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Educación y cultura en el Perú, todo sobre cifras: ¿Un país sin futuro?



Partes: 1, 2

    1. La
      cultura científica como derecho
      universal
    2. Observaciones
      finales del Comité de Derechos Económicos,
      Sociales y Culturales respecto al cumplimiento del Perú
      de los artículos 13°, 14° y 15° del
      pacto
    3. Conclusiones
    4. Bibliografía

    I. INTRODUCCIÓN.

    "El derecho de toda persona a
    la
    educación… a la enseñanza obligatoria y gratuita para
    todos… a participar en la vida cultural y gozar de los
    beneficios del progreso científico y de sus
    aplicaciones
    " (Artículo 13° del Pacto
    Internacional de Derechos
    Económicos, Sociales y Culturales. Art. 6º Constitución Política del
    Estado del
    Perú – 1993).

    No sería forzado decir que en un diagnóstico de este tipo subyace la
    noción de que la educación no es un derecho sino una
    necesidad de segundo orden, por tanto diferible, cuando no, un
    bien de tipo suntuario.

    El presupuesto
    público asignado para el Sector Educación, no
    es elaborado a partir de sus necesidades, puesto que los
    organismos locales y regionales del sistema
    dependen administrativamente de las Comisiones Transitorias de
    Administración Regional, a su vez
    dependientes del Ministerio de la Presidencia, el que
    finalmente lo sustenta ante los técnicos del Ministerio
    de Economía y Finanzas. En
    buena cuenta, a lo largo del régimen fujimorista quien
    ha decidido sobre el presupuesto
    educativo ha sido el Ministerio de Economía, no a partir
    de las necesidades concretas y con criterio educativo, sino a
    partir de las disponibilidades de la caja fiscal y las
    decisiones políticas del más alto
    nivel.

    En el año 1999, el presupuesto del sector
    ascendió a la suma de 4,456 millones de nuevos soles,
    equivalentes a US $ 1,414 millones, aproximadamente. Se
    programó para el año 2000 un total de 5,010
    millones de nuevos soles, alrededor de US $ 1,391 millones, en
    tanto que para el 2001 se programó un presupuestó
    de 1,916 millones de nuevos soles o US $ 535 millones,
    gravísimo recorte que explicó por la
    recesión y la disminución de los ingresos
    tributarios del Fisco y que habla de las verdaderas prioridades
    del régimen. Compárese esta cifra con las
    dedicadas a Defensa (US $ 861 millones) y a la Policía
    (US $ 742), a las que prácticamente no se les
    recortó nada.

    Tomando como base a las Encuestas
    Nacionales de Niveles de Vida realizadas en 1 994 y 1 997 se
    puede apreciar que mientras el gasto estatal en
    educación creció en 7.1%, el gasto de las
    familias se incrementó en 31.5%. Debido a la escasa
    contribución del Estado, las familias aportan el 41% de
    los gastos de la
    educación pública (principalmente en textos,
    uniformes, pasajes, refrigerios, etc.). Como porcentaje del
    PBI, el gasto de las familias peruanas en educación es
    mayor que el de las de los países
    desarrollados.

    En un mundo cambiante y que ingresa en una nueva fase
    histórica, el aprendizaje
    de nociones de matemáticas, de lenguas y ciencias
    naturales y sociales resulta insuficiente. No basta con que
    los Estados cumplan con brindar la educación
    básica, sino que deben asegurar que ella sea de buena
    calidad como
    garantía para el desarrollo
    integral de la persona.

    Obviamente, con esos niveles de inversión en educación, la calidad
    de la educación que están recibiendo los niños, adolescentes
    y jóvenes peruanos es muy baja. Los factores que
    provocan la baja calidad de la educación se hallan tanto
    dentro del sistema educativo tales como un magisterio mal
    pagado, autoritario y desmotivado; contenidos desfasados frente
    a los desafíos de la realidad; carencia de materiales
    educativos de calidad; metodologías obsoletas. Fuera de
    él: niños desnutridos o maltratados, padres
    desmotivados, sociedad y
    mercado que
    no dan cabida a los más educados.

    Uno de los factores que incide en la baja de la
    calidad de los resultados del aprendizaje es,
    sin lugar a dudas, el maltrato gubernamental a los maestros,
    uno de los ejes del proceso
    educativo. El 80% del magisterio pertenece a la
    educación pública y sus remuneraciones están consignadas en la
    Ley del
    presupuesto anual. El bajo gasto
    público en educación, a pesar de la alta tasa
    de matrícula, se obtiene gracias a los bajos sueldos de
    los maestros y escasos gas tos en
    textos y materiales. El sueldo más alto no llega a los
    US $ 250 mensuales, es decir equivale entre la mitad y la
    cuarta parte de los de otros países de similar
    desarrollo (BM 1999), y con muy poca diferencia entre los
    niveles.

    El resultado está a la vista: más del
    43% de los maestros no han recibido formación
    pedagógica y más de la mitad admite que debe
    completar sus ingresos con otras ocupaciones remuneradas, lo
    que implica de falta de dedicación a la
    enseñanza. Los ascensos de niveles y categorías
    para los maestros fueron suspendidos en 1991,
    incumpliéndose la Ley del Profesorado promulgada en
    1984. La política educativa del régimen ha
    congelado los sueldos de los maestros, actores básicos
    en el proceso educativo.

    El sueldo de un maestro en 1993 era -en promedio- de
    187 nuevos soles, los cuales, debido a descuentos por seguro y
    pensiones se convertían en 162 nuevos soles,
    equivalentes a US $ 90. Esto significaba que, en
    relación con el sueldo real de 1980, el de 1993 era
    apenas una séptima parte. Cuatro años
    después, el valor
    promedio de las remuneraciones de los docentes
    estatales se estimó en 635 soles mensuales (US $ 238)
    cifra que, si bien constituye una radical mejora respecto al
    primer lustro, aún está por debajo del promedio
    de las décadas de los años 60 y 70 y, aun cuando
    –respecto a los maestros de los países del Primer
    Mundo– los maestros peruanos atienden mayor número
    de alumnos per cápita.

    El modelo
    tradicional de educación basada en una metodología de transmisión de
    conocimientos y contenidos, sin considerar el desarrollo de
    destrezas y habilidades ha entrado en crisis. Los
    conocimientos que brinda la escuela se
    han vuelto poco útiles para entender los vertiginosos
    cambios del mundo actual, más aún en el caso de
    las áreas rurales, en las que los contenidos del
    programa
    curricular tienen escasa relación con su
    entorno.

    La educación ha estado orientada a asegurar en
    los alumnos el manejo de una cierta cantidad de conocimientos
    que les son transmitidos en forma rutinaria y vertical, sin que
    se tomen en cuenta las habilidades y destrezas adquiridas en el
    proceso de socialización, abriéndose
    así una brecha entre escuela y mundo real, cada cual con
    su tabla de valores.

    Los maestros con que cuenta el sistema han sido
    formados en la metodología tradicional, del que sabe y
    repite un discurso
    para que luego los alumnos sean capaces a su vez de repetirlo,
    en un proceso donde más interesa la disciplina
    que el desarrollo de las habilidades del alumno. En las
    áreas rurales, la mayor parte de los maestros
    sólo cuentan con educación secundaria sin haber
    tenido una formación pedagógica. Muchos de ellos
    tuvieron una educación escolar deficiente y portan
    carencias afectivas, intelectuales y prejuicios sociales que se
    transmiten luego en las aulas.

    Las bajas remuneraciones a los docentes de la escuela
    pública atentan contra una mínima capacitación por cuenta propia; antes
    bien, son motivo para que se dediquen a otras actividades
    complementarias.

    La cobertura de matrícula, es decir la
    asistencia de los niños de 6 a 15 años a la
    escuela es ampliamente mayoritaria, superior al 90%. Esa
    situación ya se registraba desde mediados de los 80. El
    nivel de educación inicial se brinda en cunas y jardines
    a niños menores de 5 años y en los programas no
    escolarizados de educación inicial (PRONOEI).
    Sólo el 20% de los niños pequeños recibe
    algún tipo de educación inicial, de los cuales el
    78% está en programas del sector
    público y el resto en el privado (INEI 1997). En
    cuanto a la situación de la población menor de 6 años: de
    acuerdo con la Encuesta
    Nacional de Hogares de 1997, un 53.3% asistía a un
    centro educativo en el área urbana, mientras que
    sólo el 38.9% lo hacía en las áreas
    rurales. El nivel primario atiende al 88% de niños entre
    6 y 11 años en programas públicos, escolarizados
    y no escolarizados, mientras que el 12% restante acude a
    escuelas privadas. Los niveles de cobertura alcanzan el 86.1%
    de la población nacional en el rango de 6 a 14
    años, con trece departamentos por debajo de la media,
    sobre todo en sierra y selva. El 83% de los estudiantes de
    nivel secundario es atendido en colegios públicos
    mientras el 17% acude a colegios privados. En las áreas
    rurales no asiste a la escuela el 24.4% de las adolescentes. En
    el rango entre 12 y 19 años, la tasa de asistencia es de
    49% en las áreas rurales y de 78% en las urbanas. Las
    situaciones extremas a nivel departamental están en San
    Martín (32.4%) con doce puntos por debajo del promedio
    nacional. En 1997, el 66% de la población universitaria
    asistió a universidades estatales mientras que el 33% a
    las de carácter privado.

    Según la Encuesta Nacional sobre Medición de Niveles de Vida ENNIV 2000 el
    analfabetismo se redujo tanto en términos
    porcentuales como absolutos de 8.9% en 1997 a 7.3% en el 2000,
    aunque es del 15.7% en el campo. Sin embargo, en el mes de
    diciembre, la nueva ministra de Promoción de la Mujer, ha
    señalado que el Programa de Alfabetización a
    cargo del PROMUDEH fue utilizado como una agencia proselitista
    del gobierno
    fujimorista, de manera que sus estadísticas no podían ser
    confiables.

    Los niveles de escolaridad han aumentado como lógica consecuencia de la
    expansión de la cobertura y se tiene un promedio de
    estudios de 7.7 años para los mayores de 15 años.
    Pero, mientras los que viven en Lima tienen 9.8 años;
    los de Arequipa 9.0, Ica y Tacna; 8.3, en el otro extremo,
    quienes viven en Amazonas tienen 5.1; en Ayacucho, 5.0; en
    Cajamarca y Apurímac, 4.6 y los de Huancavelica
    sólo 4.3 años de estudios.

    Otra de las manifestaciones de la baja calidad de la
    educación actual son los problemas
    del atraso y la deserción de los educandos. Los
    estudiantes tienen un marcado índice de atraso en los
    grados de estudio que cursan respecto de la edad normativamente
    correspondiente. Eso se debe en parte al ingreso tardío,
    a la alta repitencia y por último, al retiro temporal.
    El 53.9% de niñas ingresan a la escuela en una edad
    superior a la normativa (6 años). Pero el atraso se
    incrementa con los años: el 72% en segundo grado, el 77%
    en tercer grado y el 88.% en cuarto grado de
    primaria.

    El 9.6% de los estudiantes que cursan educación
    primaria abandona el colegio cada año por diversas
    circunstancias, pero en el caso de las niñas del campo
    el porcentaje se eleva al 15%. En los departamentos de mayor
    pobreza la
    cifra es más alta que el promedio nacional: Amazonas
    15.2% y Cajamarca 15.0%. En secundaria, la tasa de
    deserción aumenta hasta alcanzar el 18.6%. El
    departamento con mayor deserción en el nivel secundario
    es San Martín con 31.9%, seguido de Madre de Dios
    (28.6%), Tumbes (27.3%), Ucayali (26.9%) y Amazonas (26.1%);
    aunque las estadísticas oficiales no permiten verificar
    si esos estudiantes migran a otros departamentos donde
    completan su educación.

    El 11% de los niños en pobreza extrema no acude
    a ningún centro educativo, elevándose el
    porcentaje en el caso de la selva rural a 27%. Es verdad que
    la pobreza
    rural y su exigencia de contar con los hijos menores como
    fuerza de
    trabajo es
    una constante universal, pero también es cierto que a
    mediados de siglo hubo en el Perú una gran presión
    social en el campo por alcanzar la educación pues no
    sólo se la veía como vehículo de
    movilización social sino que era atractiva en sí
    misma. A fines del siglo, sin embargo, el atraso y la
    deserción escolares tienen también su causa en
    las bajas expectativas de los padres de familia
    respecto al logro de sus hijos que «no aprenden cosas
    prácticas», es decir, que les son útiles
    para desenvolverse con éxito
    en un mundo lleno de desafíos.

    También constituyen una forma de
    recusación a una vieja concepción de la escuela
    como homogeneizadora de conocimientos abstractos y centrados en
    el pasado, como de actitudes y
    comportamientos, que choca con las expectativas de niños
    y adolescentes que han cambiado por lo que ven a través
    de los medios de
    comunicación en un mundo que día a día
    empequeñece. No es sólo que la educación
    ha perdido su atractivo como medio de ascenso para los
    adolescentes que observan el desempleo y el
    subempleo como horizonte, aun para los egresados
    universitarios, sino que los maestros, poco capacitados y
    educados en el autoritarismo, son incapaces de estimular para
    el autoaprendizaje y el descubrimiento, cuando ellos mismos
    tienen escasas motivaciones.

    La repetición es de 21.8% en promedio de la
    primaria. ("Agenda abierta para la educación de las
    niñas rurales" Montero, Carmen y Tovar, Teresa 1999.
    CARE Perú, IEP, Foro Educativo). Esta variable
    tiene un alto grado de relación con la zona
    geográfica: en Lima la repetición afecta al
    16.7%, al 23.5% en otras áreas urbanas y al 35% de la
    población escolar del campo. Esto revela una
    relación inversa con el nivel de ingresos de las
    familias.

    En nuestro país pareciera existir un consenso
    entre intelectuales, clase
    política y empresarios: el Perú no necesita de
    investigación científica y
    tecnológica propias, dado su retraso en el concierto
    mundial y dado el proceso de mundialización; de lo que
    se trata es de preparar buenos operadores o aplicadores de los
    avances científicos y de las nuevas
    tecnologías.

    Ese supuesto consenso ha olvidado que la investigación científica es una
    necesidad que surge de la realidad física y
    biológica peculiar de nuestra patria. "No sería
    necesaria ninguna observación, además de esta, en
    apoyo de la proposición de que nuestro país
    requiere de un importante desarrollo científico y
    tecnológico propios", dice el físico
    Benjamín Marticorena, profesor de
    la Universidad
    Nacional de Ingeniería, y añade: "La propuesta
    de políticas de ciencia y
    tecnología para el Perú y el compromiso de
    realizarlas, sólo pueden partir de la certidumbre, por
    parte de las autoridades y agentes sociales interesados, que
    ellas son la plataforma más segura y sostenible para el
    desarrollo económico, social y cultural de la Nación".

    Los antiguos peruanos, gracias a sus habilidades
    tecnológicas, desarrollaron la agricultura
    más importante del mundo conocido a comienzos del siglo
    XVI; y tuvieron su propio camino tecnológico en la
    metalurgia
    del oro y la
    plata, así como en las construcciones megalíticas
    y en el descubrimiento de los principios
    activos
    terapéuticos de una inmensa variedad de plantas. La
    difusión internacional de las bondades de la "uña
    de gato" descubiertas por el pueblo asháninka desde
    tiempos inmemoriales, es el último ejemplo.

    Durante más de un siglo los peruanos hemos
    estado convencidos del aserto de Raimondi: "el Perú es
    un mendigo sentado en un banco de oro",
    es decir, sus riquezas naturales y en especial minerales son
    inagotables. Ha pasado más de un siglo y la mitad de los
    peruanos sigue viviendo en la miseria. Justamente, en tiempos
    de Raimondi, la explotación del caucho y su
    traslado a la península malaya por los ingleses en la
    era del imperialismo, mostraron que el desarrollo
    económico no depende exclusivamente de la cantidad
    de recursos y de
    su aprovechamiento (la tecnología) sino de factores
    políticos. Vivimos en un mundo con relaciones de
    poder en el
    cual, quienes lo controlan son los que, en última
    instancia, definen los caminos del desarrollo económico
    social con ritmo propio o dependiente de otros centros de
    decisión. Nuestros gobernantes optaron por no organizar
    la industrialización y han elegido hasta hoy no preparar
    a los peruanos para entrar a la era de la Información.

    Al comienzo del siglo XXI, el desarrollo de una
    educación profundamente humanista y científica se
    presenta como la más sólida garantía de
    construcción social y, en esa medida,
    como un derecho fundamental de las personas. La
    educación en ciencias
    naturales, ciencias
    sociales y humanas, la investigación y sus
    aplicaciones en la economía, son un derecho universal
    sin las que no es posible pensar en el mejoramiento de la vida
    humana hoy. Lo opuesto a ello es resignarse a ver que nuestra
    riqueza germoplasmática siga saliendo al extranjero, que
    nuestros científicos continúen migrando, que
    persistamos en depender de los alimentos
    importados, que la implantación abrupta de nuevas
    tecnologías siga causando desarreglos sociales o que lo
    más avanzado de la tecnología de las comunicaciones e informaciones sea puesto al
    servicio de
    grupos
    minúsculos de poder, para el control de
    los ciudadanos, tal como ha sido la reciente gestión de Vladimiro Montesinos al mando
    del Servicio de Inteligencia
    Nacional.

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