- Objetivos
- Mujeres
distintas - El
mercado del placer - Los
adolescentes y la prostitución - Las de
la vida alegre - Trabajar para
sobrevivir - Con
mundos vacíos - Lo
pornográfico - Del
trabajo doméstico a la
prostitución - Niñas en el
burdel - Niños,
Internet y prostitución - Pornografía
y erotismo - Tientos y
diferencias - ¿Conocía
usted? - Conclusiones
- Bibliografía
La prostitución es, en nuestros países,
una opción frecuente para mujeres de sectores sociales
marginales. La miseria, la violencia y el
abuso son las puertas de ingreso a ella de numerosas niñas
y adolescentes.
La prostitución masculina es menos tolerada y
numerosa, aunque ha aumentado durante los últimos
años.
El burdel suele ser, en sociedades
deformadas por concepciones machistas, un espacio de
iniciación sexual para los adolescentes varones. Numerosas
enfermedades de
transmisión sexual proceden de allí. Pero, en
el prostíbulo, las víctimas primeras son las
propias mujeres.
Para descargar la denominación tradicional de su
insultante connotación, se empieza a utilizar el
término de trabajadores sexuales. Algunas de ellas se han
agrupado en asociaciones, en busca de amparo y
protección de sus derechos.
Este fascículo se dedica al tema de la prostitución
y, a una realidad emparentada con ella, hasta por la
etimología, la pornografía. Esta tiene dimensiones
inusitadas y ha saltado, con un penetrante poder, a las
redes
electrónicas. La explotación sexual de niñas
y niños
es un fenómeno muy complejo que involucra una serie de
intereses, en el que, no tenemos ninguna duda, participa
también la delincuencia
organizada. La explotación sexual comercial de la
niñez abarca actividades la prostitución, la
pornografía y el turismo sexual y por
supuesto la trata o tráfico de
personas.
Este fenómeno no es nuevo en la Ciudad de
México
y según datos
proporcionados por la Comisión de Grupos
Vulnerables de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, I
Legislatura,
existen cerca de 12,000 niñas y niños
víctimas de este tipo de explotación en la Ciudad
de México, aunque en la publicación de su estudio,
"Infancia
Robada: Niñas y Niños Víctimas de
Explotación Sexual en México", la Dra. Elena Azaola
calcula que en la Zona Metropolitana de la Ciudad de
México 2,500 niñas, niños y adolescentes son
víctimas de explotación sexual, lo cierto es que
por su condición de actividad clandestina, es
difícil poder medir con exactitud su magnitud.
Las cifras internacionales nos hablan de que más
de un millón de mujeres y niñas de todo el mundo
son vendidas por traficantes a personas u organizaciones
que las obligan a prostituirse y que un 35% de esas
víctimas son menores de los dieciséis
años.
Es alarmante ver cómo cada día se utiliza
a niñas y niños más jóvenes, ya que
los pedastras o pedófilos consideran que mientras
más chica es la niña o el niño menor
riesgo tienen
de contagiarse de VIH–SIDA.
- Garantizar la participación plena e
igualitaria de las mujeres afrocaribeñas y
afrolatinoamericanas en la revisión y
modificación de las políticas macroeconómicas y
sociales impulsadas para la erradicación de la
pobreza. - Asegurar la definición del salario
mínimo vital y la no implementación de
políticas de flexibilización laboral, porque
afectan a toda la población y en especial a las mujeres
negras que día a día vivimos en una
situación de inestabilidad laboral. - Promover la incorporación de medidas que
garanticen la no exclusión por género y
etnia con el
sentido de una poca valorización del trabajo de
la mujer
negra en el mercado
laboral. - Implementen suficientes programas y
recursos y
fortalezcan el rol del Estado en
cuanto a dictar y dar seguimiento a políticas de
salud que
incluyan a las mujeres en toda su diversidad
étnica. - Programas específicos de información sobre los servicios, y
los derechos de las mujeres en cuanto a violencia,
especialmente dirigidos a las mujeres .
No es posible realizar un acercamiento comprensivo de
fenómenos sumamente complejos como la prostitución
y la pornografía sin tomar en cuenta la complejidad de los
fenómenos sociales, en especial de la misma sexualidad.
Pero es preciso distinguirlas, desde el comienzo para no
estigmatizarlas y condenarlas de igual manera, como atentados al
bien social y moral. Mucho
más que lo pornográfico, la prostitución ha
acompañado la vida humana desde siempre, quizás
desde ese momento mágico en el cual se descubrió
que, en el ser humano, la sexualidad poseía nuevos
sentidos y dimensiones, que la diferenciaban de todo lo que
acontecía con el sexo en el
Mundo de la naturaleza.
El ser humano evoluciona de la naturaleza al orden de la
cultura; en un
momento mítico de este desarrollo,
aparece en su vida una nueva sexualidad que, junto a su misión
reproductiva, se organiza con otros principios
distintos. En efecto, con lo placentero, asoman lo tierno, lo
amoroso, lo sensual y lo erótico.
De los acercamientos y uniones impulsivas, casi
puramente del orden del instinto y que no toman en cuenta al otro
sino como un objeto de satisfacción de necesidades, se
pasa a la conquista amorosa, que implica el reconocimiento de la
libertad y,
también, del deseo de la otra persona.
Desde entonces, la historia de nuestra
sexualidad se torna compleja, como todo aquello que nos
pertenece, como la vida de cada mujer y de cada
varón, hasta el punto de que, para entender mejor los
principales acontecimientos y procesos
humanos, es necesario recurrir también a los desarrollos
acaecidos en el campo de la sexualidad.
Por ejemplo, los cambios que se produjeron en el mundo a
partir de la década de los sesenta, no podrían
entenderse bien, si se dejasen de lado las transformaciones que
se originaron en las concepciones, posiciones y actitudes
frente a la sexualidad. El hipismo fue un movimiento
contestatario ante la rigidez social, de manera particular,
respecto a la sexualidad.
El sentido y el ejercicio de la sexualidad han recorrido
caminos llanos y tortuosos: de lo puramente biológico y
humano se pasó a lo sagrado y religioso; de la libertad y
espontaneidad, al cuidado, vigilancia y control, hasta
conducirlos al campo de lo prohibido. Movimientos
políticos y religiosos han tenido mucho que ver en este
proceso,
puesto que controlar la sexualidad y normatizarla, mediante
reglas y preceptos, han constituido mecanismos eficaces de
control de los pueblos y de las personas.
Ahí se halla la prostitución, siempre
presente, como si fuese parte necesaria de la sociedad,
resistiéndose a las persecuciones de todo orden.
Curiosamente y en buena medida, la prostitución habla de
que existe un placer en la sexualidad, y que este placer no
siempre se obtiene mediante los caminos y los medios que la
misma sociedad ha legitimado.
¿Por
qué aparecen, ellas, las prostitutas, en medio de esta
historia de lo placentero y gozoso? ¿Qué ofrecen
estas mujeres, calificadas como las profesionales del placer, que
un varón no pueda encontrar en su compañera, su
novia, su esposa? ¿Por qué aparecen, desde los
tiempos inmemoriales, unas veces como mujeres malignas y otras
como sacerdotisas y en calidad de
mediadoras entre los humanos y los poderes divinos, entre la
mortalidad y la inmortalidad?
En su evolución, las sociedades han debido
regular las relaciones entre varones y mujeres para salvaguardar
la vida y el cuidado de los menores.
El matrimonio se
transforma en el espacio legítimo para que la pareja pueda
dar cuenta, de manera legal y socialmente aceptada, de su
sexualidad, y para legitimar la paternidad y la maternidad. En
estos nuevos ordenamientos, el papel de la mujer y de su
sexualidad se va centrando en la maternidad. Ser madre es su
misión y su obligación y en esto consiste ser
mujer. Se dejan, pues, de lado muchos de los otros aspectos, en
especial la posición de la mujer ante lo que implica una
sexualidad lúdica y placentera. La mujer honesta y
virtuosa es aquélla que renuncia al placer de la
sexualidad.
De forma paralela a este movimiento, la presencia de la
prostitución se hace más notoria e importante:
según los estereotipos, porque la mujer doméstica
es, ante todo, madre, la otra, la prostituta, retoma su papel
original de proveedora de placeres. Los griegos, por ejemplo,
crearon un modelo de
prostituta en el cual convergían la belleza, la
sabiduría y la capacidad de ofrecer los más
exóticos placeres junto con una compañía muy
especial. Las hetairas solían tener una esmerada educación y algunas
gozaban de una elevada consideración
social.
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