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Inmigración a la Argentina: Españoles (hasta 1975) (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Eugenio Juan Zappietro es el autor de la novela De
aquì hasta el alba
(2),
en la que narra lo acontecido a colonos, soldados e indios
durante la Conquista del Desierto, en el año 1879.
Bonhomìa y vileza aparecen confrontadas en una dupla de
inmigrantes. Son ellos un irlandés, que llegó al
desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionó.
La posta en la que vivían los Bary había sido
construida por O’Flaherty, quien "juraba que Argentina era
el país del futuro. No se equivocó por mucho en
cuanto a la tierra; se
equivocó de hombres, pero una lanza araucana había
terminado con él para evitarle la amargura de
comprobarlo".

Belén Gache es la autora de Lunas
eléctricas para las noches sin luna
(3). En esa obra,
relata la protagonista: "En 1890 mis abuelos llegaron a ese
puerto, provenientes también de Sevilla. Junto con ellos
traían a sus dos jóvenes hijas, que se
habían pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes
vomitando. Venían a Buenos Aires porque mi abuelo, que
trabajaba en el Banco de
España, había sido transferido a esta sucursal del
fin del mundo".

"Editorial Losada publicó Mientras la luz se va,
novela de
Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una
joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a
principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y
desconocido esposo. Pero es también la parábola de
Setti, a quien Elena conoce en el interminable viaje hacia
América y que se ha embarcado para restañar la
herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido
contacto con su única hija. Y es, además, la
peripecia de Amparo, una
andaluza alegre pero sumida en la desgracia de un novio muerto
por amor a la
anarquía en el sur argentino. Y es, entre otras, la
historia de Elenita, la nieta adorada de Elena que,
víctima de la última dictadura militar
argentina, repite el camino de exilio de su abuela. Noemí
Cohen ha creado, con esta novela admirable, un delicado tapiz
donde se traman los destinos de un puñado de mujeres de
ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la
religión,
pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento,
de libertad, de
belleza y de justicia"
(4).

Notas

  1. Arlt, Roberto: El juguete rabioso. Buenos
    Aires, CEAL, 1981. Prólogo de Jorge Lafforgue.
    Pág. 5. (Capítulo).
  2. Zappietro, Eugenio Juan: De aquì hasta el
    alba
    . Barcelona, Hyspamèrica, 1971.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
    las noches sin luna
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.
  4. S/F: "Novela de Noemí Cohen en Losada", en
    Raíces, www.revista-raíces.com.
    Noviembre de 2005. 216 pp.

Aragoneses

Manuel Gálvez presenta, en Nacha Regules,
a un aragonés encargado de un conventillo: "El encargado
era un aragonés testarudo, insolente y entrometido. Su
pequeña cabeza desgonzábase sobre un cogote
interminable. El tronco, angosto en los hombros,
ensanchábase hasta las caderas, cuya anchura contrastaba
ridículamente con la longitud de las flacas piernas,
movedizas y simiescas. La expresión adusta del semblante y
la nariz de perro, caricaturizábanle aún
más. Reía explosivamente, empalmando la
agonía de una carcajada con el brusco estallido de otra,
lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando
al cuerpo la línea oblícua y caídos los
brazos que temblequeaban chocando contra los flancos y
subían y bajaban sin ritmo, como émbolos
descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo
andaluz" (1).

Notas

  1. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado
    en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
    CEAL, 1970.

Asturianos

En Hermana y sombra, de Bernardo Verbitsky,
aparece una sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un
niño hijo de rusos: "Otra clase de
confidencias inició una tarde, al referirse al reciente
casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí y
compartía ahora con su marido la misma habitación
que antes ocupaba sola, pegada a la de él, que aplicaba el
oído a la
puerta que las separaba. Creyó al principio que se
divertiría con lo que imaginó sólo
podían ser cómicas parodiasde amor, pero lo que
oía no lo hizo reír precisamente sino que lo indujo
a inevitables y manuales
desahogos, terminando por sentir miedo a la propia
actuación de excitado testigo invisible, que lo perturbaba
intensamente, y aún más allá de su papel de
escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las
piernas blancas como la leche de la
asturiana" (1).

En Las libres del Sur, de María Rosa Lojo,
dice Victoria Ocampo, refiréndose a Fani, la empleada
nacida en Oviedo: "me trata como a una menor de edad. Pero como
su tiranía es útil, protesto un poco y la dejo
hacer su voluntad. Igual que los pueblos cómodos, como el
nuestro" (2).

Notas

  1. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos
    Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
  2. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur Una
    novela sobre Victoria Ocampo
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.

Castellanos

Rubén Benítez, autor de La pradera de
los asfódelos
, me dijo en un reportaje: "El pueblo
real es el de mi madre. Allí tomé el escenario,
personajes, anécdotas y muchos elementos que me
permitieron completar la historia de la cual yo tenía la
faz americana. Me conmovió ver el puente sobre el Agueda
del que tanto hablaba mi abuela. Me impactó la
visión mítica de la Patagonia
–que intenté traducir- que tienen muchos de los que
quedaron aguardando a os que viajaron a América y no
regresaron. O la imagen de la cigüeña, con sus
inmensos nidos en los campanarios, ave migratoria que regresa
siempre, por un misterioso vínculo, y está
identificada con el renacer primaveral" (1).

En ese libro, un hombre que se marchó cuando
llamaron a su quinta, escribe a una madre española:
"Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos
sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al
año. Los animales, que no
se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí
hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo.
Y si quieres venir tú con él, vente. No te
arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La madre
exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes
de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la
Patagonia no vuelve ninguno" (2).

El viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue
distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades y
Diana 1988-1989 en México. El
protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas
orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas
especiales nazis, quien se define como "el mensaje de
salvación arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS
–afirma-: mi primer mandato es matar o morir matando esa
sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental:
la nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo,
el mentado ‘humanismo’ ". Es justamente esa postura ante
la vida la que hace que se desvincule del hijo que tuvo con una
española, que apareció muerta en Burgos "cuando
entraron las fuerzas vencedoras de Franco". Recuerda el momento
en el que, en Madrid,
cortó el débil lazo que lo unía al
niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina,
país en el que se cría el pequeño, lejos de
su padre.

En Las libres del Sur, Una novela sobre Victoria
Ocampo
(4), de María Rosa Lojo,. aparece un castellano. Uno
de los personajes "no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles
que esperasen al patrón, un gallego de Logroño que
conocía probablemente a todos los españoles de la
zona".

Notas

  1. González Rouco, María: "Rubén
    Benítez: el regreso a la entrañable tierra", en
    El Tiempo, Azul, 10 de septiembre de 1989.
  2. Benítez, Rubén: La pradera de los
    asfódelos
    . Bahía Blanca, Siringa,
    1988.
  3. Posse, Abel: El viajero de Agartha. Buenos
    Aires, Emecé.
  4. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una
    novela sobre Victoria Ocampo
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.

Catalanes

En la adolescencia,
el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V.
López, acude a la escuela de dos
maestros. Uno de estos maestros era inmigrante: "Don Josef era
oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en
el castillo Monjuich, de haber salvado la vida a varias personas,
de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi
víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase
de haber conocido a la reina de España, doña
Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un
día de toros. Hacía sacrificio de confesarse
descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se
prestaba a pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con
majestad, porque no quería que nadie sospechase que
él aprobaba las rendiciones de cuentas de su
poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente
colérico, sin que esto importe decir que no supiera
interrumpir sus accesos para hablar con fruición, de los
tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de los
cuentos de
hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada
la nota de la codicia".

María Angélica Scotti evoca, en Diario
de ilusiones y naufragios
(2), la vida de una inmigrante
española, desde que, en la infancia, deja
España con su madre; a ellas se unirá un italiano
que la mujer conoce a bordo. "El primer recuerdo que me aparece
es el viaje", dice la protagonista de la novela que
mereció el premio Emecé 1995/6. "En verdad, es
más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos
–continúa. No sólo porque era muy
pequeña sino también porque hice la travesía
encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo
las faldas de mamita", porque "apenas zarpamos de Barcelona,
mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas
repletos de manchuelas coloradas. Ella ya había
oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el
primer puerto, y por eso resolvió esconderme" .

En Lunas eléctricas para las noches sin
luna
, de Belén Gache (3), la protagonista se refiere a
un canillita de ese origen: "A unos metros, un grupo de
muchachos se reúne alrededor de una caja de zapatos. Son
los canillitas. Llevan medias largas y pantalones cortos y sus
cabezas se encuentran cubiertas con boinas. Cargando pesadas
pilas de
diarios, se encaraman a los tranvías en movimiento de
forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado
accidentes. Ya
varias veces he visto cómo los agentes de policía
les llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a
Gregorio, un chico de origen catalán, amigo de
Mirko".

El padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: "Hoy
por la tarde por fin me decidí y fui a buscar el reloj de
papá a la relojería. Estaba por llegar al local de
Copelius cuando vi que de ahí salía un
policía. Pocos segundos después, salían dos
agentes más llevando a la rastra a don Antonio, el padre
de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado de
tinta".

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff,
Vittorio "salió a buscar a Julián Soto, el hombre que
le había indicado el Catalán. Si, tal como
prometió, el Catalán había enviado un
telegrama, los compañeros tenían que estar
aguardándolos" (4).

Notas

  1. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
    bonaerenses.
    Buenos Aires, CEAL, 1980.
    (Capítulo).
  2. Scotti , María Angélica: Diario de
    ilusiones y naufragios
    . Buenos Aires, Emecé,
    1996.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
    las noches sin luna
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.
  4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una
    prostituta de la Zwi Migdal
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág.
    265.

Gallegos

En la novela En la sangre (1),
de Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron
frente a la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso
manojo de llaves colgado de la cintura, estaba de pie el portero,
un gallego ñato de nariz y cuadrado de cabeza".

En La gran aldea, Lucio V. López presenta
gallegos trabajando junto a los criollos: "daban las cuatro y, no
bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas,
don Narciso se engolfaba en los antros profundos de la
trastienda". Lucio V. López menciona otro gallego
relacionado con la tienda: "Caparrosa, el cadete de Bringas, un
galleguito ladino y vivaracho" (2).

Escribe Manuel Gálvez, en Nacha Regules:
"Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían
entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue así. Unos
torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una vieja se puso a
hacer pucheros, y un gallego protestó contra el abuso de
querer echarles de la casa para después subir los
alquileres". El gallego decía que "Si ellos se encontraban
bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo que no
pedían? ¿Qué vivían como los cuerpos?
¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que
decía el patrón: la higiene y el
aire, era bueno
para los ricos. ¡Los pobres estaban tan conformes sin aire!
Y respecto de la higiene, maldita la falta que les hacía.
Además, si la vida de los pobres era dura, no
correspondía a los ricos pretender mejorarla. Y que no les
dijeran que sus ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo
creerían. Ya conocían demasiado a los ricos. Todos
iguales. Si a veces cedían por un lado, era para
reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón
marcharse con sus rebajas de alquiler y la reforma del
conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos no se
moverían de allí!" (3).

En un conventillo reúne a sus discípulos
José Luna, personaje de Megafón, novela de
Leopoldo Marechal: "En la sala única del púgil se
juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de
leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo
que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a
José Luna ni a sus tres discípulos, en las
discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del
Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto,
llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el
tano’, y Antenor Funes, conocido por ‘el
salteño’ " (4).

En Hacer la América (5), Pedro Orgambide
evoca, entre otros inmigrantes, a una familia
gallega.

Manuel Londeiro junta trabajosamente el dinero para
traer de Galicia a su familia. En la fonda "pide pan y tocino.
Después, una sopa con carne, porotos y papas. Se promete
ir al almacén de su primo, y firmar una letra, un
documento, lo que sea a cambio del
dinero para los pasajes. Si comes tanto no podrás ahorrar,
dice su primo, si sólo piensas en comer, si El pan de
Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un
pañuelo y lo anuda. Ya tiene su cena".

Al gallego, "El albanés lo desafía a una
pulseada. Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno
no tiene ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero
sobre la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis
amigos piensen que el albanés es más fuerte que yo.
Yo no me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro
le dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo
entre el jolgorio y el griterío de los
estibadores".

Al fin, reúne el dinero que posibilita tan
ansiado encuentro. Su mujer, Carmen, viajando con los hijos,
piensa: "Es como si nunca hubiera tenido una casa, Manuel. Como
si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios nos
condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que
estoy loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les
ocurre lo mismo. Extrañan el olor de sus cocinas y el
calor de sus
camas. Una vieja me contó que todas las noches
soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un
jardín de Andalucía. En América
¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres
se ríen de esos sueños, son cosas de hembras,
dicen, haremos otras casas allí, sembraremos el trigo,
cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en los aserraderos,
en los muelles… Es que los hombres son más parecidos al
mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se
asoman al océano como si trataran de ver o que dejaron.
Una les ve las caras de viudos de la tierra, caras de hombres
como tú, Manuel, trabajadas por el sol y el granizo, por
los días de labranza ¿no se extraña la
tierra, Manuel? ¿el olor de la tierra?"

Llegan Carmen y los hijos, Paco y María. En el
patio del conventillo, la niña juega a las estatuas con
las hijas del árabe: "se quedaba inmóvil con un pie
en el aire. (…) -¡Míralas! Se creen unas reinas…
pero tarde o temprano van a parir como nosotras –vaticina
la Carmen y apoya su mano en el hombro de Magdalena".

Paco, que no quiso sufrir lo que su padre sufrió
por motivos políticos, se dedicó a la música. María,
en cambio, inspirada en el espíritu paterno, fue líder
en el movimiento de las costureras.

María Rosa Lojo define a su novela,
Canción perdida en Buenos Aires al oeste, como "la
historia de una familia narrada a través de siete
personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en
sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma
sus propios orígenes, como quien canta una canción.
Una canción perdida porque es la de la infancia y la
adolescencia, la de la vida tramada por el amor, la
dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los
extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo
irrestañable e incorruptible, como el agua
fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusión
de retener" (6).

Después de muchos años de exiliados, los
padres de Irene sufrían el mismo desarraigo que los
acompañaría hasta el final de sus días. En
su hogar del oeste, "era el sol de la casa nativa que iluminaba
sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como
una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar,
empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando
comíamos callados y mi padre, sólo mi padre
recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde
yo me he criado…’ Y ya no escuchábamos; lo
demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (7).

Horacio Vázquez-Rial es el autor de Frontera
Sur
. "Prostitutas, fantasmas,
jugadores, gallos de riña, socialistas primitivos,
héroes del trabajo, anarcosindicalistas o músicos
que se cruzan en la vida de tres generaciones de emigrantes
gallegos, van tejiendo la trama de Frontera Sur y la
historia de Buenos Aires, entre 1880 y 1935. Roque Díaz
Ouro, que llega viudo y con un hijo a la capital
argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que
recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un
compadrito degollado, es protagonista de este relato
épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de
un bandoneón y de los principios de la
organización obrera. Pero también aparecen en
él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti o el propio
Gardel, que definieron el espíritu de una época y
de una ciudad apasionantes" (8)

Graciela Cabal, en Secretos de familia (9),
recuerda su aprendizaje de
muñeira: "A mi amiga Rodríguez tampoco la dejan
estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira,
porque la muñeira se la enseñó la madre. (La
madre de Rodríguez es de un lugar donde todos saben bailar
la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la
enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le
digo a la mamá de Rodríguez si por favor, por
favor, me enseña a mí a bailar la muñeira.
La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto
me enseñaría, pero hace tanto tiempo que no
baila… ’Sea buena, mamita’, le dice
Rodríguez a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces
la madre empieza a cantar bajito mmmmm mmmmm
mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se
anima porque se pone a cantar fuerte y se mueve rápido y
hasta se saca las chancletas y el delantal, y sigue, sigue,
sigue. Y justo llega el papá del trabajo y primero se
asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa
casa, y después se ríe y se pone a bailar enfrente
de la madre. Y yo ya no aguanto y le digo a Rodríguez si
quiere bailar, porque algo aprendí, de mirar. Y todos
bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de
Rodríguez, que nunca se ríe. A la mamá de
Rodríguez, cuando baila la muñeira ni se le notan
los bigotes".

En Agua de nadie –novela distinguida con el
Premio "Dr. Alfredo A. Roggiano" de la Municipalidad de
Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres gallegos:
"Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio
junto a los gallegos López y García, propietarios
de un gran taller, no tuvo ocasión de conocer a don
Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera gastado
en un traje lo que él llegó a cobrar, decían
que era tan raro el Peludo… (…) La tarde anterior, los
gallegos habían insistido en su intento de llevarlo a Mar
del Plata para la inauguración de la tan soñada
sucursal y nuevamente él rechazó la
invitación, hablando de compromisos impostergables, aunque
sin aclarar sobre la naturaleza de
los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso
que lo reconociera, él les debía mucho a los dos.
Esa noche, cuando estaba a punto de retirarse del taller, los
patrones lo invitaron a comer en un restaurante de
Sarandí, donde había ido varias veces
acompañándolos. Quiso negarse diciendo que estaba
muy cansado de la tarea de toda la semana, cosa que era
rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos
hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo
tiempo que García lo palmeaba empujándolo hacia la
puerta" (10).

En Latas de cerveza en el
Río de la Plata
–novela de Jorge Stamadianos
distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre
gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las
Malvinas.
Relata el protagonista: "Aunque no podía verle la cara al
gallego porque me había quedado esperando en la planta
baja, oía su voz retumbando a través de la escalera
y me imaginaba la vena saltándole en la frente como una
lombriz que no quiere subirse al anzuelo" (11).

En Virgen (12), novela de Gabriel
Báñez que resultó finalista en el premio
Planeta, aparece un titiritero gallego: "Sara lo había
encontrado deambulando medio muerto de hambre a los costados de
la aduana, sin
documentación y con unas pocas pesetas en
el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta
días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde
desembarcó. En Brasil se
había dedicdo al incipiente negocio de refinar aceite de
coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo
la fulminante certeza de que su arte jamás
se adaptaría al portugués. No por él, sino
por sus títeres, que extrañaban horrores el
castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado.
Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en
su juventud se
había dedicado al deporte de los guantes sin mayor
fortuna, (…) Durante las representaciones se hacía
llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para
desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana
con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores
obras las escribía él, y resultaban de una belleza
conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos
siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y
húmeda, tristísmos, los más hermosos del
mundo".

Guillermo Saccomanno es el autor de El buen dolor
–novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en
2002-, obra en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le
contaba cuentos de su tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y
de acostarse temprano, sufría de insomnio. Por la noche
ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban
Radio
Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra
predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada
por Lola Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la
Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía
la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como
no podía dormir, te contaba un cuento"
(13).

En La fuga, distinguida con el Premio
Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel
Villalba, una pareja de carboneros que tiene un sobrino en
Mendoza: "En la esquina de Coronel Díaz y la avenida Las
Heras había un bar y al lado un corralón y
después una ferretería. El barrio se llamaba, o le
decían, Tierra del Fuego, y en el sitio donde estaba la
ferretería había en 1928 una casa de venta de
carbón y leña atendida por un matrimonio mayor
de españoles petisitos y reservados, oriundos del pueblo
gallego de Betanzos. El comercio era angosto y con piso de
tierra, y en el aire flotaba eternamente un polvillo oscuro que
emanaba de las bolsas de arpillera" (14).

Ochoa, uno de los personajes de Hotel
Edén
, de Luis Gusmán, "recuerda entonces la
iglesia de San
Nicolás de Bari. La historia de su familia materna
está escrita en esa iglesia. Su abuelos, inmigrantes,
primos hermanos casados con primos hermanos, provienen de
Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto ignora por
qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su
abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era
de inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ "
(15).

Jorge Torres Zavaleta, en La noche que me
quieras
, presenta un vasco y un gallego. Este último
es evocado como un trabajador, en su clásica
ocupación de dueño de bar, desconfiado ante los
pedidos de sus clientes sin
dinero: "era como si todos nosotros fuéramos miembros de
una barra y los mayores solamente aquellos a los que
teníamos que engañar. Como el gallego que nos
dará un whisky o un café a
cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas
pobladas mientras se ocupa de asuntos serios" (16).

En La logia del umbral, Ricardo Feierstein
recuerda a algunos de los gallegos que vivían en Villa
Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: "Cruzando la
avenida Mosconi estaba la farmacia (…) Luego el negocio de
medias del gallego Alvarez, cuya hija sería directora de
televisión; (…) Después del bar,
ya en esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el
recorrido, el almacenero González (gallego de ley), (…)
Por las mañanas, en la escuela
pública donde todos concurríamos,
conviví (…) con el galleguito Pérez"
(17).

La casa de Myra (18), de Aurora Alonso de Rocha,
fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores
Inéditos, en el "Concurso organizado por la
Fundación El Libro, en el marco de la 27ª
Exposición Feria Internacional de Buenos Aires ‘El
libro del Autor al Lector’ ". En esa obra, protagonizada
por una gallega tomada cautiva por los indígenas, narra un
personaje: "En unos meses se le puso la piel del
color del
cuero sobado,
se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos y
como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas
transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca
y tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e
intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de
india: le
cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada
y las botas son las de media caña, de pata de potro pero
finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para
mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un
vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la
encontré en el puerto, según recuerdo, así
que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como
una princesa".

En Los gallegos, una novela inédita,
Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El
abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y había elegido
el mismo nombre para todos sus negocios:
"Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno
de los bienes que
acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un
toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
el almacén o en la panadería: La flor de Galicia".
Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de los
emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo que
hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870. Van a
agruparse en cofradías. Que esas cofradías formen
un ejército o una Sociedad de
Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es
que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como
dijo una mujer en el seminario con un
dolor que me volvió de barro el corazón,
van a buscarse entre ellos".

Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio
Clarín de novela, con Las ingratas (19), novela en
la que evoca la inmigración de cinco hermanas
españolas y la hija de una de ellas. Seis gallegas,
recién bajadas del barco, llegan a una pensión en
la que la mayor se empleará como cocinera. Allí las
asalta la nostalgia: "Esa noche entre esas paredes
húmedas, escuchando las palabrotas que venían desde
el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las
montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando
dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se
sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes
desconocidas, con quién sabe qué costumbres.
¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas
las cosas tenían otro olor?".

En Los jardines del Carmelo, escribe Ana
María Guerra: "El campo se subdividió; la casa y
unas parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos
venidos de Galicia, que aconsejados por Marga, establecieron un
burdel. Las dificultades de los primeros tiempos fueron
incontables; los carros se empantanaban, los jinetes entraban con
barro hasta en las fajas, y apenas caían unas gotas la
gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío.
Finalmente, los Ruiz decidieron deshacerse de él"
(20).

En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un
empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice:
"-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de
hambre. Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este
era el recibimiento que le hacían los habitantes de ese
país que prometía tanto, todos apretaron los labios
y endurecieron sus puños, todos… para no responder a esa
provocación; pero a todos también se les
partió el corazón y quisieron estar en Galicia
aunque no encontraran el oro tan
prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte,
apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear.
Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito
pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos
lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la
cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal
presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a
poner la espalda para que este país al cual recién
llegaban floreciera a fuerza del
sacrificio de ellos, que en ese momento necesitaban; la guerra,
la mala situación de su país los llevó a
cruzar el mar en busca de un futuro mejor, pero en el interior de
esos hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía
un rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron
llamando y muchas veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de
mal gusto, chistes donde
siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no
podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el
trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las
lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero
las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no
lo eran, eran más fuertes que un roble" (21).

En 2004 se editó Las libres del Sur, Una
novela sobre Victoria Ocampo
(22), de María Rosa Lojo.
En esa obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen
Brey Moure y su hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: "El
casquito de fieltro con un capullo de gasa, las mejillas
redondas, el tailleur liso y el talle bajo acentuaban su
aspecto cándido de colegiala en vacaciones. Un toque de
rouge y de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron
mucho. Se encontró ligeramente similar (aunque más
delgada, y más joven) a una poetisa de moda: Alfonsina
Storni". Francisco era "un hombre robusto y curtido, en quien
Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y
como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los
rasgos de su hermano".

En 2005 apareció Finisterre,
también de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire
Neira, nacida en Galicia, llega a la Argentina en 1832. Ella
recuerda: "Buenos Aires era entonces una ciudad blanca y baja,
quizá sólo atractiva desde la lejanía.
Ilusionaba los ojos a la distancia pero a medida que los barcos
iban acercándose a la entrada del río ancho y
playo, donde resultaba imposible fondear, cedía el
encantamiento. (…) Las calles eran irregulares y sucias,
pantanosas de a trechos. Animales muertos y montones de
desperdicios se acumulaban en algunas esquinas" (23).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el
Loco va a la pensión en que vivía Vittorio. "La
desconfianza de la dueña se esfumó cuando el Loco
le contó que era periodista de Crítica. Le
convidó con mate, bizcochitos de grasa, y contó con
marcado acento gallego que el señor Comencini no
vivía más en esa pensión". La gallega se
entusiasma: "¡Ayudar a la prensa! (…) anote mi nombre y
apellido: María Dolores Pontevedra, con ve corta.
Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un
fotógrafo?" (24).

Notas

  1. Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos
    Aires, Plus Ultra, 1968.
  2. López, Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
    bonaerenses
    . Buenos Aires, CEAL, 1980.
    (Capítulo).
  1. Gálvez, Manuel: Nacha Regules. Citado
    en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires,
    CEAL, 1970.
  2. Marechal, Leopoldo: Megafón. Citado en
    Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL,
    1970.
  3. Orgambide, Pedro: Hacer la América.
    Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág.20.
  4. González Rouco, María: "María
    Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo,
    Azul 17 de marzo de 1991.
  5. Lojo, María Rosa: Canción perdida en
    Buenos Aires al oeste
    . Buenos Aires, Torres Agüero
    Editor, 1987.
  6. S/F: en Vázquez-Rial, Horacio: Frontera
    sur
    . Barcelona, Ediciones B, 1998.
  7. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia.
    Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
  8. Pagano, Mabel: Agua de nadie. Buenos Aires,
    Editorial Almagesto, 1995.
  9. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el
    Río de la Plata
    . Buenos Aires, Emecé, 1995.
    229 pp.
  10. Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
    Sudamericana, 1998.
  11. Saccomano, Guillermo: El buen dolor. Buenos
    Aires, Planeta, 1999.
  12. Mignogna, Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
    Emecé, 1999.
  13. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos
    Aires, Norma, 1999.
  14. Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me
    quieras
    . Buenos Aires, Emecé, 2000.
  15. Feierstein, Ricardo: La logia del umbral.
    Buenos Aires, Galerna, 2001.
  16. Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra.
    Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.
  17. Henestrosa, María Guadalupe: Las ingratas.
    Novela Sentimental
    . Buenos Aires,
    Clarín-Alfaguara, 2002.
  18. Guerra, Ana María: Los jardines del
    Carmelo
    . Buenos Aires, Corregidor, 2003.
  19. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos
    Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
  20. Lojo, María Rosa: Las libres del Sur, Una
    novela sobre Victoria Ocampo
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.
  21. Lojo, María Rosa: Finisterre. Buenos
    Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas)
  22. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una
    prostituta de la Zwi Migdal
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág.
    242.

Valencianos

En La canción de las ciudades, Matilde
Sánchez evoca la inmigración alicantina. En esa
obra –afirma Juan José Becerra-, "Alicante es un
relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien,
excluida de los pormenores del relato paterno (que siempre es un
arcano), intenta ajustarlos a su manera" (1).

Una hija de españoles acompaña a sus
padres a visitar su tierra natal. Al regresar, la joven
señala: "Después de un tiempo de descanso en
Barcelona –mamá, siete días para pulir
borradores, una semana de caligrafía china-, todos nos
volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn la acelerada
modernización de España. Pero yo sabía que
su patria no era ésa sino el piso de la avenida Callao,
ese alto contrafrente que los abstraía de todas las
vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo. España
había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar
desconocido" (2).

Notas

  1. Becerra, Juan José: "Mapa familiar", en
    Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de
    1999.
  2. Sánchez, Matilde: "Alicante, 84", en La
    canción de las ciudades
    . Buenos Aires, Planeta,
    1999.

Vascos

Lucio V. López relata cómo trataba a sus
clientas vascas uno de los tenderos criollos: "Si él
distinguía que era vasca, francesa, italiana, extranjera,
en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitación
de francés que él sabía balbucir, era
irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y
madama, según la edad de la gringa, como él la
llamaba cuando la compradora no caía en sus redes" (1).

Pedro Antón,
protagonista de una novela de Julián de Charras,
añora cuanto dejó: "Veía, allá lejos,
como en una neblina, las escarpadas pendientes de los Pirineos,
las casetas ruinosas de los montañeses, las miserables
veladas, con pan negro y escaso y luz humeante de candil de
aceite; el padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un
rincón, con la barba en la mano, mirando fijamente la
pared, como pensando en algo indefinido; la madre hilando,
hilando en la penumbra, diestros los dedos, aunque fatigada la
vista… Y él, rapaz, sin raciocinio, raídas las
ropas, que remendaba la mano materna, al lado del fuego,
hurgándose la nariz, recordando las consejas del oso
negro, de las brujas sabáticas, del ahorcado…"
(2).

En Secretos de familia (3), Graciela Cabal evoca
al vasco que les vendía la leche: "El que sí viene
con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para
delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con
claveles y dos agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que
suena más fuerte que cuando mi papá va al
baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y nunca
hace chistes porque es extranjero. Mi mamá deja la lechera
en la puerta y el lechero, que viene con un tarro grande y un
tarro chiquito, pasa la leche de un tarro al otro y
después a la lechera, sin derramar una gota. Al rato viene
mi mamá y derrama todo, porque a ella siempre le tiemblan
las manos, pobre mi mamá".

Jorge Torres Zavaleta evoca, en La noche que me
quieras
, a los inmigrantes vascos (4).

Notas

  1. López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres
    bonaerenses
    . Buenos Aires, CEAL.
    (Capítulo).
  2. Charras, Julián de: "La historia de Pedro
    Antón", en La novela semanal, Año VII,
    N° 294, Buenos Aires, 2 de julio de 1923.
  3. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia.
    Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
  4. Torres Zavaleta, Jorge: op. cit.

Sin mención de origen

Narra el protagonista de Divertidas aventuras del
nieto de Juan Moreira
, de Roberto J. Payró:
"Acabé por acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella
por divertirme, y mi diversión mayor consistía en
hacer rabiar al pobre maestro, don Lucas Arba, un infeliz
español, cojo y ridículo, que, gracias a mí,
se sentó centenares de veces sobre una punta de pluma o en
medio de un lago de pega-pega, y otras tantas recibió en
el ojo o la nariz bolitas de pan o de papel cuidadosamente
masticadas. ¡Era de verle dar el salto o lanzar el chillido
provocados por la pluma, o levantarse con la silla pegada a los
fondillos, o llevar la mano al órgano acariciado por el
húmedo proyectil, mientras la cara se le ponía como
un tomate!
¡Qué alboroto, y cómo se desternillaba de
risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos,
sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos
campesinos, hijos de campesinos, veían en mí un
ente extraordinario, casi sobrenatural, comprendiendo
intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber
nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición"
(1).

En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas
presenta a una española que vende leche en Sarandí:
"El agua cubre ya la mitad de la calle. La gente comienza a
utilizar el puente esquinero para atravesarla. Es un artefacto
endeble y cimbreante que se yergue a más de cinco metros
sobre el nivel del camino ordinario. Representa una hazaña
ascender la escalera de carcomidos peldaños de madera,
recorrer su piso de tablas inseguras y bajar por el extremo
opuesto aferrándose a la barandilla resquebrajada por el
sol y las lluvias. (…) Doña Micaela sube trabajosamente
la escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano.
Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo
con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es
grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras"
(2).

Mario, protagonista de Hermana y sombra, de
Bernardo Verbitsky, recuerda al español que les
vendía leche: "Dejamos en Bahía Blanca varias
cuentas impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del
lechero, un español bajito y menudo, a quien se le
formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír,
lo que hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a
un chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro
echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente, le
pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba
cada día pero siempre fue tolerante para el cobro,
aceptando los pretextos con que explicábamos nuestra
condición de deudores morosos. En los últimos meses
no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el
suministro de nuestro principal alimento. Nuestra
convicción, reafirmada más de una vez por
mamá, era que a ese pequeño español
bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre
todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias
mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de
mamá" (3).

En El infierno prometido, de Elsa Drucaroff,
Vittorio "Siguiendo las instrucciones de Beppo, el estibador del
puerto de Buenos Aires, encontró a Julián en El
Marinero Negro
, uno de los bodegones de la calle Roca, frente
al río. Era un hombre sombrío y corpulento de
más de treinta años, usaba boina azul y chaleco de
cuero sobre la camisa. Estaba sentado en el mostrador cuando se
lo señalaron, Vittorio se abrió paso hasta
él entre los marineros. Julián lo escuchó
con el ceño fruncido, sin mover una ceja ni sacarse el
cigarrillo de la boca". El español dice a Vittorio y Dina
que es necesario que ella aprenda a tirar: "Si mi mujer hubiera
sabido usar un arma, ahora estaría viva aquí
conmigo. (…) me la mataron en Asturias los carabineros de Primo
de Rivera. Habíamos tomado las minas, yo estaba en la toma
y ella estaba sola en casa. Yo tenía un arma, ella no, y
no tenía cómo defenderse. Lo hicieron a
propósito, fueron por ella porque era el modo de matarme a
mí… Saben lo que hacen… Bueno, basta pues, pasaron ya
más de tres años y sin embargo aquí estoy,
¿no?" (4).

Notas

  1. Payró, Roberto J.: Divertidas aventuras del
    nieto de Juan Moreira
    . Prólogo y notas por Graciela
    Montes. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    (Capítulo).
  2. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris.
    Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora,
    1963.
  3. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos
    Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
  4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una
    prostituta de la Zwi Migdal
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág.
    265.

Varios

Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la
memoria
, obra galardonada con el VIII Premio Internacional
"Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos
Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan
conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y
xenofobia"-,
habla de un oficio que desempeñaban algunos
españoles. En 1886, "Había muchos policías,
allí. Casi todos asturianos, gallegos. No sé por
qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban
pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y
linterna en mano. Cuando se hizo la noche, los policías se
movían como luciérnagas nerviosas" (1).

En "Noticias
secretas de América", Eduardo Belgrano Rawson evoca a los
inmigrantes gallegos: "Cantabas un himno más light,
como regía desde principios de siglo. Lo habían
lijado un poco. ¿Qué otra cosa podían hacer?
Necesitaban cortarla con los insultos, como explicó en su
momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de
sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba
la presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad,
tampoco mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los
gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel
de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión"
(2).

En Lunas eléctricas para las noches sin
luna
, escribe Belén Gache: "Bordeando el convento, la
calle Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros
con casas de remates, regenteadas por catalanes, gallegos o
andaluces que venden objetos dorados por oro fino y piedras
transparentes por diamantes" (3).

Notas

  1. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la
    Memoria
    . Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
  2. Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de
    América
    . Buenos Aires, Planeta, 1998.
  3. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
    las noches sin luna
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.

Españoles y otros

A criterio de Delfín Garasa, "Una de las
más cumplidas descripciones de un heterogéneo
desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su novela-alegato
documental, El conventillo. Llega el Christoforo
Colombo
y primero bajan los hombres de negocio con su
apoplética cerviz, con el paso resuelto de los
acostumbrados a dar órdenes y ser obedecidos, los turistas
ingleses con sus máquinas
fotográficas y algunas señoras un tanto perplejas
por no ver en el muelle indios con plumas y
taparrabos.

Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a otorgar
prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones
en alta voz sobre los modelos de
París, el mobiliario inglés
o la sinfonía escuchada en la Opera de Viena. Y,
finalmente, aparecen los inmigrantes, tan fustigados en los
azares de las proclamas políticas,
un ‘enorme hormiguero’ que había viajado en el
mayor hacinamiento. Rostros curtidos, exhaustos, azorados. En
todos se presiente la pregunta: ¿Qué les
deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se
ilumina o un brazo se agita en alto porque se ha reconocido a
alguien en la muchedumbre que espera. Van bajando los hebreos de
desgreñadas barbas y gastados levitones, los
‘turcos’ con sus espaldas combadas, los
nórdicos enjutos, los napolitanos pequeños y
retorcidos como raíces, los andaluces gárrulos, los
gallegos pacientes, los holandeses esponjosos, los genoveses de
músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la
tierra que los acoge y tras su actitud ritual
se adivina un pasado de penurias y recelos. Y agrega Pascarella:
‘La gran ciudad de calles dirigidas hacia el Oeste recibe
en su seno aquella semilla que purificada en un ambiente de
libertad (…) se reproducirá en su inmensidad desierta"
(1).

En La gran aldea aparecen inmigrantes, vistos
desde la perspectiva de un escritor que añora un pasado
que no volverá. López compara a los tenderos de
antaño con los del presente: "¡Y qué mozos!
¡Qué vendedores los de las tiendas de entonces!
Cuán lejos están los tenderos franceses y
españoles de hoy de tener la alcurnia y los méritos
sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra,
último vástago del aristocrático comercio al
menudeo de la colonia" (2).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra
"Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los
sonidos ásperos como escupitajos del alemán,
mezclándose impíamente a las dulces notas de la
lengua italiana; allí los acentos viriles del
inglés haciendo dúo con los chisporroteos
maliciosos de la terminología criolla; del otro lado las
monerías y suavidades del francés, respondiendo al
ceceo susurrante de la rancia pronunciación
española" (3).

Pedro Orgambide escribió la trilogía
integrada por El arrabal del mundo, Hacer la
América
y Pura memoria (1984-1985). En Hacer
la América
(4), evoca a los inmigrantes que llegaban a
nuestro puerto, alentados por la consigna que da título a
la obra. Españoles, italianos, judíos,
griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta
más cruda del fenómeno social que conmovió
al país al iniciarse el siglo XX.

La novela narra sucesos acaecidos en las
postrimerías del siglo XIX y en los primeros años
de la centuria siguiente; sin embargo, mediante un recurso de
ficción, el autor avanza en el tiempo hasta la
década del 50. Los vaticinios de uno de los personajes
permiten al novelista señalar una perspectiva, un desarrollo
ulterior de los hechos que está describiendo como
presente.

No obstante conformar un grupo social, los inmigrantes
poseen características propias que los diferencian.
Orgambide no presenta tipos –sociales o nacionales- sino
individualidades con su personal manera
de encarar la existencia. Algunos inmigrantes sólo cuentan
con sus hombros y su fuerza como instrumento de trabajo; otros,
en cambio, poseen una habilidad innata para moverse en el mundo
de los negocios, habilidad que puede transformarse, en ciertos
casos, en oportunismo e insensibilidad. La obra describe
incidentes cotidianos, vistos desde la perspectiva del hombre que
llega sin otro capital que sus ambiciones. El lenguaje,
adaptándose perfectamente a la singular visión
propuesta por el autor, nos permite adentrarnos más en
esta novela que presenta una realidad harto diferente de la
evocada por los aristocráticos hombres del 80.

En Una ciudad junto al río (5), Jorge E.
Isaac evoca la inmigración que llegó a la
Argentina. El Gobierno de Entre
Ríos la declaró, por iniciativa del Consejo General
de Educación,
de lectura
complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a
partir del séptimo grado, recomendando su
utilización en la enseñanza.

La acción
transcurre durante el año 1925. El protagonista describe
el desembarco de italianos, alemanes, españoles,
judíos y árabes, señalando las peculiares
características de cada grupo. Acerca de los
españoles, escribe: "llegan solos o en parejas. De ellos,
más bien habría que decir: siguen llegando. Se
muestran desenvueltos, casi altaneros como si –por razones
históricas- aún se sintieran un tanto dueños
del país, del que en verdad lo han sido. No son pocos los
que traen dinero suficiente como para establecerse en ésta
u otras ciudades, villas o poblaciones con algún negocio
de comestibles –las más de las veces ‘por
mayor’- que es una de sus actividades preferidas. Si hay
algo que en mí más llame la atención es su
manejo preciso del idioma. Se me antoja que, en ellos, lo recibo
en estado de real
pureza, sin la
contaminación que aquí ya está sufriendo
por la influencia de los italianos que parecieran confabularse
todos para deformarlo".

En Moira Sullivan (6), de Juan José
Delaney, la protagonista escribe una carta fechada en
1932, en la que expresa:

"Debo decir que pese a que los hijos de Erín se
jactan de haberse integrado con el resto de la población, la verdad no es exactamente
así. Tienen sus propios colegios, sus propios templos y
clubes, y quien comete la osadía de casarse con un "nap"
(¿napolitano y por extensión italiano?) o con un
"gushing" (derivado, probablemente, del verbo inglés to
gush, que significa hablar con excesivo entusiasmo y que es un
neologismo para aludir a los gallegos y también por
extensión a los españoles), se aíslan o son
lenta pero inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con
casi todas las comunidades extranjeras que se han radicado
acá: árabes, armenios, ucranios y, muy
especialmente, judíos. Para no hablar de los
británicos que a su injustificado desdén agregan
cierto cinismo ancestral".

Tínkele, bielorrusa sobreviviente de Auschwitz,
es uno de los personajes de Hija del silencio, de Manuela
Fngueret. A ella "Se le mezclan las historias con la suya. La
llegada a Buenos Aires, el primer día de trabajo en la
fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus
primos. Allí emplean también a otras mujeres
inmigrantes como ella: italianas, españolas o polacas, con
las que casi no intercambian palabra en agotadoras jornadas de
trabajo. Una Babel de rostros e idiomas" (7).

En La última carta de Pellegrini, de
Gastón Pérez Izquierdo, escribe el protagonista:
"La afluencia de inmigrantes seguía transformando la
fisonomía física y social de la
metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas,
sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese fragor
positivista algunas pequeñas señales
cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y
no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las
condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos
contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una
alarma general: un brote de cólera
amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una
ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva
los horrores de la fiebre amarilla
la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los
cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al
gabinete y concurrí a la reunión para proponer
medidas intrépidas, como las que se recordaban de los
tiempos de la epidemia maldita" (8).

En Lunas eléctricas para las noches sin
luna
, escribe Belén Gache: "Al igual que Mirko y mis
padres, han llegado a estas tierras personas provenientes de Hong
Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco. Si
uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se
formaría, a su vez, un océano, un gran
océano de nombres" (9).

Notas

  1. Garasa, Delfín Leocadio: La otra Buenos
    Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad
    .
    Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987.
  2. López, Lucio V.: op. cit.
  3. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires,
    Huemul, 1979.
  4. Orgambide, Pedro: Hacer la América.
    Buenos Aires, Bruguera, 1984.
  5. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al
    río
    . Buenos Aires, Marymar, 1986.
  6. Delaney, Juan José: Moira Sullivan.
    Buenos Aires, 1999.
  7. Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos
    Aires, Planeta, 1999.
  8. Pérez Izquierdo, Gastón: La
    última carta de Pellegrini
    . Buenos Aires,
    Sudamericana, 1999.

  9. Gache, Belén: Lunas eléctricas para
    las noches sin luna
    . Buenos Aires, Sudamericana,
    2004.

Partes: 1, , 3, 4, 5, 6

En
novelas
infantiles y juveniles

Gallegos

Stéfano, el protagonista de una de las novelas de
María Teresa Andruetto, está alojado en el Hotel de Inmigrantes: "Cuando el sol baja, Pino
y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle
de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo
arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro
montado sobre el hombro. A veces, junto a las barcazas, se
detienen a oír el mandolín que suena en una rueda y
las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sólo
hay italianos en el puerto. Ya el segundo día se
habían hecho amigos, ni saben cómo, de unos
gallegos que limpian pescado junto a la costa y van por la
mañana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres
días siguientes, con algunas monedas" (1).

Notas

  1. Andruetto, María Teresa:
    Stéfano. Buenos Aires,
    Sudamericana, 2001.

Valencianos

Fernando de Querejazu publica El pequeño
obispo
(1), una novela
"absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate
lo que ocurre allí", surgida de "la necesidad de
homenajear a mis padres, que eran admirables" (2).

El 10 de febrero de 1926 llegó a América
el hidroavión Plus Ultra, piloteado por Ramón
Franco, concretando así una proeza histórica. Ese
mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de
Córdoba, veía la luz el
protagonista de esta novela. Sus padres, de origen español,
lo llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha,
en la que se produjo el aterrizaje. La evocación del
escritor, que se inicia en la fecha de arribo del
hidroavión, tiene como escenario el querido paisaje de
Canals, provincia de Córdoba, donde "se vivía bien,
atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran radio a la
redonda, que buscaban los atractivos de este centro
vitalizador".

En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no
se conocían las desdichas; la naturaleza,
pródiga, brindaba a los hombres todo lo necesario para ser
felices. Su tesón y fe en el futuro de la nueva patria
eran una fuerza vital y
fecunda.

Notas

  1. Querejazu, Fernando de: El pequeño
    obispo
    . Buenos Aires, Lumen, 1986.
  2. Prebble, Carlos: "Fernando de Querejazu: la
    experiencia personal en
    la novela",
    en El Tiempo, Azul, 30 de abril de 1988..

En
cuentos

Andaluces

Francisco Montes es el autor de Leyendas y Aventuras
de Alpujarreños
. En "El desafío" relata que,
para las fiestas patrias, se realizaba una competencia de
doma. Esa vez, la ganó un andaluz de dieciséis
años: "El domador con carita de extranjero, flaco, velludo
y colorado, de ojos azules era el mismo que desde las Alpujarras
había llegado con dos años de edad en la
búsqueda de insondables destinos" (1).’

En un cuento de
Marta Lynch, "Chola, la hija del sastre, de la misma edad de
Rosa, entró como si estuviera en su casa, con la pollera
de volados de española en una mano y unas
castañuelas alquiladas en la otra" (2).

Carmela, personaje de un cuento de María del
Carmen García, era "una gitana como toda gitana, morena y
habladora, activa y vigorosa, que criaba a sus siete hijos como
si no le costara esfuerzo. La ropa siempre limpia y ordenada, la
pieza pulcra donde no faltaba un altarcito para la Virgen del
Rocío y una guitarra que a veces su Rafael sonaba con
melancólicos rasguidos andaluces" (3).

Pierre Cottereau es el autor de "La abuela Augusta",
cuento en el que evoca un episodio de la ancianidad de un
inmigrante andaluz. En los recuerdos del hombre, "Las
mesetas se extienden hacia un horizonte claro, lejano; desde muy
lejos llega el perfume de las manzanas en flor y los almendros
son ramos blancos por doquier. Más allá, las
praderas que bordean la ría están salpicadas de
florecillas, desborda la primavera sobre toda Andalucía"
(4).

Notas

  1. Montes; Francisco: "El desafío", en
    Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en
    Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
  2. Lynch, Marta: "Entierro de Carnaval", en Los
    cuentos
    tristes
    . Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág.
    129.
  3. García, María del Carmen: "Ojos
    gitanos", en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos
    Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny
    Fasola Castaño.
  4. Cottereau, Pierre: "La abuela Augusta", en El
    Tiempo
    , Azul, 12 de octubre de 1997.

Asturianos

En "Carroza y reina", cuento que da título al
libro de
Isidoro Blaisten premiado en el Concurso Literario de la
Fundación Fortabat, aparece el asturiano Alvarez, mozo del
café y
bar El Aeroplano: "Los parroquianos empujan para llegar hasta las
mesas del privilegio y arrastran al mozo, Alvarez el asturiano,
el de los enormes pies, que se escurre entre los cuerpos con la
bandeja en alto cargada de choppes, express y especiales de
matambre que son la especialidad de la casa" (1).

María del Carmen García presenta, en el
cuento al que nos referimos anteriormente (2), a unos asturianos:
"Algún tiempo
atrás habían llegado a Buenos Aires como otros
tantos inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria ni
guerras.
Primero llegó él; un año después
ella. Ella era joven y bonita, pequeña y ágil en
sus movimientos, alegre de carácter. El era alto y hosco, de hablar
poco y trabajar mucho. Se habían conocido de niños
en la aldea de Asturias en la que nacieron y se encontraron en
Buenos Aires gracias a los oficios del padrino Manuel y como era
de suponer se casaron en un septiembre lluvioso de
1910".

Es asturiano un personaje de uno de los relatos de Hilel
Resnizky: "En 1870 su abuelo, José Molinas, era el
propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e
incluso de buqyes y astilleros en la Patagonia. En
1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun,
quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con la
hija de Molinas (…) -El viejo José Molinas era testarudo
y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años
alejó de sí a su yerno judío,
enfrentándose con el rencor de su hija. Al final se
rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San
Jacobo’. Así llamó Marcos Grun a la estancia
que compró en Santa Cruz, en recuerdo de su padre"
(3).

Notas

  1. Blaisten, Isidoro: "Carroza y reina", en Carroza y
    reina
    . Buenos Aires, Emecé, 1986.
  2. García, María del Carmen: "Ojos
    gitanos", en Cuentos de criollos y de gringos. Buenos
    Aires, Vinciguerra, 1996. En colaboración con Fanny
    Fasola Castaño.
  3. Resnizky, Hilel: Puentes de papel. Buenos
    Aires, Milá, 2004.

Baleares

En "La niña de Ibiza" (1), Jorge Alberto Reale
refleja la emigración y la nostalgia de una familia oriunda
de esa localidad: "Esta historia comenzó un
poco antes de la Guerra Civil
Española del Año 36, en la baleárica isla de
Ibiza, que es cuando los Ramallets decidieron abandonar su
terruño y emigrar a Sud América. Fue así que
un día del mes de febrero del año siguiente
recalaron en Buenos Aires. No conocían a nadie. Estaban
solos. Debían comenzar de nuevo. Primero se alojaron en el
Hotel de Inmigrantes, después en otros albergues
aún menos confortables hasta que Don Diego, el padre,
consiguió un empleo
remunerado y una casa" (1).

Notas

  1. Reale, Jorge Alberto: "La niña de Ibiza", en
    el grillo, N° 42, Noviembre-Diciembre
    2005.

Castellanos

En "Fuera de juego", cuento
de Horacio Vaccari, el hijo de un italiano zapatero habla a su
padre muerto: "Cuando conocí a Julia, tardé meses
en explicarle cómo era mi familia y dónde
vivía yo. A ella nada pareció importarle. Me
presentó a los suyos. Su padre era dueño de una
confitería del centro, un local deslumbrante de luces.
Hablaba un español rotundo, aprendido en su pueblo
castellano. Me
apabullaba su seguridad. Lo
sentí tan superior, que no supe explicarle cómo era
usted" (1).

Notas

  1. Vaccari, Horacio: "Fuera de juego", en Cuentos
    elegidos
    . Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 pp.

Catalanes

H. Bustos Domecq es el seudónimo con el que
firmaban Jorge Luis Borges
y Adolfo Bioy Casares algunas obras escritas en conjunto. En uno
de estos textos, que se titula "Las noches de Goliadkin", un
personaje expresa: "-Comparto su aversión a la radio. Como
siempre me decía Margarita -Margarita Xirgu, usted sabe-
los artistas, los que llevamos las tablas en la sangre,
necesitamos el calor del
público. El micrófono es frío, contra
natura. Yo mismo, ante ese artefacto indeseable, he sentido que
perdía la comunión con mi público"
(1).

En "Las señoritas de la noche", Marta Lynch
presenta un almacenero catalán: "El almacenero
arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los
gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de
anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles
vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura
aquel que hiciera un marica de su hijo. La cabra, esa piojosa de
almacén, su mujer que
seguía siendo linda todavía pasó a un
segundo plano. Por una vez en la vida, marido y mujer concordaron
en mortificar al chico tapado hasta la cabeza en su diván
cama, detrás del tabique, en la pieza, junto al gallinero.
Ahora gritaban los dos en cada ocasión en que se
establecía una tregua y gritaban contra el catecismo,
contra el cura piojoso y contra todos los curas del mundo. Porque
era preferible haber ahogado a Arturo antes de nacer que verlo
convertido en una rata de la iglesia"
(2).

Patricio Pron, escritor santafesino, es el autor de "La
espera". El protagonista "era porteño. Había nacido
allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un
día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia
días de Cataluña, le habían transmitido casi
sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna
parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires". El padre muere a
poco de llegar a la Argentina. El hijo pregunta por qué
murió. " ‘Porque sus ojos estaban acostumbrados a
mirar el cielo azul de Cataluña’ le dijo su madre, y
a Juan Vera le bastó esa mentira para confirmarse, sereno,
que Dios lo había olvidado" (3).

Notas

  1. Bustos Domecq, H. (Jorge Luis Borges y Adolfo
    Bioy Casares): "Las noches de Goliadkin", en H. Bustos Domecq,
    A. Pérez Zelaschi y otros: El cuento policial.
    Selecc. de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires,
    CEAL, 1981. (Capítulo).
  2. Lynch, Marta: "Las señoritas de la noche", en
    Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL,
    1967.
  3. Pron. Patricio: "La espera", en De manos
    abiertas… Cuentos por adolescentes
    . Buenos Aires, Tu
    Llave, 1992.

Gallegos

Relata el narrador, en "El convite de Barrientos",
texto de
Santiago Estrada de 1889: "Pero todo lo que llevo referido
habría sido tortas y pan pintado, si el portero de mi
alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola
entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en
El Ferrol, no se hubiera negado a abrirme la puerta,
conjurándome a que, ánima en pena, volviera al
sitio de donde había salido, en la seguridad de que en
cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los cuartos
que me adeudaba al embarcarse para América"
(1).

En "Departamento para familias", cuento incluido en el
volumen
Pasos del gran bailarín, el sevillano Guillermo
Guerrero Estrella presenta a Inés, una criada gallega
(2).

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