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Los movimientos sociales en América Latina: Un balance histórico



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    1. LOS ORIGENES: DE LA
    INFLUENCIA ANARQUISTA A LA TERCERA
    INTERNACIONAL

    Los movimientos sociales clásicos de la región
    latinoamericana tuvieron una fuerte influencia anarquista, sobre
    todo en su fase inicial de formación, a través de la
    migración europea,
    principalmente italiana y española, de fines del siglo XIX y
    comienzos del XX. Estos inmigrantes anarquistas se dirigieron
    hacia las zonas rurales eventualmente, pero principalmente hacia
    las zonas urbanas formando las primeras levas de movimientos
    obreros, que eran básicamente artesanos y trabajadores de
    pequeñas actividades económicas. El anarquismo se
    presentaba como una ideología muy adecuada a
    la forma de vida de estos obreros pues existía una
    correspondencia entre las actividades que desarrollaban estos
    artesanos y pequeños empresarios y los aspectos esenciales
    de la ideología anarquista. A partir de la Primera Guerra Mundial y
    posteriormente durante los años veinte, la expansión de
    las manufacturas en la región, crea condiciones para el
    surgimiento de un proletariado más industrial, que
    tendrá su pleno desarrollo con los procesos de
    industrialización de la década del treinta.

    Los movimientos anarquistas tuvieron un auge importante
    en toda la región entre 1917 y 1919, que se expresó en
    huelgas generales profundamente significativas y que abrieron un
    proceso de
    sindicalización del movimiento obrero, como el
    caso de Perú en 1919, Brasil en 1917, Argentina en
    1918, México igualmente por la
    misma época. Se crea un clima político generalizado
    favorable a la Huelga General como forma de
    lucha principal. Estas huelgas generales no tenían, en
    algunos casos, un objetivo claro, buscando una
    especie de disolución del Estado; en otro casos,
    podían tener reivindicaciones específicas como la
    reducción de la jornada a ocho horas por día y mejoras
    salariales y de condiciones de trabajo y de vida de los
    obreros, como es el caso de la huelga de 1919 en el Perú.
    Sin embargo, son reprimidas brutalmente sin poder acumular fuerzas,
    generando una autocrítica en gran parte del movimiento
    anarquista que va a conducirlos al bolchevismo.

    Estos movimientos huelguísticos, estuvieron
    también marcados por la influencia de la revolución rusa, tanto la
    revolución bolchevique como
    la del 10 de febrero de 1917, y por ese proceso revolucionario
    general y huelgas generales que habían sido
    características en la revolución de 1905. La corriente
    bolchevique llamada "maximalista" era, en general, compuesta por
    anarquistas que pensaron que el bolchevismo era una
    manifestación del propio anarquismo. Esta visión, bajo
    la cual el bolchevismo era una forma de "maximalismo", se mantuvo
    hasta 1919-1920, cuando los bolcheviques rusos se confrontan con
    los Kronstadt que habían sido uno de los brazos principales
    de la revolución de 1917 y que entran en choque con el
    gobierno bolchevique, siendo
    reprimidos tenazmente. A partir de ahí parte de los
    anarquistas comienzan a alejarse del bolchevismo y las corrientes
    que se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos
    comunistas.

    En síntesis, este período
    va a marcar la transición del anarquismo, con su
    versión maximalista que se destruye junto con las huelgas
    generales brutalmente reprimidas, a los movimientos comunistas
    latinoamericanos. Hasta los años veinte, a pesar de la
    importancia que la Internacional Socialista tuvo en Europa, los partidos
    socialdemócratas europeos no llegaron a tener una influencia
    significativa en América Latina, excepto
    en Argentina que fue el único país que tuvo
    representación en la II Internacional. A partir de los
    años 20 el movimiento obrero de la región se incorpora
    al campo del marxismo con especial
    énfasis en su versión comandada por la Internacional
    Comunista.

     

    a). El Movimiento
    Campesino

    Los campesinos sufrían bajo una fuerte
    dominación de los señores de tierra que los sometía a
    condiciones extremamente negativas de cultivo y organización. Solamente las
    comunidades indígenas poseían los medios para auto dirigirse, a
    pesar de las represiones que sufrieron históricamente. Ellos
    fueron la cabeza de una insurrección popular que fue una
    referencia fundamental en todo la región: la Revolución Mexicana de 1910,
    que va a tener una base campesina extremamente significativa. La
    lucha contra el porfirismo es una lucha democrática
    conducida básicamente por partidos democráticos de
    clase media, pero que por
    necesidad de base política se aproximan a los campesinos,
    produciéndose de esta forma una articulación muy fuerte
    entre el movimiento campesino y las luchas
    democráticas mexicanas. Ahí también se empieza a
    configurar un vínculo más claro entre movimiento
    campesino y movimiento indígena, que en el caso mexicano es
    muy significativo, a pesar de que los movimientos campesinos no
    se presentan como movimientos indígenas. Sin embargo, los
    líderes estaban articulados a sus orígenes
    indígenas, sobre todo Zapata, que tiene una fuerte
    representatividad como líder indígena, a
    pesar que no basar su liderazgo específicamente
    en ello. En aquel momento, el movimiento está volcado
    fundamentalmente hacia la cuestión de la tierra.

    Junto a esto, es necesario destacar también el
    papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron
    a tener un auge relativamente importante en América Central
    durante los años 20-30, cuando ya existía una
    explotación de campesinos asalariados directamente
    subordinados a empresas norteamericanas que los
    organizan en las actividades exportadoras. En esta región se
    formaron bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a
    la fuerte presencia estadounidense se mezclaron con las luchas
    nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el
    caso del sandinismo, de las revoluciones de El Salvador, que
    lideró Farabundo Martí, de las huelgas de
    masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a
    pesar de no tener una base campesina, sino fundamentalmente
    pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la población campesina,
    desarrollando una cierta interacción de este
    movimiento de clase media de origen militar con el campesinado.
    Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento campesino
    realmente significativo en este período en
    Brasil.

     

    b) El Movimiento
    Obrero

    El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro
    sostén de las fuerzas populares en el continente y encuentra
    su base material en la primera ola de industrialización
    durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se
    consolida como movimiento mucho más sólido en los
    años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la
    influencia bolchevique y de la revolución rusa que se
    sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo, a pesar de
    que este última marca su fase germinal. Este
    aspecto es muy importante para configurar las
    características principales del movimiento obrero
    latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista
    ideológico.

    Paralelamente a este fenómeno, existieron algunas
    zonas mineras relativamente importantes, con un proletariado
    asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante
    más colectivas, cuya formación tuvo menos influencia
    anarquista. Tal vez esto explique el hecho de que en Chile
    existía un partido demócrata con base obrera minera muy
    significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores
    hacia el Partido Comunista Chileno, lo que da también a este
    partido diferencias respecto al resto de los partidos comunistas
    latinoamericanos, porque nace de una base no propiamente
    anarquista, dentro de una concepción políticas más
    próxima a la socialdemocracia, a pesar de
    que el Partido Demócrata chileno no era propiamente un
    partido socialdemócrata, sino un partido más
    próximo del radicalismo, correspondiente a los partidos
    pequeño burgueses de tipo liberal. En otro países de
    América Latina también existieron presencias mineras
    importantes, como en el caso de Perú, Bolivia, Colombia. Sin embargo, el
    movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la
    década de los 40-50, llegando a ser protagonista de la
    revolución boliviana.

     

    c) Los movimientos de clase
    media y el Movimiento Estudiantil

    El ala del movimiento obrero que luego formará los
    partidos comunistas se aproximará a sectores de la clase
    media en torno a objetivos democráticos,
    como es el caso de los "tenientes" en Brasil, que sería un
    movimiento social de clase media militar, con objetivos de
    democracia política.
    Otros movimientos de clase media como el Aprismo peruano, se
    adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática,
    levantando banderas como la democracia política, el
    antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la
    reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea
    del Estado, etc. Otro tema que la clase media también
    levantó de manera muy orgánica durante los años 20
    y condujo a un movimiento social propio fue la reforma
    universitaria, que tuvo como expresión principal las luchas
    del movimiento estudiantil en Córdova en Argentina, de gran
    impacto en el ambiente universitario y
    político latinoamericano, que exigían la
    participación de los estudiantes en la conducción de la
    universidad, la reforma
    curricular, la apertura de la universidad hacia los procesos
    sociales.

    En México, la lucha a favor de la reforma
    universitaria asumirá ciertas banderas
    nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien
    asimiladas por los partidos comunistas y por ciertas alas de la
    izquierda, aunque finalmente el movimiento educacional mexicano
    va a tener su gran expresión en la Educación Socialista que tendrá
    su auge durante los años 30. No se puede dejar de considerar
    como parte de los movimientos sociales, los movimientos
    culturales y artísticos, como es el caso del muralismo
    mexicano, que formó parte del movimiento de la
    Revolución Mexicana o procesos como la revolución
    modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares,
    principalmente durante los años 20, que buscaban que el
    arte se aproximase más al
    pueblo y fuese su expresión mayor. Estos movimientos
    culturales tuvieron su expresión en el regionalismo entre
    los años 30 y 40, que parten de un rescate de visiones
    locales, y se proyectan con un sentido universal.

    Este conjunto de movimientos hasta los años 30, va
    a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos
    sociales de la región, teniendo en primer lugar la
    cuestión de la tierra, de ahí la importancia de la
    Revolución Mexicana; la cuestión minera, que representa
    la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de
    una participación de los Estados que abrigan los yacimientos
    en la renta de las minas; las cuestiones salariales que ya
    están articuladas con las otras reivindicaciones,
    principalmente en las zonas mineras y en las zonas proletarias
    urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va
    constituyendo más claramente en un movimiento
    asalariado.

     

    2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS
    NACIONAL-DEMOCRATICAS

    El conjunto de movimientos sociales que surgen a lo
    largo de las primeras décadas del siglo XX, con base
    cultural propia, con proyectos propios, van a tener la
    oportunidad de aproximarse al poder en los años 30 y 40 con
    la formación de los gobiernos populares y populistas. Estos
    gobiernos buscan apoyarse en esas bases populares y estructurar
    ese movimiento en el contexto de una gran lucha nacional
    democrática, integrando todas esas fuerzas sociales y
    culturales dentro de un movimiento de contenido nacional
    democrático que va solidarizarse con los movimientos
    anticoloniales afro-asiáticos después de la Segunda Guerra Mundial, pero
    que ya había incorporado muchos puntos comunes dentro de los
    movimientos antiimperialistas de los años 20 hasta la
    Segunda Guerra Mundial. Los
    comunistas consiguieron colocar estos diversos movimientos dentro
    de una misma lógica nacional
    democrática en la medida en que avanzaba la lucha
    anticolonialista.

    Después de la Primera Guerra Mundial, en la medida en
    que se van constituyendo gobiernos más próximos a estos
    movimientos, estos se van articulando más con los Estados
    nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso mexicano,
    que ya en los años 20 nos muestra como los movimientos
    campesinos y obreros se articulan al PRI (Partido de la
    Revolución Institucional), y al gobierno de la
    revolución mexicana.

    La base social no son ya los inmigrantes, sino los
    obreros urbanos del proceso de industrialización de los
    años 20, este movimiento obrero va a tender hacia la ruptura
    con el movimiento anterior. En algunos lugares, como en el caso
    de Argentina, donde se presentará de manera más clara
    un cierto rechazo al antiguo movimiento obrero radical por parte
    del nuevo proletariado de origen campesino, migrante rural sin
    ideología. Este nuevo obrero va a aproximarse mucho más
    de los dirigentes del proceso de industrialización dando
    lugar a los llamados movimientos populistas: el peronismo en Argentina, el
    varguismo en Brasil, el propio caso mexicano, a pesar del
    carácter más radical
    del cardenismo, que se apoya en antecedentes más
    sólidos en base a la revolución mexicana. Pero el
    cardenismo es, en cierta forma, una expresión de la
    vinculación entre movimiento campesino y movimiento obrero y
    otros movimientos sociales, como el estudiantil, con los
    objetivos nacional democráticos. Durante los años 40 se
    empieza a consolidar el fenómeno del populismo. En el caso
    de Chile, durante el gobierno del Frente Popular, que era
    compuesto abiertamente por partidos de izquierda: el Partido
    Socialista, el Partido Radical de origen más
    democrático y los comunistas.

    En esta fase el Partido Socialista chileno consigue
    absorber gran parte del movimiento obrero joven chileno y se
    aproxima a los comunistas. La unidad entre socialistas y
    comunistas se va a colocar sólo en los años 50, en un
    momento crucial en 1952, con la primera candidatura de Allende.
    En esta nueva fase se perfila también el movimiento
    revolucionario boliviano, que va a hacer converger los mineros y
    los campesinos en la lucha por la reforma agraria, la
    nacionalización de las minas, la formación de una
    democracia radical de masas. Todo esto fue posible a pesar de la
    desconfianza entre ambas partes. Los mineros siempre pensaron en
    una reforma agraria más basada en la propiedad colectiva de
    la tierra , mientras que los campesinos defendían la
    pequeña propiedad rural, y esto provocó diferencias que
    dividieron el movimiento de la revolución.
    Históricamente, en la década del 60 produjo una
    contra-revolución basada en el movimiento campesino e
    indígena, contra los mineros, que también se apoyaron
    en los obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la
    llamada alianza obrero-campesina. En el caso mexicano, campesinos
    y obreros continuaron básicamente dentro de la
    revolución mexicana, gran parte de la tierra fue
    colectivizada de forma que el movimiento campesino se mantuvo en
    una perspectiva relativamente socialista, a pesar de que el
    indigenismo mexicano procuró resaltar siempre los peligros
    de esa concepción colectivista considerada ineficiente,
    burocrática y autoritaria.

    De esta manera, se definía el perfil nacional
    democrático como formador de la nueva clase obrera.
    Dependiendo de la capacidad de comunistas y socialistas de
    adoctrinarla en una perspectiva socialista, se hacía posible
    articular la cuestión nacional y el antiimperialismo que
    motivaban las luchas nacionales en el continente bajo la
    dominación del capitalismo norteamericano en
    expansión en el mundo, hasta convertirse en el centro
    hegemónico del sistema mundial después de
    la Segunda Guerra Mundial. La Alianza
    entre la Unión Soviética y los EE.UU. durante la
    Segunda Guerra Mundial, se prolonga hasta 1947 cuando la
    política de la Guerra Fría transforma los
    anteriores aliados en enemigos, a partir de este momento EE.UU.
    es transformado por los comunistas en enemigo de los
    trabajadores, mientras los servicios de inteligencia norteamericanos
    trabajan para romper las alianzas entre comunistas, socialistas y
    social cristianos que se habían implantado durante la
    Segunda Guerra Mundial. Al ponerse en evidencia el carácter
    imperialista de la política estadounidense que se había
    olvidado durante la Alianza Democrática antifascista,
    empieza a desarrollarse un nuevo frente antiimperialista que
    encuentra su punto más alto en Brasil a fines de los
    años 50, después del suicidio de Getulio Vargas
    amenazado de "impeachment" y en el gobierno Kubistchek-João
    Goulart. En este perído los comunistas, colocados en la
    ilegalidad en 1947, después de solo 2 años acción política
    legal, vuelven a hacerse semi-legales durante los primero 4
    años de la década del 60, particularmente durante el
    gobierno de João Goulart, entre 1961 y 1964. En este momento
    la tesis de la unidad entre la
    burguesía nacional y el movimiento popular
    obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio
    estratégico fundamental. Esta concepción ha sido sin
    embargo derrotada por los golpes de Estado, como el de 1964 en
    Brasil, el de Onganía en Argentina (1966), y nuevas
    experiencias militaristas como la de Hugo Banzer en
    Bolivia.

    En esta misma época surgía una nueva realidad
    estratégica en América Latina. La declaración de
    Cuba como una República
    Socialista en 1962, en respuesta a la invasión de Bahía
    Cochino, introdujo en la región la cuestión del
    socialismo como forma
    inmediata de transición hacia un nuevo régimen
    económico-social colectivista. Esta nueva experiencia
    pasó a influir sectores significativos de las fuerzas
    políticas de izquierda alcanzando su expresión más
    elaborada en el programa socialista de la Unidad
    Popular en Chile. Entre 1970 y 1973 se intentó, en este
    país, una experiencia absolutamente insólita: realizar
    una transición hacia un régimen de producción socialista en
    condiciones de legalidad democrática.
    Esta experiencia introdujo una nueva dimensión en el
    movimiento obrero de la región y de todo el
    mundo.

    La violencia de la represión
    de los gobiernos militares impuesta en Chile y en otros
    países contrastaba con la experiencia de un gobierno militar
    nacional-democrático en Perú, iniciado en 1968 por
    Velasco Alvarado. El regreso de los peronistas a la legalidad en
    Argentina y su victoria aplastante en las elecciones de 1972
    había generado pánico en las clases
    dominantes y en los centros de poder imperialista. Era el
    desastre total si se consideraba la eminente derrota de Estados Unidos en Vietnam.
    Más que nunca la represión y el terror estatal se
    desarrollaron hasta sus formas más radicales. No hay duda
    que el terror fascista inaugurado por Pinochet y profundizado por
    los golpistas argentinos llevó hasta el paroxismo la
    represión en la región.

    A pesar de las huelgas de masas de los trabajadores de
    las grandes empresas agrícolas exportadoras – que
    sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de masas en El
    Salvador ­ el movimiento campesino solo vino a alcanzar una
    victoria significativa durante la revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y
    particularmente en la revolución boliviana cuando las
    milicias campesinas y mineras tomaron la dirección del país.
    En la década de los 50 se iniciaron las Ligas Campesinas
    lideradas por Francisco Julião en Brasil. En los años
    60 la estrategia anti-insurreccional
    comandada por los militares estadounidenses absorbió
    finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se
    aplicó sobre todo en el Chile demócrata-cristiano bajo
    la presidencia de Eduardo Frei. Esta reforma agraria se hizo
    más radical, completa y profunda en los años 1970-73
    bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente
    Salvador Allende.

    A lo largo de todos estos años, la
    reivindicación por la tierra estuvo en el centro de las
    luchas populares y de la alianza obrero campesina, con fuerte
    apoyo estudiantil y de sectores de la clase media urbana. Estas
    reivindicaciones llegaron hasta la Revolución Sandinista en
    Nicaragua. Se puede decir, sin embargo, que en las décadas
    de los 80 y los 90 el fuerte control de las multinacionales
    sobre la producción agrícola en vastas regiones del
    continente cambió dramáticamente el sentido de la lucha
    campesina. Entre 1960 y 1990 se completó un proceso de
    emigración del campo a la ciudad que expulsó
    definitivamente vastas capas de pequeños propietarios
    agrícolas y consolidó la gran y mediana empresa agroindustrial,
    articuladas con las transnacionales agrícolas o
    manufactureras de productos agrícolas. Se
    desarrolla la figura del asalariado agrícola estacional y
    surge un nuevo movimiento campesino de carácter sindical,
    con pequeña presión sobre la
    tierra.

    El caso brasileño es paradigmático: los "boias
    frías" (así llamados por la comida fría que llevan
    para sus precarias refecciones en un espacio agrícola ultra
    especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y solamente
    en la década del 80 resurge una demanda por tierra en la
    medida que aumenta el desempleo en las zonas rurales y
    pequeñas ciudades, generando una población desempleada
    que busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento
    de los Sin Tierra (MST) que presiona por una reforma agraria
    más ágil pero no cuestiona la legislación de
    tierras del país que dispone la compra de las tierras no
    cultivadas a precio de mercado para distribuir entre los
    campesinos sin tierra. La fuerza del MST no deriva tanto
    de la radicalidad de su demanda por la tierra sino de sus
    métodos de ocupación
    de la misma para forzar la reforma agraria y de sus métodos
    de gestión comunitaria de
    las tierras asentadas por ellos, así como su concepción
    socialista de una economía donde los campesinos pueden
    alcanzar su pleno desarrollo. Su preocupación con la
    tecnología agrícola de
    punta, por las cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos
    los colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus
    principales banderas de lucha se resumen en: tierra, agua y semillas, en el la
    pugna por la soberanía alimentar en
    Brasil. Ellos se preparan así para enfrentar las
    transnacionales agroindustriales en una perspectiva de largo
    plazo que choca a los conservadores brasileños.

    Es necesario resaltar sin embargo un fenómeno nuevo
    que hace posible esta concepción de largo plazo del
    Movimiento de los Sin Tierra: ellos cuentan con el fuerte apoyo
    de la pastoral de la tierra en Brasil. La Iglesia ha decidido que no
    puede entregar el más grande país católico del
    mundo a la saña de las elites explotadoras de este
    país. Una revolución social anti-católica
    sería un golpe definitivo en el catolicismo como religión con pretensiones de
    universalidad.

     

    a) La cuestión
    étnica

    En esta fase se incorporan cuestiones totalmente nuevas:
    El indigenismo, no solo visto como tal sino como una crítica cultural
    campesina, donde el campesinado reivindica también su
    conservación y no simplemente su eliminación en una
    sociedad superior. La cuestión étnica se presenta en
    dos vertientes diferenciadas, la cuestión étnica
    campesinaindígena y étnica campesina-negra. Es
    necesario hacer una distinción entre ambas tendencias porque
    los negros formaron un movimiento fundamentalmente campesino, que
    asumió la lucha contra el esclavismo, contra la
    dominación española en Cuba, participó en la
    revolución cubana y los
    procesos de liberación de otros países en la
    región. Los negros se organizaron con mucha facilidad y
    llegaron a constituir una parte importante de ese movimiento
    obrero no-europeo, no-socialista, pero encuadrado en esa
    vertiente populista. A pesar de que los comunistas consiguieron
    en algunos lugares una base importante en el movimiento negro,
    siempre negaron la especificidad de este movimiento y estuvieron
    contra la idea que asumiese una forma específica. La
    propuesta siempre fue que ellos se incorporaran a las luchas por
    las libertades civiles, negando de esta forma su contenido
    étnico. Esta visión étnica de la cuestión
    negra solo se va a proyectar a partir de la década de los
    60, teniendo como una de las referencias principales al "black
    power" en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con la
    visión de los derechos civiles, y los negros sostiene que
    no quieren ser iguales a los blancos, por lo tanto, sus luchas no
    son por la igualdad con los blancos sino
    por el derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la
    idea de "black beautiful".

    El contenido étnico del movimiento indígena
    renace en los años 70, cuando los indígenas reivindican
    sus orígenes como una estructura ideológica
    para las luchas sociales contemporáneas, y exigen el
    liderazgo de los movimientos guerrilleros. El indigenismo aparece
    fuertemente en América Latina en los años 70 en las
    luchas guatemaltecas donde dejan claro que la guerrilla estaba
    dirigida por indígena, a pesar de la participación
    externa, siempre subordinada al liderazgo indígena. Esta
    vertiente va a tener una cierta expresión en México,
    que luego va a tener una manifestación especial en el
    zapatismo, donde la vertiente indígena asume el
    carácter de una postura ideológica propia, que tiene su
    inspiración indigenista pero tiene también un objetivo
    universal. Este reconocimiento e identidad indígena
    americana es un fenómeno muy profundo y expresivo, que
    pretende también ser mundial: indígenas de diferentes
    regiones del mundo, buscan formar un movimiento donde el
    indigenismo tiene que ver con una postura ecológica, de una
    relación fuerte con la naturaleza, con una
    ideología opuesta al capitalismo y también las
    vertientes estalinistas del marxismo, pretendidas fuerzas
    progresistas que ven el progreso como un camino eliminador de las
    formas anteriores.

     

    b) El Movimiento
    Femenino

    Por otro lado se da la emergencia del movimiento
    femenino aunque, cabe resaltar, éste existe en todas las
    épocas como parte de otros movimientos sociales, como el
    movimiento negro, del movimiento por las luchas civiles que tiene
    como objetivo principal la igualdad de derechos entre los
    hombres, etc. El movimiento femenino a partir de la década
    del 60 comienza a reivindicar no solo que los derechos civiles de
    las mujeres sean incorporados a la sociedad moderna sino que la
    sociedad incorpore la visión femenina del mundo. Esto supone
    la participación de la mujer en la cultura, ya no como un
    elemento pasivo, sino a partir de una reestructuración de la
    cultura que acentúa, sobre todo, el papel de la vida. La
    mujer representaría una
    visión del mundo a partir de la vida, como portadora de la
    misma, sino con una percepción del mundo desde
    el punto de vista de la vida, y esto modifica totalmente la
    visión de la sociedad y del mundo.

     

    3. LA AUTONOMIA DE LOS
    MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE
    RESISTENCIA

    25 años de experiencia neoliberal, comandadas a
    nivel internacional por el FMI y por el Banco Mundial, sumergieron
    nuestros países en graves problemas económicos que
    llevaron los movimientos sociales de la región a la
    defensiva. El desempleo, la inflación, la caída de los
    niveles salariales, la falta de inversiones sean productivas,
    de infraestructura, o sociales y la ausencia de nuevos empleos
    como consecuencia de esta situación forman un conjunto de
    fenómenos que va destruyendo el tejido social,
    desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los
    lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en
    sus diversas formas de expresión. Las armas principales del movimiento
    obrero, como la huelga y otras formas de interrupción del
    trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas de
    desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre
    dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de
    luchas callejeras alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y
    el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen
    retroceder el movimiento que va perdiendo sus objetivos y abre
    camino a la acción del "sub-proletariado" que no dispone de
    programas de lucha organizados
    y consecuentes.

    Estos años de recesión fueron combinados
    también con un período similar de represión
    institucional y regímenes de excepción apoyados en
    formas de terror estatal. En realidad, estos regímenes
    empezaron antes de la fase de recesión sistemática.
    Esta debería ocurrir en la década del 70 pero fue
    retrazada debido a la captación de recursos externos en forma de
    préstamos internacionales a bajo precio como consecuencia
    del reciclaje de los
    petrodólares. En la década del 80 empieza la exigencia
    de pago inmediato de los intereses ­ aumentados debido al
    crecimiento del principal bajo la forma de "renegociaciones"
    irresponsables de las deudas e incrementados debido al aumento de
    las tasas internacionales de interés a partir de las
    decisiones adoptadas por el Tesoro de Estados Unidos.

    Esta combinación de recesiones sucesivas,
    regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja
    del nivel de vida de los trabajadores fue seguida de una ofensiva
    ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y
    a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población
    durante los años de crecimiento económico. La
    ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la
    segunda mitad de los años 80, con la política
    derrotista de los liderazgos políticos de la Unión
    Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída
    de los regímenes del llamado "socialismo real" se abrió
    una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un
    verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una
    crítica al capitalismo o al quimérico "libre mercado"
    era inmediatamente segregado de los medios de
    comunicación de masas. Era la época del "fin de la
    historia", del fin del socialismo
    y del marxismo.

    Durante los últimos veinticinco años los
    movimientos sociales de la región estuvieron pues bajo el
    impacto de situaciones críticas. Sin embargo no debemos
    culparlas en nombre de las dificultades económicas, pues era
    posible superarlas con políticas de preservación del
    interés nacional, rehusándose a pagar una deuda
    internacional altamente cuestionable y tasas de interés totalmente
    insanas. Sin embargo prevalecieron los intereses ligados al pago
    de los servicios de la deuda, con las renegociaciones de la misma
    y las inmensas comisiones en moneda fuerte que pagaban. Se
    afirmó en este período una típica burguesía
    "compradora" en la región que se impuso progresivamente
    sobre los capitales locales, impedidos por las políticas
    neoliberales de sacar ventajas de los cambios del comercio mundial que fueron
    casi totalmente aprovechados por los países asiáticos
    que no dependían tan directamente de los préstamos
    internacionales para sostener sus políticas de exportación y de crecimiento
    económico. Ayudados por reformas agrarias profundas,
    realizadas en la pos Segunda Guerra Mundial, estos países
    disponían de mercados internos más
    amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban
    neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el
    sudeste asiático. Es natural por lo tanto que el movimiento
    obrero renaciera en la región durante este periodo bajo
    formas más cautelosas buscando el apoyo de los liberales y
    de la Iglesia que se apartó de los regímenes
    dictatoriales que en el pasado favoreciera, para asumir ahora las
    banderas de los derechos humanos, de la
    amnistía y del restablecimiento de la democracia.

    En este ambiente, las propuestas neoliberales
    encontraron un campo fértil y se enraizaron totalmente en
    virtud de la auto-destrucción del socialismo soviético
    y euro-oriental. En realidad la concepción neoliberal
    penetró definitivamente en los partidos de izquierda
    llegando a su formulación más sofisticada en la llamada
    Tercera Vía que se explicitó en la década del 90.
    Se trataba de articular la tesis de que no hay alternativa para
    la concepción neoliberal de la economía. Esta
    economía expresaría la eficacia del libre mercado que no
    garantiza sin embargo los derechos sociales de los trabajadores.
    Sería necesario en consecuencia combinar el neoliberalismo económico
    con un programa de políticas sociales (o compensatorias,
    como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los
    efectos negativos "provisionales" de la "transición" hacia
    el "libre mercado"). Era evidente la debilidad teórica y
    práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en
    la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez
    más insostenible tanto en el plano teórico­
    doctrinario como práctico.

    El movimiento obrero se encuentra aún bajo el
    efecto de estas confusiones ideológicas pero ha recuperado
    buena parte de su capacidad política durante el crecimiento
    económico sostenido de 1994 al 2000 cuando el desempleo
    cayó en Estados Unidos de 12% a 3,4%. La demostración
    de la posibilidad de volver al pleno empleo provocó un
    renacimiento de la militancia
    sindical americana, incluso en la reorientación de la
    central sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. En
    América Latina el movimiento obrero del período estuvo
    en ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte de los
    80 y en algunos momentos aislados de los 90. La explicación
    de la pérdida de combatividad del movimiento obrero en los
    últimos años se encuentra en las dificultades de
    convivir con el desempleo creciente resultante de la
    situación recesiva permanente.

    De las fuerzas clásicas del movimiento popular en
    la fase nacional democrática, el movimiento estudiantil fue
    el que más sufrió al ahogarse en el mundo del debate ideológico y
    sufrir el impacto de la ola neoliberal. De ser el centro de las
    luchas sociales se convertía en movimiento de
    reivindicaciones sectoriales, lo que fue aislándolo cada vez
    más. La expansión de las universidades privadas y del
    número de estudiantes universitarios de clase media
    disminuyó el carácter de elite intelectual que este
    tenía hasta el inicio de la década de los 70. Podemos
    decir que ha perdido mucha de su fuerza no sin haber dejado un
    rastro ideológico profundo como resultado de los movimientos
    de 1968. Su programa se hace cada vez más radical en los 70,
    separando estudiantes y masas populares. La represión
    terminó afectando también el movimiento estudiantil
    disminuyendo su militancia y su liderazgo
    ideológico.

    En los años 80 y 90 ganaron una fuerza especial los
    movimientos de los barrios llamados "marginales" y hoy
    "excluidos". Su organización creciente consiguió sin
    embargo mayores recursos fiscales para su infraestructura, a
    pesar de insuficientes para romper sus dificultades básicas.
    Las organizaciones de mujeres jugaron
    un papel fundamental en el movimiento de pobladores,
    organizándose para la autogestión de recursos dirigidos
    a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en
    el espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de
    este fenómeno son los comedores de madres y los comités
    del vaso de leche en Perú.

    Asimismo, el aumento de la actividad comercial de
    drogas prohibidas, sobretodo
    la cocaína, ha abierto la
    posibilidad de un relativo enriquecimiento de los miembros de
    verdaderos ejércitos de criminales organizados. Una
    situación similar a la de Chicago en los años de 1920 y
    1930. Esta presencia de los factores criminales entre los barrios
    miserables, como es el caso de Brasil, ha justificado una
    adhesión creciente de partidos de izquierda y de los
    movimientos populares con responsabilidad de gobierno a
    las técnicas de la
    represión social. Al abandonar la tortura y otros
    comportamientos violentos en el plano político, las fuerzas
    de la represión volvieron a concentrarse en la
    represión de los pobres y criminales de origen
    popular.

    Al mismo tiempo, los movimientos
    sociales son cada vez más afectados por las fuerzas sociales
    emergentes. Este es el caso de los movimientos de género, los indígenas,
    los negros, la defensa del medio ambiente y otros. Ellos
    imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales. Su punto
    de partida asume formas liberales, expresados en la defensa del
    derecho de votar, de garantizar jurídicamente sus derechos
    en bases iguales a la fracción masculina dominante, de
    valorizar sus características propias, de reconocer su
    identidad y sus características étnicas como parte
    sustancial de la cultura nacional. Con el tiempo, estas
    reivindicaciones pasan a integrar todo un proyecto cultural que exige el
    rompimiento con la estructura económico social que
    generó el machismo, el racismo, el autoritarismo. Se
    encuentra una identificación sustancial entre el modo de
    producción capitalista, como fenómeno histórico,
    con estas formas culturales que penetran profundamente en todo la
    superestructura de la sociedad moderna. Las propias raíces
    de estas llagas se encuentran en la pretensión de una
    racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y
    que justificaría el colonialismo, despreciando
    sustancialmente la importancia de las culturas y civilizaciones
    del Oriente o de las comunidades indígenas
    pre-colombinas.

    Los movimientos sociales empiezan así a romper con
    toda la ideología de la –modernidad como forma superior y
    como única expresión de la civilización. Este
    enfoque ha dado una fuerza muy especial a los movimientos
    sociales al presentarlos como fundamento de un nuevo proceso de
    civilización pluralista, realmente planetario, post-racista,
    post-colonial y quizás post-moderno.

    Finalmente, durante esta fase es necesario destacar dos
    características fundamentales: en primer lugar, la identidad
    de los movimientos sociales empieza a reivindicar una cierta
    autonomía, sale del marco de los partidos comunistas, de las
    reivindicaciones nacionaldemocráticas y desarrollistas, para
    asumir una autonomía bastante significativa, que da origen y
    se vincula a la cuestión ciudadana de lucha por los derechos
    civiles y se confunde con las luchas contra las dictaduras en
    América Latina. Esta va a ser una de las principales
    vertientes de las ONGs, de tal forma que se empieza a dar una
    interacción de entre los movimientos con una relativa
    autonomía de los partidos políticos, y las
    ONGs apoyan esta autonomía.

    En segundo lugar, se presenta una tendencia a la
    formación de partidos políticos a partir de estos
    movimientos. La expresión más avanzada de esta
    tendencia es el Partido de los Trabajadores en Brasil. Existen
    también otras organizaciones políticas impregnadas de
    esa visión ideológica, una sociedad civil que se esta
    formando y que proyecta sobre el Estado la gran
    cuestión que la sociedad civil todavía no
    resolvió: en la medida en que ella crece y gana importancia,
    su relación con el Estado deja de ser simplemente
    crítica para ejercer también hegemonía sobre el
    Estado. A partir de este momento, la postura crítica se
    transforma en una postura positiva, que se expresa en propuestas
    de políticas de Estado y que viene constituyendo una nueva
    fase en formación de diseño de un nuevo
    programa de políticas públicas que absorbe parte del
    programa nacional democrático-desarrollista anterior pero
    con críticas significativas que incluyen esas nuevas
    demandas ecológicas, democráticas en términos de
    participación
    política, este autonomismo se convierte en una
    reivindicación más democrática y ejercicio de
    influencias sobre el poder. Todo esto va constituyendo un nuevo
    espacio político que no resolvió sus contradicciones
    entre autonomía y gestión del Estado, entre democracia
    en el sentido de afirmación autónoma y el sentido de
    gestión del Estado, entre reivindicaciones autónomas y
    políticas públicas y el poder de transformar las
    condiciones materiales.

     

    4. LA GLOBALIZACIÓN DE
    LAS LUCHAS SOCIALES

    Después de Seattle en 1999, los encuentros del
    Foro Social Mundial en Porto Alegre y las
    manifestaciones de masa que lo sucedieron en varias partes del
    mundo ya se perfila una nueva realidad de los movimientos
    sociales que indican una dinámica no solamente
    defensiva sino también ofensiva. Este fenómeno ya
    estaba inscrito en las movilizaciones de 1968 pero cobra un
    significado especial después de la caída del campo
    soviético cuando las luchas sociales ganan la dimensión
    de un gigantesco movimiento de la sociedad civil contra la globalización
    neoliberal. Su articulación con fenómenos
    políticos se hace más evidente y se expresa en el
    surgimiento de formas de lucha insurrecciónales nuevas, como
    el Zapatismo en México y sus desdoblamientos internacionales
    en la convocatoria por la lucha contra el neoliberalismo que
    atrajo personalidades de todo el planeta; la emergencia de
    movimientos indígenas de resistencia que terminan
    derrocando gobiernos y dando origen a partidos y nuevos gobiernos
    como en Bolivia y Ecuador; el éxito electoral del
    Partido de los Trabajadores en Brasil, Uruguay, Venezuela que surge de una
    articulación de los movimientos sociales. Todos estos
    fenómenos latinoamericanos forman una nueva ola de
    transformaciones sociales que tiene fuertes raíces en los
    nuevos movimientos sociales nuevos y en su articulación con
    las fuerzas de los movimientos sociales clásicos, con la
    evolución de la izquierda
    en su conjunto y hasta con los sectores nacionalistas de las
    clases dominantes produce un complejo proyecto histórico
    aún en construcción que se
    expresa también el los procesos de integración acompañados
    de una creciente densidad diplomática entre
    los gobiernos latinoamericanos.

    El programa alternativo que se dibuja en la región
    no puede restringirse a una resistencia económica y
    cultural, más aún cuando la historia de América
    Latina pasa por un largo periodo de estancamiento económico
    con el abandono del proyecto desarrollista nacional
    democrático confrontado a hierro y fuego por la
    represión imperialista y gran parte de la clase dominante
    local; cuando la historia de este período se confunde con la
    dominación brutal de los intereses financieros sobre la
    economía, colocando las fuerzas productivas a su servicio, incluso el Estado
    que aumenta su intervención para transferir recursos hacia
    este sector; cuando todo esto se hace en nombre de una
    ideología reaccionaria que se presenta como la
    expresión última de la modernidad y como el "pensamiento único",
    resultado del fin de la historia. En tales circunstancias el
    programa alternativo debe asumir un carácter global, el de
    un nuevo marco teórico y
    doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva
    economía, una nueva civilización.

    Mientras esta tarea de décadas se desdobla, se van
    dibujando luchas parciales que asumen un carácter cada vez
    más sustancial. La integración regional latinoamericana
    por ejemplo gana dimensiones concretas en el MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones y
    en el proyecto del ALBA y la Comunidad Sudamericana que cuenta
    con el apoyo sustancial del ideal bolivariano. Al mismo tiempo,
    este ideal es convertido en doctrina de Estado y de gobierno en
    Venezuela, inspirándose en la dinámica de la democracia
    participativa profundamente articulada con la lógica de los
    movimientos sociales.

    Muchas serán aún las novedades
    ideológicas, políticas y culturales que surgirán
    en este nuevo contexto. En el proceso electoral de Lula en Brasil
    se unieron sectores sociales hasta entonces desarticulados en
    búsqueda de un nuevo bloque histórico que articulase
    las fuerzas de la producción en contra de la dominación
    del capital financiero. Un perfil
    similar se dibujó en Argentina después de los grandes
    movimientos de masa que cuestionaron radicalmente el programa
    neoliberal. En toda la región se habla de un nuevo
    desarrollismo que busca crear las condiciones de una nueva
    política económica
    que restaura en parte los temas y la agenda de los años 60 y
    70 adaptando la misma a las nuevas condiciones de la economía mundial. Lo que
    importa es la voluntad política, los aspectos técnicos
    son secundarios y fácilmente obviados por el amplio
    desarrollo de los profesionales de la región.

    Varias son las manifestaciones concretas de la nueva
    propuesta que deberá sustituir la barbarie intelectual del
    pensamiento único neoliberal y que incorporará la
    región a una nueva realidad política e ideológica.
    Esta nueva propuesta pone en debate las grandes cuestiones del
    destino de la humanidad y los movimientos sociales
    representarán el terreno fértil en que brotarán
    las soluciones cada vez más
    radicales pues son las raíces que estarán en juego: la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo, la
    explotación. Toda esta agenda estará de nuevo en la
    arena de la historia.

     

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    Mónica Bruckmann1 y Theotonio Dos
    Santos2

     

    Notas

    * Este artículo se encuentra bajo la licencia
    Creative Commons.
    Acceso al texto completo:

    http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/reggen/pp13.pdf

    1. Socióloga, investigadora de la Red y Cátedra UNESCO-UNU Sobre
    Economía Global y Desarrollo Sustentable ­
    REGGEN

    2. Profesor titular de la
    Universidad Federal Fulmínense

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