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El Imperio Inca



    1. Organización del poder.
      El Inca y la nobleza.
    2. Organización
      política y social
    3. Trabajo, justicia, vida
      social.
    4. Arquitectura, ingeniería,
      caminos Reales y la guerra.
    5. Religión
    6. ¿Qué nos dejaron los
      incas?
    7. Glosario
    8. Bibliografía

    La zona central andina de la América
    del Sur es uno de los ámbitos más ricos en
    vestigios de importantes civilizaciones antiguas en todo el
    mundo. En la antigüedad existieron en esta zona varias
    culturas muy desarrolladas que, desde muchos siglos antes del
    comienzo de nuestra, era fueron apareciendo y desapareciendo y
    superponiéndose unas a otras, hasta llegar a confluir
    todas en una sola, que se convertiría en una de las
    más importantes civilizaciones de todos los tiempos: el
    imperio Inca.

    Aproximadamente a partir del año 1200 a. C.
    comienzan a desarrollarse las primeras culturas en la zona de la
    costa norte del actual Perú. Es en esta época
    cuando empiezan a surgir los primeros indicios del nacimiento de
    núcleos poblacionales, pequeñas aldeas que
    configuran los primeros antecedentes del urbanismo andino. Con el
    correr de los años, los centros religiosos se van
    transformando en populosos núcleos urbanos que albergan
    residencias, mercados, y
    órganos administrativos, políticos y
    religiosos.

    La economía de estos
    centros se apoyaba primordialmente en el desarrollo y
    control de
    grandes extensiones territoriales dedicadas a la economía
    agrícola y la ganadería,
    mientras que el mantenimiento
    específico de los órganos de poder
    residía en un sistema de
    tributación del pueblo que incluiría no sólo
    la aportación de materias primas sino también de la
    prestación de labores en obras públicas, o
    prestando servicios a
    las clases dirigentes.

    Se estima que estas clases llegaron a tener riquezas
    extraordinarias, hecho comprobado con los hallazgos
    arqueológicos, especialmente de tumbas de señores
    de la cultura
    Moche, entre otros. Precisamente esta cultura fue una de
    las más importantes de la era pre incaica,
    habiéndose iniciado en la zona de los valles de
    Chicama y Moche, para luego, alrededor del
    año 200 a. C. comenzar a expandirse hacia otros valles.
    Otras civilizaciones de importancia comenzaron a aparecer en
    diferentes zonas desde el norte de Perú hasta la actual
    Bolivia, que
    con el correr de los siglos desarrollarían las bases de la
    cultura incaica. Pueblos como la civilización Moche,
    Tiawanaku, Nazca y Chimú, dejaron todo su bagaje cultural
    como herencia a
    aquellos que se encargarían de llenar su espacio y
    desarrollar una cultura que iba a ocupar el lugar,
    político y territorial, de todas ellas, llegando a
    convertirse en una de las más importantes civilizaciones
    de todos los tiempos.

    Orígenes

    El inicio de la civilización incaica se
    remontaría aproximadamente al año 1100 de nuestra
    era, aunque este supuesto inicio, está basado, como suele
    ser habitual, en una leyenda. La tradición cuenta que un
    héroe civilizador llamado Manco Cápac, hijo del
    sol, fundó la ciudad del Cuzco en un valle entre la
    confluencia de dos ríos.

    Éste había sido enviado por el sol junto a su
    hermana y esposa Mamá Ocllo, con el objeto de que
    reuniesen a los naturales en núcleos poblacionales y los
    convirtieran en seres civilizados, debido a que el astro rey se
    había compadecido del estado de
    barbarie y abandono en el que estaban viviendo los hombres. Los
    hermanos venidos del cielo habrían llegado a la tierra en
    las inmediaciones del Lago Titicaca –el lago más
    alto del mundo-, en la actual zona fronteriza entre Perú y
    Bolivia para luego iniciar un lento peregrinaje por las
    altísimas llanuras del altiplano. Tenían en su
    poder una pequeña vara de oro y
    según las instrucciones recibidas por el sol,
    deberían fijar su residencia en el sitio en donde la vara
    se hundiera por sí sola.

    Una vez que arribaron al valle del Cuzco tuvo lugar el
    hundimiento prodigioso de la vara y de esta forma establecieron
    su residencia. Ya instalados en el sitio prodigioso, Manco Capac
    comenzó a instruir a los hombres en la agricultura,
    mientras que su hermana y esposa instruyó a las mujeres en
    las artes del hilado y el tejido. Así, la gente del valle,
    obedeciendo las divinas enseñanzas, se convirtió en
    los cimientos del pueblo Inca. En poco tiempo,
    el aprendizaje
    recibido hizo a este pueblo notablemente superior a las
    demás tribus vecinas, erigiéndose en la tribu
    dominante, lo que los llevó a extenderse más
    allá de las fronteras del valle del Cuzco unificando las
    culturas por medio de las conquistas militares.

    Existen diferentes teorías
    sobre la forma de apreciar esta tradición. Hay quienes
    niegan la existencia del más mínimo atisbo de
    verdad en su contenido, afirmando que la leyenda es una
    creación totalmente original que se inventó en
    tiempos de apogeo del imperio, para dar soporte divino a sus
    monarcas, instituyéndose en descendientes del hijo del
    sol, además de lograr una unidad religiosa del pueblo con
    toda una jerarquía eclesiástica, con vistas a su
    dominación. Pero también están aquellos que,
    como el Inca Garcilaso de la Vega, piensan que la leyenda tiene
    una base de verdad, atribuyéndole la identidad del
    supuesto hijo del sol, a algún individuo
    extranjero instruido e inteligente, que al arribar con su
    grupo al valle
    del Cuzco, comprendió que haciéndose pasar por un
    Dios podría convertirse en el jefe de los elementales
    naturales que habitaban el lugar en condiciones
    precarias.

    En definitiva, es probable que un pequeño grupo
    procedente de la zona de los actuales Andes bolivianos, o
    quizá de los alrededores del lago Titicaca se hayan
    instalado en la zona del valle del Cuzco huyendo de vecinos
    hostiles o simplemente buscando un lugar más apto para el
    desarrollo de la actividad agrícola y ganadera, llegando,
    con el correr de los años, a unificar la multitud de
    costumbres, tradiciones y cultos de los diversos grupos
    étnicos residentes en las zonas lindantes.

    Existen, por otra parte, otras tradiciones que intentan
    echar luz sobre los
    orígenes incaicos, que hablan de hombres blancos y
    barbados que salieron de las aguas del lago Titicaca, o incluso
    del mar, para civilizar al pueblo y hacerlos vivir en paz. Esta
    leyenda, con diferentes variantes, se repite
    sistemáticamente en numerosas culturas americanas de
    diferentes zonas geográficas, como por ejemplo en la
    cultura
    azteca, cuando se recuerda la leyenda de Qetzalcoatl, el dios
    civilizador blanco y barbado que había llegado de oriente
    y un día partió prometiendo volver.

    Este tipo de leyendas
    provoca irremediablemente en muchas personas la tentación
    de interrogarse sobre las misteriosas razones que pueden haber
    hecho que una misma historia se haya expandido
    por tan extensos territorios que teóricamente no
    tenían contacto entre sí. ¿Quiénes
    serían estos hombres blancos barbados que llegaron desde
    las aguas en épocas remotas, muy anteriores al arribo de
    los españoles? Esto, claro, si realmente estas leyendas
    tienen una base de hechos verdaderamente acaecidos en tierras
    americanas.

    De una u otra forma, no parece probable que el inicio de
    esta civilización se remonte al año 1100 de nuestra
    era, como lo afirman diversas crónicas, debido a que no
    concuerda el lapso de tiempo transcurrido desde entonces hasta la
    fecha de llegada de los conquistadores, con la cantidad de
    monarcas ungidos por la tradición andina. Cuenta esta
    tradición con una genealogía conformada, desde
    aquella época hasta la llegada de los españoles,
    por una lista de trece Incas, aunque
    se estima que de todos ellos, sólo pueden ser considerados
    con cierta certeza, verdaderos personajes históricos a los
    últimos cinco, ya que se duda sobre los primeros ocho, a
    quienes no se adjudica una entidad enteramente histórica
    debido a la falta de información fehaciente. El primer grupo
    está conformado por: Manco Cápac, Sinchi Roca,
    Lloque Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui, Inca
    Roca, Yahuar Huacac y Viracocha Inca. El segundo grupo integrado
    por aquellos monarcas cuya referencia histórica
    estaría comprobada, está formado según el
    siguiente detalle: Pachacuti Inca Yupanqui, Topa Inca Yupanqui,
    Huayna Cápac, Huáscar y Atahualpa.

    Incluso no hay seguridad de que
    los primeros monarcas hayan detentado el poder en forma de Inca
    todopoderoso, sino que se estima posible que el poder haya sido
    compartido probablemente entre dos monarcas, originarios de
    diferentes secciones de la ciudad capital. Se
    sabe que durante mucho tiempo, existió en la zona una
    intensa rivalidad entre los descendientes de Manco Cápac y
    el pueblo de los Chancas. El final de este enfrentamiento
    daría al triunfador la posibilidad de lograr la
    hegemonía sobre el valle y lanzarse a una aventura
    expansionista. Aproximadamente en el año 1438 se dio este
    final, con el triunfo definitivo de los Incas sobre sus
    aguerridos rivales. Es a partir de este momento que puede
    hablarse con propiedad del
    imperio Inca o Tawantinsuyu, coincidiendo con el inicio
    del reinado del considerado como el verdadero creador de esta
    civilización: el Inca Pachacuti. Durante su reinado,
    aproximadamente entre los años 1438 y 1471, se
    llevó a cabo el engrandecimiento de la ciudad del Cuzco,
    el establecimiento de las instituciones,
    la
    organización del imperio y, principalmente, el inicio
    de la expansión territorial. Fue guerrero, organizador y
    legislador. Algunos lo han llamado el Alejandro
    Magno de la antigua América. Esta fervorosa actividad
    en beneficio del imperio, la heredó a su hijo Topa Inca
    Yupanqui, quien consolidó la expansión que
    llevó a esta civilización a contar con un
    territorio de unos 600.000 km2, alcanzando a cubrir los actuales
    territorios de Perú, Bolivia y Ecuador, y
    parte de Colombia, Chile y
    Argentina, en la época de la llegada de Francisco
    Pizarro.

    Igualmente, todo, absolutamente todo lo que pueda
    decirse de esta civilización, es relativo, debido a que
    jamás dejaron registro escrito
    alguno, y todo lo que conocemos de su historia y
    características se debe a la tradición oral a
    través de los siglos, recogida por los cronistas
    españoles, lo que a todas luces, parece una fuente, como
    mínimo, pasible de errores, modificaciones,
    interpretaciones y demás elementos que pudieran desvirtuar
    la exactitud de la información a través del
    tiempo.

    Organización del poder. El Inca y la
    nobleza.

    Según la tradición, el poder pasó
    ininterrumpidamente de padres a hijos a partir de Manco Capac, al
    hijo primogénito de la Coya, única esposa
    legítima del monarca cuya condición la
    distinguía entre las numerosas concubinas de palacio. De
    cualquier forma, también es relativa esta tradición
    ya que se cree que si en su momento, éste no era el
    más apto, se escogía al más hábil
    entre la prole de los principales. Con el objeto de mantener la
    pureza de la sangre real, al
    no mezclar la sangre del Sol con la sangre humana, según
    lo dictaban sus creencias, esta esposa o Coya, era
    escogida de entre las hermanas del Inca. Precisamente el monarca
    era quien se hallaba a la cabeza del Estado, en forma de rey
    supremo y, si bien originalmente gobernó una
    pequeña tribu, luego se convirtió en la autoridad
    máxima de un enorme imperio, que ejercía en forma
    despótica su poder teocrático, disponiendo a su
    antojo sobre la vida y obra de sus súbditos.

    Su poder provenía directamente del sol, el
    Tata Inti, ya que se decía descendiente directo de
    Manco Capac, hijo del sol y progenitor de todos los futuros
    monarcas. Los jóvenes escogidos para suceder al Inca, eran
    encargados a un grupo de sabios o amautas desde muy
    temprana edad, a los fines de ser instruidos en las artes del
    poder, la
    educación militar y el ceremonial religioso, el cual
    llegó a un alto grado de complejidad. Los jóvenes
    de entre los cuales saldría el sucesor, tenían que
    superar a los dieciséis años una prueba
    atlética que incluía ejercicios, lucha, pugilato,
    carreras, ayuno riguroso y diferentes tipos de
    combate.

    Esto duraba unos treinta días, y no todos
    llegaban al final con vida, debido a las exigencias desmedidas
    que implicaban este proceso.
    Terminada la prueba todos eran recibidos por el Inca y
    felicitados por éste, a manera de estímulo. Luego
    seguía un largo y complicado procedimiento
    ritual que concluía con la elección del sucesor, en
    la plaza principal de la ciudad, en medio de un animado festival
    público de danzas y cantos. A partir de este momento, el
    elegido era puesto al lado del Inca, y se le otorgaban ciertas
    funciones de
    importancia dentro de la
    administración, convirtiéndolo en una especie
    de vice gobernante, con el propósito de evitar peleas en
    la sucesión, aunque esto no siempre pudo evitarse,
    llegando incluso a darse el caso de haber cambiado al sucesor a
    último momento.

    El soberano, cuya denominación era Sapa
    Inca
    , utilizaba varias insignias de poder, entre las cuales
    se distinguía la mascapaicha que usaba sobre su
    cabeza, y que solía estar coronada por dos plumas de un
    exótico pájaro. También su vestuario
    debía diferenciarlo de los demás mortales, ya que
    él estaba situado por encima de todos, llevaba una
    túnica sin mangas que le llegaba hasta las rodillas,
    confeccionada con telas de lana de vicuña, de la
    más alta calidad, cubierta
    por una capa. Calzaba unas sandalias de lana, normalmente
    blancas.

    El Inca llevaba una vida holgada y plena de comodidades,
    sin embargo debía cumplir con múltiples obligaciones
    derivadas de su
    majestad. Su principal labor eran los viajes
    permanentes, a manera de agotadoras peregrinaciones por todas las
    rutas del imperio para, entre otras cosas, inspeccionar la
    construcción de palacios, obras
    públicas de importancia estratégica y militar, y en
    épocas de guerra,
    llegaba a acompañar a sus ejércitos. La comitiva
    era enorme, y se desplazaban con lentitud por las rutas
    imperiales, descansando en los tambos, posadas bien
    aprovisionadas construidas sobre los caminos, que se calculan en
    varios miles en el momento de apogeo. El Inca era llevado en una
    litera que tenía detalles en oro y piedras preciosas, pero
    solía mostrarse sencillo al arribar a los pueblos, tomando
    contacto con los naturales para conocer sus problemas,
    incluso llegaba en oportunidades a tomar parte en alguna disputa
    en los tribunales locales.

    Los palacios reales eran totalmente construidos en
    piedra, en edificios sumamente extensos de una sola planta con un
    patio central, cubiertos con techos de paja o de madera.
    Jamás un nuevo Inca ocupaba el palacio de su antecesor,
    sino que se construía un nuevo palacio, donde pasaba a
    residir con toda su corte de concubinas, guardias y servidores. El
    palacio del Inca que fallecía era cerrado con todos sus
    tesoros dentro. El nuevo monarca nada recibía en herencia,
    sino que él debía procurarse todo lo que
    constituiría la imagen de su
    dignidad real.
    Ni siquiera heredaba el personal de
    servicio, ya
    que normalmente eran inmolados junto a sus concubinas sobre el
    sepulcro del fallecido Inca, llegando a tratarse, en ocasiones,
    de varios cientos de personas.

    La nobleza estaba dividida en dos clases dominantes. En
    primer lugar estaban situados inmediatamente después del
    Inca, todos los descendientes del soberano, quienes conformaban
    la denominada panaca real. Al parecer, el monarca llegaba
    a tener cientos de hijos con sus numerosas concubinas,
    situación que a veces complicaba la satisfacción de
    las necesidades de alojamiento y manutención de esta
    clase
    acomodada. Estas personas, llamadas "orejones" por los
    españoles, por causa de la deformación de las
    orejas que se provocaban a propósito con el uso de unos
    enormes adornos circulares encarnados en sus lóbulos,
    consumían en demasía y llevaban una vida de lujos
    que, en ocasiones, poco tenían que envidiarle a la que
    llevaba el monarca. Sólo miembros de esta clase
    podían ejercer las principales dignidades religiosas,
    además llegaban a obtener destacados cargos
    administrativos y militares, y tenían privilegios de los
    que no podían gozar quienes se encontraran fuera de la
    nobleza, como la poligamia.

    La otra clase dominante estaba constituida por los
    Curacas. Estos eran los caciques de las naciones
    conquistadas que los Incas con sus guerras iban
    adosando a su creciente imperio. Los monarcas incas sabían
    cómo lograr pleitesía y admiración de sus
    conquistados, y una de sus estrategias era
    justamente no remover a estos caciques de su cargo, llevarse a
    sus hijos para que fueran educados en el Cuzco
    prácticamente como virtuales rehenes, e incluso no
    prohibir la religión local,
    siempre que se adorara en primer término la figura del
    Inca, se respetaran la leyes y la
    religión oficial. En ocasiones este tipo de medidas no era
    suficiente y se llegaban a realizar traslados de una tierra a otra
    para facilitar la integración.

    La autoridad de estos personajes era solamente local. Si
    bien los "orejones" eran seres absolutamente superiores y
    contaban con privilegios exclusivos inherentes a su dignidad, los
    Curacas disponían también de ciertos
    privilegios que los diferenciaban fuertemente del pueblo, aunque
    en este caso, aparentemente, recibían estos privilegios en
    forma de obsequios y halagos de parte del soberano, como para
    dejar en claro que no les eran inherentes. Así se lograba
    mantener a los Curacas en su lugar dentro de la escala social
    incaica, y a su vez se establecía toda una cadena de
    distribución de privilegios, bienes, y
    lealtades que aseguraban el perfecto funcionamiento de las
    instituciones. Estas prebendas podían incluir el uso de
    literas, vestidos de telas finas, viviendas en zonas nobles,
    concubinas y servidores.

    Existía además otro grupo de privilegio
    que era el de las denominadas aclla, o mujeres elegidas.
    Estas mujeres eran elegidas entre las más bellas del
    imperio cuando eran niñas, y eran educadas conjuntamente
    las que provenían de la nobleza como las escogidas entre
    el pueblo. Luego de recibir una educación de elite
    durante cuatro años, tenían diversos destinos que
    iban desde convertirse en esposas o concubinas de miembros de la
    nobleza, hasta ser Vírgenes del Sol o mamacunas,
    condición que las llevaba a recluirse para siempre en los
    acllahuasi, manteniendo su castidad y una rígida
    disciplina
    cuya falta de observación era pasible de la pena
    capital.

    Organización política y
    social

    Todo estaba dividido en el imperio en forma matemática
    y precisa, para facilitar las tareas tendientes a lograr el
    estricto orden pretendido por el Estado. La
    población de todos los territorios del
    imperio en su conjunto al momento de la llegada de Francisco
    Pizarro, se estima entre unos veinte y treinta millones de
    personas. La denominación de este reino, era
    Tawantinsuyu, o imperio de los cuatro costados o regiones,
    ya que estaba dividido en cuatro territorios: el
    Collasuyu, al Sur, que era el más extenso de todos;
    el Cuntisuyu, segunda parte del imperio, que abarcaba las
    regiones localizadas al oeste y sudoeste de la ciudad del Cuzco;
    el Chinchasuyu, que ocupaba los actuales territorios de
    Ecuador y sur de Colombia y el Antisuyu, que se
    extendía hacia el Este, donde se sitúan las laderas
    orientales de la cordillera y el nacimiento de la selva
    amazónica.

    Cada uno de estos territorios, o costados, contaban con
    una especie de gobernador a la cabeza, denominado
    Tucuyricuc o Suyoyoc Apu. Éste detentaba el
    poder máximo en temas de toda índole,
    administrativos, jurídicos, políticos y militares.
    Comandaba desde la sede de su gobierno a un
    verdadero ejército de funcionarios que eran itinerantes o
    residentes en los diferentes pueblos de su distrito. A su vez, su
    desempeño era celosamente vigilado por
    funcionarios imperiales. Los cuatro suyos eran los
    territorios originales de las diferentes culturas conquistadas
    mediante las armas por los
    incas. Hacia cada uno de ellos se dirigía uno de los
    cuatro caminos principales que salían desde la capital, el
    Cuzco, que significaba ombligo del mundo.

    Esta ciudad, habitada por unas 200.000 personas a la
    época de la conquista, también se hallaba dividida
    en cuatro distritos, que pertenecían a dos partes
    principales. La mitad inferior de la ciudad se llamaba
    Hurin Cuzco y la superior era Hanan Cuzco. A su
    vez, cada uno de los cuatro distritos tenían
    subdivisiones, y en cada uno de ellos intentaba agruparse a los
    habitantes según su raza y origen, quienes
    mantenían en parte sus costumbres y vestimenta
    típica. De esta organización urbana, podían
    conocerse datos como la
    clase social, procedencia y grupo étnico, tan sólo
    con saber en cuál barrio de la ciudad vivía una
    persona.

    Esta civilización llegó a formar un Estado
    con una organización social realmente sorprendente, que no
    deja de causar aún hoy en día el asombro de
    investigadores e historiadores del mundo entero. La
    población vivía en casas o pequeños
    núcleos habitacionales diseminados por el campo y los
    sembradíos. Cuando se trataba de pueblos de mayor
    envergadura, éstos solían encontrarse enclavados en
    salientes rocosas y demás sitios no aptos para los
    trabajos agrícolas, de manera de aprovechar al
    máximo las superficies cultivables.

    Las personas que habitaban estos pueblos se agrupaban de
    acuerdo a una forma original de organización social
    denominada ayllu, que fue la base de esta sofisticada
    estructura. El
    ayllu era una comunidad
    conformada por todos los descendientes de un antepasado
    común, y no tenían un número predeterminado
    de miembros, podían ir desde unas pocas decenas hasta
    cientos de personas. El conjunto de ayllus formaba la
    población de las aldeas, y cada uno de ellos, como una
    unidad social poseían un determinado territorio a los
    efectos de la residencia, el culto a los espíritus y las
    labores agrícolas a las cuales estaban
    obligados.

    Esta misma estructura estaba presente incluso en la
    corte real, ya que la nobleza cuzqueña era el grupo
    descendiente del monarca, pero se diferenciaban por su
    denominación especial –panaca real-, algunos
    privilegios como el de la poligamia, y además por que no
    poseían porciones de tierra asignadas debido a que nunca
    debieron cumplir con tarea agrarias. En oportunidades, se
    realizaba el traslado de ayllus completos, que a veces
    significaba el traslado en masa de pueblos enteros, por motivos
    religiosos, estratégicos, políticos o
    económicos. Estos grupos trasladados eran denominados
    mitimaes.

    El pueblo o hatun runa, era el verdadero motor del
    imperio, tenían la responsabilidad de trabajar las tierras del Estado
    con el objeto de crear riquezas que fueran suficientes para el
    mantenimiento básico personal de los plebeyos, la
    manutención de las clases privilegiadas improductivas y
    del inmenso aparato estatal. Los miembros de los ayllu, es
    decir todo el pueblo fuera de la nobleza, no poseían
    absolutamente nada ya que en el imperio no existía algo
    como la propiedad privada, y ni siquiera podría llamarse
    privada a su vida personal. No les estaba permitido cambiar de
    residencia, ni siquiera cambiar los colores de la
    ropa y el sombrero que debían utilizar para ser
    identificados según su origen, además no
    tenían derecho a ninguna clase de educación
    proveniente del Estado, salvo la estrictamente ligada al aprendizaje de
    técnicas de trabajo.
    Dentro de los ayllus, aunque con cierta independencia
    de éste, se encontraban los Yanaconas, que
    aparentemente tenían la tarea de cuidar las propiedades
    rurales del Inca, como sembrados y ganado, aunque no se ha
    llegado actualmente a una conclusión definitiva sobre la
    actividad y status de este miembro del grupo.

    El Estado llevaba el control
    estadístico sobre todo; se contabilizaba y registraba
    la población según sexo, edad,
    clase, ocupación, residencia. Toda la población del
    Tawantinsuyo se dividía según un sistema
    decimal que los organizaba en decurias, agrupaciones de diez
    cabezas de familias de entre veinticinco y cincuenta años.
    Luego se organizaban en cincuenta, cien, quinientos y mil
    individuos, categorizados por edad, sexo, etc.

    Todos los individuos estaban completamente controlados
    por el Estado prácticamente en cada uno de sus actos,
    incluso en los más íntimos como las relaciones con
    sus congéneres. Nada era privado, ya que según la
    concepción del Estado todo era de su incumbencia, de
    manera que era absolutamente normal el control incluso sobre los
    nacimientos y los matrimonios, siendo esto último de
    carácter obligatorio. Si alguien no
    había encontrado con quien contraer matrimonio dentro
    de las edades indicadas, entre los 24 y 26 años para los
    hombre y de 18
    a 20 para las mujeres, el funcionario encargado formaba las
    parejas según su criterio, de manera de que todos
    cumplieran con su obligación. Algunas mujeres solteras
    podían llegar a convertirse en concubinas de altos
    funcionarios

    El Quipucamayoc era el funcionario que se
    encargaba de controlar todas estas cuestiones de estadísticas y censos, fundamentales para
    las políticas
    demográficas seguidas por el Estado. Su elemento de
    trabajo primordial era el quipu, complejo instrumento
    confeccionado en cuerdas, que según la forma, nudos y
    colores con que se armaba, contenía una u otra
    información. Este sistema nemotécnico tenía
    un método que
    pocos conocían ya que su enseñanza estaba reservada solamente a
    escogidos funcionarios estatales, miembros de la nobleza y otros
    pocos individuos ligados a tareas estatales. Existían en
    el Cuzco depósitos especiales donde se guardaba toda esta
    información, a manera de un gigantesco ministerio de
    economía de un Estado del mundo actual.

    Trabajo,
    justicia, vida
    social.

    En el imperio Inca, pocas cosas resultaron tan
    importantes para el Estado como el respeto a las
    leyes, y a sus efectos, se organizó un aceitado sistema de
    leyes y durísimos castigos para los que las violaran. En
    las ciudades y pueblos del interior del imperio había
    organismos similares a tribunales que entendían en
    delitos leves,
    y los gobernadores de los distritos se erigían en jueces
    superiores cuando se trataba de delitos graves. Los jueces
    tenían un plazo de cinco días para concluir con los
    litigios. No existían las apelaciones, pero el sistema
    promovía la mejor administración de justicia
    posible.

    Existían pocas leyes, casi todas de
    carácter penal, como las que castigaban el homicidio, el
    robo y el adulterio,
    delitos que tenían penas tremendas, aunque podían
    existir ciertos atenuantes, por ejemplo para aquel que robara
    comida por necesidad. El hablar en contra de la figura del Inca,
    la sedición, la blasfemia en contra del Sol eran penadas
    con la pena de
    muerte, pero también podían serlo otros delitos
    relacionados con la organización y el funcionamiento de la
    maquinaria estatal, como destruir puentes y caminos,
    sembradíos, edificios públicos, árboles
    frutales, etc. Se adjudicaba a las leyes un carácter casi
    divino, ya que emanaban del Inca, y por eso violarlas era un
    sacrilegio, aunque, como suele darse en este tipo de estructuras,
    la justicia no alcanzaba a todos por igual, viéndose
    más favorecidos los miembros de la nobleza por los fallos
    de los jueces.

    Las leyes relativas al fisco, eran de vital importancia
    ya que organizaba los ingresos con los
    que se nutría el aparato del Estado. A sus efectos, el
    territorio imperial se dividía en tres partes, y lo
    producido dentro de cada una de ellas, se destinaba a su titular.
    Los titulares de estas tres partes eran, el Sol, el Inca y el
    pueblo. Lo destinado al Sol se empleaba en mantener toda la
    inmensa estructura religiosa del Estado, con su culto, sus castas
    sacerdotales y templos. Lo que correspondía al Inca,
    pasaba a cubrir todos los gastos del
    aparato del Estado, incluyendo la manutención de la
    nobleza improductiva y el boato real. Por último, restaba
    lo producido en la parte correspondiente al pueblo, esta tierra
    se dividía proporcionalmente entre todos los habitantes, y
    era trabajada por estos para lograr su propia manutención.
    Todas estas tierras eran trabajadas exclusivamente por el pueblo,
    que de esta forma contribuía obligadamente con su fuerza de
    trabajo al mantenimiento del Estado mediante este sistema
    denominado mita.

    En este imperio no existía la pobreza, nadie
    jamás pasaba hambre debido a la compleja
    distribución de las tierras y tareas que marcaba la
    ley, lo que
    constituía una especie de comunismo agrario
    primitivo. Resulta notable el hecho de que a pesar de haber
    contado con una extensión territorial y una
    población rara vez igualada en la historia por un
    único imperio, lograron a fuerza de organización y
    decisión política erradicar la pobreza, la
    miseria y la marginalidad,
    cosa raramente alcanzada a lo largo de la historia de la
    humanidad, aunque a costa de un Estado opresor y omnipotente que
    no permitía el menor atisbo de iniciativa individual ni
    propiedad privada. Según éste sistema comunitario,
    la tierra era propiedad del Estado pero era entregada a la
    colectividad y todos debían trabajar en ella. Sólo
    a los ancianos y enfermos se les permitía no trabajar,
    todos los demás debían hacerlo y vivir del producto de
    ese trabajo.

    Cuando las personas del pueblo contraían
    matrimonio, el Estado les proveía de una casa
    –según el caso podía ser construida por la
    comunidad- y una porción de tierra o tupu, en
    usufructo que debían trabajar con el fin de abastecerse. A
    cada hijo varón que nacía se le entregaba una
    porción y si nacía una niña se le entregaba
    media porción de tierra. Cada año, los funcionarios
    del Estado que recorrían todos los territorios imperiales
    con sus quipus, redistribuían la tierra
    según las modificaciones dentro de los grupos familiares,
    haciendo cumplir estas leyes agrarias y
    demográficas.

    Por otra parte, todos los habitantes debían
    cumplir una labor comunitaria obligatoria que sería algo
    así como el pago del tributo al poder imperial, que los
    obligaba a trabajar con el sistema de la mita en la obra
    pública como la construcción de puentes, templos,
    caminos, las minas y demás tareas para el Estado. Este
    mismo sistema fue más tarde adaptado por los
    españoles para consolidar su estructura de
    explotación de los grupos indígenas.

    Esta especie de fraternidad denominada ayni en la
    cual todos trabajaban para sí mismos, para el
    prójimo y para el Estado, se manifestaba fuertemente,
    cuando alguna situación como un trabajo demasiado duro, o
    si un factor climático o alguna peste llegaba a
    dañar las plantaciones de algún territorio. En
    estas situaciones, el Estado organizaba el auxilio de los
    vecinos, para que las víctimas no debieran sufrir
    ningún tipo de privación.

    En cuanto a los rebaños de animales, estaban
    formados por llamas, alpacas, guanacos y vicuñas. Se trata
    de camélidos que en la actualidad continúan
    existiendo y conformando un recurso económico de
    importancia para los habitantes de la zona. De estos animales,
    que eran todos eran de propiedad exclusiva del Inca y del Sol, se
    extraía lana -siendo la de la llama la menos apreciada y
    la de vicuña y alpaca las más finas- y a algunas se
    las utilizaba también como bestias de carga, aunque debido
    a su poca resistencia,
    debían armarse caravanas de hasta mil ejemplares, que
    además no podían recorrer más que unos
    cuarenta y cinco kilómetros diarios. Anualmente, nutridos
    grupos de llamas machos arribaban al Cuzco y eran utilizados por
    la corte para su consumo y
    sacrificios en ritos religiosos. Estaba absolutamente prohibido
    sacrificar ejemplares hembras.

    Si bien las leyes laborales eran tan estrictas y
    exigentes a los fines de no permitir el ocio, como para llegar a
    contemplar incluso que los niños
    de cinco años ya debieran comenzar a ayudar a sus padres,
    también contemplaba que el Estado mantuviera a los ciegos,
    sordomudos, minusválidos y ancianos, sin que tuvieran que
    realizar labores. Tampoco quedaba jamás un huérfano
    abandonado ya que estos niños eran confiados a una
    familia que
    los educara y alimentara. Estas leyes de protección a los
    más débiles constituían uno de los valores
    más importantes para la sociedad.

    Arquitectura,
    ingeniería, caminos Reales y la
    guerra.

    Uno de los ámbitos entre los que más
    descollaron los incas fue en la arquitectura,
    materia en la
    cual se destacaron principalmente con la construcción de
    templos, palacios y edificios militares. Por todos los rincones
    del imperio proliferaban este tipo de construcciones, que
    formaban parte de su sistema de dominación y
    expansión territorial, al utilizar la construcción
    de edificios como otro elemento aglutinante de la variedad de
    etnias y culturas tan diferentes que habían sido
    dominadas.

    Su arquitectura se destacó por el tratamiento de
    la piedra, como material principal de sus construcciones. Si se
    alcanzan a distinguir diferentes estilos dentro de su
    arquitectura, éstos se definirán a partir del tipo
    de bloque utilizado, dándole su tamaño y forma,
    mayor o menor importancia al conjunto. Podrían
    distinguirse así, tres estilos: el más sencillo,
    realizado con piedras sin labrar, y de forma irregular,
    especialmente utilizado en la construcción de viviendas;
    el segundo, para lo cual se utilizaban piedras perfectamente
    labradas, con formas geométricas, a veces insólitas
    como la famosa piedra de los doce ángulos de Cuzco, para
    la construcción de palacios, templos y edificios
    estatales; y en tercer lugar las construcciones de
    carácter ciclópeo, para lo cual se utilizaban
    piedras de tamaños, a veces inverosímiles, que
    provocan aún en la actualidad no sólo el asombro,
    sino el interrogante de cómo pueden haber sido
    transportadas -a veces durante largas distancias sobre terrenos
    irregulares- sin haber contado los incas con el auxilio de la
    rueda ni de herramientas
    duras.

    Este último tipo de construcción se
    utilizaba especialmente para edificaciones de carácter
    militar. Como ejemplo se puede citar especialmente a la
    célebre fortaleza de Sacsahuamán, en las afueras
    del Cuzco, especie de muralla defensiva con significación
    religiosa que causó el horror de los conquistadores
    españoles, llegando incluso a ser calificada como
    "construida por el demonio" por el fraile Valverde, y a ordenar
    su destrucción, cosa que finalmente no pudo ser llevada a
    cabo. En cualquier caso, sus construcciones eran normalmente de
    una sola planta. Tal fue la pericia alcanzada en estas artes por
    esta civilización, que provocó el asombro de los
    conquistadores y hoy en día, se mantienen en pié
    todas aquellas obras no destruidas por ellos, luego de siglos de
    soportar ataques, saqueos y terremotos.

    El más famoso de sus templos fue el Templo del
    Sol localizado en Cuzco, que se denominó
    Coricancha. No fue sólo el más famoso, sino
    también el más importante, ya que constituía
    el centro mismo del culto al Sol para todo el imperio. Estaba
    compuesto por un edificio principal y varios más
    pequeños, que ocupaban en su conjunto una gran
    extensión de terreno en el área central de la
    ciudad. Sus paredes eran de piedra labrada a la
    perfección, y cada bloque estaba unido uno a otro sin
    ningún tipo de argamasa a pesar de lo cual no podía
    introducirse por sus juntas ni la más delgada punta de
    espada. En su interior colgaba una inmensa imagen del sol labrada
    en oro, incrustada de esmeraldas, y otras más
    pequeñas que exhibían todo tipo de piedras
    preciosas. Poseía un inmenso jardín donde todas sus
    plantas, sus
    flores, animales y mariposas eran de oro, incluso los más
    básicos adornos y hasta las cañerías de
    agua eran del
    áureo metal.

    Casi todas las paredes estaban enchapadas en oro desde
    el piso al techo y hasta las cornisas exteriores del edificio
    principal lo estaban. Había otro templo menor dedicado a
    la luna, en cuyo interior destacaba su imagen, confeccionada en
    plata. Otros edificios menores estaban dedicados a la
    adoración a las estrellas, al relámpago y al arco
    iris. En sus alrededores había edificios que albergaban en
    sus habitaciones a numerosos sacerdotes que desarrollaban el
    culto religioso. Era casi una ciudad dentro de otra, habiendo
    llegado a contar con una planta estable entre trabajadores y
    sacerdotes de unas cuatro mil personas.

    Otra importante edificación de carácter
    religioso fue el Templo de Pachacámac, cuyas ruinas se
    encuentran en las proximidades de la actual ciudad de Lima,
    capital del Perú, que aunque fue construido con
    anterioridad a la llegada de los incas a esa zona, éstos
    lo mejoraron utilizando su estilo arquitectónico. Otros
    sitios donde pueden apreciarse restos arqueológicos de
    importantes asentamientos son Pisac, Ollantaytambo, Tambo Machay
    y muy especialmente, la asombrosa ciudadela de Machu Picchu,
    construída sobre el río urubamba, a una altura de
    2350m sobre el nivel del mar, y recién descubierta en el
    año 1911.

    Cabe destacar la extrañeza que provoca el ver
    algunos contrastes tan marcados en su arquitectura. Mientras
    desarrollaron obras tan perfectas y monumentales dentro de su
    estilo, que aún hoy causan asombro, no utilizaron la
    columna ni el arco; casi todos los techos fueron de paja y es
    prácticamente inexistente cualquier tipo de
    construcción que tenga más de una planta. Asimismo,
    casi desconocieron el uso de ventanas, no desarrollaron una veta
    artística para hacer más bellas sus construcciones
    como la pintura o
    algún tipo de frisos o molduras. Insólitamente, se
    estima que no llegaron a conocer el uso de la rueda, al menos
    para la construcción ni el transporte, y
    ni siquiera desarrollaron un sistema para ensamblar vigas, las
    que sujetaban atándolas con fibras de maguey.

    También se destacaron por sus obras de
    ingeniería, dirigidas especialmente al desarrollo de las
    tareas agrícolas y a las comunicaciones, temas en los que superaron
    ampliamente a otras culturas precolombinas. Son famosos sus
    impresionantes desarrollos de terrazas escalonadas para el
    cultivo que podían llegar a tener decenas de metros de
    ancho y hasta 1500 metros de largo, y sus sistemas de
    irrigación, que eran capaces de trasladar agua a
    través de enormes distancias mediante canales y acueductos
    subterráneos perfectamente construidos con enormes
    lozas.

    En las zonas de la puna se construían lagos
    artificiales alimentados mediante canales, desde donde se
    redistribuía el agua hacia
    las zonas de sequía. Las terrazas eran construidas en
    sitios a veces inaccesibles, como escarpadas laderas de
    montañas, para luego ser llenadas con tierra, ganando de
    esta forma preciosos nuevos terrenos para el cultivo. La tierra
    era trabajada además con abono producido en enormes
    cantidades por ciertas aves de la
    costa, cuya caza o daño
    era penada con la muerte.
    Este abono se denominaba guano, y es el nombre que
    aún hoy conserva, incluso se continúa utilizando en
    la actualidad y constituye una importante fuente de recursos para el
    Perú.

    En cuanto a las comunicaciones, tuvieron un desarrollo
    impresionante gracias a la aplicación de sus conocimientos
    de ingeniería, llegando a crear una red de caminos y
    puentes, que sólo conoce un antecedente comparable en la
    que fuera construida en el antiguo imperio
    romano.

    Tan importante resultó esta obra que todo el
    proyecto de
    conquistas, y el funcionamiento de la vasta organización
    del aparato estatal, se basó en su existencia y buen
    funcionamiento. Dentro de esta intrincada red de caminos que puede
    haber alcanzado una extensión de 40.000 kilómetros
    se destacaban por su importancia el que iba desde el Cuzco hasta
    Quito, y el
    que iba desde el Cuzco hacia el sur, llegando hasta los confines
    del imperio. Iban por el medio de las montañas, por valles
    o bordeando la costa. Los tramos principales estaban totalmente
    cubiertos por piedras lisas en forma de lozas, y en otros
    sectores, los materiales se
    habituaban a las necesidades, además, en lugares calurosos
    se encontraban bordeados de arboles para
    dar sombra al caminante.

    A lo largo de toda su extensión, regularmente
    podía encontrarse los llamados tambos, especie de
    almacenes
    totalmente provistos de todo tipo de elementos necesarios para el
    descanso, abrigo y alimentación. Cuando
    estos caminos llegaban a un abismo –algo bastante habitual-
    existían inmensos puentes que, según las
    necesidades, podía llegar a ser colgante sobre base de
    cables de fibras vegetales, y de una enorme longitud. Los
    ríos poco caudalosos eran cruzados por balsas que
    aguardaban al caminante en puestos permanentes. Pero no
    sólo caminantes se trasladaban por estas vías, sino
    que lo hacían miles de funcionarios, inmensas caravanas de
    llamas, comitivas que incluso a veces acompañaban al Inca,
    ejércitos pertrechados para la batalla, y correos.
    Éstos últimos, llamados chasquis,
    conformaban un servicio de correo sin igual, integrado por
    profesionales de uniforme, organizado a la perfección para
    que la noticias
    llegaran de un extremo a otro en el menor tiempo posible o para
    que el inca pudiera disfrutar de la pesca del
    día en su cena, entre otras cosas. Cada unos dos o tres
    kilómetros, existían unos pequeños refugios
    a ambos lados del camino en donde residían en forma
    permanente dos chasquis. En todo momento había uno
    descansando y otro vigilando el camino; cuando llegaba un correo
    avisaba haciendo sonar una especie de pequeña trompeta, y
    el que estaba esperando comenzaba a correr al lado del
    recién arribado, mientras éste último
    transmitía el mensaje oral para que el otro lo memorizara
    o le entregaba el envío. De esta forma, la
    transmisión del mensaje o envío jamás se
    detenía ni un instante desde su partida hasta el punto de
    destino, llegando a alcanzar una velocidad
    promedio de diez kilómetros por hora en forma
    ininterrumpida.

    A través de esta fabulosa red de caminos se
    trasladaban también los ejércitos del Inca hacia
    sus guerras de conquista. Este ejército estaba formado por
    hombres de 25 a 50 años de edad, y cualquiera que
    estuviera dentro de esas características podía
    llegar a ser incorporado. En épocas de guerra, los pueblos
    del interior eran literalmente vaciados de hombres, ya que
    éstos eran reclutados compulsivamente a través de
    todo el territorio. El jefe supremo del ejército era el
    Inca, o el heredero del trono, en su calidad de escogido como
    sucesor, y era habitual que alguno de estos dos personajes
    acompañara en persona a la hueste imperial. Sus cartas de triunfo
    principales eran la táctica y estrategia, que
    se llevaba a cabo con pericia, gracias a la férrea
    disciplina con que se desempeñaban los soldados, y a su
    perfecta organización.

    Hoy en día nos parece casi increíble
    imaginar al ejército, compuesto por decenas de miles de
    hombres, trasladándose por los caminos a distancias
    inimaginables de sus hogares, junto con caravanas de cientos de
    llamas que los aprovisionaban de alimento y fuerza de carga. Sus
    armas eran numerosas, y se destacaban el arco y la flecha, la
    honda, y la macana, especie de mazo con filos. Se
    protegían con armaduras, cascos y tablas de madera,
    así como con escudos de piel.

    A diferencia de lo que sucedía en
    mesoamérica por la misma época, donde los aztecas arrasaban
    con los pueblos conquistados, los Incas tenían la
    modalidad de intentar vencer al enemigo con la menor violencia
    posible, incluso mediante la diplomacia, y cuando la batalla
    terminaba, los vencidos eran tratados como
    amigos, sus jefes recibían cargos políticos y
    presentes, y sus dioses eran respetados, obviamente con la
    condición de aceptar la dominación del poder del
    Cuzco. Luego de estas campañas de conquista, se
    producía un apoteótico regreso triunfal al Cuzco,
    similar a lo que sucedía en la Roma imperial,
    durante el cual el Inca exhibía sus trofeos y presentaba a
    sus nuevos vasallos. Era ésta una oportunidad para grandes
    ceremonias de tinte religioso durante las cuales la ciudad entera
    se llenaba de música y de
    danzas.

    Religión

    Todas las actividades de esta civilización
    estaban imbuidas de religión, todo era místico y,
    de una forma u otra, todo tenía origen o destino divino.
    El espíritu profundamente religioso del pueblo era
    exacerbado por la acción
    del Estado para que constantemente se profundizara aún
    más y más, diseñando una intrincada
    parafernalia de dioses, ritos y ofrendas sin
    los cuales era imposible llevar adelante la vida sin verse
    afectado por poderosas fuerzas sobrenaturales. El temor a lo
    desconocido promovido en el pueblo por la religión
    oficial, operaba como elemento fundamental para la unidad del
    imperio y la dominación de las enormes masas que lo
    conformaban. De tal forma, el gobierno incaico constituyó
    una absoluta teocracia,
    sumamente opresiva.

    No existe una absoluta claridad sobre muchos aspectos de
    la ideología religiosa de los incas, y se
    estima que existían algunas diferencias esenciales entre
    el culto de la elite imperial y el que desarrollaban las masas
    rurales. Es posible que algunas figuras del panteón
    incaico fueran de excesiva complejidad para las mentes
    básicas de los componentes del hatun runa, y que,
    de esta forma, se haya ido adaptando el culto a las diferentes
    clases
    sociales. Así, se habría ido sofisticando el
    culto en los selectos templos urbanos donde se desempeñaba
    el poder eclesiástico imperial, mientras que se iba
    precarizando en las zonas rurales al verse irremediablemente
    influidas por las creencias populares de las clases campesinas,
    algunas de ellas incluso, anteriores al sometimiento de sus
    pueblos.

    La base religiosa era la creencia en una entidad
    superior todopoderosa, que había creado el mundo y
    el universo.
    La denominación de éste dios creador era Viracocha,
    quien luego de crear el mundo arribó a la tierra desde el
    lago Titicaca, para pasar a crear la humanidad. Seguidamente, les
    dejó los mandamientos para llevar adelante la
    civilización y se marchó caminando sobre las aguas
    en dirección al sol, no sin antes prometer que
    regresaría en el futuro.

    En realidad, es muy relativo lo que se conoce sobre este
    dios civilizador, ya que existen en la zona andina
    múltiples leyendas sobre él, que refieren
    diferentes orígenes, formas y características,
    haciendo muy confusa su verdadera entidad. Es probable que este
    mito haya
    llegado a nuestros días después de haber sufrido
    adaptaciones de todo tipo luego de recibir influencias de
    creencias cristianas y mitos de zonas
    rurales. No deja de ser significativo que una vez caído el
    incanato este culto desapareció completamente.

    Por otra parte, existen discrepancias sobre la
    importancia del culto a Viracocha, y al Sol, y sobre las
    épocas y oportunidad de éstos. Hay teorías
    que dicen que el culto al Sol tomó fuerza a partir del
    acceso de Pachacuti al trono, ya que éste tomó la
    decisión política de erigirlo por sobre todas las
    cosas, eclipsando la figura de Viracocha, pero también hay
    teorías que dicen exactamente lo contrario.

    Parece bastante probable que, a mediados del siglo XV,
    Pachacuti haya tomado la decisión política de
    elaborar junto con sus asesores en temas de culto, los
    amautas, una teología basada en la adoración
    al Sol, con la intención de dejar de lado figuras como
    Viracocha, que se presentaban como sumamente complejas para las
    masas campesinas, permitiendo de esta forma, crear un nuevo orden
    religioso más sencillo, accesible y por lo tanto, mas
    aglutinador.

    Así, en poco tiempo, se habría iniciado la
    operación política de unificar todos los cultos en
    el nuevo orden religioso oficial, con sus dioses, sus ritos y
    ofrendas técnicamente diseñados a la medida de
    personas que requerían un culto de fácil
    comprensión y cumplimiento. Mediante una exitosa gestión
    de los funcionarios del Estado, todo el imperio se pobló
    de Templos del Sol de los cuales el más importante fue el
    Coricancha de Cuzco, cada uno de los miembros del hatun
    runa
    , cumplió con su culto, un tercio de las tierras
    de todo el imperio se le adjudicaron en propiedad al Sol, y los
    Incas se convirtieron por obra y gracia divina en hijos del
    refulgente astro.

    De tal forma, la divinidad principal fue el astro solar,
    a quien, como ya se ha dicho, se adjudicaba la paternidad sobre
    la dinastía real y la fundación del imperio
    Seguidamente, como deidad menor se adoraba también a la
    luna, hermana del sol, a la que se acostumbraba representar con
    un disco confeccionado de plata. Otras deidades también
    fueron Venus y las estrellas. El rayo, los relámpagos y
    las tormentas se representaban unificados en la figura de
    Illapa, a quien se le invocaba para pedirle el agua de
    lluvia necesaria para traer riqueza a los campos.

    Era muy importante en el interior el culto a la
    Pachamama, o diosa madre de la tierra, que aún hoy
    en día continúa rindiéndose en la mayor
    parte de las tierras que pertenecían al imperio, y en las
    franjas costeras se adoraba a la Mamacocha, o madre del
    mar. Era también muy importante el culto a
    Pachacámac en la costa central, aunque
    prácticamente se limitaba a esta zona, donde se encontraba
    su famoso Templo, que databa de épocas anteriores a la
    llegada de los incas.

    Creían en el más allá y en la
    inmortalidad del alma luego de
    la muerte
    física,
    razón por la cual desarrollaron sofisticadas
    técnicas y rituales de momificación. Esto fue
    principalmente aplicado a los gobernantes, los cuales, una vez
    fallecidos, eran momificados y mantenidos sentados en tronos de
    oro dentro de un templo de la capital imperial, y sacados a
    participar en desfiles y procesiones por la ciudad del Cuzco en
    ocasión de ciertas festividades.

    Tenían la creencia de que existían tres
    mundos: el Janajpacha , que era el mundo de arriba, algo
    así como el cielo para los cristianos, el Uku pacha
    o mundo de abajo donde los malos iban a pagar sus penas con
    siglos de trabajos forzados, y el Kay pacha, o mundo del
    agua.

    Los campesinos también rendían culto a
    multitud de divinidades e ídolos regionales, y
    espíritus, que, en varios casos, modificados por las
    creencias cristianas, continúan rindiéndose hoy en
    día. De entre aquellos se destacaba la Huaca,
    término algo ambiguo que podría englobar varios
    tipos de objetos y lugares, que pudieran ofrecer alguna
    característica especial o aparentemente sobrenatural. La
    religión de las masas campesinas comprendía
    también las prácticas rituales llevadas a cabo por
    hechiceros y brujos que disfrutaban de gran popularidad y respeto
    entre los naturales. Poseían supuestos poderes con los
    cuales podían convertirse en animales –especialmente
    en cóndores y pumas-, y preparaban poderosas pociones que,
    según los efectos buscados, podían solucionar
    problemas afectivos o personales.

    El sumo sacerdote, cabeza de la religión oficial
    del incario era el Villac Umu . Su importancia era enorme,
    ya que regía los destinos de una organización
    gigantesca y compleja, vital para la unidad imperial, y
    sólo era inferior en jerarquía al Inca, de quien
    generalmente era hermano o primo. Supuestamente debía
    llevar una existencia casta durante toda su vida, pero de acuerdo
    con las crónicas, se estima que pudo haber tenido
    concubinas. Presidía un consejo supremo integrado por una
    decena de sacerdotes denominados Hatun Villca, con quienes
    diseñaban las técnicas de ritos y cultos oficiales,
    y presidían las festividades religiosas.

    Otro grupo de importancia dentro de las
    jerarquías sacerdotales era el de los adivinadores o
    huatuc, quienes formaban un virtual oráculo
    permanentemente consultado por el Inca para conocer lo que le
    depararía el futuro.

    En las festividades oficiales se realizaban ricas
    ofrendas y numerosos sacrificios de animales -llamas y carneros-
    y en ocasiones especiales también se realizaba
    algún sacrificio humano, aunque esto era aparentemente muy
    poco habitual. Las ceremonias oficiales más importantes se
    llevaban a cabo simultáneamente en todo el imperio y
    tenían que ver siempre con los ciclos agrícolas,
    entre las cuales se destaca la famosa festividad del Inti
    Raymi
    , que hoy en día se lleva a cabo en el Cuzco
    todos los años en el mes de Junio, aunque actualmente
    tiene menos de místico que de teatral, y su objetivo
    está más afianzado en la melancolía por las
    glorias del incario y la repercusión en el turismo, que en la ceremonia
    ritual de antaño.

    ¿Qué nos
    dejaron los incas?

    No cabe duda de que la cultura incaica, llegó a
    un grado de desarrollo que la equipara a cualquiera de las
    grandes civilizaciones antiguas del mundo. Son notables sus
    alcances en lo social, cultural, técnico, político
    y económico, y es imposible no admirar que llegaron a ello
    en un estado de virtual aislamiento del resto del mundo
    conocido.

    Obviamente no todo aparece como admirable, sino que
    existen componentes de su cultura sumamente repudiables como el
    sistema de opresión instaurado por el incanato sobre las
    enormes masas de campesinos, mantenidos en la más abyecta
    ignorancia para poder ser dominados y dirigidos hasta en sus
    más íntimas acciones. Sin
    embargo, no hay que dejar de lado el hecho de que ésta fue
    una cultura enteramente original al haberse desarrollado en un
    virtual aislamiento del resto del mundo, y de que ellos se
    encontraban en un nivel de desarrollo que para algunos
    antropólogos no pasa de lo que sería para el
    esquema tradicional la edad de los metales,
    encontrándose en teoría
    en un grado de civilización similar al de
    antiquísimas civilizaciones de la zona de la antigua
    mesopotamia,
    miles de años antes de Cristo.

    Si se comparan las instituciones y logros de esta
    cultura, con las de otras similares, nos encontraremos con
    elementos negativos similares, pero otros positivos absolutamente
    superiores, incluso si la comparamos con la civilización
    europea que los conquistó, donde, a pesar de contar con un
    desarrollo comparativo de miles de años de ventaja, eran
    comunes las masacres, la tortura, la inquisición, la
    miseria, el hambre y la esclavitud.

    De todas formas, no existe medio alguno para conocer en
    qué dirección hubiera seguido el desarrollo esta
    civilización que logró, entre otras cosas,
    desterrar el hambre, la miseria y la falta de solidaridad de
    entre sus habitantes, si su marcha no hubiera sido interrumpida
    por la espada de acero toledano
    del conquistador español,
    aunque no hay que olvidar que cuando esto sucedió, el
    imperio parecía haber entrado en un proceso de
    descomposición, merced a su guerra fratricida, con un
    final absolutamente incierto.

    Por otra parte, tampoco se dispone de la completa
    información adecuada como para intentar imaginarlo, debido
    a la falta del conocimiento
    de la escritura y la
    pintura de esta cultura que sólo dejó una
    tradición oral, que se volcó a relaciones escritas
    por españoles. Sin embargo, al viajar en la actualidad por
    los territorios de Perú, Bolivia, Argentina y Colombia,
    que hace siglos fueron ocupados por los incas, y al leer las
    estadísticas socio-económicas de los países
    que hoy ocupan esas tierras, uno ve desolación, campos
    vacíos y abandonados, sequía, masas de personas
    desempleadas en la más abyecta miseria, esclavizados,
    perseguidos y acorralados; miles de niños muriendo de
    hambre anualmente, abandonados a su suerte por sus autoridades y
    políticos, quienes a través del tiempo han llegado
    a convertir a esta zona en una de las más pobres del
    mundo, a pesar de sus asombrosas riquezas naturales, y uno no
    puede evitar preguntarse: ¿Qué fue lo que
    sucedió?

    A pesar del exterminio de esta civilización y de
    todo lo que había logrado, con el correr de los
    años, el legado de su cultura se difundió a todas
    las latitudes, y luego de mucho tiempo de no haber recibido
    demasiada consideración, comenzó a fascinar al
    mundo: Más allá de la presencia de infinidad de
    elementos incaicos en la cultura de las sociedades
    aborígenes actuales de la zona, como la lengua, la
    alimentación, la ropa, los tejidos,
    costumbres, etc., el mundo entero convive en nuestros días
    con su legado, aunque normalmente no lo percibe. Muchas palabras
    de su lenguaje, ( el
    quechua, lengua hablada en la actualidad por muchos naturales de
    los territorios del extinto imperio) o derivadas
    etimológicamente de ellas forman parte de distintas
    lenguas de la actualidad.

    Una enorme cantidad de los vegetales que formaban parte
    importante de la dieta básica incaica llegaron a Europa y se
    consumen hoy masivamente en todo el mundo sin que casi nadie
    tenga noción de su origen incaico, especialmente la papa y
    la batata, el tomate, el
    frijol, la calabaza y el maíz,
    mientras que otros están comenzando a hacerse más
    populares luego de haberse descubierto en ellos notables
    propiedades nutritivas como el caso de la Quinua –a la que
    se sindica como el grano del futuro- y el Amaranto, que
    está comenzando a ser cultivado en diversos
    países.

    Otro vegetal de importancia fue la hoja de Coca,
    elemento absolutamente fundamental de la vida de los incas, y de
    sus descendientes de la actualidad, que llegó a tener
    importancia en el campo medicinal y fue la base de la
    fórmula original de la bebida más famosa del mundo:
    la Coca – Cola, que se llama así justamente por la
    hoja incaica.

    Desgraciadamente, esta hoja es también la base
    del proceso químico que produce la cocaína,
    la terrible droga que
    trágicamente está inundando gran parte del mundo.
    Otra planta medicinal de vital importancia que se conoció
    desde la conquista del Perú, y que viajó luego a
    Europa fue la Quina, que se constituyó en la panacea para
    la cura de la malaria, cuando esta enfermedad se había
    convertido en un verdadero azote para la humanidad.
    También existen multitud de otras especies vegetales
    provenientes de la zona andina, de uso alimentario, industrial
    medicinal y ornamental, que hoy en día se utilizan en todo
    el mundo.

    Por otra parte, sistemas y diseños para
    confeccionar telas en talleres andinos fueron utilizados durante
    mucho tiempo por todo el planeta, y las lanas de alpaca y
    vicuña que utilizaban los incas en esos telares, son las
    mismas lanas con las que se confeccionan algunas de las
    más finas prendas de abrigo que pueden conseguirse en
    estos día en sofisticadas tiendas de Europa y Estados
    Unidos.

    Si bien la veta artística de este pueblo no se
    desarrolló en demasía, las nuevas creencias
    religiosas importadas de Europa junto con los más
    sofisticados materiales y técnicas artísticas de la
    época, desarrollaron en el espíritu de los
    indígenas catequizados un nuevo estilo artístico
    religioso original que a partir de la denominada "Escuela
    cuzqueña", se difundió a través de todo el
    mundo colonial americano plasmándose en la arquitectura,
    pintura, muebles, orfebrería y escultura. Estas piezas de
    inestimable valor
    artístico pueden verse en la actualidad en museos e
    iglesias de todos los países de la zona andina, y en
    museos por todo el mundo.

    Es importante también, destacar el reconocimiento
    mundial a esta cultura, mediante el hecho de que los principales
    sitios que albergan el acervo histórico y natural de esta
    sorprendente civilización, como la Ciudad del Cuzco y el
    Santuario Histórico de Macchu Picchu en Perú, y la
    Quebrada de Humahuaca, en el norte de la Argentina, han pasado a
    formar parte del Patrimonio
    Mundial de la UNESCO, con el propósito de su
    conservación para las futuras generaciones.

    Cambiando quizá radicalmente de óptica,
    aunque sin abandonar el tema, cabría agregar que, en el
    año 2000, la Walt Disney Productions realizó un
    largometraje de dibujos
    animados, que se llamó "Las locuras del emperador"
    ("Emperor´s new grove") cuyo protagonista era un emperador
    Inca llamado Kuzco, y sus personajes principales eran una llama,
    una familia de un ayllu, y miembros de la corte imperial.
    Obviamente, tanto el desarrollo de personajes, como el diseño
    de los escenarios y las circunstancias del guión, poco
    tuvieron que ver con lo relatado previamente en el presente
    artículo, sin embargo, resultó algo importante que
    una empresa de
    la magnitud de la Disney haya confiado tanto en un tema incaico
    con miras a la creación de un producto de consumo masivo,
    como para hacer una millonaria inversión, y lo haya encarado con la
    suficiente seriedad como para enviar un equipo al Perú
    durante varias semanas para la etapa de pre producción. Con más razón hay
    que otorgarle importancia a este hecho, pensando en que el film
    fue un éxito y
    contribuyó, a su manera, en mayor o menor medida a
    difundir entre los niños y nuevas generaciones de todo el
    mundo cierto interés
    por la cultura andina.

    Finalmente, a pesar de que probablemente aparezca el
    siguiente comentario como algo quizá desubicado dentro de
    un artículo de tema histórico que pretende ser
    serio, creo que es importante agregarlo ya que resulta
    absolutamente válido a los efectos de demostrar hasta
    qué punto la cultura incaica, a pesar de su
    aniquilación, logró permanecer viva a través
    de los siglos, hasta límites
    diría, inimaginables, aunque, como ya se dijo,
    lamentablemente sin ser percibido por la mayoría de las
    personas: el tema es que a raíz de esta importante
    producción de la Disney, Mc Donald’s, el restaurante
    de comidas rápidas más famoso del mundo,
    ofreció a sus clientes durante
    la época de estreno de la película, un menú
    especial para niños que incluía como regalo unos
    muñecos articulados de los personajes.

    Estando yo cierto día comiendo una hamburguesa en
    uno de estos locales, de repente no pude dejar de notar que un
    niño en la mesa de al lado abrió la cajita de su
    menú, y: 1) con una mano tomó su muñeco de
    Kuzco, el emperador Inca de la película, 2) con la otra
    mano tomó su Coca-Cola,
    cuyo nombre deriva de la hoja de Coca incaica, así como
    también su fórmula original, 3) en su bandeja lo
    esperaban su sobre de papas fritas las cuales, sin freir, no son
    otra cosa que la antigua base alimentaria del pueblo inca; una
    hamburguesa con tomate, vegetal que también
    constituía uno de los alimentos de la
    cultura andina; y un sobrecito del mundialmente difundido
    condimento ketchup, producido también con tomate. Al darme
    cuenta de que casi la totalidad de lo que le habían
    servido al niño en el Mc Donald´s, tenía
    origen incaico, y pensar que en ese momento estarían
    sirviendo lo mismo en miles y miles de locales similares a lo
    largo de todo el mundo, me vino a la mente aquella frase que dice
    una vieja canción: "Aunque no lo veamos, el sol siempre
    está".

    Glosario

    Aclla Huasi: Casa de escogidas, residencia de las
    Vírgenes del Sol.

    Amauta: Hombre sabio. Maestro religioso.

    Apacheta: Montículo de piedras, para hacer
    ofrendas a las divinidades..

    Ayllu: División social o linaje que conformaba
    una unidad, base de la organización social
    incaica.

    Aywa: Adiós

    Cápac: Señor principal. Jefe más
    poderoso.

    Coya. Reina, mujer principal
    del Inca.

    Cumpi: Tejido con hilado de vicuña de la calidad
    más fina.

    Curaca: Especie de cacique, jefe de un pueblo
    rural.

    Cuyllur: Estrella.

    Chasqui: Correo incaico o mensajero.

    Hanan-Cosco: Mitad de arriba. Parte alta del
    Cuzco

    Hurin-Cosco: Mitad de abajo. Parte baja del
    Cuzco.

    Huaca: Objeto o lugar sagrado que posee una fuerza
    espiritual o poder sobrenatural.

    Hatun runa: Gente grande. Denominación de la
    población del imperio. Pueblo.

    Huatuc: Adivino

    Hurin-Cosco: Mitad de abajo. Parte baja del
    Cuzco.

    Inti: Sol. Dios Sol.

    Illapa: Dios del rayo , el trueno y
    relámpago.

    Llauto: Especie de vincha tejida con fina lana que se
    ceñía a la cabeza del Inca. Su sigificado era
    similar al de una corona, y normalmente exhibía plumas
    exóticas.

    Mamacuna: Joven escogida para ser convertida en Virgen
    del sol.

    Mascapaycha = Borla, insignia del inca.

    Mita: Servicio obligatorio de trabajo para cumplir
    periodicamente con el pago del tributo al Estado.

    Mitimae: Poblaciones y personas trasladadas a un lugar
    extraño a cumplir una tarea estatal.

    Pacha: La tierra. El mundo.

    Pachamama: Madre tierra.

    Panaca: Grupo o linaje formado por toda la descendencia
    de un monarca, excluyendo al hijo sucesor en el mando.

    Poncho: Manta de abrigo con los colores del
    ayllu.

    Puna: Zonas áridas y frías de la zona
    andina, a alturas superiores a los 3.000 metros

    Runasimi. Lengua de los hombres. Denominación
    oficial incaica para el quechua.

    Quipu: Cuerdas que se confeccionaban con distintos
    colores y nudos que se utilizaban para contabilidad,
    con fines económicos, censales y tributarios.

    Quipucamayoc: Funcionario del Estado encargado de los
    quipus.

    Sapa inca: Grande. Inca principal sobre los
    demás.

    Tambo: Posada, mesón.

    Tawantinsuyo: Imperio de las cuatro regiones.
    Denominación oficial del imperio.

    Tupu: Medida de área y de longitud.
    Porción de tierra que se entregaba a los
    pobladores.

    Yupanqui: Memorable. Apodo adosado al nombre de algunos
    Incas.

    Waman: Halcón.

    Bibliografía:

    Baudín, Luis. La vida cotidiana en tiempos de
    los Incas
    . Buenos Aires,
    1977

    Disselhoff, H. Las grandes civilizaciones de la
    antigüedad
    . Destino-Barcelona. 1965

    Alcina Franch, José y Palop Martínez,
    Josefina. Los Incas, el reino del Sol. Anaya-Madrid.
    1988

    Usera, Luis y Bravo, María Concepción.
    Los Incas. Colección. Cuadernos Historia 16.
    Madrid

    Von Hagen, Victor. Realm of the Incas. New
    American Library. London. 1962

    Ramos Gómez, Luis y Blasco Bosqued,
    Concepción. Culturas Clásicas
    Prehispánicas, las raíces de la América
    Latina
    . Anaya-Madrid, 1988

    Krickeberg, Walter. Mitos y leyendas de los
    aztecas, incas, mayas y
    muiscas.
    Fondo de Cultura de Económica, Mexico, D.
    F.1995.

    Espinoza Soriano, Waldemar. Los Incas:
    economía, sociedad y Estado en la era del
    Tawuantinsuyu.
    Anaru, Lima: 1987.

     

    Por Roque Daniel Favale

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