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El CAFTA y el ALCA: entre el disenso político y la protesta social (página 2)



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De tal manera que el reverso del proyecto
neoliberal e integral norteamericano, tuvo un supuesto de
filosofía política: las
libertades de las burguesías transnacionales deben
predominar "para siempre" sobre las libertades de los
trabajadores, las poblaciones y las naciones del resto del mundo.
En consecuencia, en casi todos los países, los Estados
acentuaron los controles sobre la participación en la vida
ciudadana y restringieron las garantías de los derechos sociales.
Según Alvater (2003) la supeditación de los esos
requisitos a la economía y a los
principios
decimonónicos del liberalismo,
vuelven incompatibles los valores de
la democracia con
los del mercado.

En el nivel de la conciencia social
el discurso de
gobernantes, políticos e intelectuales
acríticos elaboró en esos años las
ideologías del fin de la historia, la posmodernidad
y la
globalización; resurgieron los fundamentalismos
religiosos, el existencialismo hedonista, el racismo y la
xenofobia.
Lechner, Schimdt & Echeverría (1991).

Así, de acuerdo con el estudio de Larraín
(1999) presumimos que, cuando en 1989 el economista inglés
John Williamson usó por primera vez la expresión
"Consenso de Washington", percibió los experimentos
monetaristas de los Chicagos Boy?s en Estados Unidos,
Inglaterra, Chile
y Argentina; observó la crisis del
endeudamiento en América
Latina que explotó en 1982; e incorporó a su
visión económicista del desarrollo las
privatizaciones de los bienes
públicos que desde 1983 impusieron en América
Latina el FMI, el BM y el
Departamento del Tesoro mediante el Plan para la
Cuenca del Caribe, y, dos años después, con el Plan
Backer.

El consenso de los gobiernos latinoamericanos con la
propuesta neoliberal inducida desde Estados Unidos y refrendada
por las agencias financieras mundiales, estableció las
pautas de crecimiento
económico que hoy el gobierno
norteamericano quiere perpetuar mediante el CAFTA y el
ALCA.

Fuera de la "órbita" del capitalismo,
las instituciones
económicas del socialismo
estalinista se estaban derrumbado desde la depresión
económica de 1973-1975. Simbolicamente, con el muro de
Berlín, también cayó en 1989 la
legitimidad política del comunismo del
período de entreguerras. Ese cambio, ligado
al despliegue del neoliberalismo
y a las estrategias no
aislacionistas de la Casa Blanca, influyó para que los
gobiernos de los Estados Unidos diseñaran un nuevo orden
internacional unipolar; el cual fue consentido sin
discusión en los foros políticos y
económicos internacionales.

Las transformaciones anteriores configuraron una
imagen de
hegemonía y dominio de los
Estados Unidos sobre el resto del mundo y, por ello, desde el
último lustro, la noción de "neoimperialismo" o
"imperialismo"
a secas es utilizada, también, para englobar el conjunto
de los fenómenos que indican las transformaciones y los
desafíos políticos de la época. Aunque, sin
aislarse de esa discusión, es pertinente reflexionar, que
vivir hoy con una conciencia del pasado que exalte los supuestos
logros del neoliberalismo del período 1985-1995, puede
conducir al engaño, la inmovilidad y al espejismo que
propagandizan las dichas de unos pocos. En ese contexto, el
sociológo francés Pierre Bourdeiu (1998) -fallecido
recientemente- llamaba a los intelectuales a luchar contra el
derrotismo económico, y a razonar sobre el socialismo: una
opción contestaria al "pensamiento
único" neoliberal y a su propuesta de organización social, calificada por
él, de inhumana.

Esa invitación racionalista tiene fundamento
histórico. Con frecuencia se olvida, que el consenso de
1990 fue objeto de shocks y cirugías. Unos, propuestos por
el ideólogo original; otras por economistas como
Wolfensohn, Burki, Perry, Kuczynski y Dani Rodrik. (Bustelo
2003). La crítica
más acre e influyente al neoliberalismo económico,
la formuló en 1999 el Premio Nobel de Economía y
vicepresidente del Banco Mundial,
Josep Stiglitz; actitud que
provocó su salida. Las "disfunciones" señaladas
desde entonces y que se someten a consideración y ajuste
periódicamente, contemplan las quiebras violentas de la
estructura
social; crisis de la educación;
ingobernabilidad; atasco institucional y de la gestión
pública; corrupción
en la clase
política y clerical; desatención a los pobres;
rupturas ecológicas y violaciones a los Derechos
Humanos.

Esos desequilibrios no pueden interpretarse entonces,
como resultado de meras ineficiencias administrativas o de
gestión política; porque son productos de
la misma aplicación del décalogo de Whashington.
Además, tales regulaciones extra económicas han
funcionando como verdaderas cadenas de transmisión de las
ganancias monopólicas; pues el lucro y la
acumulación en esta fase neoliberal exige reducciones
arancelarias con subsidios a las inversiones,
privatizaciones, contracción del gasto social, relaciones
desiguales de intercambio comercial, crisis fiscal
incontrolada, devaluaciones monetarias, fijación
caprichosa de los réditos y trasiegos demagógicos
de la deuda externa.
(Joan Prats, 2004; Martínez, 2000; Vargas
2003).

Incluso, las razones de las peripecias "reformadoras"
neoliberales se conversan con cinismo; y no se oculta que la
nueva expansión jurásica del capital
implica miseria y pobreza,
estancamiento y desempleo
estructural, libertinaje, enajenación y agitación social. Por
lo tanto, el consenso con Washington u orden neoliberal, tampoco
puede ser sinónimo de entendimiento de los pueblos y sus
gobiernos. Más bien permite entrever otra fase de la
expansión de los intereses imperialistas norteamericanos
en el marco de las tensiones y competencias
intermonopólicas a escalas intercontinentales.

Pero, además de los supuestos desajustes
funcionales del modelo
neoliberal, es prudente considerar, que la aplicación del
modelo neoliberal desde mediados de los años 80, no estuvo
exenta de luchas sociales y de liberación de los pueblos
en Asia,
África y América Latina. Aunque casi todas las
rebeliones fueron violentamente reprimidas, controladas o
cooptadas.

En ese dramático escenario, el sociólogo
Eduardo Saxe (s.f.) ha puesto en evidencia, cómo una vez
más se produce la estrecha alianza de las
burguesías y las oligarquías latinoamericanas con
los socios de las empresas
multinacionales y de las corporaciones transnacionales, en tanto
condición estructural que sostiene a las clases opulentas
de la economía norteamericana, europea y latinoamericana.
Ello ha sido una constante en la historia social de estas
naciones, y por lo tanto, el concepto de
imperiallismo arraiga en la situación de dependencia
política de los Estados latinoamericanos.

El triunfalismo economicista del Consenso de Washington
fue bien festejado hasta 1995. No obstante, según Gigliani
(s.f.) en adelante, tuvo un comportamiento
marcado por ciclos depresivos y restauraciones poco durables.
Pronto la bonanza del capital encalló en las crisis
recurrentes del enriquecimiento desaforado, las guerras de
rapiña y la apropiación de capital por las
vías de la corrupción y el parasitismo. Según
Santiago Díaz (2003 ) el derrumbe monetario se
presentó en 1994 en México,
Asia del Este en 1997, Rusia en 1998
y Brasil en 1999.
"Entre 1994 y 1999, 10 países en desarrollo de ingreso
mediano experimentaron crisis financieras que deterioraron los
niveles de vida, y en algunos casos hicieron caer los gobiernos y
empobrecieron a millones de personas" -apunta Jeremy Cliff
(2003)-. La depresión del 2001 puso en aprietos el centro
del capitalismo, condimentada con los sucesos del 11 de
Setiembre, y al año siguiente estallaron la crisis
financieras en Turquía y Argentina.

Ligado a esos procesos
económicos, las invasiones a Afganistán y a
Irak han
acelerado las competencias entre las corporaciones de Europa y Estados
Unidos, particularmente en torno a los
intereses por la producción y comercio de
petróleo, gas natural y
resultado de las proyecciones geopolíticas sobre el
continente asiático. En el campo de la competencia
comercial y de inversiones, desde el 2003 la República
Popular China ocupa el
tercer lugar en el volumen mundial
del comercio. Según el periodista Rosen Fred (s.f.) en ese
contexto el FMI dejó de ser amo y árbitro de las
economías. Y hace poco, el Senador E. Kennedy
sentenció que "la actitud imperialista" de su país
generaría más resistencias y
enconos, que apoyos geopolíticos.

Decae, pues, el proyecto de dominación unipolar.
Y las aspiraciones hegemonistas de los Estados Unidos hay que
urgarlas, después de la segunda guerra
mundial. En cuanto a la formación de bloques
económicos, desde mediados de 1950 ese país
comenzó a construir el sistema de
integración territorial por áreas de
materias primas y mercados que les
permitieran promover sus exportaciones con
base en el principios de libre movilidad de mercancías,
técnicas e inversiones de los monopolios.
Sin embargo, hoy día el MERCOSUR ?creado
en 1990 – la Comunidad
Andina de Naciones (CAN) -consituida el 26 de mayo de 1969- y
los convenios multilaterales que lideran Venezuela,
Cuba, Bolivia
?ALBA– o
Argentina y Brasil, todos con un buen margen de autonomía
respecto a Estados Unidos, constituyen reversiones a la
economía de mercados libres o no regulados que
propició el Consenso de Washington.

Asimismo, fuera de América Latina, la Comunidad Europea
-formada el 1 de diciembre de 1993- Japón,
China y las iniciativas del Grupo de los
20 -"desprendido" de la OMC en setiembre
del 2003- vulneran a diario la soñada hegemonía
económica norteamericana.

Por ello, algunos analistas estiman que la actual crisis
de los Estados Unidos generada por la prolongada guerra contra
Irak, el alza en los precios del
petróleo y
el deterioro de las viejas alianzas con sello anticomunista,
marcan otra fase en las pugnas por la pronta ejecución del
TLC en
Centroamérica y del ALCA en el ámbito
latinoamericano. Gambina (2004); Gaetano & Pérez
(2003)

II. DEL DISENSO LATINOAMERICANO

A LA REBELDÍA DE LA
ESPERANZA:1995-2005

El acuerdo con Washington clausuró una etapa de
la historia de los partidos
políticos y del sistema de gobiernos representativos
en América Latina. El decálogo de Williamson y sus
discípulos sustituyó los congresos
ideológicos, los programas
electorales y la participación ciudadana que sustentaron
el Estado de
Derechos Sociales, hasta la crisis de 1979-83. O bien, tales
mecanismos formales "de consulta" devinieron encuentros de
grupos
articulados a la clase política y económica,
incluyendo a sectores intelectuales y técnicos
profesionales.

Cual detritus fangoso, el neoliberalismo asfixió
los mecanismos participativos que dan sustento a la democracia;
en particular según James Petras (s.f.) en los gobiernos
de Carlos Menem en
Argentina (1989-1999); pero también en los de Fernando
Collor de Mello en Brasil (1990-1993), Alberto Fujimori en
Perú (1990-2001), Carlos Andrés Pérez en
Venezuela (1989-1994) y Carlos Salinas de Gortari en
México (1988-1994). En Costa Rica fue
telón y mampara de la década fétida -por
corrupta y elitista- del bipartidismo del Partido
Liberación y el Partido Unidad. Aún están
pendientes los juicios contra los expresidentes Calderón
Fournier, Figueres Olsen y Miguel A. Rodríguez. Algo
similar ocurre en Nicaragua con Arnoldo Alemán, y en
Guatemala con
Osorio.

Y en ese decenio de cojeras de la democracia, se
forjaron otras efervescencias sociales que arraigan en el pasado
reciente de los movimientos populares. Luis Dallanegra (2003)
incluye, las luchas contra la impunidad de
los represores en Chile, Argentina y Uruguay; la
demanda de
Derechos Humanos y protección de los recursos
energéticos y de la biogenética; las luchas de las
mujeres; la creación de hogares de indigentes; la
formación de clubes de trueque; los grupos de
presión antineoliberales. Más orgánicos,
arraigados y politicamente decisivos, el movimiento
neozapatista de 1994, el "cacerolazo"
argentino de diciembre 2001, las luchas de Los Sin Tierra, en
Brasil, y las de indígenas, campesinos y agricultores en
Bolivia, Perú, México, Ecuador y
Guatemala.

En la base de la sociedad civil,
los sectores populares recuperan desde 1995 sus roles
cívicos y políticos. En la agenda de las luchas
reivindicativas resurgen los temas que aluden al acceso al
poder, y al
control popular
sobre los asuntos de Estado en
relación con las necesidades e intereses de las
mayorías. Los actos de protesta e inconformidad
política han aumentado, y se muestran teóricamente
rejuvenecidos. Levantan banderas remozadas con demandas
proletarias, indígenas, de género y
por la soberanía sobre las riquezas territoriales
de las naciones. No es sólo el renacimiento
de los ideales de Bolívar,
Martí,
Juárez, Zapata, Morazán, Sandino o del Ché
Guevara. La conciencia de la dignidad como
condición para ser sujetos de la historia ha anclado en
los Foros Sociales Mundiales y, en ellos, las utopías
implícitas en la idea, "otro mundo es posible", acompasan
los actos de desobediencia civil más detonantes desde
1945.

No es casual entonces, que en el último decenio
los receptores de la autodeterminación de forjar el
destino de las poblaciones, sean las mujeres y los hombres del
mundo del trabajo. O que
la ciudadanía increpe a los poderes
públicos desde las calles y las plazas o en las urnas de
votantes; cada vez más mancilladas, como en Estados
Unidos, Costa Rica, Perú o México. Estos actores
disidentes y sus escenarios recogen banderas históricas de
justicia,
equidad y
solidaridad y las
plantan en los edificios de los foros financieros y
diplomáticos; menguados desde 1990 por la ofensiva
imperialista. Y el eco de las esperanzas circunda los cinco
continentes.

La atmósfera muestra al menos
tres fases. Y con ellas, la dificultad para englobar el proceso en un
temprano concepto de época transicional o en una
categoría rigída de movimientos
sociopolíticos. Veamos.

El 1ero. de enero de 1994 irrumpe el alzamiento
zapatista: el día en que México ingresó al
TLC con Estados Unidos y Canadá. Con esa rebelión
comenzó el uso de las redes de internet en las estrategias
de organización, movilización y difusión de
los ideales de los oprimidos. El intervalo cierra el año
2000 con las marchas contra las Rondas del Milenio de la OMC
-Montreal y Seattle-; el repudio al contubernio de las
corporaciones financieras y los directores del FMI y el BM en
Davos, Colonia y Praga; y contra la Cumbre Económica de
Asia y el Pacífico, celebrada en Melbourne. El siglo XXI,
al parecer, trajo también nuevos sujetos, razones,
símbolos y metas de lucha en la perspectiva
de forjar otros tiempos. Rovira (2001); Deneault (2002); Valverde
(s.f.)

El rechazo a los neoliberales atrincherados en los
organismos financieros y a los Estados promotores del "modelo"
avanzó más reacciones. Las protestas resurgen en el
2001 en Génova; en la Cumbre de las Américas de
Quebec; y desde Porto Alegre despegaron tres primeros Foros
Sociales Mundiales. Este organismo internacional de
representación de instancias populares está
constituido por 42 organizaciones
mundiales. Se rige por un Comité de Organización y
cuenta con un Consejo Brasileño y un Consejo
Internacional.

El 10 de julio de 2001 aprobó la Carta de
Principios. En ella proponen articular a escala
internacional a los movimientos, redes, ONG?s,
sindicatos,
grupos cívicos, organizaciones étnicas, de
género, inmigrantes, ambientalistas y religiosas opuestas
a cualquier tipo de imperialismo, al dominio global de los
monopolios y a su economía de "libre" comercio. En el 2001
la agenda fue una reacción contra los Acuerdos de Davos;
en el 2002 reclamó un sitio para todos en el mundo; en el
2003 se pronunció contra la guerra y a favor de una
cultura de
paz.

En la segunda fase, del 2001 al 2003, el movimiento
contestatario reactivó las luchas ecologistas. La negativa
de Estados Unidos y del "Grupo Paraguas" a suscribir el Protocolo de
Kioto de 1997 alzó a los ambientalistas, unos grupos cuya
actividad se remonta a comienzos de la década del setenta,
retomando pronunciamientos de la ONU.
Efectivamente, en la cumbre sobre Desarrollo y Medio Ambiente
de 1972, se reconoció el alcance estratégico del
nudo indivisible sociedad,
naturaleza y
economía. Esa declaración es importante, porque en
diciembre de 1974 fue aprobada la Carta de Derechos
y Deberes Económicos de los Estados para un nuevo orden
internacional, que incluía la protección a la
naturaleza y el ambiente
humano. Pero desde 1985 casi ningún político pagado
volvió a invocar el decálogo que refrendó el
Estado de Derechos Sociales. Después de todo, la ONU nunca
ha sido el paraíso de las tentaciones de la libertad de
los pueblos oprimidos.

Luego vino la invasión a Afganistán, Irak;
seguida de la reacción militar norteamericana en Filipinas
y Colombia. Esas
ofensivas guerreristas catapultaron desde octubre 2001 el repudio
antimperialista y enervaron las luchas por la paz. Estudiantes y
mujeres -como el grupo Código
Rosa- tiñeron el arco iris de las marchas pacíficas
no exentas de disturbios.
En el 2003 comienzan las grandes movilizaciones contra los
convenios del ALCA y el TLC negociados por Estados Unidos con
figuras escogidas por los gobiernos, a espaldas de los
Parlamentos en América Central, en el grupo de
países de la Triple
Frontera, el MERCOSUR, CAN y en Colombia -por separado-. Esta
vertiente del movimiento social se proyecta hasta hoy.

En los años 2004-2006 fueron convocados en
medios de
grandes manifestaciones y protestas contra las reuniones
paralelas de los foros financieros internacionales, los Foros
Sociales Mundiales de Mumbay, Porto Alegre y Venezuela. En el del
2004 se abordó la exclusión y los intocables; en el
2005 en Venezuela, la política y el poder en perspectiva
liberadora. En esta fase, ya está constituidas actividades
comunes en foros temáticos, por países y
según agendas específicas de lucha en las capitales
primncipales de los continentes del planeta. Los últimos
tres FSM, transcurren en el contexto de viabilidad de
revoluciones democráticas en América Latina. Con
ellas crece la rebelión de las esperanzas, el
antimperialismo, y el perfil orgánico de los pueblos
oprimidos, como sujetos y protagonistas de la geopolítica
contemporánea.

Además, en el año 2005, el Primero de Mayo
adquirió el carácter de celebración mundial de
los trabajadores, y las gigantescas manifestaciones de más
de 2 millones inmigrantes en unas 35 ciudades de los Estados
Unidos, recuperaron las arterias de trabajo y de dignidad
proletaria que han hecho grande a la economía epicentro
del capitalismo.

Un capítulo complementario, requeriría
estudiar los procesos revolucionarios actualmente en
transición en Venezuela y Bolivia; la continuidad de la
lucha insurgente en Colombia, acosada por las estrategias de El
Plan Colombia y la ofensiva norteamericana sobre los
países de la Triple Frontera; o
bien, las orientaciones reformadoras de los gobiernos de Brasil,
Argentina y Chile. Todo ello configura un panorama, en el cual
germinan hoy las nuevas esperanzas de los excluidos y marginados
para reconstruir su historia del siglo XXI. Pero ello depende
también, de la persistencia de un escenario mundial
favorable a los ideales democráticos de las
naciones.

CONCLUSIÓN

En la actual coyuntura es posible observar un proceso
histórico unitario que tiene dos momentos. En ellos se
inscriben los principales acontecimientos de la economía
mundial y de las estrategias políticas
de los países industrializados, y en conjunto configuran
un único movimiento coherente de transformaciones que
denotan las caracteristicas macrohistóricas del primer
lustro del siglo XXI, visto desde la perspectiva
lationoamericana.

Esas fases son, el período 1985-1995 y la
década siguiente hasta nuestros días. En el primer
intervalo se implanta el neoliberalismo como "modelo"
económico en los países de capitalismo avanzado. En
América Latina se inicia con los planes de ajuste
estructural, y continúa con los proyectos de
integración regional a la economía mundial por
medio del CAFTA y el ALCA en el nivel económico y los
intereses militares de Estados Unidos implícitos al Plan
Puebla Panamá, el
Plan Colombia y el Plan de la Triple Frontera.

En el período 1995-2005 emerge un nudo integrado
de contradicciones, generadas por aquellas experiencias de
crecimiento económico y seguridad militar
con visos de guerra preventiva. A ellas subyacen y corresponden
procesos de disidencia política y abundantes muestras de
desobediencia civil, lucha social y rebeldías populares.
Asimismo, la exacerbación de contrariedades entre diversos
sectores de las oligarquías y las burguesías
latinoamericana. A tono con el carácter globalizante de la
economía contemporánea, este proceso anuncia otra
era de luchas por la liberación de los pueblos, las cuales
arraigan en una tradición de resistencias a la
explotación social capitalista. Por ello en este lustro ha
renacido también la utopía socialista.

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Lic. Carlos A. Abarca Vásquez

Historiador

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