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Inmigración a la Argentina 1830-1950 (página 7)



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Varios

EL VIAJERO DE AGARTHA, por Abel Posse. México,
Editorial Norma, 1989.

El viajero de Agartha (), de Abel Posse, fue
distinguida con el Premio Internacional de Novela Novedades
y Diana 1988-1989 en México. Transcribimos un resumen de
su argumento: "En 1943, cuando el curso de la Segunda Guerra
Mundial se vuelve contra Alemania,
Hitler ordena a
un oficial de su confianza emprender una importante misión
secreta. Deberá iniciar un viaje solitario a través
de Asia Central con
el objetivo de
descubrir, en algún lugar oculto de la India o del
Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de los Poderes.
Irá con la falsa identidad de
un arqueólogo británico ejecutado por la Gestapo.
Esta aventura a través de la geografía
exótica se va transformando en un viaje hacia el universo
esotérico de las mitologías paganas, en las que el
nazismo
fundamentó su ‘Teología de la violencia’. Retomando el tema de Los
demonios ocultos
, esta gran novela de Abel Posse es, en
definitiva, una metáfora reveladora del fracaso de la
ideología nazi" ().

En la nota que abre el volumen, Posse se
refiere a los nazis y a la forma en que surgió esta
novela: "Conocí algunos nazis refugiados en la Argentina
de mis años de estudiante. Desde entonces se
instaló en mí la pregunta: ¿Qué
convicción oculta, inexplicable, llevó a estos
hombres a optar por la muerte, el
sacrificio sangriento y la autodestrucción individual y
nacional? ¿Qué fuerza secreta
los hizo saltar del previsible surco de la burguesía
alemana y de su encomiable cultura? Sin
duda un dios tan sediento de sangre como el
dios de los mexicas tuvo que haberlos impulsado. Este texto
nació en torno de aquella
pregunta. El tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con
entusiasmo por los autores alemanes, pero está ligado a la
esencia del autoritarismo y de la locura de este siglo que
expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema profundamente
americano".

El protagonista de la novela es
Walther Werner, graduado en lenguas orientales y
arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales
nazis, quien se define como "el mensaje de salvación
arrojado al mar enfurecido". "Soy un SS –afirma-: mi primer
mandato es matar o morir matando esa sucia rémora hija de
una cultura pestilente y sentimental: la nostalgia, la
roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado
humanismo’ ".

Es justamente esa postura ante la vida la que hace que
se desvincule del hijo que tuvo con una española, que
apareció muerta en Burgos "cuando entraron las fuerzas
vencedoras de Franco". Sin embargo, el pensamiento en
el niño aparece con persistencia y motiva la carta que le
escribe en Singapur en 1943. "No puedo imaginar ya su rostro
–afirma-. Le faltan los años necesarios para
comprender el sentido de mis líneas y en especial las
causas que me obligaron a abandonarlo".

Aunque quiera convencerse, no es tan indiferente a la
paternidad como él desearía: "Tuve el acoso de la
imagen,
absolutamente imaginaria de mi hijo lejano. Curiosamente, al no
conocerlo ni tener fotografías de él, fui creando
un ser con facciones casi precisas, hasta con gestos individuales
y un cierto tono de voz que no comprendo".

Recuerda el momento en el que, en Madrid,
cortó el débil lazo que lo unía al
niño: "Un hijo puede provocar una extraña ternura
cuando se lo alza y se oye su risa inocente y feliz. Pero me era
indispensable extrañarme de él y de su madre. (…)
Como había dicho Bullmann, un SS no tiene familia, ni
origen, ni otra consecuencia que el desafío de construir
un mundo nuevo. (…) ¿Cómo renunciar a todo y
quedarme junto a mi hijo? El mito era ya
más fuerte que la realidad".

Entonces aparecen las referencias a la Argentina,
país en el que se cría el pequeño, lejos de
su padre: "Es un ser lejano que repite mi sangre. Nada sabe de
mí. Crece en una ciudad periférica como al margen
de la historia,
Buenos Aires.
(Estas palabras me suenan a paz, a tierras vacías y
aventadas)". Repite, sin convencerse, los principios que lo
privaron de este niño que "Crece en Argentina. En Buenos
Aires. Allí crece olvidado el hijo de mi sangre, de mi
‘etapa meramente humana’ (…) Cuesta liberarse de
las trampas con las que nos castra el judeocristianismo: vivir
cargando a la espalda un gran crimen innominable. La
Culpa. Sobrevive en mí ese repudiable otro".

Pero la moral es
más fuerte que el adoctrinamiento, afortunadamente, y lo
obliga a imaginar una ciudad de la que poco sabe:
"¿Cómo sería esa ciudad de Buenos Aires?
Tengo referencias vagas, fotos vistas en
un álbum de turismo. Imagino una ciudad
de casas bajas, calles muy quietas, con avenidas largas y
monótonas como las de ciertos barrios de Londres. Es un
pueblo bastardo, pero casi blanco y amigo de Alemania". Una vez
más, el racismo hace su
nefasta aparición.

"Albert, Alberto, mi hijo. Ahora corre por esas calles
abiertas donde suenan guitarras lejanas. Gute winde, Buenos
Aires". La pena sobrecoge a este hombre
aparentemente tan duro, que muere sin ver a su hijo, y lo
reencuentra más de treinta años después,
cuando Albert –el periodista Alberto Werner Lorca- recibe
en París el libro de notas
de su padre, circunstancia en la que "Detrás del horror de
la historia y de la atrocidad de la ideología, sin
embargo, encontró las vibraciones del alma de ese
padre al que nunca conoció".

En Singapur, un hombre imagina la Argentina. En Buenos
Aires, un hijo imagina a su padre. Esta es otra de las facetas
del exilio, que encuentra en Posse una voz empeñada en
evocarlo".

MIS DOS ABUELAS. 100 AñOS DE HISTORIAS, por Nora
Ayala. Buenos Aires, Vinciguerra.

Nora Ayala evoca en Mis dos abuelas. 100 años
de historias
las vidas de Gerònima, su abuela criolla
que vivìa en Misiones, y la de Christina, su abuela
alemana que se estableciò en Trelew.

Christina es una mujer con estudio
que viaja a la Argentina contratada como ama de llaves en casa de
un director de un banco de su
paìs. Ya en Adroguè, provincia de Buenos Aires,
conoce a un italiano con el que se casa. Habiendo nacido los
hijos, el hombre
decide que lo mejor es volver a su tierra, para
vivir de rentas. No imaginaba que, para ello, deberìa
dejar aquì a una de sus hijas, que no pudo embarcar a
causa de una enfermedad. Cuando el hombre, dos años
despuès, vuelve temporariamente a la Argentina, no es a la
niña a quien lleva a Italia -como le
habìa pedido su esposa-, sino al padre, deseoso de ver su
pueblo. Se avecina la guerra y el
italiano hace oìdos sordos a su mujer, quien insiste en
que deben regresar, quien inisite en que deben regresar,
aprovechando que los hijos –salvo la menor- son
argentinos.

Finalmente vuelve Christina, sin marido y con algunos de
los hijos, ya que otros quedan trabajando y uno està preso
por haberle pegado a un superior, durante una estadìa
forzada en la milicia. Comienza entonces una vida nueva para la
alemana, quien, utiliozando los conocimientos que traìa de
su tierra, ademàs de su ingenio y esfuerzo, pone un
negocio que prospera y se sobrepone a las
dificultades.

Si la abuela criolla era sobrebia y dominante, la
alemana –con un caràcter tan fuerte como el de su
consuegra- era afable y comprensiva: "cada una en su tribu
gozò de respeto y
predicamento. En el caso de Christina, ademàs, de
cariño; en el de Gerònima del Rosario, por
què no, de temor".

Ayala narra en què circunstancias llegò a
la Argentina su abuela, en 1891: "Un aviso en el Bremer
Zeitung
en el que se solicitaba una ama de llaves dispuesta a
viajar a Buenos Aires, la habìa conectado con herr Jantzen
y su esposa, que irìan a instalarse en un remoto
paìs sudamericano llamado Argentina. El caballero iba como
gerente del
Deutsche Transatlantik Bank y lo acompañaban su esposa y
sus tres pequeños hijos".

Se despide de su familia y de su tierra, a la que
tardarìa años en regresar: "El puerto de Bremen se
iba empequeñeciendo en la lejanìa mientras
Christina, con los ojos llenos de làgrimas, abrazaba
fuertemente la estatuita del Bremer-Staedt-Musikanten que su
padre le habìa regalado al despedirse. Ya no se
veìan las figuras de herr Peter con Lina, Ana y Johan,
agitando los pañuelos".

Otros alemanes tambièn viajaban hacia ese
paìs desconocido. El ingeniero Walter Rathhof, afincado en
el litoral, recuerda: " ‘¿Còmo vine a parar
acà? Hace tres meses ni sabìa que existìa
este lugar. ¡Misiones!’ Apenas si habìa visto
el nombre de Argentina en el mapa. En Alemania no conocìa
a nadie que hubiera andado por esta parte del mundo, pero
bastò una propuesta para dejar la familia, el
empleo
seguro, la
patria, los amigos, por la aventura. (…) Allà era un
ingeniero màs, sin mucha experiencia entre tantos otros,
en cambio
acà estaba todo por hacer ¡Y justo puentes! Si
hubiera sabido que alguna vez tendrìa que hacer puentes,
tan lejos y sin poder
consultar con nadie, hubiera prestado màs atenciòn
a aquel viejo profesor que
siempre hablaba de los de la India y de la China.
Despuès de todo, los que tendrìa que hacer
acà tendrìan màs en comùn con esos
que con los prolijos puentes de hierro que
diseñaba en la facultad. Ademàs, habìa que
hacer todo desde el principio, ni siquiera las mensuras estaban y
los lugareños medìan las distancias en tiempo: dos
dìas de barco, un dìa de a caballo".

Para comunicarse en la nueva tierra, debìa
aprender el idioma: "Tres meses estudiando español.
Por suerte en el viaje habìa un valenciano que le
sirviò de involuntario profesor y lo llamaba ‘el
alemàn del diccionario’. Pero lo importante era que se
hacìa entender y comprendìa bastante. Y a la
fuerza, porque hasta ahora no habìa encontrado a nadie que
hablara alemàn".

En Italia tambièn se hablaba de la posibilidad de
emigrar: "El tìo de Luigi habìa estado en
Amèrica, donde habìa muchos italianos, todos ricos,
por lo menos para los paràmetros del paese y cuando
volvìa a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a
amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y
maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se
trabajaba de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio,
solamente para comer".

Pero la lejanìa se hace sentir en quienes dejaron
la penìnsula: "¡Bagnasco! Nunca hubiera
creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo
contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con
Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras
soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades,
fortunas".

Los criollos eran prejuiciosos con los inmigrantes:
"Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos,
estuvimos siempre acà…", afirma la abuela
Gerònima.

La discriminaciòn se evidencia al vender una
propiedad en
Misiones. La casa del Tata "fue comprada por una familia turca,
aunque Gerònima hubiera preferido que no cayera en manos
extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no habìa
nada que hacer". Al poco tiempo, comienza a correr el rumor de
que los turcos habìan encontrado en el fondo de la casa un
cofre lleno de monedas de oro; para esa
època, los inmigrantes instalan una importante tienda. El
prejuicio
aparece nuevamente: "Teniendo en cuenta que los turcos que
habìan llegado al paìs poco tiempo antes, si bien
eran gente trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no
podìan tener dinero como
para hacer semejante inversiòn, el rumor tenìa
visos de realidad".

Los inmigrantes tambièn tenìan sus
prejuicios. Dice una italiana, acerca de su hija: "Matilde,
casada lamentablemente con un criollo". Otro italiano,
referièndose al pretendiente de su hija, "dijo sin vueltas
que los criollos eran todos haraganes y que no querìa a
ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba
automàticamente excluido".

Un criollo era discriminado en el trabajo.
Samuel estaba empleado en una empresa
alemana: "al principio estuvo muy contento hasta que se dio
cuenta de que los alemanes discriminaban a favor de los
compatriotas en el momento de los ascensos".

La religiòn era otro de los motivos de
discriminaciòn, esta vez entre una inmigrante italiana y
su futura nuera, alemana: "La señora Irene era muy
catòlica, de comuniòn diaria y colaboraba con el
pàrroco en las labores sociales de Adroguè. El
hecho de que Christina fuera protestante no contribuyò a
facilitar las cosas".

Para muchos inmigrantes, la estadìa en
Amèrica era temporaria: "No sabìa còmo
habìa empezado a planear el viaje. Al principio
habìa sido una idea sin forma: ver la casa de piedra donde
habìa vivido su primer año de vida, visitar esos
tìos y primos que no conocìa, ver el castillo del
Conde de Bagnasco que le daba nombre al pueblo, que tantas
maravillas debìa encerrar, aunque nadie de los Gemesio lo
hubiera visto por dentro, gozar de ese clima seco y
predecible, de ese aire puro que
curarìa su asma, y
lentamente, por què no, la idea de comprar una casa, la
màs linda del pueblo y vivir allì con Christina y
los hijos, respetado y envidiado por todo el peublo, sin
trabajar, como rentista con el dinero que
le mandaran de Argentina. La vida en Bagnasco era barata, bien
podìa hacer realidad su sueño".

Pero a veces, para volver a Europa,
tenìan que hacer sacrificios inmensos. Christina tuvo que
dejar a su pequeña hija en la Argentina, cuando
viajò a Italia con su marido y los demàs hijos. Al
someterse a la revisaciòn indispensable para viajar, el
mèdico dice: "¡Esta criatura tiene fiebre!- y le
sacò la gorrita, y cuando vio los granos exclamò:
-¡Esta niña no puede viajar!".

A pesar de la tremenda angustia de su madre,
"quedò Elenita, que sòlo tenìa tres
años, en brazos de la abuela Irene, mientras el
Principessa Mafalda se alejaba de la costa, los pañuelos
se agitaban en el puerto y Christina, a travès de las
làgrimas veìa empequeñecerse las figuras
familiares. Por primera vez mirò a su marido con
rencor".

Ayala nos habla de los oficios que desempeñaban
los inmigrantes de distintas nacionalidades. Christina fue ama de
llaves, luego repostera y empresaria. Walter era ingeniero. Uno
de los hijos de Gerònima era "asistido por una sirvienta
gallega que estaba ahorrando hasta el ùltimo centavo para
traer a su familia". Un inmigrante, carnicero, cuenta que "era
soltero, que habìa nacido en Italia pero que habìa
venido cuando era muy pequeño, que le gustaba la
mùsica y la habìa invitado al Teatro
Colòn".

Tambièn disfrutaban de la mùsica
inmigrantes y criollos, en Misiones: "Por las noches,
despuès de cenar, los martes y viernes en lo de Rathhof se
hacìa mùsica. Venìa herr Engelsberg con su
esposa y su violoncello y el señor Di Matteo con su
violìn, Walter arrimaba su propio viloncello y rodeaban el
piano de Zaida, dedicàndose a hacer mùsica durante
un poco màs de una hora".

"La radio era el
entretenimiento de muchos. Recuerda Nora: "Por fin llegò
papà de vuelta de Sacanana, lleno de regalos y novedades:
para mì un triciclo y para Chichìn una
muñeca negra, y para todos la ùltima novedad de
la ciencia que
era una radio en forma de
capilla, que no se oìa muy bien pero transmitìa
mùsica con mucha descarga y estàtica y programas
chilenos. Allì escuchamos la noticia de la muerte de
Gardel, que entristeciò mucho a los mayores.
Ñanquetrù no se podìa convencer de que no
hubiera alguien, tal vez, enanitos, adentro dela radio, y aunque
papà quiso explicarle lo delas ondas hertzianas,
nadie lo pudo convencer de que no era gualicho".

. Las tradiciones culinarias de otros paìses son
evocadas en esta obra. Por ejemplo, la comida de los oriundos de
Bagnasco, vista por una alemana: "El almuerzo fue muy a la
italiana, con comidas que nunca habìa probado pero que le
encantaron: ravioli al tuco, carne a la cacerola y
tutti frutti con sabayon de postre".

En estas pàginas està presente, asimismo,
el recuerdo de la guerra, en la que un argentino se ve obligado a
participar. Ya en Amèrica nuevamente, el joven, hijo de
italiano y alemana, "Tenìa hàbitos realmente
originales: festejaba su cumpleaños con los presos de la
càrcel de Posadas, para lo cual preguntaba cuàntos
eran y compraba igual nùmero de paquetes de cigarrillos,
màs el suficiente helado como para que todos tuvieran uno
bien grande. Decìa: -Es una promesa que hice cuando
cumplì años en prisiòn durante la guerra.
–Y lo cumpliò mientras viviò".

La historia de estas dos abuelas permite a Ayala
realizar un cuadro costumbrista de una època de la
Argentina, a la que evoca a travès de los relatos
familiares y de su propia rememoraciòn.

CUANDO EL TIEMPO ERA OTRO Una historia de infancia en la
pampa gringa, por Gladys Onega. Buenos Aires, Grijalbo Mondadori,
1999.

Gladys Onega "es profesora de Filosofìa y Letras
de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad
Nacional de Rosario. Fue maestra primaria, profesora secundaria,
profesora universitaria de literatura
argentina y dictò seminarios de crìtica en la
facultad donde se graduò. En 1976 se fue del paìs y
desde entonces hasta su retorno, en 1989, trabajò como
editora en las ciudades de Washington y Mèxico. Mientras
fue profesora en la Universidad escribiò numerosos
artìculos de crìtica literaria y en 1960 un libro
de ensayo llamado
La inmigraciòn en la literatura argentina,
siempre citado en los anàlisis de las ideas que subyacen
en la literatura del perìodo inmigratorio argentino"
(1).

En esa obra escribe: "El propòsito de este
trabajo es
analizar el reflejo del fenòmeno inmigratorio en la
literatura. Para ello hemos seleccionado los textos de acuerdo
con un criterio eclèctico: valor
estètico, significaciòn del contenido, importancia
de sus autores en su momento y repercusiòn posterior de su
obra, y, en general, textos y autores importantes y en
nùmero suficiente
para presentar una panorama completo
–aunque no exhaustivo- de las variantes con que la
òptica intelectual observò el problema"
(2).

El tema de la inmigraciòn es abordado en
Cuando el tiempo era otro. Una historia de infancia en la
pampa gringa
(3) desde otra perspectiva. Onega
escribiò este libro convencida de que "todos tenemos
derecho a escribir nuestra historia", como ella expresó en
un reportaje (4). Su historia se inicia en Acebal, provincia de
Santa Fe, donde nace en 1930, y continúa en Rosario,
ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años
transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego
tan esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla
apasionada por la hija mayor, la lectura y
la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña
reclamará para sí. Junto a ellos encontramos la
familia de la casa da pena –los gallegos que
quedaron en su tierra-, los parientes gallegos que emigraron y
los parientes criollos de la madre, y los inmigrantes –en
su mayoría italianos- que viven en el pueblo.

"Todo parte de un hecho real –dijo en ese
reportaje-, pero hay ficción en cuanto hay una
creación lingüística muy grande. Nunca
junté papeles ni documentos, pero
en mi casa todo el tiempo se estaban contando cosas. No
había otra manera de conectarse con la gente de España; no
los conocíamos. Sì hablè mucho con mi
hermana y con mis primas, quienes me ayudaron a reconstruir todo.
Todas estas cosas, igualmente, siempre estuvieron presentes en
mì. Incluso digo, con muy poca caridad, que en la familia
de mi madre eran ‘faltos’, porque no era que
repetìan historias interesantes, sino que repetìan
siempre las mismas. Y èstas, de cualquier modo, aunque no
eran interesantes, se fueron fijando. Y del lado de los gallegos
siempre contaban historias diferentes y muy amenas, y
completamente extrañas sobre el viento, el frío, la
nieve, y las contaban en todo el pueblo".

El padre de Gladys Onega "Llegó solito, y cuando
fue a la casa de su tío Agapito Vega, hermano menor de mi
terrible abuela Carmen, esa noche lo pusieron a dormir en la
cochera y no en la cama más blanda, como aquella que le
reservaban siempre al tío Agapito en la casa da pena de
Galicia". La escritora se pregunta: "¿El tío que lo
encandiló en Galicia con la ilusión de América
fue el primero que empezó la destrucción de la
ilusión?".

Acerca de la abuela gallega de Gladys Onega, "contaban
que cuando servía el caldo, los cachelos y las coles, al
levantar el brazo en ademán inminente de servir la segunda
vuelta, las más de las veces se detenía arrepentida
y devolvía ese segundo cucharón intacto al pote;
ella sabía que cada bocado de más que hartaba a su
prole era un día que restaba para comprar o muiño
velho e o prado d’arriba y escriturar la tierra que
faltaba para unir los pequeños retazos del minifundio en
una propiedad mayor".

El inmigrante echaba de menos a su familia: "Ignoraba y
lo ignoré por mucho tiempo cuánto había
llorado desde aquel día en que se fue de junto al
señor Manuel y la señora Carmen, sus padres, mis
abuelos. (…) mi padre choraba por él y por sus padres
que sí eran de Galicia, se habían quedado
allí sin moverse, clavados en un cruceiro,
secándose las lágrimas con un desmesurado
pañuelo a cuadros orlado de negro quién sabe por
qué luto de una muerte ya ocurrida o por el duelo de ellos
mismos que morían viendo la partenza de sus hijos, debajo
de un enorme paraguas también negro que los
protegía de la chuvia que nunca había escampado
desde el día en que mi padre dejó de ser de
allá y se convirtió en extranjero aquí, en
un mundo que no había visto".

Una promesa hace viajar a su aldea al gallego Onega.
Cuenta Gladys, su hija: "Cuando mi hermana tenía dos
años mi padre decidió ir a Galicia en un viaje que
él había prometido a sus padres en aquel día
de la partenza y que ahora cumplía, para mostrarles que
había hecho la América, en la medida en que
América se lo había permitido y él la
había podido. Mi madre no lo acompañó porque
tenía miedo de enterrarse en una aldea que para ella
estaba tan llena de peligros y de misterios como para mis abuelos
aldeanos el lugar remoto donde ella había nacido y adonde
había ido a parar su hijo. Y más miedo le daba
vivir en la casa de su suegra, mi terrible abuela Carmen. Ya
conocía historias de la señora da pena que, con
justicia, no
la alentaban a emprender ese viaje. Allá se fue
papá a hacer las mejoras en su casa natal y allá se
quedó dos años que mi madre aprovechó para
pasar a su hija de la cuna a la cama matrimonial. Cuando
volvió, José era un desconocido que sacó a
la hijita de cuatro años de esa cama para acostarse
él y para engendrar otra hija. A los nueve meses
nací yo".

Ya adulta, la escritora viaja a la tierra de sus
mayores, y advierte que la Galicia de la añoranza de su
padre era muy distinta de la real: "Cuando finalmente
llegué a Galicia –escribe Gladys Onega- sólo
reconocí y sólo recuerdo el olor ácido a
estiércol y la moscas ennegreciendo los cuencos, de lo que
nunca me había hablado. Los trabajos eran más
aliviados, las penurias menos pesadas, y las nieblas tan
vagorosas y pobladas de brujas temibles como las inventadas por
los hermanos Grimm, que allí se llamaban as
meigas".

Los días de la infancia son descriptos con
nostalgia y visión crítica. Las peleas entre los padres, los
accesos de tos convulsa, las comidas inmigrantes y nativas,
el aprendizaje
de las primeras letras, los internados católicos para
varones y mujeres, la tolerancia ante
la conducta infantil
y los castigos que imponía cada uno de los progenitores,
son recordados por esta hija dècadas
despuès.

Haberse casado con alguien con una historia distinta,
puede volver difícil la convivencia: "otro dolor eran las
peleas entre mis padres, y que además los chicos
magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un
gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura
gallega". No entendìa la cultura, pero la obligaron a
cocinar comidas tìpicas: "Mi madre no sabía nada de
la cocina gallega pero, ante nuestra insistencia, había
aprendido a hacer fillohas, delgadísimos discos de harina
y huevo cocinados en la sartén con una cucharadita de
manteca, que comíamos espolvoreados con azúcar".

Muchos inmigrantes no sabìan castellano, o
querìan perfeccionarlo. Casi todos aprendían el
idioma por las suyas, ayudándose algunos con el
diccionario, el cual "También es parte de la cultura
inmigrante. El diccionario les solucionaba las crisis que
podían tener con su segunda lengua.
Está muy conectado con los autodidactas" (5).

De uno de sus tíos dice Gladys Onega: "Claro es
que Eliseo poca escuela
tenía, era un autodidacta de aldea y de pueblo como todos
los gallegos de mi familia, siempre tratando de pulirse con la
lectura del
diccionario y de los buenos diarios que a sus manos llegaban, sin
desdeñar los más sensacionalistas, por eso de su
afición a la grandilocuencia. (…) El Quijote y el
diccionario educaron a ese autodidacta, quien los citaba con
exactitud pero con exceso pues no había adquirido los
moldes que impone la educación formal,
por eso no calibraba el uso y abuso de los epítetos ni
percibía la risa que provocaban en oyentes que no los
habían leído o que ni siquiera tenían
referencia de su existencia".

Los avatares de la vida en la Argentina son el marco de
la evocaciòn de esta familia integrante de la comunidad
acebalense. El fraude
político en Santa Fe es un episodio evocado con
detenimiento, asì como la reacciòn de los
inmigrantes italianos ante el fascismo, y la
poca fortuna de quienes no habìan cumplido su sueño
de "hacer la Amèrica".

La finalización de los contratos
ocasionaba que familias enteras se trasladaran en busca de otro
campo para trabajar. En un viaje por Santa Fe, Gladys Onega y su
padre ven a "los expulsados de la tierra": "vimos un carrito del
que tiraban una mujer y un hombre, cada uno de su vara; en ese
carrito pequeño y angosto llevaban su casa. Allí
habían cargado los muebles, los hierros de labranza, un
baúl, atados de ropa y todavía cabía una
cama donde unos chicos y la nona se amontonaban y se tapaban del
sol con la colcha blanca de algodón
ahora ennegrecido, que había formado parte del ajuar
europeo y que tantas veces había visto en las casa de
chacareros, atada por sus cuatro puntas al respaldo y a la
piesera de hierro de la cama. Debajo de ese toldo trataban de
salvarse del terrible castigo del sol y del bochorno de la tarde
con el aire que debía soplar por los costados libres.
Detrás del carrito venían unos muchachos que
empujaban aliviando el esfuerzo de sus padres".

Un conflicto
bèlico es recordado en estas pàginas, relacionado
con la vida cotidiana de los inmigrantes y sus hijos: "nunca he
dudado de que la Guerra Civil también se libró en
mi casa. El día del cumpleaños de mi hermana
Chichita, el 17 de julio de 1936, Franco declaró el estado de
guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que
el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de
1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario,
terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva
en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la
otra mitad. No sabíamos que había comenzado la
matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos
y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres
años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final
porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi
casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde
vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy
evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas
de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo
con juegos en las
calles del pueblo, que ya no estaban, y todavía yo no
tenía con quién jugar".

Desde la Argentina, durante la Guerra Civil, se enviaban
encomiendas. Los Onega, como tantos otros inmigrantes
"respondían con la acción:
armaban, envolvían en lienzo, rotulaban con grueso tinta
espesa, ataban con cuerdas, lacraban con sellos y aseguraban con
sunchos los paquetes de ropas de abrigo y de alimentos que
cruzaban el mar y quién sabe cuándo
llegarían y si llegarían hasta a pena. La familia
esperaba, y para protegerla acudían a Dios y al diablo".
Los niños
participaban en los envíos: "Los chicos también
éramos leales y creíamos que ayudábamos
juntando papel plateado de cigarrillos, chocolate y chocolatines,
que despegábamos del papel blanco que lleva adherido y con
el que íbamos haciendo bolas de papel de plomo que
mandábamos a Negrín para que hiciera las balas para
la República".

Hasta en los hechos mìnimos estaba presente el
sufrimiento de los españoles en su tierra: "Después
de haberme ofrecido el néctar, la leche y la
miel, mi padre me alzaba y tomaba la posta en la
continuación del rito nutricio; con él las acciones eran
lentas y alentadoras, él no estaba agotado de cocinas y de
chicos, venía de estar horas con hombres resolviendo
problemas de
hombres y con su hija menor le cundía la paciencia, que
con el correr de las horas a mi madre se le había ido al
diablo. Inflexible era sin embargo en darme de comer una
cucharadita de sopa por los abuelos de España, otra por
los abuelos de Melincué, otra por los huérfanos de
la Guerra Civil, otra por el ángel de la guarda dulce
compañía y por todos los personajes queridos y
sagrados que se le ocurrían".

Asì ha contribuido Gladys Onega a la vertiente de
la autobiografìa en la Argentina, con este libro creado
con la emoción de lo vivido, y la pluma de los escritores
talentosos.

LA PASIÓN DE UN VISIONARIO Theodor Herzl, por
Miryam E. Gover de Nasatsky. Buenos Aires, Milá, 163 pp.
(Imaginaria).

"En el Centenario del fallecimiento de Teodoro Herzl
–afirman Manuel Junowicz, Presidente de OSA, y
Benjamín Schneid, Director Ejecutivo de dicha
institución-, la
Organización Sionista Argentina (OSA) conjuntamente
con el Departamento de Cultura de AMIA (Asociación Mutual
Israelita Argentina) se enorgullecen de entregar a la comunidad
el libro ‘La pasión de un visionario’, de la
Prof. Miryam Gover de Nasatsky. (…) Nuestro reconocimiento al
entusiasmo y el esfuerzo realizado por la autora para lograr esta
novela histórica. El libro nos gustó y esperemos
que sirva de material para la comunidad y las nuevas
generaciones".

Como no podía ser de otra manera, de una pluma
como la de Miryam Gover -escritora, poeta, investigadora y
docente- surge una obra en la que la documentación no conspira contra la
literatura, sino que se pone al servicio de
ella. En la novela –que se desarrolla en Viena,
París, Londres y otras ciudades, entre 1895 y 1897-, el
protagonista surge como un ser humano vívido, al que
agobian sus premoniciones acerca del futuro de los judíos,
pero que también se siente culpable por el descuido en el
que, en pos de su ideal, sume a su esposa e hijos. Basado en la
historia, es, sin embargo, un personaje literario, al que vemos
actuar en su vida cotidiana, y también dirigirse a las
mayores personalidades de su tiempo en busca de un apoyo que
difícilmente logra.

La escritora lo evoca en cada entrevista
realizada en pos de su sueño: una tierra en la que los
judíos puedan vivir en paz, donde no sean solamente
tolerados. Entre estas entrevistas,
me resultó especialmente interesante la que mantiene con
el Barón Hirsch, ya que esa conversación alude a la
Argentina. Ambos hombres ilustres debaten acerca de la
conveniencia de sacar a los judíos de los lugares en los
que se los oprime, pero, mientras el Barón está
orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que
beneficencia. Además –opina Herzl-, el Barón
logra salvar a unos cuantos judíos, no a todos, objetivo
que se lograría si existiera un Estado.

La fundación de Die Welt -el diario en el
que Herzl debe firmar con seudónimo-, el Primer Congreso
Sionista y la proclamación del Programa de
Basilea son hitos fundamentales en la trayectoria de Herzl, que
la escritora aborda con solvencia. La evocación de las
jornadas relacionadas con este último evento, que tuvo el
cierre de una fiesta, nos habla del talento de Gover para
retratar personajes y situaciones.

Centrada en el protagonista, y en años decisivos
de su vida, la obra evoca asimismo el panorama de lo que
sucedía en el arte, la ciencia y la
técnica en Europa y en otras latitudes, conformando una
cuadro de época amplio y abarcador, que permite comprender
aún mejor la gesta del visionario.

"Escrita con pasión y pericia –a criterio
de Ricardo Feierstein-, esta recreación
histórica no sólo desecha mitos
arraigados sobre el nacimiento del sionismo. Constituye, sobre
todo, una lectura fascinante de alto valor literario".

Completan el volumen numerosas fotografías sobre
Herzl, su familia y el Monte que lleva su nombre, en
Jerusalén.

CUATRO OBRAS DE TEATRO JUDIO MODERNO, por Andrea Bauab.
Buenos Aires, Milá, 2005. 160 pp.

Andrea Bauab "ha sido la creadora e impulsora de la
‘Compañía de Teatro Judío
Contemporáneo’, con el incentivo y el apoyo del
Departamento de Cultura de AMIA donde seis elencos representan
dichas obras. Cabe destacar que las cuatro obras publicadas en
este libro fueron dirigidas por el talentoso Eduardo Vigovsky".
"Es nuestro deseo –continúa Moshé Korin- que
se difundan, que otros directores y actores las interpreten y
hagan llegar sus interrogantes, reflexiones y mensajes a
provincias de la Argentina y a otros países de Latinoamérica".

A punto de irnos refleja el conflicto, las dudas,
los intereses disímiles de los integrantes de una familia
que emigrará a Israel. Los
integrantes de esa familia no están del todo de acuerdo:
es una decisión muy dura, y cuesta tomarla. El padre,
hasta último momento, intentará quedarse en la
Argentina, dando un nuevo voto de confianza a la realidad de
nuestro país, pero recapacitará a
tiempo.

Desde la cuna plantea algunas de las posturas
posibles con respecto a la religión, la
tradición, y el respeto por los ideales de la comunidad.
Varios personajes encarnan esos puntos de vista, que los
llevarán a plantear aspectos de una situación
acerca de la cual todos ellos tienen algo valioso para
decir.

Nunca es demasiado tarde relata la historia de
una mujer mayor, que decide casarse. Muestra la
oposición de los hijos y la aceptación de los
nietos, acercando a dos generaciones que, casualmente, son las
que se acercan al buscar la historia de cada familia. Se sostiene
que, entre los inmigrantes de diversos orígenes, quienes
buscan las raíces son los más jóvenes, los
que no ha sufrido directamente las consecuencias del desarraigo
de los inmigrantes.

El sueño de Theodor es una obra diferente,
aunque relacionada con las anteriores por la confrontación
entre el ideal y la realidad. En ella, Theodor Herzl dialoga con
Itzhak Rabin; de ese diálogo,
imaginado por la autora, surgirán interesantes
conceptos.

Representativo para los judíos, este libro es
importante asimismo para quienes no lo somos, porque evoca la
desazón siempre vigente de quien ha dejado su tierra, de
quien ve que sus hijos no continúan las tradiciones en el
nuevo país, de quien comprueba apesadumbrado que debe
emigrar. Refiriéndose a los judíos, las obras de
Bauab nos hablan, en definitiva, de la diáspora de todos los inmigrantes, que
encontraron aquí una nueva tierra, en la que tuvieron
variada suerte.

HISTORIA DE LOS JUDÍOS ARGENTINOS, por Ricardo
Feierstein. Buenos Aires. Galerna, 2006. 464 pp. Tercera edición
revisada, ampliada y con cuadro cronológico desplegable.
Prólogos de Marcos Aguinis
y Héctor Schmucler.

Cuando se presentó esta edición, en la
Feria del Libro 2006, el autor señaló que no se
trata de la historia de los judíos en la Argentina, sino
de la Historia de los Judíos Argentinos, distinción
que apunta al pasado de una comunidad que ha arraigado en el
país en el que se estableció, y no una comunidad
que sólo se encuentra alojada en la nueva
tierra.

En el prólogo, afirma Marcos Aguinis: "Esta obra,
que abarca más de un siglo de vida de la colectividad
judía en Argentina, da cuenta de los antecedentes
coloniales y de los años de la inmigración masiva, de la
colonización rural y de las sucesivas radicaciones de los
grupos urbanos
a lo largo del siglo XX. Aquí se cuenta la historia de los
barrios, de las instituciones
comunitarias, de las ideas y personalidades judías en la
vida argentina.. Este libro, es a la vez, memoria de hechos
gozosos y de dolor; aquí están reflejados los
acontecimientos de plenitud creadora, de fructífera
integración, pero también los de
antisemitismo
o los atentados terroristas. Anécdotas, costumbres y
tradiciones fueron dejando una "marca
judía" tanto en las pequeñas poblaciones como en
las grandes urbes de la Argentina, al tiempo que se modificaban
por las prácticas lugareñas y la interacción con otras
colectividades".

"Conscientemente –escribe Feierstein- estas
páginas no se concibieron como ‘historias rosas’ de
perfecta armonía ni como un ‘libro negro’ para
contabilizar resentimientos y frustraciones. Tampoco se han
omitido ni presentado sectores comunitarios con la visión
tuerta y parcializada que acomoda el pasado al
presente".

El resultado es un volumen destinado a todos los
públicos -judíos y gentiles,
chicos y grandes, con estudios y sin ellos- porque cuenta una
historia narrada desde el corazón,
con una visión que hace hincapié tanto en los
grandes sacrificios de los pioneros como en los maravillosos
logros de los artistas -por citar sólo dos ejemplos- y se
remonta a la época precolombina, desde donde
iniciará un recorrido fascinante a lo largo de siglos,
sustentado en material histórico y enriquecido con
fragmentos de obras literarias, films, historietas, etc. En el
Epílogo se refiere a los dos terribles atentados a la
comunidad que, no obstante, sigue adelante con valentía;
sin olvidar a sus muertos, mira hacia el futuro.

Pero Feierstein no sólo es historiador, es
también novelista y poeta. En el Prólogo a esta
tercera edición, Héctor Schmucler señala la
confluencia de esos dos aspectos de su personalidad:
"Un libro de historia que bien podría leerse como una
novela; y cuando la historia tiene la fuerza de la
creación literaria, invade espacios que los puros
documentos no saben penetrar. En ese caso el historiador, el que
busca y conoce, se eleva al preeminente lugar del hacedor, el
poeta. Ricardo Feierstein merece esos honores". El volumen
incluye siete apéndices –entre los que se cuentan
las nóminas de
los inmigrantes llegados en el Wesser, la de escritores y la de
ejecutantes de tango-, una
cronología y un cuadro cronológico
desplegable.

El autor agradece, entre otros, a su hijo, el
sociólogo Daniel Feierstein, "quien verificó la
compatibilidad de cuadros y estadísticas, orientó entre la
maraña de bibliografía parcial y de diverso valor y,
sobre todo, clarificó con serenidad académica las
confusiones que muchas veces hacen perder dimensión y
escala a los que
estamos inmersos en tareas polémicas internistas".
Agradece, asimismo, al Archivo
Gráfico de la Nación,
al Centro de Documentación e Información sobre Judaísmo Argentino
"Marc Turkow" (AMIA), a la revista
Raíces-Judaísmo Contemporáneo y a la
fotógrafa Alicia Segal por la cesión del material
gráfico que ilustra la presente edición.

LA LOGIA DEL UMBRAL, por Ricardo Feierstein. Buenos
Aires, Galerna. 2001.

Los datos
biobibliográficos incluidos en el libro nos permiten saber
que "Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires en 1942. Ha
ejercido una variedad de oficios (escritor, arquitecto,
periodista, editor, crítico de espectáculos). Lleva
publicados una veintena de libros, entre
ellos: cuatro novelas (la
trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, y MESTIZO, 1988 y 1994
en castellano y 2000 en inglés)
que conforman una saga sobre la condición judía
latinoamericana y de la que esta narración, LA LOGIA DEL
UMBRAL, es su culminación; siete colecciones de relatos
(entre otros BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES
SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS
TIMIDOS, 1996); cuatro volúmenes de poesía
y tres libros de ensayos
(JUDAISMO 2000,
1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE. SER JUDIO EN LA ARGENTINA, 1996 y
su ya clásica HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y
1999). Su labor literaria mereció diversos premios
(Municipal, Coca-Cola,
Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de
México, entre otros) y ‘a pesar de ello escribe
bien’, según bromean sus amigos. Ha sido
parcialmente traducido al inglés, alemán,
francés y hebreo".

Esta novela cuenta el proyecto de
cuatro generaciones de una familia, que se propone llegar a
caballo desde Moisesville, Santa Fe, mediante postas de dos
jinetes por vez, con una caja de madera de
cerezo que contiene tierra de la primera colonia judía en
la Argentina y "una mezuzá, estuche de hueso con un
trozo de papel escrito con letras hebreas", hasta la Plaza de
Mayo, donde la enterrarán bajo la Pirámide. Uno de
los personajes reflexiona, eufórico: "cuando se corra la
voz, italianos y españoles y franceses y todos los otros
harán lo mismo. Y tendremos, allí en esa Plaza del
centro de Buenos Aires, la ceremonia simbólica del crisol
de razas o del mosaico de identidades".

Mariano Schvel, cuarta generación de
judíos argentinos, es quien debe ingresar a la ciudad de
Buenos Aires con el preciado tesoro. El se dice: "Mi plan es integral,
mestizo, creativo. No renuncio a nada: no debo elegir entre
querer más a mi papá o a mi mamá. Quiero
todo, lo argentino y lo judío, el mate y el samovar, el
poncho y el talit, el Martín Fierro y el
Talmud, porque soy todo, la mezcla y la superación
de la mezcla, el andamio y la casa construída gracias a
estos andamios que, ahora, debo retirar, para habitar la
vivienda-identidad que he construiído".

Cuando el miembro más joven de este grupo
está por concretar la iniciativa de su familia y de
él mismo, al pasar frente a la AMIA, una terrible
explosión lo "revolea por el aire. Todo se vuelve negro
–rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que, con
la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo.
En ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria
se atropellan para desfilar ante los ojos desorbitados de mi
conciencia en
fuga".

Quien esto dice no da la espalda a las víctimas
de tan horrendo atentado, que se suma al de la Embajada de
Israel, perpetrado sólo un par de años antes:
"Debería correr –agrega-, pero me he impuesto no
desviar la mirada". Así –el joven Mariano
Moisés Schvel –quinta generación de aquellos
judíos que llegaron en el vapor "Weser" en l899 en busca
de paz y prosperidad-, a caballo y vestido de gaucho, presencia
un espectáculo atroz.

El relato se inicia el 18 de julio de 1994, con el
gaucho judío avanzando hacia la calle Tucumán, y se
retrotrae hasta el día en que los inmigrantes arriban
desde el Hotel de Inmigrantes a la
colonia santafesina y comprueban que no tienen alimento ni
dónde guarecerse: "Nada hay donde todo debiera estar: ni
carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un
hombre del lugar, en representación del propietario, para
entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a
través del cónsul comercial argentino en
París, que actuaba en nombre del terrateniente". Unos
gauchos les
ayudan: "Tiraron unas galletas duras hacia nosotros, les daba
lástima. Y los chicos las mordían y no
podían romperlas, (…) Bajaron de las carretas, rompieron
las galletas contra las ruedas y las mojaron en agua.
Así, ablandadas, se transformaron en el maná
argentino que nos salvó de perecer de hambre".

Allí mismo tiene lugar un hecho de sangre
–la muerte del primer Schvel que pisó este suelo, asesinado
por un gaucho matrero al intentar defender a su mujer embarazada.
A partir de este momento, el escritor evoca una centuria
relacionando las vidas de los judeoargentinos con los sucesos
relevantes del país durante ese período, sucesos en
los que se reitera la discriminación y violencia, ya sea en la
Semana Trágica, la actuación de la Liga
Patriótica, el Proceso o los
atentados que mencionamos.

La novela, narrada alternadamente por muchos de los
miembros de la familia, aborda temas fundamentales como la
religión, la educación y la
condición del judío argentino. También se
ocupa de aspectos menos importantes, cotidianos –los platos
típicos, las rencillas familiares, el barrio en el que
viven en armonía los Schvel y muchos otros inmigrantes de
diversas nacionalidades. Se configura así un relato que se
lee con interés y
que hace vibrar tanto con la descripción de episodios felices –el
nacimiento de un hijo el mismo día en que surge el Estado
de Israel, por ejemplo-, como con la narración de aquellos
trances que nunca tendrían que haber formado parte de la
historia de nuestra nación.
Un relato estremecedor que nos habla del pasado y el presente de
una comunidad y de la lucha que no tiene fin.

Completan el volumen un glosario,
ilustraciones, fotografías y "El juego de la
integración", creado por el autor a partir de las
diferentes posibilidades entre las que tiene que optar un
inmigrante en nuestro país.

ROSTROS DE UNA IDENTIDAD Relatos premiados del Concurso
Internacional de Cuentos de
Temática Judía, por Luis León et al. Buenos
Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp.
(Imaginaria).

Un certamen dio origen a este libro: "El Departamento de
Cultura de la AMIA y la Editorial Milá convocaron, hacia
mediados de 2002, un Concurso Internacional de Cuentos con
Temática Judía. La respuesta –como siempre,
mayor que las expectativas- fue un numeroso conjunto de textos,
que superaron largamente el centenar. La labor de los jurados
resultó muy trabajosa, pero el libro que hoy presentamos
–que contiene los premios y las menciones de honor- resulta
una admirable y equilibrada mirada a las distintas facetas de la
identidad judía actual".

Los temas abordados son diversos: "Desde el humilde
inmigrante sefaradí, que busca con datos soñados un
tesoro que tiene mucho más cerca, hasta las obsesiones
cabalísticas de un ciudadano de la gran urbe, pasando por
situaciones regocijantes y reveladoras: el cumpleaños de
un niño en el country, la improbable biografía del
único corredor israelí de ‘Fórmula
1’ (religioso, para más datos), el amor a los
libros que reúne a un bibliotecario y a su
compañero de viaje en tranvía, la difícil
identidad de una niña hija de matrimonios mixtos e
historias tenebrosas y la presencia, como geografías
cruzadas, de las calles de Jerusalén y de Buenos Aires
uniéndose en los recuerdos".

En "Una apuesta al futuro", prólogo del libro,
Silvia Plager destaca: "Aunque la temática era
judía, AMIA no limitó el concurso a gente de la
colectividad (entre los premiados y mencionados figuran no
judíos). Esa visión pluralista también
define un proyecto cultural abierto, que debemos alentar con
nuestro apoyo. Recuerdo que muchos años atrás, el
primer premio lo obtuvo una escritora católica y ahora
también lo es quien recibe el segundo. Esa amplitud de
criterio se ve reflejada en la forma en que cada autor
tomó el tema".

Los autores de los textos son Luis N. León
(Primer Premio), Martine Tallier (Segundo Premio), Daniela
Roitstein (Tercer Premio), Gustavo Dejtiar, Paula Margules,
Leonel Giacometto, Raquel Rosenbaum de Tenembaum y Alfredo Daniel
(Menciones de Honor). En sus obras se observa cariño y
respeto por la idiosincrasia judía, y un elevado manejo de
técnica y recursos
estilísticos.

Integraron el Jurado Silvia Plager, Diego Paszkowski,
Marcelo Birmajer, Ricardo Feierstein y Mario Ber. A estas
destacadas personalidades les tocó discernir a
cuáles de los cuentos concursantes les
corresponderían los premios, y a cuáles, las
menciones.

"La continuidad de un pueblo y una tradición se
logra con proyectos
concretos como el que representa esta obra, una síntesis
de tradición y cambio que, además, permite
desplegar un gratificante recorrido literario", afirman los
responsables de la edición.Alentar a quienes escriben es
otra forma de vencer al olvido.

BABILONIA CHICA, por Mito Sela. Buenos Aires,
Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria).

"Moshé (Mito) Sela nació en Buenos Aires
en 1933. Pasó su infancia en la ciudad de San
Martín, en el barrio de la industria
textil. Desde temprana edad fue miembro del movimiento
juvenil Dror Habonim. En 1955 emigró a Israel. Desde
entonces es miembro del kibutz Nir Am, en el Neguev. Casado, con
cinco hijos y ocho nietos. Trabajó en la mayoría de
las tareas del kibutz y paralelamente asumió distintos
cargos directivos en la vida comunal. En 1964 fue enviado a la
Argentina como sheliaj de la Agencia Judía.
Completó sus estudios académicos en Efal (seminario de los
Kibutzim). Actualmente jubilado, dedica su tiempo como voluntario
en la absorción de nuevos emigrantes y en escribir
recuerdos y vivencias". La edición de Babilonia chica, su
primer libro, fue patrocinada por el Fondo Familiar Mishpajat
Goler Parasol.

Desde su madurez, y desde Israel, Mito Sela evoca un
tiempo entrañable. Los padres, la hermana, las
tías, los compañeros y maestros de escuela
pública y de escuela judía, los vecinos, son
los personajes de estas memorias que
tienen por objeto rescatar hechos y situaciones: "Las imágenes
surgen ocasionalmente cuando los recuerdos se agudizan y se
detienen en alguien o en algo que, supongo ahora, tuvieron
influencia en ese período de mi vida y, a pesar del
tiempo, como si lo hiciera con un simple soplido, disperso el
polvo que cubre esos recuerdos que, como si fuese hoy,
continúan intactos. Por eso me apresuro a escribirlos,
antes que la memoria me
traicione".

Aunque vive en Israel desde hace décadas, su
libro está escrito en castellano: "Me preguntan hijos y
nietos, me pregunto yo: ¿por qué en castellano? No
lo puedo explicar. Es posible un argumento del subconsciente:
recuerdos de la niñez se puedan relatar en el idioma
materno. Además, en estos últimos años el
castellano me tiene atrapado. Y me resulta más
cómodo dejarme atrapar".

Rinde homenaje a una época: "No me
autoengaño idealizando el pasado. Pero quiero ser sincero:
lo extraño. Extraño la risa de los niños de
entonces. Los de hoy son excitados, irritables y pálidos.
Antes se estimulaba leer la enciclopedia. Hoy se vanaglorian los
conocimientos de la cibernética". El pasado es visto con sus
luces y sus sombras por este escritor que no deja de destacar, en
todo momento, el cariño y la contención que le
brindaba su familia, inserta en el marco de la inmigración
que llegó a la Argentina huyendo de guerras y
hambre, y se afincó, entre otras muchas localidades, en el
barrio en el que vivió Sela, en el que día y noche
se escuchaban los telares. Otros capítulos se refieren a
sucesos que tuvieron lugar años después, pero son
los recuerdos de estos primeros años los que resaltan con
mayor fuerza. No es casual que el autor haya elegido ese
título, privilegiando así una parte de la
obra.

La evocación es realizada con espíritu
crítico, desde el adulto que es hoy. Destaca las virtudes
de muchos y los defectos de algunos, sean judíos o no.
Todo con un sostenido tono nostálgico, que alcanza su
clímax cuando el autor vuelve temporariamente a la
Argentina y va a ver su casa: "Una nostalgia inexplicable me
llevó a visitar mi antigua casa. Me acompañó
la familia. Al llegar a la calle Liniers, la distinguí
desde lejos. Avancé apresurado. Quise aislarme. Cuando
llegué a la vieja puerta, la encontré cerrada con
una gruesa cadena. Traté de introducir mi mirada por las
rajaduras y sólo alcancé a ver una imagen, quise
creer que era la higuera abandonada. No sirvió mi edad, la
madurez y la experiencia. Volví a ser niño por
segunda vez, y no pude detener las lágrimas".

Para quienes vivieron esos años, y para quienes
nada saben de ellos, este libro es un testimonio valioso sobre la
vida cotidiana de una familia judía de esa época,
en una tierra que adoptaron como propia ("Argentina no fue un
refugio pasajero –afirma-, fue un hogar, fue una cultura,
fue una esperanza"). Es, además, una demostración
de que el ser humano puede, si se lo propone, vencer todos los
obstáculos. La trayectoria de Sela así lo
demuestra.

"Entre esos dos extremos –destaca Moshé
Goler-, desde la infancia argentina a la madurez israelí,
está toda una vida, de un joven que eligió el
trayecto jalutziano, fue educador en el Movimiento Juvenil
Jalutziano en Argentina, hizo aliá y formó su
familia y vive hasta hoy en el kibutz Nir Am cercano a Gaza,
donde la historia de esta tierra tan peleada y llorada se sigue
haciendo, filmando, grabando y transmitiendo a todo el mundo en
estos días. Al lado de la Historia con mayúscula,
están surgiendo los nuevos relatos que Mito escribe en su
intimidad".

Completan el volumen numerosas fotos acerca de la
infancia argentina y el presente israelí.

Entrevistas

Españoles

RUBEN BENITEZ: EL REGRESO A LA
ENTRAÑABLE TIERRA

Rubén Benítez egresó de la
Universidad Nacional del Sur con el título de Licenciado
en Letras y cursó estudios de posgrado en la Universidad
Complutense de Madrid. Actualmente se desempeña como
Prosecretario de Redacción del diario La Nueva Provincia, de
Bahía Blanca. Es autor de Días y caminos de
España (1978), publicado por el Consulado local y
reeditado por Siringa, y de La pradera de los asfódelos,
obra prologada por Vintila Horia.

Recordar puede ser una fuente de felicidad para el
atribulado ser humano, pero también puede agobiarlo,
haciéndole sentir que todo ha sido efímero y ajeno.
Las distintas posturas ante una misma situación son
encarnadas en esta obra por doña Sabina, de ochenta y tres
años, y su amiga Irene, a quien conoce desde la juventud.
Aunque la primera es pesimista, y la segunda le muestra el lado
positivo de la vida, idéntico dolor las une: la falta de
algo que consideran esencial. Para Irene será el no tener
hijos; para su paisana, en cambio, la desdicha está
relacionada con el hecho de no poder valerse por sí
sola.

Frente a esta realidad de las ancianas, encontramos el
recuerdo de su infancia, muy lejos. ¡Qué distinta es
la vida en la Patagonia! En
España también hacía frío, pero
tenían pocos años y la baja temperatura se
asociaba a la Nochebuena, a las castañas calientes, las
almendras y los higos. En nuestro sur, por el contrario, el
frío anuncia las penurias de las plantas y los
animales, pues
ya no hay afecto para ellos. Doña Sabina está
postrada y sus hijos no desean hacerse cargo de su casa y de sus
problemas. La
comunicación no existe entre las generaciones; el
abismo es cada vez más profundo.

Entonces, la mujer recurre
al pasado, como una forma de procurarse alegría, pero
también cae en él sin proponérselo,
soñándolo… Cuando sueña, la vitalidad de
antaño aparece ante sus ojos, contraponiéndose a la
decadencia del presente. Esta decadencia no es exclusivamente
física; se
refiere asimismo a la actitud de los
hijos, que ya no escuchan, que le mienten.

La obra nos plantea la pregunta acerca de lo
trascendente. Algo debe permanecer en este agitado mundo, en
medio de tanto caos. Quizás lo trascendente sea la
memoria, y la misma sangre que, evolucionada o involucionada,
aparece de generación en generación, en una aldeana
española y en un universitario patagónico. La
sangre es, en definitiva, la que une a seres que ya no tienen
nada en común, pues el progreso mal entendido los ha
distanciado.

En el prólogo, Vintila Horia escribió: "El
mérito de este libro reside en esta singularidad pegada a
lo fundamental. Es impresionante la habilidad con la que pasa de
un pueblo a otro, de España a la Argentina, sin abandonar
la trama escondida del fondo anímico, la misma aquí
y allá, no sólo porque provienen las dos de lo
hispánico, sino sobre todo porque ninguna de las dos se
aparta de lo humano. Es como un juego, mucho más sencillo
que el de los abalorios, en Hesse, mucho menos sofisticado, pero
básicamente parecido. Solo que alejado de lo racional.
Vivido. Se trata, además, de un texto muy bien escrito,
lleno de imágenes poéticas sorprendentes, de
símbolos que unen de repente lo eterno y lo
pasajero, integrando a éste en su verdor imperecedero.
Creo que es lo que significa lo simbólico. Es
difícil hoy poseer este arte. Es posible que Rubén
Benítez haya leído y admirado a Gûiraldes y a
Mallea, es casi inevitable, pero maestros así sólo
podían haber contribuido a la creación de un libro
como La pradera de los asfódelos. La lección no se
quedó en el aire" .

Conversamos sobre este último libro, publicado
recientemente por Siringa.

– ¿Qué lo llevó a escribir La
pradera de los asfódelos?

– Lo sentí como una necesidad. Tal vez por haber
pertenecido a un núcleo de inmigrantes que desde la
infancia me transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la
tierra lejana. El tiempo, la muerte de casi todos ellos,
incorporó a ese sentimiento la idea de caducidad que
convierte a cada ser humano en un emigrante de la vida, de este
escenario que también ama. Creo que ambas perspectivas se
mezclan y fluyen como temas paralelos.

– ¿Hay en la obra elementos
autobiográficos?

– Son pocos en lo personal. Muchos
en lo relacionado con mi familia. El pueblo real es el de mi
madre. Allí tomé el escenario, personajes,
anécdotas y muchos elementos que me permitieron completar
la historia de la cual yo tenía la faz americana. Me
conmovió ver el puente sobre el Agueda del que tanto
hablaba mi abuela. Me impactó la visión
mítica de la Patagonia –que intenté traducir-
que tienen muchos de los que quedaron aguardando a os que
viajaron a América y no regresaron. O la imagen de la
cigüeña, con sus inmensos nidos en los campanarios,
ave migratoria que regresa siempre, por un misterioso
vínculo, y está identificada con el renacer
primaveral.

– La mención de Ulises enlaza el tema del
viaje de la protagonista con un tópico de la literatura
universal. ¿Qué tienen en común la
travesía de Ulises y la de doña
Sabina?

– Ulises es tal vez literariamente el primer emigrante
que sueña con el regreso a su entrañable tierra. Lo
detienen los cantos de sirena y la magia de Circe. El inmigrante
europeo también partió y cayó en las mismas
redes. El viaje o
"nostos" griego, enlaza con la nostalgia, el dolor del regreso. Y
permite plantear otro exilio, ya que Ulises es el héroe de
Troya –al margen de Néstor- que alcanza la vejez y se
preocupa por la vida tras la muerte. De allí que visite
aquel lugar, la pradera de los asfódelos, donde encuentra
a su madre.

– ¿Cuál es su postura acerca del
tiempo? ¿Es el tiempo real el del presente o el del
recuerdo?

– El tiempo no es el cronológico, el del reloj,
sino más bien el del sueño o el del recuerdo. Desde
esa perspectiva, aunque resulte difícil de explicar, el
tiempo parece derivar en una manifestación espacial en la
que depositamos nuestra vida; no con una sensación de
continuidad, sino de simultaneidad.

(1989)

GERMAN CACERES: CINE DE
ANIMACION EN LA ARGENTINA

Germán Caceres es autor de cinco ensayos de
historietas, tres libros de cuentos, dos novelas, tres libros de
literatura
infantil y juvenil, cuatro obras de teatro y dos
compilaciones de cuentos. Recibió Mención de Honor
Premio Municipal en Cuento. Obtuvo
cuatro "Fajas de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores".
Mereció Mención de Honor en el Concurso
Internacional de Ficción sobre Gardel (Montevideo-
Uruguay). La
Secretaría de Cultura del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires le otorgó el 1er. Premio Especial
"Eduardo Mallea" por su ensayo La aventura en
América
. En octubre de 2002 fue premiado en el
concurso de cuentos "Atanas Mandadjiev", celebrado en
Sofía, Bulgaria, y recibió el título de Gran
Maestro del Relato Policial. El 5 de agosto de 2003 fue nombrado
socio honorario de SADE.

Escribió Entre dibujos,
marionetas y pixeles Notas sobre cine de animación
,
publicado por La Crujía Ediciones, "un libro que
interesará a todos los amantes del cine porque
además de la animación, el autor aborda el género
cinematográfico en su totalidad y en sus relaciones con la
literatura. Así desfilan por sus páginas
comentarios sobre realizadores de la dimensión de Godard,
Welles, Eisenstein, Sorderbergh y muchos otros. Entre dibujos,
marionetas y pixeles
, más allá de su
erudición -se citan unos seiscientos filmes y contiene
alrededor de ciento treinta fichas
técnicas-, es un texto fresco, de estilo
fluido y atrapante que -por su òptica amplia y abarcadora-
permite múltiples entradas. Por una de ellas se ingresa
emotivamente a los personajes de historietas que han incursionado
en la pantalla, y que la versación de Cáceres
(tiene publicados cinco ensayos sobre el tema) transita por sus
hitos más representativos. También está la
voz de los directores de animación (los argentinos Juan
Antín y
Rodolfo Mutuverría), que en esclarecedoras entrevistas
revelan no sólo sus experiencias, sino las técnicas
y metodología de sus películas. Y hay
un análisis de la obra de ocho grandes
maestros, entre los cuales se encuentran los clásicos Walt
Disney y Don Bluth, el mago del color Hayao
Miyazaki y directores revulsivos y contestatarios como Ralph
Bakshi y Tex Avery".

Este fue el diálogo que mantuvimos, acerca de
esta obra, con Germán Cáceres:

-¿Cómo nace la idea de escribir este
libro? ¿Cuáles fueron las circunstancias que lo
llevaron a abordar la temática que trata en Entre
dibujos, marionetas y pixeles
?

-En el Museo Sívori, de la ciudad de Buenos
Aires, dicté dos ciclos de cine de animación que me
obligaron a rastrear filmografías. De repente
reparé que había reunido material suficiente para
encarar un libro. Además, aclaro que muchos años
atrás estuve obligado a frecuentar todo tipo de
películas porque ejercí la crítica en la
revista Tiempo de cine e integré la Comisión
Directiva del Cine Club "Núcleo".

-¿Cuál fue el trabajo previo que
realizó para armar el libro, habida cuenta de lo
difícil que se torna la investigación?

-Fue producto de
los años que concurrí al citado Cine Club
"Núcleo" y de que, a pesar de no escribir en la actualidad
crónicas cinematográficas, sigo siendo un
cinéfilo de alma y, por tanto, un devorador de filmes.
Para buscar información recurrí a
bibliografía en Inglés y a sitios de Internet.

-Entre los grandes maestros de la animación,
¿quién es su preferido?

-Mi preferido es Tex Avery, por la sutileza y el giro
revolucionario que imprimió al cine de dibujos animados.
Pero, si tengo que decir quien fue el gran maestro de la
animación debo mencionar a Walt Disney, dado que no
obstante su ideología nefasta y el carácter edulcorado de sus
películas, es innegable que su filmografía
–inclusive la que realizó la Casa Disney
después de su muerte- tiene escenas visuales de
deslumbrante belleza.

-Entre las películas argentinas de ciencia
ficción, ¿cuáles destaca?

-Ya que estoy en el tema de la animación, destaco
Mercano el marciano, de Juan Antín, por su dibujo
innovador y su guión original, que incluye una
visión crítica de la realidad social argentina.
Entre las películas con actores mi preferida es
Invasión, de Hugo Santiago, un hito del cine
argentino en razón de la calidad estética de su filmación y la magia
del argumento de Borges y Bioy
Casares.

-¿Cómo percibe la relación entre
el cine y la literatura?

-La literatura actual está influida por el lenguaje
cinematográfico. El escritor contemporáneo ha
incorporado la forma del cine en sus descripciones y en el
diseño
del perfil de los personajes, ya que detalla minuciosamente sus
acciones y sus movimientos. Ello se observa también en los
variados puntos de vista desde los cuales observa visualmente una
escena.

Me interesa especialmente el tema de los dibujantes
inmigrantes. Usted se refiere en su libro a Manuel García
Ferré, nacido en España en 1929, acerca de quien
señala: "Tal vez toda la gloria de García
Ferré se resuma en sus creaciones
cinematográficas". ¿Cuáles son los logros
del cineasta que usted destaca?

– El cine de animación de García
Ferré emplea con solvencia el movimiento, las angulaciones
y las tomas aéreas. Utiliza mínimamente la
técnica digital, que pasa inadvertida al espectador. La
falta de recursos económicos se hace patente en las
escenas de suma acción, que salva apelando a dibujos de
polvaredas y de líneas cinéticas. Sus fondos y
escenarios son ricos en efectos visuales y poseen un colorido
llamativo y encantador. Pero tal vez el más grande de sus
tantos hallazgos resida en el original diseño de sus
simpáticos y numerosos personajes.

-Su obra incluye reportajes realizados a Juan
Antín y Rodolfo Mutuverría, ¿por qué
eligió a estos dos directores?

-Son dos importantes directores argentinos de
animación, que, además, demostraron mucha
disposición para que yo los entrevistara. Aclaro que
Mutuverría fue el responsable de la animación de
los filmes Dibu: la película y Dibu 2: la
venganza de Nasty
.

-¿Cómo observa el panorama del cine
argentino en esta temática? ¿Dista mucho del de
otros países?

-De alguna manera la industria de la animación
está poco desarrollada en la Argentina por una
cuestión económica. Es un tema de dinero y de
mercados,
problemas que afectan crucialmente todas las actividades de
nuestro país.

¿Sigue trabajando actualmente en el tema de
la animación?

 -.Efectivamente. Estoy preparando un libro sobre
manga (nombre que recibe la historieta en Japón)
y animé (denominación de los dibujos
animados japoneses). Estos dibujos e historietas tienen gran
impacto en la juventud actual y han dado obras maestras como los
filmes "Akira" (1988), de Katsuhiro Otomo, y "El viaje de
Chihiro" (2001), de Hayao Miyazaki. También trataré
sobre videojuegos
porque las creaciones de manga y animé
desembocan en ellos, y viceversa. La estética de estos
juegos influye en la realización cinematográfica,
como lo prueba la excelente película "eXisten Z"
(1999), de David Cronenber.

 

Trabajo enviado por

María González Rouco

Licenciada en Letras UNBA, Periodista
cultural

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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