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Influencia de la revolución materialista propuesta por Karl Marx (página 3)




Enviado por Natis P.



Partes: 1, 2, 3

Partes: 1,

 

Aunque supuso la transformación de muchos de los
antiguos partidos comunistas en partidos socialistas, el
derrumbamiento del comunismo en la
Unión Soviética y en la Europa central y
oriental no constituyó un consuelo para la izquierda
europea occidental. La crisis de las
economías planificadas comunistas fue interpretada en
términos generales como una prueba más de que las
decisiones espontáneas de millones de consumidores
individuales, gracias a los mecanismos del libre mercado,
distribuían mejor los recursos de lo
que pudiera hacerlo cualquier forma de mediación estatal.
Las ideologías neoliberales ganaban, en consecuencia,
terreno en multitud de países.

En la autopsia
actual del socialismo
aparecen múltiples causas de distinto orden, pero entre
ellas despunta una tan fundamental como sencilla: los hombres
encargados de desarrollar el proyecto
revolucionario y socialista en aquellos países no
quisieron continuarlo porque no se sentían ya
identificados con él. No veían reflejados en sus
realizaciones las aspiraciones humanistas que animaba
originalmente al proyecto socialista.

Mientras que los defectos económicos fueron
importantes en fomentar la desconfianza y el desprecio de las
masas hacia los líderes de las sociedades
ex-socialistas, los síntomas más reveladores de la
degeneración socialista fueron políticos: el
levantamiento de un masivo aparato estatal represivo sobre el
pueblo y la ausencia completa de la democracia.
Existe en todo el mundo la extensa percepción
popular que el socialismo es un sistema
coercitivo, y las experiencias de los partidos comunistas en el
poder han
justificado esa percepción.

Hablando en términos generales, los pueblos del
mundo odian el imperialismo,
pero el socialismo les da miedo. Estos puntos están en el
corazón
de la crisis del socialismo, y sólo cuando los socialistas
desarrollen un movimiento,
una estrategia y una
visión que sean al mismo tiempo
revolucionarias y democráticas, será posible hablar
de "un rumbo" fuera de esa crisis.

Todavía no ha habido ningún país
donde el triunfo de la revolución
socialista haya llevado a un sistema democrático.
Quizá la Yugoslavia de Tito con su "socialismo de
autogestión" fuera lo más cercano a un
régimen socialista democrático, pero no hay que
olvidar que incluso allí había partido único
y que en los consejos de trabajadores.

El fracaso del sistema socialista no fue obra del
imperialismo, de los organismos internacionales, de las
multinacionales, de la religión, en parte de
los gringos, pero de fondo fueron los sectores populares; los
trabajadores de las oficinas, granjas y fábricas del
Estado que
prefirieron enfrentar a los tanques que seguir en la miseria
socialista y su opresora nomenclatura.

Debió ser necesario suprimir completamente, en
principio y de hecho, todo aquello que llaman el poder
político – no el sentido estricto de la palabra -, pues,
mientras que el poder político exista, habrá
gobernantes y gobernados, corrupción
y degradación. Con mayor razón en una
formación socialista, donde el estado
está casi omnipresente, donde tiene un poder ilimitado,
donde rige la economía, donde es
autoritario y paternalista. El inmenso poder que adquiere el
gobierno de corte
socialista produce la descomposición de los gobernantes,
genera un animal lento, torpe, estúpido,
burocrático y autoritario llamado Estado. Si hubiesen sido
suprimidas estas características, el poder político
pudo haber sido substituido por la
organización de las fuerzas productivas.

La revolución está condenada al fracaso.
Mientas el frente de las ideas de los comunistas autoritarios
-ideas falaces- descanse sobre una revolución social que
puede ser decretada y organizada por medio de una dictadura o de
una Asamblea Constituyente, por una élite al fin y al
cabo.

Es bien sabido que la revolución sólo
puede ser emprendida y llevada a su pleno desarrollo a
través de la acción
masiva continua y espontánea de grupos y
asociaciones populares. Sin embargo en la realidad, no existe un
individuo, una
dictadura colectiva, ni siquiera una combinación de
intelectos en la posibilidad de abarcar toda la infinita
multiplicidad y diversidad de intereses, aspiraciones, deseos y
necesidades reales que constituyen en su totalidad la voluntad
colectiva del pueblo; no existe intelecto capaz de proyectar una
organización social que pueda satisfacer a
todos y cada uno de sus integrantes.

Tal organización será siempre un ente
represor en el que la violencia,
usada a su conveniencia por el Estado, dictará las
órdenes a la sociedad. Este
es un viejo sistema de organización, basado sobre la
fuerza, que la
revolución social no pudo suprimir y que acentúo de
manera imperante. Aquellos anhelos de plena libertad a las
masas, los grupos, comunas, asociaciones e individualidades, no
pudo concretarse. La única manera de lograrlo sería
destruyendo de una vez por todas la causa histórica de
toda violencia: la misma existencia del Estado cuya caída
supondrá la destrucción de todas las inequidades
del derecho jurídico y de todas las falsedades de los
diversos, de toda violencia representada, garantizada y
autorizada por el Estado, comunismo pues. Lamentablemente la
humanidad no se encuentra en el nivel de conciencia para
ello. El socialismo es lo ideal, tal vez por eso fracasó,
por su tendencia a lo ideal y no a lo real.

Europa del este

En aquellos países los partidos comunistas
llegaron a ser los nuevos dirigentes, no como representantes de
los trabajadores, sino en base al poder del Estado ruso y de su
ejército, la fuerza de ocupación en toda la
región. Un resultado de esto, que alcanzó toda su
importancia en 1989, fue que las burocracias de Europa del Este
dependían casi totalmente del liderazgo
ruso. Además, lo que existía en Europa del Este no
era socialismo, sino capitalismo de
Estado. Esto hecho representa el principal motivo de la
caída del sistema.

Existían, asimismo, los mismos problemas
económicos, y las mismas tensiones sociales que en la
Unión Soviética, la diferencia consistió en
que las clases dirigentes intentaron evitar seguir el camino
emprendido por los dirigentes rusos.

Las esperanzas no se cumplieron. Los partidos
"demócratas" estaban formados por los antiguos
burócratas. Las nuevas empresas
privadas, producto de
las privatizaciones, pertenecían, en su
mayoría, a los mismos dirigentes de antes. Lejos de
solucionar los problemas, la introducción del mercado llevó a
la pobreza
extrema a millones de personas del este. La explicación es
bastante sencilla, si se reconoce que lo que hubo en Europa del
Este fue capitalismo de Estado. El capitalismo, de mercado o de
Estado, implica que cada capital
depende de la explotación de los trabajadores, para
competir con otros capitales.

Las revoluciones no fueron completamente un fracaso.
Consiguieron unos avances políticos importantes, pero se
quedaron muy lejos de una auténtica transformación
social. El error no fue luchar, sino que los movimientos, y
fundamentalmente los trabajadores, no supieron llevar el proceso
más allá de la democracia burguesa y de unas
reformas limitadas.

Chile

El programa de
gobierno de Allende incluía una serie de cambios claves,
muchos de ellos prometidos pero no realizados por gobiernos
anteriores. Se nacionalizarían las minas de cobre, la
principal exportación del país; se
llevaría a cabo la redistribución de tierras, no
cumplida durante el gobierno anterior; se crearía un
sector estatal de la economía, que llegaría a
representar un 40% de la capacidad productiva; se
mejorarían el nivel de vida y la capacidad de consumo de las
grandes mayorías. Además, Chile rompería su
larga dependencia de Estados Unidos,
adoptando una postura independiente y anti-imperialista en
política
exterior, sobre todo en lo que se refería a sus relaciones
con Cuba, el
bloque soviético y los países
no-alineados.

Lo que ignoraban los que votaron con tantas esperanzas
por Allende era que, aun antes de asumir la Presidencia, Allende
firmó un documento clandestino en acuerdo con los
Demócrata Cristianos, se llamaba el Estatuto de
Garantías. Representaba una promesa por parte de Allende
de no intervenir desde el gobierno en los medios de
comunicación, la educación, la
policía ni las fuerzas armadas, dicho de otra manera,
declaraba su plena intención de dejar intacto el estado
burgués en todos sus aspectos. Para la burguesía
chilena, el estatuto les dio la luz verde; ya
podían empezar a movilizar sus recursos en contra del
nuevo gobierno, que con tanto entusiasmo se aferraba a la
legalidad
burguesa, y cuyo máximo dirigente, Allende, ya
pedía a los trabajadores que no actuaran de forma
impulsiva. La burguesía suspendió en seguida sus
inversiones y
empezó a almacenar todo tipo de productos;
cuando era posible mandaba sus fondos al extranjero.

Estados Unidos, por su parte, suspendió toda
ayuda no-militar, mientras que, curiosamente (o quizás no
resulta tan curioso), la Corporación Disney aumentó
en mucho la cantidad de materiales que
mandaba a Chile. Desde luego, como señalaron Mattelart y
Dorfman en su famoso libro
Cómo leer al Pato Donald, "la
comunicación no es una industria
ligera", sino un arma pesada en la guerra de
clases. Las multinacionales dueñas hasta entonces del
cobre chileno intentaron bloquear las exportaciones;
los terratenientes recurrieron a los juicios, seguros de que
los jueces, hermanos de clase todos,
se pondrían de su parte si el gobierno intentaba quitarles
sus tierras. Y los demócratas cristianos, que
seguían siendo mayoría en el parlamento, pusieron
todo tipo de trabas legales. En los primeros meses de 1971,
Allende nacionalizó noventa empresas y 1.400 haciendas. En
mayo, declaró que el proceso había llegado a su
límite.

Allende seguía refiriéndose al
"socialismo". Lo que él entendía por socialismo era
una economía mixta que incluía un fuerte sector
estatal capaz de intervenir, para mantener el equilibrio del
sistema capitalista. Lo que pretendía era modernizar el
estado chileno, incrementar el nivel de actividad industrial, en
parte aumentando el consumo, en parte tecnificando la agricultura, y
diversificar la economía para que no dependiera
exclusivamente del cobre. Lo que la clase trabajadora
entendía por socialismo, en cambio, era
una cuestión de poder, del avance hacia el "poder
popular", la derecha ya se sentía con confianza, pues lo
que quedaba bien claro era que Allende cumpliría con lo
prometido.

El mandatario chileno seguía preso de sus propias
contradicciones. Lo indudable es que él seguía
creyendo en esa "vía chilena al socialismo" que
partía de la base de que las clases dirigentes
aceptarían sin rodeos las decisiones democráticas,
aun cuando iban en contra de sus propios intereses; en esta
perspectiva, el instrumento clave del cambio social era la
mayoría parlamentaria. Sin embargo, la clase dirigente ya
había declarado abierta y repetidamente su plena
intención de actuar al margen de las instituciones.

Cuba

Existió un problema fundamental en la revolución
cubana: no fue una revolución socialista, de la clase
trabajadora. Fue una revolución de liberación
nacional, dirigida por una minoría ilustrada y bien
intencionada, pero cuyo objetivo no
fue una nueva sociedad controlada por la gente misma, sino que
fue el desarrollo nacional económico. Y aunque el progreso
económico sea una parte importante del cambio social, no
es suficiente. Engels escribió que la revolución
socialista -con la que se refería a una revolución
de la mayoría de la clase trabajadora- era necesaria no
sólo porque era la única manera de acabar con el
capitalismo, sino porque era la única manera en que esta
masa de trabajadores podía cambiarse a sí misma,
quitándose los prejuicios y limitaciones que le han
impuesto los
años de vivir en una sociedad capitalista.

La internacionalización de la revolución
no quiere decir que todos los países tengan que hacer una
revolución el mismo día. Pero, tarde o temprano,
una revolución aislada está condenada a la derrota,
debido tanto a la agresión desde fuera como al hecho de
que los recursos de un solo país no son suficientes para
crear una sociedad nueva. En el caso de Cuba las agresiones
externas no han faltado, desde el ataque a Playa Girón en
1961, hasta el último intento de endurecer el bloqueo con
la ley Helms
Burton.

El bloqueo declarado por los Estados Unidos, poco
después de la revolución, les quitó casi
todo este comercio. Fue
este bloqueo lo que acabó arrojando a Cuba en los brazos
de la URSS. La revolución que se había planteado
escapar de la situación de dependencia de un solo
país -como había reclamado José Martí
-, dejó de depender de los EEUU, para pasar a depender
aún más de la URSS. El comercio se centro
básicamente en azúcar
y petróleo a un precio
extremadamente bajo.

Después de la desintegración de la URSS en
1991, la relación privilegiada de Cuba con aquel
país, que había ido empeorando durante los
años anteriores, se acabó. La economía
cubana entró en una crisis desastrosa; la producción cayó casi a la mitad en
los dos o tres años siguientes.

China

La Revolución Cultural en China
—un movimiento diverso, complicado y a menudo mal
dirigido— se enfocaba de varias formas en la
cuestión de la derrota del socialismo en el bloque
soviético. Este movimiento creó nuevos senderos en
el experimento socialista, y enfrentó por primera vez
tales tareas como la continuación de las clases y la lucha
de clases a lo largo del período de la transición
socialista, la posibilidad de una restauración del
capitalismo, las fuentes de una
nueva clase dominante (inclusive dentro del partido comunista),
el ejercer de la dictadura de la clase trabajadora a
través de la democracia participatoria de las masas, la
necesidad de desmantelar las divisiones entre la labor manual y mental,
y las posibilidades del genuino control de los
trabajadores sobre el proceso de la producción.
Está claro que la Revolución Cultural
resultó en un fracaso; las razones de ese fracaso
todavía tienen que determinarse.

 El Estado de
bienestar

Según se acercaba a su fin el siglo, el
socialismo —tal y como se hallaba representado por los
partidos socialistas— no sólo había perdido
su perspectiva anticapitalista original sino que también
empezaba a aceptar, aunque con dolor por su parte, que el
capitalismo no podía ser controlado de un modo suficiente,
y mucho menos abolido.

Debido a su inmovilidad actual, definir el concepto de
socialismo al final del siglo XX presenta numerosos problemas. La
mayoría de los partidos socialistas ha llevado a cabo un
proceso de renovación programática cuyos contornos
no son aún muy claros. Es posible, sin embargo, catalogar
algunas de las características definitorias del socialismo
europeo según se prepara para hacer cara a los retos del
próximo milenio: 1) reconocer que la regulación
estatal de las actividades capitalistas debe ir pareja al
desarrollo correspondiente de las formas de regulación
supranacionales (la Unión
Europea, que contó en un principio con la
oposición mayoritaria de los socialistas, es considerada
como terreno controlador de las nuevas economías
interdependientes); 2) crear un ‘espacio social’
europeo que sirva de precursor a un Estado de bienestar europeo
armonizado; 3) reforzar el poder del consumidor y del
ciudadano para compensar el poder de las grandes empresas y del
sector público; 4) mejorar el puesto de la mujer en la
sociedad para superar la imagen y
prácticas del socialismo tradicional, en exceso centradas
en el hombre, y
enriquecer su antiguo compromiso a favor de la igualdad entre
los sexos; 5) descubrir una estrategia destinada a asegurar el
crecimiento
económico y a aumentar el empleo sin
dañar el medio
ambiente; y 6) organizar un orden mundial orientado a reducir
el desequilibrio existente entre las naciones capitalistas
desarrolladas y los países en vías de
desarrollo.

Esta relación no pretende en absoluto ser
exhaustiva. Sin embargo, subraya algunos elementos de continuidad
con el socialismo tradicional: una visión pesimista de lo
que la economía podría lograr si se le permitiera
seguir creciendo sin restricciones, y el optimismo en lo que se
refiere a la posibilidad de que una sociedad organizada en el
orden político pudiera progresar de forma consciente hacia
un estado de cosas que podría aliviar el sufrimiento
humano.

En resumen el capitalismo y el socialismo, que a
comienzos de este siglo eran todavía ideologías
jóvenes y potentes, se muestran al final del siglo viejas
y usadas, y sus escombros se dejan ver por toda la tierra. Ni
el capitalismo ni el socialismo han logrado las esperanzas que se
unían a sus promesas.

El liberalismo,
punto focal del capitalismo, declaró al individuo la
medida de todo, mientras que el socialismo hacía lo propio
con la colectividad. El liberalismo reconocía el derecho
del hombre como
ser individual insustituible, pero subestimó su naturaleza
social. El socialismo declaró al hombre individuo social y
pasó por alto su unicidad. En ambos casos el hombre
salió amputado.

Han pasado 80 años desde esta revolución y
su ejemplo cada vez es menos vigente. Los cambios en el mundo
desde entonces ha oprimido la revolución; la tan famosa
globalización hace que la extensión
de una revolución socialista a otros países sea
más buscada pero menos probable. Tarde o temprano, una
revolución aislada está condenada a la derrota,
debido tanto a la agresión desde fuera como al hecho de
que los recursos de un solo país no son suficientes para
crear una sociedad nueva.

El trágico desenlace del socialismo se
debió a que las cosas "fueron demasiado lejos", se
llegó a perder el apoyo de sectores progresistas de la
burguesía y las capas medias. La conclusión
primordial es que el socialismo era y sigue siendo un
sueño utópico, no se puede aspirar más
allá de una social democracia perfeccionada. Lo del poder
obrero es una ilusión.

Si queremos entender la caída del socialismo, la
explicación fundamental la dio Marx; el
capitalismo tiene una tendencia inherente hacia la crisis. El
capitalismo estuvo presente en la URSS y en Cuba, capitalismo de
Estado. Sobrevivió mejor que el capitalismo occidental
durante la recesión mundial de 1974, pero fueron las
economías del modelo
socialista las que sufrieron más hacia finales de los
80.

En todos lados donde se ha intentado construir el
socialismo se encontraba la constante intervención de los
poderes imperialistas quienes, desde 1917, trabajaban sin
descanso para destruir el socialismo donde ellos podían y,
donde no era posible lograr esto, intentaban dejar impotente el
ejemplo del socialismo. No obstante, no se puede considerar que
los fracasos del socialismo fueron causados sólo por los
factores externos; las causas principales para la derrota del
socialismo en la URSS y Europa Oriental fueron internas.
Muchos analistas coinciden en que entre las causas del deterioro
de dicho ensayo figuran
el auge que tomó el consumismo en aquellos
países, que presumían de formar una nueva
mentalidad humana ante la irracional carrera de producción
de bienes
materiales de secundaria necesidad generados por los mercados
capitalistas y especialmente se debilitó la creencia de
que el marxismo era
la ciencia
infalible de la historia y de la
revolución, pero confiaban en que "la derrota y la crisis
suscitan la renovación, puesto que obligan a revisar las
premisas teóricas y las prácticas
utilizadas"

El problema es construir un nuevo modelo, una nueva
síntesis que preserve por un lado, los
ideales humanistas del socialismo, que extraiga los resultados
objetivos de
la experiencia pasada, que proteja las libertades esenciales del
hombre y que enfrente los inmensos problemas que
resultarán de los nuevos desarrollos de la ciencia y la
tecnología. Hoy se requiere fundar de nuevo
la democracia en una estrategia a corto, mediano y largo
plazo.

La salida de América
Latina y de otras latitudes, radica en el capitalismo, pero
no como países explotados, como explotadores de
países en peores circunstancias. Es el subimperialismo la
salida a los problemas que ha ocasionado el capitalismo
desarrollado. Es cruel, pero necesario. La teoría
evolucionista de Darwin y la
supervivencia del más fuerte o del más adaptado
entra en la jerga económica de la misma manera que en la
biológica.

Porque un modo de producción alternativo al
capitalismo aún no ha sido inaugurado. En el socialismo,
el modo de producción nunca dejó de ser
capitalista; las relaciones sociales de producción no se
modificaron substancialmente. Y nada hay más capitalista
que el fortalecimiento de la industria militar, impulsado en la
Unión Soviética con miras a la expansión
imperialista en el marco de la guerra
fría.

Caída comunismo
soviético

En el balance del sistema comunista se pueden apuntar
impresionantes logros económicos. Todos los ciudadanos de
esos países tienen acceso a la educación elemental,
la sanidad y la alimentación
básica, incluyendo los habitantes de las regiones menos
desarrolladas. Algunos campos del conocimiento y
la tecnología avanzan notablemente. En cambio en otros
campos, como la informática, el retraso es notable. Los
mayores problemas que se plantean son sociales. Al no haber
estímulos económicos, la productividad
laboral se
resiente. La solución teórica consistía en
la creación de un "hombre nuevo"
en el que desaparecido el egoísmo, trabajaría por
razones de solidaridad. En
la realidad el poder tiene que ejercer un control férreo y
muy represivo para mantener el funcionamiento del sistema. Las
libertades individuales desaparecen completamente. El muro de
Berlín, construido para evitar que los ciudadanos
huyan del sistema se convierte en un símbolo evidente del
fracaso social.

Tras la muerte de
Stalin, en los años cincuenta y sesenta, hay varios
intentos de reforma y liberalización tanto promovidos
desde el poder como por intelectuales
o grupos ciudadanos. Todos acaban en fracaso. En los años
ochenta la economía comunista está también
en crisis. Los ciudadanos han perdido el respeto por las
autoridades y las leyes; el
gravísimo accidente de la central nuclear de Chernobil
pone en evidencia que los reglamentos y las normas no se
cumplen. Los planes quinquenales fracasan. Los estantes de los
comercios carecen de productos básicos. No se importa
prácticamente nada del exterior y los países
comunistas representan menos del 5% del comercio
internacional. La capacidad productiva de USA, Europa  y
Japón
es abrumadoramente superior. Con el fin de mantener el equilibrio
en la competencia entre
bloques  se destinan los mejores recursos a la carrera
armamentística y espacial, a pesar de ello, los fracasos
en el desarrollo de la informática muestran claramente que
esa carrera está perdida.

Finalmente el sistema reconoce su fracaso y se desmorona
casi instantáneamente en torno a 1990.
Todos los países comunistas han iniciado un proceso de
transición más o menos rápido hacia el
sistema capitalista. Las economías en transición
han planteado nuevos problemas a la teoría
económica. Con poco o nada de apoyo del FMI y los
países occidentales, algunos países ex-comunistas
han conseguido una transición y recuperación
rápida, mientras que otros, como Bielorusia, siguen
manteniendo intactas las viejas instituciones soviéticas y
siguen hundidos en una grave depresión
económica.  China, que había iniciado unas
lentas reformas con anterioridad, está consiguiendo
impresionantes tasas de crecimiento económico sostenidas
durante dos décadas. Algunos países europeos han
conseguido superar rápidamente el coste de las
transformaciones y se están preparando para su integración en la Unión
Europea.

INFLUENCIA DE MARX EN LA ÉPOCA QUE
VIVIÓ Y EN LA ACTUAL

Se puede ver claramente una influencia dejada por Marx
que aunque a pesar de las errores y la inoperancia de lo que fue
el socialismo en si, su filosofía materialista dejo una
gran huella en la actualidad y siempre aunque inconscientemente
realizamos lo que esta filosofía
proponía.

Hoy en día se reconoce el materialismo en
la creencia de que la materia
existe, independientemente y aparte de la conciencia, en el mundo
exterior. El hombre crea esta base a través de la
práctica. Obligado a someterse a fuerzas naturales, y
capaz de utilizar solamente herramientas
sencillas.

Se puede ver esta influencia en la existencia social de
la humanidad ya que surgen relaciones e influencias
recíprocas entre individuos. En una sociedad de clases
como se puede ver en casi todos los países existe
además una lucha de clases en donde las clases oprimidas
consideran las circunstancias y evalúan su fuerza, y luego
hacen sus planes. Cuando tienen éxito
en la lucha, los miembros de esta clase están convencidos
de que sus concepciones no son producto de la fantasía,
sino reflejo del mundo material objetivamente existente. Puesto
que la clase oprimida fracasa cuando adopta planes
erróneos y tiene éxito corrigiendo sus planes,
aprende a entender que puede lograr su propósito
sólo cuando sus planes descansan en la comprensión
correcta de la naturaleza material del mundo objetivo y el hecho
de que el mundo objetivo está gobernado por
leyes.

La historia de la práctica del hombre abarca la
historia de su lucha con la naturaleza, la historia de la lucha
de clases, y la historia de la ciencia. Debido a la necesidad de
vivir y luchar, los hombres han pensado sobre la realidad de la
materia y sus leyes, han demostrando lo correcto del
materialismo, y han encontrado la herramienta intelectual
necesaria para su lucha: la filosofía
materialista.

Entre mayor es el nivel en que se desarrolla la
producción social, mayor es el desarrollo de la lucha de
clases, y entre más el conocimiento
científico revela los ‘secretos’ de la
naturaleza, mayor es el desarrollo y consolidación de la
filosofía materialista. Así el hombre puede
liberarse gradualmente de la aplastante opresión dual de
la naturaleza y la sociedad.

Hablando ya de lo que es el comunismo será verdad
que la implantación de este en los diversos países
ha desmentido las previsiones marxistas de una revolución
proletaria en un mundo capitalista de intensa
concentración industrial; será cierto que los
conductores soviéticos, dando muestras de realismo
político, a veces feroz, han abandonado, o atemperado a
las circunstancias y conveniencias la ortodoxia marxista.
Mientras tanto, quedará como hecho histórico
alucinante, de trascendental significación para el curso
de la humanidad la aparición del Comunismo en Rusia, su
atormentada consolidación en el país
soviético y la forzada y oportunista propagación en
más de la mitad del mundo.

Cuatro estadios se pueden señalar en la evolución del comunismo:

  1. El periodo revolucionario y de comunismo radical de
    la llamada guerra civil. Momentos de conquista audaz del
    poder y primer asentamiento.
  2. El periodo transitorio de la Nueva Política
    Económica; en un cierto sentido de marcha
    atrás, por acomodación a las imperiosas
    exigencias de fomento de la producción y atención al descontento campesino.
  3. El lapso mas duradero y decisivo de la construcción del Socialismo, con la
    elaboración, puesta en marcha y realizaciones de los
    planes quinquenales, que pretendieron colectivizar la
    agricultura y lograron sentar las bases de la industria
    pesada soviética.
  4. Los tiempos ulteriores y recientes de creciente
    expansión externa hacia China y democracias populares
    europeas. A una con el afianzamiento interno ruso, por
    prudente atemperamiento a la cambiante evolución, se
    ha operado en el bloque comunista una evidente
    escisión.

A través de esos cuatro estadios un resultado
queda patente. Y es, el del abierto desafío lanzado por el
Comunismo contra el Sistema Capitalista.

Aunque sin dar del todo crédito
a los datos
estadísticos, ni aceptar siquiera la estricta
comparabilidad de las cifras, nos parece que es un triunfo
innegable de los dirigentes comunistas el que en la esfera de la
producción se vayan acercando a los volúmenes y
tasas de crecimiento occidentales.

Pero, sin duda, han sido más efectivos sus logros
en la esfera de la distribución, en la nivelación de
las fortunas, desmantelamiento de arcaicas estructuras
sociales y proporción de igualdad de oportunidades para
todos.

No tiene por que arredrarnos el reconocimiento de que
unos cuantos años de vandalismo comunista, aunque haya
sido, o sea, devastador su paso, puede dejar despejado el terreno
para la apertura de nuevos caminos.

Quizás sea una de las mas faustas consecuencias
de la aparición y afianzamiento del Comunismo, la
reacción provocada en el sistema capitalista
contrapuesto.

El mundo occidental esta despertando. Asistimos a un
rejuvenecimiento y a una transformación del sistema
capitalista. Es notorio el vigor, siempre renovado en la eficacia
productiva, del capitalismo americano. Resulta todavía
más esperanzador el proceso creativo del capitalismo
europeo, mas abierto a las necesarias reformas
sociales.

Comunismo y Capitalismo se hallan hoy día frente
a frente.

Personalmente opinamos que el Capitalismo, o continua y
acelera el proceso de interna renovación, superando viejas
concepciones, o sucumbe ante el ímpetu del
adversario.

Así mismo el Comunismo, que en sus etapas
iniciales puede ofrecer evidentes éxitos, por la
implantación de un férreo Capitalismo de Estado,
forzosamente ha de degenerar, y a la larga no será lo
suficientemente eficaz como para asegurar permanentemente una
adecuada y justa distribución de la riqueza.

Frente a ambos sistemas,
capitalista y comunista, se alzan, como tierras de conquista y
promisión, las vastas extensiones del sudeste
asiático, de los continentes africano y
latinoamericano.

En este tercer campo de lucha intermedio debe dirimirse
la gran contienda, si no queremos asistir a la
conformación de un capitalismo de naciones ricas y un
proletariado de naciones pobres.

Las profundas desigualdades sociales, asentadas en
vetustas estructuras y que dan como resultado la miserable
condición de vida de las clases populares, hacen de esos
continentes campo abonado para el Comunismo.

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL
MARXISMO

Es verdad que las ideas socialistas fueron propuestas
por primera vez y principalmente —aunque no
solamente— por miembros de la clase media exasperados por
las condiciones sociales inhumanas de los comienzos del
capitalismo. Esas condiciones y no el nivel de su inteligencia
fue lo que movió su atención hacia el cambio social
y, consiguientemente, hacia la clase obrera. No es sorprendente
así que las mejoras del capitalismo hacia el cambio de
siglo entibiaran su agudeza crítica, tanto más cuando la misma
clase obrera había perdido la mayor parte de su fervor
oposicionista.

El marxismo se convirtió así en
preocupación de intelectuales y tomó un carácter académico. Ya no se le
consideraba principalmente como un movimiento de trabajadores,
sino como un tema científico sobre el que discutir. No
obstante, las disputas sobre los distintos problemas planteados
por el marxismo sirvieron para mantener la ilusión del
carácter marxiano del movimiento obrero, hasta que esta
ficción se desvaneció ante las realidades de la I
Guerra
Mundial.

Esta guerra, que representó una crisis gigantesca
de la producción capitalista, hizo renacer
momentáneamente el radicalismo en el movimiento obrero y
en la clase obrera en su conjunto. En esa medida fue señal
de un retorno a la teoría y a la práctica marxista,
aunque solo en Rusia la agitación social llevó al
derrocamiento del régimen atrasado, capitalista y
semifeudal. No obstante, esta era la primera vez que un
régimen capitalista había sido derrocado por la
acción de su población oprimida y la
determinación de un movimiento marxista.

El marxismo muerto de la II Internacional parecía
listo para ser reemplazado por el marxismo vivo de la III
Internacional. Y como fue el partido bolchevique bajo la dirección de Lenin el que llevó a
Rusia a la revolución social, fue la particular interpretación leniniana del marxismo la
que se convirtió en el marxismo de esta fase nueva y
"superior" del capitalismo. Con bastante propiedad,
este marxismo fue transformado en el "marxismo-leninismo" que
dominó el mundo de posguerra.

No es este el lugar para contar una vez más la
historia de la III Internacional y el tipo de marxismo que trajo
consigo. Esa historia está muy bien escrita en
innumerables textos que culpan de su colapso a Stalin o,
remontándose más atrás, al mismo
Lenin.

En definitiva, lo que ocurrió fue que la idea de
la revolución mundial no pudo ser llevada a la
práctica y la revolución
rusa se mantuvo como revolución nacional, vinculada a
las realidades de sus condiciones socioeconómicas propias.
En su aislamiento, no podía ser juzgada como
revolución socialista en el sentido marxiano, ya que
faltaban todas las condiciones necesarias para una
transformación socialista de la sociedad: el predominio
del proletariado industrial y un aparato de producción
que, en manos de los productores, no solo fuera capaz de acabar
con la explotación sino de llevar a la sociedad más
allá de los límites
del sistema capitalista.

Tal como fueron las cosas, el marxismo solo pudo
proporcionar una ideología sostenedora, aun de forma
contradictoria, al capitalismo de Estado. Lo que había
ocurrido en la II Internacional, volvió a darse en la III.
El marxismo, subordinado a los intereses específicos de la
Rusia bolchevique, solo pudo funcionar como ideología para
cubrir una práctica no revolucionaria y, finalmente,
contrarrevolucionaria.

A falta de un movimiento revolucionario, la gran
depresión que afectó a la mayor parte del mundo, no
dio pie a insurrecciones revolucionarias, sino al fascismo y a la
II Guerra Mundial. Esto significó el eclipse total del
marxismo. Las consecuencias desastrosas de la nueva guerra
trajeron consigo una oleada fresca de expansión
capitalista a escala
internacional. No solo el capital monopolista salió
fortalecido del conflicto;
también surgieron nuevos sistemas de capitalismo de estado
por la vía de la liberación nacional o la conquista
imperialista. Esta situación no implicó un
resurgimiento del marxismo revolucionario sino una "guerra
fría", es decir, la confrontación de los sistemas
capitalistas organizados de forma distinta en una lucha continua
por las esferas de influencia y por el reparto de la
explotación.

En el lado del capitalismo de estado, esta
confrontación se camufló como movimiento marxista
contra la monopolización capitalista de la economía
mundial; por su parte, el capitalismo de propiedad privada no
podía ser más feliz señalando a sus enemigos
del capitalismo de estado como marxistas o comunistas, resueltos
a llevarse por delante todas las libertades de la
civilización junto con la libertad para amasar capital.
Esta actitud
sirvió para adherir firmemente la etiqueta de "marxismo" a
la ideología del capitalismo de estado.

De esta manera, los cambios sucesivos provocados por
toda una serie de depresiones y guerras no
llevaron a una confrontación entre el capitalismo y el
socialismo, sino a una división del mundo en sistemas
económicos más o menos centralmente controlados y a
un ensanchamiento de la brecha entre los países
desarrollados bajo el capitalismo y las naciones
subdesarrolladas. Ciertamente, esta situación suele verse
como una división entre países capitalistas,
socialistas y del "tercer mundo", simplificación que
confunde las diferencias mucho más complejas entre estos
sistemas económicos y políticos.

El "socialismo" suele concebirse como una
economía controlada por el estado en un marco nacional, en
el que la planificación sustituye a la competencia.
Tal tipo de sistema no es ya un sistema capitalista en el sentido
tradicional, pero tampoco es un sistema socialista en el sentido
que el término tenía para Marx, de
asociación de productores libres e iguales.

En un mundo capitalista y por lo tanto imperialista, ese
sistema de economía controlada por el estado solo puede
contribuir a la competencia general por el poder económico
y político y, como el capitalismo, ha de expandirse o
contraerse. Ha de hacerse más fuerte en todos los
órdenes para limitar la expansión del capital
monopolista que de otra manera lo destruiría. La forma
nacional de los regímenes llamados socialistas o de
control estatal no solo los pone en conflicto con el mundo
capitalista tradicional, sino también entre ellos, ya que
han de dar consideración prioritaria a los estratos
dirigentes privilegiados y de nueva creación cuya
existencia y seguridad se
basan en el estado-nación.
Esto genera el espectáculo de una variedad "socialista" de
imperialismo y de la amenaza de guerra entre países
nominalmente socialistas.

Tal situación hubiera sido inconcebible en 1917.
El leninismo (o, en frase de Stalin, "el marxismo de la
época del imperialismo") esperaba una revolución
mundial sobre el modelo de la revolución rusa. Igual que
distintas clases se habían unido en Rusia para derribar la
autocracia, también a escala internacional las naciones en
diversas fases de desarrollo podrían luchar contra el
enemigo común, el capital monopolista imperialista. E
igual que la clase obrera bajo dirección del partido
bolchevique transformó en Rusia la revolución
burguesa en revolución proletaria, así la
Internacional Comunista sería el instrumento de
transformación de las luchas antiimperialistas en
revoluciones socialistas.

En aquellas condiciones, era concebible que las naciones
menos desarrolladas pudieran eludir un desarrollo capitalista de
otra manera inevitable, para integrarse en un mundo socialista
emergente. Como esta teoría estaba basada en el supuesto
del triunfo de revoluciones socialistas en las naciones
avanzadas, no pudo probarse que fuera correcta o equivocada, ya
que las revoluciones esperadas nunca llegaron a
producirse.

Lo que hace al caso son las inclinaciones
revolucionarias del movimiento bolchevique antes e inmediatamente
después de su toma del poder en Rusia. La
revolución se hizo en nombre del marxismo revolucionario,
como derrocamiento del sistema capitalista e instauración
de una dictadura para asegurar el avance hacia una sociedad sin
clases. Sin embargo, ya en esta etapa, y no solo por las
condiciones concretas existentes en Rusia, el concepto leninista
de reconstrucción socialista se alejaba del marxismo
originario y se basaba en las ideas surgidas en la II
Internacional. Para esta, el socialismo se concebía como
consecuencia inmediata del propio desarrollo
capitalista.

La concentración y la centralización del capital
implicarían la eliminación progresiva de la
competencia capitalista y, con ello, de su carácter
privado, hasta que el gobierno socialista, surgido del proceso
democrático parlamentario, transformara el capital
monopolista en monopolio
estatal, instaurando así el socialismo mediante decreto
gubernamental.

Para Lenin y los bolcheviques esto era una utopía
irrealizable y también una excusa idiota para abstenerse
de cualquier actividad revolucionaria. Pero para ellos la
instauración del socialismo también era un asunto
gubernamental, aunque llevado a cabo por medio de la
revolución. Diferían de los socialdemócratas
respecto a los medios para
alcanzar un objetivo por lo demás común: la
nacionalización del capital por el estado y la
planificación centralizada de la
economía.

Lenin también mostró su acuerdo con la
afirmación grosera y arrogante de Kautsky según la
cual la clase trabajadora por sí misma es incapaz de
generar una conciencia revolucionaria, de forma que esta ha de
ser introducida en el proletariado por la intelectualidad de la
clase media. La forma organizativa de esta idea era el partido
revolucionario como vanguardia de
los trabajadores y como condición imprescindible para el
éxito de la revolución.

En este marco conceptual, si la clase obrera es incapaz
de hacer su propia revolución, será menos capaz aun
de construir una sociedad nueva, tarea que queda así
reservada para el partido dirigente, poseedor del aparato de
estado. La dictadura del proletariado aparece así como la
dictadura del partido organizado como estado. Y como el estado
tiene el control de toda la sociedad, también ha de
controlar las acciones de la
clase obrera, incluso ejerciendo ese control supuestamente en su
favor. En la práctica, el resultado fue el ejercicio
totalitario del poder por parte del gobierno
bolchevique.

La nacionalización de los medios de
producción y el dominio
autoritario del gobierno ciertamente diferenciaban el sistema
bolchevique del capitalismo occidental. Pero esto no alteraba las
relaciones sociales de producción, que en ambos sistemas
se basaban en el divorcio de
los trabajadores de los medios de producción y en la
monopolización del poder político en manos del
estado. Ya no era un capital privado sino el capital controlado
por el estado el que se enfrentaba a la clase obrera y perpetuaba
el trabajo
asalariado como forma de actividad productiva, permitiendo la
apropiación de plusvalía a través de la
institución estatal.

El sistema expropió el capital privado, pero no
abolió la relación capital-trabajo en la
que se basa la forma moderna del dominio de clase. Solo era
cuestión de tiempo el surgimiento de una nueva clase
dominante cuyos privilegios dependerían precisamente del
mantenimiento
y la reproducción del sistema de
producción y distribución controlado por el estado
como única forma "realista" de socialismo
marxiano.

Sin embargo, el marxismo, como crítica de la
economía
política y como lucha por una sociedad sin clases ni
explotación, solo tiene significado en el marco de las
relaciones de producción capitalistas. El fin del
capitalismo implicaría a su vez el fin del marxismo. Para
una sociedad socialista, el marxismo no sería más
que algo de la historia, como todo lo demás en el pasado.
Ya la descripción del "socialismo" como sistema
marxista niega la autoproclamada naturaleza socialista del
sistema de capitalismo de estado. La ideología marxista
solo funciona en este sistema como intento de justificar las
nuevas relaciones clasistas como requisitos necesarios para la
construcción del socialismo y así ganar la
aquiescencia de las clases trabajadoras. Como en el viejo
capitalismo, los intereses específicos de la clase
dominante se presentan como intereses generales.

A pesar de todo ello, el marxismo-leninismo era
originariamente una doctrina revolucionaria, ya que se
proponía sin ningún género de
duda la realización de su propia idea de socialismo por
medios directos y prácticos. Esta idea no implicaba
más que la formación de un sistema capitalista de
estado. Esa era la concepción habitual del socialismo a
comienzos de siglo, de manera que no se puede hablar de una
"traición" bolchevique de los principios
marxistas de la época. Por el contrario, el bolchevismo
hizo realidad la transformación del capitalismo de
propiedad privada en capitalismo de estado, lo cual era
también el objetivo declarado de los revisionistas y
reformistas marxistas. Pero estos ya habían perdido todo
interés
en actuar según sus creencias aparentes y prefirieron
acomodarse en el status quo capitalista. Los bolcheviques
hicieron realidad el programa de la II Internacional por medio de
la revolución.

Sin embargo, una vez en el poder, la estructura de
capitalismo de estado de la Rusia bolchevique determinó su
desarrollo ulterior, ahora generalmente descrito con el
término peyorativo de "estalinismo". Que adoptara esta
forma concreta se explicaba por el atraso general de Rusia y por
su situación de cerco capitalista, que exigía la
centralización máxima del poder y sacrificios
inhumanos por parte de la población
trabajadora.

Bajo condiciones distintas como las existentes en las
naciones de mayor desarrollo capitalista y relaciones
internacionales más favorables, se decía, el
bolchevismo no tendría que adoptar por fuerza los métodos
drásticos que se había visto obligado a utilizar en
el primer país socialista. Quienes mostraban una
disposición menos favorable hacia este primer "experimento
en socialismo" afirmaban que la dictadura del partido tan solo
era expresión del carácter todavía
"semiasiático" del bolchevismo, y que no podría
repetirse en las naciones más avanzadas de occidente. El
ejemplo ruso fue utilizado para justificar las políticas
reformistas como única forma de mejorar las condiciones de
vida de la clase obrera en occidente.

Sin embargo, las dictaduras fascistas de Europa
occidental pronto demostraron que el control del estado por un
partido único no tenía por qué restringirse
a la situación rusa, sino que era aplicable a cualquier
sistema capitalista. Podía servir tanto para mantener las
relaciones de producción existentes como para su
transformación en capitalismo de estado.

Por supuesto, el bolchevismo y el fascismo siguieron
siendo distintos en cuanto a estructura económica, aunque
políticamente llegaron a ser indistinguibles. Pero la
concentración de control político en las naciones
capitalistas totalitarias implicaba una coordinación central de la actividad
económica para los objetivos específicos de las
políticas fascistas y, de esta manera, una
aproximación al sistema ruso.

Para el fascismo esto no era un objetivo, sino una
medida temporal, análoga al "socialismo de guerra" de la I
Guerra Mundial. Sin embargo, era la primera indicación de
que el capitalismo occidental no era inmune a las tendencias al
capitalismo de estado.

Con la deseada pero a la vez inesperada
consolidación del régimen bolchevique y la
coexistencia —relativamente tranquila hasta la II Guerra
Mundial— de los sistemas sociales en conflicto, los
intereses rusos exigieron la utilización de la
ideología marxista no solo para objetivos internos sino
también externos, para asegurar el apoyo del movimiento
obrero internacional a la existencia nacional de Rusia. Por
supuesto, esto implicó solo a una parte del movimiento
obrero, pero esa parte pudo romper el frente antibolchevique que
incluía a los viejos partidos socialistas y los sindicatos
reformistas. Como esas organizaciones ya
se habían deshecho de su herencia
marxista, la supuesta ortodoxia marxista del bolchevismo se
convirtió prácticamente en la única
teoría marxista como contra ideología opuesta a
todas las formas de antibolchevismo y a todos los intentos de
debilitar o destruir el estado ruso. No obstante, al mismo tiempo
se intentaba asegurar la coexistencia mediante concesiones al
adversario capitalista y se mostraban las ventajas mutuas que
podían obtenerse del comercio internacional y otros tipos
de colaboración. Esa política de dos caras
servía al único objetivo de preservar el estado
bolchevique y asegurar los intereses nacionales de
Rusia.

El marxismo fue así reducido a un arma
ideológica que servía exclusivamente los intereses
de un estado concreto y un
solo país. Ya privada de aspiraciones revolucionarias
internacionales, la Internacional Comunista fue utilizada como
instrumento de política limitada para los intereses
especiales de la Rusia bolchevique. Pero, ahora, esos intereses
cada vez incluían en mayor medida el mantenimiento del
status quo internacional para asegurar el del sistema ruso. Si al
principio había sido el fracaso de la revolución
mundial el que había inducido la política rusa de
atrincheramiento, la seguridad rusa exigía ahora la
estabilidad del capitalismo mundial y el régimen
estalinista se esforzaba en contribuir a ella. La difusión
del fascismo y la gran probabilidad de
nuevos intentos de encontrar soluciones
imperialistas a la crisis mundial ponían en peligro no
solo la coexistencia sino también las condiciones internas
de Rusia, que exigían cierto grado de tranquilidad
internacional.

La propaganda
marxista dejó a un lado los problemas del capitalismo y el
socialismo y en forma de antifascismo concentró su ataque
en una forma política particular de capitalismo que
amenazaba desencadenar una nueva guerra mundial. Esto implicaba,
por supuesto, la aceptación de las potencias capitalistas
antifascistas como aliados potenciales y la defensa de la
democracia burguesa contra los ataques desde la derecha o desde
la izquierda, tal como ilustró lo ocurrido durante la
guerra civil en España.

Ya antes el marxismo-leninismo había asumido la
función
puramente ideológica que caracterizaba el marxismo de la
II Internacional. No se asociaba ya con una práctica
política cuyo objetivo final fuera el derrocamiento del
capitalismo, aunque solo propusiera como socialismo la
patraña del capitalismo de estado; ahora se contentaba con
su existencia en el seno del sistema capitalista, de la misma
forma que el movimiento socialdemócrata aceptaba como
inviolables las condiciones dadas en la sociedad. El reparto del
poder a escala internacional presuponía lo mismo a nivel
nacional y el marxismo-leninismo fuera de Rusia devino un
movimiento estrictamente reformista.

Solo los fascistas quedaron como fuerzas realmente
aspirantes al control completo sobre el estado. No hubo
ningún intento serio de impedir su ascenso al poder. El
movimiento obrero, incluida su ala bolchevique, confiaba
únicamente en procesos
democráticos tradicionales para hacer frente a la amenaza
fascista. Esto significaba una pasividad total y una
desmoralización progresiva y aseguró la victoria
del fascismo como única fuerza dinámica operante en la crisis
mundial.

Por supuesto, no es solo el control ruso del movimiento
comunista internacional a través de la III Internacional
lo que explica su capitulación al fascismo, sino
también la burocratización del movimiento que
concentró todo el poder decisorio en las manos de
políticos profesionales que no compartían las
condiciones sociales del proletariado empobrecido.

Esta burocracia se
encontró en la posición "ideal" de ser capaz de
expresar su oposición verbal al sistema y, a la vez,
participar en los privilegios que la burguesía otorga a
sus ideólogos políticos. Estos no tenían una
razón perentoria para oponerse a las políticas
generales de la Internacional Comunista, que coincidían
con sus propias necesidades inmediatas como líderes
reconocidos de la clase obrera en una democracia burguesa. La
apatía de los trabajadores mismos, su falta de
disposición para buscar una solución propia
independiente a la cuestión social también explica
esa situación y su evolución final al fascismo.
Medio siglo de marxismo reformista bajo el principio de liderazgo
y su acentuación en el marxismo-leninismo produjeron un
movimiento obrero incapaz de actuar basándose en sus
propios intereses, incapaz así de inspirar a la clase
obrera en su conjunto para que intentara impedir el fascismo y la
guerra mediante una revolución proletaria.

Como en 1914, el internacionalismo y con él el
marxismo, quedaban otra vez ahogados en la marea nacionalista e
imperialista. Las políticas coyunturales se basaban en las
exigencias de las alianzas imperialistas cambiantes, que llevaron
primero al pacto Hitler-Stalin y
luego a la alianza antihitleriana entre la URSS y las potencias
democráticas. El resultado de la guerra, predeterminado
por su carácter imperialista, dividió el mundo en
dos grandes bloques que pronto volvieron a enzarzarse en una
pugna por el control mundial. El carácter antifascista de
la guerra implicaba la restauración de regímenes
democráticos en los países derrotados y con ello la
vuelta a la luz de los partidos
políticos, incluso los de connotación
marxista.

En el Este, Rusia restauró su imperio y le
añadió esferas de intereses y un jugoso
botín de guerra. El hundimiento del dominio colonial
creó las naciones del "tercer mundo", que adoptaron el
sistema ruso o una economía mixta de tipo occidental.
Surgió un neocolonialismo que sometió a las
naciones "liberadas" a un control más indirecto pero
igualmente efectivo de las grandes potencias. Pero la
expansión de los regímenes de capitalismo de estado
parecía la difusión mundial del marxismo y la lucha
contra ella se presentaba como lucha contra un marxismo que
amenazaba las libertades (indefinidas) del mundo capitalista.
Estos tipos de marxismo y antimarxismo no tenían
conexión alguna con la lucha entre trabajo y capital
concebida por Marx y por el movimiento obrero
originario.

En su forma actual, el marxismo ha sido un movimiento
regional más que internacional, como apunta su debilidad
en los países anglosajones. El resurgimiento de partidos
marxistas en la posguerra se dio sobre todo en naciones como
Francia e
Italia, que
habían de hacer frente a dificultades económicas
concretas. La división y la ocupación de Alemania
impidieron la reorganización de un partido comunista de
masas en la zona occidental. Los partidos socialistas finalmente
repudiaron su propio pasado, todavía teñido de
ideas marxistas, y se convirtieron en partidos burgueses o
"populares", defensores del capitalismo democrático. Sigue
habiendo partidos comunistas legales o ilegales en todo el mundo,
pero sus posibilidades de influir en el rumbo político son
más o menos nulas por el momento y en el futuro
previsible. El marxismo como movimiento revolucionario de los
trabajadores se encuentra actualmente en su momento
histórico más bajo.

Lo sorprendente es la respuesta sin precedentes del
capitalismo al marxismo teórico. El nuevo interés
en el marxismo en general y en la "economía marxista" en
particular se circunscribe casi exclusivamente al mundo
académico, que es prácticamente el mundo de la
clase media. Hay una enorme producción de literatura marxista. La
"marxología" ha resultado ser una nueva profesión y
hay escuelas marxistas de economía "radical", historia,
filosofía, sociología, psicología y
así sucesivamente. Quizá todo eso no sea más
que una moda intelectual,
pero aunque solo fuera eso, el fenómeno sería
indicio del presente estado de decadencia de la sociedad
capitalista y de su pérdida de confianza en el
futuro.

En el pasado la integración progresiva del
movimiento obrero en la estructura
social del capitalismo implicó la acomodación
de la doctrina socialista a las realidades de un capitalismo en
auge. Parece ahora que, de manera inversa, hubiera
múltiples intentos de utilizar los hallazgos
teóricos del marxismo para propósitos capitalistas.
Este intento de reconciliación desde ambos lados, al
superar al menos en parte el antagonismo entre la teoría
de Marx y la teoría burguesa refleja la crisis tanto del
marxismo como de la sociedad burguesa.

Aunque el marxismo abarca la sociedad en todos sus
aspectos, presta atención sobre todo a las relaciones
sociales de producción como fundamento de la totalidad
capitalista. Siguiendo la concepción materialista de la
historia, el marxismo se centra en las condiciones
económicas y por tanto sociales del desarrollo
capitalista. Hace ya mucho que la concepción materialista
de la historia fue plagiada por la ciencia social burguesa, pero
hasta hace poco no se sacó partido de su aplicación
al capitalismo. Es el mismo capitalismo el que ha forzado a la
teoría económica burguesa a considerar la
dinámica del sistema capitalista y de esta manera a emular
en cierta forma la teoría marxista de la
acumulación y sus consecuencias.

Hay que recordar aquí que la trasformación
del marxismo de teoría revolucionaria a teoría
evolucionista radicó —en lo teórico— en
la cuestión de si la teoría de la
acumulación de Marx era también una teoría
de la necesidad objetiva de colapso del capitalismo. El ala
reformista del movimiento obrero afirmaba que no había
razón objetiva para la decadencia y destrucción del
sistema, mientras que la minoría revolucionaria mantuvo la
convicción de que las contradicciones intrínsecas
del capitalismo llevan inevitablemente a su fin. Basando esta
convicción en las contradicciones en la esfera de la
producción o en la esfera de la circulación, la
izquierda marxista insistía en la certeza del colapso
final del capitalismo, en forma de crisis cada vez más
devastadoras que traerían consigo una disposición
subjetiva del proletariado a acabar con el sistema por medios
revolucionarios.

La negación por parte de los reformistas de los
límites objetivos del capitalismo hizo que dejaran de
prestar atención a la esfera de la producción y
comenzaran a atender más a la de la distribución.
De esta manera se olvidaron de las relaciones sociales de
producción para centrarse en las relaciones de mercado,
que constituyen el único interés de la
teoría económica burguesa.

Los trastornos del sistema se consideraban ahora
generados por las relaciones de oferta y demanda
que causaban innecesariamente periodos de sobreproducción
por una falta de demanda
efectiva debida a salarios
injustificadamente bajos. El problema económico se
reducía a la cuestión de una distribución
más equitativa del producto social, lo que
superaría las fricciones sociales dentro del sistema.
Ahora se decía que, a todos los efectos prácticos,
la teoría económica burguesa era de mayor
relevancia que el enfoque de Marx. Por lo tanto, el marxismo no
debía ser ingenuo y tenía que acudir a las modernas
teorías
del mercado y de precios para
ser capaz de adoptar un papel más eficaz al orientar las
políticas sociales.

Se propugnaba ahora la existencia de leyes
económicas que operarían en todas las sociedades y
que no habrían de ser objeto de la crítica
marxista. La crítica de la economía política
solo se ocuparía de las formas institucionales bajo las
cuales las leyes económicas eternas se afirmarían
por sí mismas. Cambiar el sistema no cambiaría las
leyes económicas. No se podrían negar las
diferencias entre el enfoque burgués y el enfoque marxiano
de la economía, pero habría también
similitudes que ambas partes tendrían que reconocer. Se
decía ahora que el mantenimiento de la relación
capital-trabajo —o sea, el trabajo asalariado— en las
sociedades socialistas autoformadas, su acumulación de
capital social, su aplicación del llamado sistema de
incentivos,
que dividía la fuerza de trabajo en varios escalones de
ingreso, e incluso otras cosas, eran necesidades inalterables que
las leyes económicas obligaban a cumplir. Estas leyes
exigirían la aplicación de los instrumentos
analíticos de la economía burguesa para que pudiera
llevarse a cabo la consumación racional de una economía
socialista planificada.

Esta clase de marxismo "enriquecido" por la
teoría burguesa pronto vino a encontrar su complemento en
el intento de modernizar la teoría económica
burguesa. Esta teoría había estado en crisis ya
desde la gran depresión que sobrevino a las
postrimerías de la I Guerra Mundial. La teoría del
equilibrio de mercado no podía ni explicar ni justificar
la prolongada depresión y así perdió su
valor
ideológico para la burguesía. Sin embargo, la
teoría neoclásica vino a tener una especie de
resurrección en su modificación keynesiana.
Había que aceptar que el mecanismo hasta entonces admitido
del mercado y del sistema de precios ya no funcionaba, pero ahora
se decía que podía lograrse su funcionamiento con
un poco de ayuda del estado.

El desequilibrio debido a la falta de demanda
podía ser contrarrestado por el impulso estatal de la
producción para el "consumo público", no solo en el
supuesto de condiciones estáticas sino también en
condiciones de desarrollo
económico, equilibrando la situación por medio
de medidas monetarias y fiscales adecuadas. La economía de
mercado, ayudada por la planificación gubernamental,
superaría así la susceptibilidad del capitalismo a
las crisis y depresiones y permitiría, en principio, un
crecimiento constante de la producción
capitalista.

Recurrir al estado y a su intervención consciente
en la economía y prestar atención a la
dinámica del sistema hizo disminuir la aguda
oposición entre las ideologías del laissez-faire y
de la economía planificada. Este fenómeno era
paralelo a una convergencia visible de los dos sistemas, en la
que cada uno influía sobre el otro, en un proceso
quizás destinado a combinar los elementos favorables de
ambos en una síntesis futura capaz de superar las
dificultades de la producción capitalista. De hecho, el
prolongado auge económico tras la II Guerra Mundial
pareció materializar estas expectativas. Sin embargo, a
pesar de la continua disponibilidad de intervenciones estatales,
a la expansión capitalista sucedió una nueva
crisis, igual que en el pasado. La "sintonización precisa"
de la economía y el "tira y afloja" (trade-off) entre
inflación y desempleo no
fueron capaces de prevenir un nuevo declive económico. La
crisis y los medios diseñados para enfrentarla han
resultado ser igualmente perjudiciales para el capital. La crisis
actual se acompaña así de la bancarrota del
neokeynesianismo, igual que la gran depresión marcó
el fin de la teoría neoclásica.

La crisis actual ha puesto de manifiesto como nunca los
aspectos contradictorios de la teoría económica
burguesa. Por otra parte, el empobrecimiento duradero de la
"teoría económica" mediante su formalización
cada vez mayor ya había sembrado la duda en muchos
economistas académicos. El cuestionamiento actual de casi
todos los supuestos de la teoría neoclásica y de
sus herederos keynesianos ha llevado a algunos economistas
—representados notablemente por los llamados
neorricardianos— a un retorno poco entusiasta a la
economía clásica. Al mismo Marx se le considera un
economista ricardiano y como tal encuentra cada vez más
favor en el intento de los economistas burgueses de integrar su
"obra precursora" en su propia especialidad, la ciencia
económica.

Sin embargo, el marxismo no significa ni más ni
menos que la destrucción del capitalismo. Incluso como
disciplina
científica, no ofrece nada a la burguesía. Y, a
pesar de todo, como alternativa frente a la desacreditada
teoría social burguesa puede servir a esta
proporcionándole algunas ideas útiles para su
rejuvenecimiento. Al fin y al cabo, se aprende del adversario.
Además, en su forma aparentemente "realizada" de los
"países socialistas", el marxismo apunta soluciones
prácticas que podrían ser también
útiles en las economías mixtas, por ejemplo, un
incremento aún mayor de las regulaciones estatales
estabilizadoras. Las políticas de rentas y salarios, por
ejemplo, se acercan bastante a las medidas similares de los
sistemas de economía de control central.

Por último, en vista de la ausencia de
movimientos revolucionarios, la investigación marxiana de tipo
académico no ofrece ningún riesgo, en la
medida que queda restringida al mundo de las ideas. Quizá
parezca extraño, pero es la falta de ese tipo de
movimientos en un periodo de turbulencia social lo que convierte
al marxismo en una mercancía con la que puede comerciarse
y en un fenómeno cultural que muestra la
tolerancia y
la imparcialidad democrática de la sociedad
burguesa.

No obstante, la súbita popularidad de la
teoría de Marx refleja la crisis del capitalismo que es
ideológica además de económica. En ese
sentido, afecta sobre todo a los responsables de fabricar y
distribuir las ideologías, o sea, a los intelectuales de
clase media especializados en teoría social. Su clase en
conjunto puede sentirse en peligro por el curso del desarrollo
capitalista, con su decadencia social visible, y así
buscan sinceramente alternativas a los dilemas sociales que
también les afectan. Podrían actuar así por
motivos que aun siendo oportunistas están necesariamente
ligados a una actitud crítica hacia el sistema existente.
En ese sentido, el "renacimiento
marxiano" actual podría ser preludio de un retorno del
marxismo como movimiento social de importancia teórica y
práctica.

Sin embargo, por el momento hay pocas pruebas de una
reacción revolucionaria a la crisis capitalista. Si
diferenciamos la "izquierda objetiva" en la sociedad, es decir,
el proletariado como tal, y la izquierda organizada, que no es
estrictamente proletaria, solamente en Francia y en Italia puede
hablarse de fuerzas organizadas que podrían desafiar el
dominio capitalista, suponiendo que tuvieran tales intenciones.
Pero los partidos comunistas y los sindicatos de esos
países se transformaron desde hace mucho en partidos
puramente reformistas, confortablemente instalados en el sistema
capitalista y dispuestos a defenderlo. Que tengan gran audiencia
en la clase obrera indica también la falta de
disposición o interés en el derrocamiento del
sistema capitalista de los mismos trabajadores y, claro
está, su deseo inmediato de encontrar acomodo en
él. Sus ilusiones concernientes al carácter
reformable del capitalismo apoyan el oportunismo político
de los partidos comunistas.

Con la ayuda del autocontradictorio término de
"eurocomunismo", estos partidos intentan diferenciar sus actitudes
actuales de las viejas políticas, es decir, dejar claro
que su objetivo tradicional —el capitalismo de
estado—, aunque olvidado hace mucho, ha sido
definitivamente abandonado en favor de la economía mixta y
la democracia burguesa.

Esta es la contrapartida natural a la integración
de los "países socialistas" en el mercado capitalista
mundial. También es un punto de partida para asumir
mayores responsabilidades en los países capitalistas y en
sus gobiernos, y una promesa de no alterar el grado limitado de
cooperación alcanzado por las potencias europeas. Ello no
implica una ruptura completa con la parte del mundo donde impera
el capitalismo de estado, sino el reconocimiento de que esta
parte tampoco está actualmente interesada en la
extensión del capitalismo de estado por medios
revolucionarios, sino en su propia seguridad en un mundo cada vez
más inestable.

En el momento actual del desarrollo del capitalismo la
posibilidad de revoluciones socialistas es más que dudosa,
pero todas las actividades obreras en defensa de los intereses de
clase propios de los trabajadores llevan consigo un
carácter potencialmente revolucionario. En periodos de
estabilidad económica relativa la lucha de los
trabajadores acelera por sí misma la acumulación
del capital al forzar a la burguesía a adoptar medios
más eficientes para incrementar la productividad del
trabajo. Como ya se dijo, los salarios y los beneficios pueden
crecer a la vez sin alterar la expansión del capital. Sin
embargo, la depresión trae consigo el final del
crecimiento simultáneo (pero desigual) de beneficios y
salarios. La rentabilidad
del capital ha de restaurarse para que el proceso de
acumulación pueda reanudarse. La lucha entre trabajo y
capital implica ahora la misma existencia del sistema, ligada a
su continua expansión.

Las luchas económicas ordinarias por mayores
salarios adquieren implicaciones revolucionarias objetivas, ya
que una clase puede tener éxito solo a expensas de la
otra.

Por supuesto, los trabajadores pueden estar dispuestos a
aceptar dentro de unos límites una menor proporción
en el reparto del producto social, aunque solo sea para evitar
los sufrimientos de la confrontación abierta con la
burguesía y su estado.

La experiencia previa hace que la clase dominante espere
actividades revolucionarias y que, en consecuencia, se dote de
armamento. Pero el apoyo político de las grandes
organizaciones obreras también es necesario para prevenir
revueltas sociales de gran alcance. Cuando una depresión
prolongada amenaza al sistema capitalista, es esencial que los
partidos comunistas y otras organizaciones reformistas ayuden a
la burguesía a superar sus condiciones de crisis. Han de
hacer lo posible por impedir actividades de la clase obrera que
puedan retrasar la recuperación capitalista. Sus
políticas oportunistas adquieren un carácter
abiertamente contrarrevolucionario en cuanto el sistema se
encuentra amenazado por demandas obreras que no pueden ser
satisfechas en el marco de un capitalismo agobiado por la
crisis.

Claro está que las economías mixtas no se
trasformarán por propia voluntad en sistemas de
capitalismo de estado. Y aunque los partidos de izquierda han
descartado por el momento sus objetivos de capitalismo de estado,
esto podría no impedir revueltas sociales de escala
suficiente como para anular los controles políticos de la
burguesía y de sus aliados en el movimiento obrero. Si tal
situación se diera, la identificación actual del
socialismo con el capitalismo de estado y una recuperación
forzada de las tácticas bolcheviques originarias por parte
de los partidos comunistas podrían desviar hacia el
capitalismo de estado cualquier sublevación
espontánea de los trabajadores. Igual que las tradiciones
de la socialdemocracia en los países
centroeuropeos impidieron que las revoluciones políticas
de 1918 se convirtieran en revoluciones sociales, así las
tradiciones leninistas podrían impedir la
realización del socialismo en favor del capitalismo de
estado.

La introducción del capitalismo de estado en los
países de capitalismo avanzado como resultado de la II
Guerra Mundial muestra que este sistema no tiene por qué
quedar circunscrito a las naciones de capitalismo
subdesarrollado, sino que puede existir en todas partes. Tal
posibilidad no fue prevista por Marx, para quien el capitalismo
sería reemplazado por el socialismo, no por un sistema
híbrido que contiene elementos de ambos dentro de las
relaciones de producción capitalistas. El fin de la
economía competitiva de mercado no tiene por qué
ser el fin de la explotación capitalista, que
también puede tener lugar en el marco del sistema de
planificación estatal. Esta situación
históricamente nueva indica la posibilidad de un
desarrollo caracterizado por un monopolio estatal de los medios
de producción, no como periodo de transición al
socialismo sino como forma nueva de producción
capitalista.

Las acciones revolucionarias implican una ruptura
general de la sociedad que escapa al control de la clase
dominante. Hasta ahora, tales acciones solo han ocurrido en
momentos de catástrofe social tales como situaciones de
derrota bélica y turbulencia económica asociada.
Eso no significa que tales condiciones sean un requisito absoluto
para la revolución, pero sí indica la
extensión de la desintegración social necesaria
para que se desencadenen revueltas sociales.

La revolución implica la rebelión de la
mayoría de la población activa, cosa que no se
produce por adoctrinamiento ideológico sino como resultado
de la pura necesidad. Las actividades resultantes producen su
propia consciencia revolucionaria, en concreto la
comprensión de lo que hay que hacer para no ser destruido
por el enemigo capitalista. Pero por el momento, el poder
político y militar de la burguesía no está
amenazado por disensiones internas y los mecanismos para orientar
la economía tampoco están agotados. Y a pesar de la
competición internacional cada vez mayor por las ganancias
decrecientes de la economía mundial, las clases dominantes
de los distintos países todavía se apoyarían
unas a otras para suprimir los movimientos
revolucionarios.

Los obstáculos enormes interpuestos en el camino
a la revolución social y a una reconstrucción
comunista de la sociedad fueron terriblemente subestimados por el
movimiento marxista originario. Por supuesto, la flexibilidad y
la capacidad de adaptación del capitalismo frente a
condiciones cambiantes solo podía descubrirse al intentar
destruirlo. Pero a estas alturas debería estar claro que
las formas que adoptó la lucha de clases durante el
ascenso del capitalismo no son adecuadas para su periodo de
declinación, en el que la única posibilidad es su
derrocamiento revolucionario.

La existencia de sistemas de capitalismo de estado
también muestra que no puede alcanzarse el socialismo por
medios que ya fueron insuficientes en el pasado. De todas formas,
esto no demuestra el fracaso del marxismo sino tan solo el
carácter ilusorio de muchas de sus manifestaciones, como
reflejos de las ilusiones creadas por el desarrollo del
capitalismo mismo.

Hoy igual que ayer, el análisis de Marx de la producción
capitalista y de su evolución peculiar y contradictoria
por medio de la acumulación es la única
teoría que ha sido confirmada empíricamente por el
desarrollo capitalista. Hablar del desarrollo del capitalismo
solo es posible en los términos marxianos. Por ello el
marxismo no puede desaparecer mientras exista el capitalismo. Las
contradicciones de la producción capitalista, aun
modificadas en gran medida, también existen en los
sistemas de capitalismo de estado. Como todas las relaciones
económicas son relaciones sociales, las relaciones
clasistas que siguen existiendo en esos sistemas implican el
mantenimiento de la lucha de clases, aunque, en principio, solo
en una forma unilateral bajo el dominio autoritario. La
integración inevitable y progresiva de la economía
mundial afecta a todas las naciones independientemente de su
estructura económica concreta y así resta base a
los intentos de encontrar soluciones nacionales a los problemas
sociales. De manera que, mientras haya explotación
clasista, habrá oposición marxista, aunque toda la
teoría marxista haya sido suprimida o sea usada como falsa
ideología para apoyar una práctica
antimarxiana.

Ciertamente, son los pueblos los que hacen la historia,
por medio de la lucha de clases. La decadencia del capitalismo
—indicada por la concentración del capital y la
centralización cada vez mayor del poder político, y
también por la anarquía cada vez mayor del sistema,
a pesar y a causa de todos los intentos de organización
social más eficiente— podría resultar muy
prolongada. Lo será a menos que lo acorten las acciones
revolucionarias de la clase obrera y de todos los que no sean
capaces de asegurar su existencia en un marco de empeoramiento de
las condiciones sociales. Pero actualmente el futuro del marxismo
es muy oscuro.

La superioridad de las clases dominantes y de sus
instrumentos de represión ha de ser contrarrestada por un
poder mayor que el que las clases trabajadoras han sido hasta
ahora capaces de generar. No es inconcebible que esta
situación se prolongue y condene así al
proletariado a sufrir penalidades aun mayores por su incapacidad
para actuar en función de su propio interés de
clase. Además, no puede descartarse que la resistencia del
capitalismo lleve a la destrucción de la sociedad misma.
Como el capitalismo sigue siendo susceptible de crisis
catastróficas, las naciones tenderán como en el
pasado a recurrir a la guerra para salir de las dificultades a
costa de otras potencias capitalistas. Esta tendencia incluye la
posibilidad de una guerra nuclear y, a juzgar por la perspectiva
actual, la guerra parece incluso más probable que una
revolución socialista internacional. Las clases dominantes
son muy conscientes de las consecuencias de un conflicto nuclear,
pero solo pueden intentar prevenirlo mediante el terror mutuo, o
sea, por la expansión competitiva del arsenal nuclear. En
la medida que solo tienen un control muy limitado de sus
economías, tampoco ejercen un control real de sus asuntos
políticos, y sus intenciones de evitar la
destrucción mutua, sean cuales fueren, no afectan
demasiado la probabilidad de su ocurrencia. Esta terrible
situación impide cualquier confianza similar a la del
pasado en la certeza y éxito de la revolución
socialista.

Como el futuro permanece abierto, aun determinado por el
pasado y por las condiciones inmediatas dadas, los marxistas han
de actuar en el supuesto de que el camino al socialismo no
está aún cerrado y que todavía hay una
posibilidad de superar el capitalismo antes de su
destrucción. El socialismo aparece ahora no solo como
objetivo del movimiento obrero revolucionario, sino como
única alternativa a la destrucción total o parcial
del mundo. Esto requiere, por supuesto, el surgimiento de
movimientos socialistas que reconozcan las relaciones de
producción capitalistas como origen de la miseria social
cada vez mayor y del riesgo de evolución hacia un estado
de barbarie. Sin embargo, después de más de un
siglo de agitación socialista, esto parece una esperanza
baldía. Lo que una generación aprende, la siguiente
lo olvida, empujada por fuerzas que escapan a su control y por
tanto a su comprensión. Las contradicciones del
capitalismo, como sistema de intereses privados determinados por
necesidades sociales, no solo se reflejan en la mente capitalista
sino también en la conciencia del proletariado.

Ambas clases reaccionan al resultado de sus propias
actividades como si estas se debieran a leyes naturales
inalterables. Sujetos al fetichismo de la producción de
mercancías, perciben el modo de producción
capitalista, históricamente limitado, como una
situación eterna a la que todos han de adaptarse. Por
supuesto, como esta percepción errónea asegura la
explotación del trabajo por el capital, es fomentada por
los capitalistas como ideología de la sociedad burguesa y
el proletariado es adoctrinado con ella.

Las condiciones capitalistas de producción social
fuerzan a la clase trabajadora a aceptar su explotación
como único medio de ganarse la vida. Las necesidades
inmediatas del trabajador solo pueden satisfacerse mediante el
sometimiento a esas condiciones y a su reflejo en la
ideología dominante. Generalmente, la aceptación de
unas conlleva la de la otra, como ideología representativa
del mundo real, que solo puede ser cuestionado mediante el
suicidio. El
alejamiento de la ideología burguesa no cambiará la
posición del trabajador en la sociedad y en el mejor de
los casos es un lujo en el contexto de sus condiciones de
dependencia. Independientemente del grado en que el trabajador
pueda emanciparse ideológicamente, a efectos
prácticos debe proceder siempre como si se hallara
sometido a la ideología burguesa. Sus pensamientos y sus
acciones serán necesariamente discrepantes. Quizá
comprenda que sus necesidades individuales solo pueden asegurarse
mediante las acciones colectivas de clase, pero de todas formas
se verá forzado a atender a sus necesidades inmediatas
como individuo. El doble carácter del capitalismo como
producción social para la ganancia privada reaparece en la
ambigüedad de la posición del trabajador como
individuo y como miembro de una clase social.

Es esta situación y no alguna incapacidad
condicionada para trascender la ideología
capitalista la que hace a los trabajadores reacios a expresar
y actuar en función de sus actitudes anticapitalistas que
complementan su posición social como asalariados. Aunque
perciben perfectamente su posición de clase, incluso
cuando no le prestan atención o la niegan, también
se dan cuenta del enorme poder dispuesto contra ellos, que
amenaza destruirles si se atreven a cuestionar abiertamente las
relaciones clasistas del capitalismo. Es también por esto
por lo que, cuando intentan obtener concesiones de la
burguesía, optan por métodos reformistas, no
revolucionarios. Su falta de conciencia revolucionaria no expresa
más que las relaciones reales de poder social que
evidentemente no pueden modificarse a voluntad. Un cauto
"realismo" —es decir, un reconocimiento del campo limitado
de actividades que son factibles— determina sus
pensamientos y acciones y halla su justificación en el
poder del capital.

Cuando no va acompañado de la acción
revolucionaria de la clase obrera, el marxismo solo es una
comprensión teórica del capitalismo. No es la
teoría de una práctica social real, empeñada
y capaz de cambiar el mundo, sino que funciona como una
ideología anticipatoria de tal práctica. Sin
embargo, su interpretación de la realidad, aun siendo
correcta, no repercute de ninguna manera importante en las
condiciones existentes en un momento dado. Simplemente describe
las condiciones reales en las que se halla el proletariado,
dejando su cambio a las acciones futuras de los trabajadores
mismos. Pero las propias condiciones en las que se encuentran los
trabajadores les someten al dominio del capital y a una
oposición impotente, ideológica cuando más.
Su lucha de clase en el contexto del capitalismo ascendente
fortalece a su adversario y debilita su propia inclinación
a la oposición.

El marxismo revolucionario no es entonces una
teoría de la lucha de clases como tal, sino una
teoría de la lucha de clases en las condiciones
específicas de decadencia del capitalismo. No puede
funcionar eficazmente en las condiciones "normales" de la
producción capitalista, sino que ha de esperar su ruptura.
Solo cuando el cauto "realismo" de los trabajadores se convierte
en falta de realismo y el reformismo en utopismo —es decir,
cuando la burguesía ya no es capaz de mantenerse a
sí misma más que a costa de un empeoramiento
continuo de las condiciones de vida del proletariado—
pueden las rebeliones espontáneas transformarse en
acciones revolucionarias con poder suficiente para echar abajo el
régimen capitalista.

Hasta ahora, la historia del marxismo revolucionario ha
sido la historia de sus derrotas, que incluyen los éxitos
aparentes que culminaron en el surgimiento de los sistemas de
capitalismo de estado. Es evidente que en sus orígenes el
marxismo no solo subestimó la resistencia del capitalismo,
sino que al hacerlo sobrestimó la capacidad de la
ideología marxiana para repercutir en la conciencia del
proletariado. El proceso de cambio histórico, a pesar de
que ha sido acelerado por la dinámica del capitalismo, es
exageradamente lento, sobre todo cuando se compara con la vida de
las personas. Pero la historia de los fracasos también es
la historia de las falsas ilusiones que se pierden y de la
experiencia que se gana, si no para el individuo, sí al
menos para la clase.

No hay razón para suponer que el proletariado no
puede aprender de la experiencia. Pero, dejando estas
consideraciones aparte, las circunstancias lo obligarán a
encontrar la forma de asegurar su existencia fuera del
capitalismo, cuando ya no pueda asegurarla dentro de él.
Las características concretas de esa situación no
pueden determinarse a priori, pero una cosa sí es segura:
que la liberación de la clase trabajadora del dominio
capitalista solo puede conseguirse mediante la propia iniciativa
de los trabajadores y que tal socialismo solo podrá
realizarse eliminando la sociedad de clases mediante el fin de
las relaciones capitalistas de producción. La
realización de ese objetivo será a la vez la
verificación de la teoría marxiana y el fin del
marxismo.

 

Natis P.

AREA DE FILOSOFIA

BOGOTÁ

2005

Partes: 1, 2, 3
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