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Inmigrantes extranjeros en España: ¿Reconfigurando la Sociedad?




Enviado por Colectivo Ioé



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    Colectivo Ioé1

    Este artículo pretende abordar las
    características de la inmigración extranjera y sus consecuencias
    sobre la configuración de la sociedad española.
    Este tipo de abordaje produce un recorte sobre el campo global en
    el que se producen las migraciones, puesto que deja de lado las
    circunstancias de las sociedades de
    origen, la inserción de estas en el concierto mundial,
    así como los crecientes vínculos que los migrantes
    establecen entre distintos países, comportándose a
    veces como verdaderas comunidades trasnacionales. Conscientes de
    que dejamos en el tintero algunas claves de la cuestión,
    intentemos ver qué es lo que ocurre dentro de las
    fronteras españolas.

     

    1. El cambio de
    tendencia

    Desde mediados de la década de los ?80
    España se inscribió como miembro de pleno derecho
    de la Unión
    Europea (entonces Comunidad
    Económica Europea). Uno de los requisitos para formular su
    ingreso como miembro pleno fue la promulgación de una
    legislación que se ocupara de regular la entrada de
    inmigrantes extranjeros; así nació ? en 1985- la
    primera "ley de extranjería" en nuestro país. Esta
    norma, y la incipiente estructura
    administrativa que se fue desarrollando a continuación
    ¿respondían a la existencia de procesos
    migratorios significativos? La respuesta a esta cuestión
    podría ser un "sí, pero no". ,
    porque desde los primeros años ?70 se estaba produciendo
    la llegada de personas procedentes de Marruecos (muchas de ellas
    retenidas en las fronteras pirenaicas debido a las restricciones
    a la inmigración que pusieron en marcha varios
    países del norte, afectados por la llamada primera
    crisis del
    petróleo) y de Portugal (hacia varias
    provincias norteñas y Madrid);
    posteriormente se añadieron distintos flujos originados en
    los exilios de las dictaduras sudamericanas (Chile, Uruguay y
    Argentina). No, porque por aquellas fechas el conjunto de
    la población extranjera (incluyendo a
    residentes regulares, nacionalizados e irregulares) no llegaba al
    1% de la población del país. En realidad, la
    "preocupación por la inmigración" no
    respondía a las dinámicas sociales existentes en el
    país, sino a las prioridades de los principales miembros
    de la U.E., antiguos receptores de inmigración, inmersos
    en la crisis de un de modelo de
    crecimiento que estaba dejando de demandar grandes cantidades de
    mano de obra para sus industrias. Desde
    entonces, y por bastantes años, las declaraciones políticas
    y los enfoques mediáticos en torno a la
    inmigración se encargaron más de reproducir las
    cuestiones suscitadas en otros países que de interrogarse
    acerca de lo que estaba sucediendo en nuestro entorno
    próximo.

    Según las cifras oficiales, en 1985 había
    algo menos de 250.000 extranjeros registrados en el país;
    la mayor parte de ellos (59%) procedía de países de
    la Comunidad Europea. Diez años más tarde, en 1995,
    la cifra se había duplicado hasta alcanzar el medio
    millón de residentes; además del aumento
    cuantitativo se estaba produciendo un cambio en la
    composición de esta población: por entonces los
    europeos comunitarios ya eran menos de la mitad del total (47%).
    En el ínterin las administraciones públicas,
    principalmente la de rango estatal, fue desarrollando diversas
    normas,
    estructuras
    administrativas y políticas. Sin embargo, el acento de las
    actuaciones seguía puesto antes en la emigración
    española fuera de nuestras fronteras que en la
    inmigración de origen extranjero radicada en nuestras
    ciudades y pueblos.

    Podría decirse que las cifras aún daban
    sentido a dicha opción: aunque en los ?70 se detuvo el
    flujo emigratorio y en los primeros ?80 se registró el
    retorno de cerca de medio millón de españoles
    emigrados, la cifra de emigrados superaba ampliamente a la de
    inmigrantes2. A mediados de los ?90 los
    españoles emigrados triplicaban o cuatriplicaban el
    número de extranjeros afincados en España. Sin
    embargo, esa foto fija estaba ocultando las dinámicas en
    marcha: la emigración se había detenido
    hacía más de una década mientras que la
    inmigración se incrementaba lenta pero continuamente. En
    todo caso, pocos estaban preparados para prever lo que
    sucedería en la década siguiente.

     

    2. La España de la
    última década

    Como veremos, la última década,
    especialmente a partir de 1997, registró un crecimiento
    sin precedente de los flujos de inmigración. Para
    contextualizar la magnitud y significación de este
    proceso
    conviene mencionar algunos rasgos clave de la situación
    del país en este período.

    En cuanto a la dinámica poblacional, la situación
    se ha caracterizado por una tendencia al estancamiento y
    envejecimiento, que sólo en los últimos años
    parecen experimentar alguna variación. Entre los
    años 1950 y 1981 la población española se
    incrementó al ritmo promedio del 1% anual. En cambio,
    entre 1981 y 2001 la dinámica demográfica se
    contrajo de forma rápida: desde entonces el incremento
    anual medio se redujo al 0,4%. Así, en la década de
    los ?60 y ?70 la población creció por encima de los
    tres millones de personas, mientras que en los ?80 y ?90 los
    aumentos se situaron alrededor del millón y medio de
    habitantes. Es sabido que las variaciones poblacionales se deben
    a dos grandes rubros: el crecimiento vegetativo (diferencia entre
    nacimientos y defunciones) y el saldo migratorio (diferencia
    entre población emigrada e inmigrada).

    En la mayor parte del periodo el mayor impacto se
    debió a un descenso continuo del crecimiento vegetativo,
    originado en la caída de las tasas de natalidad. En 1975
    el número medio de hijos por mujer era de 2,8;
    desde entonces se ha producido un descenso continuo hasta
    alcanzar la cifra de 1,2 hijos en 1994, fecha a partir de la cual
    se ha mantenido casi sin variaciones. Por su parte, la tasa bruta
    de natalidad (número de nacidos por cada 1.000 habitantes)
    se redujo a la mitad entre 1975 y 1995 (de 18,8 a 9,3) y
    sólo ha registrado una ligera recuperación entre
    1996 y 2001. En síntesis,
    a mediados de los ?90 la población española
    crecía por debajo del nivel de reemplazo generacional
    (establecido en 2,1 hijos por mujer), circunstancia que, unida a
    la prolongación de la esperanza de vida, produjo un
    continuo envejecimiento de la población (los mayores de 65
    años eran el 13,8% en 1991 y el 17% en 2001).

    En cambio, la situación económica durante
    el periodo comprendido entre 1995 y 2004 se caracterizó
    por un significativo crecimiento: en esta década el
    Producto
    Interior Bruto aumentó un 33% en términos reales,
    con un incremento anual medio de 3,3%.

    Este indicador, puramente "económico", adquiere
    mayor significación si lo ponemos en relación con
    la población del país: el PIB per
    cápita experimentó un aumento mucho mayor (6,4% de
    incremento medio anual), debido a la débil dinámica
    demográfica. Este crecimiento, mayor que el experimentado
    por la media de la Unión Europea, facilitó un
    acortamiento del secular diferencial negativo que separa a
    España de los países europeos más
    prósperos. A finales de 2003 el PIB per cápita
    expresado en paridad de poder
    adquisitivo (adjudicando el valor 100 a la
    media de la UE-25) se situó casi en la media comunitaria
    (97,6), cifra que fue superada en siete comunidades
    autónomas (Madrid, Navarra, País Vasco, Baleares,
    Cataluña, La Rioja y Aragón). Desde el punto de
    vista del empleo,
    durante el mismo periodo se produjo un notable incremento: las
    personas ocupadas pasaron de 12 a 15,9 millones, lo que supone un
    crecimiento del 49%.

    Por tanto, la última década ?la del
    despegue de la inmigración- ha sido un período de
    expansión económica y de aumento de las
    oportunidades de empleo, en un contexto de baja natalidad y de
    envejecimiento poblacional. Aunque esta caracterización
    genérica encuentra importantes matices, en función de
    las diferencias territoriales o sociales, nos será de
    utilidad para
    contextualizar el proceso de reciente
    inmigración.

     

    3. El despegue y
    consolidación de los flujos de
    inmigración

    El concepto
    inmigración se refiere a la población que ha
    llegado a España procedente de otros países: se
    trata de una condición social. En cambio, el hecho de ser
    extranjero o español es
    una cuestión de índole
    administrativo-jurídico: se puede ser español
    habiendo nacido en otro país (y se es inmigrante al
    radicarse en España) o extranjero nacido en España
    (sin haber emigrado nunca). Los registros
    estadísticos oficiales no siempre permiten matizar estas
    cuestiones, y obligan a veces a considerar ? de forma abusiva-
    como sinónimos ambos términos (con frecuencia se
    nos ofrece información respecto a los "extranjeros",
    excluyendo a quienes han adoptado la nacionalidad
    española tras emigrar, e incluyendo a los hijos de
    inmigrantes que han nacido en este país y no acceden a la
    nacionalidad).
    Las cifras de la Tabla 1 intentan recoger, y aclarar, la
    complejidad de la cuestión.

    El volumen de
    población total nos sirve de referencia para valorar la
    magnitud relativa de la inmigración. El concepto
    inmigrados es nuestra forma de designar a los residentes en
    España (empadronados o censados) nacidos en otro
    país. Los extranjeros, en cambio, son todos aquellos que
    poseen una nacionalidad distinta a la española,
    independientemente de cuál sea su experiencia migratoria.
    Las cifras de nacionalizados son la simple diferencia entre
    "inmigrados" y "extranjeros" (todos los que nacieron en otro
    país y no son extranjeros). En cambio, la categoría
    de residentes se refiere a los extranjeros que se encuentran en
    situación regular (con permiso de residencia o
    similar).

    La columna de irregulares contiene la cifra de
    extranjeros que carecen de permiso de residencia.

    Los datos consignados
    se inician en 1971, aunque nuestro interés
    específico se centra en el período 1997-2004. Entre
    1971 y 1991 el volumen de inmigrados pasó de representar
    el 1,1% al 2,2% de la población total. Sin embargo, los
    extranjeros fueron apenas la mitad de ese flujo. En otras
    palabras: en esos veinte años aumentaron muy 3
    rápidamente los nacionalizados, debido a un doble proceso:
    por un lado, el "retorno" de hijos de emigrantes españoles
    nacidos en el extranjero; por otro, la adquisición de
    nacionalidad de inmigrantes una vez cumplido el periodo de
    residencia requerido por las leyes. Es
    interesante señalar, siguiendo a Izquierdo y López
    de Lera, que a lo largo de esas dos décadas el porcentaje
    de "irregulares" (extranjeros sin permiso de residencia) se
    mantuvo en torno al 20%. Agregando, por nuestra parte, que la
    "alarma social" respecto al incremento de inmigración
    irregular se produjo sólo a partir de la aplicación
    de la primera "ley de extranjería" y se centraba
    únicamente en los extranjeros de cierta procedencia (extra
    comunitarios, preferentemente africanos) ignorando el
    significativo volumen de europeos que residían de forma
    irregular en el país.

    Durante ese período se sentaron las bases de los
    primeros núcleos inmigrantes, que hoy se encuentran
    cercanos al período de jubilación y con hijos en
    edad adulta. Sin embargo el gran crecimiento de la
    inmigración se produjo con posterioridad: entre finales de
    1997 y 2004 el número de extranjeros se
    multiplicó por 4,8 (de 637.000 a cerca de 3,7
    millones)3. En cambio, los residentes
    (extranjeros "con papeles") aumentaron sólo 2,2 veces;
    como consecuencia, las personas en situación
    irregular experimentaron el mayor incremento (5,5).
    Expresado en otros términos: el período 1997-2004
    es el de mayor crecimiento de la inmigración extranjera en
    España: en 1997, los extranjeros representaban el 1,6% de
    la población mientras que a comienzos de 2005 son el 8,4%.
    En estos siete años, de manera vertiginosa, España
    se ha situado a la par de tradicionales países de
    inmigración, como Francia o
    Alemania. Pero
    gran parte de estos nuevos flujos se han incorporado como
    "irregulares": en enero de 2002 había casi tantos
    residentes con papeles como irregulares; aunque en 2005 el
    porcentaje de "sin papeles" ha descendido (desde el 50,3% al
    46,4%) afecta a un número mayor de personas (más de
    1,7 millones).

    Esta constatación obliga a interrogarse acerca de
    las causas de la situación. En cuanto al crecimiento de
    los flujos inmigratorios podemos encontrar respuestas en el
    incremento de las desigualdades internacionales, en las crisis
    vividas en diversos países de origen, en las oportunidades
    que ofrece la economía globalizada
    y en el crecimiento
    económico y del empleo registrados en España.
    Pero respecto al altísimo índice de irregularidad
    la respuesta no admite demasiados matices: frente a la variedad
    de factores que estimulan los flujos inmigratorios, las
    políticas oficiales se han caracterizado durante este
    período por establecer dificultades crecientes para la
    regularización de los inmigrantes.

     

    4. Política migratoria:
    la pretensión de regular las entradas a partir de una
    demanda con
    altos componentes de irregularidad

    La política de inmigración española
    se inauguró en 1985, desde entonces, la entrada regular de
    trabajadores extra-comunitarios queda subordinada a la
    "situación nacional de empleo". Según esta
    fórmula, sólo se otorgarán permisos de
    trabajo para
    empleos que no puedan ser cubiertos por la mano de obra
    autóctona o, en su defecto, por los extranjeros ya
    radicados legalmente en el país. En resumen, las leyes
    sólo contemplan la llegada de inmigrantes en la medida en
    que sean necesarios para cubrir los "huecos" que deje la fuerza de
    trabajo residente en el país; los ciudadanos de
    países terceros son contemplados como un ejército
    de reserva laboral,
    movilizable sólo en la medida y en el momento que se lo
    requiera. Sin embargo, una cosa son las pretensiones reguladoras
    de la norma y otra, a veces muy distinta, los procesos sociales
    reales.

    Desde 1993, con la puesta en marcha de los contingentes
    laborales anuales, se inició la pretensión de
    contratar a los trabajadores directamente en los países de
    origen, con el fin de desincentivar los desplazamientos
    irregulares, e indicar que la única vía de acceso
    al empleo regular (y a "los papeles") pasaba por realizar los
    oportunos trámites ante los consulados españoles.
    En la práctica la utilización de este método
    como canalización de nuevos flujos
    migratorios ha sido poco utilizada: el grueso de los
    inmigrantes sigue llegando por su cuenta y riesgo.
    Además, desde el año 1997 quedó
    prácticamente cerrada la posibilidad de obtener permisos
    de trabajo a través del llamado "régimen general",
    según el cual los inmigrantes irregulares con una oferta laboral
    podían obtener un permiso de trabajo. Así, en la
    práctica las vías de inmigración laboral
    regular quedaron drásticamente limitadas; la consecuencia
    fue que la continua llegada de nuevos flujos migratorios se
    tradujera en un incremento sin precedentes de inmigrantes "sin
    papeles".

    Con la asunción del nuevo gobierno en 2004
    se anunció una reorientación de la política
    migratoria, apoyada en la consulta y el apoyo de una serie de
    agentes sociales, entre ellos las cámaras empresariales y
    los sindicatos
    mayoritarios. ¿En qué consiste la novedad de esta
    política? Más allá del método,
    más abierto al diálogo
    con interlocutores sociales, los contenidos básicos no se
    modifican: permanece sin cambios la ley de extranjería de
    2003 y el nuevo reglamento mantiene la "situación nacional
    de empleo" como criterio básico de admisión de
    nuevos trabajadores inmigrantes, para los que se diseñan
    dos grandes líneas de actuación. Por una parte, la
    gestión
    de las nuevas entradas sigue encomendada a los contingentes
    laborales y permisos de temporada, aunque se anuncia la
    reapertura de la vía del régimen general. Por otra,
    para los trabajadores en situación irregular que ya se
    encuentran en España se ofrecen dos procedimientos,
    uno coyuntural (la "normalización" laboral, realizada entre
    febrero y mayo de 2005) y otro de carácter permanente (el arraigo
    laboral4). De esta manera, las autoridades parecen
    reconocer que no es posible canalizar enteramente los flujos de
    inmigración laboral a través de mecanismos de
    entrada regularizados, que continuarán existiendo flujos
    irregulares y para éstos deben establecerse mecanismos de
    regularización. Pero todo el edificio se construye a
    partir de la existencia de puestos de trabajo formales: sin
    contrato no
    hay regularización. El problema es que buena parte de los
    inmigrantes trabajan en empleos sumergidos que, por
    definición, no permiten acceder a un contrato de
    trabajo (instrumento imprescindible para la
    regularización de los ya afincados en España) ni a
    la formulación de una demanda de trabajo formal (que
    pudiera ser canalizada a través de los contingentes
    anuales).

    En definitiva, entre 1997 y 2004 la política
    migratoria impulsada por el gobierno del PP redujo las opciones
    para contratar legalmente a inmigrantes mientras que en los
    mercados de
    empleo ha crecido la demanda, tanto para empleos regulares como
    para otros en la economía sumergida. La "apertura"
    anunciada en 2004, por el gobierno PSOE, mantiene importantes
    restricciones, tomando como punto de partida una
    concepción utilitarista: la inmigración reducida a
    su papel de suministrador, más o menos eventual, de mano
    de obra, en función de las "necesidades del mercado". En
    estas circunstancias es previsible una reducción
    importante de los índices de irregularidad (centrada en
    los empleos que permanecían sumergidos debido a las trabas
    administrativas existentes) pero no su erradicación (tanto
    por la subsistencia de zonas de economía irregular, como
    por las dificultades que encuentran para obtener los papeles los
    subempleados, los trabajadores por cuenta propia, o los que se
    encuentran, momentánea o duraderamente, parados o
    "inactivos").

     

    5. Principales
    características de las poblaciones
    inmigradas

    Hecha esta primera observación de la dinámica global de
    las migraciones de sus contextos sociales e institucionales,
    intentemos aproximarnos a las principales características
    de este nuevo segmento de población. Para ello
    describiremos los principales rasgos de la población
    extranjera residente en España, toda vez que el
    estudio de los nacidos en otro país (inmigrantes) presenta
    mayores problemas
    respecto a las fuentes de
    datos disponibles. En enero de 2005 había 3.691.547
    extranjeros registrados en los padrones municipales. El 20,8%
    procede de alguno de los restantes 24 miembros actuales de la
    Unión Europea y alrededor del 2% de otras naciones
    desarrolladas (América
    del Norte, Japón).
    Por tanto, casi el 80% (2,9 millones de personas) son originarios
    del mundo "menos desarrollado". Estas cifras muestran un vuelco
    total en la composición de la población extranjera
    respecto a la existente diez años atrás, cuando
    casi la mitad eran originarios de la Unión Europea
    integrada entonces sólo por 12 naciones. El gran
    crecimiento reciente de la inmigración procede de fuera de
    la Unión Europea, especialmente de América
    Latina y de la antigua Europa del
    Este.

    Aún así, entre las quince nacionalidades
    más numerosas todavía figuran cinco comunitarias:
    británicos (el 5º grupo),
    alemanes e italianos5 (7º y 9º), franceses y
    portugueses (13º y 14º) (ver Tabla 2). Pero los
    primeros y destacados puestos los ocupan los originarios de
    Ecuador y
    Marruecos; cada uno suma casi medio millón de personas, y
    juntos reúnen al 27% del total de extranjeros. Con
    más de 300.000 efectivos siguen los procedentes de Rumania
    y por encima de los 260.000 los de Colombia. Los
    argentinos superan los 150.000; con algo menos de 100.000 figuran
    los colectivos bolivianos, búlgaros, chinos y peruanos;
    con más de 50.000 ucranianos y dominicanos.

    En resumen, se configuran tres grandes grupos
    extra-comunitarios en función de la zona de origen: por un
    lado los latinoamericanos, por otro los llegados de la Europa del
    Este y por último los marroquíes; más
    allá, en solitario la inmigración china. Durante
    el periodo reciente se produjo un significativo crecimiento de
    los dos primeros flujos, mucho mayor que el experimentado por el
    procedente de la orilla sur del
    Mediterráneo6.

    Y esta circunstancia ha marcado un cambio de la
    configuración de la población inmigrante: hace una
    década estaba dominada por la presencia de europeos
    comunitarios y marroquíes, acompañados por algunos
    latinoamericanos (dominicanos y peruanos). A partir de 1997 las
    mayores entradas fueron las de ecuatorianos, colombianos,
    bolivianos, argentinos, rumanos, búlgaros y ucranianos,
    acompañados por los chinos.

     

    Comparando las cifras de empadronados en enero de 2005
    con las de quienes tenían permiso de residencia a finales
    de 2004, el índice de irregularidad total sería del
    46,4% (1.714.000 personas). Pero estas cifras son ampliamente
    superadas en algunos colectivos nacionales: el 88% de los
    bolivianos, el 74% de los rumanos, más del 60% de
    argentinos, búlgaros o brasileños, más del
    50% de ecuatorianos y ucranianos y más del 40% de
    británicos y alemanes. Con toda seguridad, el
    proceso de "normalización" actualmente en marcha
    reducirá algunos de estos porcentajes, aunque no los
    eliminará completamente. Mientras tanto, importantes
    franjas de los grupos migrantes se encuentran abocados a una
    situación de máxima precariedad jurídica y,
    debido a ello, con importantes trabas para acceder a una integración "normalizada" en la sociedad
    española7.

    En cuanto a la composición por sexo existe un
    relativo equilibrio con
    un moderado predominio masculino: el 53% de los extranjeros son
    hombres (1,97 millones y 1,7 millones de mujeres). Sin embargo,
    tras estos valores
    medios,
    referidos al conjunto de los extranjeros, existen situaciones
    diversas en función de la nacionalidad.

    Entre las más numerosas algunas presentan un
    claro predominio masculino, especialmente los marroquíes,
    pero también italianos, portugueses, búlgaros,
    rumanos y chinos. En cambio, la migración
    es más femenina en el caso de colombianas, bolivianas,
    peruanas y, especialmente, dominicanas. El resto de los
    colectivos mencionados en la Tabla 2 muestran un mayor equilibrio
    entre sexos. Las explicaciones a estas pautas diferenciadas son
    diversas: tienen que ver con los sistemas de
    relaciones familiares y las oportunidades económicas en
    los países de origen, con el tipo de redes migratorias
    establecidas entre aquéllos y España y con las
    demandas/oportunidades de inserción en este país.
    En todo caso, los datos muestran que una parte significativa de
    la migración femenina no sólo no viaja
    "detrás" de un hombre sino
    que son las impulsoras, cuando no las únicas agentes, del
    proceso migratorio. Por otra parte, junto a la presencia de
    grupos familiares completos, nos encontramos con importantes
    segmentos de personas solas (sean solteras o casadas con la
    pareja en el país de origen). Estas situaciones generan,
    en un caso, un importante desgaste por las dificultades de
    reunificar o formar un núcleo familiar en España y,
    en otros, abren la oportunidad para el establecimiento de
    vínculos personales con personas de otras nacionalidades,
    españoles o migrantes de otras procedencias.

    Si atendemos a la edad de los extranjeros encontramos
    también grupos diferenciados. Por una lado, hay 516.500
    menores de 15 años, es decir, población en edad
    escolar que no puede ingresar al mercado de trabajo. Este 14% de
    los extranjeros es un indicador de la presencia significativa de
    familias, lo que supone una intención de asentamiento a
    medio o largo plazo puesto que traen a sus hijos o deciden
    tenerlos en España. Por otra parte, esta población
    genera demandas específicas a los sistemas educativo y
    asistencial del país: se necesitan plazas escolares,
    cobertura sanitaria, recursos para las
    familias en situación precaria, etc. Los mayores
    porcentajes de población infantojuvenil corresponden a los
    grupos procedentes de Marruecos, Ecuador, China y R. Dominicana.
    En el otro extremo de la pirámide de edades nos
    encontramos con 270.000 personas (el 7,3% del total) que tienen
    60 o más años, por tanto, se encuentran fuera del
    mercado laboral o a punto de retirarse y más expuestos a
    ser demandantes frecuentes de servicios
    sanitarios. Los colectivos más envejecidos proceden del
    Reino Unido y Alemania (la mitad de los empadronados supera los
    50 años), seguidos a distancia por las otras
    nacionalidades comunitarias. Más de la mitad de la
    población extranjera (52%) tiene entre 20 y 39
    años, la mayor parte ya ha completado su formación
    y muchos cuentan con experiencia ocupacional; se trata de una
    población volcada a la actividad laboral y escasamente
    demandante de prestaciones
    sociales (salvo el desempleo, al que
    de momento no tienen mucho acceso debido al tipo de empleos
    desempeñados). La mayor concentración de personas
    en este segmento de edad se registra entre rumanos, bolivianos y
    brasileños (en torno a dos tercios de cada nacionalidad),
    seguidos por ecuatorianos, marroquíes, búlgaros,
    peruanos y colombianos. En resumen, el grueso de la
    inmigración es en estos momentos joven, más que la
    población autóctona, aunque en su seno existen
    situaciones diferenciadas. En algunos casos encontramos una
    generación de abuelos (aunque sin hijos ni nietos
    residentes en España), en otros predominan los
    jóvenes solteros y en un tercer grupo encontramos familias
    completas en las que conviven dos generaciones, con hijos en edad
    escolar.

     

    6. Menores,
    escolarización y natalidad

    La recesión demográfica española se
    constata al observar la evolución descendente de la
    matrícula de alumnado autóctono en el sistema
    educativo no universitario. Entre el curso 1991-1992 y el
    2003-2004 el número de alumnos se redujo en 1,7 millones.
    En cambio, las plazas ocupadas por chicos y chicas de origen
    extranjero se incrementaron en 350.000. Estamos, pues, ante
    tendencias inversas pero de muy diferente orden de magnitud: la
    llegada de hijos de inmigrantes está lejos de
    contrarrestar la caída demográfica del alumnado
    español. El proceso contiene dos dimensiones
    significativas: por un lado, hay un incremento constante del
    porcentaje de alumnado extranjero; por otro, el sistema acoge
    cada curso un número menor de alumnos. En síntesis,
    hay mayor diversidad pero menos población con la que
    trabajar.

    Por tanto, recursos ociosos para dedicar a una tarea
    más compleja.

    Hasta 1996-1997 se incorporaban cada año en torno
    a unos 5.000 alumnos
    extranjeros al conjunto del sistema. En los dos cursos
    siguientes fueron algo menos de 10.000, en los dos posteriores
    más de 20.000 y a partir de 2001-02 se superan los 70.000
    en cada año (el mayor incremento se registró en
    2003-04 con 95.000 incorporaciones). Por tanto, aunque hay
    antecedentes desde hace tres lustros, el crecimiento más
    fuerte se concentra a comienzos del siglo: en 2000-01 el alumnado
    extranjero representaba el 1,9% del total, mientras que en
    2003-04 alcanzaba ya el 5,7%8. Esta última
    cifra era claramente superada en Madrid y Baleares (10%), La
    Rioja, Navarra, Murcia, la Comunidad Valenciana y Cataluña
    (entre 7,5% y 8%). En cambio, en Extremadura y Galicia no se
    llegaba al 2% de la matrícula total. La mitad de este
    alumnado (50,5%) es hijo de padres procedentes de países
    de América Latina (por tanto, de países
    castellanohablantes), el 25% de alguna nación
    europea y el 19% de África.

    )

     

    ¿Qué proporción de esta "segunda
    generación" es migrante (ha nacido en otro país y
    es trasladado a España por su familia) y
    cuántos han nacido aquí (por tanto, son hijos de
    extranjeros pero no migrantes)? No es posible responder con
    exactitud a la cuestión, aunque sí afirmar que por
    el momento la mayoría procede de la
    inmigración.

    Durante los seis años comprendidos entre 1998 y
    2003 nacieron en España 190.000 niños
    de madre extranjera. Casi 100.000 lo hicieron en los dos
    últimos años, por tanto no están aún
    en edad escolar (a partir de los tres años). No conocemos
    con precisión el volumen de nacimientos producidos antes
    de 1998, pero teniendo en cuenta la evolución de las
    cifras conocidas es seguro que entre
    1990 y 1997 el total no superará los 50.000. Por tanto, de
    los casi 400.000 hijos de extranjeros matriculados en el sistema
    educativo en 2003-2004 puede que alrededor de la cuarta parte
    haya nacido en España y el resto proceda de la
    inmigración. Puesto que estamos ante una estimación
    de trazos gruesos habrá que considerarla con muchas
    precauciones, pero al menos nos ofrece una primera
    aproximación al asunto. El hecho es que tenemos hijos de
    inmigrantes venidos de fuera y otros nacidos en España.
    Ambos grupos son un indicador de la voluntad de sus padres por
    afincarse, al menos a medio plazo, en este país.
    Más, si cabe, los del segundo caso, puesto que las madres
    deciden tener descendencia ya instaladas en el contexto de la
    migración.

    Mucho se ha hablado, casi siempre fuera de los medios
    académicos, del impacto positivo de la inmigración
    sobre el impulso a los alicaídos índices de
    natalidad autóctonos. ¿Qué hay de cierto en
    ello? En primer lugar, la creciente presencia de jóvenes
    mujeres inmigrantes ha supuesto un incremento del número
    de nacimientos en el país, de forma que su
    aportación pasó de ser el 4,2% en 1998 hasta el
    12,1% en 2003.

    En otros términos: en la actualidad más
    del 10% de los nacimientos son de madres extranjeras. Pero, en
    segundo lugar, este continuo incremento no va parejo con el de
    mujeres migrantes en edad fértil; por el contrario, la
    proporción nacimientos/mujeres no deja de bajar desde el
    año 2000. La explicación parece evidente: el gran
    número de inmigrantes recentísimas contribuye a
    moderar las tasas de nacimientos, puesto que en la primera etapa
    sus prioridades se centran en procurar su inserción
    laboral y social.

    Habrá que esperar un tiempo para
    confirmar si su presencia supone un nuevo impulso a la natalidad,
    si con la "integración" en la sociedad española se
    modera su aportación, o si se establecen diferentes
    combinaciones entre estas posibilidades. Por el momento,
    está claro que entre las mujeres comprendidas entre los 15
    y los 49 años, la tasa de nacimientos de las extranjeras
    es mayor que la de las españolas, aunque la diferencia ha
    disminuido de 2,4 veces en 2000 a 1,6 en 2003.

    La procedencia nacional de las madres ha cambiado
    paralelamente a la incorporación de nuevos flujos
    migratorios. En 1998, las mujeres marroquíes aportaban el
    26% de los nacimientos de las extranjeras, seguidas a muy larga
    distancia por francesas, portuguesas, alemanas, dominicanas y
    peruanas (entre 3-4% cada grupo). A partir de entonces se reduce
    la importancia relativa (no la absoluta) de las madres
    marroquíes que en 2003 siguen siendo mayoritarias pero
    aportan sólo el 19,7% de los nacimientos. En cambio, las
    ecuatorianas aparecen en 1999 con el 4,9% y muestran un
    crecimiento vertiginoso que en cinco años las sitúa
    casi a la par que las marroquíes (19,5%). Además,
    en la actualidad destacan también las madres colombianas
    (9%) y las rumanas (6,6%), seguidas por chinas y argentinas
    (3%).

    En la Tabla 4 se recoge el número total de
    nacimientos en función de la nacionalidad materna. Podemos
    constatar que de madres marroquíes y ecuatorianas nacieron
    algo más de 10.000 niños a lo largo de 2003; casi
    5.000 de colombianas, más de 3.000 de rumanas y por encima
    de 1.000 de argentinas, chinas, británicas, o peruanas.
    Más allá del volumen total de nacidos, resulta de
    interés comparar estas cifras con el conjunto de mujeres
    en edad fértil (entre 15 y 49 años); al hacerlo
    obtenemos una tasa de fecundidad especial9, que nos
    indica el porcentaje de nacimientos por cada cien mujeres en edad
    de procrear. El resultado obtenido se recoge en la última
    columna de la Tabla 4. Comprobamos que los volúmenes
    más elevados de fecundidad corresponden a las mujeres
    marroquíes (que duplican la media de todas las
    extranjeras) y a las chinas.

    Apenas por encima de la media se sitúan las
    ecuatorianas. En el extremo contrario, las tasas más bajas
    corresponden a alemanas y búlgaras. Esta es sólo
    una de las posibles indicaciones que nos muestran como el
    concepto "extranjeras" incluye una amplia diversidad de
    comportamientos sociales.

     

    Estas aportaciones de la inmigración al
    crecimiento vegetativo de la sociedad española tienen
    incidencia desigual desde el punto de vista espacial. Como
    veremos a continuación, existe una fuerte pauta de
    concentración de los migrantes en determinadas zonas de la
    geografía
    española. Además, en cada una de ellas difiere la
    composición por sexo, edades y orígenes nacionales.
    Por tanto, la incidencia de la natalidad es también
    diversificada. Desde el punto de vista de la cantidad de
    alumbramientos destacan las regiones que acogen más
    número de personas inmigradas: casi la mitad se registra
    en Madrid y Cataluña (el 23% en cada una), seguidas a gran
    distancia por la Comunidad Valenciana (12%) y Andalucía
    (10%). Pero si comparamos el volumen de nacimientos de las
    inmigrantes con el de las madres españolas obtenemos una
    visión más clara del aporte demográfico de
    las primeras en cada región. El impacto más fuerte
    se registra en Melilla (en 48 de cada 100 alumbramientos la madre
    era extranjera) y Ceuta (27,5%); a continuación aparecen
    Baleares, Madrid, Murcia, Cataluña y La Rioja (17 a
    20,5%). En Aragón, la Comunidad Valenciana y Navarra se
    supera por poco la media nacional (12%). En cambio, en
    Extremadura y Galicia las madres extranjeras aportan menos del 5%
    de los nacimientos y en Asturias, País Vasco y Cantabria
    apenas se supera esa cifra.

    Conviene, además, tener en cuenta que existe otro
    aporte a la natalidad que no hemos considerado por falta de
    mayores datos, pero que es importante consignar.

    Tomando como referencia las cifras de 2003 vemos que un
    9% de los nacimientos fueron de madre extranjera unida a un padre
    también extranjero; otro 3% de madre inmigrante con padre
    español, pero existe un tercer grupo que aporta otro 2%
    (9.300 nacimientos): son madres españolas unidas a padres
    extranjeros. Por tanto, los progenitores inmigrantes de ambos
    sexos aportaron un 14% de los nacimientos: el 9% fueron parejas
    extranjeras y el 5% parejas mixtas (entre autóctonos y
    extranjeros de ambos sexos). He aquí otro signo de
    diversidad social: la procedencia extranjera no implica
    necesariamente que la convivencia y la reproducción se realice en un medio
    familiar constituido sólo por inmigrantes.

     

    7. La distribución territorial:
    concentración territorial y composición
    diversa

    Cuatro de las provincias españolas (Madrid,
    Barcelona, Alicante y Valencia) acogen al 50% de la
    población extranjera; en esos mismos territorios reside
    sólo el 35% de la población total del país.
    Incluyendo las siguientes siete provincias con mayor volumen de
    extranjeros (Málaga, Murcia, Baleares, Tenerife, Las
    Palmas, Girona y Almería) nos encontramos con el 75% de
    los extranjeros y el 50% de la población total del
    país. Por tanto, los inmigrantes están
    especialmente concentrados en algunas zonas, concretamente
    Madrid, los dos archipiélagos y varias provincias del arco
    mediterráneo, desde Girona a Málaga. Esta pauta de
    concentración se ve fomentada por la existencia de tres
    tipos diferenciados de polos de atracción: las grandes
    ciudades de servicios (Madrid, Barcelona, Valencia), las comarcas
    con agricultura
    intensiva de regadío (Murcia y Almería) y algunas
    zonas costeras con gran oferta turística y auge de la
    construcción.

    El conjunto de los extranjeros suponía a
    comienzos de 2005 el 8,4% de la población total. Pero este
    valor promedio esconde situaciones muy diversas. En un extremo,
    la mayor proporción de extranjeros se encuentra en
    Alicante (18,5% de su población), Baleares, Almería
    y Girona (más del 15%) que doblan ?o casi- la media
    nacional. Les siguen Madrid, Málaga, Murcia,
    Castellón, Tarragona y Tenerife y (en torno al 12%). Cabe
    señalar que estos altos índices de "densidad
    migratoria" tienen composiciones diferenciadas: por ejemplo, en
    Alicante, Tenerife y Málaga algo más de la mitad de
    los extranjeros proceden del Espacio Económico Europeo o
    de Norteamérica10, en Baleares son el 43% y en
    Las Palmas más de la tercera parte de los empadronados. En
    cambio, en Madrid, Murcia o Barcelona la gran mayoría (en
    torno al 90%) es originaria de países no comunitarios. Por
    tanto, el primer grupo se caracteriza por una fuerte presencia de
    "residentes privilegiados" (por su estatuto jurídico, en
    tanto nacionales comunitarios, como por la posición
    económica de la mayoría: rentistas, propietarios de
    negocios o
    profesionales liberales) y el último por un claro
    predominio de los "inmigrantes económicos". Queda claro
    que la inmigración tiene diferente importancia y rostros
    distintos según la zona del mapa en la que focalicemos
    nuestra atención.

     

    Si ponemos nuestra atención no en el conjunto de la
    población extranjera sino en las principales
    nacionalidades encontramos pautas de asentamiento diversificadas,
    en función de cuáles son las provincias donde se
    ubican preferentemente. Las cinco más significativas, que
    presentan variaciones específicas según el
    colectivo nacional, son las siguientes: Pauta costera: Reino
    Unido
    : Alicante (35%) y Málaga (19%); resto de
    provincias (46%).

    • Alemania: Alicante (22%), Baleares (17%) y
      Tenerife (13%); resto (48%).
    • Pauta grandes ciudades y costa:
    • Francia: Barcelona (18%), Madrid (13%),
      Alicante (10%); resto (59%).
    • Italia11: Barcelona (22%), Madrid
      (13%), Tenerife (10%) y Baleares (9%); resto (46%).
    • Argentina: Barcelona (18%), Madrid (14%),
      Málaga (10%), Baleares y Alicante (8%); resto
      (50%).
    • Grandes ciudades:
    • China: Barcelona (28%), Madrid (27%); resto
      (45%).
    • Grandes ciudades y zonas rurales:
    • Marruecos: Barcelona (22%), seguida por Madrid
      (13%), más Murcia (9%), Girona y Almería (6% cada
      una).
    • Predominio de Madrid:
    • Ecuador: 34%, más Barcelona (16%) y
      Murcia (11%); resto (39%).
    • R. Dominicana: 41%, más
      Barcelona (22%); resto (37%) Perú: 46%,
      más Barcelona (30%); resto (24%).
    • Colombia: 27%, y Barcelona (11%); resto
      (62%).
    • Rumania: 30%, más Castellón (9%)
      y Valencia (6%); resto (55%).
    • Bulgaria: 24%, más Valencia (14%) y
      Alicante (7%); resto (55%).

     

    8. Inserción laboral:
    ¿nichos o movilidad?

    El empleo es uno de los objetivos
    principales de gran parte de los inmigrantes.

    Lamentablemente, hasta la fecha no contamos con
    instrumentos adecuados para conocer la situación. El
    habitualmente utilizado para analizar el mercado de trabajo es la
    Encuesta de
    Población Activa, elaborada por el INE, pero en el caso de
    la población inmigrante su cobertura ha sido hasta la
    fecha claramente deficitaria. A comienzos de 2005 el INE ha
    procedido a la revisión de las series trimestrales entre
    1996 y 2004, aplicando nuevas cifras de población total,
    tomando en cuenta la incidencia de los recientes flujos de
    inmigración. Según esta revisión, a finales
    de 2004 había, 1.809.000 extranjeros ocupados, 272.000
    desempleados y 646.000 inactivos con 16 o más
    años12.

    El afloramiento de casi un millón de ocupados
    extranjeros (la mitad de los que hasta entonces se
    contabilizaban) muestra las
    dificultades que ha tenido hasta la fecha la EPA para cubrir a
    este segmento de trabajadores y señala la poca utilidad de
    esta herramienta para analizar lo ocurrido en los últimos
    años. Al parecer las cosas mejorarán a partir del
    primer trimestre de 2005.

    Utilizando el último dato de esta fuente podemos
    confirmar que la tasa de actividad de los inmigrantes (76,2%) es
    considerablemente más alta que la de los españoles
    (55,2%). Esta circunstancia se explica por la gran
    concentración de extranjeros en los grupos de edad activa,
    así como por su proyecto vital
    centrado en la emigración como medio para mejorar su
    situación económica. Las tasas de desempleo son
    también más elevadas, pero en este caso las
    diferencias son menores (14% y 9,8%, respectivamente). Por tanto,
    el grueso de los inmigrantes en edad laboral está presente
    en los mercados de trabajo locales.

    Las altas laborales en la Seguridad
    Social tienen, en principio, mayores limitaciones que la EPA
    pues sólo incluyen los empleos regularizados. Sin embargo,
    en la práctica hasta ahora han contabilizado
    volúmenes similares de empleo de los extranjeros;
    además los datos disponibles presentan hasta la fecha
    mayor grado de desagregación en función de la
    nacionalidad de los trabajadores. No obstante, hay que tener en
    cuenta que las cifras se refieren a poco más de la mitad
    de los realmente ocupados: el resto permanece hasta la fecha en
    las sombras de los empleos sumergidos.

    Entre 1999 y 2004, apenas cinco años, el
    número total de extranjeros con alta laboral en la
    Seguridad Social pasó de 335.000 a 1.048.000 (ver Tabla
    4)13. En 1999 42 de cada cien residentes (los
    únicos que pueden aspirar a un puesto de trabajo
    regularizado) estaban dados de alta; en 2004 el porcentaje
    ascendió al 57%. El carácter "económico" de
    la inmigración reciente se así hace evidente. En
    todo este periodo la proporción entre sexos se ha
    mantenido con escasas variaciones: el 64% son hombres y el 36%
    mujeres.

    El 85% de esta población tiene entre 25 y 54
    años de edad (grupo que sólo reúne al 78% de
    los trabajadores autóctonos), el 11% entre 16 y 24
    años, y apenas un 4% supera los 55 años (el 11% de
    los autóctonos). Por tanto, en conjunto, se trata de una
    mano de obra más joven, que se concentra especialmente en
    la franja de edad comprendida entre los 20 y 40
    años.

    En este período se ha modificado la
    composición de esta mano de obra en función de su
    origen. En 1999 el 38% procedía del Espacio
    Económico Europeo, el 31% de África y el 19% de
    América Latina. En cambio, en 2004 el principal
    contingente era el latinoamericano (35%), seguido por europeos
    occidentales y africanos (23% cada uno). También se
    incrementó la importancia de los originarios del resto de
    Europa (de 4,5% a 11%) y disminuyó levemente la de los
    trabajadores asiáticos (de 9% a 7%). Casi la tercera parte
    procede de sólo dos países: Marruecos y
    Ecuador.

    Otro 26% es originario de Colombia, Rumania, Reino
    Unido, Perú e Italia. El 43%
    restante se distribuye entre una amplia lista de
    nacionalidades.

     

    La evolución de los trabajadores de alta muestran
    una progresión constante de los inscritos en el
    Régimen General (asalariados no agrícolas, excepto
    servicio
    doméstico), que ha pasado de incluir el 50% de los
    trabajadores en 1999 al 71% en 2004. En cambio, han perdido
    importancia los demás regímenes, principalmente los
    de trabajadores autónomos (de 18% a 11%) y de empleados de
    hogar (de 13% a 7%) y en menor medida el de trabajadores agrarios
    (de 13% a 11%). En otros términos: la incorporación
    del reciente flujo de trabajadores que ocupan puestos en el
    marcado de trabajo regular
    se ha realizado en trabajos
    asalariados ajenos a la agricultura y el servicio
    doméstico. ¿En qué ramas de actividad?
    Básicamente en construcción, hostelería,
    "otras actividades empresariales" y comercio. Las
    ramas en las que más ha crecido el empleo son:
    construcción, transporte,
    saneamiento público y varias actividades industriales.
    Estos datos sugieren que en ese mercado formal existe una
    cierta tendencia a la movilidad laboral de los extranjeros desde
    ciertos nichos iniciales (jornalero agrícola, empleada
    doméstica) y un mantenimiento
    de otros (construcción y hostelería), hacia una
    mayor variedad de empleos en los servicios y la industria.
    Esta relativa tendencia a una "normalización" de los
    ámbitos de empleo tropieza con importantes escollos. Por
    un lado, sólo nos estamos refiriendo a los empleos menos
    sumergidos, y es altamente probable que la gran masa de
    irregulares presente elevados índices de ocupación
    en la agricultura y el servicio doméstico. Por otro, los
    nuevos ámbitos de empleo se caracterizan ?por lo general-
    por condiciones de trabajo precarias y retribuciones
    bajas.

    Dada la recentísima llegada del grueso de la
    inmigración y la falta de cobertura de las principales
    fuentes destinadas a medir las tendencias sociolaborales, no
    estamos en condiciones aún de prever hacia dónde
    conducen las actuales tendencias. ¿La inserción
    laboral en empleos "de baja calidad" es
    propia de una fase inicial del asentamiento migratorio?
    ¿Existen cauces para una movilidad generalizada o
    más bien trabas para incluir a la mayoría de los
    inmigrantes en "nichos" más o menos cerrados? Más
    aún, ¿estamos ante una dinámica de segmentación(es) étnica(s) de la
    mano de obra, que reserva los mejores puestos a la
    población autóctona ?y a los europeos comunitarios-
    y los peores a una gradación jerarquizada de inmigrantes
    de diversas procedencias? ¿O más bien las actuales
    condiciones de trabajo de la mayor parte de los inmigrantes son
    un preanuncio de las tendencias que acabarán afectando al
    conjunto de la mano de obra, inmigrada o autóctona? A
    falta de respuestas definitivas, cabe señalar que en las
    últimas décadas el importante crecimiento
    económico español ha estado
    acompañado por ciertas características del mercado
    de trabajo que no apuntan a superar desigualdades y mecanismos de
    precarización y exclusión. Baste citar aquí
    las elevadas tasas de empleo temporal (más del 30% de los
    asalariados), de empleo sumergido (que algunos han estimado en
    torno al 30% de los ocupados), las importantes cifras de
    desempleo estructural (20% en épocas de crisis, 11% en
    momentos de bonanza) o la significativa polarización de
    los salarios14.

     

    9. ¿Qué
    balance?: extranjeros, trabajadores, cotizantes, consumidores?
    ¿ciudadanos?

    Esta apretada síntesis no puede dar cuenta de
    todos los "impactos" de estos fenómenos migratorios sobre
    su entorno social inmediato (en España) ni, mucho menos,
    en el más alejado (los países de origen), pero
    podemos abordar algunas de las cuestiones que más se
    suscitan en las opiniones públicas.

    ¿Los trabajadores migrantes "quitan empleos" a
    los autóctonos? ¿o realizan los que estos ya no
    quieren ocupar?. Si atendemos a los datos recientemente
    actualizados de la EPA comprobamos que desde comienzos de 1997
    hasta finales de 2004 las personas ocupadas aumentaron en 4,6
    millones. Suponiendo generosamente que en ese período se
    hayan incorporado 1,5 millones de inmigrantes restan más
    de 3 millones de empleos a ser cubiertos por la mano de obra
    autóctona. En el mismo periodo el conjunto de la
    población en edad de trabajar (la demanda potencial)
    aumentó en 3,2 millones; si de esta cifra descontamos a
    los y a los españoles que no ingresan al mercado de
    trabajo (estudiantes, incapacitados, etc.) los demandantes
    autóctonos fueron bastante menos de 2 millones. Por tanto,
    parece claro que ?al menos durante el último ciclo
    expansivo- la inmigración no "quita" empleos en el
    conjunto de la sociedad, puesto que los españoles que
    entraron al mercado laboral son menos que el número de
    empleos creados y no ocupados por extranjeros15. Otra
    cosa es lo que pueda ocurrir en ciertas ramas de actividad y en
    algunos mercados de trabajo locales. En todo caso, lo que
    interesa es mostrar que los trabajadores extranjeros se
    incorporan a una sociedad en movimiento, no a un stock
    fijo de empleos en el que la ocupación de unos significa
    necesariamente el desplazamiento de otros. La pregunta inicial,
    por tanto, debería reconducirse hacia otra de este tenor:
    ¿qué tipos de empleo son los que se están
    generando en este período de crecimiento, aprovechando la
    llegada de una nueva oferta de mano de obra?.

    Por otro lado, ¿qué "aportan" y qué
    "quitan" los inmigrantes a la sociedad de destino? La
    cuestión no tiene respuestas unívocas y depende de
    los aspectos (económicos, demográficos, de
    convivencialidad, etc.) y de las dimensiones (macro o micro
    sociales) analizadas. Pero algunas pistas tenemos para
    orientarnos al respecto. Por una parte, España (y toda
    sociedad que recibe inmigrantes) "gana" cuando llegan personas ya
    socializadas (escolarizadas y/o con experiencia laboral) para
    incorporarse directamente a los mercados de empleo.
    También cuando se trata de población en su mayor
    parte joven y sana, que aporta ?vía cotizaciones sociales
    y consumo
    más de lo que consume ?vía prestaciones sociales o
    sanitarias-16. Esto en cuanto a los flujos entre las
    administraciones y los nuevos residentes. Respecto a los
    intercambios privados es evidente que los inmigrantes consumen en
    distintos rubros (vivienda, alimentación,
    transporte, vestido, etc., pero también abren cuentas
    bancarias, compran vehículos, material escolar, etc.); por
    tanto, revierten en su ámbito próximo una parte
    importante de sus ingresos y, no
    pocas veces, contribuyen a relanzar las expectativas de sectores
    alicaídos de la oferta.

    No obstante, suele argumentarse que no consumen todo lo
    que pudieran puesto que "detraen" una parte de sus ingresos
    enviándolos al exterior, a sus familiares en los
    países de origen. Topamos aquí con el importante
    asunto de las remesas. Estas han experimentado, junto con el
    volumen de inmigrantes, un incremento espectacular: en 1993
    fueron 253 millones de euros, en 1997 llegaron a 520 millones, en
    2003 a 2.895 millones y en 2004 3.436 millones (sólo entre
    1997 y 2004 el crecimiento fue del 560% y el número
    agencias especializadas en el envío de remesas se
    quintuplicó entre 1999 y 200317). El Banco de
    España, el ente que elabora estas estadísticas, estima que las remesas
    "potenciales" ?las que efectivamente se envían- pueden
    doblar la magnitud de las controladas por los circuitos
    financieros, debido a los mecanismos informales y no declarados.
    El volumen real podría haber alcanzado los 6.500 millones
    de euros en 2003, aunque que entre el 10% y el 15% de esta suma
    queda en manos de las entidades intermediadoras. Esta cifra
    supera con holgura el total de fondos destinados por el estado
    español a la llamada "ayuda al desarrollo",
    lo que da una idea de su magnitud así como del impacto
    positivo que pueden tener para las economías de los
    países de origen.

    Si estuvieran canalizadas hacia inversiones
    productivas en beneficio de los sectores sociales de los que
    proceden los emigrantes, podrían convertirse en "palanca
    de desarrollo" e, indirectamente, en un mecanismo que debilite
    las urgencias migratorias de una parte de la población.
    Esta posibilidad nos permite visualizar las remesas como un
    instrumento que pudiera beneficiar a ambas sociedades (la de
    origen y la de destino) en lugar de ser percibida sólo
    como un déficit para la de destino. Conviene
    también tener en cuenta que la casi olvidada
    emigración española en el extranjero actualmente
    sigue aportando más a la economía nacional
    que lo que sale por remesas de los extranjeros aquí
    radicados (4.171 millones frente a 2.895 millones, MORÉ,
    op. cit.), al menos según las estadísticas
    oficiales.

    En definitiva, la inmigración de origen
    extranjero está aportando diversas novedades a la estructura
    social española. Puesto que se trata de un proceso en
    marcha, y de carácter reciente, no siempre es posible
    hacer balances precisos acerca de su significación. Lo que
    sí resulta claro es que buena parte de estos nuevos
    vecinos han llegado para quedarse, incluso aquellos que vienen
    con un proyecto de corto plazo van encontrando alicientes para
    permanecer y/o dificultades para regresar; en todo caso hay que
    contar con ellos como una parte integrante de la sociedad
    española. De hecho lo son en diversos ámbitos:
    trabajan, aunque no siempre cómo y dónde quisieran,
    consumen, pagan impuestos,
    dinamizan barrios y sectores productivos, algunos se casan con
    personas autóctonas? Son, en definitiva, vecinos y
    conciudadanos. Aunque no del todo: por un lado, una franja
    importante queda condenada ?aunque "sólo" sea por unos
    años- a la irregularidad; por otro, los que tienen papeles
    quedan al margen -salvo los que optan por la nacionalidad
    española- de uno de los derechos constitutivos de la
    ciudadanía moderna: no pueden votar ni,
    menos aún, ser elegidos. Incluso si cuentan con un permiso
    de residencia permanente. Pueden quedarse aquí toda su
    vida, tener descendencia, trabajar, percibir prestaciones
    sociales, jubilarse? pero no ser parte activa de la comunidad que
    puede decidir hacia dónde deben orientarse las prioridades
    de esta sociedad. Así, casi el 10% de la población
    del país está privada de los derechos plenos de
    ciudadanía; a pesar de ello, esta sociedad no parece
    albergar dudas acerca de su carácter plenamente
    democrático. Quizás, a través de la pregunta
    por la inmigración, deberíamos acabar
    interrogándonos por el tipo de sociedad que estamos
    construyendo.

     

    Notas

    *Publicado en Panorama Social, Nº 1, junio
    2005, págs. 32-47.

    1. Correo
    electrónico: ioe[arroba]colectivoioe.org Sitio en
    Internet:
    www.colectivoioe.org

    2. Existe cierta imprecisión en los datos
    disponibles: a finales de 1992 el gobierno contabilizaba algo
    más de 1,6 millones de españoles en el exterior
    mientras que en 1997 y 1998 los situaba en torno a los 2
    millones. Este incremento no se debe a un nuevo impulso
    emigratorio sino a cambios en las modalidades de registro,
    reemplazando los censos de los países de destinos por los
    registros consulares españoles (ver los distintos Anuarios
    de Migraciones editados por el Ministerio de Trabajo y Asuntos
    Sociales).

    3. Los españoles nacidos en otro país
    (inmigrantes nacionalizados y descendientes de españoles)
    se multiplicaron apenas un 22%. No es fácil discernir en
    este grupo entre quienes llegaron ya con pasaporte español
    y quienes se nacionalizaron después de ser residentes.
    Sabemos que de los 660.000 españoles nacidos en el
    extranjero al menos 360.000 pertenecen al segundo
    grupo.

    4. Esta figura permitirá regularizar a los
    trabajadores que acrediten al menos dos años de estancia
    continuada en el país y un año de relación
    laboral demostrable. Es decir, los inmigrantes deberán
    denunciar a sus empleadores para poder justificar la existencia
    del vínculo laboral? poniéndolo en riesgo a
    través de un enfrentamiento con los patronos. Aquí,
    como en el caso de la "normalización" se parte del
    supuesto de que el empleo irregular ?una vez puestas en marcha
    estas medidas- se explica sólo por la "mala voluntad" de
    la parte contratante (nunca por causas estructurales que hacen
    poco viables cierta clase de
    empleos y empresas
    regularizados). Una vez detectados, y sancionados, estos
    "fallos", se supone que los empleos serán regularizados
    automáticamente. Como si no existiese el riesgo,
    más que cierto, del despido, la desaparición y
    transformación de la empresa, o la
    amortización del puesto de
    trabajo.

    5. Con seguridad los "verdaderos" italianos son
    bastantes menos, ya que sólo el 47% nació en
    Italia. El resto son descendientes de emigrantes italianos
    procedentes casi siempre de América Latina (en esta
    situación destacan algo más de 31.000 nacidos en
    Argentina).

    6. Por nacionalidades, entre enero de 2001 y 2005 los
    incrementos mayores correspondieron a los inmigrantes de Bolivia
    (1.363%), Rumania (894%), Bulgaria (659%), Ucrania (531%) y
    Uruguay (516%). El incremento medio del conjunto de extranjeros
    fue, en el mismo periodo, de 169%.

    7. Conviene matizar que casi 300.000 de estos "sin
    papeles" son ciudadanos de alguno de los 24 miembros actuales de
    la Unión Europea. Estos no necesitan un permiso de trabajo
    para emplearse en España y el trámite de residencia
    no ofrece mayores dificultades. Por tanto, su situación
    obedece, para la mayoría, a un desinterés por la
    obtención de un permiso de residencia y, para la
    minoría, a la situación de los comunitarios
    "sobrevenidos": inmigrantes de los estados que acaban de ingresar
    a la U.E. y aún no han tenido tiempo de actualizar su
    situación administrativa.

    8. Aunque no existen cifras para el curso 2004-05 el
    ministerio de Educación estima que
    "el alumnado extranjero se aproximará al medio
    millón en los niveles no universitarios" (MEC, Datos y
    cifras. Curso escolar 2004/2005
    , pág. 14). Esta cifra
    supondría un incremento de unos 150.000 nuevos alumnos, y
    la elevación del porcentaje de extranjeros hasta el 7,2%
    de la matrícula total.

    9. "Especial" porque la tasa de fecundidad se obtiene
    habitualmente relacionando el número de niños
    menores de 15 años con el total de mujeres en edad
    fértil.

    10 Los datos de avance del padrón Municipal de
    2005 no distinguen todas las nacionalidades de los extranjeros, y
    agrupa entre el "resto de europeos" a originarios de
    países occidentales y prósperos con algunos de la
    Europa oriental. Por ello, en nuestro mapa las magnitudes
    designadas como "primer mundo" incluyen sólo a los
    nacionales de países de la U.E. más Noruega,
    Estados Unidos
    y Canadá. El resto ha sido catalogado como extranjeros del
    "tercer mundo".

    11. Conviene recordar que un tercio de los extranjeros
    con nacionalidad italiana ha nacido en Argentina.

    12. En definitiva, la EPA detecta 2,7 millones de
    extranjeros mayores de 15 años a finales de 2004, cifra
    que se aproxima a los 3,1 millones mayores de 15 años
    empadronados en enero de 2005.

    13. En el primer trimestre de 2005 sumaban 1.124.000.
    Mientras tanto, la EPA contabilizaba casi 1,9 millones de
    extranjeros ocupados; la diferencia indicaría la
    existencia de al menos 700.000 empleos sumergidos (no dados de
    alta ante la Seguridad Social).

    14. Según la última estadística de salarios del
    Instituto de Estudios Fiscales ?que sólo incluye los
    salarios declarados-, correspondiente al año 2003,
    el 27,9% de los asalariados cobró menos que el salario
    mínimo (el SMI) percibiendo unos ingresos medios mensuales
    de 220 euros por persona; en tanto
    que el 3% con salarios más elevados ganó una media
    mensual de 6.100 euros. La masa salarial de este último
    grupo (medio millón de personas) fue tres veces mayor que
    la del primer grupo (de casi cinco millones de trabajadores). La
    diferencia de salario medio entre ambos extremos fue de 1 a 28.
    Ver INSTITUTO DE ESTUDIOS FISCALES (2005).

    15. Esta circunstancia se refuerza al comprobar que
    durante el periodo el número total de desempleados
    disminuyó en 1,25 millones de personas.

    16. Contamos en nuestro país ya con algún
    estudio que lo demuestra, aunque sus cifras hayan quedado algo
    desactualizadas por la magnitud de las llegadas más
    recientes Ver Aparicio y Tornos,
    2001.

    17. Pasaron de 10 a 55, y cuentan con 6.700 locales en
    todo el país (MORÉ, 2005). Por tanto,
    también generan cierto número de empleos y de
    consumo (alquiler de locales, de líneas
    telefónicas, etc.).

     

    Bibliografía
    citada

    APARICIO, R. y TORNOS, A. (2001): La
    inmigración y la economía española
    ,
    Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid (texto completo
    en

    COLECTIVO IOÉ (2002): Inmigración,
    escuela y mercado
    de trabajo. Una radiografía actualizada
    ,
    Fundació "La Caixa", Col. Estudios Sociales, Nº 11,
    Barcelona (texto completo en http://www.colectivoioe.org).

    COLECTIVO IOÉ (1999): Inmigrantes,
    trabajadores, ciudadanos
    . Patronato Sud/Nord, Universidad de
    Valencia (texto completo en http://www.colectivoioe.org)
    IZQUIERDO, A. y LÓPEZ DE LERA, D. (2003): "El rastro
    demográfico de la inmigración en España:
    1996-2002", en Papeles de Economía Española,
    Nº 98, págs. 68-93.

    MORÉ, I. (2005): Las remesas de los emigrantes
    en España: una oportunidad para la acción
    exterior
    , Documento de Trabajo 3/2005, Real Instituto Elcano,
    Madrid.
    http://www.realinstitutoelcano.com/documentos/167/Mor%E9%20pdf.pdf

     

    Fuentes
    estadísticas

    INSTITUTO DE ESTUDIOS FISCALES (2005): Mercado de
    trabajo y pensiones en las fuentes tributarias: 2003
    ,
    en http://www.aeat.es.

    DIRECCIÓN GENERAL DE LAS MIGRACIONES, Ministerio
    de Trabajo y Asuntos Sociales (http://www.mtas.es/migraciones/anumigra/default.htm)
    Anuario de migraciones.

    INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA
    (http://www.ine.es/inebase)
    Censo de Población y Viviendas (1971, 1981, 1991)
    Padrón Municipal de Habitantes Encuesta de
    Población Activa

    MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIA
    (http://wwwn.mec.es/mecd/jsp/plantilla.jsp?id=35&area=estadisticas).

    Estadísticas de la educación en
    España.
    Datos y cifras. Curso escolar 2004-2005
    .

    OBSERVATORIO PERMANENTE DE LA INMIGRACIÓN,
    Secretaría de Estado de Inmigración y
    Emigración, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales
    (http://extranjeros.mtas.es/es/general/DatosEstadisticos_index.html).

    Anuario Estadístico de Extranjería.
    Extranjeros con autorización permiso de residencia en
    vigor.
    Boletín Estadístico de Extranjería e
    Inmigración.

     

    Colectivo Ioé
    (Miguel Ángel de
    Prada, Walter Actis y Carlos Pereda)


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