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Sobre la noción de estructura social



    To enquire into the structuration of social practices
    is to seek to explain how it comes about that structures are
    constituted through action, and reciprocally how action is
    constituted structurally.
    Anthony Giddens

     

    1. El elusivo concepto de
    estructura.

    Tanto el Diccionario de Sociología editado
    por Giner, Lamo de Espinosa y Torres Albero, como el de
    Ciencias Sociales editado por Del Campo, Marsal y
    Garmendia bajo el patrocinio de la UNESCO, e incluso el de
    Filosofía de Ferrater, coinciden en tratar la
    estructura social (la
    estructura, sin más, en este último caso) y el estructuralismo en dos
    artículos separados, aunque con contenidos inevitablemente
    coincidentes, al menos en parte. En dichos Diccionarios los
    artículos que se ocupan de la noción de estructura
    refieren ésta a una realidad compuesta por miembros o
    elementos relacionados entre sí, realidad que no es una mera
    yuxtaposición o adición de tales elementos, sino un
    todo articulado y unitario; tal noción se contrapone al
    atomismo y al individualismo metodológico, y encuentra
    ejemplos en ámbitos tan diferentes como la fisiología, la teoría de conjuntos, la topología, la sociología de los
    grupos, la psicología de la Gestalt, o la
    lingüística
    saussuriana. En todos los casos se subraya que lo importante no
    son los individuos o componentes del todo, sino las relaciones
    que los ligan entre sí, de modo que la realidad de que se
    trate se define como una totalidad integrada por un conjunto de
    individuos o partes que mantienen entre sí relaciones
    institucionalmente definidas (esto es, no controladas por dichas
    partes o individuos, sino por el todo).

    Una noción básica de estructura social la
    definiría como el modo en que las partes de un sistema social (individuos,
    organizaciones, grupos) se
    relacionan entre sí y forman el todo, pudiendo eventualmente
    presentar sucesivas y diferentes conformaciones o
    transformaciones sin que sea por ello otro el sistema social en
    cuestión. Pero quizás los acuerdos no fueran mucho
    más allá: algunos autores subrayan la estabilidad de la
    estructura social (como es el caso de Parsons), en tanto que
    otros destacan su equilibrio inestable, que no
    cesa de modificarse (según cree Gurvitch). Tampoco
    habría acuerdo acerca de su naturaleza, de la que muchos
    afirman que es una realidad empírica observable, frente a
    quienes creen con Lévi-Strauss que es un concepto que no se
    refiere al mundo empírico, sino a los modelos explicativos
    construidos por el estudioso. Del mismo modo debe anotarse que si
    el contenido de la estructura social se identifica con las
    relaciones pautadas existentes entre los individuos, no faltan
    quienes siguiendo a Gerth y Mills creen que está compuesta
    por los roles socialmente definidos; y entre los que la
    consideran como un conjunto de relaciones los hay que tienen una
    visión integrada de tal conjunto, y quienes lo perciben
    marxianamente como tensado por distintas
    contradicciones.

    Cabría decir quizás que la estructura incluye
    lo más permanente del conjunto considerado: lo menos
    histórico, lo no coyuntural; y sin duda también lo
    más básico, sobre lo que pueden descansar otras
    construcciones o desarrollos determinados por la propia
    estructura. No hace falta un gran esfuerzo para compartir la
    convicción de que la estructura no sólo puede ser
    manifiesta o aparente, sino latente o profunda, y en el caso de
    los fenómenos sociales cabe afirmar que muchas veces
    está más allá de la conciencia de los individuos
    cuyas relaciones articula. Lo que nos lleva a la segunda de las
    voces mencionadas, la que se ocupa del estructuralismo
    (excluyendo el llamado "estructuralismo metacientífico",
    escuela de filosofía de
    la ciencia representada por
    Sneed, Stegmüller o Moulines).

    Pues bien, se da el nombre de estructuralismo a un
    variado conjunto de corrientes intelectuales que aparecen en
    diversas disciplinas con posterioridad a la II Guerra Mundial, como sucede con
    la lingüística (Jakobson), la antropología
    (Lévi-Strauss), el psicoanálisis (Lacan), la
    filosofía (Althusser, Foucault), la psicología
    (Piaget), etcétera,
    apelando todas ellas de una forma u otra a una tradición que
    descansaría en Marx, Freud y Saussure, y en las que
    además de señalarse el componente reglado de las
    relaciones entre los elementos, de insistir en que la estructura
    se sitúa en un nivel profundo o metaempírico, de
    subrayar la vocación explicativa, no descriptiva, del
    empeño, y de aceptar que los hombres están sometidos a
    las estructuras sociales y no a la
    inversa, se destaca la importancia de la denominada sintaxis
    transformacional o ley combinatoria, que permite
    ofrecer múltiples variantes del mismo modelo, y se postula la
    identidad en el tiempo y en el espacio de unas
    formas mentales inconscientes, invariantes de la naturaleza humana, que
    organizan formalmente los más diversos contenidos
    (lingüísticos, culturales o sociales). Dicho de manera
    más sencilla e ingenua por el editorialista de una revista filosófica de
    mitad de los sesenta citado por Boudon, "ya no se habla más
    de 'conciencia' o de 'sujeto', sino de 'reglas', 'códigos' o
    'sistemas'; ya no se es
    existencialista, sino estructuralista" (apud
    Boudon, 1968: 9).

    Para Boudon el principal empeño de esta poderosa
    corriente intelectual, tal como se manifiesta, por ejemplo, en el
    análisis del parentesco o
    en la fonología, consiste en introducir orden explicativo en
    la incoherencia fenoménica. Aunque con frecuencia esa
    introducción parece
    arbitraria, sobre todo porque el término 'estructura'
    esconde una prolija colección de homónimos y forma
    parte de otra de sinónimos. De donde concluye que "es
    absurdo debatir sobre el significado que ha de atribuirse a
    expresiones como 'estructura social', 'estructura
    económica', etc. Si las nociones y distinciones que se
    pretende introducir son claras, importa poco que se las designe
    con un término o con otro" (1968: 207-208), aunque al usar
    'estructura' se intenta sin duda subrayar o evocar alguno de los
    contenidos de sus sinónimos. En todo caso, Boudon cree que
    "si por 'método estructural' se
    entiende un conjunto de procedimientos que
    permitirían obtener para un objeto de conocimiento cualquiera una
    teoría situada a un nivel de verificación tan elevado
    como sea posible, así como explicar la interdependencia de
    sus elementos constitutivos, entonces puede afirmarse que tal
    método no existe" (1968: 213).

     

    2. Caracteres de una
    estructura.

    Un estructuralista tan caracterizado como
    Lévi-Strauss afirma el origen lingüístico de la
    antropología estructural que, según nos dice, corre
    paralelo con el método fonológico de Trubetzkoy, que se
    concreta en cuatro pasos fundamentales: "pasa del estudio de los
    fenómenos lingüísticos 'conscientes' al de su
    estructura 'inconsciente'; rehusa tratar los 'términos' como
    entidades independientes, y toma como base de su análisis,
    por el contrario, las 'relaciones' entre los términos;
    introduce la noción de 'sistema' […]; en fin, busca
    descubrir 'leyes generales' ya sea que las
    encuentre por inducción o bien
    'deduciéndolas lógicamente' […]" (1968: 81). Y en un
    importante trabajo sobre la noción
    de estructura especifica las notas del "modelo
    estructural":

    En primer lugar, una estructura presenta un carácter de sistema.
    Consiste en elementos tales que una modificación
    cualquiera de uno de ellos entraña una modificación
    en todos los demás.

    En segundo lugar, todo modelo pertenece a un grupo de transformaciones,
    cada una de las cuales corresponde a un modelo de la misma
    familia, de manera que el
    conjunto de estas transformaciones constituye un grupo de
    modelos.

    En tercer lugar, las propiedades antes indicadas
    permiten predecir de qué manera reaccionará el
    modelo, en caso de que uno de sus elementos se
    modifique.

    En fin, el modelo debe ser construido de tal manera
    que su funcionamiento pueda dar cuenta de todos los hechos
    observados (1968: 251-252).

     

    Por su parte, y de manera análoga, Piaget
    escribió en un librito de 1968 destinado a tener gran
    difusión que "una estructura es un sistema de
    transformaciones que comporta leyes en tanto que sistema (por
    oposición a las propiedades de los elementos), y que se
    conserva o se enriquece por el juego mismo de sus
    transformaciones, sin que éstas lleguen más allá
    de sus fronteras ni impliquen la participación de elementos
    exteriores. En una palabra, una estructura comprende los
    caracteres de totalidad, transformaciones y autorregulación"
    (1968: 7). Por lo que hace al carácter de totalidad,
    poco habrá que insistir en él, habida cuenta de que
    sólo desde posiciones atomistas o individualistas suele
    ponerse en cuestión, por lo que quizás haya que atender
    más a la naturaleza sistémica de esa totalidad,
    noción que encuentra su origen en las dificultades que la
    concepción mecanicista de las ciencias físico-naturales
    planteaba al estudio de los seres vivos que, como señalaba
    Bertalanffy, tienden a desarrollar y conservar un estado organizado de
    fantástica improbabilidad, manteniéndose en un
    controlado desequilibrio y aumentando su diferenciación y su
    orden interno (1971: 100). La biología, la ecología y las ciencias sociales se abrieron
    pronto a este nuevo planteamiento, articulado como una
    teoría de los sistemas a partir de la noción de
    conjunto como totalidad organizada, integrada por partes y
    procesos en mutua interacción; teoría
    que no ha de confundirse con la cibernética, que no es
    sino una teoría de los sistemas elaborada de acuerdo con el
    modelo mecanicista. La teoría general de los sistemas toma
    en cuenta la totalidad, tanto la de los organismos vivientes como
    la de los fenómenos sociales, que son neguentrópicos,
    pues aumentan su diferenciación y su orden (aunque el
    segundo principio de la termodinámica afecta al
    conjunto formado por el sistema y su entorno); en ciertos rasgos
    de la teoría de sistemas hay una
    clara marca organicista, aunque sin que
    implique necesariamente teleologismo o intencionalidad. Es el
    mismo Bertalanffy quien afirma que "la ciencia social es la ciencia
    de los sistemas sociales" (1976: 204), si bien critica la
    sociología de orientación más sistémica, la
    parsoniana, por su empeño teórico funcionalista: en su
    opinión, la continuidad estructural no excluye el cambio ni implica
    necesariamente el equilibrio. Lo que nos invita a abordar la
    característica transformacional que los estructuralistas
    atribuyen a la estructura.

    Para sugerir en qué consisten las transformaciones,
    Edmund Leach propone la imagen del camino seguido por una
    pieza musical desde la partitura, pasando de la cabeza y los
    dedos del pianista al piano, de ahí al proceso electrónico de
    grabación del disco, a su reproducción nuevamente
    electrónica, a la
    generación de ondas sonoras y, por fin, al
    oído del aficionado. Y
    concluye: "algo debe ser común a todas las formas por
    las que ha pasado la música. Ese algo en común, una
    configuración de relaciones organizadas interiormente, es a
    lo que me refiero con la palabra estructura" (Leach, 1976:
    66). Esta imagen, ciertamente algo tosca, tiene sin embargo la
    virtud de destacar que las estructuras se caracterizan por
    poder expresarse en
    "múltiples formas que son transformaciones una de otra"
    (ibidem), sin que ninguna de ellas lo haga de manera
    más verdadera o más correcta que las demás. Como
    señala Pouillon, "la estructura es esencialmente la sintaxis
    de las transformaciones que permiten pasar de una variante a
    otra" (1967: 8).

    Pues bien, sin duda la realidad social, cuyo conjunto se
    presenta como totalidad o sistema estructurado en subsistemas y
    partes, cambia constantemente: podría decirse que se
    manifiesta en transformaciones que se suceden en el tiempo,
    transformaciones que conservan o enriquecen el sistema, como
    señalaba Piaget. Ahora bien, de dejar aquí el argumento
    podría llegarse a un malentendido, ya que en mi opinión
    debe tenerse presente que hay dos tipos muy diferentes de
    transformación: ante todo, el propio de la
    lingüística, entendido como combinatoria de elementos,
    una "sintaxis transformacional" sujeta a reglas estrictas que
    opera de manera atemporal y que descansa en una "estructura
    subyacente", que no sólo es inconsciente para los individuos
    participantes, sino que no puede ser observada empíricamente
    ni descansa en "hechos" comprobables.

    Pero hay otro concepto de transformación propio de
    la historia, que entiende las
    transformaciones como procesos contingentes (no reglados, aunque
    no aleatorios) y, sobre todo, desenvueltos a lo largo de la
    flecha del tiempo, en la que están insertos. En el proceso
    histórico transformacional la predicción no cumple el
    papel que desempeña en las ciencias físico-naturales,
    puesto que la realidad social no procede de manera determinista,
    sino a través del establecimiento de árboles de posibilidades:
    el devenir de las realidades humanas no es aleatorio, pues parte
    de lo que hay, y de lo que ha habido antes; es incluso imposible
    señalar de antemano la línea evolutiva por la que haya
    de moverse una determinada situación social: cabe, claro
    está, identificar en las sucesivas transformaciones procesos
    evolutivos, pero a posteriori, como una forma de
    postdicción.

    De manera, pues, que la estructura social se
    caracteriza, efectivamente, por su condición
    transformacional: pero de la manera definida a partir de la
    historia y no a partir de la lingüística. No se trata,
    por tanto, de un proceso sintáctico, sujeto a reglas
    invariantes, sino de un proceso contingente, en el que
    ciertamente hay reglas, pero como disyunciones alternativas
    resultantes de la propia acción social (o de la
    praxis, como quería Sartre). La
    autorregulación de la estructura está así mediada
    por la intervención humana: la acción social viene
    constituida (y no determinada mecánicamente) por la
    estructura social, y ésta es, a su vez, resultado (aunque no
    deliberado y sistemático) de la acción social.
    Está dicho con más precisión y menos palabras en
    la cita de Giddens que encabeza estas páginas, a
    continuación de cuyo texto añade el autor que
    "en principio las estructuras siempre pueden ser examinadas en
    términos de su estructuración como una serie de
    prácticas reproducidas" (1976: 161). De esta forma supera
    Giddens la oposición entre acción y estructura, que
    terminan siendo aspectos procesales diferentes de una misma
    realidad social.

    En resumidas cuentas, la estructura social
    cambia (aunque sea lo que menos cambie, o lo que lo haga más
    despacio, del sistema social), y sus transformaciones son en
    buena parte resultado de sus contradicciones internas y, por
    tanto, de la acción social y sus conflictos: la estructura
    social no está integrada de manera consistente, y en
    determinados momentos lo está de forma deficiente. Pero
    además del factor constituido por la acción social, la
    estructura social es resultado del proceso de adaptación al
    medio de los grupos humanos: las condiciones del medio (no solo
    las del medio natural de los pueblos primitivos, sino las del
    medio artificial de las sociedades avanzadas)
    constriñen también la acción social, y
    mediatamente la estructura social. De manera que la
    característica transformacional de la estructura social no
    puede entenderse en los términos en que se hace en
    lingüística, pero tampoco cabe concebirla como si se
    hablase de un organismo. Y en este sentido es en el que me parece
    apropiada la frase de Leach: "el estructuralismo no es ni una
    teoría ni un método, sino 'una manera de contemplar las
    cosas'" (1976: 62).

     

    3. Una manera de ver las
    cosas.

    En efecto, el progreso del conocimiento científico
    ha ido mostrando una realidad cada vez más compleja,
    imposible ya de reconducir (¡o reducir!) a los inteligibles
    esquemas usuales, lo que ha obligado a renunciar a la unidad de
    la teoría y a la rotundidad del objeto, y a buscar
    alternativas plausibles. Una de ellas es la noción de
    estructura, con la que, según la opinión de Boudon
    recogida más arriba, se intenta encontrar algún orden
    en la explosión de la complejidad del objeto de
    conocimiento. No se trata, pues, de imponer a la realidad un
    orden decidido por el investigador, sino de identificar en ella
    la evidencia de la totalidad y de las relaciones entre sus
    componentes. No hubo botánica científica
    hasta que Linneo mostró en 1735 la estructura del reino
    vegetal y pudieron establecerse las relaciones (diferencias,
    parecidos, secuencias) morfológicas y fisiológicas
    entre las plantas. Como no hubo química moderna hasta que Mendeleiev
    fijó en 1869 la tabla del sistema periódico de los elementos.
    En resumidas cuentas, hay un modo de ver la realidad que parece
    impropio calificar de método en el sentido riguroso
    del término: al menos para el estudio de la realidad social
    no creo que pueda hablarse de método estructural, y menos
    aún de teoría estructuralista (salvo para los fieles de
    tal observancia), puesto que en último extremo se trata,
    simplemente, de partir de la observación del conjunto
    de la realidad y de intentar descubrir en ella un esquema de
    relaciones que permita su descripción y eventual
    explicación.

    Pues bien, no son estas páginas lugar ni momento
    para discutir el estructuralismo, pero sí en cambio para
    apuntar cómo puede jugar el concepto de estructura en el
    estudio de la realidad social. Mi posición al respecto es
    que la estructura social forma parte de la realidad
    empíricamente observable (aunque con frecuencia no sea
    directamente observable), se identifica con las relaciones entre
    las partes o individuos que constituyen el todo, y muestra que el sistema social se
    organiza en una serie de subsistemas articulados entre sí
    que desarrollan sus dimensiones en el espacio y en el tiempo.
    Tales dimensiones del sistema social (que en mi opinión son
    básicamente cinco: demográfica, cultural,
    económica y política, además de la
    histórica, que afecta como flecha del tiempo a las cuatro
    primeras) pueden aislarse y estudiarse separadamente, pero
    sólo como licencia analítica: no se trata de sistemas
    yuxtapuestos con efectos meramente aditivos, sino que están
    relacionados de manera interactiva ("el orden de los
    órdenes", en expresión de Lévi-Strauss). El
    resultado de tal estructura articulada en varios subsistemas es
    que cada elemento, parte o individuo del sistema tiene
    una posición determinada en cada una de las dimensiones o
    subsistemas, y la resultante de todas ellas es su posición
    en el sistema social. Esta orientación topológica me
    parece fundamental para precisar el lugar que cada
    individuo y cada grupo de individuos ocupa en la sociedad, lugar que determina
    sus intereses y su visión del mundo, y marca la distancia
    que le aproxima a unos y le separa de otros.

    Si se me permite jugar con una imagen de
    inspiración no euclidiana, diría que los subsistemas
    mencionados (demográfico, cultural, económico,
    político e histórico), definen un espacio de cinco
    dimensiones que se desplaza deformándose a lo largo del
    tiempo, combinando una continuidad estructural que mantiene su
    identidad con una serie de transformaciones que lo hacen
    cambiante; no se desplaza todo él como un bloque,
    regularmente, sino a distintas velocidades, que no excluyen que
    algunas partes o elementos retrograden de vez en cuando (no en el
    tiempo, sino en grado de diferenciación); desplazamiento
    carente de un fin preestablecido, así como de cualquier
    certidumbre del progreso en que confiaba la modernidad. Un espacio social
    estructurado, valga la redundancia, por las diferencias y
    relaciones que cada una de sus dimensiones establece entre los
    individuos que forman el todo social y, simultáneamente, por
    las relaciones que se dan entre ellas. Estructura que en cada
    momento es reafirmada y reformada (reproducida y producida) por
    las acciones que llevan a cabo los
    individuos (por su praxis) en una suerte de "plebiscito
    cotidiano".

    Mi propuesta de considerar la estructura social como un
    espacio definido por las dimensiones demográfica, cultural,
    económica, política e histórica, no está
    lejos de la noción de "historia estructural" de Fernand
    Braudel, quien sostiene la necesidad de una "iluminación múltiple"
    de la realidad: "Nada más tentador […] que la ilusión
    de reducir lo social, tan complejo y tan desconcertante, a una
    única línea de explicación" (1968: 58-59). Por el
    contrario, hay que tener en cuenta como elementos de la
    estructura social tanto lo que llama "la coacción
    geográfica" como los campos cultural (que incluye la
    ciencia), económico y demográfico (1968: 71-72); y ello
    sin olvidar "las instituciones", esto es, el
    ámbito de lo político, aunque con la reticencia de que
    tiende a ser excesivamente événementiel. En
    definitiva, que "no creemos […] en la explicación de la
    historia por este u otro factor dominante. No hay historia
    unilateral": "El único error, a mi modo de ver -dice-,
    radicaría en escoger una de estas historias a expensas de
    las demás" (1968: 25 y 75). Y por lo que se refiere a la
    dimensión temporal, que cuenta "las horas de existencia de
    las diversas estructuras sociales", nace de la "necesidad de
    confrontar también los modelos con la idea de duración"
    (1968: 57 y 86), de modo que "el tiempo social es, sencillamente,
    una dimensión particular de una determinada realidad
    social": "La palabra estructura […] es la que domina los
    problemas de larga
    duración […], una realidad que el tiempo tarda enormemente
    en desgastar" (1968: 99 y 70). Pero más claramente aun
    precisa Braudel las dimensiones de la estructura social al
    comienzo de su deslumbrante El tiempo del mundo (el
    volumen tercero de
    Civilización material, economía y capitalismo, siglos
    XV-XVIII), donde sostiene que sería un error imaginar
    que la economía

    gobierna la sociedad entera y que ella determina por
    sí sola los otros órdenes de la sociedad […] -la
    cultura, lo social, la
    política- que no cesan de mezclarse con ella para
    favorecerla o, también, para oponerse a ella. Estas masas
    son tanto más difíciles de disociar unas de otras
    cuanto que lo que se ofrece a la observación […] es una
    totalidad, a la que hemos llamado la sociedad por
    excelencia, el conjunto de los conjuntos (1984, III: 28,
    cursivas del autor).

    Y todo ello, claro está, inserto en el tiempo
    del mundo. Me sitúo, pues, en la estela de Braudel al
    señalar como dimensiones de la estructura social las cinco
    mencionadas (demográfica, cultural, económica,
    política e histórica), inextricablemente constitutivas
    de la totalidad social.

    Estrella Gualda insiste por su parte en la complejidad
    de la estructura, y opta también por una imagen
    geométrica, aunque prefiere la del poliedro, entendiendo
    agudamente la estructura social como estructuras sociales: lo que
    equivale a subrayar la pluralidad empírica y teórica de
    sus dimensiones posibles, aunque en mi opinión la
    multiplicidad de dimensiones no puede considerarse indeterminada,
    ni las diferentes teorías como caras del
    poliedro (2002, passim). A su vez, María Trinidad
    Bretones parte del análisis de la sociedad informacional de
    Castells, y lo completa concluyendo que la estructura social se
    compone de cuatro macroestructuras: poblacional, económica y
    tecnológica, política, y cultural o simbólica, a
    las que propone añadir una quinta, el sistema de
    estratificación por clases (2001: 58 y ss.). Salta a la
    vista que tal propuesta y la contenida en estas páginas son
    bastante coincidentes, pero con dos importantes diferencias: que
    no atribuye a la historia (o al tiempo, o a la contingencia) el
    valor de dimensión
    estructural básica que creo tiene, y que sitúa en
    primer plano como quinta macroestructura la desigualdad social
    institucionalizada, que para mí es una resultante de las que
    considero dimensiones básicas, por mucha que sea la
    importancia que tenga.

     

    4. La estructura social
    como
    red de
    relaciones.

    Señala Marx que "las relaciones de producción de cualquier
    sociedad forman un todo", por lo que no pueden estudiarse una a
    una, como hace Proudhon (Marx, 1969: 158); y comenta Althusser
    que "la estructura del todo está articulada como la
    estructura de un todo orgánico jerarquizado. La
    coexistencia de los miembros y relaciones en el todo está
    sometida al orden de una estructura dominante que introduce un
    orden específico en la articulación de los miembros y
    de las relaciones" (1973: 109). Y aclara que

    la estructura de las relaciones de producción
    determina lugares y funciones que son ocupados y
    asumidos por agentes de la producción […] en la medida
    en que son los "portadores" (Träger) de estas
    funciones. Los verdaderos
    "sujetos" […] no son, por lo tanto, estos ocupantes [esto
    es], los "individuos concretos", los "hombres reales", sino
    […] las relaciones de producción (1973:
    194).

     

    En otras palabras: la estructura consiste en una red de relaciones entre alvéolos
    socialmente definidos, que son ocupados por los incumbentes de
    los roles sociales. En un trabajo anterior cité al respecto
    a Dahrendorf, quien sostiene que "las posiciones [sociales]
    pueden ser imaginadas y localizadas con independencia de los
    individuos; la estructura de la sociedad podría presentarse
    como un gigantesco plano de organización en el que
    están registradas millares de posiciones" (Dahrendorf, 1973:
    98), a lo que yo apostillaba que "es precisamente esta imagen del
    conjunto de posiciones sociales (y de las relaciones que las
    vinculan) como organigrama de la sociedad lo que me
    interesa destacar" como contenido de la realidad social
    (Beltrán, 1991: 76).

    La Asociación Americana de Sociología
    celebró su 69 congreso en 1974, en Montreal, dedicado al
    tema Focus on Social Structure, cuyo prograna
    señalaba que el enfoque estructural pretende explicar "no la
    conducta de los individuos, sino
    las relaciones entre grupos e individuos que se expresan en dicha
    conducta" (apud Blau, 1975: 2). En opinión de Blau,
    la noción de estructura social se refiere a las
    regularidades o pautas discernibles en la vida social, pero su
    naturaleza depende de la perspectiva que se adopte: "una
    diferencia importante, aunque no la única, depende de la
    amplitud de nuestra visión, de si miramos las cosas de lejos
    para ver más ampliamente el cuadro, o si nos colocamos cerca
    para no perder detalle" (1975: 3). Encargado este autor de editar
    varias importantes contribuciones al congreso, ejemplifica esta
    primera diferencia con los trabajos de Lenski (que utiliza una
    perspectiva macrosociológica articulada en las grandes
    líneas de la evolución histórica)
    y de Homans (que se interesa, por el contrario, en las conductas
    básicas de los individuos en su vida cotidiana y en la
    influencia que tienen sobre ellas factores primordialmente
    psicológicos, y sólo secundariamente
    sociales).

    Otra importante diferencia teórica es, a juicio de
    Blau, la que separa el enfoque estructural de Parsons, centrado
    en las interrelaciones de los diferentes subsistemas
    institucionales que forman parte de un sistema mayor (perspectiva
    caracterizada por un elevado nivel de abstracción en el que,
    como dice Blau, "la gente desaparece de vista" a favor de las
    normas y valores institucionalizados,
    que son los que regulan las conductas y mantienen el orden
    social), del enfoque de Coleman, que se preocupa por la conducta
    de los individuos, no por las instituciones sociales, conductas
    que se supone pretenden racionalmente maximizar la utilidad de los actores. Como
    consecuencia de los planteamientos de Lenski y Parsons, por un
    lado, y de Homans y Coleman por otro, Merton, como es notorio,
    llega a la conclusión de que "el análisis estructural
    en sociología debe ocuparse sucesivamente de los
    fenómenos de nivel micro y macro, […] y desarrollar
    conceptos, métodos y datos para articular el micro con
    el macroanálisis"(1976: 123), empeño que le parece
    abordable sólo desde una pluralidad de paradigmas y no desde una
    única teoría (Merton, 1976: 116).

    Por su parte, Blau se pregunta agudamente cuál sea
    la noción antitética a la de estructura social, y
    responde que es "el caos, lo amorfo, la conducta
    idiosincrática que carece de regularidades observables"
    (1975: 7); y de nuevo Merton es quien mejor percibe el origen de
    tales regularidades o pautas en los constreñimientos
    externos que las condiciones sociales imponen a las conductas de
    los individuos. Pero otras contribuciones del libro editado por Blau apuntan
    en distintas direcciones a la hora de identificar la antítesis de la estructura: para
    Lipset es el cambio social que surge de las contradicciones que
    contienen todos los sistemas sociales, y para Coser son los
    procesos sociales, sobre todo los caracterizados por conflictos
    que abocan a cambios sociales. Y concluye Blau: "El análisis
    de las condiciones estructurales ha de ser complementado por el
    de los procesos históricos a través de los que las
    estructuras sociales cambian continuamente: de otro modo no
    podremos entender, y podemos incluso pasar por alto, la dinamica
    del desarrollo estructural" (1975:
    9). Pero permítaseme discrepar de Blau respecto de cuál
    sea la noción antitética a la de estructura social,
    pues no creo que sea la de caos, sino como sugerí más
    arriba la de individualismo metodológico: la oposición
    no debe plantearse entre una realidad ordenada y otra
    caótica, sino entre un todo articulado y las partes o
    "átomos" que lo integran. Vayamos, pues, siquiera sea
    fugazmente, al individualismo metodológico.

     

    5. El individualismo
    metodológico.

    El individualismo metodológico viene a mi juicio
    ejemplarmente representado en la imagen de Leviatán que
    ilustra la portada del libro de Hobbes: su gran corpachón
    está constituido por multitud de cuerpecillos humanos que,
    conjuntamente, componen, integran y crean la sociedad y el Estado. En la misma
    línea, pero ahora en el terreno argumental y no en el
    gráfico, Stuart Mill sostiene que "las leyes de los
    fenómenos sociales no son, ni pueden ser, otra cosa que los
    actos y pasiones de los seres humanos", esto es, "leyes de la
    naturaleza humana individual"; los hombres no se convierten, "una
    vez agrupados, en otra clase de sustancia, con
    diferentes propiedades" (apud Lukes, 1975: 139 y n.4). Y
    por recordar a otro notorio individualista metodológico (que
    rechaza el psicologismo de Mill), es Popper quien sostiene "la
    importante teoría de que todos los fenómenos sociales
    y, especialmente, el funcionamiento de todas las instituciones
    sociales, deben ser siempre considerados resultado de las
    decisiones, acciones, actitudes, etc., de los
    individuos humanos, y de que nunca debemos conformarnos con las
    explicaciones elaboradas en función de los llamados
    'colectivos' (estados, naciones, razas, etc)" (1985, II:
    283).

    Steven Lukes, en su estudio sobre el individualismo,
    recoge una rotunda cita de Watkins, para quien "los
    fenómenos sociales a gran escala deben explicarse por las
    situaciones, disposiciones y creencias de los individuos. Esto es
    el individualismo metodológico" (apud Lukes, 1975:
    143, n.14). Pues bien, el individualismo metodológico es, o
    puede ser, algo más, ya que no se trata sólo de "una
    doctrina de la explicación", como cree Lukes (1975: 137),
    sino que contiene un poderoso componente de nominalismo que
    descansa en la banalidad de que las sociedades están
    compuestas de personas, en el presupuesto ontológico de
    que sólo son reales los individuos, o en la tosquedad
    metodológica de afirmar que aólo son observables los
    individuos, y que todo lo demás excede de la prudencia de
    Occam.

    La posición diametralmente contraria al
    individualismo metodológico es, en mi opinión, la de
    Durkheim, que en un
    archicitado pasaje de Les régles sostiene que "La
    sociedad no es una simple suma de individuos, sino que el sistema
    formado por su asociación representa una realidad
    específica que tiene sus caracteres propios. […] Por
    consiguiente, todas las veces que un fenómeno social es
    explicado directamente por un fenómeno psíquico, se
    puede asegurar que la explicación es falsa" (1978: 116). Es
    verdad que en esa misma página Durkheim va más
    allá de lo razonable, sosteniendo, por ejemplo, que "el
    grupo piensa, siente y obra de un modo completamente distinto que
    sus miembros", expresándose, pues, en términos de una
    incómoda reificación que no hay
    por qué tomar al pie de la letra; y menos aceptable aún
    sería caer en la tentación del antropomorfismo, en la
    que se intentaría describir y explicar las propiedades
    sociales como propiedades individuales ampliadas, por así
    decirlo. Por cierto, Leviatán es antropomorfo:
    ¿podría ello sugerir que el planteamiento hobbesiano es
    menos individualista de lo que a primera vista parece?
    Ciertamente, los textos que habitualmente se aducen para poner de
    manifiesto su atomismo social no son concluyentes y, en todo
    caso, la figura gigantesca que encarna la sociedad sugiere
    más bien que el todo es más que la suma de sus partes,
    o que está adornado con propiedades que no son reductibles a
    las de los individuos que lo componen.

    Pero no me importa tanto en este momento el todo cuanto
    su disposición: más que de "holismo metodológico"
    hablo aquí de estructura. Quiero decir que no se trata de
    insistir en la muy metafísica cualidad de
    totalidad, sino en la más empírica y abarcable de
    sistema (el sistema social) que, si lo es, lo es gracias a su
    estructura.

    Por su parte, y desde el campo de la economía,
    Buchanan hace explícito su individualismo metodológico
    (que considera esencial para la teoría de la public
    choice) no sólo apelando al supuesto clásico de que
    "los individuos persiguiendo sus propios intereses pueden generar
    de manera no intencional resultados que sirvan al interés 'social' general"
    (1988: 258), sino rechazando toda interpretación
    teleológica del proceso económico que trate de extender
    la maximización al conjunto social, e incluso afirmando la
    inexistencia de un decisor o preferidor colectivo. Lo que implica
    que la teoría económica "sigue siendo básicamente
    individualista", y que extiende "el modelo de comportamiento racional
    individual a la política" (1988: 264-265), por más que
    puedan diseñarse y construirse instituciones o reglas que
    limiten un ejercicio de los intereses privados que lleve consigo
    la explotación de otros individuos, e incluso orienten dicho
    ejercicio al apoyo del interés general. La discusión de
    estos supuestos, como los que se encuentran a la base de la
    teoría de la acción colectiva, habrá de quedar,
    claro es, para mejor ocasión. Baste ahora con indicar que en
    el campo de la sociología las cosas son diferentes: uno de
    los teóricos que pasa por ser un conspicuo individualista
    metodológico, James Coleman, señala muy al principio de
    su monumental Foundations of Social Theory que su
    posición acerca de qué sea una adecuada
    explicación científica es una variante del
    individualismo metodológico, pero una variante bastante
    especial:

    No se supone que la explicación de la conducta
    sistémica consista sólo en agregar acciones y
    orientaciones individuales. Se acepta que la interacción
    entre individuos produce fenómenos emergentes a nivel del
    sistema, esto es, fenómenos no deseados ni previstos por
    los individuos. Más aún, una explicación
    concreta no tiene por qué descender hasta el nivel
    individual para ser satisfactoria (1990: 5).

    Tal moderación prácticamente impide calificar
    la posición de Coleman como individualista
    metodológica, o por lo menos obliga a una visión menos
    maniquea de las posiciones teóricas en este punto.
    Quizás el caso de Homans sea, en cambio, más claro: en
    un en su tiempo famoso artículo afirma de sí mismo ser
    un ultimate psichological reductionist que trata de
    identificar "la conducta social elemental, esto es, lo que sucede
    en los grupos pequeños cuando dos o tres personas están
    en posición de influirse unas a otras: el mismo tipo de cosa
    de la que en definitiva están compuestas las grandes
    estructuras llamadas 'clases', 'empresas', 'comunidades' y
    'sociedades'" (1958: 597). Pues bien, su conclusión es que
    dicha conducta social elemental consiste en un intercambio de
    bienes, materiales o no, lo que a su
    juicio "tiene la ventaja incidental de que puede acercar la
    sociología a la economía" (1958: 598). En todo caso, y
    apoyándose en referencias empíricas consignadas por
    Blau en su The Dynamics of Bureaucracy (1955), llega a la
    conclusión de que a partir de su paradigma de la conducta
    social elemental como intercambio de bienes materiales o
    simbólicos, puede aprehenderse el conjunto de la estructura
    social (cf.1958: 606). Pocos años más tarde, criticando
    las teorías funcionalistas, Homans insiste en aproximar la
    sociología a la economía y a la psicología,
    sosteniendo que la cuestión importante no versa sobre el
    equilibrio de la sociedad (como pensaban los funcionalistas),
    sino sobre la conducta de los individuos (1964: 814); con lo que
    "los principios explicativos de la
    sociología no son sociológicos, como los funcionalistas
    creen, sino psicológicos: proposiciones acerca de la
    conducta de los hombres, no sobre la conducta de las sociedades"
    (1964: 815). Y es que, dice, "cuando tratamos seriamente de
    explicar fenómenos sociales, […] nos encontramos de hecho
    utilizando, lo admitamos o no, lo que he llamado explicaciones
    psicológicas" (1964: 817). Con lo que, en mi opinión,
    hay que estar en profundo desacuerdo.

    Una posición que tipifica con rara propiedad las relaciones del
    individualismo metodológico con los supuestos clásicos
    de la economía es la de Infantino, que rechaza "la
    reificación de los conceptos colectivos. […] Son
    necesarios, porque son signos taquigráficos
    [stenogrammi] que permiten una comunicación inmediata y
    rápida. Pero no son entes dotados de una vida separada,
    autónoma, […] independiente de los individuos y de sus
    acciones, a las que se refieren sintéticamente. […] Por
    consiguiente, existen sólo los hombres" (1995: 11-12). El
    autor cita como apoyo una frase de Popper en una entrevista, según la cual
    "lo que verdaderamente existe son los hombres, y lo que no existe
    es la sociedad" como entidad separada de los individuos (vid.en
    1995: 12); y, aunque no sea el caso, igual podría haber
    citado también a la Sra.Thatcher, en cuya opinión
    there is no society, only individuals and their families,
    como recoge Richard Sennett (1995: 43). Quizás convenga
    recordar aquí que la posición popperiana al respecto
    tiene más de metodológica que de ontológica, como
    pone de manifiesto un texto muy conocido (y más matizado que
    el procedente de la entrevista): "la creencia
    en la existencia empírica de conjuntos o colectivos sociales
    […] debe ser reemplazada por el requisito de que los
    fenómenos sociales, inclusive los colectivos, sean
    analizados en función de los individuos y sus acciones y
    relaciones" (Popper, 1989: 409).

    Para Infantino, el núcleo de la ciencia social se
    encuentra en el estudio de las consecuencias no intencionales de
    la acción humana intencional, y su método "atribuye el
    origen y cambio de las normas y de las instituciones sociales a
    la agregación [composizione] de acciones
    individuales" (1995: 13). El autor se sitúa con insuperable
    claridad en la tradición que lleva de Mandeville y Hume a
    Adam Smith, y de éste a
    Hayek, según la cual no existe un orden social intencional
    que sea producto de la razón,
    sino un orden no intencional que es el resultado imprevisto de
    las acciones individuales: puede así renunciarse a la tesis
    que se supone abusivamente racionalista de que la vida colectiva
    responde a una dirección deliberada, ya
    que el orden viene producido por los propios actores sociales de
    manera no consciente y sin que nadie coordine sus acciones. "Nace
    así, de manera no intencional, una trama de
    condiciones o normas que se generalizan y regulan el 'comercio' social" (1995: 17).
    En otras palabras, el autor propone trasladar el paradigma
    económico liberal del mercado regulado por la mano
    invisible al sistema social, avecinando así la
    sociología a la economía, y confinando la sociedad,
    junto con los demás Kollektivbegriffe, a la
    categoría de flatus vocis. Pues bien, pudiera parecer
    que Popper se sitúa en la misma línea cuando afirma,
    dos veces en la misma página, que "la tarea de las ciencias
    sociales teóricas es descubrir las consecuencias inesperadas
    de nuestras acciones" (1989: 410), pero no es así: ello no
    las coloca, a su entender, cerca de la economía, sino "muy
    cerca de las ciencias naturales
    experimentales" (ibidem). No es del caso entrar aquí
    en las razones y en las consecuencias de tal opinión: baste
    con señalar su no coincidencia con la línea
    economicista indicada por Infantino.

     

    6. ¿Una escuela
    neoestructuralista?

    Separándome de la opinión de García
    Selgas, a quien la etiqueta le parece excesiva o, al menos,
    precipitada (cf.1994: 115 y n.20), creo que podría
    quizás hablarse de una escuela estructuralista o
    neoestructuralista constituida por Bourdieu y Giddens, en la
    medida en que ambos, y no sólo ellos, tratan de superar el
    dualismo entre estructura y acción, el primero con su
    concepto de habitus y el segundo con la teoría de la
    estructuración. No tratan estos autores, pues, de
    replantear, continuar o actualizar el estructuralismo, en el
    sentido específico en que me referí más arriba a
    tal término, sino de algo mucho más concreto: entender la
    relación que existe entre la estructura social y los
    individuos integrantes de la sociedad ("los socios", como a veces
    digo). No es este el lugar adecuado para intentar una
    presentación de estas conocidas teorías (cosa de cierta
    dificultad, en especial por lo que se refiere a la de Giddens, de
    suma complejidad y rica terminología), pero sí de
    señalar que muchos de sus rasgos tienen que ver de manera
    muy directa con algunas de las cuestiones aquí
    discutidas.

    Por comenzar con la propuesta de Giddens, la teoría
    de la estructuración no se limita a pretender superar la
    dualidad existente entre la estructura social y la acción de
    los individuos miembros de la sociedad, sino que trata de hacer
    otro tanto con lo objetivo y lo subjetivo, lo
    macro y lo microsociológico, la larga y la corta
    duración, el análisis institucional y el de la
    acción: dimensiones todas ellas que de distintas formas
    tienen que ver con la dicotomía básica constituida por
    la estructura social y la acción social. Ante todo, hay que
    tener presente que para Giddens la estructura no determina la
    acción de los individuos: la condiciona, desde luego, pero
    al mismo tiempo la hace posible. Y es que la estructura social es
    un conjunto de reglas (significados y sanciones,
    básicamente) y recursos sociales (sobre todo
    autoridad y propiedad) que
    está presente en toda interacción, pero que no impide a
    los agentes actuar de forma alternativa a la que dichas reglas y
    recursos prescriben (en alguna ocasión utiliza el autor la
    imagen de quien está encerrado en una habitación,
    dentro de la cual se mueve libremente). Ni el presente ni el
    futuro están, pues, determinados por la
    estructura.

    Pero esas reglas y recursos que están
    permanentemente presentes en la vida social son, se nos dice,
    como huellas de la memoria, frecuentemente
    implícitas o no conscientes, pese a lo cual constituyen la
    base de un eficaz conocimiento práctico (análogamente a
    como sucede con las reglas gramaticales y el uso del lenguaje). La conducta fluye
    constantemente, con frecuencia entre rutinas que reducen la
    ansiedad y la inseguridad, produciendo
    resultados intencionales y no intencionales: pues bien, el
    más importante entre estos últimos es reproducir la
    estructura social, consecuencia inevitable para los agentes; y es
    a este juego circular de la estructura, presente en la
    acción y reproducida por ella, a lo que el autor llama
    dualidad de la estructura.

    Se observará que los resultados no intencionales de
    la acción no juegan aquí el mismo papel que entre los
    individualistas metodológicos, pues para éstos producen
    un ordine senza piano, que decía Infantino, mientras
    que aquí tampoco han intencionalidad, pero sí que hay
    plano: la estructura que ha de ser reproducida está presente
    en la acción social, y es reproducida por ésta. No hay
    aquí, pues, mano invisible alguna, ni autorregulación
    social (pese a la explícita simpatía que Giddens
    manifiesta por la teoría de la autopoiesis), ni, por tanto,
    asimilación de la sociedad al mercado.

    Lo que integra la sociedad es la reciprocidad de las
    prácticas en la interacción social cotidiana, mientras
    que la integración del sistema
    descansa en la reciprocidad entre los grupos en espacios y
    tiempos amplios. Pues bien, la integración social
    (consecuencia de las prácticas cotidianas) es condición
    de la integración sistémica (que implica continuidad en
    la larga duración). Estructura y acción son así
    las dos caras de un proceso continuo en el que la acción
    viene posibilitada, limitada y dotada de sentido por la
    estructura, generando la continuidad de las prácticas
    sociales, muchas de cuyas reglas no afloran en la conciencia de
    los agentes. Mientras que la estructura es reproducida de manera
    inevitable y no intencional por la reciprocidad de dichas
    prácticas en la interacción de individuos y grupos.
    Como ha sabido ver García Selgas, no estamos, pues, ante un
    intento de "síntesis entre la
    conceptualización del agente y la teorización de la
    institucionalización social", sino ante "una realidad
    dinámica, material,
    situada y recurrente, en y por la que se
    constituyen aquellas dos realidades" (1994: 124). O, en palabras
    del propio Giddens, que constituyen el punto B.2 de sus "nuevas
    reglas",

    Las estructuras no deben conceptualizarse como si se
    limitaran a imponer restricciones a los agentes, sino que
    también los capacitan para la acción. Eso es lo que
    llamo la dualidad de la estructura. En principio, las
    estructuras pueden siempre ser examinadas en términos de
    su estructuración como series de prácticas
    reproducidas. Indagar acerca de la estructuración de las
    prácticas sociales es intentar explicar cómo son
    constituidas las estructuras a través de la acción y,
    recíprocamente, cómo la acción es constituida
    estructuralmente (1976: 161).

     

    Por su parte, el intento de superar la disyunción
    entre estructura y acción que lleva a cabo Pierre Bourdieu
    arranca de su rechazo de la antinomia entre el objetivismo (tomar
    como objeto de conocimiento las estructuras sociales subyacentes
    e independientes de los individuos) y el subjetivismo (atender en
    cambio a cómo sea la experiencia del mundo de los individuos
    y su consiguiente actuación)(cf. 1991: 47). El punto de
    partida es reconocer nuestro dominio práctico de la vida
    cotidiana, basado en un acervo de disposiciones para la
    acción adquiridas sobre todo en las fases más tempranas
    del proceso de socialización, que van
    surgiendo para llevar a cabo las prácticas sociales (incluso
    las actitudes y movimientos físicos), y suministran un
    "sentido práctico" que permite a los individuos una variedad
    de estrategias en las distintas
    situaciones en que pueden encontrarse: tales disposiciones
    constituyen el habitus, y dependen del medio social en que
    han cristalizado, por lo que el habitus varía
    según el origen social: es duradero, y reviste contenidos
    diferentes en las distintas clases sociales. La
    práctica es el producto de la relación entre la
    estructura social y el habitus, y siempre está
    referida a las condiciones materiales de la existencia de los
    agentes, siendo el factor primordial de la reproducción de
    las relaciones sociales; como dice Sánchez de Horcajo, "la
    historia de cada individuo no es sino una cierta
    especificación de la historia colectiva de su grupo o de su
    clase" (1979: 93), por lo que puede decirse que el habitus
    de cada individuo es la manifestación del habitus de
    la clase a que pertenece.

    En resumidas cuentas, existen estructuras sociales
    objetivas independientes de los individuos, que constriñen
    su actuación sin determinarla (sólo la condicionan, de
    modo que la acción social se desarrolla en una variedad de
    estrategias posibles) y sirven de base a los esquemas de percepción, pensamiento y acción de
    los individuos, esto es, al habitus, el cual puede
    considerarse como el lugar de interiorización de lo exterior
    y exteriorización de lo interior: entre el sistema de
    regularidades objetivas y las conductas directamente observables
    interviene siempre la mediación del habitus. Ahora
    bien, tanto aquellas estructuras como estos esquemas tienen un
    origen social: las primeras a través de la pugna cotidiana
    que se da en ciertas áreas de la vida social (los "campos")
    para conservarlas o cambiarlas, los segundos a través de
    procesos de socialización diferenciados en las distintas
    subculturas. O, si se quiere, podría decirse que la historia
    se objetiva en las instituciones ("campos" en los que se produce
    una "exteriorización de lo interior" a través de las
    relaciones entre los agentes) y se encarna en los individuos (las
    disposiciones que componen el habitus, que es resultado de
    una "interiorización de lo exterior" que recoge las
    condiciones de vida y las experiencias sociales). Pero el proceso
    recursivo en el que las estructuras sociales permiten dar
    razón del habitus de los agentes, y éste, a su
    vez, de las prácticas sociales que son responsables de la
    reproducción de las estructuras, no excluye el cambio
    social: la reproducción de las estructuras, en especial las
    que implican relaciones de fuerza física o violencia simbólica entre
    grupos o clases, supone obviamente la posibilidad de su
    modificación (Sánchez de Horcajo, 1979: 93).

    Tanto la estructuración de Giddens como el
    habitus de Bourdieu implican una concepción de la
    acción no individualista, sino situacionista, lo que es
    criticado por Colin Campbell. El sociólogo británico
    cree que se ha abandonado la tradición weberiana de la
    comprensión motivacional de la conducta humana al rechazar la
    explicación que el actor ofrece de su propia conducta. Para
    el "situacionalismo social", como Campbell llama a este
    planteamiento, el objeto de la sociología es la acción
    social, esto es, la conducta que tiene un significado social
    constituido y definido por la situación en que se produce; y
    es que "el situacionismo tiende a emplear el adjetivo 'social' en
    lugar de 'humano'" (1998: 98). Lo que, en mi opinión, es muy
    apropiado para una ciencia social, esto es, una ciencia que tiene
    como objeto de conocimiento la dimensión social del ser
    humano. Campbell se interesa por el sentido puesto por el sujeto,
    suponiendo que es estrictamente personal y subjetivo: aun cuando
    así fuese (lo que es muy dudoso, pues también ahí
    está presente el grupo, la sociedad), a la sociología
    no le interesa lo subjetivo, sino lo intersubjetivo, esto es, el
    sentido "socialmente puesto", compartido y, por tanto,
    objetivo.

    La comprensión weberiana del sentido de la
    acción, contra lo que cree Campbell, no está muy lejos
    de lo que él llama "situacionalista", porque si bien
    Weber identifica el
    significado que ha de ser comprendido con el que el individuo
    atribuye a sus propios actos, da por sentado que los
    fenómenos significativos resultan de acuerdos
    intersubjetivos bajo la forma de supuestos de sentido común,
    que considera evidentes por sí mismos. Recuérdese que
    para Weber "la tarea de la sociología […es] comprender,
    interpretándolas, las acciones orientadas por un sentido.
    […Pero] ninguna interpretación de sentido, por evidente
    que sea, puede pretender, en méritos de ese carácter de
    evidencia, ser también la interpretación causal
    válida. En sí no es otra cosa que una
    hipótesis causal particularmente evidente" (1964:
    8-9). Y como ya dije en ocasión anterior, a mi juicio, "lo
    relevante de la posición weberiana es la articulación
    de ambas cosas, del propósito comprensivo y del
    causal-explicativo, en orden al entendimiento de la acción
    social tal como se desarrolla históricamente", lo que
    está muy lejos tanto del individualismo metodológico
    como del psicologismo, ya que "Weber distingue entre el sentido
    que objetivamente luce en una acción y es directamente
    observable (acerca del cual se produce una comprensión
    actual), y el sentido que subjetivamente pone el actor en una
    acción como motivo (y que permite una comprensión
    explicativa basada en la secuencia más amplia en la que
    cobran su relieve dichos motivos); la
    primera es una comprensión directa, observacional, del
    sentido que objetivamente tiene el acto en sí, en tanto que
    la segunda es indirecta, a partir de los motivos que pone en
    juego el actor tal como se expresan en el sentido de una
    secuencia de actos en la que el acto particular se explica"
    (Beltrán, 1988: 348 y 350). Pues bien, en uno y otro caso se
    trata de un significado "socialmente puesto", objetivo, que es
    tratado como si fuera el sentido subjetivo puesto por el
    actor.

    En un brillante artículo escrito hace ya algún
    tiempo, Salvador Giner se enfrenta con la cuestión que opone
    estructura y sujeto (o, si se prefiere, holismo e individualismo
    metodológico), y lo hace por medio de una evaluación crítica del método
    de análisis que llamamos "lógica situacional":
    "según mi interpretación, dice, algunas de las
    posibilidades que se esconden en este enfoque parecen permitir un
    análisis estructural (holístico) que a su vez cumpla
    con los requisitos de una sociología que asuma la existencia
    del significado y la intencionalidad en la conducta humana"
    (1977: 111). Para ello parte de varios postulados popperianos que
    yo me permito a mi vez resumir en la tesis de que la mayoría
    de la gente actúa racionalmente, ajustando los
    propósitos de su acción a los recursos a su
    disposición, de modo que dicha acción resulta
    explicable en términos de la situación en la que
    ocurre, sin necesidad de apelar a unos contenidos de la
    conciencia sociológicamente inaccesibles. Y cabe concluir
    que la disputa entre estructuralistas e individualistas
    metodológicos podría saldarse reconociendo
    que

    las necesidades prácticas de la vida social […]
    obligan a los hombres a vivir a través de coaliciones,
    instituciones, clanes y comunidades que adquieren una
    autonomía específica. Esta autonomía relativa
    les viene conferida por el constante proceso de
    reificación que sufre la interacción humana […],
    reificación que no es nunca permanente, que está
    siempre en doble proceso de estructuración y
    desestructuración, y ello en gran manera de un modo
    conflictivo. El estudio objetivo de las entidades reificadas,
    hijas de la interacción humana […], es posible, más
    aún, necesario, y no ha sido otro el campo tradicional de
    la empresa sociológica: su
    corriente principal de estudio ha sido durante largo tiempo el
    análisis estructural, y promete continuar siéndolo
    (Giner, 1977: 131).

    Baste, pues, esta reivindicación del análisis
    estructural, que comparto sin reservas, para concluir este
    recorrido, que comenzaba intentando perfilar una cierta
    noción de la estructura social, y que ha terminado
    recordando de la mano de Giddens y de Bourdieu el carácter
    estructurante y estructurado de la estructura social. Con lo que
    no parece descaminado poner punto final recordando una vez
    más, y por muchas razones que tienen que ver con lo
    discutido en estas páginas, el brocardo ya clásico de
    Berger y Luckmann: "La sociedad es un producto humano. La
    sociedad es una realidad objetiva. El hombre es un producto
    social" (1968: 83-84).

     

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    Miguel Beltrán Villalva*

    *Universidad Autónoma de
    Madrid

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