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Irracionalismo en América Latina. Democracia y Filosofía de la Liberación latinoamericana



Monografía destacada

    1. Introducción
    2. Irracionalismo
    3. La
      Democracia Latinoamericana 
    4. La
      filosofía de la liberación
      latinoamericana

    INTRODUCCION

    El pensamiento
    latinoamericano en su trayectoria ha evidenciado una marcada
    tendencia progresiva de contenido humanista. Ese humanismo se
    ha hecho mucho más patente en momentos en que las
    circunstancias históricas lo han demandado en mayor
    medida. Esto pudo apreciarse desde sus orígenes en
    aquellos primeros momentos en que se debatió tanto la
    condición humana de los aborígenes de esta
    región, los argumentos en favor del respeto a sus
    derechos,
    así como la justeza o no de la importación de esclavos africanos o
    asiáticos. Posteriormente la recepción y desarrollo del
    marxismo en
    estas tierras se explicaría no sólo por la
    continuidad de aquellas ideas sino porque las nuevas condiciones
    sociales los engendraban.

    Los países latinoamericanos en su mayoría
    recién emergentes en su relativa independencia
    política aspiraban de alguna forma a reproducir las
    vías y modelos de
    desarrollo provenientes de aquellos centros del capitalismo
    mundial, sin percatarse fácilmente de tal imposibilidad
    por constituir precisamente ellos una de las condiciones
    básicas de la prosperidad de estos
    últimos.

    Por tal motivo era lógico que el liberalismo, y
    no el socialismo,
    constituyese el paradigma
    preferente de la mayor parte de los pensadores latinoamericanos
    que honestamente añoraban la plena realización de
    las consignas aún etéreas de libertad,
    fraternidad e igualdad que
    desde el siglo anterior alimentaban el humanismo
    burgués.

    Los presupuestos
    del socialista aun cuando eran comprendidos
    filantrópicamente por un sector muy reducido de la
    intelectualidad latinoamericana, por lo general no eran
    compartidos por considerarse no solamente ilusos, sino ante todo
    distantes de los criterios de lo que se consideraba -y aún
    hoy en día con el derrumbe del «socialismo
    real» se realimentan- la naturaleza
    individualista y no colectivista del hombre.

    Irracionalismo

          La evolución de las especies es algo tan
    probado como la esfericidad de la Tierra, y
    solo desde la ignorancia más supina y el irracionalismo
    más obtuso (ingredientes básicos del
    fundamentalismo judeocristiano) se puede negarla o pretender que
    hay otras explicaciones de la biodiversidad
    y del origen del
    hombre igualmente verosímiles. Proponer el "diseño
    inteligente" como alternativa a la evolución equivale a
    decir que el modelo
    copernicano es solo una de las posibles interpretaciones del
    Sistema Solar, y
    que el modelo geocéntrico de Ptolomeo tiene el mismo
    derecho a ser enseñado en las escuelas.

    Que Bush no destaca precisamente por su inteligencia
    preclara, es algo que él mismo se encarga de demostrar
    todos los días; pero no es posible que todos sus asesores
    sean tan estúpidos como él. Algo tan grave como el
    cuestionamiento oficial del darwinismo no puede ser una mera
    torpeza. Es algo mucho peor: es una deliberada apuesta por el
    irracionalismo. Y una apuesta muy fuerte, un auténtico
    órdago contra la razón, como cuando Millán
    Astray, expresando mejor que nadie la esencia del fascismo,
    gritó "Muera la inteligencia, viva la muerte". Un
    grito de terror y desesperación (al fin y al cabo, un
    fascista no es más que un burgués asustado), un
    graznido de pájaro necrófilo, como dijo Unamuno;
    porque la razón es la muerte del
    fascismo, y la muerte es su única razón.

    Si aceptamos una falacia, las aceptamos todas (si dos y
    dos son cinco, yo soy el Papa: 2+2=5, luego 2+2=2+3, luego 2=3,
    luego 1+1=2+1, luego 1=2; el Papa y yo somos dos, pero como 2=1,
    el Papa y yo somos uno, luego yo soy el Papa). Si la presencia de
    fósiles no confirma la evolución de las especies,
    la ausencia de armas de
    destrucción masiva no desmiente que Iraq sea una
    amenaza para la seguridad de
    Estados
    Unidos.

    Si las evidentes cadenas darwinianas son cuestionables,
    la evidente cadena de causas y efectos que conecta el cambio
    climático (cuyo principal responsable es Estados Unidos)
    con la proliferación de huracanes también se puede
    cuestionar.

    Hay un Dios bondadoso que ha hecho que las flores huelan
    bien y las manzanas sean comestibles. Hay unas fuerzas del mal
    inspiradas por el diablo que es necesario combatir arrasando
    países enteros, expoliando, asesinando, torturando,
    violando… Y hay huracanes cada vez más violentos y
    devastadores porque los designios del Señor son
    inescrutables.

    La verdad es revolucionaria, y por eso los fascistas (al
    igual que los socialdemócratas, los posmodernos, los
    relativistas…) no la toleran. Para el poder,
    la ciencia es
    imprescindible como instrumento de dominación, pero tiene
    un inconveniente: busca siempre la verdad (y a veces la
    encuentra), desenmascara los errores y las falacias, descubre las
    relaciones entre causas y efectos… Por eso el fascismo tiene
    hacia las ciencias la
    misma actitud que
    hacia las masas: las necesita y las cultiva, pero a la vez las
    teme y las desprecia. Y cuando no puede manipularlas, intenta
    silenciarlas.

    El fascismo es, en última instancia, la ideología de la fuerza (que,
    hoy más que nunca, es ante todo la fuerza bruta del
    capital: por
    eso ahora el fascismo se autodenomina neoliberalismo). El dominio y la
    supervivencia del más fuerte, es decir, del más
    rico.

    Paradójicamente, el neofascismo estadounidense,
    que cuestiona el darwinismo, es puro darwinismo social, intenta
    imponer la despiadada ley del
    más apto en el único ámbito en el que deja
    de ser válida, derogada por la razón y la ética. La
    torpeza de las fuerzas de seguridad en el salvamento de las
    víctimas del Katrina (es decir, del cambio
    climático, es decir, del capitalismo) frente a su brutal
    eficacia en la
    represión de los hambrientos, no es una paradoja ni un
    fallo administrativo: es una opción política coherente
    con las "guerras
    preventivas" y las "cruzadas antiterroristas".

    En el otro extremo del espectro ético y
    sociopolítico, esperanza y ejemplo de la humanidad, los
    mil médicos cubanos con sus mochilas preparadas para
    acudir en ayuda de sus hermanos estadounidenses. Una ayuda que el
    Gobierno de
    Estados Unidos no permitirá que llegue a los damnificados.
    Por evidentes motivos de seguridad: tal como están las
    cosas, los médicos cubanos podrían salvar muchas
    vidas, y ese es un riesgo que la
    Casa Blanca no está dispuesta a correr.

     La Democracia
    Latinoamericana 

    Siempre es difícil hablar de Latinoamérica como unidad. Hay varias
    Américas Latinas, tan diferentes como pueden serlo
    naciones tan distantes como Honduras y Uruguay, o tan
    vecinas como Chile y Bolivia. Pero
    de una nación
    pequeña, Nicaragua puede surgir un enorme poeta, Rubén
    Darío, y de países muy grandes, dictadores muy
    pequeños: Pinochet, Videla… Hay, a pesar de todo, rasgos
    que nos unen. La lengua
    castellana. El mestizaje en diversos grados. Una cultura
    compartida que rehúsa los casilleros nacionalistas:
    Darío, Martí,
    Neruda, Borges, Orozco y
    Niemeyer, Carlos Gardel y Agustín Lara, son de todos. Y
    una difícil, empinada y empeñosa lucha por la
    libertad. En el primer foro Ibero América
    celebrado en México a
    fines de noviembre pasado, el Presidente Sanguinetti dejó
    para la posteridad (valga la redundancia) una frase
    célebre: El futuro ya no es lo que era antes. En efecto,
    el nuevo paradigma, como lo llamó en esa misma
    ocasión Felipe González, ha cambiado y
    desafía a nuestras imaginaciones. Pero si un pueblo tiene
    derecho a su futuro, según Michelet, también tiene
    derecho a su pasado. Si contásemos nuestro cuento,
    empezaríamos diciendo "Había una vez un vasto
    imperio colonial, el más grande conocido hasta entonces,
    que se extendía de la Alta California al Cabo de
    Hornos"… Durante tres siglos, el imperio español
    del Nuevo Mundo pasó por la conquista y
    evangelización de los pueblos sometidos, pero
    también por su defensa y protección.

    Se crearon grandes ciudades, imprentas, universidades y
    al arte del barroco. Se
    crearon grandes servidumbres en la mina y en la hacienda. Y se
    fueron integrando sociedades de
    grandes desigualdades, con el peonaje indio y la esclavitud negra
    en la base y con la élite criolla en la cima. Los
    Austrias, hasta 1700, gobernaron a sus colonias de manera lejana
    y paternalista. Los Borbones, a partir de la Guerra de la
    Sucesión española, gobernaron de manera
    entrometida, exigiendo que las colonias sirvieran a España y
    no a sí mismas, expulsando a los jesuitas e
    irritando a la élite criolla, protagonista de las
    revoluciones de independencia
    que culminaron hacia 1821 con la unidad colonial
    prácticamente intacta, pero sin el techo protector de la
    corona de España. A la intemperie, improvisamos leyes para una
    nación
    ideal y nos olvidamos de la nación real.

    "La Constitución de Colombia fue
    escrita para los ángeles, no para los hombres",
    escribió Víctor Hugo. Culturalmente, le dimos la
    espalda a la tradición española por opresiva y a
    las tradiciones negras e indígenas, por bárbaras.
    Incurrimos en lo que Gabriel Tarde llamaría la
    "imitación extralógica". A la intemperie, oscilamos
    dramáticamente entre la anarquía y la dictadura,
    entre la libertad y el miedo, como dijese el recientemente
    desaparecido Germán Arciniegas.

    El vacío sólo podía ser llenado por
    la cultura, el Facundo de Sarmiento y el Martín
    Fierro de Hernández, los retratos de Bustos y los
    grabados de Posada, las novelas de Blest
    Gana y Manuel Payno, la poesía
    de Darío y los modernistas, los estudios de Mora y Bello.
    El abismo sólo podía ser colmado por la
    creación de estados nacionales.

    . Debió atender a demasiadas clientelas: el
    sector
    público, el sector privado, el sector militar, la
    clientela popular organizada, la clientela extranjera de
    acreedores… La guerra
    fría complicó y a veces paralizó el
    encuentro de Estado,
    sociedad y
    democracia.

    En aras de la doctrina de seguridad continental de los
    EE.UU., todo reclamo social fue tachado de "comunista" y toda
    dictadura militar
    de "salvadora".El fin de la guerra fría dio lugar a
    rápidos avances hacia eso que Sanguinetti ha llamado "la
    extravagante normalidad democrática". El Estado se
    adelgazó se abrió al mundo y siguió políticas
    estrictas en la macroeconomía.

    El tercer sector la sociedad civil se
    organizó cada vez más y mejor, abriendo
    oportunidades más allá de las actividades propias
    del Estado y del sector privado. Pero a veinte años de la
    crisis de la
    deuda y a diez del término de la guerra fría, la
    democracia latinoamericana está en peligro. Persiste la
    anormalidad de la injusticia y de la pobreza.
    Ciento noventa y seis millones de latinoamericanos sobreviven con
    ingresos de
    sesenta dólares o menos al mes. Noventa y cuatro millones
    se hunden en la pobreza extrema
    con ingresos menores de treinta dólares al mes. (Informe de la
    Comisión Aylwin a la Conferencia de
    Copenhague).

    El veinte por ciento de la población más rica percibe ingresos
    doce veces mayores al veinte por ciento más pobre, la tasa
    de la mortalidad infantil es de treinta por mil versus seis por
    mil en los países de la OECD y el promedio educativo es de
    sólo cinco a siete años. (Informe de Guillermo
    Ortiz, director del Banco de
    México). Añade la Comisión Aylwin: Crecen el
    desempleo y la
    marginación urbana. Descienden los salarios.
    Quiebran las clases medias. Nos recuerda Raúl Padilla: el
    cincuenta por ciento de los latinoamericanos que inician la
    primaria, no la terminan.

    La
    filosofía de la liberación
    latinoamericana

    Si bien es cierto que el tema de la cultura tomó
    progresivo interés en
    el pensamiento latinoamericano especialmente en las
    últimas décadas del siglo XX  y hoy en
    día abunda la literatura que se dedica a
    su estudio; no debe ignorarse que las reflexiones sobre el lugar,
    los valores y
    los problemas de
    la cultura en general y en especial  de su
    especificidad   en "Nuestra América" son de
    vieja data.      Los 
    cuestionamientos  sobre las  particularidades y
    significación  de dicha cultura no han aflorado
    siempre con la misma magnitud e intensidad, ya que su
    formulación ha estado siempre en dependencia de
    determinadas necesidades evócales. Por tal motivo no fue
    similar la atención otorgada a estos  problemas
    de la cultura  en el pensamiento de la época colonial
    que el período de desarrollo de los estados
    independientes.       Los primeros
    cronistas españoles que se trasladaron a América y
    fueron asimilados por el mal llamado "Nuevo Mundo", aparecieron
    reconocimientos sobre la riqueza de las culturas originarias,
    habían sido aplastadas por la conquista.  Tanto
    Bartolomé de las Casas como otros sacerdotes defensores de
    la condición humana de la población
    autóctona revelaron el carácter avanzado de muchas de las
    actividades e instituciones
    de aquellos pueblos, especialmente de los aztecas e
    incas.  Incluso algunos como el jesuita
    José de Acosta, que se estableció en el Perú
    en el siglo XVI, llegó a sostener que estos pueblos en
    muchas eran dignos de admiración? y llegaban a aventajar a
    los europeos. Algunos escritores del viejo continente entre
    los que sobresalen los utopistas se inspiraron en América
    para sus idealizaciones reorganizativas de la
    sociedad.  En el pensamiento humanista que se consolida
    en América durante el siglo XVIII en consonancia con la
    incorporación al espíritu moderno y como
    expresión temprana de nuestra ilustración se intensificaron los estudios
    por las cuestiones de la cultura autóctona como
    expresión del necesario proceso de
    emancipación mental que precedió al movimiento
    independentista.

          Esta época
    quedó caracterizada como "el siglo de oro" en la que
    el pensamiento ilustrado y humanista tendría prestigiosos
    representantes. Por sus análisis filosóficos en
    relación a la cultura se destacó Pedro José
    Márquez, quien sostenía que el verdadero filosofo:
    "es cosmopolita (o sea ciudadano del mundo), tiene por
    compatriota a todos los hombres y sabe que cualquier lengua, por
    exótica que parezca, puede en virtud de la cultura ser tan
    sabia como la griega, que cualquier pueblo por medio de la educación puede
    llegar a ser tan culto como el crea serlo en mayor
    grado.       Resalta en las
    ideas la convicta confianza en las posibilidades humanas a
    través de la educación para
    eliminar los posibles obstáculos que condiciones
    secundarias podrían anteponer.  Sus ideas
    constituían un abierto enfrentamiento al racismo y al
    determinismo geográfico, a la par que dejaba esclarecido
    en qué medida cada hombre desde su circunstancia
    particular podría contribuir a la cultura
    universal.      De tal forma estos
    latinoamericanos iban creando las bases teóricas de la
    exigida emancipación política que se
    avecinaba.      Un ideal arraigado
    en los próceres de la independencia fue extender la
    cultura a todo el pueblo  y con ese fin utilizaron
    sistemáticamente la prensa
    periódica.   La espada libertadora de los
    guías de la independencia latinoamericana no sólo
    estuvo empuñada por la fortaleza de la decisión
    tomada, sino por la profunda meditación sobre la historia, las condiciones y
    las perspectivas de los pueblos del
    continente.  Bolívar
    consideraba que "nosotros somos un pequeño género
    humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares;
    nuevo en casi todas las artes y las ciencias aunque en cierto
    modo viejo en los usos de la sociedad civil"

    El libertador confiaba que en la futura América,
    una vez derrotado el poder colonial, se convertiría en un
    favorable asilo que acogería las ciencias y las artes
    provenientes del Oriente y de Europa para
    impulsarlas con el aliento de la cultura
    latinoamericana.

          Tal
    preocupación estuvo presente también en Andrés
    Bello, quien con su erudición científica y
    originalidad filosófica podía considerarse al nivel
    más alto del pensamiento latinoamericano de la
    época.  El ilustre venezolano propugnó la
    autonomía cultural de las repúblicas
    hispanoamericana como  una exigencia de
    naturalización de las constituciones, leyes,
    instituciones, acorde con las condiciones y
    características de los pueblos de esta región que
    entraban en la vida política independiente, en aquellos
    casos como el de Cuba, en el
    que el dominio español se mantenía y trataba de
    resarcir en algo las grandes pérdidas en el continente, la
    lucha por enarbolar los valores de la
    cultura vernácula tendría mayor
    significación aún, como se aprecia en el sacerdote
    Félix Varela .  Durante el primer tercio del
    siglo XIX, que el filósofo cubano Enrique José
    Varona denominaría "verdadero crepúsculo de la
    historia", el pensamiento filosófico se elevó a un
    plano a tono con las exigencias de la época, de lo que se
    desprende su autenticidad. 

    Pero no serían sólo cultivadores de la
    filosofía, como Varela o Luz y Caballero,
    los que pensarían sobre los problemas de la universalidad
    de la cultura y sus manifestaciones en el ámbito del
    país, sino intelectuales
    de las más diversas ocupaciones como Francisco de Arango y
    Parreño y José
    Antonio Saco, los que aportarían valiosas ideas desde
    diversos campos del saber o del arte al proceso de
    formación de la conciencia
    nacional cubana.      

    Punto culminante de este pensamiento humanista
    práctico que devino en acción
    revolucionaria es la obra de José Marti. Sus ideas sobre
    la cultura latinoamericana han dejado su impronta sobre varias
    generaciones posteriores no sólo de cubanos.  En
    especial su artículo "Nuestra América", en el que
    insistía en la urgencia de conocer la cultura de los
    pueblos latinoamericanos y la realidad de sus países para
    poder gobernar mejor y librarlos de tiranías. "La universidad
    europea -sostenía Marti- ha de ceder a la universidad
    americana.  La Historia de América, de los incas
    acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se
    enseñe la de los arcontes de Grecia
    Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. 
    Nos es más necesaria" .  Su énfasis en el
    estudio del mundo latinoamericano no implicaba ningún tipo
    de desdén por la cultura de otros pueblos. 
    Simplemente aspiraba ante todo a que esta enseñanza se revirtiera en una mejor forma
    de orientar el progreso en estas tierras y además que se
    reconociera el lugar de la cultura en el concierto de la
    universalidad, al igual que la proveniente de Europa o de otras
    latitudes.   

    La idea de revalorizar la actitud de los
    latinoamericanos respecto a la cultura universal y en especial de
    reconsiderar las particularidades que debía poseer la
    cultura filosófica había sido plasmada
    también desde mediados del siglo pasado por Juan Bautista
    Alberdi, para quien: "No hay, pues, una filosofía
    universal porque no hay una solución universal de las
    cuestiones que la constituyen en el fondo.  Cada
    país, cada época, cada filósofo ha tenido su
    filosofía peculiar que ha cundido más o menos, que
    ha durado más o menos, porque cada país, cada
    época, y cada escuela han dado
    soluciones
    distintas a los problemas del espíritu
    humano" 

    De ahí que el pensador argentino insistiera en
    crear una filosofía latinoamericana que se ocupara de los
    problemas de este continente sin renunciar, por supuesto, a lo
    que el pensamiento hubiera elaborado ya en cualquier parte. 
    No obstante lo importante era para él que se
    correspondiese con las necesidades, esencialmente sociales y
    políticas que demandaban los pueblos
    latinoamericanos.      

    Se debe tener en consideración que ese
    afán por volver la mirada hacia adentro, por hacer de la
    filosofía un instrumento para ponerlo en función de
    lo peculiar latinoamericano no fue compartido por todos los
    miembros de aquella generación de pensadores argentinos
    que confluyen con el positivismo

    Entre aquellos pensadores se encontraba Domingo Faustino
    Sarmiento, quien al cuestionarse por el sello especial que
    debía tener la literatura, las instituciones y en general
    la cultura latinoamericana, propugnaba un cosmopolitismo que
    diluía en un universalismo abstracto sus ideas sobre el
    mundo espiritual latinoamericano, dado que su mayor
    interés estaba en la transformación material de
    aquella sociedad.  Tal utilitarismo sin dudas de
    algún modo atentaba contra el reconocimiento de la
    especificidad y los valores de la cultura
    latinoamericana.  

    No cabe duda de que Sarmiento aspiraba con tal
    posición a acentuar la validez universal de las ideas, que
    independientemente de cualquier circunstancia deben
    corresponderse con la realidad.  Sin embargo, con esto, en,
    cierto modo, soslayaba la historicidad y la concreción
    necesaria que debe poseer todo pensamiento que pretenda captar
    acertadamente la realidad circundante, la cual no se manifiesta
    jamás de forma idéntica a la que se da en otras
    partes.      

    Tales criterios llevaron a Sarmiento a renunciar y
    encontrar en la "barbarie" de la cultura latinoamericana
    algún sostén aconsejable para apoyar su proyecto de
    "civilización".  Recomendaba imitar la cultura
    anglosajona y en especial la norteamericana.  Actitud esta
    que encontró reprobación no sólo en Martí,
    sino también en el uruguayo José Enrique
    Rodó, quien criticó tal "nordomanía" y
    antepuso el espíritu arielista al utilitarismo positivista
    al considerar que: "La civilización de un pueblo adquiere
    su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o
    de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar
    y de sentir que dentro de ellas son posibles". Ese mismo idealismo
    imbuiría a toda la generación de pensadores que en
    contraposición a los xenófilos positivistas se
    darían a la tarea de demostrar la vitalidad y el
    carácter propio y novedoso del mundo cultural
    latinoamericano.     

     En tal sentido crítico se reveló el
    chileno Francisco Bilbao al considerar ala cultura europea como
    dominadora y pragmática.  Por eso sostenía:"El
    viejo mundo ha proclamado la civilización de la riqueza,
    de lo útil, del confort, de la fuerza, del éxito,
    del materialismo.  Esa es la civilización
    que rechazamos.  Ese es el enemigo que tememos penetre en
    los espíritus de América." Y más 
    adelante  puntualizaba: "Hemos querido preservar el hombre
    americano de la
    contaminación del viejo
    mundo".      

    Como puede apreciarse resulta muy diáfana la
    postura asumida por estos defensores de la singularidad de la
    cultura latinoamericana que aspiran a mantenerla con su identidad
    propia que la diferencia de la europea y la
    norteamericana.      Este
    espíritu se fortalecería aun más con el
    advenimiento de esa nueva generación de filósofos de la oleada antipositivista y
    que buscaban en el irracionalismo un instrumento que les
    permitiera descubrir desde esa perspectiva teórica los
    tesoros subyacentes en el mundo latinoamericano. Este
    empeño que no sólo se plasmó en el plano
    filosófico, sino en el literario, en el de las artes
    plásticas, en las investigaciones
    antropológicas, folklóricas, constituyó una
    muestra de
    insatisfacción con el
    conocimiento que hasta el momento se poseía sobre la
    cultura latinoamericana.  

    En esa labor de reconsideración de dicha cultura
    se destacó la obra del mexicano José Vasconcelos,
    quien aunque no compartía el criterio de la necesidad o la
    posibilidad de una filosofía latinoamericana, por cuanto,
    para él, "La filosofía, por definición
    propia, debe abarcar no una cultura, sino la universalidad de la
    cultura" y de tal modo evadía cualquier regionalismo
    filosófico, no obstante quiso proyectar su pensamiento con
    aspiraciones de universalidad cultural, pero desde una
    perspectiva latinoamericana.  Independientemente de las
    derivaciones reaccionarias que se revelaron finalmente en el
    ideario y la actitud del destacado intelectual mexicano, es
    preciso reconocer que en su monismo estético se aprecia su
    intento por elaborar un sistema
    teórico, que por su universalidad y su vuelo
    metafísico, pudiera situarse, a la par de cualquier otra
    doctrina filosófica europea, pero conformado a su vez a
    tono con sus raíces latinoamericanas. 

    Sus anhelos de alcanzar una raza cósmica en la
    que confluyeran todos los pueblos del orbe con los de
    Sudamérica, a fin de que el espíritu universal se
    expresase a través de "nuestra raza" no era más que
    una fórmula muy inteligente para tratar de evadir
    simultáneamente el universalismo abstracto de Sarmiento y
    el particularismo unilateral de Alberdi, posiciones estas que
    encontrarían seguidores en el pensamiento latinoamericano
    del siglo xx. Vasconce los pretendió hacer confluir
    ambos momentos en una filosofía que sin renunciar a mirar
    hacia la universalidad tuviese sus pies en el suelo
    latinoamericano y se revistiera en él.  Para el
    pensador mexicano la cultura india, que fue
    fuente nutritiva vital de la cultura latinoamericana jamás
    podría recuperar su identidad anterior aislándose
    de las influencias culturales.  Según su
    opinión: "ninguna raza vuelve; cada una plantea su
    misión,
    la cumple y se va… Los días de los blancos puros, los
    vencedores de hoy están contados como lo estuvieron los de
    sus antecesores.  AI cumplir su destino de maquinizar al,
    mundo, ellos mismos han puesto sin saberlo las bases de un
    período nuevo, el período de la fusión y
    la mezcla de todos los pueblos. 

    El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la
    cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado de la
    civilización
    latina.     

    Esto se apreció especialmente en
    Mariátegui, quien, no obstante considerar con razón
    que América debía constantemente abrirse a la
    cultura occidental sin renunciar a los valores autóctonos
    y de esa forma mantenerse en permanente vínculo
    orgánico con la universalidad, llegó a sostener
    erróneamente que "es absurdo y presuntuoso hablar de una
    cultura propia y genuinamente americana en germinación, en
    elaboración" y a la vez consideraba que no existía
    propiamente un pensamiento latinoamericano, pues, según
    él, "La producción intelectual del continente
    carece de rasgos propios"?.  

    Tales desaciertos producidos por el interés de
    subrayar el carácter universal de la cultura y de rebatir
    algunas formas de chauvinismo cultural traerían
    consecuencias desfavorables en lo que respecta a la
    consideración del valor de los
    análisis marxistas sobre la especificidad de lo
    latinoamericano.      Por fortuna
    la mayoría de los marxistas no compartieron tal enfoque y
    por el contrario trataron de justipreciar en mayor medida la
    significación de lo autóctono, de lo
    indígena, de lo criollo, elementos estos sin embargo que
    habían estado muy presentes en los análisis
    socioeconómicos y políticos del gran marxista
    peruano- para la cultura latinoamericana y sus aportes a la
    cultura universal.  Así, Diego Rivera supo incorporar
    a su obra plástica los resultados del arte mundial,
    independientemente del lugar de origen y a la vez al situar como
    eje de su creación el mundo, la historia, el hombre
    latinoamericano.  De tal modo les otorgaba a estos
    también el digno lugar de la universalidad que les
    correspondía. 

    En sus reflexiones estéticas desde la perspectiva
    marxista supo el gran muralista mexicano superar los escollos que
    podía anteponer lo mismo una concepción
    europeizante que una visión latinoamericanística
    cerrada de la
    cultura.      

    El pensamiento marxista latinoamericano no
    abandonaría jamás el tema de la cultura como uno de
    los ejes principales alrededor de los cuales giraban todos los
    cuestionamientos de mayor urgencia.  Aníbal Ponce se
    detuvo en el justo reconocimiento de la herencia cultural
    burguesa que había producido un humanismo que debía
    ser suplantado por uno más concreto y
    real. 

    El intelectual argentino supo denunciar que "cuando a la
    cultura se le disfruta como un privilegio, la cultura envilece
    tanto como el oro" , por eso vio en la nueva cultura que
    nacía con el socialismo el alumbramiento de una cultura
    más plena y verdaderamente humana.  Estos criterios
    serían compartidos por su entrañable amigo Juan
    Marinello quien convertiría también el estudio de
    la cultura en una de las tareas a atender cuidadosamente por los
    marxistas cubanos.   

    En 1932 escribiendo sobre lo que llamó "cubanismo
    universal" analizó dialécticamente la
    correlación existente entre lo universal y lo singular en
    la cultura de los pueblos al señalar: "ninguna obra de
    grandeza permanente se ha producido sin el buceo limpio y
    cálido en la intimidad intransferible del hombre. 
    Pero del hombre en un recodo de la tierra y en un
    día de la historia.  Hasta ahora lo humano
    sólo ha podido mostrarse hiriendo muy en lo hondo un
    costado del mundo… Sólo la fisionomía que dan el
    instante y el lugar es posible tocar al hombre
    trascendente. 

    El poder genial no es más, en última
    instancia, que la fuerza para reunir en un tipo egregio la
    intimidad presentánea de muchos hombres sin pérdida
    de la sangre
    patética de ninguno. 

    Don Quijote es más real que Cervantes
    -como ha probado cumplidamente don Miguel de Unamuno- porque su
    españolidad se integra con las esencias determinantes de
    lo español en el día de su
    encarnación.  Para lograr un puesto en la cancha
    difícil de lo universal no hay otra vía que la que
    nos lleva a nuestro cubanismo recóndito, que, por serlo,
    dará una vibración capaz de llegar al espectador
    lejano" .  Tales son las vibraciones que han
    producido las ideas de  José Martí, la
    poesía de Nicolás Guillén, los cuadros de
    Wilfredo Lam, el ballet de Alicia Alonso, las novelas  de
    José Lezama Lima o Alejo Carpentier o las canciones de
    Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. De tal modo
    paulatinamente la cultura cubana ha ido llegando, en
    relación con los valiosos logros intelectuales del pasado
    y el presente, a niveles superiores de elaboración
    que  posibilitan una concepción más
    integradora y a la vez diferenciadora de la autenticidad
    cultural.      

    Tras el triunfo de la Revolución
    Cubana y con los cambios culturales que esta trajo aparejada
    para este país su orientación socialista, las
    inquietudes intelectuales sobre la universalidad, singularidad o
    autenticidad de la cultura  cubana y latinoamericana 
    se han constituido en una tarea de primer orden no solo en los
    análisis teóricos sino en la política
    educativa y cultural del país.   

    En resumen, para lograr una  definición de
    cultura que logre eludir el carácter estrecho o unilateral
    de muchas concepciones que abundan en los ambientes
    académicos  y usualmente en mayor medida fuera de
    estos  debe  considerarla como el grado de
    dominación por el hombre de las condiciones de  vida
    de su ser, de su  modo histórico concreto de
    existencia  , lo cual implica de igual modo el control sobre su
    conciencia y toda su actividad espiritual, posibilitdole mayor
    grado de libertad y beneficio a su comunidad. Si
    determinados  animales son
    capaces de en su actividad de cumplimentar tales requisitos
    axiológicos que demandara siempre este concepto no por
    simples razones etimológicas  entonces no
    habría inconvenientes en incluir sus actividades 
    dentro  del mismo, el problema radicaría mas bien en
    la consideración de que sus actividades "culturales"
    resulten provechosas o no a dicha especie.
       

    No sin falta de razón  Gabriel García
    Márquez  ha sostenido que "cuando se habla de
    cultura, la dificultad principal reside en que esta carece de
    definición. Para la UNESCO, la cultura es lo que el hombre
    agrega a la naturaleza. Todo lo que es producto del
    ser humano. Para mí, la cultura es el
    aprovechamiento  social de la inteligencia humana. En el
    fondo, todos sabemos qué abarca el término cultura,
    pero no podemos expresarlo en dos palabras".  Es
    significativo  que muchas de las valoraciones
    filosóficas  que posibilitan un análisis de la
    cultura tanto en sentido  general  como en su
    especificidad latinoamericana la podamos encontrar no sólo
    en filósofos de profesión y declaración,
    sino en  significativos escritores como Carpentier, Borges,
    Lezama o García Márquez? Será esta
    también otras de las vías a través de las
    cuales la cultura latinoamericana participa en la cultura
    universal?    Siempre que el hombre domina sus
    condiciones de existencia lo hace de forma específica y en
    una situación espacio-temporal dada.  En tanto no se
    conozcan  las formas de dominación desalienadora en
    sus circunstancias especiales alcanzadas por 
    determinadas  comunidades históricas, y no sean
    valoradas por otros hombres que en otras circunstancias sean
    capaces de justipreciarlas prevalecerá el anonimato
    que  no le permite  a dicha comunidad participar
    adecuadamente de la universalidad. 

    A partir del momento que se produce la
    comunicación con aquellos que por supuesto poseen
    otras formas específicas de cultura esta comienza a dar
    pasos cada vez más firmes hacia la universalidad.  La
    Historia se encarga posteriormente de ir depurando aquellos
    elementos que no son dignos de ser asimilados y
    "etemizados".  Solo aquello que trasciende a los tiempos y
    los espacios es lo que posteriormente es reconocido como
    clásico en la cultura, independientemente de la
    región o la época de donde
    provenga.  Debe tenerse presente que la creciente
    standardización que produce la vida moderna con los
    adelantos de la revolución
    científico-técnica y con los forzados procesos de
    globalización no significa que en todas sus
    producciones deban ser consideradas como manifestaciones
    auténticas de la cultura.   

    Auténtico debe ser considerado todo aquel
    producto cultural, material o espiritual que se corresponda con
    las principales exigencias del hombre para mejorar su dominio
    sobre sus condiciones de existencia en cualquier época
    histórica y en cualquier parte, aun cuando ello presuponga
    la imitación de lo creado por otros hombres.  "Y
    ahora yo digo ante el tribunal de pensadores internacionales que
    me escucha: reconocednos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos
    Conquistado ".Alfonso Reyes (Revista Sur,
    1936). La verdadera filosofía no reconoce incapacidad en
    hombre alguno, o porque haya nacido blanco o negro, o porque haya
    sido educado en los polos o en la zona tórrida. Dada la
    conveniente instrucción enseña la filosofía
    en todo clima el hombre
    es capaz de todo.

    Las culturas de lo que hoy se llama América
    Latina han estado asociadas estereotípica mente con el
    folklor, la música y el arte,
    pero pocas veces se incluye a sus pensadores en la historia de la
    filosofía occidental contemporánea. Este
    fenómeno responde a la distribución internacional del conocimiento,
    paralela a la distribución internacional del poder, que da
    plena difusión e importancia al pensamiento publicado en
    Europa Occidental y -a partir del siglo XIX- en los Estados
    Unidos. Sin embargo, desde la invasión colonial, la
    producción académica de esta región ha
    tenido presencia y relativa influencia también en el campo
    de la filosofía y del pensamiento social con las herramientas
    teóricas características de la civilización
    Occidental.

    Ya que en España y en sus colonias la Iglesia estaba
    a cargo de la educación, la filosofía de la
    época colonial estaba fundamentalmente dirigida por y
    hacia la formación teológica. El proceso de
    fundación de las ciudades españolas en
    América también estaba inspirado en una
    filosofía basada en los fundamentos teológicos
    judeo-cristianos. Además, dentro de un marco que no se ha
    considerado rigurosamente filosófico, hubo cronistas
    americanos, como el Inca Garcilaso de la Vega y Guamán
    Poma de Ayala en Perú, que tendieron interesantes puentes
    entre la cosmovisión europea y la de algunas
    civilizaciones amerindias. Para fines del siglo XVIII, los
    criollos educados en varias universidades de México,
    Buenos Aires,
    Lima, Caracas y Bogotá, comenzaron a aplicar las ideas de
    la
    Ilustración francesa para reflexionar sobre los
    caminos colectivos que deberían implementarse en
    América. Los esfuerzos por organizar naciones
    independientes de España durante todo el siglo XIX
    estuvieron orientados según estas ideas, que buscaban
    establecer modelos de origen francés e inglés
    dentro de las condiciones geográficas y
    demográficas propias de los nuevos países. Los
    nombres posiblemente más difundidos son los
    venezolanos -cuyas ideas
    democráticas y pedagógicas eran
    proféticamente radicales- y
    Andrés Bello
    , quien propuso una
    visión de "lo americano" que reconciliara la herencia
    hispánica con la diferencia tropical. Más tarde,
    los modelos evolucionistas y positivistas se cultivaron con gran
    intensidad en México, Brasil, Chile y
    Argentina, paralelamente a un proceso de modernización
    económica y social basada en la dependencia de un producto
    de exportación para el consumo
    europeo.

    A fines del siglo XIX, con la creciente influencia
    estadounidense en la región, grupos
    sustanciales de pensadores promovieron una imagen de unidad
    cultural que inició decisivamente el "latinoamericanismo"
    o la "búsqueda" de la identidad latinoamericana. Los dos
    autores más reconocidos de esa época son el
    uruguayo
    José Enrique Rodó
    y el
    cubano José
    Martí
    . El libro
    Ariel
    (1900), de Rodó, propuso un nítido programa de
    diferenciación educativa y cultural entre la
    América hispano-portuguesa en contraste con la
    anglosajona. Martí sintetizó en el ensayo
    "Nuestra
    América
    " (1891) los ideales de producir
    modelos basados en la experiencia propia de cada región y
    de generar una ciudadanía supranacional en Ibero
    América: "el buen gobernante en América no es el
    que sabe cómo se gobierna el alemán o el
    francés, sino el que sabe con qué elementos
    está hecho su país". La imperativa necesidad de
    conocer al propio pueblo y desarrollar modelos humanistas basados
    en el análisis de las condiciones propias guió
    el trabajo de
    muchos pensadores latinoamericanos durante todo el siglo XX.
    Después de la revolución
    mexicana, el intelectual y ministro de
    educación
    José Vasconcelos
    representó
    el entusiasmo por construir un pensamiento que incluyera la
    cosmogonía indígena tanto como la occidental. Su
    célebre visión de una "raza cósmica"
    presentaba un ideal por el cual trabajar con los elementos de
    mestizaje y mezcla cultural en Hispanoamérica. Por su
    parte, el mexicano
    Alfonso Reyes
    y el dominicano

    Pedro Henríquez Ureña
    , entre
    muchos otros, realizaron eruditos estudios que incluían
    una crítica
    literaria y filosófica rigurosa sobre la
    producción intelectual de la región.

    Pocos años después, el peruano
    José
    Carlos Mariátegui
    produjo influyentes
    análisis de la sociedad de su país con un modelo
    dialéctico marxista que muchos otros pensadores
    continuaron hasta la década de 1960. Su tesis
    fundamental consistía en la necesidad de concientizar a
    las masas trabajadoras y campesinas para que éstas
    produjeran un cambio radical de las condiciones de
    explotación y desigualdad económica en los
    países latinoamericanos. La revolución cubana de
    1959 y las profundas reformas del Concilio Vaticano II de la
    Iglesia Católica en 1962, generaron nuevos marcos de
    pensamiento dentro de los que numerosos pensadores produjeron la
    línea de reflexión que más trascendencia
    internacional ha tenido en América Latina, basada en el
    concepto de la liberación de los oprimidos, es decir, la
    construcción de condiciones materiales y
    educativas que permitieran superar la miseria económica de
    vastos sectores de la población.

    Por un lado, la hostil reacción norteamericana a
    los cambios sociales de Cuba demostraron de manera contundente la
    veracidad de varios elementos de la
    Teoría de la Dependencia
    cuyas
    bases se habían formado desde los años 1920-, que
    buscaba romper el ciclo de "atraso" con respecto al desarrollo
    industrial del Primer Mundo, evitando depender de un solo
    producto de exportación que fundamentalmente beneficiaba
    las economías de los países industrializados y a
    las élites locales.

    Para romper este ciclo, era necesario promover medios de auto
    subsistencia financiera para cada nación, eliminar los
    altos índices de miseria y generar sistemas de
    gobierno que no fueran fácilmente manipulados por los
    intereses económicos de las grandes
    compañías multinacionales. Por otro lado, la
    "opción preferencial por los pobres" renovada en la
    Iglesia Católica, abrió espacio para una
    participación activa en los esfuerzos por organizar y
    participar en movimientos de reivindicación
    política, económica y social para los sectores
    marginados.Varios teólogos cristianos, entre ellos el
    peruano Gustavo
    Gutiérrez
    y los brasileños

    Helder Cámara
    y
    Leonardo Boff
    , se basaron en las
    iniciativas del Concilio Vaticano II para formular un compromiso
    hacia el cambio social en América Latina por parte de las
    Iglesias Cristianas. Su trabajo
    teórico y práctico se hizo famoso mundialmente con
    el nombre de Teología
    de la Liberación
    . El fundamento
    teórico de esta doctrina se basa en el mensaje del
    Evangelio que da preferencia a los pobres y denuncia la
    injusticia. Inspirados en el mensaje cristiano, estos pensadores
    promueven una concepción anticapitalista de la vida y de
    la sociedad basada, no en el lucro, sino en el espíritu
    comunitario. Su aplicación práctica se expresa a
    través de cientos de miles de comunidades de base en las
    zonas más pobres de las ciudades y los campos, en las que
    se fomenta la solidaridad, la
    dignidad y
    libertad de
    expresión, el estudio de la Biblia, y la
    movilización colectiva para reclamar los derechos
    políticos de los marginados, promoviendo su
    participación activa en los procesos sociales de sus
    respectivos países. Dentro del mismo espíritu, pero
    más allá del marco específicamente
    cristiano, el brasileño Paulo
    Freire
    creó una teoría
    y práctica de la educación diseñada para
    promover la acción social y el dinamismo de las personas
    que han sufrido supresión socioeconómica por varias
    generaciones. Su Pedagogía
    del oprimido
    (1970) ha tenido considerable
    trascendencia en los esfuerzos mundiales por encontrar modelos
    educativos que generen cambios sociales deseables para la
    mayoría de la población participación
    democrática, pensamiento crítico, producción
    activa de conocimiento o, como afirma Freire,
    prácticas de aprendizaje que
    ayuden a "crear un mundo en el que sea más fácil
    amar". En su propuesta pedagógica, se considera que la
    esencia de la educación es la práctica de la
    libertad y del diálogo,
    evitando esquemas autoritaristas: "nadie educa a nadie, nadie se
    educa solo; los hombres y las mujeres se educan unos a otros, en
    diálogo con el mundo".

    En su análisis crítico sobre los modelos
    educativos tradicionales, Freire observa que el esquema "profesor-alumno" reproduce las relaciones de
    imposición entre opresor y oprimido. Para romper ese
    esquema, propone una pedagogía dinámica y autónoma, que valore la
    experiencia y el conocimiento de cada estudiante así como
    su participación social, su producción creativa, y
    el ejercicio constante de una libertad responsable y
    colectiva.

    En oposición a la "educación bancaria" que
    parece seguir el modelo capitalista al hacer que los estudiantes
    acumulen datos con
    frecuencia disociados de su experiencia vital, Freire propuso una
    "educación liberadora" en la que se plantean problemas
    para que los estudiantes resuelvan de forma colectiva bajo la
    coordinación de los instructores,
    aprendiendo de manera práctica la necesidad de trabajar en
    equipo, participar y expresarse: Los oprimidos solamente
    comienzan a creer en ellos mismos cuando descubren las causas de
    su dominación y se vinculan a la lucha organizada por su
    liberación. Este descubrimiento no puede ser meramente
    intelectual, sino que debe incluir acción; pero no puede
    limitarse a un mero activismo, sino que debe incluir
    reflexión seria (Freire 47).Hacia esta "reflexión
    seria" que incluyera una práctica para superar la historia
    de dominación y desigualdad
    social, se orientó la filosofía de la
    liberación latinoamericana, cuyo representante más
    influyente ha sido el argentino Enrique
    Dussel
    .

    Dentro de un inmenso proyecto filosófico de
    liberación que incluye la ontología, la analéctica, la
    pedagogía y la erótica, Dussel también
    escribe para la gente común, a través de
    conferencias con ejemplos específicos y accesibles a gente
    no erudita, y a través de esquemas pedagógicos como
    el siguiente:

    ialéctica
    dominadora

    versus

    Analéptica
    liberadora

    actitud conquistadora

    versus

    actitud colaboradora

    actitud divisionista

    versus

    actitud convergente

    actitud
    desmovilizadora

    versus

    actitud movilizadora

    actitud manipuladora

    versus

    actitud organizativa

    actitud invasora

    versus

    actitud creadora

    (Dussel 1980: 101)

    La filosofía, pedagogía y teología
    de la liberación constituyeron una clara iniciativa por
    configurar un pensamiento latinoamericanista basado en la
    experiencia de dominación y en busca de modelos
    interpretativos liberadores, promotores de prácticas
    sociales más justas y creativas. También
    representó una crítica
    radical del pensamiento occidental desde la periferia
    latinoamericana. Las bases de esta concepción, aunque
    tomadas de otras fuentes,
    coinciden con los desarrollos más recientes -y de inmensa
    influencia- de la intelectualidad europea y norteamericana en el
    campo de las humanidades y los estudios culturales, por ejemplo
    en el pensamiento poscolonial de autores tan famosos como Eduard
    Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak, todos profesores de
    universidades norteamericanas y británicas. Es lamentable
    que, en parte por el lenguaje
    marxista y/o cristiano de las teorías
    de liberación y en parte por las limitaciones de
    difusión bibliográfica desde el Tercer Mundo, los
    teóricos del poscolonialismo hayan básicamente
    ignorado la contribución del pensamiento latinoamericano
    en esta misma dirección, que se desarrolló con
    anterioridad a ellos.

    En diálogo con estas teorías, y como una
    manera de reivindicar los conceptos producidos desde
    América Latina, varios estudiosos han presentado las
    coincidencias así como las diferencias de
    aproximación, proponiendo una teorización
    alternativa para pensar las relaciones socioculturales y la
    cosmovisión filosófica en contextos
    contemporáneos y a la luz de procesos de
    globalización de los mercados
    capitalistas. Los colombianos Jesús Martín Barbero
    y Santiago Castro Gómez, los argentinos Néstor
    García Canclini y Walter Mignolo, y la chilena Nelly
    Richard, entre muchos otros, han escrito obras de considerable
    influencia y cuidadoso análisis sobre procesos
    comunicativos, movilizaciones sociales y reorganizaciones
    filosóficas. Mignolo, por ejemplo, propone la
    configuración de un pensamiento "posoccidental" sobre
    bases originadas en la experiencia de dominación e
    imperialismo
    euro-norteamericanos, que denuncie las condiciones de desigualdad
    y busque métodos
    para contrarrestar el colonialismo, el cual no es simplemente una
    experiencia del pasado Es interesante entonces concluir
    observando cómo el pensamiento latinoamericano logra su
    fecundidad y reconocimiento dentro de los desarrollos
    contemporáneos gracias a su esfuerzo, no tanto por seguir
    los preceptos heredados de la invasión europea, sino por
    producir una reflexión crítica de esa herencia y
    conectarse con la radical diferencia que los ideales y la
    producción cultural populares representan frente a dichos
    preceptos. Así, el estereotipo de que desde América
    Latina solamente se produce "folclor", se transforma en un
    instrumento útil para desenmascarar la historia de
    justificaciones para la marginación y para dinamizar un
    pensamiento movilizador de prácticas sociales
    liberadoras.

    CONCLUSION

    Cuando los filósofos latinoamericanos se plantean
    la posibilidad de una filosofía genuina, lo hacen desde el
    convencimiento de que se saben distintos. A esta
    diferenciación debería corresponder una determinada
    filosofía que fuera propia y original. Zea, aunque
    mantiene la posibilidad de una filosofía original del Sur,
    se da cuenta de que los latinoamericanos viven encandilados por
    los grandes sistemas filosóficos europeos; y observan que
    en su interior no existe ningún sistema filosófico
    comparable. Pero el tiempo de los
    grandes sistemas ha pasado.

    Los países latinoamericanos en su mayoría
    recién emergentes en su relativa independencia
    política aspiraban de alguna forma a reproducir las
    vías y modelos de desarrollo provenientes de aquellos
    centros del capitalismo mundial, sin percatarse fácilmente
    de tal imposibilidad por constituir precisamente ellos una de las
    condiciones básicas de la prosperidad de estos
    últimos.

    Una investigación que continuase hurgando en la
    evolución posterior del pensamiento latinoamericano de la
    segunda mitad del siglo XX, podría confirmar que aquellas
    razones de las tendencias confluyentes y divergentes con el
    humanismo socialista no han desaparecido. Por el contrario,
    después del derrumbe del llamado «socialismo
    real» hay muchos más motivos para aprovechar las
    experiencias negativas y positivas de tales ensayos
    socialistas.

    Habrá que esperar los resultados de los
    investigadores de fines del siglo XXI para saber si el
    capitalismo se habrá de transformar tan sustancialmente
    que provoque el incremento de las tendencias divergentes o las
    confluencias encontrarán nuevas justificaciones y se
    estará más próximo al ascenso hacia el
    «humanismo real del cual el marxismo ha sido un necesario
    peldaño.

     

     

    HECTOR SOLORZANO COTUA

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