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Hitler: mitos y verdades acerca de la psicología de una figura histórica



    1. El ángulo
      psico(pato)lógico
    2. La sexualidad de
      Hitler
    3. Hitler y el
      ocultismo
    4. A manera de
      conclusión
    5. Referencias

    No avives tanto la hoguera contra tu
    enemigo,

    que puedes chamuscarte a ti
    mismo.

    Shakespeare

    Sesenta años después de su
    desaparición física, la figura de
    Adolf Hitler
    —que un escritor norteamericano poco sospechoso de
    simpatías nazis (Robert Waite, citado en Bene [1983], nota
    del editor) predeciría como la de mayor impacto
    histórico después de la de Jesucristo—
    está constantemente bajo la mirada general.

    Sobre la vida y eventos
    vinculados al déspota germano se han escrito miles de
    libros
    —de hecho, como se declara en una reciente obra acerca del
    tema (Lukacs, 2004/1997), Hitler es quien
    más libros ha inspirado en el siglo XX—, se han
    hecho cientos de documentales y a su personaje se le ha llevado
    al cine y a
    la
    televisión muchas veces, la mayoría en fugaces
    apariciones y en plan peyorativo;
    haciendo circular múltiples imprecisiones sobre
    él.

    Para el psiquiatra español
    Vallejo-Nágera (1980), los estereotipos hitlerianos que
    circulan son los que construyeron sus enemigos y vencedores,
    quienes al amparo del
    repudio legítimo por el genocidio judío no le
    perdonaron nada de lo que hizo o dejó de hacer.

    A este tipo que inventó el Volkswagen, la
    blitzkrieg y las terroríficas sirenas de los
    Stukas le negaron hasta el mínimo resquicio de
    razón: según ellos el hombre
    debía estar totalmente loco y desquiciado, o
    poseído por algún númen diabólico.
    Era incapaz de tener sentimientos y siquiera de comportarse
    amablemente. Aquellos que lo siguieron eran estúpidos o
    estaban hipnotizados.

    Era además un caudillo inepto: sus éxitos
    se debieron a errores o descuidos de sus adversarios. Los
    Generales ganaban las batallas por él, mientras que las
    derrotas fueron todas responsabilidad suya.

    Sus arranques enérgicos o de furia liderezca eran
    "arrebatos histéricos".

    Cuando levantaba la voz no gritaba, sino "aullaba".
    Ciertos autores, basándose en el testimonio de renegados
    nazis como Rauschning (1940/1940) y de amigos de juventud de
    Hitler (Kubisek, 1955/1954), hablan de su "mirada fija y sin
    vida" o "alucinada", cuando algo que particularmente se
    destacó en su tiempo entre
    sus fieles fue la llamada "mirada de águila", que se nota
    en la mayoría de las imágenes
    conservadas como reconcentrada y analítica.

    Su físico, bastante dentro del promedio del
    hombre del
    pueblo por cierto, fue satirizado al punto de connotarlo con
    frecuencia como el de un "hombrecillo insignificante" y hasta
    "repugnante". (Recuerdo que un amigo mío influido por
    tales leyendas me
    dijo creer que Hitler era un enano, y se sorprendió mucho
    cuando le revelé que medía 1.73 mts.; talla mayor
    que las de Napoleón, Mussolini o Stalin entre
    otros)2.

    Aquel individuo tan
    repugnante, bizarro e inepto según sus críticos
    logró extrañamente, sin embargo, sobrepujar algunas
    de las mayores hazañas políticas
    y militares de la historia. Hitler, al margen
    de sus nefandos crímenes contra la humanidad, pertenece a
    ese exclusivo club (nada inocente, por cierto) de "conquistadores
    del mundo" —Alejandro, César, Napoleón, entre
    los más grandes—, del cual hasta hoy es el
    último representante, como lo reconocen sus dos
    principales biógrafos
    (Shirer, 1983/1959, Bullock, 1962/1952).

    Para los analistas sesgados de su trayectoria que le
    niegan la menor virtud, tal hecho es tan misterioso como el
    "inexplicable" amor que el
    Führer le tuvo a su sobrina Geli Raubal
    ("¿cómo pudo ese sujeto haber amado a alguien?"), o
    el que Eva Braun sentía por él mismo
    ("¿cómo pudo alguien amar a Hitler?").

    Todo eso revela, a los ojos del especialista imparcial,
    una concepción maniquea, ingenua (o quizá
    convenenciosa) de hombres inteligentes pero prejuiciados
    acerca de la psicología humana —especialmente de la
    de un individuo al que no aprueban—, y a pesar de ello
    pervive como verdad profunda.

    El reciente estreno de dos películas poco
    difundidas aunque de buena calidad, una
    hecha para el cine ("Max", 2002) y otra para la televisión
    ("Hitler. El reinado del mal", 2003, premiada con un
    Emmy), que se salen de las pautas preestablecidas respecto
    al común de creencias sobre su personalidad3,

    remueve el tema y provoca reflexiones
    encontradas.

    En el caso específico de Max, una producción en la cual se abordan ciertos
    aspectos humanos del

    personaje, su estreno en Japón
    (2004) y el uso promocional de una acuarela hecha por el caudillo
    germano en su juventud produjeron reacciones por parte de
    diversos grupos vinculados
    a los derechos humanos,
    logrando amedrentar y aminorar el afán de los
    organizadores por promover la película y mantenerla en
    cartelera (esto recuerda en menor escala el absurdo
    revuelo mundial por La

    Ultima Tentación de Cristo). Lo
    extraño del asunto es que la principal causa esgrimida por
    quienes protestaron es que Max constituye un intento de
    "humanización" de Hitler, lo que de pasar desapercibido
    "sería un estímulo para los grupos pronazis y una
    consiguiente desensibilización del ciudadano promedio
    frente al holocausto".
    ¡Prohibido, entonces, el pensamiento y
    el arte
    independientes porque, según la paranoia de los
    autoproclamados guardianes de la conciencia
    humana
    , tales ejercicios sirven a fines odiosos o
    sentimentalmente ingratos y hacen eco entre un público muy
    crédulo!

    Vallejo-Nágera (1980) describe bien el carácter pacato y tonto de la actitud
    exageradamente antinazi después de más de medio
    siglo de transcurridos los acontecimientos, indicando que dicha
    perspectiva confunde la atracción y curiosidad
    histórica o psicológica que se pueda sentir por una
    figura extraordinaria como la de Hitler y por un tiempo como el
    del Tercer Reich, con la identificación
    ideológica hacia su régimen, y peor aun, con la
    convalidación moral de sus
    hechos (a pesar de todo, como dice Ian Kershaw [2003], la
    fascinación y la repulsión no son conceptos tan
    incompatibles). Puede que semejante afán de censura
    filomedieval tenga explicación en el trauma sufrido a
    raíz de los horrores nazis, pero ningún
    fundamentalismo es bueno, ni aun aquel que pretende acogerse bajo
    la égida de la justicia.

    Basado en estos argumentos pretendo ocuparme
    imparcialmente de este tema, dada la importancia que tiene para
    el quehacer psicológico. Lejos de mí el deseo de
    "rehabilitar" a Hitler, ni menos de negar o minimizar la gravedad
    del holocausto en la línea, por ejemplo, de Irving
    (1988/1977); lo que busco es simplemente establecer criterios de
    mayor objetividad en el análisis del caso, aceptando que,
    después de todo, Adolf Hitler era un ser humano con
    defectos, virtudes y debilidades como cualquier otro individuo, o
    déspota, de la historia.

    El conflictivo ambiente en
    que vivió y la magnitud de los acontecimientos que lo
    rodearon lo hace muy especial, pues quizá ningún
    personaje ni tiempo históricos ofrecen tal cantidad de
    material para el análisis que los mencionados aquí,
    donde el fanatismo, la genialidad y la criminalidad se dan la
    mano en tan estrecha coyunda puesta al servicio de la
    dominación psicotecnológica de una inmensa masa de
    individuos.

    Aquí se ventilarán sólo tres
    aspectos medulares en la visión que se tiene de Hitler,
    procurando revisarlos con una mirada objetiva: 1) el
    ángulo psico(pato)lógico de su personalidad,
    2) su conducta sexual,
    3) su aparente relación con el ocultismo.

    EL ÁNGULO
    PSICO(PATO)LÓGICO

    A Hitler se le ha procurado analizar desde diversos
    ángulos, pero aquí interesa particularmente el
    psicológico. Entre los psicólogos profesionales que
    se han dado el trabajo de
    sugerir interpretaciones sobre el caudillo austroalemán
    sobresalen Fromm (1985/1941) y Erikson (1948).

    Cada uno de ellos, en su indagación
    psicoanalítica, realizó un profundo estudio de la
    obra semiautobiográfica de Hitler: Mi Lucha,
    basándose en aquella para sacar buena parte de sus
    conclusiones.

    Erich Fromm especula en el Capítulo VI de su obra
    El Miedo a la Libertad
    ("Psicología del Nazismo") sobre
    la hipótesis del sadomasoquismo como
    distintivo general de la
    personalidad del líder
    teutón y de sus principales seguidores. Hitler, afirma
    Fromm, odiaba a los débiles y amaba a los fuertes, y
    gozaba con el éxtasis de sentirse inmerso en una gran
    colectividad de autosacrificio y a la vez sojuzgarla. Esa
    tendencia signó, sin duda, su conducta personal y todo
    el carácter de su régimen
    político.

    Erik Erikson, por su parte, hace un estudio que denomina
    psicohistórico acerca de la evolución personal llena de tensiones y
    conflictos y
    un ambiente especial que hicieron de Hitler un fanático
    racista y autoritario. En tal sentido analiza con largueza tanto
    las experiencias de la niñez hitleriana como las
    costumbres nacionales germánicas.

    Las características de la crianza de la
    niñez alemana de aquellos tiempos le dan a Erikson la
    clave para entender cómo es que el ambiente familiar y
    cultural de fines del siglo XIX y principios del XX
    producía adolescentes
    con un desviado espíritu revolucionario,
    orientándolo hacia la suplantación de la autoridad
    paterna por un culto místico-romántico: el del
    exagerado nacionalismo.
    Por otro lado, el aspecto antijudaico lo atribuye a la envidia
    que —en aquellos tiempos de crisis
    agobiante—, inclinaba a los oprimidos alemanes arios a
    buscar "chivos expiatorios" de su situación en ciertos
    representantes de la clase
    capitalista.

    Debo añadir que, a pesar de que en los
    años cuarenta en los círculos académicos y
    literarios eran muchas las tentaciones para endilgar marbetes
    psiquiátricos al Führer, ni Fromm ni Erikson
    cayeron en tal simplicidad.

    Por el contrario, los numerosos apuntes acerca de la
    psicología hitleriana hechos por muchos de sus
    historiadores y comentaristas (quienes carecen, como es natural,
    del talento especializado), suelen pecar de facilistas en sus
    calificativos acerca del estado
    patológico de Hitler.

    El periodista americano John Gunther (1939/?), por
    ejemplo, parte del punto de vista de que "todos los dictadores
    son anormales; se trata de un hecho axiomático… la
    mayoría de los dictadores son profundamente
    neuróticos" (p 34). Incluso Vallejo-Nágera (1989),
    un defensor de juicios más moderados al respecto, cae en
    ese tipo de aseveraciones ingenuas calificando, sin más,
    de "loco" a Hitler.

    La complejidad del asunto es mucho mayor, tal como lo
    nota el historiador alemán P. E. Schramm
    (1965/1963):

    Nunca se agota la cuenta si se trata de captar al hombre
    Hitler: su contacto con los niños y
    con los perros, su
    alegría ante las flores y las cosas cultivadas, su
    admiración por las mujeres hermosas, sus relaciones con la
    música
    eran cosas auténticas; pero también era
    auténtica la tenacidad despiadada, implacable… con la
    que saltándose todas las consideraciones morales,
    aniquilaba a los adversarios de su poderío… Hitler, al variar guiado por la
    razón, por el humor y el oscuro impulso, era más
    enigmático de lo que lo haya sido ningún hombre en
    toda la historia alemana. (p. 48)

    En la obra Carisma, Charles Lindholm (1992/1990)
    también dedica extensos comentarios psicológicos al
    fenómeno nazi y al carácter de su líder,
    expresando la dificultad de explicarlo mediante simplificaciones.
    Dice, entre otras cosas lo siguiente:

    Hitler era una figura proteica, febril y difícil
    de aprehender en quien apenas se disimulaban las contradicciones:
    aprobó legislaciones para asegurar la muerte
    indolora de las langostas de mar y era tierno con los
    niños y los animales, pero
    podía ser inhumanamente cruel o enfurecerse
    aterradoramente; su letargo alternaba con períodos de
    inmensa hiperactividad: era un aspirante a artista cuyos
    sueños de creación contrastaban con sus
    fantasías de aniquilación; un pragmático
    presa de ilusiones antojadizas; un soldado valeroso petrificado
    por sofocantes temores; un compañero encantador o
    absolutamente brutal; un hombre austero con
    hábitoslibertinos. (p. 147)

    Todo ello, según Lindholm, llevaría a la
    conclusión de que se trata de una personalidad
    psicótica en el sentido psicoanalítico, si no fuera
    porque Hitler encontró en el servicio militar, en el
    nacionalismo y en el sentimiento de su propio destino
    providencial, la forma de controlar esos impulsos en
    público y conservar la coherencia, llegando
    únicamente a un estado limítrofe.

    Pronto aprendió también a usar su talento
    oratorio de manera catártica y a "echar sus demonios
    internos hacia fuera", contagiando de frenesí al
    público asistente a sus multitudinarios
    mítines.

    La singular exaltación que Hitler manifestaba en
    sus discursos es,
    aun ahora a través de la visión de documentales que
    lo reviven, fuente de asombro: por un lado se le considera una
    especie de "poseso" y "maníaco", y por otro lado un
    "maestro", incluso un "genio", de la
    comunicación de masas. Pero, debido al estigma de
    locura que carga la figura del líder nazi, es mayor el
    impacto de las primeras calificaciones. Poco importa recordar
    que, en la época de la Europa de
    pre-guerras, el
    estilo oratorio de corte ampuloso y teatral era común
    entre los políticos y revolucionarios.

    Sin ir muy lejos, en su tiempo Mikjail Bakunin lo
    practicaba casi con la misma pasión y vivacidad que el
    Führer, sin que a nadie se le ocurriera decir que
    estaba loco por ello.

    A propósito de esto último, algo que ha
    contribuido a cimentar la idea de un Hitler desquiciado antes de
    19424 es el abundante conjunto de relatos que describen episodios
    de rabia incontenible en los cuales el líder nazi echaba
    "espumarajos", "se le hinchaban las venas del cuello", "golpeaba
    las paredes", etc. (cosa que, por lo demás, recuerda a
    cualquier sargento instructor de reclutas en el
    ejército).

    Al respecto, Bullock (1962/1952) señala que
    muchos de esos estallidos de cólera
    eran hábiles mascaradas, recursos
    calculados para hacer capitular a sus interlocutores molestos.
    Parecida estrategia era la
    usada por Napoleón .no tan estridente porque vivió
    en una época de trato mucho más ceremonioso.,
    según se puede ver en la biografía que de
    él escribe Emil Ludwig.

    Lo cierto es que, contra la opinión general5,
    Hitler no limitaba su capacidad sugestiva a sus apariciones como
    tribuno. En realidad era un manipulador psicológico a
    tiempo completo de todos cuantos se cruzaran con él, sin
    importar su rango social o militar (véase Picker, 1965/?).
    Así lo pinta el talentoso arquitecto del Reich,
    Albert Speer (1976/1975), quien compartió largos
    períodos de trabajo con el
    líder alemán:

    El no manipuló tan sólo el instrumento de
    las masas populares; fue también un psicólogo
    magistral frente al individuo. Adivinó los más
    secretos temores y esperanzas de cada interlocutor… [fue] un
    psicólogo como jamás me fuera dado conocer otro, y
    lo sigue siendo. Me imagino que, algún día, los
    historiadores lo considerarán únicamente grande en
    esa medida. (p. 190)

    Evidentemente un "enfermo mental", incapaz de pensar
    racionalmente según muchos quieren presentarlo, no
    tendría la frialdad y el autocontrol suficientes como para
    provocar con sus acciones
    semejantes comentarios. Hitler era claramente un psicópata
    en el sentido lato del término, que involucra tendencias
    obsesivas, histriónicas, narcisistas y hasta paranoides,
    pero no era un esquizofrénico.

    Hace varios años el psiquiatra y
    criminólogo alemán Wolfgang de Boor hizo un
    minucioso estudio-peritaje
    post-mortem, en el cual concluyó que "se deben
    excluir en Hitler tanto trastornos psíquicos
    patológicos como locura o profundas perturbaciones
    mentales en el sentido que marca la ley"
    (véase la noticia del diario El Comercio
    de Lima-Perú, del 07/04/86; p. 19).

    LA SEXUALIDAD DE
    HITLER

    La inquina hacia el recuerdo del Führer nazi
    es tal que en algunos documentales biográficos modernos
    (como por ejemplo el emitido hace algunos años por
    Mundo Olé) se presentan escenas que, puestas en
    cámara lenta y en retroceso, parecen mostrar gestos
    feminoides del Dictador, tratando de sembrar la idea de homosexualidad
    (lo cual, desde luego, no tendría nada de malo si fuera
    verdad).

    Recientemente, un libro
    sensacionalista de Lotear Matchtan (2004/2004)
    —rápidamente traducido al español, lo que
    denota el morbo que despierta este tema— vuelve a traer a
    colación el asunto de la supuesta identidad
    secreta "gay" de Hitler. Parece que las mismas personas que
    abominan al nazismo por su discriminación racial utilizan la discriminación homofóbica para
    añadir supuestos baldones a su imagen.

    Por ejemplo ya Rauschning (1940/1940), en Hitler me
    Dijo
    , que es el testimonio de un ex-funcionario
    nacionalsocialista .entonces ya emigrado., hacía algunas
    alusiones malintencionadas al respecto de la sexualidad
    hitleriana. Las siguientes citas del libro de este hombre que,
    por propia confesión, no se atrevía a chistar
    cuando estaba ante la presencia de su Führer, son
    sólo pequeñas muestras, aclarando que las palabras
    en cursiva son señaladas por mí:

    … Goering tuvo siempre una actitud opuesta a la de
    Hitler, y… en el círculo de sus amigos íntimos,
    no tenía empacho en expresar groseramente su
    opinión sobre el "loco afeminado". (p.
    78)

    Su boca arrojaba espuma; jadeaba como una mujer
    histérica
    y eructaba exclamaciones entrecortadas…
    (p. 82)

    Fue la merienda tradicional de las familias alemanas.
    Hitler hacía de dueña de casa. Sosegado el
    espíritu, casi amable. (p. 84)

    Recuerdo una frase de Forster, el amigo íntimo de
    Hitler. "Bubi" Forster, el niño terrible entre los
    gauleiters: "Ah, si tan siquiera Hitler pudiera saber cuan
    agradable es tener entre los brazos a una joven en flor… Ese
    pobre Hitler
    "… Me guardé de hacerle ninguna
    pregunta. (p. 223)

    Pero Rauschning no calculaba varias cosas que
    podrían mellar la credibilidad de sus "confidencias": 1)
    no hay otro registro alguno
    de que Goering se expresara así de Hitler en privado; 2)
    el histerismo puede ser común a hombres y a mujeres por
    igual, así que calificarlo de "mujer histérica"
    suena a insulto vulgar tanto a Hitler como a las mujeres en
    general, y 3) posteriormente se descubriría que Forster, a
    quien atribuye una conducta de mujeriego, era, sí, un
    auténtico homosexual.

    Pese a que sí se sabe que uno que otro individuo
    del círculo dirigente nazi era homosexual (especialmente
    los jefes de las SA que fueron asesinados en "la noche de los
    cuchillos largos"), como por ejemplo Roehm, Heynes y el mismo
    Forster; realmente no hay la menor prueba sólida de que el
    Dictador alemán lo fuera.

    Es más, durante la dictadura
    hitleriana se persiguió a los homosexuales y era notoria
    la aversión personal del Führer hacia ellos:
    en una ocasión, con Hossbach (el autor del famoso
    Protocolo Hossbach), Hitler le replicó hablando
    sobre uno de sus Generales investigado por el servicio secreto:
    "Ud. Se equivocó. Von Fritsch no es sólo un ser
    desviado, sino también un embustero. Claro que todos los
    homosexuales son embusteros" (Brissaud, 1975/?, p.
    186).

    Sin embargo, queda como un misterio la verdadera
    conducta sexual del Dictador nazi. Ciertamente se codeó
    con muchas mujeres y generaba reacciones histéricas de
    adoración en gran parte de las asistentes a sus
    mítines, mas no se le conoce con certeza romance alguno en
    el sentido convencional, excepto, en parte, los tenidos con su
    sobrina Geli y con Eva Braun; y ni aun en los mejores momentos de
    la relación de Hitler con ésta última hubo
    demostraciones de afecto íntimo entre ellos en
    público. Aunque algunos indicios llevan a considerarlo un
    sadomasoquista que sometía a sus amantes a crudas
    experiencias (Shirer, [1983/1959], al parecer Hitler embebido en
    la política
    nunca se preocupó eróticamente demasiado por las
    mujeres, al punto que muchos lo consideraban "neutro" o
    "asexuado". Davidson (1981/?), consigna que durante su juventud
    el futuro Canciller expresaba su disgusto por la prostitución cuando pasaba por las zonas
    rojas
    de Viena, y Gunther (1939/?) anota que Hitler
    veía a las mujeres más como amas de casa o madres,
    comportándose con ellas como un caballero dado al
    besamanos "y nada más".

    Vallejo-Nágera (1980) dice al respecto lo
    siguiente:

    La vida íntima de Hitler ha dado lugar a muchas
    elucubraciones. En parte debido a que Hitler fue siempre
    extremadamente discreto, en parte porque con su gran instinto
    propagandístico comprendió que una aureola de
    misterio en torno a su
    persona era
    muy conveniente para montar sobre ella las invenciones de la
    propaganda y,
    en parte, porque se veía obligado a ello al tener en
    verdad "algo que ocultar". (pp. 18-19)

    Lo que Hitler tenía que ocultar
    sólo puede conjeturarse. El informe de la
    autopsia de
    Hitler, hecho por los médicos soviéticos y
    misteriosamente guardado hasta 1968 (lo que después de
    todo suscita sospechas de fraude), indica
    la ausencia de un testículo,
    defecto congénito que no implica disfunciones mayores,
    pero que a nivel psicológico puede ser
    devastador.

    Los investigadores franceses Charlier y de Launay
    (1980/1979) esbozan una posible explicación de la conducta
    sexual del líder nazi fundados en ello, anotando que
    había cierta constancia en la relación de Hitler
    primero con mujeres maduras o "amigas maternales" como Winifred
    Wagner, y después con mujeres-niñas como Geli
    Raubal o Eva Braun. Señalan que:

    Si admitimos la existencia de un complejo de origen
    psíquico o físico, su preferencia por las mayores,
    que lo perdonan todo, y después por las adolescentes, que
    no saben nada y aceptan las explicaciones de un héroe de
    la guerra, puede
    explicar la adaptación de nuestro hombre. (p.
    74)

    Otras pistas llevarían a la hipótesis de una
    sífilis, posiblemente contraída en
    la Primera Guerra
    Mundial cuando Hitler era soldado. Según eso, los
    síntomas mentales y físicos del Dictador durante
    los últimos años de su vida (delirios,
    alucinaciones, temblores, etc.) se deberían a un estado
    terciario de esta enfermedad.

    De cualquier manera había algo extraño
    relacionado con la autoimagen sexual de Hitler. Datos conexos a
    esto que confirmarían la existencia de un complejo
    psicológico
    son sus dos hábitos inveterados:
    por un lado rehusaba absolutamente ser visto en ropa de
    baño (o desnudo frente al masajista), y por otro cuando
    estaba en actitud de espera acostumbraba tomarse las manos a
    la

    altura de la ingle, pose en la cual aparece en una gran
    cantidad de fotografías.

    Lo cómico es que muchos de sus subalternos lo
    imitaron, como si se tratara de un gesto eminente. Algo
    así como la mano de Bonaparte metida en la
    solapa.

    HITLER Y EL
    OCULTISMO

    Algunos (Ribadeau, 1980/1975); Pennick, 1984/1981)
    consideran que la conducta de los fanáticos líderes
    nazis sólo tiene explicación en el marco de una
    cosmovisión ocultista. Basándose en fragmentarios
    indicios cuyo origen está en la cercanía que
    algunos de sus más cercanos colaboradores (Hess, Himmler)
    tuvieron con las llamadas "ciencias
    ocultas", los partidarios de esta postura sostienen que el
    intento revolucionario de Hitler y sus asociados habría
    sido esencialmente mágico: la creación de una raza
    de superhombres con poderes psíquicos, capaces de dominar
    el universo y
    alcanzar la inmortalidad.

    Ello requería primero hacer una limpieza de lo
    "subhumano", empezando por judíos
    y gitanos.

    Desde la perspectiva ocultista, hay toda una serie de
    datos que se manejan para demostrar la inclinación de
    Hitler por lo esotérico.

    Se dice, por ejemplo, que de niño le
    atraía la vida religiosa, conociendo las cruces gamadas
    (antiguo emblema de las razas del norte y símbolo de la
    luz) en el
    Monasterio de Lambach. A los doce años se
    familiarizó con la música de Wagner y con todo lo
    que eso significaba como información sobre los ancestrales mitos
    germánicos, fascinándole Wotan, el Dios de
    la posesión demoníaca.

    Poco a poco se convirtió en una especie de
    "vidente" signado por el destino para "llevar a su pueblo hacia
    la libertad", y pasaba el tiempo en las bibliotecas
    leyendo libros sobre religiones orientales, yoga,
    ocultismo, hipnotismo y astrología. Según Ribadeau
    (1980/1975), un librero de Viena que era cultor del espiritismo
    hizo amistad con
    Hitler y le inició en "un ambiente de satanismo y
    perversión sexual" bajo el signo esvástico de una
    secta paramasónica.

    En ella frecuentó a otros miembros y, a
    través de Rudolf Hess llegó a la Sociedad
    Thule
    6, un cenáculo interesado en cultivar la vieja
    tradición germánica (incluyendo preservar la pureza
    de la sangre), donde
    también se perfilaban ideas sobre la antigua
    conexión sagrada entre la geografía y la
    política. Allí el futuro Mesías
    bebió de fuentes
    cosmológicas que cimentaron su mística creencia en
    la supremacía del germanismo, y en su propio papel como
    realizador de esa utopía.

    En este ensayo
    sería imposible dar una relación completa de todas
    las afirmaciones hechas en esta línea por los partidarios
    de una explicación ocultista del fenómeno nazi.
    Como toda "teoría
    de la conspiración" mezcla verdades y mentiras, hechos
    comprobados e hipótesis plausibles al lado de rumores
    absurdos e ideas jaladas de los pelos7.

    Si bien lo esotérico tiene un lugar dentro del
    desarrollo
    general del nazismo y de sus dirigentes, el hecho es que Hitler
    era cualquier cosa, menos un ingenuo. Probablemente en
    algún momento este Maestro del Engaño supo
    utilizar a manera de bluff en su beneficio —como
    hizo con todo lo que se cruzó por delante: individuos,
    acontecimientos, ideas— el "arma de propaganda" ocultista
    para impresionar a cierta gente y lograr ciertos objetivos,
    pero es dudoso que íntimamente se lo tomara en serio.
    Muchas veces se refirió con desdén hacia las
    creencias de su secretario Hess y en general hacia el ocultismo
    (véase Bullock, 1962/1952); y la mejor prueba objetiva de
    ello son sus propias órdenes en las cuales prohibió
    toda conferencia sobre
    astros, espiritismo, telepatía y clarividencia, así
    como todo anuncio de ellas en los diarios. En palabras de Schramm
    (1965/1963), "las supersticiones le eran totalmente
    extrañas" (p. 39). Posteriormente mandaría arrestar
    a más de cien astrólogos, mediums y
    videntes, y suspender la Sociedad Thule. Eso es lo
    real.

    A MANERA DE
    CONCLUSIÓN

    Aquí se han examinado algunos de los aspectos
    más polémicos de la personalidad de Hitler,
    tratando de hacerlo con objetividad. Es tanta la carga emotiva
    que evoca un personaje de esta naturaleza que
    quizá desmentir ciertos prejuicios que coadyuvan a
    deformar su imagen puede ser juzgado por sus críticos como
    un solapado apoyo pro-nazi.

    No me preocupa esa objeción pues no comulgo con
    el llamado "revisionismo del holocausto" ni soy antisionista;
    pero es de lamentar la hipocresía de quienes, bajo el
    pretexto de combatir tendencias totalitarias ajenas, las ejercen
    a su vez en contra de otros impidiendo cualquier debate
    racional sobre lo que se cree indiscutible.

    Lo que es evidente e incontestable, es que Hitler fue
    durante la mayor parte de su vida un psicópata (como
    también lo fue su colega Stalin, o como lo puede ser hoy
    en otra escala y ambiente un Maradona, por ejemplo),
    empeorado por las obsesiones de su terrible fanatismo, y que en
    algún momento de su carrera de los últimos
    años las circunstancias extraordinariamente
    difíciles que lo rodearon, y la calidad de
    vida que llevó, hicieron mella en su personalidad
    poniéndola en el límite de la cordura.

    Sin embargo, es exagerado decir que comenzó a
    vivir en un mundo de fantasía pura o que se
    convirtió en un enajenado. Tenía momentos de tanta
    lucidez como podía esperarse para un individuo en su
    posición y en una situación apocalíptica
    semejante.

    El que sus postreras intuiciones o razonamientos
    fallaran en la apreciación de los acontecimientos era muy
    natural, dado el escaso margen de información segura a la
    cual tenía acceso desde el aislado Bunker. Sus decisiones
    de "tierra
    arrasada" o de genocidio planificado no tienen excusa, pero no
    son fruto de la demencia, sino de la crueldad trágica
    típica de cualquier tenebroso verdugo de la historia. Lo
    que las hace más impactantes son las dimensiones colosales
    del escenario en que se produjeron y el número de
    víctimas involucradas.

    En cuanto a su suicidio y
    cremación, ésto no fue, como tantas veces se ha
    asegurado desde la cómoda
    posición de un escritorio, un acto de cobardía. Y
    no fue tampoco una salida heroica. Fue simplemente lo
    único que cabía hacer: Hitler, demasiado conocido y
    que además estaba muy mal de salud (lo que le
    impedía fugarse y convertirse en un "sumergido"),
    sabía muy bien lo que le esperaba si caía vivo o
    muerto en manos de sus tan implacables como innumerables enemigos
    (recuérdese el destino de Mussolini), y por ello lo
    ilógico hubiera sido tratar de resistir a mano armada o de
    entregarse.

    Como se probó en el Juicio de
    Nüremberg
    (véase Heydecker y Leeb, 1970/1958),
    los millones de personas muertas y la serie innumerable de
    dolores que causó el régimen nazi no deben
    achacarse únicamente a su caudillo, como tampoco debe
    achacarse sólo a Mao la barbarie de la
    Revolución Cultural china, ni a Bonaparte el
    inmenso coste humano y material de su aventura imperialista. Fue,
    en realidad, toda una pandilla de criminales y fanáticos
    respaldados por la posibilidad del ejercicio del poder absoluto,
    sin frenos, la que produjo tanto mal. Y esta pandilla de
    agitadores, sicarios y verdugos creció y actuó en
    relación a una cantidad de factores ideológicos,
    étnicos, geográficos, socioeconómicos e
    idiosincrásicos operantes a manera de contingencias
    interdependientes de dimensión gigantesca.

    Científicamente, utilizando el concepto de
    moldeamiento en la forma utilizada por Skinner
    (1982/1971, p. 260), puede decirse que el comportamiento
    nazi se moldeó en un entorno plagado de
    estimulación aversiva y de reforzamiento negativo, lo que,
    aunado a una multiplicidad de factores situacionales y personales
    de Hitler (su nacimiento fruto de la unión de padres
    distanciados generacionalmente, la influencia de alguno de sus
    profesores y de un ambiente

    provincial de frontera, su
    frustración por no poder seguir la profesión de
    artista, sus lecturas de Nietzsche,
    etc.); y a sucesos fortuitos diversos, dio por resultado el
    fenómeno hitleriano. Desde este punto de vista Hitler,
    aparte su habilidad genial como cabecilla de la banda, fue el
    exponente y el producto
    más visible, pero no el único, de tan complejas
    condiciones; y surgió en base a un liderismo
    carismático en el sentido en que Tucker (1976/1970) toma
    esta expresión de Erikson, es decir rodeado de condiciones
    psicohistóricas específicas: todo estaba preparado
    en la Alemania de
    entonces para que estallara el polvorín racista y
    nacionalista.

    Otro tipo de explicación cae obligatoriamente en
    providencialismos místicos que lo único que hacen
    es obscurecer el verdadero carácter de los
    acontecimientos, como ha ocurrido por más de medio siglo.
    Como dice Kantor (1978/1959), "para reconocer el carácter
    inevitablemente conductual de las cosas, su composición y
    estructura no
    necesitan ser revestidos con procesos o
    funciones
    psíquicas" (p. 235). La crítica
    a quienes han sesgado de esta y otras maneras la historia de
    Hitler debe tomarse en consideración.

    NOTA

    1 Psicólogo y docente universitario en las
    asignaturas de Análisis conductual Aplicado y
    Psicología de la Personalidad. E-mail:
    avidolector[arroba]yahoo.es

    2 El dato de la estatura se halla en la obra de Ryan
    (1966/1966, p. 114). Quizá la parodia de Chaplin (en El
    Gran Dictador
    ), que si era un hombre pequeño, haya
    contribuido al mito. Es
    pertinente, además, recordar que un prominente
    político británico, A. Eden (1962/?), que
    conoció personalmente a Hitler, lo describía como
    una persona "de aspecto elegante, casi apuesto, comedido y
    amistoso" (p. 87).

    3 Esto no se extiende a su aspecto físico,
    reproduciendo los consabidos prejuicios. En Hitler. El
    reinado del mal, parece haberse buscado a un actor
    singularmente pequeño y delgado (Robert Carlyle) para
    interpretarlo, a la vez que a los principales jerarcas nazis que
    lo rodeaban .Roehm, Goering, Strasser, incluso Goebbels . se les
    representa como hombres mucho más altos y corpulentos de
    lo que eran, como para establecer un violento contraste con la
    figura "esmirriada" de su jefe (eso se completa con un juego de tomas
    de perspectiva en las cuales casi siempre se visualiza la
    "pequeñez" del Führer frente a sus
    colaboradores o adversarios).

    4 Después de ese año sí se hizo
    notorio el deterioro progresivo que tuvieron sus funciones
    cognitivas, tanto como las afectivas y motoras.

    5 La idea común es la de que Hitler entraba en
    frenética actividad comunicativa ante público
    numeroso, "derrumbándose" agotado y tímido ante
    interlocutores individuales. Eso sólo ocurría
    cuando percibía que éstos no le podían ser
    útiles en ese momento.

    6 Thule, cantado por Wagner era, según el mito,
    un Edén nórdico parecido a la
    Atlántida.

    7 También aquí desempeña un papel
    importante Rauschning (1940/1940), frecuentemente citado por los
    ocultistas en los pasajes de su obra en que describe supuestos
    delirios demoníacos nocturnos de Hitler, que, dice
    él informante, "me negaría a creer, de no provenir
    de fuente tan fideligna" (p. 218). Lo cierto es que no hay otro
    testimonio semejante entre las muchos personas que interactuaron
    con Hitler en esa época, lo que hace pensar nuevamente en
    una superchería dictada por el odio de un renegado
    nazi.

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    Barcelona: Planeta.

     

    William Montgomery Urday

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