- La Economía
Social - ¿Qué es un espacio
asociativo? - Economía social y
Estado - Economía social y
economía en general - Tecnologías, pobreza y
rentabilidad - Líneas generales de
trabajo - El mapeo estratégico de
nuestra realidad social - Las comunidades
autogestionarias de base o CAB - Las redes de producción,
distribución y consumo o RESA - Las redes de
redes - Los incentivos
instrumentales - La
formación - El
conocimiento - La información y la
comunicación - El
financiamiento - La demanda, los bienes y la
infraestructura de Estado - Los nuevos
mercados - Estrategia y constituyente
autogestionaria - Etapas del proceso general de la
constituyente autogestionaria - Bibliografía
Hablar de Economía Social y de
conformar espacios asociativos aunque pueda parecerlo, no es algo
nuevo y exclusivo del siglo XX. Ya en 1830 Charles Dunayer
publicó en París un nuevo Tratado de la
Economía Social y por esas mismas fechas, en Lovaina, se
impartió un Curso de Economía Social. No obstante,
durante muchos años, el término Economía
Social ha sido uno más junto a otros como "Tercer Sector",
"Nonprofit Sector", "Economía Asociativa", "Tercer
Sistema",
"Economía Solidaria" o "Economía de Interés
General", entre otros.
En este sentido, Francia
destaca como pionera, en el esfuerzo por identificar el concepto y los
componentes de la Economía Social. En 1975 nace en Francia
el Comité Nacional de Coordinación de las actividades mutualistas
cooperativas y
Asociativas (CNLAMCA), que agrupa a Mutualidades, Cooperativas y
Asociaciones, elaborándose y publicándose en 1.980
la Carta de la
Economía Social Francesa.
En España es
en 1.984 cuando se inician las primeras manifestaciones formales,
tendentes a definir y ampliar el concepto a través de
Jornadas de Universidades y Organizaciones de
la Economía Social dirigidas, casi exclusivamente, al
cooperativismo
o movimiento
cooperativo, que ciertamente, constituye la columna vertebral de
la Economía Social. En 1986 se celebran las II Jornadas de
Estudio sobre la Economía Social organizadas por el
Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social
en Torremolinos (Málaga), donde el Director General de
Cooperativas y Sociedades
Anónimas Laborales, introduce el debate con su
intervención sobre "Algunos caracteres generales que
permiten una aproximación al concepto de Economía
Social."
Posteriormente, en 1.992 se constituiría en esta
comunidad el
Comité de Entidades para la Economía Social de
Andalucía (Cepes-Andalucía), organización que engloba a las diversas
entidades empresariales de la Economía Social, desde
cooperativas a autónomos, pasando por las sociedades
laborales, con el fin de representar y defender los intereses del
sector a la vez que actúa como instrumento de
vertebración y coordinación del sector.
Vinculado en la actualidad a una realidad
económica, el término economía social no
siempre ha presentado este mismo sentido intelectual. Es en los
albores del proceso de
emancipación de la ciencia
económica, en las primeras décadas del siglo XIX,
cuando la primera acepción del término toma
fuerza.
Entonces se desarrolla un duro debate epistemológico en el
seno del pensamiento
económico que concierne a las relaciones entre la
economía, la política, los valores y
la religión.
La evolución de la corriente central de la
economía es conocida: La opción por la
locución economía
política, primero, y por las voces de economía
positiva, ciencia
económica y teoría
económica pura, posteriormente, revelan que esta corriente
principal apostaba por una ciencia social neutra de valores,
claramente disciplinar y cuyo foco de análisis central sería el
intercambio y el modo de producción capitalista.
La Federación Empresarial Andaluza de Sociedades
Laborales (FEANSAL) (2005) explica el fenómeno de la
Economía Social:
El concepto de "economía social" designa a aquel
conjunto de organizaciones microeconómicas caracterizadas
por unos rasgos comunes marcados por una ‘ética
social’. Siendo un concepto definido en positivo, va
más allá de la clásica delimitación
interinstitucional basada en identificarlo como un sector
residual, integrado por aquellas organizaciones que no pertenecen
al ámbito de la economía pública ni al de la
economía privada capitalista.
La Economía Social es una forma de
economía empresarial de naturaleza
asociativa y democrática, en la que la empresa es
entendida como la
organización de la actividad económica con
objeto de generar riqueza y permitir la obtención de
excedentes. Consumidores, trabajadores, agricultores y
profesionales se asocian para producir, distribuir y dotarse de
servicios, en
mejores condiciones, bajo su directa organización y
control,
repartiendo los excedentes entre sus asociados y asociadas al
tiempo que
fortalecen y capitalizan las sociedades para garantizar su
independencia
y bienestar.
En la actualidad el concepto señalado de
economía social es sobre todo latino (países
francófonos –Francia, Bélgica,
Canadá-, España, Portugal y regiones
iberoamericanas) con un reconocimiento creciente en Italia, Grecia, Suecia
y Reino Unido, auspiciado especialmente por las instancias
comunitarias y la actividad académica.
La Carta de la
Economía Social, de 22 de mayo de 1.982, caracteriza a las
empresas de
Economía Social como:
"Aquellas entidades no pertenecientes al
sector público que, con funcionamiento y gestión
democrática e igualdad de
derechos de base
de los/as socios/as, practican un régimen especial de
propiedad y
distribución de ganancias, empleando los
excedentes del ejercicio para el crecimiento de la entidad y
mejora de los servicios a los socios y a la sociedad."
En definitiva, se trata de empresas que surgen en el
mercado desde el
protagonismo de determinados colectivos con la finalidad de crear
riqueza, generar trabajo o de resolver problemas
sociales que la exclusiva acción
de empresas públicas o del sector
público, en su sentido más amplio, no han sido
capaces de solventar de modo satisfactorio.
Esta definición que sienta las bases de la
filosofía del cooperativismo, acoge, en realidad a las
siguientes entidades:
- Sociedades Cooperativas
- Sociedades Laborales (Soc. Anónima Laboral, Soc.
Limitada Laboral). - Mutuas de Seguro y
Previsión Social - Cajas de Ahorros
- Sociedades Agrarias de
Transformación - Sociedades de Garantías
Recíprocas - Fundaciones y organizaciones no
gubernamentales
¿Qué es un espacio
asociativo?
Esta nueva modalidad asociativa es definida como
"aquellas entidades económicas dedicadas a la
producción de bienes y
servicios en las cuales el trabajo
tiene significado propio, no alienado, en la cual no existe
discriminación social, no existen
privilegios asociados a la posición jerárquica" y
se caracteriza por la igualdad jurídica de sus
miembros.
La transformación de las empresas públicas
comprende, según los apoyos gráficos empleados por el presidente de la
República, cuatro fases de labor, a saber: simbiosis,
gestación, conversión y consolidación de las
EPS, además de las Unidades Productivas Comunitarias
(UPC). Como ejemplo de este modelo se
llamó a la alcaldía de Maracaibo a promover
financiera y técnicamente a las Empresas de
Producción Social del área.
Hemos partido del principio de que, cualquiera que
sea el propósito institucional-gubernamental que
justifique en estos momentos la organización de una
instancia institucional centrada en el desarrollo de
la economía social, antes que todo debemos vislumbrar con
claridad los principios,
estrategias,
objetivos y,
sobre todo, experiencias a partir de las cuales habremos de
emprender el trabajo.
En primer lugar, está claro –incluso
por razones de mandato constitucional– que el Estado
tiene una obligación específica en el impulso de la
economía social. Entendemos por ello la
facilitación de recursos de
financiación, creación de puentes con otros
organismos de financiamiento
nacional y mundial, estímulo específico a
través de la utilización de la demanda del
Estado,
promoción de nuevos mercados
nacionales e internacionales cónsonos con la naturaleza de
la economía social, apoyo en los planos pedagógico,
comunicacional, investigativo; así como una tarea de
primer orden en este caso: la definición del lugar
estratégico que pueda jugar la economía social
dentro de los planes de desarrollo nacional.
En otros momentos hemos caracterizado este
recorrido como "proceso popular constituyente"; no obstante, en
realidad, se trata de una historia que apenas
comienza, resolviéndose a partir de modulaciones de
organizaciones sumamente diversas, gestadas en lo que va de
recorrido por iniciativas consensúales entre agentes de
Estado y organizaciones populares, o por la pura iniciativa
ciudadana.
Una nueva cultura
política, nuevas relaciones de poder
–quizás inéditas en la historia
democráticas están naciendo; corren por allí
bajo la forma de redes pedagógicas,
comités de tierra,
asambleas populares, comités locales de desarrollo,
contralorías sociales, redes de comunicación comunitaria y alternativa,
consejos de trabajadores, consejos campesinos, etc.; ahora le
toca a la economía social entrar dentro de esta historia y
escarbar sus posibilidades.
La propuesta que habremos de hacer para su
enriquecimiento y debate con todos los agentes sociales que se
interesen por ella supone, en primer lugar, la necesidad de
construir instancias ligadas directamente a la economía
social que puedan jugar ese papel dual como instancias de
articulación del sistema de economía social,
siendo, al mismo tiempo, espacios del poder ciudadano y
popular.
Todas esas tareas que obligan al Estado al apoyo e
impulso de la economía social, deben ser asumidas
fundamentalmente por las instancias síntesis
de la economía social en el país. Su papel, por lo
tanto, es superior al de las empresas de carácter asociativo que constituyen el
tejido en sí de la economía social. Tampoco pueden
ser confundidas con cualquier espacio de orden gremial que pueda
coexistir con ellas, y cuya función se
remite a la defensa corporativa de los derechos de los individuos
participantes y de las empresas sociales en forma
particular.
Tales instancias que nombramos "Comunidades
Autogestionarias de Base" y "Redes de Producción,
Distribución y Consumo" o
"Redes de Economía Social y Alternativa" (RESA), de cuya
naturaleza y función hablaremos más adelante,
proponemos que jueguen este papel como agentes orgánicos
del poder popular ligado directamente al área de la
economía social. Consideramos que a través de ellas
podremos hacer viable la posibilidad de masificar el espacio de
la economía social, siendo, de hecho, instancias de amplia
participación donde cualquier ciudadano, ya sea como
aprendiz, como veterano u organizador directo, pueda comenzar a
hacerse parte de la constitución del tejido productivo que
esperamos pueda convertirse en un centro de primera importancia
en el desarrollo nacional.
Economía social y economía en
general
Dentro del esquema neoliberal de desarrollo se le ha
venido dando algún lugar a la economía social.
Reconociendo que la sola racionalidad de mercado no puede
resolver problemas tan
dramáticos como el de la pobreza
extrema y la marginalidad, se
supone que además de las iniciativas en programas
sociales, educación, salud, seguridad, en que ha
de invertir el Estado junto a las organizaciones no
gubernamentales, la economía social podría jugar un
papel de equilibrio
social de cierta importancia.
En este caso la economía social ocupa un lugar
complementario y periférico dentro del desarrollo
económico y la conservación del equilibrio
social, concentrada primordialmente en aquellos segmentos de la
economía que por su baja rentabilidad
dejan de ser apetecibles para los grandes capitales. De hecho,
vemos cómo en muchos países latinoamericanos, bajo
el título de economía solidaria o social, se han
levantado muchas iniciativas particulares y estatales encaminadas
a fortalecer este espacio. Sin embargo, la mayor de las veces
quedan atrapadas dentro del sentido periférico y
complementario que les ha asignado el modelo
neoliberal.
En lo que a nosotros respecta consideramos que, si
hemos convenido abrirle paso a un modelo de desarrollo "desde
abajo", el papel de la economía social se modifica
sustancialmente, adoptando un lugar prioritario dentro del
esquema de desarrollo económico general. La
superación de la pobreza ya no se
sitúa exclusivamente en la superación de los
índices más impactantes de desnutrición, crisis de la
salud, desescolarización, falta de vivienda y la
precariedad del hábitat
de vida en general. La pobreza se superará en forma
radical sólo a través de la creación de
condiciones para que las grandes mayorías excluidas se
conviertan en agentes soberanos y protagónicos del proceso
productivo y reproductivo de la vida social.
La constitución de un campo económico
donde reinen los principios del asociativismo solidario y
autogestionario que involucre al productor inmediato, al mercader
y la distribución en general, así como
también al consumidor, es la
única alternativa que tenemos para acercarnos a esta gran
meta, aun reconociendo la hegemonía de la razón de
mercado y la debilidad estructural a la cual está sometida
cualquier economía socializante dentro de
él.
Al proponer este lugar para la economía
social, naturalmente que estamos hablando de una realidad que
evoluciona hacia la formación de un campo económico
alternativo, un modelo de producción y de existencia
social notablemente diferente, que se va expandiendo por todos
los rincones sociales hasta convertirse en una alternativa de
vida de grandes contingentes poblacionales, presente,
además, en todos los lugares del mercado y la
producción. Sin duda que es una opción
difícil y débil en un inicio, por la ausencia de
grandes bienes de capital, de
tecnologías, de mercados propios, de fuertes recursos
financieros a su disposición. Resolver con mucha creatividad
estos pantanos originales es indispensable, pero, probablemente,
no quede otra vía que pueda abrirnos algunas luces reales
y materiales
ante el caos y la miseria a la que nos ha empujado el modelo
neoliberal.
La economía social, además de
reivindicar los principios y valores a los que hemos hecho
alusión, constituye igualmente un lugar donde la
relación entre la tecnología, la
naturaleza y el hombre no
está mediada por el utilitarismo y la ganancia, sino por
relaciones de sana integración, respeto y
solidaridad,
las cuales al menos proveen las bases experimentales de una
economía basada en la libre asociación y la
prioridad del interés social sobre el egoísmo
individual.
Cuando hablamos de Comunidades Autogestionarias de
Base y de Redes de Economía Social y Alternativa –en
tanto que redes sociales de producción,
distribución y consumo–, estamos intentando ofrecer
una primera hipótesis de desarrollo masivo de la
economía social que nos permita ir concretando en el
tiempo los pilares sobre los cuales el modelo de desarrollo
"desde abajo" encuentre un camino de viabilidad integral que
permita efectivamente construir una economía "de los de
abajo". Un sistema de relaciones sociales alternativo que, a su
vez, empiece a dar respuestas en todos los campos donde
efectivamente necesitamos diversificar, cualificar y desarrollar
los ramales específicos de nuestra
economía.
Por ello se hace tan importante que ella no solamente se
presente bajo la fachada de una sumatoria específica de
empresas solidarias y bloques de ellas. Necesita expresarse como
un poder social y popular que, además de permitir el
decantamiento de la democracia
participativa, se constituya en un sistema autorreferencial que
opta por la construcción de una sociedad radicalmente
distinta a la sociedad capitalista que conocemos.
Tecnologías, pobreza y
rentabilidad
El tema de la eficiencia
atraviesa en estos momentos toda la ideología del orden global de dominio. Como
acicate de todo juicio se ha venido transformando en un nuevo
principio inquisidor de la experiencia humana. Si una determinada
iniciativa no justifica la cantidad de recursos que se invierten
para los fines que ha sido emprendida, sencillamente es desechada
al basurero de los recuerdos. Lo que parece ser un sano principio
de mínima racionalidad de la acción termina
convirtiéndose en un filtro por medio del cual se
revientan desde el comienzo millones de experiencias que guardan
consigo un extraordinario potencial transformador y de respuesta
a los sufrimientos de las víctimas que ha venido dejando
el orden global contemporáneo.
De esta forma, sólo lo que ya está
constituido bajo un ordenamiento sistémico de "alta
eficiencia" –orden dominado obviamente por la gran empresa
corporativa– tiene, en una relación de 100 a 1, las
mayores probabilidades de imponerse y sobrevivir a los juicios
darwinianos que pululan entre los organismos internacionales de
financiamiento, las instituciones
políticas, las universidades, los sistemas
bancarios, y, en general, todos los que tienen en sus manos la
facultad de generar en forma efectiva juicios sobre la
experiencia humana, y decidir o no su respaldo.
En lo que respecta a la economía social, ella
debe suponer un criterio de eficiencia. Dato tan sencillo como
aquel que nos muestra que
mientras en los últimos 40 años entre el Estado y
la empresa privada han logrado construir algo más de un
millón de viviendas, el sistema de solidaridad establecido
desde los cordones de miseria de los barrios ha logrado construir
más de tres millones. Y no sólo esto, ahora empieza
a reconocerse que al menos el modelo básico de
hábitat urbanístico que allí se genera es
marcadamente más humano, creativo, comunicante e
integrador que la barbaridad de los grandes bloques
populares.
Primero: Necesitamos profundizar el criterio
de sustentabilidad del desarrollo, empezando por adoptar nuevos
criterios frente a la racionalidad tecnológica. En la
medida en que se consolida la sociedad informática se acrecienta el desempleo, se
rigidiza la división social del trabajo y se profundiza la
dependencia y el desequilibrio norte-sur, situación que ha
terminado por derribar gran parte del sueño moderno del
progreso.
Podemos, de todas formas, convenir en la necesidad de
desarrollar una estructura
tecnológica e informática compleja que multiplique
nuestras competencias e
interrelaciones globales; pensando que es mucho lo que la
economía social debe aprender, pero también
inventar al respecto. Sin embargo, no podemos seguir auspiciando
el fetichismo tecnológico; se trata de adaptar las
tecnologías complejas a las realidades locales y de
integrarlas a las artesanías tecnológicas y de
conocimiento que nos ofrecen las
prácticas sociales de producción, tanto
tradicionales como de nuevo tipo. La realidad está llena
de estos ejemplos; saber integrar tecnologías complejas
con tecnologías artesanales nos permitirá acelerar
la apropiación colectiva de conocimientos, facilitar la
producción propia de tecnologías y su
adaptación a los fines de un desarrollo equitativo,
participativo y sustentable.
Segundo: ¿De qué pobreza y de
qué riqueza estamos hablando a la hora de construir los
índices de desarrollo y bienestar social? Por supuesto
que nuestros pueblos son "pobres " y la pobreza, si por ella se
entiende la miseria en que hemos quedado sumergidos luego de
cinco siglos de colonialismo abierto o encubierto, hay que
superarla como sea; en eso estamos perfectamente de acuerdo.
Pero, si el patrón de liberación –en
contraposición a tales circunstancias de miseria– es
una sociedad ebria de consumo, repleta de deseos por obtener toda
la cantidad de porquerías que día a día son
arrojadas al mercado, sin ningún límite ni respeto
a la vida y a lo que realmente necesitamos hoy en día los
seres humanos, allí sí estamos en total
desacuerdo.
Sabemos que al hablar de "desarrollo
humano" son muchos los avances que, desde algunas instancias
internacionales y por presión de
los movimientos sociales, se han producido. En efecto, se han
construido nuevos índices de medición de calidad de
vida muy interesantes. Sin embargo, todo ello está
lejos de ser suficiente. Preferimos, por el contrario, trabajar
con una máxima radical que nos permita construir un
patrón de liberación frente a la miseria totalmente
distinto.
Tercero: Precisamente, los puntos sobre la
tecnología y la pobreza nos obligan, dentro de la gerencia
productiva, a construir necesariamente nuevos índices de
mediación de la labor productiva. Si por eficiencia
(en buena lid) entendemos la relación existente entre los
recursos o esfuerzos invertidos y los frutos concretos que nos
deja una determinada experiencia, entonces también
debemos ir creando nuevos criterios para evaluar la
rentabilidad de cualquier inversión. Hasta los
momentos, hemos propuesto trabajar con un conjunto de criterios
universales de rentabilidad que nos permitan arrojar un criterio
de equilibrio general de resultados que trascienda el
conservadurismo político, el productivismo ciego y la no
responsabilidad ante el interés social.
Ellos son:
– La rentabilidad productiva: Necesariamente tenemos que
incentivar dentro de la economía social modelos de
eficiencia en los índices de producción y capacidad
de mercadeo que
puedan sobrevivir dentro de una sociedad controlada de arriba a
abajo por las grandes maquinarias corporativas del capitalismo
global.
– La rentabilidad societaria: Ella puede entenderse como
la capacidad para responder a las necesidades sociales reales
tanto de una comunidad como del conjunto nacional, integrando el
mayor número de ciudadanos a su proceso y abriendo sus
compuertas para reproducir diversas experiencias
participativas.
Por nuestro lado, hemos estado haciendo un conjunto de
consultas y reflexiones que nos han permitido armar, primero, un
orden de ideas que juegan el papel de abrebocas para un debate
que es sin duda muy complejo; y, luego, una propuesta de trabajo
que en principio debería llevarnos a desarrollar una
experiencia investigativa y de organización social lo
suficientemente extensa como para hacer de ella el punto de
partida de una experiencia ampliada que, en articulación
con otras experiencias emprendidas en el país, pueda ser
el punto de apoyo fundamental de una acción social y
gubernamental centrada en el desarrollo de la economía
social.
Proponemos –como síntesis
metódica– que las resultantes institucionales, ya
sean en el ámbito social o gubernamental, deben ser
inmanentes a la propia experiencia y no al revés. Sin
embargo, es importante contar desde ya con algunas propuestas
que, una vez arrojadas a la experiencia, nos hagan saber de su
pertinencia o no, contando asimismo, claro está, con todos
los añadidos que la experiencia quiera darle.
El
mapeo estratégico de nuestra realidad
social
Pensemos desde ya en la posibilidad de inyectar
–sobre un universo social
que vayamos mapeando progresivamente en sus potencialidades,
experiencias y realidades– los recursos materiales e
inmateriales que le permitan dar ese salto cualitativo
fundamental, promoviendo dentro de él nuevas visiones de
desarrollo integral de las comunidades centradas en la propiedad
social, el desarrollo local sustentable y la reinversión
de un componente importante de los excedentes generados dentro de
los ecosistemas
sociales y naturales que envuelven a la totalidad de la
comunidad.
Ayudar a liberar las fuerzas productivas aplastadas en
estos momentos por los efectos de la explotación, la
marginalidad y la exclusión es una tarea central del
proyecto
revolucionario. Para ello necesitamos empezar desde ya a crear
las metodologías y formas de análisis que nos
permitan elaborar un mapeo o geografía
estratégica de la economía social en nuestro
país (de acuerdo con los criterios de rentabilidad
ofrecidos), e indicar sus cualidades y necesidades concretas de
manera que pueda construirse un criterio justo de racionalidad de
la inversión, y se ayude así a
potenciar todas las formas de interacción posibles entre dichas
realidades. Hecho esto con la participación directa de los
actores sociales, cualquiera podría contar con dicho
conocimiento para aprovecharlo y seguir enriqueciéndolo.
Las comunidades autogestionarias de base o
CAB
Cuando nos referimos a los mapas
estratégicos y hablamos de una multiplicidad de
economías sociales existentes, nos ubicamos en la
necesidad, en primer lugar, de ir reconociendo el conjunto de
comunidades que sinteticen en su seno el ciclo económico
de producción, distribución-mercadeo y consumo,
reales o potenciales que existen en muchas localidades.
Así, pues, definimos una comunidad autogestionaria de base
en los siguientes términos:
En primer lugar, como una suma de saberes,
culturas, experiencias, intereses, voluntades colectivas que en
acto o en potencia tienen
todas las posibilidades de desarrollar una realidad productiva,
distributiva y de consumo basada en la propiedad colectiva, en la
acción económica solidaria y en el interés
social, tanto del colectivo en su conjunto, como del ciudadano en
tanto agente individual de consumo. En segundo lugar, son
comunidades de libre participación que juegan el papel de
células
primarias para la promoción de todos aquellos valores de
los cuales hemos hablado: la autogestión, el trabajo
asociado, el equilibrio entre la distribución individual y
social del excedente, la plena autonomía del colectivo, el
igualitarismo democrático, etc.
En tercer lugar, su función de partida
puede ser la de incentivar en forma planificada y consensuada la
pequeña iniciativa microempresarial, asociativa o cooperativa, o
la articulación de la experiencia ya acumulada en
cualquiera de estos campos que es necesario potenciar, e incluso
impulsar la posibilidad de la reapropiación colectiva de
medios de
producción ociosos en manos del gran capital. Son
comunidades que juegan un papel determinante y anterior a la
formación propiamente del espacio empresarial o de
consumidores, en la organización, formación,
divulgación y planificación del proceso de desarrollo de
todas las formas y ramales de la economía social.
Además, crean las posibilidades para articular el conjunto
de empresas autogestionarias que seguirán
desarrollándose desde ella, creando un ambiente
favorable a la promoción de todas las formas de
solidaridad y apoyo mutuo dentro del territorio donde
actúan.
Partiendo de estas metas, la primera tarea de toda
comunidad autogestionaria de base es la de descubrir, promover,
mapear y ayudar a articular el conjunto de posibilidades e
inventivas asociativas, tecnológicas, técnicas,
o disposiciones éticas y políticas, que siempre han
sido marginadas por tener poco o ningún acumulado
importante de capital. Estamos hablando de organizar en forma de
espacios de libre participación el capital humano y
experiencial más importante que tenemos como país
para la promoción de un modelo alternativo de desarrollo.
Una comunidad autogestionaria de base no es, por tanto, una suma
de empresas en sí. Es, más bien, una promotora
inmediata de ellas que va cumpliendo tareas de estímulo,
formación, investigación, comunicación y
planificación, llegando incluso a jugar el papel de agente
intermediario para la consecución y dotación de los
recursos físicos y financieros necesarios para el
desarrollo de un espacio determinado de economía social.
Sus lugares o territorios primigenios de organización
pensamos que pueden ser básicamente cuatro:
Primero, aquellas que se asientan en los
territorios locales, y de los cuales se derivan tareas propias de
toda comunidad. Segundo, aquellas que se montan sobre
territorios más bien transversales a distintas realidades
locales o las involucran a todas ellas, y donde cobra pleno
sentido aquello de que la economía social se encuentra, en
realidad, basada en una multiplicidad de economías reales
o potenciales (economías de género, de
jóvenes y niños,
de buhoneros, de servicios urbanos, economías
comunicacionales, culturales, etc.). Tercero, aquellas
comunidades que se organizan no sobre un lugar o una
función de interconexión sino para facilitar la
movilización de distintos contingentes sociales hacia
otros territorios donde podrán desarrollar o una
experiencia de trabajo solidario temporal o un nuevo proyecto de
vida. Estas comunidades de movilización serán
fundamentales para el logro del equilibrio territorial y la
promoción de proyectos
autogestionarios ejemplares (saraos, etc.). Cuarto,
aquellas que se establecen sobre territorios virtuales, y que
estarán, por tanto, destinadas a gestionar el uso de los
bienes y servicios inmateriales que hoy son fundamentales a toda
economía: conocimientos, sistemas informáticos e
instrumentos de comunicación.
Las
redes de producción, distribución y consumo o
RESA
No obstante, si queremos hacer de esta iniciativa en pro
del desarrollo de la economía social un postulado central
del proceso de transformación socio-económico del
país, necesariamente tenemos que forzar la mirada hacia
una realidad ampliada, donde se articulen extensas zonas de
producción, distribución-mercadeo y consumo que, en
suma, constituyan la base para la organización de un
amplio sistema de economía social.
Este aspecto sistémico del asunto no es posible
diseñarlo en abstracto (modelos societarios ideales), ni
mucho menos reconocerlo exclusivamente a partir de los flujos
monetarios y de mercancías que todo proceso
económico genera. Estaríamos hablando, más
bien, de un flujo colectivo (flujo de pueblo y multitud)
sustentado, como dijimos, en necesidades muchas veces primarias;
así como de las posibilidades de trascendencia que se
encuentran, primeramente, en colectividades de producción
que al reunirse ayudan a la multiplicación y sinergia de un
conjunto de empresas que producen valores de uso determinados,
pero que tienden a establecer conexiones naturales o inducidas
por el desarrollo del sistema mismo. De allí se generan,
progresivamente, las bases para la realización de todo un
amplio sistema de solidaridad e interacción
intrasistémica.
Estos amplios territorios de interacción y
solidaridad de agentes de producción, distribución-
mercadeo y consumo es lo que llamaríamos las Redes de
Economía Social y Alternativa (RESA), las cuales se
subdividen en redes más específicas de acuerdo con
la naturaleza y fines de cada uno de los espacios empresariales
que se han ido construyendo. Son redes que no están atadas
a la sola racionalidad del mercado, sino que hacen de los frutos
del debate consensual, la solidaridad y el compromiso entre los
actores participantes del sistema mismo su fuente primordial de
crecimiento y concreción de nuevos mercados, lo que nos
acerca todavía más a la definición
estratégica de un modelo alternativo de desarrollo,
así como al salto que la economía social debe dar
hacia la creación de un sistema autorreferencial que
abarque amplios tejidos sociales.
Así, pues, toda red de economía
social y alternativa:
Primero: Produce los sujetos de su propia
conformación, a la vez que determina las funciones y las
particularidades de cada uno de ellos. De ella surgen las
condiciones para el desarrollo multiplicado de una diversidad de
colectividades productivas que constituyen el principio de una
economía cada vez más soberana y con posibilidades
de autogobernarse.
Segundo: Genera las bases para el desarrollo de
un mercadeo asociativo y cooperante que, por los valores que lo
sostendrían y la calidad de sus
prácticas, ayudará en forma sustancial a promover
la transparencia de la economía y a derrotar las colas
especulativas que se han ido creando en casi todos los
mercados.
Tercero: Crea las condiciones objetivas y
subjetivas para que el carácter en principio local desde
el cual habrá de nacer toda comunidad autogestionaria
pueda incorporarse a un vasto espacio de distribución y
mercadeo asociativo, encontrando así rápidamente
posibilidades de "nacionalizar", "continentalizar" e incluso
"globalizar" su propias potencialidades. Siempre en la medida en
que todo sujeto que conforme e intervenga dentro de los espacios
de distribución y mercadeo de la red, actuando
efectivamente bajo la lógica
de una red social
cooperante y asociada, garantice de hecho la extensión
continua de las fronteras productivas. No estamos con ello
intentando sabotear o burlar la importancia que pueda tener el
rescate de las culturas de la autosustentación dentro de
un modelo alternativo de desarrollo; nos referimos, más
bien, a la necesidad de combinar dentro de un justo equilibrio el
carácter a la vez integral y expansivo de este modelo. Por
el contrario, todas estas economías autárquicas,
que no producen valores de cambio sino
exclusivamente valores de uso (conuqueros y sobre todo la
economía doméstica), podrían formar sus
propias redes y subsistemas convirtiéndose en paradigmas de
una sociedad más sana y humana.
Cuarto: Finalmente, incorporamos dentro de estas
redes la dimensión del consumo; ello, bajo la figura de un
sujeto social organizado que jugaría un papel clave en el
establecimiento de un subsistema de organización masiva
que permitiría desarrollar en forma ampliada la
contraloría social sobre la economía en lo que se
refiere a calidad, precios,
resistencia a la
especulación y a la basura
consumista. El consumidor consciente y organizado pasaría
a constituirse en un sujeto económico estratégico
en la medida en que cada espacio o esfera de producción y
distribución asociada estableciera, a su vez, las
condiciones para el nacimiento de dicho sujeto social;
cabría incluso la posibilidad de que cualquier individuo,
aunque formara parte de algunas de las colectividades (o
empresas) insertas en cualquiera de las realidades de
producción o de distribución y mercadeo, a la vez
participara de la contraloría social de estos mismo
espacios, a través de las instancias de
organización del consumidor.
El fenómeno de las redes sociales constituye una
experiencia que recorre en estos momentos enormes conjuntos del
mundo popular, basándose todas ellas en núcleos
primarios de organización participativa. Los poderes
sociales y populares tienen allí su lugar de
realización, sea en el campo de la salud,
pedagógico, comunicacional, cultural, de la tierra, de
la organización local, etc.
En el caso de las comunidades y redes ligadas a la
economía social necesariamente tendrán que accionar
en conjunto con estos otros espacios, por al menos tres razones:
primero, porque se comparten fines y valores muy semejantes;
segundo, porque nacen de las mismas o muy parecidas realidades
sociales confundiéndose muchas veces unas con otras; y
tercero, porque se necesitan entre ellas y, en particular, la
economía social necesitará de la competencias de
todas ellas para poder sumar el mayor número de recursos
humanos y conocimientos a ella; pero, además, toda
esta multiplicidad de redes debe estar interesada en hacer de la
economía social un espacio potente donde ellas participen,
de modo que les ayuden a la consecución en forma gratuita
o más barata de muchos de los bienes y servicios que
obviamente ellas no producen.
Es necesario entonces que toda experiencia de comunidad
productiva o de red, desde un primer momento, empiece a construir
los puentes e incluso incentive otros lugares de
participación y desarrollo del poder popular de distinta
naturaleza, haciendo el llamado a todos para que adopten la misma
mentalidad pluriconstructiva y no se queden encerrados en un
focalismo corporativo que les quita la posibilidad de aprovechar
el expediente infinitamente rico que cada experiencia de
participación va acumulando y convirtiendo en el gran
capital social y cultural sobre el cual habremos de construir un
nuevo país.
Los
incentivos
instrumentales
Anteriormente nos referimos a la relación
sustancial que habrá de darse entre la construcción
del nuevo Estado, ajustado a la Constitución nacional y
materializado a través del proceso popular constituyente,
y la economía social. Pero hay cosas más
específicas que no deben dejar de mencionarse en cuanto a
las tareas de las instituciones públicas frente al
desarrollo de este nuevo espacio económico.
Recordemos, además, que la revolución
bolivariana en su visión constitucional permitió la
superación del viejo esquema del "Estado de
derecho" introduciendo el concepto de "Estado de justicia y de
derecho", siendo el principio de justicia prioritario sobre la
simple condición normativa y reguladora del Estado. Pasos
como éste debemos recalcarlos en todo momento, ya que se
trata –a nuestro juicio– de un paso fundamental en la
concepción de Estado que rompe de plano con las premisas
del Estado delegativo, disciplinario y controlador sobre el cual
se edificaron las democracias liberales. Ahora, además de
actuar a favor de un Estado que se funde en la sociedad civil,
también es necesario construir todos los espacios que
viabilicen el desarrollo de un Estado que se convierta en agente
justiciero ya sea por su condición "benefactora", como, y
sobre todo, por servir de instrumento para la liberación
de las fuerzas productivas y creadoras regadas por la
sociedad.
Dentro de este orden de ideas, tanto las instituciones
educativas en manos del gobierno central
como aquellas que dependen de los gobiernos estatales y
municipales (sistema de educación básica, sistemas
de educación técnica y universitarias,
instituciones culturales, etc), y muy especialmente las
comunidades autogestionarias y redes sociales, deberían
empezar a estrechar sus lazos de colaboración permanente
con la economía social.
Ponemos el énfasis sobre las tareas formativas de
las comunidades autogestionarias como poderes populares y
células primarias de articulación de este sistema
productivo, siendo el sitio donde decantan la mayoría de
los esfuerzos y de las tareas específicas de este orden,
en la medida en que se vaya constituyendo. Desde ellas tenemos
por delante una larga tarea de formación que debe comenzar
por establecer las bases de una amplia campaña de
"alfabetización productiva" de la población que permita homologar y
enriquecer los conocimientos técnicos, gerenciales,
organizacionales, tecnológicos, societarios,
históricos, que nos pongan a tono con el reto
revolucionario planteado.
No estamos abrogando por el enquistamiento de estas
tareas dentro de instituciones específicas (llámese
"institutos de economía social" o cual sea). Consideramos,
por el contrario, que esto necesita de una dinámica mucho más viva y flexible
que adopte para sí tanto la concepción como los
procedimientos
de la
educación popular en su versión patrimonial
latinoamericana. Se trata de crear el ambiente y las condiciones
para que todos nos enseñemos a levantar un orden
económico distinto. Son años de trabajo, sin duda;
siendo además un proceso formativo sin ningún final
en el espacio y el tiempo; una praxis social
formativa que se amplía, cualifica y ramifica en la medida
en que se va desarrollando y armando el mismo tejido
autogestionario por todos los linderos de la sociedad.
Producir y reproducir la vida es
prácticamente el centro del conocimiento humano y
razón del desarrollo. Sobre este asunto discurren
cualquier cantidad de investigaciones y
descubrimientos, como de viejos bolsones de saber en manos de
infinidad de individuos y comunidades que el capitalismo se ha
dado las formas para apropiarse hasta convertir en una de las
mercancías más preciadas en el mundo de hoy, que
tiende a quedarse en manos de muy pocos. La democracia del saber
es, por tanto, una de las aspiraciones transformadoras más
urgentes a las cuales nos enfrentamos, estando conscientes,
además, de que será imposible desarrollar un modelo
económico alternativo sin tener resueltas al menos las
primeras vías que nos permitan resolver este
dilema.
Mucho se ha hablado de la
investigación-acción como instrumento colectivo
para la creación de un conocimiento nacido del esfuerzo
constructivo y la inteligencia
colectiva. Allí está una vía, pero a estas
alturas ésta ya no es suficiente.
Necesitamos, partiendo de los valores e instrumentos que
inspiran a la economía social, crear un campo de
acumulación de conocimiento donde empecemos la larga tarea
de reapropiación voluntaria de muchos saberes
especializados y colectivos, emprendiendo desde allí el
proceso de redistribución y retroalimentación de dichos conocimientos
dentro de los espacios de desarrollo práctico de la
economía social. Sugerimos, desde ya, la
formación de una primera comunidad autogestionaria
centrada en el territorio inmaterial del conocimiento como
punto de arranque para este fin, cuyos alcances, si lo logramos,
podrían abarcar rápidamente el campo
latinoamericano y hasta global.
La información y la
comunicación
Obviamente, al tomar conciencia de la
superposición de incentivos instrumentales que se van
sumando para garantizar el desarrollo de un sistema de
economía social, nos enfrentamos rápidamente con el
punto de los escenarios informáticos y comunicacionales a
través de los cuales se divulgan y canalizan valores,
experiencias, saberes y datos, pero
también se articulan y coordinan dentro de un plan conjunto las
actividades implícitas a la economía social
emprendidas por los sujetos involucrados.
La creación de los sistemas informáticos
que garanticen la socialización de todo tipo de conocimientos
es la primera cuartilla que tenemos que empezar a llenar. Pero
con ello debe ir anexo un plan divulgativo que nos permita, a
través de la imagen y la
palabra, vernos y oírnos, haciendo y construyendo esta
experiencia inédita para la mayor parte de nuestros
pueblos. La integración entre los conocimientos de la
razón y la pasión ligada a la sensibilidad y al
afecto, son nutrientes básicos de un modo de
producción alternativo que rompe progresivamente con los
parámetros en que se ha edificado la alienación
capitalista. La
comunicación –e incluso la estética y el arte (nuestro
teatro, nuestro
canto, nuestros murales y muñecos)– que
acompañe los nichos locales autogestionarios y la
producción audiovisual, impresa, radial que podamos
incluir dentro del sistema de economía social son aspectos
de un mismo reto comunicacional sobre el cual tendremos que
montarnos como conjunto.
Nos topamos con el capítulo del
financiamiento; punto sangrante de un mundo dispuesto a producir,
pero absolutamente descapitalizado. En nuestra
consideración, son tres los aspectos clave a resolver:
Primero: Crear por medio de las mismas comunidades
autogestionarias como punto de estacionamiento y
redistribución financiera un sistema confiable de
síntesis de las enormes cantidades de dinero que en
suma se mueven dentro de las comunidades y, en general, dentro de
los espacios donde se desarrolla la economía llamada
informal. Se trataría, en primer término, de crear
un sistema de ahorro
solidario homogéneo que pueda garantizar la
concentración de porcentajes crecientes de las masas
dinerarias que allí se mueven, sin lugar común de
decantamiento y mucho menos de inversión, para ser
redistribuidas en forma de proyectos de
inversión dentro del sistema de economía
social.
Segundo: Garantizar por medio de mecanismos
de ley o de alianza,
la posibilidad de que una parte importante de los acumulados que
se concentren dentro de los nuevos sistemas de seguridad
social por crear sean igualmente reinvertidos dentro del
espacio de la economía social. Allí se encuentra un
punto fundamental de articulación entre un sistema y otro,
ligados ambos por una misma razón social. Tercero:
Profundizar y extender la actividad de financiamiento que
actualmente adelanta el Estado a la microempresa,
así como al resto de las empresas ligadas a la
economía social. Incluso sería necesario fijar por
ley una cuota de subsidio presupuestario a la economía
social, para que ésta no quede a las anchas del mercado y
las desgracias presupuestarias, y, sobre todo, sería
necesario que se establecieran los mecanismos de alianza entre el
sistema comunitario y autogestionario de ahorro y su propio
sistema de bancos e
institutos ligados al financiamiento de la economía
social.
Cuarto: Quedan abiertos los mercados
internacionales de financiamiento, para cuyo acceso es
fundamental la sistematización informativa y las
estrategias de formación de bloques negociantes que puedan
hablar con fuerza dentro de estos mundos, cuestión para lo
cual es mucho lo que también pueden hacer en bloque Estado
y sociedad.
La
demanda, los bienes y la infraestructura de Estado
Complementario del punto de financiamiento,
consideramos fundamental la posibilidad de dirigir una buena
parte de la demanda de Estado hacia la economía social.
Sobre esta demanda se han alimentado por años los
correajes de corrupción
que todavía florean alrededor de todas las instituciones
públicas. No cabe duda que gran parte de la conflictividad
de estos años se sitúa en la pérdida de
privilegios que han tenido muchos contratistas, importadores,
licitadores, receptores de subsidios, etc. La demanda del Estado,
desde las tecnologías necesarias hasta los servicios,
alimentos y
bienes básicos, al diversificarse, racionalizarse y estar
vigilada por los sistemas de contraloría social, debe
pasar a convertirse en una fuente del desarrollo sustentable y
equitativo del país. Razón por la cual, al toparse
con la economía social en forma gradual y planificada,
encontraría, de hecho, uno de sus principales lugares de
realización.
Pero no sólo vemos al Estado por el lado de la
demanda; existe igualmente toda una infraestructura de inmuebles,
de maquinarias inutilizadas, inclusive de empresas de
producción y de servicios semiabandonadas, que
podrían pasar a manos del sistema de economía
social mediante la utilización de principios normativos
sencillos y formas de contratación que se adecuen al
principio de corresponsabilidad sobre los bienes del Estado.
Terminamos el capítulo instrumental con la
necesaria extensión de los mercados internacionales y
latinoamericanos ligados a la economía social, las
propuestas básicas y criterios para ello. Ninguna
economía puede en estos momentos encerrarse sobre
relaciones autárquicas, aunque estemos de acuerdo, como ya
dijimos, en revalorizar todas las formas de autarquía
económica, empezando por el conuco o la empresa
doméstica y algunas experiencias de empresa comunitaria.
Por el contrario, la síntesis de una valoración
conjunta tanto de los intercambios sin fronteras –ligados
al paradigma
global– como de los circuitos
autárquicos, nos permite vislumbrar la posibilidad de
plantear un modelo de intercambio donde entren en juego tanto
los elementos formales de todo intercambio mercantil como la
introducción en ellos de los principios de
"rentabilidad social y societaria" de los cuales ya hemos
hablado.
Es, por supuesto, un reto al cuadrado, pero que
consideramos fundamental si no queremos perdernos dentro del
salvajismo que impera actualmente dentro del escenario fluido y
archimonopólico de la
globalización. La comunidad autogestionaria de
conocimientos como fórmula para comenzar a concretar
dichos sueños es sólo un primer eslabón.
Ahora es imprescindible ir más allá, necesitamos
abrir las posibilidades para que el avance en la movilidad de
mercancías sea acompañada por el libre flujo de los
conocimientos, como también de los pueblos y comunidades
de carne y hueso, es decir, la movilidad real de las comunidades
autogestionarias.
Sabemos que el mundo de la globalización ha estructurado su
fórmula básica de dominio político sobre la
imposición del libre flujo de capitales, frente al control
estricto del movimiento de los pueblos. Para romper de
raíz ese dominio al menos necesitaremos equilibrar esta
fórmula hasta llegar a invertirla.
Hacia estos fines hoy podemos avanzar gradualmente
dentro del espacio latinoamericano, contando con la solidaridad y
la movilidad de los movimientos populares y cooperativos, pero
también aprovechando algunas regulaciones de mercando
común que existan o sobre las cuales habrá que
presionar. Podemos concretar una cantidad de acuerdos de
intercambio de gentes, mercancías y comunidades donde
llevemos y traigamos las mercancías que necesitamos, pero
también los conocimientos, culturas, afectos, cantos,
valores, que constituyen el soporte móvil de un verdadero
sistema global de economía social. El Mercado
Común de Nuestra América (nuestra economía social
de intercambio) tiene que darse sobre estos principios,
fórmula donde quizás por primera vez la
interrelación entre mercado, Estado y solidaridad
planteada por el ministro Felipe Pérez pueda realizarse y
jugar realmente a nuestro favor.
Si además de garantizar este flujo integral
de las comunidades autogestionarias en cualquiera de los
territorios, ramales y zonas de las economías sociales,
tenemos por necesidad que resolver paralelamente muchas
fórmulas de intercambio restringidas a la lógica
fetichista de la mercancía y el capital, eso no tiene la
más mínima importancia. Incluso, también en
este campo podemos llegar a acuerdos interesantes y formalizar
hasta legalizar campos de mercado donde impere al menos el
principio de "precios y financiamientos solidarios". Ésa
es una escala intermedia
que debe aprovecharse como posibilidad perfectamente factible si
trabajamos con agentes dispuestos a desarrollar este principio,
vengan de donde vengan.
Pero lo sustancial en el principio bolivariano y nuestro
americano de la economía –en nuestra
consideración debe ser perfilado hacia este fin
básico de los intercambios integrales;
una suerte de integración radical entre la movilidad
pura propia del nomadismo y el gitanismo, con la quietud de la
identidad y el
arraigo que hacen parte de los impulsos de libertad que
hacen a todo ser humano. Quizás sea éste el
camino que nos conduzca a la ruptura con el modelo estructural de
dominio del neoliberalismo
global y que nos aproxime a una tesis propia
de construcción de un mundo distinto.
Estrategia y constituyente
autogestionaria
No quisiéramos extendernos demasiado sobre
este tema, ya que esperamos poder desarrollar una estrategia
factible y apropiada a nuestra realidad nacional, no a partir de
una "visión de oficina" que
establezca en forma apriorística dónde se va a
actuar y cuáles son en general, los ramales de
producción y desarrollo, sobre los cuales se va a
priorizar.
Por el contrario, partimos del principio de que en la
medida en que se vayan extendiendo en cantidad, calidad y
diversidad territorial las comunidades autogestionarias de base,
por su propio conocimiento del espacio y las condiciones en que
se mueven, irán dibujando los movimientos
estratégicos principales sobre los cuales avanzará
el sistema de economía social. Por supuesto, hay mucha
información y programas de Estado que deben ser
socializados para visualizar mejor los caminos; también se
torna importante consensuar prioridades como, por ejemplo, la
producción de alimentos, el quebrantamiento de las redes
especulativas, servicios básicos, ambiente, minería,
pesca,
turismo, etc. En
su condición de "planificadores atómicos y
sociales", las comunidades autogestionarias deben guardar la
mayor autonomía y soberanía en su propia
planificación.
El problema estratégico se centra, por tanto, en
el propio desarrollo organizativo de las comunidades y redes, y
en la posibilidad de integración de planes y sistemas
(básicamente financieros) entre el cuerpo social
autogestionario, las instancias de gobierno o cualquier otra que
quiera colaborar con este difícil sueño.
En tal orden de ideas, la estrategia a plantear
es principalmente constituyente. Necesitamos generar un
movimiento constituyente que debata la pertinencia de estas
ideas, las ponga a prueba y se convierta en el espacio integrador
de todos los agentes interesados en promover este modelo
alternativo de desarrollo. La activación de un poder
constituyente organizado federalmente es fundamental, en este
caso, por la magnitud de la tarea y por la imposibilidad de
actuar de manera diseminada, tratándose de un nuevo modelo
de desarrollo que esperamos pueda extenderse y convertirse en una
alternativa de vida para la mayoría de la
población.
Tal estrategia –como proceso popular en
manos, fundamentalmente, de todas las organizaciones de base y
espacios cooperativos existentes y abiertos a estas ideas–
necesita de un esquema común de etapas constitutivas que
podrían ser evaluadas y procesadas en conjunto. No
quisiéramos suscribirla como tal a ninguna "metodología" vista desde el punto de vista
académico; sin embargo, es importante reiterar la
necesidad de hacer de esta vasta iniciativa un campo privilegiado
para el desarrollo de la inteligencia y el conocer colectivo. El
trabajo se haría enteramente sobre experiencias concretas
que se activarían de inmediato, sintetizando los
siguientes elementos:
Etapas del proceso general de la constituyente
autogestionaria
Primera: Encuentro y diagnóstico concreto de la
gente como constituyente productivo y solidario:
¿qué hacemos?, ¿qué sabemos?,
¿quiénes somos?, ¿dónde estamos?,
¿qué buscamos? (momento de encuentro y
reconocimiento natural de organización de la solidaridad
social y productiva).
Segunda: Visualización del proyecto
posible y apertura de nuevos horizontes que fortalezcan y
multipliquen los potenciales económicos existentes
(momento inicial de la espiral analítica: conciencia
crítica-horizontes de liberación
posible a través de la práctica de la
economía social).
Tercera: Diseño
de estrategias de desarrollo: solución a los
condicionantes socio organizativos, de producción y
mercadeo, institucionales, financieros, comunicantes,
movilizadoras (momento estratégico).
Cuarta: Activación del plan o de la
experiencia previamente existente pero potenciada dentro del
encuentro de comunidad (momento práctico).
Quinta: Balance de los primeros escalones
logrados: límites y
nuevos horizontes, incorporación de nuevos agentes
solidarios y productivos, nuevo diseño general (momento
constitutivo).
Sexta: Paso a la integración de
redes (RESA), y junto a ellas la clarificación de sus
respectivos modelos de orden comunicacional y formativo,
coordinación de experiencias, diseños del flujo de
financiamiento, formatos de planificación y cálculo
económico, intercambios y formas de solidaridad propios,
investigación de mercados nacionales e internacionales,
estrategias de movilización, etc. (momento
extensivo).
1 Revista
Venezolana de Economía y Ciencias
Sociales
ISSN 1315-6411 versión impresa
().
2 http://www.monografias.com/trabajos16/papel-universidad/papel-universidad
Realizado por :
Yaddy Rangel Vargas
Estudiante de ingenieria de sistema
Republica Bolivariana de Venezuela
Ministerio de educación y deporte
Misión Sucre
5 de febrero de 2006
El Vigía, Edo Mérida