del
    símbolo, la restauración de la metafísica, la
    resistencia a un progreso social
    e intelectual cuya significación se debe a la amalgama
    opuesta y juzgada mucho más prometedora que lo real y lo
    racional. Por otro lado, contra el movimiento de los
    "ideólogos" (de Tracy, Sieyes, Garat, Cabanis, Volney)de
    quienes Napoleón se burla
    cubriéndolos del título peyorativo de "intelectuales",
    el universo de las prenociones y prejuicios populares cuyo tipo
    de discurso además es visto como la cristalización
    vendrá a ofrecer, por la negativa, la confirmación del
    valor intrínseco del par
    verdad/positividad. Por último, el problema de la falsedad
    de las representaciones de la sociedad, más o menos
    atribuido a la influencia de lo imaginario sobre el lenguaje, será asumido
    en cierta manera por la sociología de la alienación.
    Radicalizando la crítica hegeliana de la religión (Escritos teológicos
    de juventud
    ), Feuerbach y Bauer amplían esta idea
    mediante la tematización general de la "falsa conciencia" que Marx, cuidadoso más que
    nadie de las causalidades positivas, toma para sí en
    La ideología alemana: "Hasta ahora, los
    hombres se han hecho ideas falsas sobre sí mismos, sobre lo
    que son o sobre lo que deberían ser. Ellos organizaron sus
    relaciones según sus representaciones de Dios, del hombre normal. Las invenciones
    de su cerebro terminaron por
    subyugarlos". De allí la terapéutica que se impone:
    "Liberémoslos de las quimeras, de los dogmas inaccesibles,
    de los seres de imaginación que los doblegan bajo un yugo
    envilecedor" (7). Al tener como objetivo tanto la moral como la
    ideología y la "falsa
    conciencia", el famoso precepto del "corte epistemológico"
    condensa este ideal de exclusión del símbolo ? mediante
    una fórmula irónicamente metafórica!? y se
    inscribe en la continuidad de una ofensiva iniciada por las obras
    de Descartes, Kant, Marx, Bachelard,
    etc.

    Sin embargo, en la senda del optimismo que inspira su
    emergencia, las ciencias humanas juegan con ambivalencias o bien
    duplicidad al asumir las dicotomías heredadas de la
    filosofía clásica. La sociología da principalmente
    la impresión de tergiversar los términos de una
    preocupación contradictoria porque evoluciona
    simultáneamente en dos cuadros. Especulativa, prescribe de
    manera trascendental las condiciones de existencia y validez de
    su objeto. Esta criteriología obtiene su credibilidad de una
    denegación de los ideales del Antiguo Régimen tanto o
    quizás más que de un trabajo de inducción de lo real.
    Descriptiva, la criteriología se muestra insistente para hacer
    reconocer su caracter positivo, para fundamentar su búsqueda
    de legitimidad en la inmanencia al intentar satisfacer las reglas
    que ella misma decreta. Sus a priori articulan pues la
    doble lógica de la interrogación y la respuesta, la
    prescripción y el abandono a lo empírico. Sin embargo,
    sólo la segunda parte de la dualidad es reivindicada, por lo
    tanto los argumentos del descrédito de lo imaginario pueden
    hacer creer de este modo en una distanciación del
    positivismo, por fin realizada, con respecto del símbolo.
    Para retomar la palabra de Hilary Putnam, ese modo de
    aprehensión proviene de un "realismo interno" porque la
    definición de la realidad se establece mediante un acto
    cognitivo cuya comprensión permanece sin explicitar.
    Dispensadores de certezas, los argumentos que oponen verdad y
    símbolo ceden ante el sustancialismo, es decir, a la
    constitución de un mundo similar por su rigidez ante la
    physis aristotélica (8)

    La pérdida de credibilidad intelectual y política de las filosofías de
    inspiración materialista contribuye considerablemente, desde
    hace algunos años, a la revisión de la relación
    entre los conceptos de realidad e imaginario, de verdad y
    falsedad. La concepción clásica del símbolo inicia
    lentamente un cambio de dirección, sobre todo en
    ciencias sociales en donde la consideración del lado oculto
    de las relaciones humanas aparece
    como un instrumento para poner en evidencia determinaciones tanto
    más profundas cuanto invisibles. Para aquel que quisiera
    forzar una interpretación al anunciar esquemáticamente
    algunas razones que pueden explicar semejante relectura, parece
    que es preciso detectarlas en tres planos de relativización
    ; cada uno de ellos marca los límites de una corriente
    teórica y el puntapié inicial en la formulación de
    nuevos postulados.

    a) A ciertos usos del marxismo que reducen toda
    la causalidad de la vida en común al poder de la
    infraestructura, el recurso a la noción de imaginario les
    permite mostrar las miserias de la sociología de la
    alienación, su esencialismo y su moralismo, en síntesis, la imposibilidad
    de llevar al "opio del pueblo" las abstracciones de las cuales
    procede la sociedad.

    b) A los encantamientos del estructuralismo que
    fijan el símbolo en invariantes más allá de la
    representación, las observaciones relativas a la
    historicidad de la acción y las categorías se
    multiplican hoy en día para restaurar el orden de la
    contingencia. La puesta en relieve del caracter
    metafórico (9) de todos los esquemas intelectuales se
    presenta como una estrategia de decentramiento de
    los referentes últimos en la aprehensión del
    mundo.

    c) Al objetivismo cientista del positivismo que
    sanciona el privilegio del observador, la realidad de sus
    concepciones y la neutralidad de sus recortes, la hermenéutica pasa a ser,
    como lo subraya Vattimo, "el idioma común de la
    filosofía y la cultura" (10), y en gran
    parte, de las ciencias sociales . Su alcance reside en que el
    intérprete asume al mismo tiempo su propia historicidad
    y la de su objeto. El locutor se encuentra comprometido en un
    diálogo complejo dentro del
    cual se superponen condicionamientos y emergen nuevos modos de
    aprehensión. La dimensión simbólica no es en
    absoluto extraña a esta empresa de decentramiento. Por el
    contrario, su redescubrimiento parece favorecer al mismo tiempo
    una forma de radicalización de las ciencias
    hermenéuticas contra las metodologías
    analíticas.

    Esos tres factores, entre muchos otros más,
    contribuyen a promover de manera más o menos directa una
    denegación, una renuncia a desear un espacio objetivo como
    fase terminal del discurso. En este caso, esos factores se
    manifiestan debido al desencadenamiento de lecturas
    hiperconstructivistas algunas de las cuales caen en un
    ficcionalismo absoluto. Tales enfoques, recordémoslo,
    confinan a ese tipo de transformación que fustiga Habermas y
    contra el cual se basa su advertencia acerca de la atracción
    y los peligros del contra?signo.

     

    EL FICCIONALISMO
    RADICAL

    La historia de la dificil coexistencia entre
    verdad y símbolo es testigo del vértigo que provoca el
    "horror al vacío"´, descrito por Pascal como una repulsión
    ejercida por la naturaleza misma. La
    impresión de plenitud de lo real, en el fondo, está
    ligada a la certeza de que el principio de causalidad yace
    allí, que jamás se aleja de allí; en
    síntesis, que el mundo, en su contingencia, responde a una
    organización
    intrínseca que no lo desborda en absoluto. Una corriente de
    pensamiento que podemos llamar
    "ficcionalismo radical" y cuya inspiración parece provenir
    tanto del neo?kantismo como del nihilismo, aporta sin embargo
    un desmentido de pertinencia a esa tesis al tratar de demostrar
    que la fuerza del vacío original
    o el poder de lo invisible constituye el verdadero lugar de
    producción de las
    relaciones sociales. Lo no?dicho, lo no?visto, lo no?sabido,
    más allá del discurso, los sentidos y el conocimiento. . . ;los
    teóricos de esta interpretación buscan allí las
    huellas aplicando casi al pie de la letra la fórmula
    nietzcheana del "volverse fábula del mundo" (cf. El
    crepúsculo de los ídolos)
    . Con un enfoque más
    ilustrativo que exhaustivo y sin pretender agotar todos los
    matices entre las proposiciones enunciadas a través de esta
    perspectiva, probablemente no parezca abusivo ver en el
    pensamiento de Cornelius Castoriadis, Stanislas Breton y Jacques
    Derrida ? para citar sólo tres ejemplos ? un deslizamiento
    de las virtualidades heurísticas de lo imaginario hacia esas
    impasses que lleva un ficcionalismo
    paroxístico.

    En La institución imaginaria de la sociedad,
    una de las principales obras de Cornelius Castoriadis, la
    yuxtaposición de una crítica fundamental al marxismo y
    a la elaboración de una opción de reemplazo centrada en
    las nociones de institución y de imaginario no es atribuible
    por cierto a lo arbitrario de una división metodológica
    (11).

    Además, sería superficial ver en esa obra
    sólo un nuevo alineamiento intelectual efectuado en la mitad
    de un recorrido biográfico. Con la distancia de más de
    dos decenios desde la publicación de dicho libro, el establecimiento de
    una continuidad, la construcción de una
    línea de puntos entre el primero y el segundo Castoriadis se
    muestra quizás más instructiva para la comprensión
    de la lógica de su argumentación con respecto al
    símbolo de lo que es la sola puesta en acción de un
    cambio de ciento ochenta grados. No se trata de insinuar, ni
    mucho menos sostener la idea de una reductibilidad cualquiera
    entre el contenido de las tesis del escritor militante en
    Socialismo o barbarie y el del teórico de lo
    imaginario, sino, de manera más limitada, indicar
    recurrencias significativas, referencias comunes, en resumen,
    remanencias sorprendentes entre formas de pensamiento que una
    percepción inmediata
    estaría sin duda proclive a disociar. Es preciso recordar
    que tal preocupación está ligada a la convergencia, de
    la cual este artículo hace la hipótesis, entre las
    absolutizaciones negativa y positiva de lo imaginario.

    El juego oscilatorio del marxismo
    a lo imaginario que en Castoriadis comienza en el transcurso de
    los años sesenta parece surgir de la constatación de la
    impotencia de la teoría para expresar lo real. Frente al
    desencantamiento político y al nuevo encuadre
    epistemológico que se desprende, todo su esfuerzo para
    volver a conceptualizar se despliega sólo asumiendo un
    distanciamiento crítico y una alteración de la
    relación que este autor tenía como evidente entre las
    cosas y sus representaciones. La noción de institución
    permite encarnar este enfoque particular porque viene a restaurar
    la parte ideal de la realidad, especialmente en las relaciones
    sociales. esta nueva distribución de las virtudes
    heurísticas sirve para poner en escena la ieda elemental
    según la cual nunca hubo identidad posible entre el
    significante y el significado, entre el concepto y su referente concreto.
    Así, lo inasible del objeto, sus escapadas y su dependencia
    para con el observador concurren para delimitar el sitio de un
    nuevo campo de causalidad, a partir de entonces centrado en la
    sooberana potencia de estructuración
    que ejerce, en su óptica, lo imaginario. .
    El uso de esta última noción no sólo denuncia la
    represión clásica de la imagen, de los procesos de su
    creación y su fijación, sino que la eleva a la nobleza
    de una determinación última de la
    acción.

    El procedimiento de argumentación se debe, a simple
    vista, a una metamorfosis: de la contingencia de las condiciones
    materiales antaño
    agrupadas en él por la infraestructura, la sociedad se ve a
    partir de entonces ubicada bajo la jurisdicción de una
    creación ex nihilo (12). La categoría ?eje de
    "imaginario radical" golpea los sentidos y su definición
    remite a esta "capacidad de hacer surgir como imagen algo que no
    lo es ni lo ha sido." (13)Su originalidad se asocia a la
    búsqueda de un principio primero y perfectamente no sometido
    a un condicionamiento cualquiera, ya que el alcance del que se ve
    atribuída se desprende de una dinámica sui
    generis
    y forma el eslabón inicial de una cadena de
    determinaciones. La designación de la ficción como
    causalidad causante y no causada equivale a circunscribir un
    lugar sin frontera, a intentar revelar
    una fuerza que opera "en el vacío", si podemos decirlo
    así, pero de la cual, sin embargo, todos los efectos (lo
    social?histórico) se desprenderían en una
    degradación de matices, en "capas sucesivas de
    sedimentación" (14). Lo que llamamos la realidad, desde su
    punto de vista, no describe sino diferentes actualizaciones de
    esas derivaciones . . En síntesis, el pensamiento se muestra
    allí como una racionalización del símbolo pero ya
    no es posible que sea una simbolización de la racionalidad.
    Esta premisa se desprende de la primacía de la poesis
    sobre el logos.

    Toda la dificultad de esta lectura consiste en explicar,
    de otra manera que por encantamiento retórico, el pasaje de
    la "nada"* (constituyente) a una cosa (constituída), de la
    ficción a lo real, de lo posible a la contingencia, de la
    indeterminación a la determinación. Lo imaginario es
    aprehendido como un instrumento de revelación porque retoma,
    en su principio, la Causa sui de la trascendencia divina
    al secularizar, en cierta manera, el "creacionismo" del
    Génesis. La representación de su eficacia presupone
    además la dotación metafísica de una capacidad de
    desencarnación del sujeto imaginante en relación con su
    medio de pertenencia. Dicho de otra manera, sería preciso
    que éste esté constantemente en instancia de ruptura
    virtual con las solicitudes del universo que lo rodea para
    ponerse en disponibilidad de imaginar con toda fantasía, a
    partir de nada, eso en donde todo parece que se juega finalmente.
    Los problemas epistemológicos
    que surgen de ese tipo de recurso a la ficción sólo
    reiteran los escollos del positivismo invirtiendo el modo de
    argumentación del marxismo: a) constitución de una
    "última instancia" autónoma e independiente de las
    fluctuaciones de la historicidad y cuyo caracter determinante no
    sufre ninguna división;b) voluntarismo en la concepción
    del devenir que sugiere un sujeto imaginante que asume el mundo,
    cuya omnipotencia suple la primacía de las fuerzas
    productivas; c) concepción del cambio por grandes rupturas,
    de acuerdo con el modelo de una revolución permanente, que
    mezclan constantemente las huellas de la anterioridad que excluye
    lógicamente el creare ex nihilo;d) evocación de
    una ontología (15) que se
    puede designar por el oxymorón de un "substancialismo de la
    ficción" que determina absolutamente, transformado en una
    nueva "positividad", la indeterminación de constituir la
    única causalidad efectiva. Que la lógica de la
    demostración cambie de sentido en relación con el
    marxismo aunque fuese en el modo del radicalismo, confirma
    aquí la recurrencia de una percepción extremadamente
    clásica de lo imaginario en vez de contradecirla, según
    la cual éste no podría ser sino algo paralelo a las
    contingencias, argumentos que aducirían los racionalistas
    para inflingirle un estatuto peyorativo. La prestación de un
    genio astuto a esas fuerzas de la nada, reprobadas por su
    oscuridad o elevadas al rango de una beatitud, equivale
    esencialmente a reproducir una forma de platonismo y contemplar
    esencias. Ese tipo de ficcionalismo de alto voltaje supone una
    teoría implícita del "suplemento de alma" en la medida en que
    intenta evolucionar al margen de toda corporeidad.

    Ahora bien, si lo imaginario era ab initio una
    efervescencia errática al abrigo del condicionamiento de lo
    que existe, nadie podría reconocer allí el principio
    primero de cualquier cosa. Si sus contenidos no guardaran una
    huella de lo que dejan, pasarían a ser literalmente
    "inimaginables" pues ninguna referencia permitiría
    identificarlos como lo que deroga contingencias (16). Enunciar
    por ejemplo que "esto no es" supone una referencia implícita
    a su negativo que marca su límite trransgrediéndolo.
    Hablar de la ficción no quiere decir nada si la alteridad
    que designa no instruye el proceso de lo que ella sirve
    para contradecir. La nada*, el vacío, *son también
    categorías relacionales cuya autonomía no es menos
    inmodesta que la plenitud que quieren destituir, con toda
    razón por otra parte. Ya que la solucion de recambio no
    aporta nada más que la convergencia de los contrarios, es
    preciso buscar, por lo tanto, fuera del radicalismo al principio
    de heurística de lo imaginario. (17)

    En Etre, monde et imaginaire, Stanislas Breton
    ilustra también las miserias del ficcionalismo para
    emanciparse del deseo de conquistar un tipo "puro"sobre el cual,
    por otra parte, las ambiciones hegemónicas siempre toman
    apoyo. (18), Su reprobación con respecto de las dualidades,
    de las cuales la de logos y mythos procuran un
    modelo para todas las otras que se desprenden, lo incita a
    prospectar, desde una perspectiva alta, su lugar de
    concepción, dado que el principio generador los une. Su
    proyecto intelectual consiste justamente en identificar un nivel
    de trascendencia superior, pues ni uno ni el otro de los dos
    lados que en general se oponen ofrece, subraya, un puesto de
    observación privilegiado a tal punto que pueda ser
    considerado como una última instancia. Sin embargo, en la
    cumbre última de la jerarquía que su discurso propone
    reinterpretar e incluso volver a componer, las distinciones
    binarias se reabsorben en una entidad fundamental que los integra
    y los reconcilia disipando su aparente contradicción. Lo
    imaginario, causalidad trascendente de efectos contingentes, pasa
    a ser aquello por lo cual todo fenómeno accede a la
    existencia por mutación del no?ser en manifestaciones
    concretas: "aquello a partir de lo cual algo viene a la
    existencia no es nada de lo que emerge de él." ( 19 ) Una
    categoría de análisis más bien
    radical vehiculiza esta idea del pasaje de la libertad a la necesidad a
    partir de la indeterminación de un referente último: la
    "nada"*, porque "uno no puede prescindir de este indeseable
    así como la aritmética no puede prescindir del cero"
    (20).

    Encontramos aquí especialmente el modo de pensar
    ex nihilo de Castoriadis; claro que la lógica de
    Breton no titubea en declararse "ontológica" y sobre esta
    base, prescribir condiciones de calificación de lo
    "indeseable". La noción nebulosa de "imaginario?nada"*, no
    sólo no es más concebible que su contrario, sino que,
    en el fondo no hace sino subsumir las dicotomías en una
    quintaesencia aún más abstracta. Esta reemplaza el
    caracter dualista del reduccionismo por un monismo supremo, lo
    que quizás no sea la manera más segura de superar las
    implicaciones nefastas que se denuncia allí. Por
    último, libra un combate para apropiarse la hegemonía
    paradigmática, para reconocer un trasfondo no colonizado. Lo
    que prueba que la ficción no es en absoluto un camino llano
    de antemano para salir de las pretensiones
    metafísicas.

    La empresa derridiana, anterior a los presupuestos teóricos de
    Castoriadis y Breton, recibe poderosamente la atracción que
    ejerce la noción de imaginario aunque literalmente no se la
    designe con ese vocablo. Su proyecto teórico, la
    "deconstrucción",

    lleva la marca; más aún, desarrolla sus
    potencialidades. Su principio, que no podríamos llamar
    fundante a primera vista, está basado en el caracter central
    de la ausencia, en la tematización de una ficción que
    se envuelve en el lenguaje y allí se agota.
    En Derrida, el ángulo de perspectiva consiste en operar una
    recuperación de las positividades en función de un
    enfoque muy englobante, descomponer "la mayor totalidad?
    el concepto de episteme y la metafísica logocéntrica ?
    de la cual se produjeron (. . . ) todos los métodos occidentales de
    análisis, explicación, lectura e interpretación"
    (21). Para Derrida, las diferentes dualidades derivan de esta
    metafísica. Y es para darles la estocada que la batalla se
    libra en el ruedo de la desconstrucción, cuya razón de
    ser no tiene otra justificación que la de terminar con la
    ilusión de una plenitud de referencia.

    La ofensiva se desarrolla en una multiplicidad de
    frentes e intenta ocupar de manera diferente el terreno
    conquistado; contra la separación del sentido propio y el
    sentido figurado, la metáfora; contra la ilusoria
    servidumbre del significante con respecto al significado: una
    escritura no referencial ; contra la palabra plena cuyo
    logos sería la verdad, una problemática de la
    huella; contra la división de la identidad y la
    alteridad, el grafema insólito de la diferencia;
    contra la oposición de la literatura y la filosofía, un estetismo
    de confusión de los géneros discursivos. La misma
    preocupación por doquier: "La autonomía del
    representante, escribe Derrida, se torna absurda: alcanzó su
    límite y rompió con todo lo representado, con toda
    originalidad viviente, con todo presente viviente" (22).
    Rechazando la metafísica heidegeriana de la presencia,
    aunque esté inscripta en la "epocalidad" del Ser, el autor
    De la gramatología planifica más bien la
    revocación de toda trascendencia, paragolpe superfluo del
    lenguaje. Su principal blanco se sitúa en el sistema de
    referencia del signo, aquello por lo cual el prejuicio que divide la verdad
    y la falsedad accede al reconocimiento. El autor ve allí el
    algoritmo por el cual la
    reformulación del problema, con el fin de evitar o bien lo
    arbitrario o una cierta forma de naturalismo, debe pasar una y
    otra inclinación, que tienen como función inevitable
    hacer "derivar la historicidad " (23). La inexistencia de
    un soporte más aquí y más allá del discurso
    vuelve indescifrable todo sistema de criterios y necesaria la
    ayuda de la ficción para testimoniar dicha inexistencia. La
    ficción surge como la categoría maestra de la
    deconstrucción.

    La idea transversal en el enfoque derridiano y cuyo
    impulso justifica por sí solo su complacencia para un
    funcionalismo radical depende
    finalmente de la voluntad que demuestra para instaurar un
    procedimiento de indecidibilidad que tiene a la escritura como teatro para representar un juego
    (el lenguaje) pero sin lo que está en juego tradicionalmente
    ( la representación). Podemos pensar, además, que esta
    seducción por el no?ser o por el rechazo de toda
    ontología revela una profunda desconfianza ante los
    atavismos de una Razón que se toma a sí misma por una
    instancia suprema, juez y parte en la exposición de las reglas de
    elaboracion del saber. Más allá de esta negatividad
    formal, ¿ la deconstrucción mantiene sin embargo el
    desafío de proporcionar una opción de reemplazo? Su
    desarrollo, manifiestamente, no parece resistir a tal
    interrogación crítica, ya que el recentramiento que
    opera sobre la ficción, como último recurso, cae del
    mismo modo en la autoreferenciabilidad o en la circularidad
    argumentativa. Ahora bien, para evitar las emboscadas que permite
    denunciar y para ser coherente con el razonamiento, la
    supremacía de lo narrativo está obligada forzosamente a
    no ser ella misma autofundante.

    La salida del logocentrismo no constituye una
    operación cuya simplicidad gana de golpe sobre la evidencia.
    Pues, las amenazas abundan y se manifiestan en el pensamiento de
    Derrida bajo la forma de un dilema del cual no es fácil
    liberarse: a) si la racionalidad procura el instrumento
    crítico para consumar la ruptura consigo misma o la
    liberación de la esfera de influencia que crea, la
    deconstrucción entonces se encuentra ante una
    contradicción molesta en relación con las pretensiones
    que la fundamentan; b) si es dejada de lado como modo de
    demostración, la metodología derridiana
    sólo puede recurrir a peticiones de principios; por eso el retorno
    forzado de lo arbitrario, de una propuesta primera y
    autónoma que uno plantea, pero del cual nadie
    dispone, lo que constituye el mismo orden de encantamiento
    autoreferencial que el de los racionalistas ante la Razón.
    Justamente, la crítica que Derrida dirige al logocentrismo
    parece completamente reversible, es decir aplicable a la
    argumentación misma que él despliega. Por un lado, la
    reivindicación de un principio de incertidumbre o de un
    sistema de indecidibilidad general permite también subrayar
    que la elección que se plantea entre los apriori del
    logocentrismo y los del ficcionalismo radical tampoco podría
    establecerse de una manera definitiva, ya que la
    deconstrucción revela un arbitrario pero finalmente
    recompone otro ( 24 ). Ante las dos opciones que se esbozan,
    intercambiables en su equivalencia, irreductibles en su
    coherencia respectiva, todo lo que subsiste se debe a la simple
    constatación de su diferencia. Y nada autoriza a concluir
    que una es superior a la otra, si no, el relativismo de
    intención no haría honor a los resultados que quiere
    obtener. Por lo tanto, si ninguna jerarquía parece
    recibible, ¿qué es lo que justifica la pertinencia de
    retener la deconstrucción en vez de las interpretaciones
    tradicionales? (25). La única hipótesis de
    explicación que puede contestar esta pregunta hay que
    buscarla en la reaparición insidiosa de una filosofía
    de la verdad para cuya promoción la ficción
    pasa a ser un estandarte, incluso la modalidad negativa de su
    actualización. En consecuencia, ese razonamiento no suprime
    la lógica de la referencia del significante, el sistema de
    referencia (remisión) que pretende deshacer, sino que
    invierte el sentido del mismo, porque la supuesta superioridad de
    la ficción no puede estar apoyada sino en otra ficción
    meta?referencial que a su vez hace "derivar a la
    historicidad "; su deconstrucción porpone aceptar el
    desafío. ¿Habría que reinventar otro lenguaje para
    salir verdaderamente del logocentrismo?

     

    CONCLUSIÓN :
    HISTORICIDAD Y HERMENÉUTICA

    La noción de imaginario en ciencias humanas
    sólo puede ser heurística si sus usos derogan la
    inmodestia del radicalismo y la lógica del testimonio en un
    referente último que lo acompaña. Aunque estén
    obnubilados por una u otra de las dos tentaciones
    contradictorias, la represión del símbolo o la
    celebración de su magnificencia, el encantamiento de un
    "estado de gracia " en esas
    representaciónes diferentes del estatuto de la ficción,
    parten o llegan a una metafísica del ser. Que el trazado de
    semejante conquista tome sus vías de actualización de
    la presencia o ausencia, desde un cierto punto de vista sigue
    siendo accesorio ya que una profunda convergencia surge al cabo
    de una comprensión comparada de esas dos opciones. El juego
    de las contrariedades aquí sirve precisamente para
    enmascarar la similitud de las reglas que lo engendran. Esta
    "coincidencia de los contrarios ", viejo principio
    filosófico que alimenta la reflexión de Nicolas Cusano
    en los inicios del Renacimiento, no es instructiva
    simplemente porque hace una lista de los usos, ni siquiera porque
    recopila elementos de una historiografía de las ciencias
    humanas a través de los mismos. Allí donde los
    contrastes se evidencian mediante la fórmula declamatoria de
    "inversiones " (Hegel/Marx), "superaciones
    "

    (Castoriadis, Breton), "diferencia " que pueda realmente
    diferir (Derrida), su pertinencia pasa a ser tributaria de una
    "arqueología " de las continuidades, de un trabajo paciente
    de búsqueda en esos "restos " en los que quizás reside
    lo esencial.

    Haber decidido aclarar en este artículo una
    coïncidencia no revelada de los contrarios, o si se quiere,
    una convergencia de efectos entre las tesis realista e idealista
    no equivale a nivelar la especificidad de todos los discursos ni
    a relegarlos a un prejuicio de unidad funcional. Al respecto, los
    "modos de empleo " de la noción de
    imaginario no fueron analizados con la intención de endulzar
    los querer?decir subyacentes ni con el deseo de ignorar la
    heterogeneidad de su contexto teórico de uso. Además,
    la búsqueda de un compromiso entre los dos términos de
    la polaridad oculta también un deseo de trascender: las
    prenociones populares la consagran con el vocablo
    aristotélico de "justo medio " (mesotes) y el
    universo político extrae de allí dividendos al
    glorificar las virtudes del "centrismo ", posición que
    habría que ver subordinada, lógicamente, a dos
    radicalismos y no a uno solo!. Ahora bien, no se trata de trazar
    una bisectriz de referencia y aislar una zona franca como lo
    hacen las miradas positivistas e idealistas con lo imaginario;
    dos preocupaciones que de ninguna manera pretenden ser soluciones deben enmarcar un
    recurso heurístico a esta categoría.

    La inscripción de todo discurso en la historicidad
    permite recordar el caracter temporario de las explicaciones,
    incluso de aquellas centradas en lo imaginario, considerar la
    "pertenencia " (Vattimo) de los locutores, sus significantes y
    sus significados, en un universo "del que no disponen pero en y
    por el cual están dispuestos " (26).

    Contrariamente a las inquietudes que pueda despertar
    prima facie, esta observación de ninguna manera
    equivale a confinar la imaginación al campo de las
    contingencias, sino más bien las utiliza para concebir la
    alteridad. Paradójicamente indica que si bien imaginar no es
    traducir y mucho menos duplicar un referente, ninguna
    proyección de la mente tampoco podría sustraerse a la
    situación concreta de los "sujetos " y "objetos ": esas dos
    categorías ?límites jamás constituyen condiciones
    ? una para la otra? sino más bien condicionamientos
    recíprocos que acompañan su relación, su negociación siempre abierta.
    El horizonte de lo no?fenoménico está bordeado, por lo
    tanto, por la contingencia que marca tanto la frontera como la
    posibilidad de dicho horizonte.

    La influencia de la ficción sobre la vida colectiva
    parece ser útilmente subversiva sólo si ningúno de
    sus vínculos ha roto con una realidad ya actualizada; dicho
    de otra manera, parece ser útilmente subversiva sólo si
    contribuye a exhibir el poco de realidad de éste. . Pues, lo
    imaginario como expresión de la subjetividad parece acechado
    constantemente cuando es captado por la indiferencia a toda
    fenomenalidad ante la amenaza de convertirse en una simple
    problemática de la ausencia de sujeto.

    La centralidad metodológica de la ficción,
    para evitar rehacer el retrato de una nueva imagen del ser, debe
    verse acotada por un trabajo de decentramiento constante para que
    la crítica que permite operar sobre el sentido sea al mismo
    tiempo un rechazo de todo mundo final.

    La consideración de la dimensión intepretativa
    de todo análisis es por cierto capaz de evitar los enfoques
    contemplativos que, en Heidegger ?recordémoslo? asocian la
    historicidad y la ontología, la fluidez del devenir y la
    recurrencia del Ser. Más allá de la simple
    constatación del relativismo y el "politeismo de los valores " (Weber) la
    hermenéutica disuelve de raíz la búsqueda de una
    correspondencia entre una verdad originaria ? aunque esté
    encarnada en la cosa o en la ficción? el discurso y el
    fenómeno. Contra las pretenciones de representar la
    existencia bajo sus diversas modalidades, la fenomenología defiende no
    sólo la interdependencia del que mira y lo mirado sino que
    sitúa en la perspectiva del primero la responsabilidad del sentido .
    Si bien no busca a su vez el punto de vista más
    panorámico sobre el mundo y escapa así a la
    reivindicación de las otras teorías desde una altura
    superior, será necesario sin embargo que mantenga las
    promesas que anuncia, que honre la disponibilidad intelectual de
    la cual se honran sus partidarios. Necesita esta exigencia para
    que no sea una simple "rehabilitación del prejuicio " (27),
    por lo tanto, un subjetivismo para oponerse al objetivismo, lo
    que atentaría contra el ideal de ponderación que parece
    estarle asociado. Por el momento el desafío de la
    hermenéutica surge de la ambición de mantener un
    discurso sobre el hilo precario de una subjetividad situada entre
    lo que Vattimo llama "la familiaridad y la extraneidad " ante el
    mundo (28). La posibilidad de una sociología y una
    filosofía de lo imaginario reside, en definitiva, en
    soslayar una doble amenaza evitando una representación
    desencarnada en donde por un lado la totalidad se reduciría
    a las cosas visibles y palpables (reduccionismo por
    objetivación simbólica)y por el otro, la nada
    sería todo (ficcionalismo). Esa es una condición
    esencial para enfrentar los múltimples deslizamientos que
    desgraciadamente acompañan con demasiada frecuencia las
    estrategias de evolución de
    las ciencias sociales y humanas.

     

    Traducido por María Inés Van Messem, Universidad de Guadalajara.
    (*Nota de la traductora: En el texto en francés: le
    rien
    , salvo en le rien, le vide, le néant)

    30 de marzo de 1998.

     

    NOTAS

    1. Jürgen Habermas, On the Logic of Social
    Sciences
    , Cambridge, The MIT Press. 1988, página
    xiii

    2. René Alleau, La science des symboles,
    Paris, Payot, 1975, páginas 32?33.

    3. Para una exposición más detallada de una
    teorización acerca de las relaciones entre el símbolo y
    lo imaginario, ver nuestro libro El imaginario
    tecnocrático,
    Montréal, Boréal, 1990. 448
    páginas.

    4. Esas observaciones destinadas a establecer una
    demarcación semántica elemental entre
    lo imaginario y lo simbólico no sólo descuidan
    deliberadamente la diversidad de interpretaciones posibles, la
    irreductibilidad de contextos teóricos y sus usos
    disciplinarios sino también responden sólo a la
    necesidad de tener, como elemento previo, una distinción
    utilitaria para los objetivos de este
    artículo.

    5. Emile Durkheim, Textes: 1. Eléments
    d?une théorie sociale,
    Paris, Minuit, 1975, página
    28.

    6. Ibid, página 47

    7 . Karl Marx, L?idéologie
    allemande
    , Paris, Gallimard, Bibliotheque de la
    Pléïade, página 1049.

    8. Para un desarrollo más amplio de este tema, ver
    el artículo de Jean?Paul Sironneau, "Sociologie et
    imaginaire: du handicap a la reconaissance ", in Revue du
    Centre de Recherche sur l?imaginaire, N°2, 1986,
    páginas 61?79.

    9. Para algunas ilustraciones de la metáfona
    considerada como paradigma, señalemos los trabajos de
    Herbert Simons (Eds), Rhetoric in the Human Sciences,
    Newbury, Sage Publications, 1989;Richard H. Brown, "Social
    Reality as Narrative Text: Interactions, Institutions and
    Polities as Language ", in Current Perspectives in Social
    Theory "Vol 6, 1985, páginas 17?37; del mismo autor,
    " Métaphore et méthode: de la logique et de la
    découverte en sociologie " in Cahiers internationaux de
    sociologie
    , Vol. LXII, 1977, páginas 61?73; Max Black,
    Models and Metaphor, Ithaca, Cornell University Press,
    1968; René Jongen y otros, La métaphore, approche
    pluridisciplinaire,
    Bruxelles, Faculté Universitaire
    Saint?Louis, 1980; S. Kofman, Nietzsche et la
    métaphore
    , Paris, Payot, 1972; Georges Lakoff y Mark
    Johnson, Metaphors We Live By, Chicago, The University of
    Chicago Press, 1980; Claudine Normand, Métaphore et
    concept, Paris P: U: F:, 1976

    10. Gianni Vattimo, Ethique de
    l?interprétation
    , Paris, La Découverte, 1991,
    página 45.

    11. Cornelius Castoriadis, L?institution imaginaire
    de la société
    , Paris, Seuil, 1975. Para una
    crítica, ver Jürgen Habermas, The Philosophical
    Discourses of Modernity, C
    ambridge, The MIT Press, 1987,
    páginas 327 a 335.

    12. Ibid, páginas 177?183

    13. Ibid, página 178, nota infra n°
    21

    14. Ibid, página 183

    15. Brian Singer, "The later Castoriadis: Institution
    under Interrogation " in Canadian Journal of Political
    and Social Theory,
    Vol. 4, N°1, Invierno de 1980,
    página 96.

    16. Pierre Francastel, uno de los teóricos más
    aguerridos en el estudio de lo imaginario, observó que a
    igual distancia del idealismo y el positivismo, sus proyecciones
    y sus nuevas representaciones sólo pueden ejercerse mediante
    una tensión constante de desborde y recuperación de las
    formas antiguas. Esta idea es particularmente verificable,
    según este autor, en el campo de la tecnología en donde toda innovación proviene
    necesariamente de una recombinación de técnicas existentes pero
    cuya organización inédita crea relaciones y usos
    nuevos. L?image, la vision et l?imagination, Paris,
    Denoël/Gonthier, 1983, página 146.

    17. Para un desarrollo menos sobre este tema, cf mi
    libro Lo imaginario tecnocrático,
    Montréal;Les Editions du Boréal, 1990, 440
    páginas.

    18. Stanislas Breton, Etre, monde, imaginaire
    Paris, Seuil, 1976

    19. Ibid, página 140

    20. Ibid, página 135

    21. Jacques Derrida, De la grammatologie, Paris,
    Minuit, 1967, página 68 (la cursiva es de
    Derrida)

    22. Ibid. página 429

    23. Ibid, página 50.

    24. Sobre las paradojas de la auto?referencialidad, el
    lector puede consultar la reflexión de James L. Marsh, a la
    cual este artículo le está sumamente agradecido:
    "Strategies of Evasion: The Paradox of Self?Referentiality and
    the Post?Modern Critique of Rationality " in Contemporary
    Currents
    , Vol. XXIX N°3, Publicación n°115,
    1989, páginas 338?349.

    25. Ibid., pp 344?345

    26. Gianni Vattimo, Op. cit., página
    50

    27. La expresión de G. Gadamer es citada por Gianni
    Vattimo, Ibid, página 134

    28. Ibid, página 209

     

    Gilbert Larochelle*

    * Departamento de ciencias humanas, Universidad
    de Québec en Chicoutimi.

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