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Literatura Española – Del Romanticismo a la Generación del 27



Partes: 1, 2

    1. José de
      Espronceda
    2. José
      Zorrilla
    3. Rosalía de
      Castro
    4. Antonio
      Machado
    5. Pío
      Baroja
    6. Miguel
      de Unamuno
    7. García
      Lorca
    8. Rafael
      Alberti
    9. Jorge
      Guillén
    10. Pedro
      Salinas
    11. Miguel
      Hernández
    12. León
      Felipe

    En este trabajo
    reúno artículos periodísticos sobre literatura española
    publicados en los diarios La Prensa de Buenos
    Aires, La Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Capital de Mar
    del Plata, El Tiempo de
    Azul, El Diario de Entre Ríos, La Voz del Interior de
    Córdoba, Diario de Cuyo de San Juan y Pregón de
    Jujuy.

    José de Espronceda: libertad y
    marginación

    Pocas personalidades son tan representativas del
    Romanticismo
    español
    como José de Espronceda, escritor nacido el 25 de marzo de
    1808. La pasión y el inconformismo que caracterizan su
    obra se evidenciaron también en su vida pública y
    privada, llevándolo a tomar actitudes
    reñidas con lo que la sociedad de su
    época consideraba correcto. A los quince años funda
    con Patricio de la Escosura, Ventura de la Vega y otros amigos,
    la sociedad secreta que denominaron Los Numantinos; dos
    años después, sufriría prisión por
    pertenecer a ella. En 1827 emigra a Portugal, de donde es
    expulsado; vive en Londres y luego en Francia,
    escenario de una audaz hazaña: en París rapta a
    Teresa Mancha, inmortalizada en sus creaciones.

    La reina María Cristina vuelve a concederle una
    amnistía; amparado en ella regresa a España, de
    donde se lo destierra por haber leído versos opositores
    durante una reunión. Un año después, sufre
    prisión en la cárcel de corte a causa de los
    artículos publicados en el
    periódico El Siglo. Su ideal político se
    manifestará una vez más, llevándolo a
    integrar como oficial de milicianos nacionales una
    sublevación contra el gobierno. No
    obstante su accionar, obtiene el cargo de diputado por
    Almería y secretario de la legación de Su Majestad
    en los Países Bajos. Su breve pero azarosa vida se
    extingue el 23 de mayo de 1842, en su tierra
    natal.

    Espronceda cultivó la novela, el
    drama, la épica y la lírica; sus logros en estos
    géneros no fueron similares. A criterio de Rodolfo
    Ragucci, "poco vale como novelador y dramaturgo; tiene raras
    dotes para la epopeya (…); pero su especialidad es la
    lírica. Sus poesías
    se ocupan de diferentes temas, tanto es así que pueden
    clasificarse según sean personales o eróticas,
    patrióticas o revolucionarias. Si bien en un principio se
    inició como neoclásico, con el poema "El Pelayo",
    pronto optó por el Romanticismo, bajo la influencia de
    Byron y Victor Hugo; sin embargo, la condesa de Pardo
    Bazán considera que mucho de la formación
    clásica subyace en la breve obra de Espronceda.

    En una lectura
    realizada en el Ateneo de Madrid,
    señaló: "Espronceda, tipo para nosotros del poeta
    romántico, es clásico no sólo en su educación literaria,
    debida a un maestro tan jurado enemigo del Romanticismo como don
    Alberto Lista, sino en la forma de la mayor y acaso mejor parte
    de su obra poética.

    Visión crítica

    Nos ha interesado, dentro de su obra lírica, el
    tratamiento que da al tema de la sociedad. Como no podía
    ser de otra manera, sus escritos encierran el enjuiciamiento de
    lo establecido, de las pautas con las que, según pudimos
    ver en su biografía, nunca
    estuvo de acuerdo. Dos creaciones evidencian esta posición
    ante su época; nos referimos a la "Canción del
    pirata" y "El mendigo", inspiradas -dice Narciso Alonso
    Cortés- en las obras de Berenguer, pero el poeta, "como
    siempre, supo crear algo propio y distinto". El pirata y el
    mendigo, como personajes, no parecen tener mucho en común
    a primera vista, pero pronto advertiremos que no es
    así.

    La "Canción del pirata" nos muestra a un
    hombre que ha
    huido voluntariamente de la sociedad y ya no reconoce límites ni
    posesiones. A bordo del bergantín que ha denominado
    significativamente "Temido", su felicidad es inmensa; el mundo le
    pertenece: "Asia a un lado,
    al otro Europa/ y
    allá en su frente Stambul".

    Entretanto, en tierra firme, los poderosos combaten por
    un palmo de suelo, sin
    advertir que la posesión que puedan obtener será
    mínima comparada con la grandeza marina. El pirata,
    aislándose del mundo, consiguió un territorio
    mayor, que nadie osará arrebatarle. Su vida peligra, es
    cierto, pero no lo amilana esta verdad; tiempo atrás, ya
    la había dado por perdida, "cuando el yugo/ del esclavo/
    como un bravo/ sacudió sus hombros". El pirata canta sus
    andanzas al son de un estribillo que repite sin cesar: "Que es mi
    barco mi tesoro,/que es mi Dios la libertad,/ mi ley la fuerza y el
    viento,/ mi única patria la mar", estas pocas palabras
    resumen un ideal de vida que Espronceda reconocería como
    suyo, aunque sin barcos ni piratas, en una censurada tierra firme
    signada por la codicia y la prepotencia.

    La idea de la vastedad de las posesiones aparece
    también en el poema que lleva por título "El
    mendigo"; el protagonista canta: "Mío es el mundo, como el
    aire libre,/
    otros trabajan porque coma yo;/ todos se ablandan si doliente
    pido/ una limosna por amor de Dios".
    Al igual que el pirata, el mendigo vive de las posesiones ajenas,
    a uno se las dan, otro las toma… Este extraño personaje
    ejerce una inusual venganza hacia quienes poseen riquezas; los
    persigue, haciéndoles notar, con sus harapos malolientes,
    "cuán cerca habitan/ el gozo y el padecer,/ que no hay
    placer sin lágrimas,/ ni pena que no transpire/ en medio
    del placer".

    Como el capitán del bergantín, no echa de
    menos cuanto abandonó; por el contrario, a la distancia,
    la sociedad le parece un cúmulo de contradicciones al que
    no quiere pertenecer. En su miseria, rescata el antiguo carpe
    diem
    latino, al que se asocia el tópico clásico
    de la aurea mediocritas, "Vivo ajeno/ de memorias,/ de
    cuidados/ libre estoy;/ busquen otros/ oro y
    glorias,/ yo no pienso/ sino en hoy", aunque, ciertamente, el
    protagonista no vive en la "dorada medianía", sino que
    cobija su desamparo donde le hacen un lugar. Y hasta ese mismo
    amparo es una
    revancha, pues sabe que se lo dan sólo por temor a
    Dios.

    Un pirata y un mendigo, personajes forjados por un
    hombre en visible conflicto con
    su tiempo, nos hablan del repudio que el poeta sintió por
    la sociedad; pero este repudio albergaba en su seno la esperanza
    en un mundo mejor. No se trataba de la destrucción per
    se
    , sino de la denuncia como fuerza vivificante, como el
    medio más propicio para remover viejas estructuras y
    dar paso a otras nuevas. La marginación se presenta, en
    las poesías que transcribimos, como un acto de
    valentía y de paz; la comunidad que se
    abandona es, para el pirata, para el mendigo, la causa de los
    males, el refugio de las inequidades.

    Así lo creyó un escritor del que dijo don
    Marcelino Menéndez Pelayo: "La poesía
    de Espronceda tiene un carácter más moderno y más
    francamente revolucionario, así en la esfera de las ideas
    como en la de las formas (…). Pertenecía, sin duda, a la
    esfera de los ingenios soberanos".

    José Zorrilla, recreador del
    mito

    Hace cien años moría en Madrid José
    Zorrilla Moral,
    escritor vallisoletano que cultivó diversas formas
    Iiterarias y que pasó a la posteridad, fundamentalmente,
    con su drama Don Juan Tenorio. Había nacido en 1817 y con
    el tiempo encarnaría una de Ias dos tendencias del
    romanticismo español. Rodolfo Ragucci nos recuerda que el
    movimiento
    tuvo una tendencia "enfermiza, 'con injertos foráneos, de
    sentir exagerado, muchas veces escéptico, pesimista,
    tenebroso, impío"; Ia lideraba José de Espronceda.
    Tuvo también otra vertiente, Ia "sana, de raíz
    nacional y sentimiento genuino, normal, cristiano, optimista",
    encabezada por el Duque de Rivas y Zorrilla.

    Se reveló como poeta en el sepelio de Mariano
    José de Larra, y su figura surge vinculada a las de
    Espronceda y Hartzenbusch, dos de los poetas a quienes más
    admiró. Narciso Alonso Cortés, compilador de una
    selección de poesías de Espronceda,
    destaca que Zorrilla hizo tambalear la posición del autor
    de EI diablo mundo, pues, en 1840, "Hacía ya varios
    años que la opinión Iiteraria, y aun la generalidad
    de los lectores consideraban a Espronceda el primer Iírico
    de España. Sólo al surgir Zorrilla pudo ya la fama
    mostrarse dudosa; mas cuando Zorrilla, en 1837, se dio a conocer
    en el entierro de Larra, ya Espronceda gozaba de celebridad, y el
    mismo poeta vallisoletano Ie reconoce como uno de sus tres
    ídolos (Ios otros dos eran García Gutiérrez
    y Hartzenbusch)".

    Hubo otra aproximación entre estos dos
    escritores, ya que -agrega Cortés-, después de
    muerto Espronceda, se publicaron poesías que se
    suponían de su autoría –se !as
    atribuían por haber aparecido entre sus papeles o por
    haber sido escritas de su puño y letra- y una de ellas es
    la cuarteta que lIeva por titulo "Son tus labios un rubí",
    del vaIlisoletano.

    La critica señaIa en la obra de ZorrilIa, en su
    conjunto, muchas imperfecciones. Ragucci considera que estas son
    las imperfecciones propias de todo improvisador: impresión
    de superficialidad, incorrección, incoherencias,
    desigualdades, vaguedades, prolijidad descriptiva, verborrea,
    inverosimilitudes y triviaIidades. Muestra, asimismo, los muchos
    méritos del creador, a quien define como "Ia
    personificación del romanticismo españoI genuino,
    fusión
    de lo popular trovadoresco y de lo tradicional cristiano con
    bizarra imaginación creadora, magia de colorido, vigoroso
    lirismo casi siempre objetivo,
    señorío del verso y constante ambiente de
    optimismo".

    Se afirma que alcanzó grandes éxitos con
    su teatro, unido por
    técnica y temática a la dramaturgia española
    del Siglo de Oro. Su drama Don Juan Tenorio es
    tradicional, aunque no sea el mejor. Se resalta su dominio de las
    situaciones y su habilidad para encuadrar Ia acción
    y desarrolIarIa a lo largo de una versificación rica y
    variada.

    Un mito
    español

    Raúl Castagnino, quien nos brindó un
    magistral análisis del Don Juan forjado por
    Azorín, nos dice en una de sus obras que "Cuando en el
    mundo hispano un novelista recupera ese nombre, es lícito
    sospechar que está aprovechando el valor
    paradigmático del personaje clásico, imagen del amador
    y seductor, lanzado a Ia vida literaria por Tirso desde EI
    burlador de Sevilla
    , sobrevivido a través de
    constantes recreaciones en España y fuera de ella hasta Ia
    reactualización de José Zorrilla, en el siglo XIX,
    y recuperado en esta centuria por Miguel de Unamuno, Pérez
    de Ayala, Max Frisch y los Machado, entre otros".

    En su introducción a la obra de Tirso, Eduardo
    Dughera afirma que el personaje del burlador tiene un fundamento
    legendario y transcribe uno de los romances en los que aparece;
    es el que comienza: "Pa misa diba un gaIán/ caminito de la
    iglesia".
    Considera que los temas tratados en dicho
    romance se hallan difundidos en todas !as literaturas, y que lo
    importante reside en que, sobre esas sencillas bases, Tirso logra
    edificar todo un monumento teológico. Pero -anota-, "su
    enfrentamiento con la justicia
    divina no agota la
    personalidad de Don Juan. Porque esta figura es una de las
    más complejas, a la par que fascinantes, que puede
    presentarnos el teatro universal, y lo prueban las
    múltiples interpretaciones de que ha sido
    objeto".

    Se afirma que el mito de Don Juan fue una de las
    aportaciones hispánicas a la simbología literaria
    universal. Se lo observa vívido a lo largo de Ios sigIos,
    y aunque los críticos coinciden en que fue Tirso quien Ie
    dio fórmula Iiteraria, cabe destacar que ya aparece en la
    comedia EI infamador, del prelopista Juan de la Cueva. No
    obstante, no adquirió hasta el siglo XVII su verdadero
    sentido vital. Ello se debe -leemos- a que "EI mundo lIeno de
    contrastes y paradojas de Don Juan encuadraba perfectamente en
    aquel siglo; hijo de esta época, Ilevaba en sus
    entrañas dramáticas el dinamismo barroco que se
    convirtió en una orgía de placer y de retos
    blasfemos".

    Zorrilla, como autor romántico que era,
    imprimió su sello en el personaje. Algunos creadores de
    ese movimiento tomaron al mito como medio de expresión de
    la vivencia personal, tal es
    el caso de Byron y de Espronceda; otros, como el vaIlisoletano y
    los franceses Merimée y Dumas, lo relacionaron con los
    primitivos donjuanes. "Pero -se destaca- eI Don Juan
    romántico ha perdido mucho de su brío primitivo; en
    ciertos momentos, se presenta como un juguete del destino, a cuyo
    encuentro ha salido el amor,
    dejándolo enamorado y maltrecho; cuando, por voluntad
    expresa de sus creadores, Don Juan se enamora sinceramente, deja
    de ser el mito eterno de aquel cínico de antaño,
    que simplemente seducía y fácilmente olvidaba para
    volver a seducir de nuevo".

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