Los instrumentos económicos y la gestión económica ambiental, alternativas para la sustentabilidad
- Resumen
- Realidades que demuestran la
necesidad de prácticas económico-ambientales
sustentables - Alternativas
para prácticas económicas
sustentables - Pasos para
aplicar un sistema de gestión
ambiental - Conclusiones
- Bibliografía
RESUMEN
Existe hoy un problema sin resolver… y es que al
parecer, esos países que disfrutan de crecimientos
inestimables en sus economías, y de ese modelo general
de desarrollo
industrializado productivista – consumista, que ha
proliferado a un ritmo temeroso en las últimas
décadas, no han tomado clara conciencia de la
urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil,
con el equilibrio
ecológico y la equidad
social, a pesar de los llamados y acuerdos tomados en cada
Cumbre, en las convenciones internacionales, foros y demás
eventos
científicos.
Asimismo, la apertura de las economías altamente
industrializadas a la competencia
internacional, la actividad continua y ascendente del Capital
Financiero y las nuevas tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global,
han inducido a un aumento inmoderado de la escala
tecnológica y de producción; inadecuados modelos de
desarrollo, con políticas
macroeconómicas y sectoriales discriminatorias.
Si analizamos la relación que existe entre el
carácter global de los problemas
ambientales que más afectan a la humanidad y la
creciente brecha socioeconómica que continúa
agudizándose entre los países del Norte y del Sur,
una solución largoplacista es sin dudas la
reestructuración de las políticas económicas
sobre bases de equidad y justicia
social y ambiental respectivamente.
La Valoración Económico – Ambiental,
la implementación de Instrumentos Económico –
Ambientales con un carácter sistémico, la Gestión
Económica Ambiental, son algunas de las políticas
que necesitan ser llevadas a cabo, de manera que se respete el
Rendimiento Máximo Sustentable en el manejo de los
recursos
naturales renovables, eso sin hablar de los no renovables,
que ni siquiera debieran ser explotados y lo son. Para ello la
voluntad política de los
gobiernos y representantes de las organizaciones
internacionales son un factor importante, aunque no el
único.
INTRODUCCIÓN
ALGUNAS CONSIDERACIONES GENERALES
El concepto de
Desarrollo
Sostenible ha sido estereotipado en los últimos veinte
años por un sinnúmero de personas, instituciones
y organizaciones que lo "utilizan" en función de
sus propios intereses, a favor algunos, y otros no tanto, de la
justicia social y ambiental en el planeta; demostrando su
carácter ambiguo, lo cual ha condicionado la
aparición de múltiples definiciones.
Mi objetivo no es
hacerle una crítica
al Desarrollo Sostenible en su marco conceptual, sino llevar a la
reflexión sobre la ausencia de un profundo sentido de la
realidad que hoy viven nuestros pueblos, y de prácticas
verdaderamente impactantes, que contribuyan en un corto y mediano
plazo, y con una visión largoplacista y
ambiocéntrica, a la necesaria equidad que pide a gritos la
sociedad
mundial en particular y el Universo que
nos rodea en general.
Al parecer, esos países que disfrutan de
crecimientos inestimables en sus economías, y de ese
modelo general de desarrollo industrializado productivista
– consumista, que ha proliferado a un ritmo temeroso en las
últimas décadas, no han tomado clara conciencia de
la urgencia de armonizar el progreso monetario – mercantil,
con el equilibrio ecológico y la equidad
social.
El Desarrollo Sostenible, término aplicado al
desarrollo económico y social que permite hacer frente a
las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de
futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades; o
al mejoramiento de la calidad de
vida humana dentro de la capacidad de carga de los ecosistemas
que la soportan; fue presentado como tesis, en el
Informe
Nuestro futuro común, de la Comisión Mundial
sobre Medio Ambiente
y Desarrollo (WCED, 1987).
En la década de 1980, tanto el agravamiento de
los problemas
ambientales globales, como la agudización de los problemas
socioeconómicos a nivel mundial, aceleraron la confluencia
de dos vertientes que alimentaron el enfoque del Desarrollo
Sostenible: (Pichs Madruga, 2004)
I. Las corrientes que han sometido a revisión
el concepto de desarrollo
económico y las políticas económicas
prevalecientes; y
II. El surgimiento de la crítica ambientalista
al modo de vida contemporáneo.
Es cierto que el estado del
medio ambiente no
puede aislarse del estado de la
economía a
nivel global; es un círculo cerrado; los problemas
económicos causan o agravan expolios ambientales que, a su
vez, dificultan las reformas económicas y estructurales.
Sin embargo, la cuestión no es provocar una
parálisis de la economía mundial actual, ni hacer
que entren en una crisis
socioeconómica los respectivos países, por hacer
más sustentable la vida en la tierra y
más eficiente el uso de los recursos
naturales que la sostienen.
Es obligada la búsqueda de opciones y la
propuesta de alternativas que generen un equilibrio entre ambas
aristas de la vida del hombre,
contribuyendo de igual modo a un beneficio social, pues valoramos
al ambiente como un sistema de
elementos abióticos, bióticos y
socioeconómicos con que interactúa el ser humano, a
la vez que se adapta al mismo, lo transforma y lo utiliza para
satisfacer sus necesidades. Por lo que, toda acción
a favor de la conservación y manejo sostenible del
entorno, tiene una repercusión directa hacia las personas,
sus condiciones y calidad de
vida.
Tomando como punto de partida los conceptos de
Desarrollo Sostenible, de la Comisión de Naciones Unidas
sobre Medio Ambiente y Desarrollo, y de Desarrollo
Humano, del Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), pueden identificarse
tres dimensiones básicas e interrelacionadas del
desarrollo: Sostenibilidad económica, social y ambiental.
Es válido aclarar que en el marco de la temática
que nos ocupa y preocupa, el análisis de la problemática
económica y social, además de la ambiental,
fundamentalmente cuando se trate de países
subdesarrollados, necesita hacerse en términos de
sustentabilidad y con un enfoque integral y multidimensional,
puesto que cada una de estas dimensiones resulta condición
necesaria para la misma, sin excluir otras también
importantes como la cultural, la tecnológica y la
espacial.
¿De veras es creíble que se garantice la
estabilidad y el aseguramiento de bienes y
servicios
ambientales, a las generaciones futuras con una mentalidad
largoplacista, cuando aun se palpa tan vívida la
ambición de la Oligarquía que dirige al Capitalismo
Industrializado?
Resulta apremiante, sobre todo para los países
desarrollados, que sean consecuentes con el reconocimiento acerca
de que la protección ambiental y el desarrollo
económico son problemas generalizados, que nos
atañen a todos por igual y los cuales requieren soluciones
globales. Un orden mundial donde un reducido número de
países imponen las reglas del juego al resto
de la comunidad
internacional, resulta incompatible con el necesario enfoque
integral y participativo que se requiere, máxime cuando se
trate de instaurar compromisos universales en materia de
cooperación internacional, lucha contra la pobreza, ayuda
financiera a los países subdesarrollados, y transferencia
de tecnologías idóneas desde el punto de vista de
la reducción o prevención de la
contaminación.
DESARROLLO
REALIDADES QUE
DEMUESTRAN LA NECESIDAD DE PRÁCTICAS
ECONÓMICO-AMBIENTALES SUSTENTABLES
No hace falta más que estudiar las cifras para
darnos cuenta de que estamos muy lejos de la sostenibilidad
socioeconómica y ambiental que hoy se precisa con
urgencia, y para la que tenemos que ser más exigentes,
sobre todo en las políticas implementadas con ese fin,
puesto que cada día nos demuestra con creces que no es
suficiente.
Si analizamos los resultados registrados en el
último período, en materia económica, social
y ambiental, percibimos que los instrumentos económico
– ambientales que hoy se practican, no se están
llevando a cabo con el rigor y la efectividad indispensable para
el logro del objetivo propuesto; incidiendo, por encima de todo,
la falta de una voluntad política que respalde el correcto
funcionamiento de dichos mecanismos de
regulación.
La brecha que separa a los países desarrollados y
subdesarrollados se ha pronunciado de manera creciente en las
últimas décadas, baste decir, que los países
del tercer mundo aportan el 78% de la población mundial y sólo el 20% de
las exportaciones y
el 38% del Producto Interno
Bruto (PIB) global,
debido a sus economías inestables y deformadas; mientras
que en el otro extremo están los países
industrializados, que poseen el 15% de la población
mundial, y a los cuales les corresponde el 75% de las
exportaciones totales y más del 56% del PIB global.
Sólo Estados Unidos,
una de las mayores potencias en la historia de la humanidad,
con menos del 5% de la población mundial, registra niveles
de PIB y exportaciones que casi duplican los registros
agregados correspondientes a América
Latina y África.
En términos de equidad se aprecian grandes
diferencias entre el Norte industrializado y el Sur atrasado y
expoliado de modo general. Atendiendo a los niveles de ingresos
percápita, se reportan en los países en vías
de desarrollo, 1 000 millones de personas que viven en extrema
pobreza en
todo el mundo y que subsisten con menos de 1 dólar diario,
y se calcula que unos 2 800 millones viven con menos de 2
dólares al día (ONU, 2004). Se
estima que 790 millones de personas padecen de hambre e inseguridad
alimentaria. Y por si esto fuera poco, aproximadamente la tercera
parte de la población mundial, generalmente ubicada en
naciones del Tercer Mundo, vive en países con problemas
por falta de agua potable;
alrededor del 50% carece de sistemas
adecuados de saneamiento: Se calcula que más de 1 000
millones de habitantes en estos países carecen de agua potable y
más de 2 400 millones no cuentan con un saneamiento
apropiado; entre un 30 y un 60% de la población urbana de
los países de bajos ingresos siguen sin disponer de
viviendas adecuadas con acceso a los servicios
básicos.
De esta forma, resultan verdaderamente preocupantes las
presiones a que están sometidos importantes recursos
naturales, como los suelos y las
reservas de agua dulce en las naciones subdesarrolladas. Se
calcula que a nivel global, las aguas contaminadas influyen en la
salud de cerca de
1 200 millones de personas, constituyendo causa de fallecimiento
de unos 15 millones de niños
cada año.
Por otra parte, en lo que respecta a América
Latina y el Caribe; aun cuando las Metas de Desarrollo del
Milenio fueron acordadas en el año 2000 por 189
países de la
Organización de las naciones Unidas (ONU) como
estrategia
definitiva contra la pobreza, la desigualdad y la contaminación, con plazo en 2015; desde
entonces la población latinoamericana pobre ha aumentado a
un ritmo superior al de la población total (CEPAL, 2004).
Los datos
correspondientes al cierre del pasado año, confirman a
Chile como el país que ha cumplido con la meta del
Milenio de reducir la pobreza extrema; mientras que en Brasil, Ecuador,
México,
Panamá
y Uruguay los
porcentajes de avance hacia el cumplimiento de la primera meta,
de reducir la pobreza a la mitad, superan el 56%; sin embargo,
países como Argentina, Paraguay y
Venezuela,
presentaron mayores niveles de indigencia que en 1990.
A ello se suma también el fracaso en la
aplicación de las políticas neoliberales y las
recetas expoliadoras de los organismos financieros
internacionales como el Banco Mundial
(BM) y el Fondo Monetario
Internacional (FMI), que
subyugaron las economías y agudizaron las condiciones de
miseria de casi todas las naciones. Esas entidades crediticias
reconocieron que en poco más de 20 años
América Latina transfirió a los Estados
desarrollados 2 540 billones de dólares como pago de la
deuda externa,
el equivalente al 1.5% del PIB producido en un año por el
subcontinente y el Caribe en su conjunto. Unido a esos
fenómenos se encuentra la constante fuga de capitales y
los bajos precios
impuestos a
las materias primas de las naciones subdesarrolladas. Llamativo
resulta que el 71% del débito (725 805 millones de
dólares en 2001) se concentra en las tres principales
economías de la Región: Brasil, México y
Argentina.
Persisten hoy en el continente el desempleo y
subempleo, los bajos ingresos familiares, el escaso acceso a la
vivienda y sus pésimas condiciones de insalubridad, sin
agua potable, drenaje ni luz; ello sin
contar el impacto del predominio femenino como cabeza de familia, la
reducción de los servicios básicos y la perenne
inseguridad ciudadana.
No es posible hacer un análisis separado de la
situación actual que enfrentan los países del sur,
y la crisis ambiental que invade el nuevo siglo, herencia del
pasado.
Las sociedades
rurales y hasta urbanas de América Latina padecen de
empobrecimiento, desintegración social, emigración
a gran escala y devastación ambiental. Se ha vuelto un
fenómeno bastante común "culpar a la
víctima" de su propia situación y de su falta de
progreso. Esta es una percepción
equivocada de la pobreza como causa de los problemas
ambientales en estos países.
Los pobres no saquean la tierra debido
a su insensible desperdicio de recursos, sino por la falta de una
distribución equitativa de la riqueza
social disponible y de la manera despiadada en que los ricos y
poderosos defienden su control. Por otra
parte, estas poblaciones que sobreviven en condiciones de
absoluta pobreza, no tienen más alternativas que depredar
el medio ambiente para intentar sobrevivir; y como se trata de
economías subdesarrolladas y altamente dependientes de las
exportaciones de productos
básicos, necesariamente erosionan al medio, presentando
como principales preocupaciones ambientales las relacionadas con
problemas tan acuciantes como la calidad del agua y la
protección del suelo; trayendo
esto a su vez como consecuencia ineludible, que se afecten
sensiblemente las esenciales fuentes de
ingresos exportables de dichas naciones por su uso excesivo y a
veces inadecuado.
Además, un aspecto que no se puede dejar de
mencionar es que la degradación ambiental, a causa
también del calentamiento
global y emisiones de compuestos químicos a la
atmósfera,
está provocando entre otras cosas, desastres sociales
debido a eventos naturales cada vez más severos. Ello se
traduce en la pérdida de la diversidad biológica,
la contaminación de mares, océanos y zonas costeras
en un grado aun mayor; y como es de suponer, las peores
afectaciones se concentran en las regiones más pobres del
planeta, que son, de hecho, las más vulnerables desde el
punto de vista económico, social y ecológico para
enfrentar situaciones o eventos ambientales extremos, los cuales,
dicho sea de paso, ascendieron en la pasada década,
según reportes recientes, a un costo de unos 608
000 millones de dólares, cifra comparable al monto
combinado de las cuatro décadas anteriores.
Las instituciones oficiales, nacionales e
internacionales, de la Región Hispanoamericana, han
impulsado estrategias para
premiar a agricultores comerciales por sus aportaciones al
desarrollo nacional, asegurándoles continuamente el acceso
privilegiado a los recursos más valiosos de la sociedad en
proceso de
modernización: la tierra y los recursos naturales, la
tecnología, el crédito
y los canales del mercado. Estos
sistemas modernos de producción continúan su
expansión, disputando los derechos de los campesinos e
indígenas sobre sus tierras más productivas y sus
recursos naturales en general, obligándolos a buscar
refugio y asentamientos en tierras cada vez más
marginales. De esta forma se ve acentuada la desigualdad y la
pobreza extrema en dichas regiones, condenando la mencionada
expansión, a la devastación a los territorios y a
la gente que en ellos vive.
En el tercer mundo carecen de acceso al apoyo
técnico, financiero e institucional protector. Algunas de
las causas principales que inducen a la inequidad tanto social
como económica, y por ende a la degradación
ambiental en este grupo de
países "atrasados", tienen que ver con los beneficios de
la "revolución verde", que condujeron a
incrementos significativos de la productividad, y
que fueron captados por aquellos grupos capaces de
obtener acceso a los conocimientos técnicos, los
financiamientos y la infraestructura; de modo similar, la
inversión pública en sistemas de
riego y colonización para expandir fronteras productivas
tendió a sobrecargarse para promover la agricultura
comercial de gran escala sujeta a la mecanización. Tales
programas no
sólo han tenido efectos devastadores sobre el ambiente,
sino también son destructoras de la sociedad.
Asimismo, la apertura de las economías altamente
industrializadas a la competencia internacional, la actividad
continua y ascendente del Capital Financiero y las nuevas
tendencias de la Exportación de Capitales a nivel global,
han inducido a un aumento inmoderado de la escala
tecnológica y de producción; inadecuados modelos de
desarrollo, con políticas macroeconómicas y
sectoriales discriminatorias, se han llevado a la
práctica; haciendo uso para ello del 75% de los recursos
naturales que se comercializan: 70% de la energía por
combustibles fósiles, 75% de los metales, 85% de
la madera, entre
otros.
Esto trae consecuencias puntuales para el Tercer Mundo,
fundamentalmente para campesinos e indígenas. Un ejemplo
de ello se puede apreciar en el hecho manifiesto de que la
utilización de maderas comercializables produce deforestación; conduciendo a que la
búsqueda de combustibles domésticos como la
leña y el carbón vegetal, y de otros combustibles
tradicionales de la biomasa, requiera para los habitantes de
comunidades marginadas, viajes
más largos y con frecuencia sacrificar los árboles
más jóvenes en laderas de mayor pendiente;
además, la tarea de asegurar la disponibilidad de agua
igual se está haciendo más ardua.
Por otra parte, las comunidades costeras que dependen de
los recursos del mar para su subsistencia están en
constante riesgo, debido a
la contaminación de las aguas marítimas, en
ocasiones producto de
los desechos sólidos y residuales líquidos
expulsados por fábricas e industrias con
tecnologías caducas y altamente contaminantes. Esta es
otra de las problemáticas que se ven obligados a sufrir
los países subdesarrollados por no contar con el financiamiento
necesario que les posibilite trabajar con tecnologías
limpias en los procesos
productivos, que no generen o reduzcan al máximo los
residuales, es decir, eliminando las tecnologías que
exigen tratamientos al final de los procesos; y esto, como es
lógico conllevará a productos con un mínimo
efecto ambiental negativo, o sea, productos
ecológicos.
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