Monografias.com > Arte y Cultura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Explorando la modernidad



Monografía destacada

    1. A propósito de sus
      orígenes
    2. Desafío de las
      manifestaciones culturales modernas
    3. El arte como manifestación
      de la modernidad
    4. Modernidad ¿Posibilidad o
      utopía?
    5. El concepto de postmodernidad,
      ¿Una alternativa?
    6. Tradición de la
      tradición
    7. Bibliografía

    A propósito de sus
    orígenes

    En la historia de la humanidad
    abundan acontecimientos que de alguna manera han marcado
    tendencias, que por sus mismas características permiten
    diferenciarlas y/o compararlas entre sí. Cuando de la idea
    de modernidad se
    trata es difícil trazar límites,
    pues cualquier intento de definición es impreciso, ya que
    el concepto en
    sí es bastante complejo, por lo tanto no se debe mirar
    como una puntualización en la que su alcance
    semántico involucre conceptos como edad, época,
    era, periodo, lapso o ciclo; ni tampoco se pretende llegar a una
    concepción unitaria o universal.

    Lo que se procura en este trabajo, es
    disponer un discurso de
    tendencia antropológica que permita escrutar en un tejido
    de posibilidades una mirada elástica y comprensible del
    término modernidad en contextos histórico-sociales
    determinados.

    Son muchas la situaciones a través de la historia
    que se pueden leer como modernas, pues en ellas, el ser humano en
    su interactuar ha sido protagonista de cambios, que crean una
    dinámica seductora dando como resultado la
    unión dialéctica del presente con el
    pasado.

    Sin embargo y pese a lo anterior, la geografía e historia
    de la modernidad han estado
    delimitadas por Europa,
    concretamente Europa occidental, y por la magnitud de la
    expansión de su civilización. Es por ello que
    considero necesario abordar algunas posiciones que diversos
    autores han asumido frente a esta problemática.

    Marshal Berman (1991) considera la modernidad como un
    conjunto de experiencias vitales, en el que están
    involucrados la aventura y el poder, el
    crecimiento y la transformación; pero siempre bajo la
    amenaza de que todo se puede destruir, dado su carácter de disgregación y
    renovación. Experiencia del tiempo y el
    espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades
    y los peligros de la vida, experiencia que no propone fronteras y
    por lo tanto traspasa etnias, clases, nacionalidad,
    religión e
    ideologías.

    Pero es una unidad paradójica, la unidad de la
    desunión que nos arroja a todos en una vorágine de
    lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser
    modernos es formar parte de un universo en el
    que, como dijo Marx, "Todo lo
    sólido se desvanece en el aire"
    (Ibíd.:1).

    Jurgen Habermas (1991) por su parte, analiza el
    fenómeno de la modernidad como la situación que
    "expresa una y otra vez la conciencia de una
    época que se pone en relación con el pasado de la
    antigüedad para verse a sí misma como el resultado de
    una transición de lo viejo a lo nuevo" (Ibíd.:17).
    Este filósofo alemán intenta encontrar sus
    orígenes cuando la
    Ilustración francesa rompió con el
    romántico encanto que había sobre los tiempos
    anteriores, al intentar lograr un irrefrenable progreso (social y
    moral),
    configurándose así una nueva forma de conciencia
    moderna.

    Además considera que a partir del siglo XIX, la
    idea de modernidad rompe los hilos que la unían a un
    pasado histórico, creando una oposición entre dicho
    pasado y el presente; y que surge una alta tendencia a la novedad
    expresada principalmente en la estética, a través del estilo como
    elemento que marca la
    diferencia (Ibíd.:17-18).

    Los colombianos Fabio Giraldo y Héctor Fernando
    López (1991) asimilan el problema de la modernidad como la
    conciencia de una época que se opone al pasado de la
    antigüedad y se fundamenta en el futuro; dicho movimiento,
    como expresión de una época distinta a las
    demás, es compuesto por un proceso
    complejo de transformaciones, donde entran en juego
    elementos heterogéneos, contradictorios y desiguales que
    conforman, no obstante, una unidad; algo así como la
    articulación de las múltiples singularidades en un
    imaginario histórico que otorga el estatus de modernidad.
    (Ibíd.: 248-249).

    Cristian Fernández Cox (1991) propone la
    modernidad como un escenario en el cual se logra el "desarrollo de
    una cierta racionalidad normativa y otros desafíos
    inherentes al logro de un nuevo y mayor grado de capacidad de
    cuestionamiento crítico y de libertad",
    (Ibíd.: 99). Se refiere el autor a una modernidad que se
    puede asumir como el reto histórico de trasladarse desde
    un orden recibido hacía un orden producido. Propone que no
    existe una modernidad unívoca, es decir
    auténticamente moderna, ya que ello implicaría una
    antimodernidad, más bien habla de una modernidad
    producida, es decir una "modernidad apropiada" (Ibíd.:
    103), revisable y que rechaza todo estado de
    congelamiento.

    Según Marina Waisman (1991), La modernidad es una
    creación cultural con un carácter histórico
    que varía a lo largo del tiempo y se adapta a las
    circunstancias de cada período. Señala que en el
    siglo V se utilizó el término "moderno" para
    diferenciar el presente cristiano del pasado pagano;
    posteriormente en la Ilustración, modernidad era
    recuperación del modelo de la
    antigüedad clásica; luego aparece el concepto
    "ciencia
    moderna", como conjunto de conocimientos que proponía la
    idea de "progreso", lo cual permitía asumirlo como un
    modelo enfocado al mejoramiento social y moral.

    Más tarde, en el siglo XIX, la modernidad es
    asumida como una oposición absoluta entre lo tradicional y
    lo moderno, y el término progreso está más
    vinculado a la técnica y la producción de bienes.

    Aquí gana protagonismo todo aquello que se pueda
    considerar como "nuevo"; incluso llega a ser considerado como
    valor
    absoluto: "El valor de lo nuevo, de la juventud, se
    proclamaba en el Art Nouveau o en el Jugendstil; la
    despreocupación por cuestiones éticas marcaba el
    Futurismo, en el que se exaltaba el poder de la máquina
    misma; los modelos
    urbanos que clasificaban la vida humana, la sociedad
    leída como homogéneo conjunto absoluto de la
    racionalidad, que se materializó en la llamada
    línea dura del Movimiento Moderno". (Ibíd.:
    95).

    Néstor García Canclini (1989) por su
    parte, propone una idea de modernidad constituida por cuatro
    movimientos básicos: proyecto
    emancipador, expansivo, renovador y democratizador "Por proyecto
    emancipador entendemos la secularización de los
    campos culturales, la producción autoexpresiva y
    autorregulada de las prácticas simbólicas, su
    desenvolvimiento en mercados
    autónomos. Forman parte de este movimiento emancipador la
    racionalización de la vida social y el individualismo
    creciente, sobre todo en las grandes ciudades.

    "Denominamos proyecto expansivo a la tendencia de
    la modernidad que busca extender el
    conocimiento y la posesión de la naturaleza, la
    producción, la circulación y el consumo de los
    bienes. En el capitalismo,
    la expansión está motivada preferentemente por el
    incremento de lucro; pero en un sentido más amplio se
    manifiesta en la promoción de los descubrimientos
    científicos y el desarrollo industrial.

    "El proyecto renovador abarca dos aspectos, con
    frecuencia complementarios: por una parte, la persecución
    de un mejoramiento e innovación incesantes propios de una
    relación con la naturaleza y la sociedad liberada de toda
    prescripción sagrada sobre cómo debe ser el mundo;
    por la otra, la necesidad de reformular una y otra vez los
    signos de
    distinción que el consumo masificado desgasta.

    "Llamamos proyecto democratizador al movimiento
    de la modernidad que confía en la educación, la
    difusión del arte y los
    saberes especializados, para lograr una evolución racional y moral. Se extiende
    desde La Ilustración hasta la UNESCO, desde el positivismo
    hasta los programas
    educativos o de popularización de la ciencia y
    la cultura
    emprendidos por gobiernos liberales, socialistas y agrupaciones
    alternativas e independientes." (Ibíd.: 31-32)

    Lo rescatable de la cita anterior, es identificar que
    cada uno de estos proyectos mirados
    independientemente le da un sentido racional y comprensivo a la
    estructura de
    la modernidad, pero cuando éstos se desarrollaron y se
    cruzaron, entraron en conflicto,
    pues (según el autor) su proceso de desarrollo fue
    asimétrico.

    Desafío de las manifestaciones culturales
    modernas

    Las vanguardias extremaron la búsqueda de
    autonomía en el arte, y a veces intentaron combinarla con
    otros movimientos de la modernidad ?especialmente la
    renovación y la democratización-. Sus
    desgarramientos, sus conflictivas relaciones con movimientos
    sociales y políticos, sus fracasos colectivos y
    personales, pueden ser leídos como manifestaciones
    exasperadas de las contradicciones entre los proyectos modernos.
    (GARCÍA CANCLINI: 42)

    Considera el autor que para entender el anterior
    conflicto, es necesario conocer lo que sucede en las diferentes
    manifestaciones culturales modernas, que son las que de alguna
    manera ejemplifican los cuatro movimientos. Además es
    allí donde se puede intentar entender la encrucijada que
    resulta de lo culto, lo popular y lo masivo.

    Donde lo culto incluye buena parte de los productos que
    circulan por las industrias
    culturales y su difusión se masifica a través
    de los nuevos medios,
    quienes posibilitan que éstos lleguen a casi todo tipo de
    público y no sólo a las élites. La anterior
    situación está propiciando una interacción simbólica de lo culto
    con los gustos populares, hecho que está cambiando
    velozmente lo que ahora en la modernidad se entiende por "ser
    culto".

    Esta mezcla entre lo popular, lo local y lo masivo
    genera una situación confusa que el autor resuelve con el
    nombre de híbrido, ya que el todo resultante es producto de
    elementos de distintas naturalezas: por lo tanto, lo
    híbrido en este contexto es entendido como principio
    reactivo de integración y selección.

    El arte como manifestación de la
    modernidad

    Es así como el arte es primordial considerarlo,
    ya que a través de éste se puede intentar
    identificar los indicadores
    que marcan un desarrollo moderno. Para ampliar esta percepción, García Canclini acude a
    dos teóricos: Bourdieu y Becker quienes ubican como
    indicador de modernidad, la producción autoexpresiva y
    autorregulada.

    Para Bourdieu por ejemplo, en los siglos XVI y XVII se
    inicia un periodo distinto en la historia de la cultura al
    integrarse con relativa independencia
    los campos artísticos y científicos. En el caso
    concreto de
    los artistas, éstos logran un reconocimiento cultural,
    pues poco a poco se van separando de ese público exclusivo
    que eran la Iglesia y la
    nobleza, y sus obras logran ser apreciadas por un público
    más plural y con una mayor postura crítica.

    Según este autor, en una obra de arte moderno
    "Hay que conocer la historia del campo de producción,
    tener la competencia
    suficiente para distinguir, por sus rasgos formales, un paisaje
    renacentista de otro impresionista o hiperrealista"
    (Ibíd.: 36). Analizando estas "Realidades modernas" se
    descubren las razones por las que la modernidad implica tanto
    procesos de
    segregación como de hibridación entre los diversos
    sectores sociales y sus sistemas
    simbólicos.

    En medio de estas tensiones se constituyen relaciones
    complejas, nada esquemáticas, entre lo hegemónico y
    lo subalterno, lo incluido y lo excluido.

    Es por ello que en esta incontrolable carrera por
    innovar, el arte moderno vanguardista puede entrar en
    contradicción, y "Aunque hoy son vistas como la forma
    paradójica de la modernidad, algunas vanguardias nacieron
    como intento por dejar de ser cultos y ser modernos"
    (Ibíd.: 42). En este sentido, si bien Becker define al
    artista como "La persona que
    desempeña la actividad central sin la cual el trabajo no
    sería arte", centra su atención en examinar cómo el sentido
    de los hechos artísticos se construye en un mundo de arte
    relativamente autónomo, pero no por la singularidad de
    creadores excepcionales sino por los acuerdos generados entre
    muchos participantes. (Ibíd.: 35).

    Además, García Canclini considera
    pertinente que las ciencias
    sociales se preocupen de un análisis más profundo, en donde
    éstas sean "capaces de circular por las escaleras" que
    conforman los diferentes pisos del mundo de la cultura. Es decir:
    Es necesario empezar a mirar esta realidad, no como estructuras
    planas y por niveles superpuestos, sino intentar a través
    de miradas transdisciplinarias deconstruir esas divisiones y
    rediseñar planos que permitan una mayor y completa
    comunicación entre los distintos niveles.
    García Canclini no desconoce que ésta
    debería se una tarea de los productores del arte, pero
    piensa que éstos están muy ocupados reflexionando
    sobre cómo hacer que sus trabajos alcancen
    autonomía y dependencias del mercado y las
    industrias
    culturales.

    En otras palabras el llamado de atención que el
    autor le hace a las Ciencias
    sociales, radica en que es necesario trabajar por la
    deconstrucción de aquella explicación hojaldrada
    del mundo de la cultura sustentada en las divisiones
    convencionales, pues hasta ahora ésta se lee por separado
    según las herramientas
    de las distintas disciplinas que la estudian: La historia de arte
    y la literatura "se
    ocupan de lo culto, el folclor y la antropología, (se han) especializado en la
    cultura masiva" (Ibíd.: 15). La propuesta es derrumbar los
    muros creados entre lo tradicional y lo moderno, entre lo culto y
    lo popular, ya que estas instancias se mezclan en diversos cruces
    socioculturales.

    Propone además la necesidad de un compromiso
    fusionado entre estudiosos de distintas disciplinas para tratar
    de generar un modo diferente de asumir la modernización
    latinoamericana, "más que como una fuerza ajena y
    dominante, que operaría por sustitución de lo
    tradicional y lo propio, como los intentos de renovación
    con que diversos sectores se hacen cargo de la heterogeneidad
    multitemporal
    de cada nación"
    (Ibíd.: 15).

    Las reflexiones que se puedan hacer desde las ciencias
    sociales, deben apuntar hacía un reencuentro madurado con
    la modernidad, como dice el mismo García Canclini:
    "Pensamos que el impulso innovador y expansivo de la modernidad
    está tocando su techo, pero tal vez esto permite pensar en
    otros modos de innovación que no sea la evolución
    incesante hacia lo desconocido" (Ibíd.: 65).

    Pero volvamos al conflicto que se deriva del desarrollo
    asimétrico de los cuatro proyectos de la modernidad en
    mención, es decir a la forma cómo la
    configuración de un envolvente tejido social (fruto de la
    modernización económica, política y
    tecnológica), subordina las fuerzas renovadoras y
    experimentales de la producción
    simbólica.

    El desarrollo se torna contradictorio cuando se frustra
    la construcción de espacios en el que el saber
    y la creación puedan desplegarse con autonomía, ya
    que la modernización económica, política y
    tecnológica fue conformando un tejido social envolvente,
    que termina por someter las fuerzas renovadoras y experimentales
    de la producción simbólica.

    Dicha contradicción se evidencia en el
    desencuentro ocurrido entre la estética moderna y la
    dinámica socioeconómica del desarrollo
    artístico; "Mientras los teóricos e historiadores
    exaltan la autonomía del arte, las prácticas del
    mercado y de la
    comunicación masiva- incluido a veces los museos-
    fomentan la dependencia de los bienes artísticos de
    procesos extraestéticos" (Ibíd.: 32). Esta
    autonomía genera profesionales especializados que
    acentúan la distancia entre la cultura profesional y la
    del público, entre los campos científicos y
    artísticos y la vida cotidiana, desviándose de
    aquella intención propuesta por algunos filósofos de la ilustración, en la
    que pretendían extender los saberes especializados para
    enriquecer la vida diaria y organizar racionalmente la
    sociedad.

    Los mercados simbólicos sufren una serie de
    cambios tan considerables, que radicalizan algunos aspectos del
    proyecto moderno sometiéndolo a dos situaciones
    contradictorias: Por un lado se abre la exigencia de que dicho
    proyecto sea viable, pero por otro, surge una visión
    opositora y crítica que genera un ambiente de
    desconfianza (que más adelante retomaremos bajo el nombre
    de postmodernidad), en la que lo social y lo cultural
    sufren grandes transformaciones que se tornan contradictorias,
    gracias a las variadas lógicas de desarrollo.

    Retomando a Berman podemos ver otra visión de
    esta crisis de la
    modernidad. Éste ubica el desarrollo de la modernidad de
    occidente considerando tres fases fundamentales: La primera va
    desde principios del
    siglo XVI hasta finales del XVIII; aquí apenas sí
    se empieza a experimentar una vida moderna, las personas buscan
    un vocabulario adecuado y tienen nula o poca sensación de
    pertenecer a un mundo moderno.

    Jean Jacques Rousseau es
    considerado por Berman como la principal voz moderna de esta
    fase, ya que es fuente de algunas de las tradiciones modernas
    más vitales, desde la ensoñación
    nostálgica hasta la introspección
    psicoanalítica y la democracia
    participativa
    .

    Él asombró a sus contemporáneos al
    proclamar que la sociedad europea estaba "al borde del abismo",
    en vísperas de las revoluciones. Rousseau llamó a
    la vida cotidiana un torbellino social; también a
    través de su obra narró la forma como se da la
    transición del campo a la ciudad, mostrando esta
    última como una mezcla en la que lo bueno, lo malo, lo
    hermoso, lo feo, la verdad, la virtud, sólo tiene una
    existencia local y limitada.

    Incluso Rousseau profetizó que la modernidad de
    cien años más tarde (es decir, del siglo XIX),
    ofrecería un paisaje de máquinas
    de vapor, fábricas automáticas, vías
    férreas, zonas industriales, grandes ciudades, diarios,
    telegramas, telégrafos,
    teléfonos y otros medios de
    comunicación de masas que informan a una escala cada vez
    más amplia, de acumulaciones multinacionales de capital cada
    vez más fuertes, de movimientos sociales de masas que
    lucharían contra esta modernización desde arriba
    con sus propias formas de modernización desde abajo, de un
    mercado mundial siempre en expansión que lo abarca todo,
    que ofrece todo, menos solidez y estabilidad. (Ibíd.:
    5).

    La segunda fase indicada por Berman, comienza con la
    gran ola revolucionaria de la década de 1790, hasta
    alcanzar el siglo XX; la Revolución
    Francesa dinamiza la aparición de lo que podría
    llamarse un público moderno, el cual cree estar viviendo
    dos mundos simultáneos: uno de revolución
    e insurrecciones explosivas en todas las dimensiones de la vida
    personal,
    social y política y al mismo tiempo, el público
    moderno de siglo XIX puede recordar lo que es vivir, material y
    espiritualmente, en mundos que no son en absoluto modernos. "De
    esta dicotomía interna, de esta sensación de vivir
    simultáneamente en dos mundos, emergen y se despliegan las
    ideas de modernización y modernismo"
    (Ibíd.: 2-3). La modernidad aquí inició una
    carrera desenfrenada hacia la racionalización de la
    existencia, canalizando todas sus fuerzas hacia "La diosa
    razón"
    .

    Los ilustrados creyeron en la cercana victoria sobre la
    ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los
    capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la
    racionalización de las estructuras sociales y el
    incremento de la producción; los marxistas esperaban la
    emancipación del proletariado a través de la lucha
    de clases. En lo que todos estaban de acuerdo (a pesar de las
    grandes diferencias ideológicas) era en que, "se
    puede"
    ; pues el modernista fue un hombre
    básicamente optimista, que no aceptaba el mundo en el cual
    le tocó vivir, pero tiene esperanza de cambiarlo. Este
    pensamiento
    fue marcado por el surgimiento de grandes utopías
    sociales, políticas,
    económicas, culturales, tecnológicas, industriales,
    etc.

    Berman acude a Marx y Nietzsche como
    ejemplos más claros de voces modernas en esta fase, pues
    según él, muchos de los modernismos de nuestros
    tiempos fueron inspirados en estas fuentes. Para
    Nietzsche, la humanidad moderna se encontró en medio de
    una gran ausencia y vacío de valores pero,
    al mismo tiempo, una notable ausencia de posibilidades.
    (Ibíd.: 5 y 8).

    Considera que una solución al caos de la vida
    moderna es intentar no vivir en absoluto. "Ser mediocres es la
    única moralidad que
    tiene sentido". En esta dirección dice que hay un tipo de moderno
    que se dedica a parodiar el pasado, necesita de la historia,
    porque es el armario en que se guardan todos los trajes, pero
    ninguno le queda bien, ni el primitivo, ni el
    clásico, ni el medieval, ni el oriental
    ,
    porque el hombre
    moderno nunca puede verse verdaderamente bien vestido, ya que
    ningún rol social se acomoda perfectamente en los tiempos
    modernos (Ibíd.: 9). Marx, por su parte, plantea que "nos
    hallamos en presencia de un gran hecho característico del
    siglo XIX, que ningún partido se atreverá a negar".
    El hecho fundamental de la vida moderna, tal como Marx la
    experimenta, es que ésta es radicalmente contradictoria en
    su base. "El dominio del
    hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor; pero, al mismo
    tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de
    su propia infamia" (Ibíd.:6).

    Es una clase de
    hombres nuevos, hombres totalmente modernos, que se encuentran
    frente al desafío de resolver las contradicciones de la
    modernidad, de superar las presiones aplastantes, los terremotos,
    los hechizos sobrenaturales, los abismos personales y sociales,
    en medio de los cuales están obligados a vivir los hombres
    y mujeres modernos. (Ibíd.:7). Nietzsche y Marx,
    consideran las corrientes de la historia moderna como
    irónicas y dialécticas: así, los ideales
    cristianos de la integridad del alma y el
    deseo de verdad habían llegado a destruir el propio
    cristianismo,
    pues Nietzsche habló incluso de la muerte de
    Dios
    y el advenimiento de nihilismo como consecuencia
    traumática del desarrollo de la modernidad. Pero
    también creen en el resultado de una nueva clase de hombre
    de mañana y pasado mañana, quien, en
    oposición dialéctica a su hoy, creará nuevos
    valores necesarios para que los hombres y las mujeres modernos se
    abran camino a través de los peligros infinitos en que
    viven (Ibíd.: 8-9).

    La tercera y última fase a la que alude Berman,
    está ubicada durante el siglo XX, justo cuando el proceso
    de modernización se expande por casi todo el
    mundo.

    Aquí el pensamiento y el arte alcanzan triunfos
    sorprendentes, pero el público moderno en expansión
    se rompe en una multitud de fragmentos. La modernidad así
    fragmentada pierde gran parte de su vivacidad y ya no es capaz de
    dar un significado a la vida de las personas. Hoy vivimos una
    edad moderna
    que ha perdido contacto con sus raíces. (Ibíd.:
    2-3).

    Considera Berman que la vida moderna en esta fase se ha
    nutrido de los grandes descubrimientos de las ciencias
    físicas, la industrialización de la
    producción, las inmensas alteraciones demográficas,
    el crecimiento urbano rápido y a menudo caótico,
    los sistemas de comunicación de masas, los estados cada
    vez más poderosos que se esfuerzan constantemente por
    ampliar sus poderes, los movimientos sociales masivos de personas
    y pueblos, un mercado capitalista mundial siempre en
    expansión y drásticamente fluctuante
    (Ibíd.:1-2).

    Habermas (1991: 18) amplía esta premisa
    sustentando que en la modernidad hay rasgos comunes que se
    conservan a través de su desarrollo en el tiempo, dichos
    rasgos se involucran con nuevos componentes,
    manifestándose a manera de conciencia subversiva y rebelde
    ante la norma tradicional; es por ello que el autor alemán
    no aprueba que la modernidad sea un proyecto inalcanzable, pues
    cualquier intento seguirá involucrando elementos propios
    de la modernidad.

    Modernidad ¿posibilidad o
    utopía?

    Como hemos visto en los aportes anteriores, hay
    considerable información que es fundamental a la hora de
    comprender el proyecto de la modernidad, por lo tanto, es
    factible concluir que no es posible delimitar una fecha precisa y
    marcarla como un punto que indique: "Aquí se inicia la
    modernidad" , ya que las épocas no poseen finales tajantes
    ni determinados; los sistemas de pensamientos y valores de una
    época, comienzan con la paulatina transformación de
    lo anterior, desde antes de que algún suceso determinado
    nos permita darla por concluida; y se dan en un proceso que
    culminará tiempo después de que la nueva
    época haya comenzado. Así que podemos hablar del
    ambiente de una época que tardó varios años
    en configurarse del todo (o que se está
    configurando).

    Al buscar rasgos comunes entre las fechas referidas, es
    posible encontrar el surgimiento del espíritu
    científico y de búsqueda del conocimiento;
    ya que éstos son los que se convierten en los grandes
    componentes iniciales de la modernidad y que no sólo
    posibilitan enormes adelantos técnicos, sino que (para el
    caso de Occidente) permiten la validación de un cambio
    cultural sustentado en el método y
    la razón.

    En este orden de ideas es interesante reconocer la
    importancia de la invención de la imprenta de
    tipos móviles en 1436, el encuentro de Europa con América
    en 1492, o la Reforma de Lutero en 1520; es importante
    también el año de 1637 cuando René Descartes
    publicó su Discurso del Método; inclusive la
    Ilustración en lo cultural, así como la
    Revolución francesa en lo político, son hechos que
    sin duda son fundamentales para la formación de una
    mentalidad y una actitud
    modernas, y que de alguna manera son vistas como las etapas de la
    difusión de los valores de
    la modernidad, haciendo de lo moderno, lo científico y lo
    ilustrado, un valor "aceptado" socialmente.

    Con la Revolución
    Industrial, alrededor de 1760, se puede ser un poco
    más concreto en cuanto al plano tecnológico, ya que
    aquí se percibe una clara actitud del racionalismo
    científico, con el cual se busca dominar la naturaleza y
    así alcanzar un mayor logro de progreso y desarrollo, es
    entonces cuando se fabrican máquinas capaces de sustituir
    y mejorar el trabajo de las personas, marcando con ello otra era
    dentro del desarrollo histórico y de lucha por el dominio
    de la naturaleza.

    Pero es en el Renacimiento,
    entre los siglos XIV y XVI, cuando ya se empieza a formar un
    ambiente en el que algunos pensadores empezaban a alejarse de la
    esfera de lo teológico para ocuparse más del mundo
    que le rodeaba, así como en encontrar explicaciones sobre
    dicho mundo, basadas ya no en la religión, sino en su
    experiencia de la realidad cimentada en una observación sistemática,
    condición esencial para la aparición de la ciencia
    empírica como método riguroso de acceso al
    conocimiento; dotando al ser humano de una "certeza" en lo
    referente a su porvenir, inconcebible hasta antes de esa
    época, debido principalmente a la supeditación del
    saber a lo religioso, que no permitía ningún asomo
    de contradicción, (muchos sabemos lo que sucedió
    con Galileo o con Giordano Bruno).

    Surgieron también en este momento
    histórico propuestas como la de Martín Lutero,
    considerado como uno de los grandes reformadores del pensamiento
    cristiano quien inicia una revolución religiosa que busca
    poner en cuestionamiento los principios de la Iglesia Romana. A
    su vez, Jean Bodin publicaba su libro La
    República, con el que pretende a través de un
    proceso inductivo y deductivo estudiar la estructura de la
    república y su evolución.

    Pero esta búsqueda del conocimiento trae consigo
    el deseo de poder, puesto que ubica al hombre en una
    posición en la cual desplaza a Dios para ponerse en su
    lugar, y ello le permite un mayor imaginario de dominio sobre la
    naturaleza, imaginario que se presenta como alcanzable
    sólo a través de la ciencia, lo que se repite hasta
    nuestros días a través del irrefrenable desarrollo
    tecnológico, de manera tal que la industrialización
    y la implementación de la tecnología más
    reciente se convierten no sólo en el motor del
    desarrollo de los países, sino en el objetivo
    último de este desarrollo, (es decir, el desarrollo se da
    a través de la industria, y
    el desarrollo se da para llegar, entre otras cosas, a la
    industrialización plena, confundiendo los fines con los
    medios para alcanzarlos).

    En otras palabras, para el sujeto inscrito en el proceso
    de la modernización -entendida ésta según
    Berman, como el conjunto de aquellos procesos sociales que
    originan y mantienen los elementos señalados como fuentes
    de la vida moderna- (BERMAN: 1991.2), la naturaleza tiene sentido
    en tanto tiene una utilidad
    encaminada hacia la producción.

    El hombre moderno ya no ve un árbol, sino una
    silla de madera; no ve
    un río, sino una gran represa hidroeléctrica, no ve
    la naturaleza como tal, sino que descubre de tras de ella una
    fuente inagotable de obras humanas, un planeta en el que
    aparentemente no queda ya nada por descubrir; y es aquí
    donde se presenta un síntoma de lo que algunos llaman la
    crisis de la modernidad.

    A propósito de esta crisis, veamos lo que aporta
    Néstor García Canclini (1989), refiriéndose
    al arte moderno: "Las vanguardias extremaron la búsqueda
    de autonomía en el arte, y a veces intentaron combinarla
    con otros movimientos de la modernidad ?especialmente la
    renovación y la democratización. Sus
    desgarramientos, sus conflictivas relaciones con movimientos
    sociales y políticos, sus fracasos colectivos y
    personales, pueden ser leídos como manifestaciones
    exasperadas de las contradicciones entre los proyectos modernos".
    (Ibíd.:42)

    Tanto los tradicionalistas como los modernizadores
    intentaron construir objetos puros. Los primeros imaginaron
    culturas nacionales y populares auténticas y trataron de
    preservarlas de la dominante influencia extranjera. Los
    modernizadores por su parte concibieron un arte por el arte y un
    saber por el saber, abierto, sin fronteras y buscaron con estas
    ideas lo que ellos llamaron el progreso.

    La tarea de las ciencias sociales sobre este campo, no
    constituye más que una invitación para llegar a un
    reencuentro ya madurado con la modernidad, es por ello que el
    autor plantea dos interrogantes: a) "¿es posible seguir
    afirmando como lo hace Habermas, que la modernidad es un proyecto
    inconcluso pero realizable?; o debemos admitir ?con los artistas
    y teóricos desencantados- que la experimentación
    autónoma y la inserción democratizadora en el
    tejido social son tareas inconcebibles" (Ibíd.:
    49)

    Si bien la intención de este escrito, no es dar
    respuesta a estos interrogantes, sí pretende mostrar que
    la modernidad ha sido un horizonte relativamente abierto, en el
    que podemos encontrar incrustaciones culturales que la modifican
    sustancialmente.

    Como ya se mencionó, el más criticado
    aspecto de la cultura moderna es el haberse asumido como un
    proyecto de la Europa occidental, por ello no es casual que gran
    parte de las tensiones de la modernidad, así como del
    actual momento crítico que vive, se deban principalmente a
    la crisis que experimenta Occidente como centro ordenador del
    mundo; la historia moderna se ve así como un proceso en
    decadencia. Dice Gianni Vattimo que "El Occidente vive una
    situación explosiva, una pluralización irresistible
    no sólo en comparación con otros universos
    culturales (el Tercer Mundo, por ejemplo) sino también en
    su fuero interno. Tal situación hace imposible concebir el
    mundo de la historia según puntos de vista unitarios".
    (VATTIMO: 1991. 192)

    Ampliando lo expresado por Vattimo y en un intento por
    recoger lo enunciado por los autores anteriormente citados,
    quedan de manifiesto las profundas contradicciones surgidas con
    la modernidad, las cuales producen tensiones y trastornos en la
    sensibilidad humana, especialmente por el desarrollo del
    capitalismo y las formas de la tecnología; es decir, hemos
    alcanzado una especie de estado de licuefacción absoluta,
    una aparente imposibilidad drástica de predecir y
    controlar el mundo que se manifiesta como inestable, móvil
    por el cambio constante, liviano y con un pronunciado estado de
    levedad.

    Hoy se persiguen objetos efímeros y
    reemplazables, fábricas móviles, velocidad de
    circulación, descarte y reemplazo de bienes. Nada que dure
    es deseable. La cultura nómada ha tomado venganza del
    sedentarismo originario del estado-nación
    moderno, y ha establecido un arte de la huida. Una sociedad que
    considera a sus miembros como consumidores y no como productores,
    y un vértice de la pirámide social en el que
    circulan agentes que conocen las leyes del
    laberinto, se definen por su liviandad y obligan a una base cada
    vez más amplia a que acepten las reglas de la precariedad,
    al mismo tiempo que impide la interactuación
    comunitaria.

    Pero también, interpretando a Marina Waisman,
    esta crisis debe ser aprovechada para replantear un nuevo
    concepto que de cuenta de la modernidad y reconocernos como un
    mundo que cree en una historia que es posible volver a escribir.
    "No existe una modernidad para los pueblos desarrollados y otra
    para nosotros; es hora de asimilar una nueva modernidad, sin
    adjetivos, de señalar nuevas metas y adoptar valores, pues
    el progreso debe entenderse como progreso del ser humano,
    progreso de la calidad de
    vida, de la dignidad
    humana, de la realización de las potencialidades humanas".
    (1991: 96-98)

    Es por ello que es posible
    concluir, al igual que Jorge Larraín, que en el concepto
    de Modernidad va implícito un modo de vida, que combina la
    democracia con el industrialismo, la educación
    generalizada con la cultura de masas, los mercados con las
    grandes organizaciones
    burocráticas (Ibíd.: 1996. 8); Lo cual trae como
    consecuencia, un acelerado movimiento en las modificaciones que
    realizan las distintas sociedades,
    para lograr su desarrollo, lo anterior, se relaciona con el
    espacio y con el tiempo, éstas (sociedades) además,
    se han adecuado al proceso de interconexión entre las
    distintas esferas del universo, por lo que los cambios se tornan
    globales.

    Ante tan amplio panorama de apologías
    contradictorias, surgen interpretaciones, que se presentan como
    un intento por desenmarañar los alcances y limitaciones
    del proyecto moderno; tal es el caso de la propuesta postmoderna,
    la cual se desarrolla en el siguiente capítulo.

    EL CONCEPTO DE POSTMODERNIDAD, ¿UNA
    ALTERNATIVA?

    La crisis anteriormente planteada, las contradicciones
    de la modernidad y las frustraciones generadas por las
    expectativas defraudadas han sido las que propiciaron que algunos
    científicos, pensadores y artistas asumieran cierta
    distancia frente al proyecto de la modernidad y sus implicaciones
    teóricas y prácticas, pues en su lectura de la
    realidad, la sugieren como un proyecto problemático, en el
    que sus modelos explicativos ya no ofrecen respuestas
    satisfactorias.

    Algunos consideran que la modernidad Occidental
    jamás ha sido un horizonte abierto y que su proceso de
    surgimiento y desarrollo (entendidos como fuerza histórica
    que pretende negar o transformar lo premoderno
    ?tradición), la han llevado a convertirse en la principal
    fuerza homogenizante de los destinos humanos y que allí
    radica su crisis.

    Por lo tanto, lo que se pretende entender como
    postmodernidad, no es más que una prolongación de
    la modernidad misma; aunque hablar de postmodernidad es un asunto
    complicado, ya que tiene la desventaja de ser un tema de moda, rodeado de
    cierto aire de misterio o de cosa prohibida, y que atrae la
    atención de un público especializado. Tiene la
    característica también de ser un término muy
    amplio, en el que cabe casi todo y el que de algún modo se
    puede leer en un sentido negativo como parásito de
    "modernidad".

    Algunos autores como Habermas (1991), se niegan a
    aceptar que la modernidad haya pasado, e insisten en que
    cualquier movimiento de cambio terminará siendo absorbido
    por los valores que dejaron bien plantados los ilustres
    filósofos europeos del siglo XVIII. Otros en cambio, como
    Jena Franois Lyotard (1991), sostienen que el proyecto de la
    modernidad está agotado, y que algo nuevo, no sabemos
    exactamente qué, está surgiendo de los cambios, los
    cuales están provocando el contraste entre la vitalidad
    humana, los desarrollos técnicos y la
    globalización.

    Consideran que la propuesta posmoderna está
    basada en el desencanto, puesto que surge a partir del momento en
    que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no
    era válido el proyecto moderno; dicho desencanto lo
    plantea Fernández Cox (1991), como un desencanto de la
    modernidad -en el sentido weberiano de considerar la modernidad
    como desencanto del mundo- a la que hemos asistido, en sus dos
    movimientos de pérdida de ilusión y de
    resignificación constante, a la manera de la crisis vista
    como duda y oportunidad, como desengaño y
    reformulación; una postmodernidad que desencanta
    construcciones de la modernidad tales como la hegemonía
    del racionalismo analítico cartesiano, la
    absolutización de la similitud mecánica propuesta por Newton, la
    totalización bajo la causalidad lineal unidireccional, los
    discursos
    reductivistas y totalísticos y el menosprecio positivista
    por lo inconmensurable. (Ibíd.:103).

    Este tipo de "posmodernos" tienen experiencia de un
    mundo duro que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder
    mejorarlo; están convencidos de que no existen
    posibilidades de cambiar la sociedad, han decidido disfrutar al
    menos del presente con una actitud despreocupada. Para ellos la
    postmodernidad es el tiempo del yo y del intimismo.

    Tras la pérdida de confianza de los proyectos de
    transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar
    todas las fuerzas en la realización personal. Hoy es
    posible vivir sin ideales, lo importante es conseguir un trabajo
    adecuado, conservarse joven, conservar la salud, ser en el mundo de
    manera ahistórica y apolítica, etc. Los grandes
    principios éticos y morales propuestos en los
    "orígenes" de la modernidad, no se mantienen con
    carácter universal, se entra en una ética de
    la situación, "todo depende".

    Es así como la crisis a la que ha llegado el
    llamado proyecto moderno, es la que finalmente da pie para que
    surjan propuestas que pretenden reevaluarla, buscando con ello
    legitimarla como un proyecto revisable y por su puesto viable; o
    simplemente para demostrar que la historia de la modernidad ha
    llegado a su fin y así romper el monopolio de
    la comprensión y el ejercicio de la racionalidad moderna,
    erigida como crisol de la civilización occidental. "Ante
    todo, hablamos de posmoderno porque consideramos que, en
    algún aspecto suyo, esencial, la modernidad ha concluido".
    (VATTIMO: 1991. 188)

    La historia nos brinda la posibilidad de verificar el
    paso del teocentrismo al antropocentrismo, y en este proceso se
    exaltó al sujeto para después exaltar sus obras
    hasta el punto en el que éstas ya no se explican por
    él, sino que él se explica por ellas; pero
    más aún, preso de la tecnología, de los
    instrumentos y de los medios de
    comunicación, el sujeto ha perdido parte su intimidad
    e interioridad.

    Es por ello que es necesario llegar a una postura (que
    algunos la llaman posmoderna) en la que ya no exista la
    preocupación por elaborar concepciones globales sobre
    qué es el hombre o el mundo, tales como las ofrecieron en
    su tiempo Kant, Hegel o
    Descartes; sino a una postura que busque transformar esa
    técnica moderna, mediante la cual el hombre
    adquirió algún dominio sobre la naturaleza y la
    usó a favor del capitalismo, en la que surgió la
    aparición de la informática, de la
    televisión y otros tantos productos
    tecnológicos, situación en donde el objeto creado
    se volvió sobre el sujeto creador y lo influye por dentro,
    lo modifica y lo cambia, dinamizando su vida de un modo
    particular.

    Estos adelantos tecnológicos cambiaron las
    conductas, los modos de pensar, sin que en un cierto instante se
    pueda saber cuánto pertenece al hombre y cuánto a
    las técnicas.
    Urgimos pues de una postura desde las ciencias sociales que
    permita reevaluar la crisis de la idea que ha dinamizado nuestro
    devenir más reciente, y que fortalezca los derechos humanos,
    la iniciativa, la participación, la solidaridad y,
    sobre todo, la dignidad de la persona humana.

    Un aceptable inicio para hacerlo es planteado por
    García Canclini (1989), quien considera necesario
    implementar "ciencias sociales nómadas", que eliminen los
    niveles verticales en que se ha querido ver la realidad social y
    los rediseñe horizontalmente.

    Considera el autor que han sido pocas las investigaciones
    realizadas sobre la cultura, en las que se consideren los
    procesos llamados postmodernos, y que ello ha permitido
    vacíos a la hora de comprender el llamado pensamiento
    premoderno, hasta tal punto, que este último no es
    considerado importante a la hora de construir procesos sociales,
    limitando así la posibilidad de una construcción
    crítica.

    Sugiere además que el trabajo conjunto de las
    diferentes disciplinas debe generar otro modo de concebir la
    modernidad, como un intento de renovación a partir de los
    diversos sectores que se hacen cargo de la heterogeneidad
    multitemporal de cada nación. En otras palabras, es
    necesario asumir una mirada transdisciplinaria sobre los llamados
    circuitos híbridos, los cuales desbordan la
    investigación específica de cada
    disciplina por
    separado. "Encontramos en el estudio de la heterogeneidad una de
    las vías para explicar los poderes oblicuos que entreveran
    instituciones
    liberales y hábitos autoritarios, movimientos sociales
    democráticos con regímenes paternalistas y las
    transacciones de unos con otros". (Ibíd.:15), esta
    afirmación surge como una manera de abordar una modernidad
    transformada en un proyecto polémico y desconfiable, en la
    que apenas sí se identifica una mezcla de memoria
    heterogénea e innovaciones truncas.

    A su vez Lyotard (1991), filósofo que se ha
    ocupado de pensar la postmodernidad, sostiene que ella resulta
    del desarrollo de la modernidad. Dice que "la postmodernidad es
    cosa moderna", en donde el postmodernismo es un estado naciente y
    constante de un modernismo en el que "Bajo la demanda
    general de relajamiento y apaciguamiento, nos proponemos
    mascullar el deseo de recomenzar el terror, cumplir la
    fantasía de apresar la realidad.

    La respuesta es: guerra al
    todo, demos testimonio de lo impresentable, activemos los
    diferendos, salvemos el honor del hombre" (Ibíd.: 43). En
    otras palabras la llamada cultura posmoderna está en la
    capacidad de contribuir a un modernismo en el que se pueda
    (paradójicamente) allanar el camino para su regreso
    triunfal, es decir al espíritu de la
    modernidad.

    También describe Lyotard la condición
    posmoderna como la instancia en la que el hombre se ve cada vez
    más lejos de poder incidir con sus acciones en el
    curso de la historia y en la que lo que cada hombre puede hacer
    es demasiado poco. "La modernidad, cualquiera sea la época
    de su origen, no se da jamás sin la ruptura de creencia y
    sin el descubrimiento de lo poco de realidad que tiene la
    realidad, descubrimiento asociado a la invención de otras
    realidades". (Ibíd.: 38).

    Piensa Lyotard que los seres humanos somos arrastrados
    hacia un desarrollo inhumano, que ya no nos atrevemos a llamar
    progreso, mientras somos testigos de la desaparición de
    una alternativa humana, política y filosófica. Es
    por ello que el autor francés considera que tenemos un
    compromiso moral de dar testimonio de lo impresentable para
    así salvar el honor del hombre.

    Jurgen Habermas (1991), por el contrario sugiere, que la
    postmodernidad se ha presentado claramente como una
    antimodernidad: su teoría
    sugiere que el proyecto de la modernidad todavía no ha
    sido realizado, que la modernidad espera su conclusión, a
    pesar de que el capitalismo esté potenciando las
    críticas hacia la modernidad cultural.

    Para Habermas, todas las tendencias de cultura
    "alternativas" son en realidad formas encubiertas de
    antimodernidad (Ibíd.:17), puesto que su tendencia se
    inclina hacia un ataque desmedido a la propuesta moderna, sin que
    en ella vaya implícita propuesta alguna que soporte la
    postmodernidad como un proyecto sólido y
    viable.

    Por su parte Marina Waisman (1991), manifiesta estar de
    acuerdo con Habermas al considerar que no es acertado hablar de
    Postmodernidad, pero lo objeta diciendo que no es posible
    alcanzar plenamente la modernidad. Considera Waisman que lo que
    algunos autores nombran como postmodernidad, no es más que
    una situación que se puede presentar de dos modos
    diferentes: o bien es una postura antimoderna, que permanece
    ligada a la Modernidad en una relación negativa, o bien
    considera acabada la Modernidad, y con ella la historia misma
    (Ibíd.: 93-95).

    Aunque es atrevido hablar del fin de la historia, lo que
    Waisman propone de alguna manera es que la búsqueda de
    modelos culturales en la historia se abandonó, y se
    estableció una oposición total entre
    tradición y presente. Esta idea de modernidad es la que se
    ha extendido a lo largo del último siglo, y tiene
    caracteres que la distinguen claramente de las anteriores, ante
    todo la ideología del progreso estaba ahora
    centrada en el avance de la ciencia (aplicada) y ya no el
    conocimiento en sí, relacionada así con la
    técnica y la producción de bienes y sin
    conexión con el progreso moral.

    La ideología de la modernidad, a su vez, ha dado
    lugar al surgimiento de un sistema
    autónomo, la modernización, entendida (según
    la autora) como el proceso técnico-económico-social
    que, producido a partir de las premisas de la modernidad, se ha
    separado de esas bases conceptuales, ya desacreditadas,
    adquiriendo una especie de ?rutina? (el progreso como rutina) que
    le hace continuar con sus propias leyes en un proceso/progreso
    indefinido.

    Para el caso concreto de América
    Latina, sugiere Waisman que estamos viviendo en tres tiempos
    históricos de modo simultáneo: Premoderno, moderno
    y posmoderno. Premoderno, ya que nuestra sociedad es
    insuficientemente tecnificada y los Estados son administrativa y
    políticamente ineficientes; moderno, "porque mantenemos
    viva ciertas ideologías típicamente modernas, como
    el progreso material, con el consiguiente culto a la alta
    tecnología y la adopción
    de modelos y procesos de diseños modernistas"; y
    posmoderno, "ya que aceptamos el pluralismo, hacemos la
    crítica de la modernidad, adherimos al creciente rechazo
    de los modelos, y estamos tomando conciencia de la propia
    identidad
    ?esto entre los aspectos positivos-, así como caemos en la
    frivolidad y el reduccionismo derivados de los efectos de la
    comunicación de masas" (Ibíd.:89-90).

    Plantea Waisman, que la postmodernidad en su
    crítica a la modernidad, propone el derrumbe de los
    modelos hegemónicos y el reconocimiento de las diferencias
    (como un modo de reconocerse a sí mismo): "Retomamos una y
    otra vez a la tensión entre lo universal y lo particular,
    entre el proceso de homogeneización que domina nuestra
    época y la urgencia por consolidar una identidad. Los
    procesos de transculturación, de asimilación, de
    contaminación cultural, se han sucedido a
    lo largo de toda la historia humana, aunque quizá nunca se
    han producido en la escala, con la fuerza de penetración y
    con el trasfondo de relaciones ideológicas y de poder que
    caracterizan la situación actual." (Ibíd.:
    92-93)

    Por su parte Fernández Cox (1991), considera la
    situación posmoderna como un desencanto de la modernidad,
    y propone apoyado en Norbert Lechner, que hay dos caras en el
    desencanto: la pérdida de una ilusión y una
    resignificación de la realidad. El desencanto con del
    mundo moderno brinda la posibilidad de una reformulación,
    que algunos llaman postmodernidad, es decir un replanteamiento de
    aquella crisis que provocó la desilusión: en
    palabras de Fernández Cox, "el reencanto de la modernidad
    como categoría histórica.

    Se trataría de una especie de desencanto con el
    desencanto". (Ibíd.: 104); fórmula paradojal que
    nos recuerda que el desencanto es más que una
    pérdida de ilusiones; es también la
    reinterpretación del mundo y de los anhelos. De ser
    así, ese desencanto proyectado en la postmodernidad no
    sería el triste final de un proyecto demasiado hermoso
    para hacerse realidad, sino, por el contrario, un punto de
    partida, a partir de los obstáculos históricos de
    dicho proyecto.

    Para Fernandez Cox, hablar de un desencanto de la
    modernidad al referirse a la situación posmoderna, no es
    otra cosa que la posibilidad de atrevernos a proponer una postura
    en la que, en vez de caer en la tentación de denunciar la
    decadencia de la modernidad, por el contrario nos posibilite
    proponer una nueva situación cultural como inicio de
    reestructuración social, dándole continuidad
    así al espíritu moderno que opacó la
    modernización que fijó sus horizontes en una
    racionalidad tecnológica y tecnocrática.

    Sin embargo, para este autor, al igual que para Habermas
    y Waisman, el término posmoderno es confuso, por lo tanto
    sugiere hablar de "modernidad precrisis (racionalista,
    voluntarista, torpemente depredada, ignorante de lo
    simbólico y lo inconmensurable)" y "modernidad postcrisis"
    caracterizada por la construcción de un nuevo orden
    producido frente a un orden recibido. (Ibíd. 105). "La
    modernidad postcrisis es un avance científico y
    poético respecto de la modernidad precrisis (que se
    resignifica a partir de la pérdida de la ilusión y
    la crisis que ello genera); y no un mero retroceso de la
    modernidad que nos deja paralizados y anómicos en el puro
    desencanto, según implicita la formulación del
    fenómeno como postmodernidad".
    (Ibíd.:106)

    Con lo que se ha dicho sobre la postmodernidad, es
    posible plantear que si bien los autores consultados no acuerdan
    en denominar a nuestra situación actual con el
    rótulo de posmoderna, sí identifican
    características que definen a nuestra cultura
    contemporánea, ubicándola en un momento
    histórico en el cual la modernidad occidental europea, ha
    derivado en una sociedad de consumo, de informática, de
    medios masivos de comunicación y de tecnología
    sofisticada, en la cual asistimos a una fase en la historia del
    individualismo occidental, que constituye una verdadera
    revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel
    teórico y a nivel cotidiano.

    Una revolución que se caracteriza por el
    contraste entre un consumo masificado tanto de objetos como de
    imágenes, por una cultura hedonista que
    apunta a un confort generalizado y personalizado por la presencia
    de valores permisivos y light, frente a una ausencia de
    respuestas personales y sociales, traducida de una manera muy
    acertada como "desencanto".

    Pero también hay que ser cautos con el tema de lo
    posmoderno, ya que es difícil contextualizarlo en
    países donde la pobreza, la
    exclusión y el analfabetismo
    son de alguna manera endémicos. Lo posmoderno, para un
    lector desprevenido, puede aparecer como un lujo exótico;
    más cuando la dependencia estructural de nuestros
    países está fuertemente agudizada por el problema
    de la deuda externa
    (entre otros).

    Al hablar de la condición posmoderna, en el caso
    que nos ocupa, hay que analizar atentamente el traslado de esos
    conceptos a la situación de América Latina.
    Aquí, ni en ninguna parte, lo posmoderno nunca
    podría darse en "estado puro", no puede incorporarse sin
    modificaciones, porque las situaciones que lo han generado no son
    las mismas que experimentan los países
    industrializados.

    Aunque en estos últimos años, los
    índices de consumo de todo tipo de artículos han
    aumentado, hay que reconocer que aún no estamos en el
    paraíso del consumo, no hemos llegado a hartarnos de los
    excesos de la productividad y
    el industrialismo; no se nos ha perdido la naturaleza, ni la
    automatización ha encerrado todas nuestras
    rutinas (afortunadamente). Lejos estamos aún de que
    así sea en su desarrollo para toda la población. Sin embargo, habitamos grandes
    ciudades donde la
    contaminación y la impersonalidad son omnipresentes y
    ello ya nos asemeja a las grandes sociedades industrializadas
    (modernizadas).

    Parece que desde el punto de vista tecnológico
    estamos afectados de hecho por algunos de los fenómenos
    que han dado lugar a la irrupción de lo posmoderno en
    muchos de nuestros países, así mismo estamos
    afectados por las múltiples reelaboraciones que nuestros
    pueblos están haciendo de la imposición moderna. Lo
    que no implica decir que se esté afectado "igualmente", ya
    que la situación socioeconómica estructural en que
    el fenómeno se sitúa es diferente. Lo que ofrece es
    una lectura diferencial del mismo fenómeno. Por supuesto
    que los sectores sociales tocados más directamente son,
    sobre todo, urbanos; en el caso de las poblaciones rurales, la
    situación también se presenta pero de una forma
    proporcional. Sin embargo, hay algo de común con aquellos
    otros lugares: La desesperanza frente al modelo
    moderno.

    Finalmente, el desencanto actual que se plantea en
    párrafos anteriores, se refiere a la
    modernización tecnocrática, la cual no viene
    sola, sino acompañada y apoyada por una modernidad
    ideológica que trata de justificarla. Se podría
    decir que el desencanto emergente es más resultado del
    proceso de modernización, que de la modernidad misma. La
    liberación del hombre a través de la razón y
    la técnica, ha terminado convirtiéndose en su
    opuesto. Lo que se pone en cuestión es la
    pretensión de hacer de la racionalidad formal el principio
    de totalidad.

    La propuesta posmoderna se caracteriza generalmente por
    tres aspectos: en primer lugar, una crítica a la
    evolución de la razón occidental; en segundo plano,
    el cuestionamiento de los relatos omnicomprensivos y totalizantes
    como vía para llegar a la verdad y, por consiguiente, el
    rechazo al empleo de
    sistemas teóricos generales para explicar la (supuesta)
    realidad, y por último como resultado de las dos
    anteriores, la pretensión, en términos de la vida
    cotidiana, de instaurar una condición humana sin
    utopías.

    En la cultura latina se alcanza a identificar
    situaciones culturales de resistencia, que
    pueden ser leídas bajo el manto de los tres aspectos
    anteriores: a pesar de la intensidad con que están
    llegando ciertas modas, son muchas las mujeres de nuestros
    países, en especial Bolivia,
    Perú y Ecuador, que
    siguen usando algunas prendas de vestir tradicionales, se
    conservan algunos mitos que no
    pierden fuerza cuando son cuestionados por la "razón
    occidental" y muchos de sus rituales siguen vigentes a pesar de
    que otros modelos explicativos sugeridos por la televisión, los señalan como si
    fueran de un pasado remoto.

    Pero la presencia de dicha resistencia, no minimiza la
    compleja realidad que viven nuestra América, a veces es
    confuso diferenciar (no es que sea necesario hacerlo)
    cuándo ciertas prácticas culturales están
    inscritas en la situación moderna, postmoderna o
    tradicional. Posiblemente el capítulo siguiente nos
    acerque un poco a una mejor interpretación de tan pretenciosa
    pregunta.

    TRADICIÓN

    Como quedó dicho atrás, algunos pensadores
    latinoamericanos han decidido entrar a hacer parte del debate sobre
    la modernidad, el cual inicialmente se ha sugerido desde los
    discursos europeos; es necesario que dicho intento no se quede en
    una mera reproducción imitativa, sino que trascienda
    a una relectura y por cierto una re-creación de dichos
    discursos, a partir de la tradición, es decir el universo
    significativo de nuestra América. Sin embargo, en algunos
    debates y ensayos que
    trabajan la problemática de la Modernidad, el polo
    antagónico de este discurso, la tradición
    permanece oculta; no expresada, desdibujada, como un supuesto que
    no requiere de teorización. La tradición es
    leída en esta perspectiva como la negatividad de la
    modernidad.

    Leer algunos países latinoamericanos bajo esta
    concepción "negativa" del concepto, es identificarlos como
    el polo opuesto de la modernidad, es concebir la tradición
    como inmovilismo, ignorancia, prejuicio,
    superstición, reproducción de los sistemas de
    valores, de las lenguas, mentalidades y actitudes de
    pasados remotos, como ese universo que estaría regulado
    por reglas y prácticas inalterables que no han estado
    regidas por la razón, sino por los sentimientos, los
    prejuicios, lo irracional y la magia. La tradición
    sería como la pre-historia de los pueblos y
    sociedades.

    La modernidad sería el signo del comienzo de la
    historia, entendida ésta (como ya se dijo) como un proceso
    orientado por la razón instrumental. Una historia, cuyas
    supuestas "leyes", regularidades y claves podían ser
    develadas por la ciencia. Una historia secular y no una historia
    sagrada. En la tradicionalidad, las creencias religiosas o
    actitudes mágicas le habrían impedido a
    lSuramérica comprender su propia praxis, darle
    un sentido a sus vidas. En definitiva, la tradición o el
    estadio de la tradición sería para estos
    pobladores, la "oscuridad", la ausencia de la "luz" del
    conocimiento impuesta por las clases dominantes para rutinizar su
    dominación.

    Tradición de la
    tradición

    Como quedó dicho, muchos autores coinciden en
    ubicar el fortalecimiento de las bases de Europa Occidental entre
    los siglos XIV y XVI, justo cuando algunos hombres decidieron
    arriesgarse a cuestionar los dogmas eclesiásticos como
    mecanismos reguladores de la vida en sociedad -aunque de alguna
    manera, éstos fueron reemplazados por nuevos
    dogmas-.

    Entonces es allí donde trataremos de entender el
    fenómeno de la tradición; pues parece estar claro
    que hay suficientes discusiones sobre la modernidad y qué
    significa ser moderno, pero muy pocas sobre la tradición.
    Cuando estaba consultando bibliografía para este
    artículo, me encontré con muchos y variados textos
    académicos que hacían referencia a la
    modernidad, pero muy pocos libros que
    hablaban específicamente sobre la tradición,
    abordada como concepto.

    Al parecer esta particular situación no es solo
    mía, pues curiosamente también la encontré
    manifiesta en Anthony Giddens (1999), quien considera que los
    orígenes de dichas carencias se encuentran en la
    Ilustración del siglo XVIII, en Europa, ya que ésta
    fue la que decidió ignorar a la tradición y
    trató por todos los medios de desaparecerla, miremos lo
    que piensa Holbach citado por Gidden

    "Los maestros han fijado durante suficiente tiempo los
    ojos de los hombres en el cielo; dejémosles ahora
    volverlos a la tierra.
    Cansados de una teología incomprensible, fábulas
    ridículas, misterios impenetrables, ceremonias pueriles,
    dejen a la mente humana aplicarse al estudio de la naturaleza,
    de objetos inteligibles, verdades perceptibles y conocimiento
    útil. Dejen que las quimeras vanas de los hombres
    desaparezcan, y las opiniones razonables entrarán pronto
    en sus cabezas, que parecían destinadas para siempre al
    error". (Ibíd. 51).

    La Ilustración presentó un marco de ideas
    originales en torno al hombre,
    la sociedad y la naturaleza que desafiaron las concepciones de su
    época arraigadas en una visión "tradicional" del
    mundo, dominada por el cristianismo y que fortalecieron una
    situación hoy conocida por muchos como moderna. Por lo
    tanto es necesario buscar en la historia los orígenes del
    concepto tradición, para así contextualizar dicha
    situación dentro de nuestra realidad.

    Las raíces lingüísticas de la palabra
    tradición son antiguas. "La palabra inglesa tiene
    sus orígenes en el término latino tradere,
    que significa transmitir o dar algo a alguien para que lo guarde.
    Tradere se usaba originalmente en el contexto del Derecho
    Romano, donde se refería a las leyes de la herencia"
    (Ibíd. 52). La propiedad que
    pasaba de una generación a otra se daba en administración y el heredero tenía
    la obligación de protegerla y conservarla.

    Algo similar es perfectamente identificable en nuestras
    culturas, donde la tradición cultural, con sus
    correspondientes adaptaciones, es transmitida de
    generación en generación, hasta tal punto, que hoy
    es rastreada y corroborada su permanencia en el
    tiempo.

    Por lo tanto, la idea de tradición que hoy
    usamos, puede ser asumida en sí misma como una
    creación más de la modernidad; algunos autores
    prefieren utilizar el término premoderno al referirse a
    las sociedades no occidentalizadas (si es que ello es posible).
    Este artículo pretende, al hacer referencia a esta idea,
    usar el concepto de tradición, aunque con algo de
    prudencia, pero eso sí, busca otorgarle a la
    tradición un status de relevancia no sólo como un
    discurso, sino, como códigos, valores, símbolos y signos que forman parte de la
    actividad, de las praxis de nuestra cultura.

    Al parecer, algunos pensadores de la llamada
    Ilustración alcanzaron cierto grado de obsesión por
    lograr lo "nuevo", situación que explicaría su
    aparente ignorancia por esto que aquí denominamos
    tradición. Ello no significa que este apartado pretenda
    hacer una loa al tradicionalismo, es decir, una
    apología de la tradición por la tradición
    misma, como si toda creación posterior llevase la sombra
    de lo negativo e infame.

    Es pertinente y oportuno que las ciencias sociales
    exploren los caminos de la tradición, puesto que
    ésta merece un mejor tratamiento en nuestro quehacer
    intelectual; es necesario abordar elementos como la
    religión, la moral, la
    literatura y el arte, ya que éstos pueden ser fuente de
    sentido y consuelo en la medida en que permiten identificar "una
    estética fundamentada en lo bello y algunos valores no
    cuantificables materialmente" . MANSILLA: 2001. 61)

    El mundo contemporáneo, basado en los logros de
    la ciencia y la técnica, no resulta tan positivo y
    promisorio como lo creen sus apologistas, al parecer, para
    algunos autores es necesario plantear una apología sobre
    la modernidad y en su afán por lograrlo optan por
    descalificar la situación tradicional,
    señalándola de retrógrada y perniciosa,
    asumiendo como argumento el hecho de considerarla perteneciente a
    un mundo pre-industrial; sin embargo, parece que estos pensadores
    no han considerado que la modernidad "occidental" trae consigo
    una profunda desilusión que atraviesa diversos campos de
    la actividad humana. "No hay que subestimar la tradición,
    sino hay que confrontarla con las formas más avanzadas de
    conciencia crítica y tratar de vislumbrar lo aceptable que
    pudiera haber en ella" (Ibíd.: 63). La modernidad ha
    engendrado formas contemporáneas y menos visibles de
    prejuicios, discriminación y dogmatismo que, debido a
    su manto técnico, no pueden ser contrastadas
    fácilmente.

    La situación tradicional no se opone a cambios o
    transformaciones, por lo tanto no hay tradiciones puras. Algunos
    países nuestros, no son impermeables a propuestas
    modernas, si bien allí las tradiciones se desarrollan en
    el tiempo, éstas pueden ser ?repentinamente- alteradas o
    transformadas, se podría asumir que de alguna manera son
    inventadas y reinventadas.

    Algunas tradiciones, como las asociadas a las grandes
    religiones, han
    durado cientos de años, pero cualquier continuidad que
    haya en tales doctrinas, sin embargo, coexiste con muchos
    cambios, incluso revolucionarios. Esta afirmación se puede
    reforzar evocando el ritual que los habitantes de pequeño
    poblado de Ecuador, llamado Molleturo, llaman el cinco, el
    cual consiste en que cuando un miembro de la comunidad muere
    -suceso que es bastante escaso-, el cadáver es velado por
    tres, cuatro e incluso hasta cinco días -pues las bajas
    temperaturas permiten conservarlo este tiempo, antes de que se
    empiece a descomponer-, en la casa donde vivía; el cuerpo
    es exhibido en un ataúd construido por algún
    miembro de la comunidad, y lo acompañan con rezos, licor y
    suficiente comida para todos los acompañantes.

    Luego acuden con él a los oficios religiosos y
    posteriormente, en romería, cargando el difunto a hombro o
    caballo, de acuerdo a la distancia y con la presencia del
    sacerdote, al pequeño cementerio. A partir de la fecha en
    que el cuerpo es enterrado, cuentan cinco días, tiempo
    durante el cual dicen no tener ningún tipo de contacto con
    los objetos que pertenecieron al finado, y cumplido este
    período, dichos objetos son recogidos y llevados al
    río, lugar en el que son lavados y luego repartidos entre
    los familiares y amigos más allegados.

    El anterior ejemplo, también permite corroborar
    cómo las tradiciones se han alimentado de innumerables y
    variables
    fuentes culturales, en otras palabras, de otras tradiciones;
    además "Las tradiciones siempre llevan incorporadas poder,
    estén o no construidas de manera deliberada. Reyes,
    emperadores, sacerdotes y otros las han inventado desde hace
    mucho tiempo en su beneficio y para legitimar su dominio"
    (GIDDENS: 53). En este sentido la tradición es contextual
    ya que es garantizada por una combinación entre la verdad
    ritual y las influencias externas del cristianismo. Si se separa
    de éstas, la tradición se tiende a confundir con la
    costumbre o el hábito. El sacerdote o chamán pueden
    pretender no ser más que portavoces de los dioses, pero
    sus acciones, de facto, definen qué son realmente
    las tradiciones.

    A pesar de la desenfrenada búsqueda de lo nuevo,
    las tradiciones siguieron siendo fuertes durante mucho tiempo en
    la mayor parte de Europa. "Muchas tradiciones fueron reinventadas
    y se instituyeron otras nuevas. Hubo un intento aparentemente
    coordinado de algunos sectores de la sociedad para proteger o
    adaptar las viejas tradiciones.

    En definitiva, de esto trataban, y tratan,
    básicamente las filosofías conservadoras. La
    tradición es quizá el concepto más
    importante del conservadurismo, ya que los conservadores creen
    que contiene sabiduría acumulada" (Ibíd. 55),
    aunque no aceptan que ninguna sociedad tradicional haya sido
    totalmente tradicional.

    La tradición es por lo tanto un concepto inscrito
    directamente en el entendimiento que se tiene del tiempo, como
    factor sagrado o histórico; pero también del
    espacio ya que es donde se logran conservar las diferentes
    creencias y prácticas tradicionales. La tradición
    siempre está arraigada, en cierto sentido, en contextos de
    lugares originarios o centrales. Tanto el tiempo como el espacio
    son factores que las ciencias sociales pretenden abordar como
    conceptualizaciones académicas, para cristalizarlas en una
    entidad con vida; en este sentido la tradición es un medio
    de identidad. Rafael Pérez Tylor (1996) opina que la
    tradición representa la visión y la vida del
    hombre, que la tradición no es más que la
    práctica que recupera el pasado para el presente; y que
    por lo tanto es el elemento potenciador de la cohesión
    social (Ibíd.: 32).

    Tiene entonces la tradición como
    característica, una especie de verdad, una lógica
    para la acción,
    pues a alguien que cumple una práctica tradicional no hay
    que hacerle preguntas sobre posibles alternativas; "Por mucho que
    cambie, una tradición ofrece un marco para la
    acción que permanece prácticamente incuestionable"
    (GIDDENS: 54). Es por lo tanto normal que las tradiciones tengan
    guardianes ?eruditos, sacerdotes, sabios, chamanes-, que toman su
    posición y poder del hecho de que sólo ellos son
    capaces de interpretar la verdad inherente al ritual de la
    tradición. "Sólo ellos pueden descifrar los
    significados verdaderos de los textos sagrados o de los otros
    símbolos incluidos en los rituales comunes. (Ibíd.
    54)

    No obstante lo anterior, parece necesario considerar
    algunas características inscritas en la tradición;
    para ello es necesario acudir de nuevo a Hugo Mansilla, quien
    considera que:

    "La tradicionalidad ha sido el mundo del
    colectivismo y el conformismo, en el cual la variabilidad de
    los roles era muy restringida; el ser humano estaba
    habitualmente condenado a asumir una sola función
    durante toda su vida, que era simultáneamente su
    identidad. Las estructuras político-institucionales
    premodernas eran débiles, improductivas e inconfiables;
    su capacidad de actuación era tan limitada como era
    fragmentaria su penetración geográfica y
    espacial. Los sistemas premodernos se destacaban por ser
    estáticos y altamente jerárquicos, en los cuales
    la autonomía del individuo
    estaba, como se sabe, sometida a los avatares más
    diversos como los caprichos del gobernante de turno y la
    tuición asfixiante de las confesiones religiosas".
    (Ibíd.: 76).

    Una mirada a Molleturo desde la tradición, no
    significa identificarlo como una reliquia dentro de una vitrina,
    aislada de cualquier intento de contacto con el resto del
    planeta. Sin embargo, es pertinente seguir considerando los
    numerosos aspectos "negativos" de la modernidad occidental, los
    cuales proponen volver la vista a la tradición, en busca
    de las raíces que precisamente sirvieron de base para que
    surgiera el proyecto de una modernidad que "A diferencia de su
    predecesora, carece de confianza en el ser humano y extiende la
    idea de que el hombre moderno considerado como sujeto ha
    desaparecido". (PIMIENTA. 1997: 15).

    Últimamente las ciencias sociales, a
    través de la etnografía, han subrayado la presencia y
    enorme relevancia de valores y modelos normativos
    pre-industriales, como la heterogeneidad estructural, la familia
    extendida y las redes de parentesco, los
    sistemas de solidaridad y reciprocidad inmediatas, la estabilidad
    emotiva brindada por los lazos primarios sólidos (que
    luego resultan tan indispensables para producir individualidades
    bien conformadas).

    Los molleturos aún gozan del hecho de tener
    tiempo para entregarse a la imaginación y espacio para el
    "ocio", así como la construcción de
    jerarquías sociales transparentes y más o menos
    razonables.

    No se trata de admitir aquí que algunos elementos
    de la tradición son tomados de la situación
    pre-industrial, para hacer "uso" de ellos de igual forma como se
    adquieren; éstos deben pasar por el tamiz del
    espíritu crítico. Dichos fragmentos rescatados de
    la tradicionalidad no son, obviamente, los únicos
    componentes de una sociedad moderna; la situación actual
    por su parte ha producido un número elevado de
    instituciones socio-políticas, normas de
    comportamiento, creaciones
    artístico-literarias y adelantos
    científico-técnicos que merecen ser preservados
    para edades venideras.

    Vale la pena cuestionar, si el proceso que está
    sobrellevando algunos de nuestros poblados, como Molleturo, es
    decir el de ser salpicado por los fenómenos de la globalización y la mundialización de
    la economía,
    no es más que una posibilidad de re-creación
    cultural. Pareciera que dicha re-creación es posible, ya
    que a dichos procesos y políticas derivadas e
    impuestas por los centros de poder internacionales, se les escapa
    una parte de la realidad, puesto que padecen de una ceguera
    ontológica, que les dificulta ver a una Suramérica
    donde las costumbres y tradiciones se viven cotidianamente,
    incluso bajo el manto de sus efectos.

    BIBLIOGRAFÍA

    • BECK Ulrich, GIDDENS Anthony y LASH Scott.
      Modernización Reflexiva. "Política,
      tradición y estética en el orden social moderno.
      Alianza Editorial. Madrid.
      1994.
    • BELL, Daniel. El advenimiento de la sociedad
      pos-industrial. Alianza Editorial. Madrid. 1976
    • BERMAN Marshall. Todo Lo Sólido Se Desvanece
      En El Aire. La Experiencia de la Modernidad. Siglo XXI
      Editores. Colombia.
      1991.
    • GARCIA CANCLINI Néstor. Culturas
      Híbridas. Grijalbo. México, 1989.
    • GIRALDO ISAZA Fabio y LÓPEZ Héctor
      Fernando. La
      metamorfosis de la modernidad. En VIVIESCAS Fernando y
      Giraldo Fabio. Colombia el despertar de la modernidad. Carvajal
      S.A. Bogotá, 1991. páginas 248 ? 310.
    • GENDREAU Mónica, México entre la
      tradición y la modernidad. En Magistralis (Puebla). Vol.
      07, No. 13, jul-dic. 1997.
    • GIDDENS Anthony. Un mundo desbocado. "Los efectos de
      la globalización en nuestras vidas". Taurus. España.
      1999.
    • HABERMAS Jürgen. Modernidad versus
      postmodernidad. En VIVIESCAS Fernando y Giraldo Fabio. Colombia
      el despertar de la modernidad. Carvajal S.A. Bogotá,
      1991. páginas 17 ? 31.
    • LARRAÍN, Jorge. Modernidad, Razón e
      Identidad en América Latina.. De. Andrés
      Bello. Santiago. 1996.
    • LEVI-STRAUSS Claude. Tristes Trópicos.
      Ediciones Paidos. España, 1992
    • LIENHARD Martín. Sociedades
      heterogéneas y "diglosia" cultural en América
      Latina. En Cuadernos Americanos. Vol. 4, No. 58, julio ?
      agosto. México 1996.
    • LYOTARD Jean-François. Respuesta a la
      pregunta: ¿qué es lo postmoderno? En VIVIESCAS
      Fernando y Giraldo Fabio. Colombia el despertar de la
      modernidad. Carvajal S.A. Bogotá, 1991. páginas
      32 ? 43.
    • MANSILLA, Hugo Celso Felipe. ¿Es posible
      combinar lo Tradicional y lo Moderno? En Convergencia: Revista de
      Ciencias Sociales. México. Vol. 08, No. 26. sep – dic.
      2001
    • MANSILLA, Hugo Celso Felipe. "El desencanto de la
      modernidad Y la revaloración de la tradición. En
      Revista de Filosofía. Maracaibo. No. 39. sep – dic.
      2001
    • PEREZ TYLOR, Rafael. Entre la tradición y la
      modernidad. México. Instituto de Investigaciones
      Antropológicas. UNAM. 1996.
    • PÉREZ RAYÓN, Nora. Entre la tradicional
      señorial y la Modernidad. En Sociológica.
      México. Vol. 06, No. 17. sep – dic. 1991
    • ROMERO, José Luis. Estudio de la mentalidad
      Burguesa. Alianza Editorial Mexicana. México.
      1989
    • VATTIMO Gianni. Postmodernidad: ¿Una sociedad
      transparente? En VIVIESCAS Fernando y Giraldo Fabio. Colombia
      el despertar de la modernidad. Carvajal S.A. Bogotá,
      1991. páginas 188 ? 196.
    • WAISMAN, Marina. Un proyecto de modernidad. En
      Modernidad y Postmodernidad. Estado del debate. Bogotá.
      1991
    • WHITE Leslie."La cultura es simbólica". Tomado
      de Antropología una exploración de la diversidad
      humana. PHILLIP KOTTAK Conrad.
    • ZIRES Margarita. Análisis de las tendencias de
      convergencia y divergencia cultural en América Latina.
      En Cuadernos Americanos. Vol. 4, No. 58, julio ? agosto.
      México, 1996.
    •  

      Por:

      Néstor Iván Cortez
      Ochoa
      .

      Antropólogo (Colombia)

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter