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La forma en consideración (página 2)




Enviado por Tulio Fornari



Partes: 1, 2

 

Pasando de los textos de filosofía a los de
diseño,
encontramos que Robert Gillam Scott, en su muy difundida obra
Fundamentos del Diseño, aunque sin remitirse
explícitamente a Aristóteles, explica la generación
de los productos como
resultado de la concurrencia de esas cuatro causas, aunque llama
<<causa primera>> a la causa final, <<causa
técnica>> a la causa eficiente, en tanto que
conserva para las otras dos las denominaciones
aristotélicas de <<causa formal>> y
<<causa material>>.[9]

Scott entiende a la causa formal como la imagen de la
forma objetual que el diseñador va elaborando mentalmente
durante el proceso
proyectual de productos artificiales.

Aristóteles, en cambio,
además de parecer concebir la causa formal de la manera
anterior, opinaba que ella, en tanto idea pura, inmaterial y no
humana, también era la fuerza
estructuradora de la constitución de todas las cosas naturales
orgánicas e inorgánicas (respecto a los seres
vivientes esto se nos presenta como una notable intuición
de la función de
los genes, ya que actualmente los genetistas creen que todo el
plan de los
organismos está "escrito" en los cromosomas de
la
célula germen [10], y si bien éstos son
materiales
pues están compuestos de ácido nucleico y
proteína, la información que "transmiten" no
podría suponerse que es inmaterial?, pues, como dice
Nicholas Negroponte: <<un bit no tiene color, ni
tamaño, ni peso […] es el elemento más
pequeño de la cadena de ADN de la
información, que describe el estado de
algo>> [11]).

Alguien puede afirmar que la forma es la apariencia
exterior de un objeto, otro puede sostener que la forma es la
fuerza interna que confiere aquella apariencia a la substancia en
que se encarna. Podría suponerse que uno debe tener
razón y otro estar equivocado. Sin embargo
Aristóteles, por ejemplo, no tenía reparos en
considerar por forma tanto <<la figura de los
cuerpos […] la terminación límite de la realidad
corpórea vista desde todos los puntos de vista>>
[12], como <<la esencia que hace que la cosa sea lo que es
[…] aquello que hace entrar a los elementos materiales en un
conjunto, les confiere unidad y sentido>>[13].

Entonces, ¿Aristóteles era incongruente al
atribuir significados diferentes al mismo término
forma?. En principio no, porque como explica David Berlo
<<no debemos olvidar que la palabra-símbolo no es la
cosa: sólo la representa. No existe para las palabras un
significado ?correcto? ni ?dado por Dios?. Los significados no
están en las cosas sino en la gente. No todo el mundo
tiene un mismo significado para una palabra>>[14]. Por eso
Aristóteles utilizaba indistintamente el mismo
significante para referirse a dos significados
diferentes, siendo el contexto discursivo en el que se insertaba
el que permitía captar el sentido preciso que él le
atribuía en cada caso (como lo hacemos muy frecuentemente
con el término diseño, según ya hemos
dicho, al emplearlo significando tanto causa como
efecto).

Lo que sí suele ocurrir es que varíe el
numero de personas que para un término dado comparta un
mismo significado en relación a otro posible (sin duda son
más los que comparten el primer significado
aristotélico de forma que el segundo), sin embargo
ello no implica que la mayoría esté en lo cierto y
la minoría se equivoque. En todo caso podrá ser
falso que exista la "fuerza formante", pero no deberá ser
considerado erróneo que se llame forma a ese ente
ilusorio. Por eso, dada esta situación, conviene que quien
asigne a una palabra un significado distinto al más
generalizado lo manifieste con claridad para evitar
equívocos.

Nos preguntamos ahora ¿los objetos -y por lo
tanto sus formas- existen realmente?, interrogante que puede
parecer insólito puesto que habitualmente, en el mundo
amanual, se da por descontada la realidad efectiva de las cosas
que vivenciamos como tales; sin embargo una respuesta dada por
muchos es no, como lo demuestran los siguientes dos
ejemplos de algunos que opinan eso:

El Budismo, cuyo
origen se remonta al siglo VIII a. de J.C. y que como religión es
todavía compartido por millones de personas (se calcula
que actualmente sus adeptos son alrededor de cuatrocientos
cincuenta millones), postula que hay una realidad última,
denominada Isvara, en la que reside una fuerza llamada Maya de la
que emana el universo que
percibimos. Pero este universo -y por
supuesto todo lo que contiene- no es más que una
ilusión, por lo que creer que existe de verdad es
sólo fruto de la ignorancia. De ahí que las formas
de las cosas, que es como decir las cosas mismas, son
únicamente fantasías.

En el siglo XVIII, el famoso obispo Berkeley
desarrolló una filosofía extremadamente idealista
que, de la manera más sintética posible, puede
reducirse a la proposición de que solamente existen Dios y
uno mismo con sus vivencias, no habiendo nada más fuera de
ello.

Berkeley decía que pensamos que las cosas existen
porque las vemos, porque las tocamos, y como ellas proporcionan
esas sensaciones creemos en su existencia, pero explicaba que
nuestras sensaciones no son más que ideas que tenemos en
nuestro espíritu, puestas en él por Dios. Por ello,
percibir las cosas y sus formas sería como soñar un
sueño que como tal existiría únicamente en
nuestra mente; cuando en un sueño toco algo y siento su
dureza, por ejemplo, esa dureza es una propiedad
soñada de algo soñado por mí y sólo
eso, tal como ocurre con nuestras vivencias de las cosas que
suponemos reales y existentes fuera de nosotros, cuando no son
sino entes imaginarios.

Pero, como sabemos, son muchos más los que creen
que los objetos existen realmente, aunque en relación a
esto cabe preguntar ¿esas cosas existentes, son
verdaderas?, lo que puede volver a parecer un interrogante sin
objeto, porque no sólo el sentido común sino aun la
reflexión teórica nos mueve, en principio, a
suponer que lo realmente existente es verdadero; empero
también acerca de esto encontramos criterios opuestos, un
buen ejemplo de lo cual es la concepción platónica
de las Ideas.

En el siglo IV a.de J.C. Platón
sostenía que en la realidad son discernibles dos
universos: el sensible y el de las Ideas. El primero contiene
todas las cosas que vemos, que oímos, que tocamos…,es
decir, todo aquello que es percibido por los sentidos
humanos, y que son cosas efímeras y cambiantes. El segundo
es un cielo (topus uranus) poblado de entes perfectos,
inmutables y eternos, que son las esencias o "Ideas" de las cosas
terrenas. Así, el que las mesas se parezcan entre
sí , a pesar de sus diferencias particulares, se debe a
que todas participan en algo, aunque parcial y degradadamente, de
la "Idea mesa", de la cual provienen, aunque Platón no
aclaró de qué manera las Ideas engendran su
descendencia. Pero si bien las cosas terrenales existen, tanto
como sus paradigmas
celestes, sólo éstos tienen una existencia
verdadera y plena, auténtica, mientras que la existencia
de las primeras es un mero remedo, una especie de
falsificación, si se quiere, de las Ideas de las que
sólo son malas copias.

Contradiciendo la concepción platónica,
son muchos más los que consideran que las cosas existen en
un único universo, el nuestro, y que son verdaderas; pero
en referencia a ello es formulable la pregunta: ¿esas
cosas existentes y verdaderas, son ellas mismas tales como las
percibimos?, a lo que se contesta de tres maneras
diferentes:

Hay quienes sostienen que las cosas son inaprehensibles
en su mismidad, hay quienes opinan que sólo son
aprehensibles parcialmente, y hay quienes piensan que sí
es posible aprehenderlas tal cual son.

Se puede considerar que Kant se aproxima
considerablemente a la primera postura.

En el siglo XVIII había filósofos racionalistas que creían
que el fundamento del conocimiento
residía en la mente, mientras que sus colegas empiristas
sostenían una creencia contraria, planteando que el
conocimiento proviene de las percepciones. Kant estimaba que
esas concepciones eral limitadamente unilaterales, pues para
él la adquisición de conocimientos depende tanto de
la razón como de la percepción.

Y para explicar esta posición se suele recurrir
al ejemplo del que ve el mundo a través de unos lentes de
color, ya que, si los lentes son rojos, el mundo mirado se
verá rojo, lo cual no significa que las cosas reales y
verdaderas que se perciban sean todas de ese color, sino que se
las ve así debido a que la captación visual del
observador está condicionada por los lentes para que vea
de esa manera.

Según Kant, todo lo que vemos del mundo se nos
presenta como un fenómeno regido por la ley de causalidad
y que acontece en el tiempo y en el
espacio, porque tanto la relación causa-efecto, como el
tiempo y el espacio, son disposiciones innatas de la razón
-por lo tanto previas a toda experiencia- que moldean las
sensaciones provenientes del exterior de los seres percipientes.
Esa creencia lo llevó a distinguir las cosas en "cosas en
sí" -de las que nunca se podrá saber completamente
como son-, y en "cosas para mí" -que son las percepciones
de las cosas construidas por el sujeto cognoscente-.

John Locke es un representante de la segunda
postura.

En el siglo XVII este filósofo expuso su teoría
de que las cosas poseen ciertas cualidades inherentes, tales como
configuración, peso, movimiento,
numero… que son reproducidas verazmente por los sentidos, y
acerca de las cuales todos los que las perciben pueden estar de
acuerdo, pues se tratan de propiedades de las cosas mismas. Locke
llamó a esas sensaciones "cualidades primarias de los
sentidos", pero afirmó que hay otras sensaciones, a las
que denominó "cualidades secundarias de los sentidos",
como el color, olor, sabor o sonido de las
cosas, que no reflejan cualidades inherentes a las cosas mismas,
sino que reflejan de modo personal la
influencia de la realidad sobre los sentidos de cada ser
percipiente, dependiendo esto de la constitución del
aparato sensorial de cada individuo.

(Para los diseñadores es de interés
recordar que en los años veintes, Le Corbusier y Saugnier
sostenían que <<sólo existen
básicamente dos tipos de sensaciones:

1- las sensaciones primarias, determinadas en todos los
seres humanos por el simple juego de las
formas y los colores
primarios

y

2- Las sensaciones secundarias, que varían con el
individuo porque dependen de su capacidad cultural o
hereditaria

[de lo que concluían que] no parece necesario
extenderse sobre la verdad elemental de que algo de valor
universal es mucho más valioso que algo de valor
simplemente individual>> [15]).

Una variante de esas suposiciones, que ha ido ganando
cada vez más consenso, es la basada en la
consideración de que si bien las percepciones derivadas
fundamentalmente de la captación sensorial directa no
reflejan cabalmente la constitución real de las cosas,
ésta sí es progresivamente cognoscible a medida que
se va desarrollando el saber científico, tanto acerca de
aquella constitución de las cosas como acerca de la
mecánica de la percepción humana, a
la par que va evolucionando biológicamente el cerebro humano,
aunque hay quienes suponen que la verdad última
sería inalcanzable porque sólo cabe esperar una
aproximación asintótica a la misma.

Por último, la tercera postura es asumida por
aquellos que confían en que los sentidos registran
fielmente los estímulos externos, a partir de lo cual se
producen imágenes
mentales isomórficas de las cosas, que las reproducen de
manera altamente confiable. Opinan, por ejemplo, que cuando se
abren los ojos no se puede sino captar objetivamente lo enfocado,
salvo que el observador padezca de perturbaciones sensoriales. De
esta suposición proviene el apotegma "ver para creer",
indicativo de la fe en que el modo más eficaz de conocer
la realidad fenoménica es por medio de los sentidos, a
cuyos registros es a lo
que más crédito
ha de darse, pues la llamada "evidencia de los sentidos" es
considerada poco menos que irrefutable.

Criticando este modo vulgar de pensar, sumamente
difundido, Sven Hesselgren ha manifestado: <<El
conocimiento que tenemos del ambiente lo
hemos adquirido a través de nuestros sentidos […] El
punto de vista del realismo ingenuo es que con estas
impresiones recibidas por medio de los sentidos nos formamos un
concepto
inmediatamente verdadero de la naturaleza del
mundo físico. Según esta idea vemos ?como es?, es
decir, que según la concepción ingenua el mundo
físico tiene las cualidades que vemos, oímos,
olemos y palpamos: la habitación tiene tres dimensiones,
los objetos tienen color, y los sonidos están en el
instrumento musical. Sin embargo, esto no es así, porque
estas cualidades pertenecen a nuestras percepciones, a
partir de las cuales podemos procurarnos, mediante razonamientos
el conocimiento del mundo físico, pero cuya naturaleza ha
mostrado ser del todo diferente a la del mundo de las
percepciones>> [16].

En relación a esta cuestión de la
existencia, la autenticidad y la aprehensibilidad de los
productos concretos y sus formas, nosotros creemos que ellos
existen efectivamente, que son verdaderos (auténticos en
sí mismos, aunque sean copias de otros o materializaciones
de diseños que los prefiguraban) y que son cognoscibles a
partir de su captación sensorial. Pero todo eso dentro de
ciertos límites, a
veces muy estrechos, y con una considerable provisoriedad; esto
porque todos los productos materiales se encuentran siempre en
proceso de cambio (aunque sus transformaciones se vayan
produciendo a velocidades diferentes, al punto de que muchas de
ellas, por ser muy rápidas o muy lentas para resultarnos
sensibles, suelen pasar desapercibidas a la observación superficial o breve), tanto
como nuestro aparato perceptual orgánico-cultural y
nuestros equipos técnicos de exploración de la
realidad.

El tema de en qué consiste lo real merece la
ampliación de las consideraciones desarrolladas hasta
aquí, sobre todo a partir de tomar en cuenta ciertos
logros tecnológicos relativamente recientes, cuyas
posibilidades de aplicación y consecuencias son de gran
importancia para el diseño.

Supongamos que estamos ante un sillón al que
vemos y tocamos, en el que podemos sentarnos, al que podemos
sentir más o menos duro, liso, etcétera, y por todo
eso lo consideramos real. También lo consideramos
verdadero en tanto objeto y no, como opinaría un
platónico, una copia degradada, inauténtica, del
verdadero sillón constituido por una Idea situada en el
topus uranus o cielo de las Ideas eternas e inmutables.
Pero supongamos que a ese sillón lo identificamos como el
sillón Rojo/Azul diseñado por Rietveld y que
fuese el mueble original, entonces podríamos afirmar tanto
que es un sillón verdadero como que es el verdadero
sillón Rojo / Azul.

Pero si nos lo hubieran presentado como el sillón
original de Rietveld y sólo fuera una copia, en tal caso
seguiría siendo un sillón verdadero, pero
sería falso como presunto primer sillón Rojo /
Azul.
En cambio, si nos lo hubieran presentado como una
reproducción, además de ser un
sillón verdadero, sería una copia verdadera del
sillón original. De cualquier modo, en cuanto a que
hubiera sido un producto
usable para sentarse, percibible multimodalmente mediante
sensaciones visuales, táctiles, hápticas y
cinestésicas, no hubiéramos dudado en considerarlo
un sillón real y verdadero.

Imaginemos ahora que revestidos del hardware
informático adecuado (casco, guantes y traje de datos
head-mounted display, data gloves y data suit-)
nos sumergimos en elciberespacio (o infoespacio,
como también se lo llama) y encontramos ahí el
sillón Rojo / Azul; lo vemos, lo tocamos, nos
sentamos en él, lo sentimos duro, lo movemos…es decir,
llevamos a cabo todas las operaciones que
nos sirven por lo común para determinar si algo es real y
verdadero o una mera apariencia, y el resultado es positivo: en
tal caso nuestros sentidos nos inducirían a percibir al
objeto como que es real, porque como sostiene
M.Bricken <<en el ciberespacio apariencia ES
realidad>> [17].

Y en referencia a ese tipo de situaciones Howard
Rheingold afirma:

<< La experiencia del ciberespacio está
destinada a transformarnos […] porque es un recuerdo innegable
de un hecho que ignoramos y negamos por hipnotismo desde el
nacimiento, y es que nuestro estado normal
de conciencia es de
por sí una simulación
hiperrealista. Nosotros construimos modelos del
mundo en nuestra mente, usando los datos que provienen de los
órganos de nuestros sentidos y las aptitudes de
procesamiento de información de nuestro cerebro. Por lo
general pensamos en el mundo que vemos como ?eso que está
fuera?, pero lo que vemos en realidad es un modelo mental,
una simulación perceptual que existe solamente en nuestro
cerebro.

Esa aptitud para la simulación es el sitio en que
las mentes humanas y las computadoras
digitales comparten un potencial para la sinergia. Si
se le da al simulador hiperrealista que está en nuestra
cabeza una posibilidad de manejar simuladores hiperrealistas
computarizados, algo muy grande puede ocurrir […] El día
en que las simulaciones de computadora se
vuelvan tan realistas que la gente no las pueda distinguir de la
realidad no simulada, nos encontraremos con cambios importantes
[…] Nuestras definiciones básicas de la realidad
serán redefinidas en ese acto de percepción; como
proclama Jean Baudrillard : ?La simulación no es ya la de
un territorio, de un ente referencial…es la generación
mediante modelos de algo real sin origen o realidad:algo
hiperreal? >> [18].

Pareciera que estamos aproximándonos al borde del
<< quiebre de la barrera entre realidad real-física-material y
realidad
virtual- imaginaria>> [19], lo cual no
implicaría la fusión de
esos mundos ni la desaparición del mundo real-real
-lo que si pudiera llegar a ocurrir nos convertiría en
habitantes de un mundo ilusorio, en donde la fuerza Maya o el
Dios del obispo Berkeley serían reemplazados por
programadores y proveedores de
hardware y software -, sino que más bien
significaría la coexistencia de los mundos real y virtual,
esto es, los de la realidad real y la realidad
virtual
, cuya frontera,
según auguran optimistas profetas de la informática multimediática,
sería franqueble libremente, en ambos sentidos, por una
cantidad cada vez mayor de cibernautas.

Dejemos de lado en este estudio el mundo
infovirtual y volvamos a centrar nuestra atención en los productos del mundo de la
realidad real, a cuyas formas materiales definiremos en
principio como las manifestaciones de sus disposiciones (o
constituciones) físicas.

Para el realista ingenuo tales formas son las captadas a
simple vista, pero ello no pasa de ser una engañosa
simplificación (apenas válida en el mundo
amanual
), como quedó demostrado, en primer
término, cuando los objetos comenzaron a ser examinados
desde el siglo XVII mediante microscopios ópticos, a los
que se fue dotando de capacidades de aumento visual incrementadas
progresivamente, hasta que, en segundo término, en 1932,
se produjo un verdadero salto cualitativo en la
observación de lo pequeño, al inventarse el primer
microscopio
electrónico, el que sólo siete años
más tarde proporcionó aumentos cincuenta veces
superiores a los de los mejores microscopios ópticos. Esos
instrumentos, que en vez de rayos de luz y lentes de
cristal se valen de rayos y lentes electrónicos, han ido
posibilitando aumentos de 100.000, 200.000, 500.000… veces,
profundizando constantemente la penetración en el
micromundo

<< Apenas inventado, los científicos
comenzaron a examinar con ayuda del microscopio
electrónico, diferentes objetos y a retratar las
imágenes obtenidas en sus pantallas luminosas.

En las revistas aparecían fotografías
rarísimas. Una de ellas, por ejemplo, mostraba la llama de
una bujía en tamaño natural y, sobre ella, un
alambre quemado. En la fotografía
contigua se mostraba este mismo alambre aumentado 200 veces.
Aquí se veían ya algunos pedazos de hollín
aislados. Después, un trozo de este hollín fue
puesto bajo un microscopio común con elevada
amplificación -2.000 veces-, y resultó que el
pedazo de hollín, parecido a un cuerpo compacto, se
componía realmente de pequeñísimos granitos,
minúsculos islotes de carbón puro. Pero cuando uno
de estos islotes fue fotografiado con un microscopio
electrónico, con un aumento de 23.000 veces, se
descubrió también la interesante estructura
interna de tales islotes.

Ahora se puede ya, con ayuda del microscopio, no
sólo pesar las moléculas, sino incluso medir su
diámetro.

El microscopio electrónico está hoy
enfocando el átomo
>> [20].

Teorizando acerca de morfología estética, Thomas Munro sostiene que
<< la forma de una obra de arte es el modo
en que sus elementos están organizados>>, por lo que
<< la forma física de una pintura consta
de ciertos ordenamientos de moléculas y
átomos>> [21], lo cual vale, obviamente, para toda
clase de
productos, por lo que es fácil inferir que si
pudiéramos empequeñecernos lo suficiente como para
llegar a situarnos a nivel subatómico, veríamos los
objetos de nuestro mundo "normal" como si fueran constelaciones
integradas por los núcleos y electrones de sus
átomos.

Y dando ahora un salto imaginario colosal que nos lleve
del micromundo al macromundo, veríamos que los productos
se se irían manifestando como corpúsculos cada vez
menores a medida que aumentara la distancia de
observación, integrándose como partículas
progresivamente indiferenciadas en la constitución de
formas mayores, las que terminarían fundiéndose
todas en una megaforma total que sería por último
la forma del universo.

Entonces, la forma de los productos puede ser
considerada como una subforma perteneciente a formas
mayores de grados crecientes, siendo aquella forma, a la vez, un
conjunto de subsubformas de grados decrecientes, lo que la
sitúa como un "punto" del continuo que se tiende desde el
plano subatómico (o desde otro más profundo aun, si
lo hubiera) hasta los estratos superiores del
macrocosmos.

Vale decir, por lo que hemos planteado, que lo que
solemos designar como forma objetual es, en definitiva, un
recorte sensorial-intelectivo humano de la megaforma
cósmica, llevado a cabo mediante el aparato perceptual
natural sin mediaciones instrumentales de gran
amplificación, esto es, sin el concurso de medios de
captación distintos de los orgánicos
-exceptuándose dispositivos tales como lentes y
audífonos de amplificación relativamente reducida,
por ejemplo- y mentales.

En consecuencia, caracterizaremos a la forma objetual
exterior al sujeto cognoscente, percibible de manera
común, como la manifestación del producto
aprehensible a escala humana
natural, o dicho con más precisión, como la
receptable a escala de la capacidad perceptiva normal.

Esto nos lleva a proponer la división de las
formas, en primer término, en dos clases: la clase de las
formas materiales y la clase de las formas
mentales.

Las formas materiales son las disposiciones
físicas reales de los objetos concretos y constituyen
propiedades suyas. Parafraseando a Kant podemos denominarlas
"formas en sí".

Las formas mentales son formas creadas por el cerebro,
unas de las cuales son representaciones síquicas de las
formas materiales y resultan del desarrollo del
proceso perceptual.

<<El filósofo William James dijo cierta vez
que el bebé sólo tiene conciencia de una ?grande,
ruidosa y zumbante confusión?. Tal vez podríamos
hablar más apropiadamente de un conjunto casual de luces,
ruidos, contactos, gustos, etc., sin relación entre
sí ni causa conocida>> [22]. Sin embargo, de modo
progresivo, a medida que va evolucionando el sistema nervioso
de las personas y aumenta la cantidad y calidad de sus
experiencias, la representación mental caótica
inicial de aquella realidad exterior, comienza a transformarse en
una representación cada vez más inteligible al ir
siendo vivenciada como integrada por formas diferenciables, a las
que se les van asignando significados y frecuentemente
nombres.

A esa facultad discriminadora conocida como
percepción se la entiende como posibilitadora de un
proceso <<cognoscitivo que nos representa sensiblemente un
objeto […y] aunque el intelecto también percibe los
objetos, su actividad es ?posterior? a la de los sentidos, por lo
que debe considerarse que la percepción es sensible en su
origen>>[23], queriéndose significar con "que es
sensible" el que se origina en una actividad de los
sentidos.

Al sistema nervioso
se lo describe como constituido por un conjunto de dos sistemas
interconectados: el sistema nervioso
central -compuesto por la médula espinal y el cerebro-
y el sistema nervioso periférico. Cuando los
órganos sensoriales o receptores, que son parte del
sistema nervioso periférico, son activados por algo que
los excita -lo que es llamado estímulo
transforman dicha impresión en impulsos nerviosos, los
que, transmitidos por nervios sensitivos también
integrantes del sistema nervioso periférico, llegan al
cerebro donde siguen siendo procesados, generándose
así percepciones complejas.

Los sentidos destinados a la recepción de
impresiones provocadas por estímulos situados fuera del
cuerpo son conocidos como sentidos externos, en tanto que
los receptores de estímulos situados dentro del cuerpo son
designados sentidos internos.

Los productos materiales son estímulos externos o
internos según dónde se ubiquen en relación
al cuerpo: así, por ejemplo, una silla puede actuar como
estímulo externo, un marcapasos como estímulo
interno, un alimento artificial como estímulo externo
antes de ser ingerido y como estímulo interno al ser
comido y digerido.

A su vez, los estímulos externos son divididos en
proximales ydistales. Los primeros son los que
establecen contacto directo con algún órgano
sensorial, los segundos son los que lo hacen por mediación
de otros estímulos: cuando un producto es sentido al
tocarlo es un estímulo proximal para quien lo experimenta,
mientras que, cuando por ejemplo sólo es mirado, es un
estímulo distal, siendo la luz que refleja y excita el
sentido de la vista el estímulo proximal que permite
verlo.

Como se sabe, cada órgano sensorial externo
está especializado en la recepción de determinadas
clases de estímulos, lo que da lugar a distinguir
diferentes modalidades de percepción, las que por
sus relaciones específicas con los distintos sentidos,
reciben nombres tales como percepciones visuales, auditivas,
táctiles, gustativas, quinestésicas,

etc.

Y complementariamente, los estímulos suelen ser
denominados con los términos que designan los sentidos que
excitan: estímulos visuales, auditivos, olfativos,
etc. Por ello, a las formas -aunque con mayor propiedad
cabría hablar de aspectos o manifestaciones
parciales de las formas,
o de rasgos formales – que
son efectiva o potencialmente estímulos, también se
las conoce como formas visuales, auditivas, olfativas,
etc., por lo que expresiones como "formas visuales" o "aspectos
visuales de las formas" significan que ellas son percibibles
visualmente y así siguiendo. Consecuencia de esto es que
un producto pueda ser considerado como una forma constituida por
varios rasgos formales de diferente índole sensible, o, si
se prefiere, como un conjunto de varias formas diferenciadas por
su tipo de perceptibilidad sensorial.

Pero cabe indicar que a pesar de sus especificidades,
las distintas modalidades de percepción no pueden
considerarse como esferas completamente separadas, entre los
cuales no existe ninguna relación, pues es muy
común que se produzcan conexiones entre entidades
síquicas de diferente naturaleza perceptual. Un ejemplo de
esto son las vinculaciones que se presentan cada vez que la mente
integra interpretativamente las señales
llegadas al cerebro desde los órganos receptores, los que
en su momento captaron analíticamente, según sus
facultades, parte de los estímulos provenientes de objetos
poseedores de rasgos formales correspondientes a diferentes tipos
sensibles (tal es el caso de la percepción combinada
audio-visual
de una película sonora, para mencionar
una sola de esas situaciones, que resulta de una íntima
asociación de percepciones visuales y
auditivas).

Otro ejemplo de relacionamiento de distintas modalidades
de percepción, de diferente clase que el anterior, es el
de una persona que al
escuchar una composición musical, proveedora de
estímulos auditivos, le parece ver colores, que son
representaciones imaginarias de estímulos correspondientes
a la modalidad perceptiva visual.

La percepción no sólo consiste en captar
estímulos generadores de sensaciones, sino en ordenar las
múltiples sensaciones que llegan a ser registradas
cerebralmente, organizándolas en totalidades coherentes y
significativas que "reflejan" las formas objetuales exteriores.
Pero, obviamente, tales réplicas mentales no son
idénticas a las formas del mundo exterior real, conocidas
mediante mediciones físicas, por ejemplo, porque muchos
fenómenos físicos no pueden ser captados por
nuestro órganos de los sentidos [24]. Por consiguiente,
cómo percibimos las formas de las cosas, así como
mucho de lo que pensamos acerca de en qué consisten dichas
formas, en primera instancia no es más que la consecuencia
del modo en que está organizado y en el que funciona
nuestro sistema nervioso. De ahí que si contáramos
con otros sentidos, las mismas "cosas en sí" se nos
presentarían con formas diferentes a las que les conocemos
dada nuestra situación neurofisiológica actual (la
que indudablemente cambiará, tanto por simple evolución natural de la especie, como por
manipulación genética y
por implantación de prótesis
sensoriales electrónicas, amplificadoras de sentidos
existentes o proveedoras de sentidos nuevos, ya existentes en el
reino animal o totalmente inventados).

Y en relación a esto es oportuno citar lo
manifestado por Carl Sagan y Ann Druyan: << Cada especie
animal tiene un modelo de realidad diferente cartografiado en su
cerebro. Ningún modelo es completo. Todos los modelos
omiten algunos aspectos del mundo […] Hay diferentes
modalidades sensoriales, diferentes sensibilidades detectoras,
diferentes maneras de integrar las sensaciones en un mapa mental
dinámico…>> [25].

Tal como lo hemos expuesto comprimida y
simplificadamente en páginas anteriores, a lo largo del
tiempo se han elaborado diversas concepciones referentes a la
aprehensión de las formas objetuales, las que según
vimos se extienden entre el polo del realismo
ingenuo, que da por descontado que las "formas en sí" y
las "formas para nosotros" son idénticas, y el polo del
idealismo
extremo que postula que sólo hay "formas en mí",
puesto que nada existe fuera de uno excepto Dios.

Entre esos extremos se ubicaban quienes opinaban que
existen las "formas en sí", exteriores al individuo que
las percibe, pero que tales percepciones difieren de las formas
reales, y en base a los grados y causas que les atribuían
a dichas discordancias se organizaban distintas corrientes
teóricas, muchas de las cuales, a pesar de esa pluralidad,
compartían sin embargo un enfoque marcadamente
ahistórico y acultural. Y ello era así porque lo
que por lo común no planteaban era que además de
los condicionamientos psicofísicos propios de los sujetos
percipientes, los modos de percibir -tanto como los modos de
imaginar- son orientados, también, por factores
culturales, estando consecuentemente sujetos a la historia, pues, como afirma
Guillermina Yankelevick: <<la percepción […] del
ambiente está condicionada por la concepción que
cognitivamente han conformado las diversas comunidades a
través de su variada evolución biocultural>>
[26], lo que puede ser confirmado con unos pocos
ejemplos:

Según Umberto Eco <<Villard d'Honnecourt,
arquitecto y dibujante del siglo Xlll, afirmaba que copiaba un
León del natural y lo reproducía siguiendo las
convenciones heráldicas de la
época>>.

<<Durero representó un rinoceronte cubierto
de escamas encimadas, y esa imagen del rinoceronte
persistió constantemente al menos durante dos siglos y
reaparecía en los libros de los
exploradores y zoólogos (los cuales habían visto
rinocerontes de verdad que no tienen escamas
superpuestas…)>>[27]. (Por eso, ante tales situaciones,
bien cabe la inversión de términos del aforismo
"ver para creer", que hace Guillermina YanKelevicK al decir
"creer para ver"[28]).

<<Aulo Gellio (S. II D.C.) escribiendo sobre
colores asociaba el término /rufus/ (que traduciremos por
"rojo") al fuego, a la sangre, al
oro y al
azafrán […] Además consideraba como otras tantas
denominaciones del color rojo a /flavus / […] pero
también llamaba /fulva / al águila, al
topacio, a la arena, al oro, en tanto que define como
flavus una mezcla de rojo, verde y blanco, y lo asociaba
al color del mar y a las ramas

de olivo […] La gran confusión de esta pagina
latina se debe probablemente no sólo al hecho de que el
campo de valores de
Aulo Gellio es distinto del nuestro, sino también a que en
el Siglo II D.C. en la cultura latina
convivían campos cromáticos alternativos a causa de
la influencia de otras culturas>>.

<<Los esquimales recortan en el continuo de la
experiencia cuatro unidades culturales en lugar de lo que
nosotros llamamos nieve, debido a que la relación vital
con la nieve impone mas distinciones que nosotros podemos ignorar
sin grandes quebrantos>> [29].

En el mismo sentido Geoffrey Broadbent nos recuerda que
<<hasta el advenimiento del cubismo fue un
axioma del arte europeo occidental la suposición de que la
gente veía las cosas en perspectiva. La pintura
renacentista y la proyección axial, tanto a la escala de
edificación como de planeamiento
urbano, se basan en el hecho de que a una distancia infinita del
observador, y alineado con su ojo, existía un punto de
fuga hacia el cual convergían todas las lineas
disminuyendo su distancia progresivamente. Se sabe, sin embargo,
desde hace algún tiempo que ese modo particular de ver no
es inherente al mecanismo de la percepción visual, sino
que es aprendido. Una de las pruebas mas
claras que demuestra esta hipótesis consiste en presentar al
observador la llamada ilusión de Muller-Lyer: dos lineas
horizontales de igual longitud, con flechas en sus
extremos.

En uno de los casos las flechas apuntan hacia el
interior y en el otro hacia el exterior, e invariablemente
cualquier persona educada en la cultura occidental 've' la linea
con las flechas apuntando hacia el interior como mas larga que la
otra.(figura 1) Gregory explica las razones bastante complejas de
este hecho, razones que dependen en parte de nuestra costumbre de
ver los ángulos internos de las habitaciones y los
ángulos externos de los edificios rectilíneos. Pero
Segall, Campbell y Herskovits han mostrado esta y otras ilusiones
análogas a un gran numero de personas que no viven en
edificios rectilíneos. Los zulúes, por ejemplo,
viven en chozas circulares y no son capaces de 'ver' la
diferencia, pero pueden 'ver' otras cosas que dependen de su
sensibilidad hacia las formas verticales (hombres, arboles, etc.)
contra el horizonte; en este caso, son los 'cultos' occidentales
los que no son capaces de 'verlas?>>[30].

Además, a aquel condicionamiento
histórico-cultural se le suma otro social, como
ejemplifica Corona Martínez cuando dice que para el
clasicismo <<el que no percibía como bellas las
cosas que el gusto oficial había señalado como
tales, simplemente era tosco, no estaba preparado para comprender
la belleza […] (porque) la idea de belleza era parte de una
cultura de élite>> [31], o como lo hace
Chernishevski cuando, refiriéndose a la Rusia zarista,
<< indicaba que el campesino
considera hermosa la persona que por su aspecto exterior es sana
y útil para el trabajo.
Desde este punto de vista es hermoso el aspecto fresco de la
cara, lo es una constitución fuerte y sólida, son
hermosas las mejillas encarnadas. En contraposición a esto
presentaba el ideal de belleza de la alta sociedad, que
se caracterizaba por rasgos típicos para personas que no
hacen un trabajo
físico, no solamente en una generación, sino en
varias. El modelo de belleza para la aristocracia tiene manos y
pies chicos, que son síntomas de una vida sin trabajo
físico; para esa clase son típicos la debilidad, el
aspecto enfermizo, la languidez, etc.; consecuencia de pasiones
vehementes y de una vida lujosa e inactiva>>
[32].

Condicionamientos a los que podrían
añadírseles otros de carácter socio-generacional (como cuando,
por ejemplo, ciertos jóvenes aprecian como "música" lo que para
ciertos mayores es solo "ruido"), o de
carácter socioprofesional (como cuando ciertos artistas
valoran como "artísticas" formas que para los legos no lo
son), y así se podría continuar con un largo
listado de condicionamientos cada vez más
particularizados.

Lo dicho justifica que pueda hablarse de un < modo
propiamente social de percibir el mundo (acervo colectivo de
conocimientos, prejuicios, sentimientos, modos de
pensar)>>[33] consecuencia de preexistencias
mentales
acumuladas en el ser percipiente. Esta especie de
"filtro" y "molde" perceptivo en parte ha de ser patrimonio de
todos los miembros de una comunidad (la
cual, por homologación con la comunidad lingüística, podría ser
entendida como "comunidad perceptual"), pero en parte ha de
dividirse en el seno de esa sociedad en subcódigos
perceptuales, correlacionados con las subculturas de clase, de
edades, de ocupaciones y todas aquellas otras que puedan existir
en ella.

Entre los factores de carácter personal
condicionantes de la percepción, también tienen
lugar las preexistencias, solo que estas son ahora de naturaleza
individual, privativas de cada persona, resultantes de la
acumulación llevada a cabo durante toda su vida, frutos
del aprendizaje
perceptual mas o menos especializado que cada uno haya llevado a
cabo. Dice O.G. Edholm <<Vemos aquello que
esperábamos ver, regla que trae como corolario o no ver, o
no diferenciar cambios en objetos que nos son familiares […]
Muchas veces se verificó que maquinistas de locomotoras
que no se detuvieron ante una señal de peligro lo hicieron
por estar habituados, de antes, a ver siempre en aquel sitio la
señal de pasaje 'libre'. El maquinista vio verde, en vez
de rojo, porque esperaba que la señal fuese de color
verde>> [34]. (Nuevamente vale decir aquí "creer
para ver").

También importan en gran medida las
circunstancias en las cuales se establecen las relaciones entre
los hombres y los estímulos físicos. En esto
influyen no solo los motivos de tales acercamientos, sino
también los estados emocionales de los percipientes y la
mayor o menor deliberación en la captación
perceptiva en el momento de llevarse a cabo. A estos contenidos
mentales los llamaremos existencias psíquicas por
oposición a las que denomináramos "preexistencias".
Es fácil imaginar las diferencias de registros
perceptuales entre una persona perdida en una ciudad, comparada
con otra que la visita como turista guiado por un cicerone y
aquella otra que siendo su habitante la recorre
rutinariamente.

Indudablemente también cuentan las
características individuales de los órganos
receptores y transmisores de estímulos, que van desde
pequeñas diferencias personales hasta desviaciones
patológicas respecto a los estándares que definen
la "normalidad" perceptual.

Entre la forma material estimulante y la forma
perceptual o percepto existe una relación de
analogía, pero por todo lo expuesto puede comprenderse
claramente que esa relación nunca será de igualdad, como
tampoco serán iguales los perceptos de diferentes sujetos
ocasionados por una misma forma material, sino que
resultarán ser sólo más o menos
semejantes.

Naturalmente, las semejanzas serán mayores en
tanto tales personas compartan unos mismos "códigos
perceptuales", e inversamente, las semejanzas serán
menores cuanto más disímiles sean esos
códigos. Los perceptos, pues, de ninguna manera deben ser
pensados como meros registros "fotográficos" de la
realidad, deben ser entendidos como elaboraciones complejas, en
las que los factores objetuales y los humanos son conjuntamente
determinantes de los resultados de los procesos
perceptuales.

Pero además de los perceptos se distinguen otras
formas mentales: las imágenes.

Se considera que éstas son producidas gracias a
la capacidad psicológica llamada
imaginación, y son representaciones mentales de
índole más bien figurativa (en lo que según
ciertos autores se diferencian de las ideas, que
serían "representaciones" intelectuales
de cuestiones no morfológicas). Un tipo de
imaginación es la reproductora, también
llamada memoria imaginativa, que actualiza más o
menos fielmente perceptos acopiados como recuerdos o
imágenes mnémicas. Otro tipo de
imaginación es la creadora o inventiva
(fundamental para el diseño innovador de productos, entre
otras muchas actividades), que permite la representación
mental de objetos o acontecimientos nunca antes percibidos, lo
que no implica que tales invenciones sean absolutamente
originales, esto es, que no tengan alguna raíz emergente
de perceptos y/o otras imágenes
mnémicas.

En lo dicho se advierte que estamos usando el
término imagen en la acepción de aquellos
psicólogos que denominan imágenes imaginadas
a estas creaciones cerebrales, diferenciándolas así
de los perceptos -también creados por la mente, pero de
modo más directamente motivado por las formas materiales
externas que reflejan- a los que hay quienes designan como
imágenes perceptuales, y diferenciándolas
igualmente de las formas materiales mismas, a las cuales muchas
veces se las nombra también con la polisémica
palabra imágenes.

Puede concluirse, pues, que la percepción e
imaginación formales resultan de modos de
percepción e imaginación individuales,
condicionados socialmente. Eso explica en parte las coincidencias
y las discrepancias, las comprensiones e incomprensiones, los
encuentros y desencuentros de las personas y los grupos humanos en
relación a las formas materiales.

Eso también explica en parte el motivo de cierta
ambigüedad presentada por los fenómenos de la
percepción y la imaginación, a veces teñidos
de universalidad, y en ocasiones acusadamente particularistas en
su singularidad. Y eso es así porque pareciera ser que es
entre las tensiones de lo individual y lo colectivo, y entre las
de lo natural y lo cultural, que se va desenvolviendo la
"conducta
morfológica" de la gente.

Hicimos estas consideraciones para dar sustento a
nuestra postura relacionada con el tema de la forma, que consiste
en asignar tanta importancia a las formas materiales como a las
mentales.

Nos interesan las formas materiales "en sí" de
los productos, ya que, por ejemplo, para que algo pueda servirnos
de mesa debe poseer, entre otras características propias –
totalmente independientes de nosotros-, una superficie
relativamente plana, horizontal, rígida y resistente,
situada a una cierta altura respecto al suelo. Pero para
que podamos usarlo efectivamente, ese algo debe existir "para
nosotros", es decir, debe ser algo que como estímulo (o
conjunto de estímulos, según el caso) desencadene
un proceso perceptual que conduzca a la cognición de la
cosa.

Pero coincidimos con quienes sostienen que en gran
medida los perceptos están culturalizados, por lo que no
los consideramos simplemente "naturales", sobre todo en seres que
han superado la primera infancia;
aunque también aceptamos que están coloreados de
individualidad, por lo que, como ya es opinión muy
difundida, no los reputamos más que siendo sólo
parcialmente objetivos
(claro que estando advertidos de que esto varía en grados,
porque una cosa es la observación ordinaria,
espontánea, propia del mundo amanual, y otra es la
observación que se va llevando a cabo más
consciente, sistemática y controladamente, a menudo con el
concurso de instrumentos cada vez más sensibles, potentes
y precisos, y que es la que posibilita ir obteniendo
progresivamente un conocimiento más confiable de las
"cosas en sí").

Llegados a este punto caracterizaremos
sintéticamente lo que a nuestro entender es forma
material de los productos
(aunque lo que digamos
valdrá también para cualquier otra clase de forma
material), proponiendo entenderla en términos generales
como que, por lo menos para los humanos (sean más o menos
conscientes de ello)

. es la disposición o
constitución física material-espacial
, de los
productos

. es interna y externa, pues abarca ambos
aspectos de los productos.

. es componencial, porque está
integrada por componentes formales menores y es componente de
formas mayores.

. es transformable de modo continuo, a
velocidades variables, a
causa de la acción
de factores exteriores e interiores.

. es un complejo de rasgos diversos, cuya
variedad corresponde a los sentidos que excitan, siendo
distinguibles rasgos formales

visuales,

táctiles,

auditivos,

olfativos,

etc.,

en los que a su vez son diferenciables una serie de
elementos formales constitutivos, tales como, para el caso de los
rasgos visuales, figura o configuración

color,

transparencia,

brillo,

etc.

Queda por plantear una cuestión
gnoseológica destinada a dar su justo valor a algunos de
los análisis que hemos efectuados y a otros que
realizaremos en páginas siguientes.

Uno de los procedimientos
más comúnmente utilizados en la búsqueda de
comprensión de aquello que se quiere conocer es el
análisis. Analizar significa descomponer un todo en sus
partes constituyentes, lo que implica suponer, obviamente, que
esos "todos" (los objetos en estudio) son conjuntos de
componentes identificables, aislables y aun estudiables en su
particularidad.

El peligro de este procedimiento
reside en que suele comportar la presunción mecanicista de
que un "todo" es siempre una suma de partes. Frente a esto ha
reaccionado el gestaltismo, por ejemplo, proponiendo que los
"todos", y en particular los orgánicos, sean considerados
como más que la simple suma de sus componentes.

De cualquier modo el análisis es
cognoscitivamente útil -y muchas veces imprescindible- en
tanto se lo emplee con conciencia de sus limitaciones. Y una de
estas es que el conocimiento parcelado de las partes suele no
explicar acabadamente el comportamiento
del conjunto; así como otra es que no debe confundirse el
recorte teórico-intelectivo de una realidad
holística, con lo que es el desmontaje de piezas de un
mecanismo, realmente delimitadas en su singularidad objetual. Por
ejemplo, la psicología atomista
consideraba que la captación, sensación,
cognición, eran "partes" procesuales que por
adición constituían la percepción. Hoy, en
cambio, se piensa que esa división es sólo
modelística y describe, de modo simplificador, una
realidad a la que fragmenta en unas "partes" que casi no tienen
más que una existencia figurada. Lo mismo puede decirse de
la división de las formas mentales en imágenes
perceptuales, reproducidas e inventadas, y así
siguiendo.

Bibliografía

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1982.

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española
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3- Ibid.

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8- García Morente, Manuel. op
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12- García Morente, Manuel. op
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18- Rheingold, Howard. Realidad Virtual. gedisa,
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19- Bonsiepe, Gui. op cit.

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21- Munro, Thomas. La forma en las artes.
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23- Alvira Domínguez, R. "Percepción" en
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24- Cervera Enguix, S. "Percepción en general" en
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27- Eco, Umberto. La estructura ausente. Lumen,
Barcelona, 1972.

28- Yankelevich, Guillermina. op cit.

29- Eco, Umberto. op cit.

30- Broadbent, Geoffrey. "El significado en la
arquitectura" en Ch. Jencks et al. El significado en
arquitectura.

Blume, Madrid, 1975.

31- Corona Martínez, Alfonso. Notas sobre el
problema de la expresión en arquitectura.
eudeba,
Buenos Aires, 1969.

32- Smirnov,A.A. et al. Psicología.
Grijalbo, México, 1986.

33- Corona Martínez, Alfonso. op
cit.

34- Edholm, O.G. A biología do
trabalho.
Inova, Lisboa, 1979.

 

 

 

Autor:

Tulio Fornari

Datos del autor; Egresó en 1960 de la Facultad de
Arquitectura y Urbanismo de la UNLP con el título de
Arquitecto. Desde entonces se ha desempeñado
académica y profesionalmente en las áreas de los
Diseños Arquitectónico, Industrial, Gráfico
y Tecnoarte en Argentina, Brasil y
México.

Año de elaboración: 2002

Categorías: Arquitectura y Diseño o Arte y
Cultura

Partes: 1, 2
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