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La filosofía y la experiencia cotidiana




Enviado por aquinojfva



Partes: 1, 2

    1. ¿Qué es
      filosofía?
    2. La palabra y el lenguaje
    3. La filosofía como
      radicalización
    4. Conflicto entre la experiencia
      cotidiana y la filosofía
    5. El retorno a la experiencia
      cotidiana
    6. Sentido común

    ¿Qué es
    filosofía?

    La filosofía es orientación humana dentro de los
    huidizos horizontes de la inteligencia y
    de la experiencia de la vida. Filosofar es algo así como
    el constante respirar del alma: una
    respiración que, en su inhalara y exhalar
    se halla en incesante intercambio con lo que al hombre le
    rodea. La filosofía señala hacia el espirita, que
    – como un viento extraño- lleva al hombre hasta
    confines muy lejanos de los límites de
    su existencia enmarcada, y que, en esta búsqueda humana de
    puntos definitivos de orientación, hace que el hombre sea
    un ser verdaderamente espiritual.

    Ocuparse de la filosofía es el síntoma
    más significativo de que el hombre está viviendo su
    ser de hombre: el hombre mismo, desde los horizontes de sus
    posibilidades, pregunta acerca de sí mismo. En su
    filosofar, vive a impulsos de la sospecha oculta, pero nunca
    oprimida por completo, de que existe una última respuesta,
    de que las líneas de sus peregrinaciones
    filosóficas han de encontrar una convergencia.

    En el curso diario de su existencia, el hombre se halla
    inmerso en innumerables acontecimientos de la vida. Son las
    eventualidades de cada día, las cuales o bien se
    experimentan en su inmediatez, como el levantarse, vestirse,
    trabajar, descansar, o bien a través del camino indirecto
    de la prensa y de
    la radio
    llegan hasta el hombre como cosas obvias, aunque se refieran al
    más recientemente acontecimiento de la política
    internacional, a catástrofes naturales, que han tenido
    lugar en sitios muy distantes o a acontecimientos sensacionales.
    Se trata de los sucesos que el hombre experimenta en unión
    de muchas otras personas, casi todas ellas desconocidas.

    Tan solo en las situaciones únicas que, aunque sean
    vividas por muchos, se sienten como un acontecimiento propio y
    con un sentido propio, como el nacimiento, la muerte, el
    matrimonio, la
    conversión, el miedo, la curación… tanto en la
    existencia personal como en
    existencias íntimas surge algo así como un
    preguntar insospechado y un nuevo comprender.

    Sin embargo, no solo en estos márgenes de la
    experiencia común de la vida, sino también en el
    interior de ella puede brotar una profunda reflexión
    humana. Los acontecimientos envuelven frecuentemente al hombre
    con la espontaneidad con que nos rodean las hojas en su
    caída otoñal. Pero entonces, quizás
    inesperadamente, una sola hoja, cayendo lentamente ante nosotros,
    nos produce cierta extrañeza.

    ¿Qué significa esa hoja, juguete del viento, que
    cae sutilmente? ¿Qué campo espiritual circunda y
    mueve a los acontecimientos que desfilan ante nosotros?
    ¿Qué trayectorias incesantes impulsan a esas hojas,
    a través del tiempo y del
    espacio, en su caída ligera y suave, con la periodicidad
    de las estaciones? Entonces el hálito vital de la pregunta
    sopla sobre el hombre corriente y sobre el acontecer cotidiano y
    los une suscitando una nueva atención. Y se despliega la
    reflexión humana, con la cual el hombre,
    reflejándose a si mismo en el acontecimiento, se inclina
    sobre si mismo para tratar de descubrir, en la trayectoria de una
    hoja que cae, el escrito que le hable de su propio curso por el
    tiempo y que le diga lo que es la existencia humana con su
    comportamiento
    que a veces es tan determinado y que hace tanto meditar.

    La actitud
    filosófica pertenece al campo de la experiencia cotidiana.
    Al curso ordinario de las cosas pertenece también esta
    visión repentina y – a veces – tan
    sorprendente que nos hace ver el acontecimiento. Filosofar no es
    ocupación de especialistas, sino un raso
    característico del ser del hombre. Es una posibilidad
    abierta, una posibilidad en la que penetra todo hombre, en cuanto
    se rompe la evidencia y espontaneidad del acontecimiento. Esta
    pérdida de evidencia va unida estrechamente con una
    conciencia
    más profunda que se adquiere acerca de si mismo: yo, como
    quien hace la pregunta, estoy íntimamente implicado en
    todo lo que se revela dentro del horizonte de mi pregunta. La
    pregunta señala siempre dos direcciones: una, hacia los
    acontecimientos, que ya no son tan evidentes; y la otra hacia el
    hombre, que preguntando reflexiona.

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