Desde la primera vacuna científicamente elaborada
a la fecha es mucho lo que el pluviómetro ha marcado. Sin
embargo, la magia del impacto sigue latente, claro, su autor era
un maestro del espectáculo.
El 28 de febrero de 1881 Louis Pasteur comunicó a
la Academia de Ciencias gala
que había descubierto una "vacuna" contra el
ántrax. Para que no lo ignoraran, como ya había
sucedido el año anterior con la elaborada para el cólera
aviar, se comprometió a realizar una experiencia
pública en la granja ganadera de Puili le For.
¿Invitados? Toda una multitud entre los que, además
de los curiosos habituales, figuraban personalidades políticas,
la prensa, dioses de
la literatura
como Alejandro Dumas (el de los Mosqueteros), Jorge Sand (que no
era Jorge; mucho menos Sand), periodistas, veterinarios,
médicos escépticos y….. la policía, claro,
en su calidad de
agentes del orden.
Confiado en los recientes resultados de laboratorio, y
en los obtenidos ?de puro azar- contra el cólera de las
gallinas, en su discurso ante
los sesudos de la muy francesa institución, expuso lo que
sería un principio universal: "… al introducir en el
organismo el agente productor de la enfermedad, debilitado, se
genera la inmunidad contra el mal"
En este experimento el genial hemipléjico se
jugaba a una carta el parto de la
aún fetal Inmunología, y unas cuantas cosas
más. Si fallaba le cortarían el agua y la
luz;
cesarían las asignaciones para su minúsculo
laboratorio. Con respecto a los estirados miembros de la
Academia, ni hablar, estaría peor que
Moisés.
El acto comenzó a inicios de mayo con la
vacunación de 5 vacas y 30 ovejas; un grupo similar
quedó como control. El
día 31 Pasteur, y algunos de sus discípulos,
inocularon un cultivo activo del temible Bacillus
anthracis a los 70 animales.
Había tensión y duda en todos los rostros;
sólo el genio francés confiaba, o disimulaba muy
bien.
Transcurridas 48 horas esta multitud hizo su tercera
aparición en la ya famosa granja. Todos los animales del
grupo control eran cadáveres; los vacunados habían
librado; Pasteur se había anotado un nuevo triunfo, aunque
no tenía, ni tuvo nunca, la más remota idea del por
qué de este resultado. Si estaba clarísimo de algo:
en muchas enfermedades, desde el vino,
pasando por el gusano de seda, las ovejas y vacas recién
pinchadas, hasta el hombre ?por
más animal que sea- ciertos microorganismos eran los
responsables. En estos casos, si "maltrataba" a los susodichos
con técnicas
propias, y luego los inyectaba a las víctimas
correspondientes, prevenía el mal.
A estos preparados con microorganismos defectuosos
decidió darles el nombre de vacunas en
honor al médico inglés
Edward Jenner quien, casi 100 años antes, había
salvado innumerables vidas humanas con su técnica de
inocular preparados a base de costras producidas por la viruela
bovina. El sabio francés había generalizado el
resultado de Jenner y, lo más interesante, utilizaba los
propios agentes productores de las enfermedades que
investigaba.
Así, lo general superó a lo singular, y el
2 de junio marcó el nacimiento de lo que más tarde
conoceríamos como Inmunología. La paternidad de tal
criatura era obvia; para el inglés, ni abuelo ni
tío, mucho reconocimiento y, en su momento, significativas
mejoras de tipo económico. Por sólo dar una idea,
el Parlamento le otorgó un total de 30 mil libras
esterlinas, suma de gran respeto en tales
días; la Sociedad de
Medicina de
Londres, una Gran Medalla de Oro ?honraba
el calificativo- y fue nombrado "Ciudadano de Honor de
Londres".
Los rusos se unieron a los agradecimientos: la
emperatriz le envió una sortija con un brillante tan
grande que cansaba la mano; al primer niño ruso vacunado
contra la viruela le pusieron Vaccinov. Aunque nunca
padeció de viruela no se sabe, sin embargo, si el nombre
le acarreó algún que otro trauma.
Si al inglés no le fue mal, qué decir del
francés. El modesto, pero próspero laboratorio, se
convirtió en el más afamado Instituto del
país; aún lleva su nombre. Allí otros muchos
franceses, y no tales, se formaron y brillaron con luz propia. En
lo que restó del XIX, y una buena parte del XX, la
producción de vacunas, según los
preceptos de Pasteur, constituyó la principal
opción para la prevención de una amplia gama de
enfermedades del hombre y los
animales. La Inmunología se consolidaba como una ciencia
indiscutible de cuna francesa; no había Internet.
– ¿Pero…. por qué usted me sale ahora
con eso de la Internet? ?Podría ser su justa
reacción.
Sólo por un detalle de rigor histórico y,
por tal vez, aunque caribeño, ser otro producto de la
cultura
occidental. Sí, estimado lector, de haber existido una
Internet imparcial en aquellos años de
ñañaseré, hasta la tatarabuela de Jenner
habría conocido que en la provincia meridional de
Sinchuán, por supuesto en la muy oriental China, hay una
montaña llamada Emeishan, famosa por sus tradiciones
budistas y taoístas. Los ermitaños taoístas
que vivían en sus cuevas tenían un gran secreto: la
técnica de la inoculación, para prevenir la
viruela humana. Un simple detalle, todo lo que le cuento
ocurría ya en el siglo X d.n.e.
– ¿Entonces, aquello de la paternidad francesa es
un cuento? ¿Qué decir de las vacunas?
No seamos tan drásticos, realmente se trata de
técnicas diferentes, si nos ajustamos a lo estrictamente
comprobado ?ya con Internet- La inoculación implicaba
ciertos riesgos ?las
vacunas también tienen su cosa, pero tiempo al
tiempo- Según las informaciones más antiguas se
inoculaba a las personas con el virus "activo" de
la viruela.
Página siguiente |