Hitler: mitos y verdades acerca de la psicología de una figura histórica
- El ángulo
psico(pato)lógico - La sexualidad de
Hitler - Hitler y el
ocultismo - A manera de
conclusión - Referencias
No avives tanto la hoguera contra tu
enemigo,
que puedes chamuscarte a ti
mismo.
Shakespeare
Sesenta años después de su
desaparición física, la figura de
Adolf Hitler
—que un escritor norteamericano poco sospechoso de
simpatías nazis (Robert Waite, citado en Bene [1983], nota
del editor) predeciría como la de mayor impacto
histórico después de la de Jesucristo—
está constantemente bajo la mirada general.
Sobre la vida y eventos
vinculados al déspota germano se han escrito miles de
libros
—de hecho, como se declara en una reciente obra acerca del
tema (Lukacs, 2004/1997), Hitler es quien
más libros ha inspirado en el siglo XX—, se han
hecho cientos de documentales y a su personaje se le ha llevado
al cine y a
la
televisión muchas veces, la mayoría en fugaces
apariciones y en plan peyorativo;
haciendo circular múltiples imprecisiones sobre
él.
Para el psiquiatra español
Vallejo-Nágera (1980), los estereotipos hitlerianos que
circulan son los que construyeron sus enemigos y vencedores,
quienes al amparo del
repudio legítimo por el genocidio judío no le
perdonaron nada de lo que hizo o dejó de hacer.
A este tipo que inventó el Volkswagen, la
blitzkrieg y las terroríficas sirenas de los
Stukas le negaron hasta el mínimo resquicio de
razón: según ellos el hombre
debía estar totalmente loco y desquiciado, o
poseído por algún númen diabólico.
Era incapaz de tener sentimientos y siquiera de comportarse
amablemente. Aquellos que lo siguieron eran estúpidos o
estaban hipnotizados.
Era además un caudillo inepto: sus éxitos
se debieron a errores o descuidos de sus adversarios. Los
Generales ganaban las batallas por él, mientras que las
derrotas fueron todas responsabilidad suya.
Sus arranques enérgicos o de furia liderezca eran
"arrebatos histéricos".
Cuando levantaba la voz no gritaba, sino "aullaba".
Ciertos autores, basándose en el testimonio de renegados
nazis como Rauschning (1940/1940) y de amigos de juventud de
Hitler (Kubisek, 1955/1954), hablan de su "mirada fija y sin
vida" o "alucinada", cuando algo que particularmente se
destacó en su tiempo entre
sus fieles fue la llamada "mirada de águila", que se nota
en la mayoría de las imágenes
conservadas como reconcentrada y analítica.
Su físico, bastante dentro del promedio del
hombre del
pueblo por cierto, fue satirizado al punto de connotarlo con
frecuencia como el de un "hombrecillo insignificante" y hasta
"repugnante". (Recuerdo que un amigo mío influido por
tales leyendas me
dijo creer que Hitler era un enano, y se sorprendió mucho
cuando le revelé que medía 1.73 mts.; talla mayor
que las de Napoleón, Mussolini o Stalin entre
otros)2.
Aquel individuo tan
repugnante, bizarro e inepto según sus críticos
logró extrañamente, sin embargo, sobrepujar algunas
de las mayores hazañas políticas
y militares de la historia. Hitler, al margen
de sus nefandos crímenes contra la humanidad, pertenece a
ese exclusivo club (nada inocente, por cierto) de "conquistadores
del mundo" —Alejandro, César, Napoleón, entre
los más grandes—, del cual hasta hoy es el
último representante, como lo reconocen sus dos
principales biógrafos
(Shirer, 1983/1959, Bullock, 1962/1952).
Para los analistas sesgados de su trayectoria que le
niegan la menor virtud, tal hecho es tan misterioso como el
"inexplicable" amor que el
Führer le tuvo a su sobrina Geli Raubal
("¿cómo pudo ese sujeto haber amado a alguien?"), o
el que Eva Braun sentía por él mismo
("¿cómo pudo alguien amar a Hitler?").
Todo eso revela, a los ojos del especialista imparcial,
una concepción maniquea, ingenua (o quizá
convenenciosa) de hombres inteligentes pero prejuiciados
acerca de la psicología humana —especialmente de la
de un individuo al que no aprueban—, y a pesar de ello
pervive como verdad profunda.
El reciente estreno de dos películas poco
difundidas aunque de buena calidad, una
hecha para el cine ("Max", 2002) y otra para la televisión
("Hitler. El reinado del mal", 2003, premiada con un
Emmy), que se salen de las pautas preestablecidas respecto
al común de creencias sobre su personalidad3,
remueve el tema y provoca reflexiones
encontradas.
En el caso específico de Max, una producción en la cual se abordan ciertos
aspectos humanos del
personaje, su estreno en Japón
(2004) y el uso promocional de una acuarela hecha por el caudillo
germano en su juventud produjeron reacciones por parte de
diversos grupos vinculados
a los derechos humanos,
logrando amedrentar y aminorar el afán de los
organizadores por promover la película y mantenerla en
cartelera (esto recuerda en menor escala el absurdo
revuelo mundial por La
Ultima Tentación de Cristo). Lo
extraño del asunto es que la principal causa esgrimida por
quienes protestaron es que Max constituye un intento de
"humanización" de Hitler, lo que de pasar desapercibido
"sería un estímulo para los grupos pronazis y una
consiguiente desensibilización del ciudadano promedio
frente al holocausto".
¡Prohibido, entonces, el pensamiento y
el arte
independientes porque, según la paranoia de los
autoproclamados guardianes de la conciencia
humana, tales ejercicios sirven a fines odiosos o
sentimentalmente ingratos y hacen eco entre un público muy
crédulo!
Vallejo-Nágera (1980) describe bien el carácter pacato y tonto de la actitud
exageradamente antinazi después de más de medio
siglo de transcurridos los acontecimientos, indicando que dicha
perspectiva confunde la atracción y curiosidad
histórica o psicológica que se pueda sentir por una
figura extraordinaria como la de Hitler y por un tiempo como el
del Tercer Reich, con la identificación
ideológica hacia su régimen, y peor aun, con la
convalidación moral de sus
hechos (a pesar de todo, como dice Ian Kershaw [2003], la
fascinación y la repulsión no son conceptos tan
incompatibles). Puede que semejante afán de censura
filomedieval tenga explicación en el trauma sufrido a
raíz de los horrores nazis, pero ningún
fundamentalismo es bueno, ni aun aquel que pretende acogerse bajo
la égida de la justicia.
Basado en estos argumentos pretendo ocuparme
imparcialmente de este tema, dada la importancia que tiene para
el quehacer psicológico. Lejos de mí el deseo de
"rehabilitar" a Hitler, ni menos de negar o minimizar la gravedad
del holocausto en la línea, por ejemplo, de Irving
(1988/1977); lo que busco es simplemente establecer criterios de
mayor objetividad en el análisis del caso, aceptando que,
después de todo, Adolf Hitler era un ser humano con
defectos, virtudes y debilidades como cualquier otro individuo, o
déspota, de la historia.
El conflictivo ambiente en
que vivió y la magnitud de los acontecimientos que lo
rodearon lo hace muy especial, pues quizá ningún
personaje ni tiempo históricos ofrecen tal cantidad de
material para el análisis que los mencionados aquí,
donde el fanatismo, la genialidad y la criminalidad se dan la
mano en tan estrecha coyunda puesta al servicio de la
dominación psicotecnológica de una inmensa masa de
individuos.
Aquí se ventilarán sólo tres
aspectos medulares en la visión que se tiene de Hitler,
procurando revisarlos con una mirada objetiva: 1) el
ángulo psico(pato)lógico de su personalidad,
2) su conducta sexual,
3) su aparente relación con el ocultismo.
A Hitler se le ha procurado analizar desde diversos
ángulos, pero aquí interesa particularmente el
psicológico. Entre los psicólogos profesionales que
se han dado el trabajo de
sugerir interpretaciones sobre el caudillo austroalemán
sobresalen Fromm (1985/1941) y Erikson (1948).
Cada uno de ellos, en su indagación
psicoanalítica, realizó un profundo estudio de la
obra semiautobiográfica de Hitler: Mi Lucha,
basándose en aquella para sacar buena parte de sus
conclusiones.
Erich Fromm especula en el Capítulo VI de su obra
El Miedo a la Libertad
("Psicología del Nazismo") sobre
la hipótesis del sadomasoquismo como
distintivo general de la
personalidad del líder
teutón y de sus principales seguidores. Hitler, afirma
Fromm, odiaba a los débiles y amaba a los fuertes, y
gozaba con el éxtasis de sentirse inmerso en una gran
colectividad de autosacrificio y a la vez sojuzgarla. Esa
tendencia signó, sin duda, su conducta personal y todo
el carácter de su régimen
político.
Erik Erikson, por su parte, hace un estudio que denomina
psicohistórico acerca de la evolución personal llena de tensiones y
conflictos y
un ambiente especial que hicieron de Hitler un fanático
racista y autoritario. En tal sentido analiza con largueza tanto
las experiencias de la niñez hitleriana como las
costumbres nacionales germánicas.
Las características de la crianza de la
niñez alemana de aquellos tiempos le dan a Erikson la
clave para entender cómo es que el ambiente familiar y
cultural de fines del siglo XIX y principios del XX
producía adolescentes
con un desviado espíritu revolucionario,
orientándolo hacia la suplantación de la autoridad
paterna por un culto místico-romántico: el del
exagerado nacionalismo.
Por otro lado, el aspecto antijudaico lo atribuye a la envidia
que —en aquellos tiempos de crisis
agobiante—, inclinaba a los oprimidos alemanes arios a
buscar "chivos expiatorios" de su situación en ciertos
representantes de la clase
capitalista.
Debo añadir que, a pesar de que en los
años cuarenta en los círculos académicos y
literarios eran muchas las tentaciones para endilgar marbetes
psiquiátricos al Führer, ni Fromm ni Erikson
cayeron en tal simplicidad.
Por el contrario, los numerosos apuntes acerca de la
psicología hitleriana hechos por muchos de sus
historiadores y comentaristas (quienes carecen, como es natural,
del talento especializado), suelen pecar de facilistas en sus
calificativos acerca del estado
patológico de Hitler.
El periodista americano John Gunther (1939/?), por
ejemplo, parte del punto de vista de que "todos los dictadores
son anormales; se trata de un hecho axiomático… la
mayoría de los dictadores son profundamente
neuróticos" (p 34). Incluso Vallejo-Nágera (1989),
un defensor de juicios más moderados al respecto, cae en
ese tipo de aseveraciones ingenuas calificando, sin más,
de "loco" a Hitler.
La complejidad del asunto es mucho mayor, tal como lo
nota el historiador alemán P. E. Schramm
(1965/1963):
Nunca se agota la cuenta si se trata de captar al hombre
Hitler: su contacto con los niños y
con los perros, su
alegría ante las flores y las cosas cultivadas, su
admiración por las mujeres hermosas, sus relaciones con la
música…
eran cosas auténticas; pero también era
auténtica la tenacidad despiadada, implacable… con la
que saltándose todas las consideraciones morales,
aniquilaba a los adversarios de su poderío… Hitler, al variar guiado por la
razón, por el humor y el oscuro impulso, era más
enigmático de lo que lo haya sido ningún hombre en
toda la historia alemana. (p. 48)
En la obra Carisma, Charles Lindholm (1992/1990)
también dedica extensos comentarios psicológicos al
fenómeno nazi y al carácter de su líder,
expresando la dificultad de explicarlo mediante simplificaciones.
Dice, entre otras cosas lo siguiente:
Hitler era una figura proteica, febril y difícil
de aprehender en quien apenas se disimulaban las contradicciones:
aprobó legislaciones para asegurar la muerte
indolora de las langostas de mar y era tierno con los
niños y los animales, pero
podía ser inhumanamente cruel o enfurecerse
aterradoramente; su letargo alternaba con períodos de
inmensa hiperactividad: era un aspirante a artista cuyos
sueños de creación contrastaban con sus
fantasías de aniquilación; un pragmático
presa de ilusiones antojadizas; un soldado valeroso petrificado
por sofocantes temores; un compañero encantador o
absolutamente brutal; un hombre austero con
hábitoslibertinos. (p. 147)
Todo ello, según Lindholm, llevaría a la
conclusión de que se trata de una personalidad
psicótica en el sentido psicoanalítico, si no fuera
porque Hitler encontró en el servicio militar, en el
nacionalismo y en el sentimiento de su propio destino
providencial, la forma de controlar esos impulsos en
público y conservar la coherencia, llegando
únicamente a un estado limítrofe.
Pronto aprendió también a usar su talento
oratorio de manera catártica y a "echar sus demonios
internos hacia fuera", contagiando de frenesí al
público asistente a sus multitudinarios
mítines.
La singular exaltación que Hitler manifestaba en
sus discursos es,
aun ahora a través de la visión de documentales que
lo reviven, fuente de asombro: por un lado se le considera una
especie de "poseso" y "maníaco", y por otro lado un
"maestro", incluso un "genio", de la
comunicación de masas. Pero, debido al estigma de
locura que carga la figura del líder nazi, es mayor el
impacto de las primeras calificaciones. Poco importa recordar
que, en la época de la Europa de
pre-guerras, el
estilo oratorio de corte ampuloso y teatral era común
entre los políticos y revolucionarios.
Sin ir muy lejos, en su tiempo Mikjail Bakunin lo
practicaba casi con la misma pasión y vivacidad que el
Führer, sin que a nadie se le ocurriera decir que
estaba loco por ello.
A propósito de esto último, algo que ha
contribuido a cimentar la idea de un Hitler desquiciado antes de
19424 es el abundante conjunto de relatos que describen episodios
de rabia incontenible en los cuales el líder nazi echaba
"espumarajos", "se le hinchaban las venas del cuello", "golpeaba
las paredes", etc. (cosa que, por lo demás, recuerda a
cualquier sargento instructor de reclutas en el
ejército).
Al respecto, Bullock (1962/1952) señala que
muchos de esos estallidos de cólera
eran hábiles mascaradas, recursos
calculados para hacer capitular a sus interlocutores molestos.
Parecida estrategia era la
usada por Napoleón .no tan estridente porque vivió
en una época de trato mucho más ceremonioso.,
según se puede ver en la biografía que de
él escribe Emil Ludwig.
Lo cierto es que, contra la opinión general5,
Hitler no limitaba su capacidad sugestiva a sus apariciones como
tribuno. En realidad era un manipulador psicológico a
tiempo completo de todos cuantos se cruzaran con él, sin
importar su rango social o militar (véase Picker, 1965/?).
Así lo pinta el talentoso arquitecto del Reich,
Albert Speer (1976/1975), quien compartió largos
períodos de trabajo con el
líder alemán:
El no manipuló tan sólo el instrumento de
las masas populares; fue también un psicólogo
magistral frente al individuo. Adivinó los más
secretos temores y esperanzas de cada interlocutor… [fue] un
psicólogo como jamás me fuera dado conocer otro, y
lo sigue siendo. Me imagino que, algún día, los
historiadores lo considerarán únicamente grande en
esa medida. (p. 190)
Evidentemente un "enfermo mental", incapaz de pensar
racionalmente según muchos quieren presentarlo, no
tendría la frialdad y el autocontrol suficientes como para
provocar con sus acciones
semejantes comentarios. Hitler era claramente un psicópata
en el sentido lato del término, que involucra tendencias
obsesivas, histriónicas, narcisistas y hasta paranoides,
pero no era un esquizofrénico.
Hace varios años el psiquiatra y
criminólogo alemán Wolfgang de Boor hizo un
minucioso estudio-peritaje
post-mortem, en el cual concluyó que "se deben
excluir en Hitler tanto trastornos psíquicos
patológicos como locura o profundas perturbaciones
mentales en el sentido que marca la ley"
(véase la noticia del diario El Comercio
de Lima-Perú, del 07/04/86; p. 19).
LA SEXUALIDAD DE
HITLER
La inquina hacia el recuerdo del Führer nazi
es tal que en algunos documentales biográficos modernos
(como por ejemplo el emitido hace algunos años por
Mundo Olé) se presentan escenas que, puestas en
cámara lenta y en retroceso, parecen mostrar gestos
feminoides del Dictador, tratando de sembrar la idea de homosexualidad
(lo cual, desde luego, no tendría nada de malo si fuera
verdad).
Recientemente, un libro
sensacionalista de Lotear Matchtan (2004/2004)
—rápidamente traducido al español, lo que
denota el morbo que despierta este tema— vuelve a traer a
colación el asunto de la supuesta identidad
secreta "gay" de Hitler. Parece que las mismas personas que
abominan al nazismo por su discriminación racial utilizan la discriminación homofóbica para
añadir supuestos baldones a su imagen.
Por ejemplo ya Rauschning (1940/1940), en Hitler me
Dijo, que es el testimonio de un ex-funcionario
nacionalsocialista .entonces ya emigrado., hacía algunas
alusiones malintencionadas al respecto de la sexualidad
hitleriana. Las siguientes citas del libro de este hombre que,
por propia confesión, no se atrevía a chistar
cuando estaba ante la presencia de su Führer, son
sólo pequeñas muestras, aclarando que las palabras
en cursiva son señaladas por mí:
… Goering tuvo siempre una actitud opuesta a la de
Hitler, y… en el círculo de sus amigos íntimos,
no tenía empacho en expresar groseramente su
opinión sobre el "loco afeminado". (p.
78)
Su boca arrojaba espuma; jadeaba como una mujer
histérica y eructaba exclamaciones entrecortadas…
(p. 82)
Fue la merienda tradicional de las familias alemanas.
Hitler hacía de dueña de casa. Sosegado el
espíritu, casi amable. (p. 84)
Recuerdo una frase de Forster, el amigo íntimo de
Hitler. "Bubi" Forster, el niño terrible entre los
gauleiters: "Ah, si tan siquiera Hitler pudiera saber cuan
agradable es tener entre los brazos a una joven en flor… Ese
pobre Hitler"… Me guardé de hacerle ninguna
pregunta. (p. 223)
Pero Rauschning no calculaba varias cosas que
podrían mellar la credibilidad de sus "confidencias": 1)
no hay otro registro alguno
de que Goering se expresara así de Hitler en privado; 2)
el histerismo puede ser común a hombres y a mujeres por
igual, así que calificarlo de "mujer histérica"
suena a insulto vulgar tanto a Hitler como a las mujeres en
general, y 3) posteriormente se descubriría que Forster, a
quien atribuye una conducta de mujeriego, era, sí, un
auténtico homosexual.
Pese a que sí se sabe que uno que otro individuo
del círculo dirigente nazi era homosexual (especialmente
los jefes de las SA que fueron asesinados en "la noche de los
cuchillos largos"), como por ejemplo Roehm, Heynes y el mismo
Forster; realmente no hay la menor prueba sólida de que el
Dictador alemán lo fuera.
Es más, durante la dictadura
hitleriana se persiguió a los homosexuales y era notoria
la aversión personal del Führer hacia ellos:
en una ocasión, con Hossbach (el autor del famoso
Protocolo Hossbach), Hitler le replicó hablando
sobre uno de sus Generales investigado por el servicio secreto:
"Ud. Se equivocó. Von Fritsch no es sólo un ser
desviado, sino también un embustero. Claro que todos los
homosexuales son embusteros" (Brissaud, 1975/?, p.
186).
Sin embargo, queda como un misterio la verdadera
conducta sexual del Dictador nazi. Ciertamente se codeó
con muchas mujeres y generaba reacciones histéricas de
adoración en gran parte de las asistentes a sus
mítines, mas no se le conoce con certeza romance alguno en
el sentido convencional, excepto, en parte, los tenidos con su
sobrina Geli y con Eva Braun; y ni aun en los mejores momentos de
la relación de Hitler con ésta última hubo
demostraciones de afecto íntimo entre ellos en
público. Aunque algunos indicios llevan a considerarlo un
sadomasoquista que sometía a sus amantes a crudas
experiencias (Shirer, [1983/1959], al parecer Hitler embebido en
la política
nunca se preocupó eróticamente demasiado por las
mujeres, al punto que muchos lo consideraban "neutro" o
"asexuado". Davidson (1981/?), consigna que durante su juventud
el futuro Canciller expresaba su disgusto por la prostitución cuando pasaba por las zonas
rojas de Viena, y Gunther (1939/?) anota que Hitler
veía a las mujeres más como amas de casa o madres,
comportándose con ellas como un caballero dado al
besamanos "y nada más".
Vallejo-Nágera (1980) dice al respecto lo
siguiente:
La vida íntima de Hitler ha dado lugar a muchas
elucubraciones. En parte debido a que Hitler fue siempre
extremadamente discreto, en parte porque con su gran instinto
propagandístico comprendió que una aureola de
misterio en torno a su
persona era
muy conveniente para montar sobre ella las invenciones de la
propaganda y,
en parte, porque se veía obligado a ello al tener en
verdad "algo que ocultar". (pp. 18-19)
Lo que Hitler tenía que ocultar
sólo puede conjeturarse. El informe de la
autopsia de
Hitler, hecho por los médicos soviéticos y
misteriosamente guardado hasta 1968 (lo que después de
todo suscita sospechas de fraude), indica
la ausencia de un testículo,
defecto congénito que no implica disfunciones mayores,
pero que a nivel psicológico puede ser
devastador.
Los investigadores franceses Charlier y de Launay
(1980/1979) esbozan una posible explicación de la conducta
sexual del líder nazi fundados en ello, anotando que
había cierta constancia en la relación de Hitler
primero con mujeres maduras o "amigas maternales" como Winifred
Wagner, y después con mujeres-niñas como Geli
Raubal o Eva Braun. Señalan que:
Si admitimos la existencia de un complejo de origen
psíquico o físico, su preferencia por las mayores,
que lo perdonan todo, y después por las adolescentes, que
no saben nada y aceptan las explicaciones de un héroe de
la guerra, puede
explicar la adaptación de nuestro hombre. (p.
74)
Otras pistas llevarían a la hipótesis de una
sífilis, posiblemente contraída en
la Primera Guerra
Mundial cuando Hitler era soldado. Según eso, los
síntomas mentales y físicos del Dictador durante
los últimos años de su vida (delirios,
alucinaciones, temblores, etc.) se deberían a un estado
terciario de esta enfermedad.
De cualquier manera había algo extraño
relacionado con la autoimagen sexual de Hitler. Datos conexos a
esto que confirmarían la existencia de un complejo
psicológico son sus dos hábitos inveterados:
por un lado rehusaba absolutamente ser visto en ropa de
baño (o desnudo frente al masajista), y por otro cuando
estaba en actitud de espera acostumbraba tomarse las manos a
la
altura de la ingle, pose en la cual aparece en una gran
cantidad de fotografías.
Lo cómico es que muchos de sus subalternos lo
imitaron, como si se tratara de un gesto eminente. Algo
así como la mano de Bonaparte metida en la
solapa.
Algunos (Ribadeau, 1980/1975); Pennick, 1984/1981)
consideran que la conducta de los fanáticos líderes
nazis sólo tiene explicación en el marco de una
cosmovisión ocultista. Basándose en fragmentarios
indicios cuyo origen está en la cercanía que
algunos de sus más cercanos colaboradores (Hess, Himmler)
tuvieron con las llamadas "ciencias
ocultas", los partidarios de esta postura sostienen que el
intento revolucionario de Hitler y sus asociados habría
sido esencialmente mágico: la creación de una raza
de superhombres con poderes psíquicos, capaces de dominar
el universo y
alcanzar la inmortalidad.
Ello requería primero hacer una limpieza de lo
"subhumano", empezando por judíos
y gitanos.
Desde la perspectiva ocultista, hay toda una serie de
datos que se manejan para demostrar la inclinación de
Hitler por lo esotérico.
Se dice, por ejemplo, que de niño le
atraía la vida religiosa, conociendo las cruces gamadas
(antiguo emblema de las razas del norte y símbolo de la
luz) en el
Monasterio de Lambach. A los doce años se
familiarizó con la música de Wagner y con todo lo
que eso significaba como información sobre los ancestrales mitos
germánicos, fascinándole Wotan, el Dios de
la posesión demoníaca.
Poco a poco se convirtió en una especie de
"vidente" signado por el destino para "llevar a su pueblo hacia
la libertad", y pasaba el tiempo en las bibliotecas
leyendo libros sobre religiones orientales, yoga,
ocultismo, hipnotismo y astrología. Según Ribadeau
(1980/1975), un librero de Viena que era cultor del espiritismo
hizo amistad con
Hitler y le inició en "un ambiente de satanismo y
perversión sexual" bajo el signo esvástico de una
secta paramasónica.
En ella frecuentó a otros miembros y, a
través de Rudolf Hess llegó a la Sociedad
Thule6, un cenáculo interesado en cultivar la vieja
tradición germánica (incluyendo preservar la pureza
de la sangre), donde
también se perfilaban ideas sobre la antigua
conexión sagrada entre la geografía y la
política. Allí el futuro Mesías
bebió de fuentes
cosmológicas que cimentaron su mística creencia en
la supremacía del germanismo, y en su propio papel como
realizador de esa utopía.
En este ensayo
sería imposible dar una relación completa de todas
las afirmaciones hechas en esta línea por los partidarios
de una explicación ocultista del fenómeno nazi.
Como toda "teoría
de la conspiración" mezcla verdades y mentiras, hechos
comprobados e hipótesis plausibles al lado de rumores
absurdos e ideas jaladas de los pelos7.
Si bien lo esotérico tiene un lugar dentro del
desarrollo
general del nazismo y de sus dirigentes, el hecho es que Hitler
era cualquier cosa, menos un ingenuo. Probablemente en
algún momento este Maestro del Engaño supo
utilizar a manera de bluff en su beneficio —como
hizo con todo lo que se cruzó por delante: individuos,
acontecimientos, ideas— el "arma de propaganda" ocultista
para impresionar a cierta gente y lograr ciertos objetivos,
pero es dudoso que íntimamente se lo tomara en serio.
Muchas veces se refirió con desdén hacia las
creencias de su secretario Hess y en general hacia el ocultismo
(véase Bullock, 1962/1952); y la mejor prueba objetiva de
ello son sus propias órdenes en las cuales prohibió
toda conferencia sobre
astros, espiritismo, telepatía y clarividencia, así
como todo anuncio de ellas en los diarios. En palabras de Schramm
(1965/1963), "las supersticiones le eran totalmente
extrañas" (p. 39). Posteriormente mandaría arrestar
a más de cien astrólogos, mediums y
videntes, y suspender la Sociedad Thule. Eso es lo
real.
Aquí se han examinado algunos de los aspectos
más polémicos de la personalidad de Hitler,
tratando de hacerlo con objetividad. Es tanta la carga emotiva
que evoca un personaje de esta naturaleza que
quizá desmentir ciertos prejuicios que coadyuvan a
deformar su imagen puede ser juzgado por sus críticos como
un solapado apoyo pro-nazi.
No me preocupa esa objeción pues no comulgo con
el llamado "revisionismo del holocausto" ni soy antisionista;
pero es de lamentar la hipocresía de quienes, bajo el
pretexto de combatir tendencias totalitarias ajenas, las ejercen
a su vez en contra de otros impidiendo cualquier debate
racional sobre lo que se cree indiscutible.
Lo que es evidente e incontestable, es que Hitler fue
durante la mayor parte de su vida un psicópata (como
también lo fue su colega Stalin, o como lo puede ser hoy
en otra escala y ambiente un Maradona, por ejemplo),
empeorado por las obsesiones de su terrible fanatismo, y que en
algún momento de su carrera de los últimos
años las circunstancias extraordinariamente
difíciles que lo rodearon, y la calidad de
vida que llevó, hicieron mella en su personalidad
poniéndola en el límite de la cordura.
Sin embargo, es exagerado decir que comenzó a
vivir en un mundo de fantasía pura o que se
convirtió en un enajenado. Tenía momentos de tanta
lucidez como podía esperarse para un individuo en su
posición y en una situación apocalíptica
semejante.
El que sus postreras intuiciones o razonamientos
fallaran en la apreciación de los acontecimientos era muy
natural, dado el escaso margen de información segura a la
cual tenía acceso desde el aislado Bunker. Sus decisiones
de "tierra
arrasada" o de genocidio planificado no tienen excusa, pero no
son fruto de la demencia, sino de la crueldad trágica
típica de cualquier tenebroso verdugo de la historia. Lo
que las hace más impactantes son las dimensiones colosales
del escenario en que se produjeron y el número de
víctimas involucradas.
En cuanto a su suicidio y
cremación, ésto no fue, como tantas veces se ha
asegurado desde la cómoda
posición de un escritorio, un acto de cobardía. Y
no fue tampoco una salida heroica. Fue simplemente lo
único que cabía hacer: Hitler, demasiado conocido y
que además estaba muy mal de salud (lo que le
impedía fugarse y convertirse en un "sumergido"),
sabía muy bien lo que le esperaba si caía vivo o
muerto en manos de sus tan implacables como innumerables enemigos
(recuérdese el destino de Mussolini), y por ello lo
ilógico hubiera sido tratar de resistir a mano armada o de
entregarse.
Como se probó en el Juicio de
Nüremberg (véase Heydecker y Leeb, 1970/1958),
los millones de personas muertas y la serie innumerable de
dolores que causó el régimen nazi no deben
achacarse únicamente a su caudillo, como tampoco debe
achacarse sólo a Mao la barbarie de la
Revolución Cultural china, ni a Bonaparte el
inmenso coste humano y material de su aventura imperialista. Fue,
en realidad, toda una pandilla de criminales y fanáticos
respaldados por la posibilidad del ejercicio del poder absoluto,
sin frenos, la que produjo tanto mal. Y esta pandilla de
agitadores, sicarios y verdugos creció y actuó en
relación a una cantidad de factores ideológicos,
étnicos, geográficos, socioeconómicos e
idiosincrásicos operantes a manera de contingencias
interdependientes de dimensión gigantesca.
Científicamente, utilizando el concepto de
moldeamiento en la forma utilizada por Skinner
(1982/1971, p. 260), puede decirse que el comportamiento
nazi se moldeó en un entorno plagado de
estimulación aversiva y de reforzamiento negativo, lo que,
aunado a una multiplicidad de factores situacionales y personales
de Hitler (su nacimiento fruto de la unión de padres
distanciados generacionalmente, la influencia de alguno de sus
profesores y de un ambiente
provincial de frontera, su
frustración por no poder seguir la profesión de
artista, sus lecturas de Nietzsche,
etc.); y a sucesos fortuitos diversos, dio por resultado el
fenómeno hitleriano. Desde este punto de vista Hitler,
aparte su habilidad genial como cabecilla de la banda, fue el
exponente y el producto
más visible, pero no el único, de tan complejas
condiciones; y surgió en base a un liderismo
carismático en el sentido en que Tucker (1976/1970) toma
esta expresión de Erikson, es decir rodeado de condiciones
psicohistóricas específicas: todo estaba preparado
en la Alemania de
entonces para que estallara el polvorín racista y
nacionalista.
Otro tipo de explicación cae obligatoriamente en
providencialismos místicos que lo único que hacen
es obscurecer el verdadero carácter de los
acontecimientos, como ha ocurrido por más de medio siglo.
Como dice Kantor (1978/1959), "para reconocer el carácter
inevitablemente conductual de las cosas, su composición y
estructura no
necesitan ser revestidos con procesos o
funciones
psíquicas" (p. 235). La crítica
a quienes han sesgado de esta y otras maneras la historia de
Hitler debe tomarse en consideración.
NOTA
1 Psicólogo y docente universitario en las
asignaturas de Análisis conductual Aplicado y
Psicología de la Personalidad. E-mail:
avidolector[arroba]yahoo.es
2 El dato de la estatura se halla en la obra de Ryan
(1966/1966, p. 114). Quizá la parodia de Chaplin (en El
Gran Dictador), que si era un hombre pequeño, haya
contribuido al mito. Es
pertinente, además, recordar que un prominente
político británico, A. Eden (1962/?), que
conoció personalmente a Hitler, lo describía como
una persona "de aspecto elegante, casi apuesto, comedido y
amistoso" (p. 87).
3 Esto no se extiende a su aspecto físico,
reproduciendo los consabidos prejuicios. En Hitler. El
reinado del mal, parece haberse buscado a un actor
singularmente pequeño y delgado (Robert Carlyle) para
interpretarlo, a la vez que a los principales jerarcas nazis que
lo rodeaban .Roehm, Goering, Strasser, incluso Goebbels . se les
representa como hombres mucho más altos y corpulentos de
lo que eran, como para establecer un violento contraste con la
figura "esmirriada" de su jefe (eso se completa con un juego de tomas
de perspectiva en las cuales casi siempre se visualiza la
"pequeñez" del Führer frente a sus
colaboradores o adversarios).
4 Después de ese año sí se hizo
notorio el deterioro progresivo que tuvieron sus funciones
cognitivas, tanto como las afectivas y motoras.
5 La idea común es la de que Hitler entraba en
frenética actividad comunicativa ante público
numeroso, "derrumbándose" agotado y tímido ante
interlocutores individuales. Eso sólo ocurría
cuando percibía que éstos no le podían ser
útiles en ese momento.
6 Thule, cantado por Wagner era, según el mito,
un Edén nórdico parecido a la
Atlántida.
7 También aquí desempeña un papel
importante Rauschning (1940/1940), frecuentemente citado por los
ocultistas en los pasajes de su obra en que describe supuestos
delirios demoníacos nocturnos de Hitler, que, dice
él informante, "me negaría a creer, de no provenir
de fuente tan fideligna" (p. 218). Lo cierto es que no hay otro
testimonio semejante entre las muchos personas que interactuaron
con Hitler en esa época, lo que hace pensar nuevamente en
una superchería dictada por el odio de un renegado
nazi.
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William Montgomery Urday