- ¿Qué es
filosofía? - La palabra y el lenguaje
- La filosofía como
radicalización - Conflicto entre la experiencia
cotidiana y la filosofía - El retorno a la experiencia
cotidiana - Sentido común
¿Qué es
filosofía?
La filosofía es orientación humana dentro de los
huidizos horizontes de la inteligencia y
de la experiencia de la vida. Filosofar es algo así como
el constante respirar del alma: una
respiración que, en su inhalara y exhalar
se halla en incesante intercambio con lo que al hombre le
rodea. La filosofía señala hacia el espirita, que
– como un viento extraño- lleva al hombre hasta
confines muy lejanos de los límites de
su existencia enmarcada, y que, en esta búsqueda humana de
puntos definitivos de orientación, hace que el hombre sea
un ser verdaderamente espiritual.
Ocuparse de la filosofía es el síntoma
más significativo de que el hombre está viviendo su
ser de hombre: el hombre mismo, desde los horizontes de sus
posibilidades, pregunta acerca de sí mismo. En su
filosofar, vive a impulsos de la sospecha oculta, pero nunca
oprimida por completo, de que existe una última respuesta,
de que las líneas de sus peregrinaciones
filosóficas han de encontrar una convergencia.
En el curso diario de su existencia, el hombre se halla
inmerso en innumerables acontecimientos de la vida. Son las
eventualidades de cada día, las cuales o bien se
experimentan en su inmediatez, como el levantarse, vestirse,
trabajar, descansar, o bien a través del camino indirecto
de la prensa y de
la radio
llegan hasta el hombre como cosas obvias, aunque se refieran al
más recientemente acontecimiento de la política
internacional, a catástrofes naturales, que han tenido
lugar en sitios muy distantes o a acontecimientos sensacionales.
Se trata de los sucesos que el hombre experimenta en unión
de muchas otras personas, casi todas ellas desconocidas.
Tan solo en las situaciones únicas que, aunque sean
vividas por muchos, se sienten como un acontecimiento propio y
con un sentido propio, como el nacimiento, la muerte, el
matrimonio, la
conversión, el miedo, la curación… tanto en la
existencia personal como en
existencias íntimas surge algo así como un
preguntar insospechado y un nuevo comprender.
Sin embargo, no solo en estos márgenes de la
experiencia común de la vida, sino también en el
interior de ella puede brotar una profunda reflexión
humana. Los acontecimientos envuelven frecuentemente al hombre
con la espontaneidad con que nos rodean las hojas en su
caída otoñal. Pero entonces, quizás
inesperadamente, una sola hoja, cayendo lentamente ante nosotros,
nos produce cierta extrañeza.
¿Qué significa esa hoja, juguete del viento, que
cae sutilmente? ¿Qué campo espiritual circunda y
mueve a los acontecimientos que desfilan ante nosotros?
¿Qué trayectorias incesantes impulsan a esas hojas,
a través del tiempo y del
espacio, en su caída ligera y suave, con la periodicidad
de las estaciones? Entonces el hálito vital de la pregunta
sopla sobre el hombre corriente y sobre el acontecer cotidiano y
los une suscitando una nueva atención. Y se despliega la
reflexión humana, con la cual el hombre,
reflejándose a si mismo en el acontecimiento, se inclina
sobre si mismo para tratar de descubrir, en la trayectoria de una
hoja que cae, el escrito que le hable de su propio curso por el
tiempo y que le diga lo que es la existencia humana con su
comportamiento
que a veces es tan determinado y que hace tanto meditar.
La actitud
filosófica pertenece al campo de la experiencia cotidiana.
Al curso ordinario de las cosas pertenece también esta
visión repentina y – a veces – tan
sorprendente que nos hace ver el acontecimiento. Filosofar no es
ocupación de especialistas, sino un raso
característico del ser del hombre. Es una posibilidad
abierta, una posibilidad en la que penetra todo hombre, en cuanto
se rompe la evidencia y espontaneidad del acontecimiento. Esta
pérdida de evidencia va unida estrechamente con una
conciencia
más profunda que se adquiere acerca de si mismo: yo, como
quien hace la pregunta, estoy íntimamente implicado en
todo lo que se revela dentro del horizonte de mi pregunta. La
pregunta señala siempre dos direcciones: una, hacia los
acontecimientos, que ya no son tan evidentes; y la otra hacia el
hombre, que preguntando reflexiona.
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