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La Revolución de los Sabios – Una alternativa a la propiedad intelectual



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

    Partes: 1, , 3, 4, 5

    1. Advertencia al
      lector
    2. Introducción
    3. Conocimiento,
      tradición y simonismo
    4. La
      resistance
    5. ¿La
      revolución hermética? Tendencia actual de las
      Ciencias Sociales
    6. De
      la mentalidad a la institución
    7. Metafísica
      y propiedad intelectual
    8. La sociedad
      simonita: de la institución a la
      mentalidad
    9. La gran
      red: el mercado global del saber
    10. Beneficio y
      sacrificio en el intercambio humano
    11. Conocimiento,
      mercado y fuerza de trabajo
    12. Algunas notas
      sobre la producción industrial en la economía
      simonita
    13. Fundamento y
      definición de Las Rentas del Trabajo
      Intelectual
    14. Un
      esbozo de solución práctica a modo de
      arbitrio
    15. El
      problema ecológico: riesgo estratégico y
      expropiación de las generaciones
      futuras
    16. La
      globalización simonita
    17. Otros
      contenidos del derecho de autor
    18. La inviolable
      autoría
    19. La
      República del Saber
    20. Una
      denuncia y un manifiesto. La traición a nuestros
      mayores
    21. El
      manifiesto: La Revolución de los
      Sabios

    "En la sociedad del conocimiento, el ignorante es
    el único que puede afirmar que es libre: sólo
    él es dueño de su
    espíritu."

    Foto portada: "El diablo devora el alma del
    hombre". Fotografía realizada por el autor. Escultura
    románica expuesta en el claustro de la Colegiata de Santa
    Juliana en Santillana del Mar, Santander,
    España.

    Advertencia al
    lector

    No es habitual, lo reconozco, que los ensayistas
    expliciten de antemano su orientación ideológica.
    Lo común es que el lector se vea en el trance de descubrir
    "de que pie cojea" el escritor según avanza en la lectura.
    Pero en este caso sumarme a tal costumbre podría llevar a
    confusión. Al escribir desde la cosmovisión
    socialdemócrata tal y como la comprende Domenico
    Settembrini, aquella que "se sitúa entre el socialismo
    revolucionario que postula un ataque directo a las estructuras e
    instituciones capitalistas y el revisionismo socialista que
    acepta sin escrúpulos estas estructuras e instituciones.
    La primera embarca al proletario en una revolución y la
    segunda lo deja abandonado en la inacción y la
    sumisión al sistema, pero la socialdemocracia no acepta
    ninguno de los dos extremos
    ", adoptaré, a la hora de
    emitir la crítica, una postura contundente, y, sin
    embargo, a la hora de realizar propuestas alternativas lo
    haré desde una posición más moderada que
    transija con una parte considerable del sistema que la
    crítica no acepta. Por tanto, las alternativas que
    propondré no supondrán una revolución
    más allá de la misma circunscripción a la
    que se refieran concretamente, aunque, al fin, pretenderán
    concurrir a esa corriente que anhela el cambio generalizado,
    sereno y progresivo de todo el sistema.

    No obstante, es posible que para algunos la
    descripción de Settembrini sea en sí una
    contradicción, pero nada más lejos de la realidad:
    el socialismo democrático, en el momento que acepta
    voluntariamente al otro -ya sea liberal, comunista, conservador u
    otro- es consciente de que la evolución de las realidades
    sociales en un entorno pacífico sólo es posible
    bajo el acuerdo de una amplia mayoría.

    Por esta razón las soluciones prácticas
    deben respetar los principios que las mueven sin olvidar mantener
    los pies firmemente pegados a los sillares de reconocimiento
    mutuo que conforman el suelo de la gran plaza democrática,
    evitando en todo lo posible el enfrentamiento gratuito y, desde
    luego, cualquier vestigio de imposición. No debemos
    confundir la rotundidad y la seguridad de y en nuestros ideales
    con una patente de corso para imponer nuestra voluntad en
    los mares de lo práctico. El socialismo lleva sobre su
    espalda incontables años de lucha y sabe bien que la
    vía hacia lo posible no puede ser el camino del
    enfrentamiento sino el del diálogo ideológico, del
    intercambio y del mutuo enriquecimiento: la verdad no se
    encuentra patentada por nadie, al menos por nosotros no.
    También debo llamar la atención sobre ciertas
    corrientes -que se autodenominan socialistas- que han confundido
    la obligación moral de todo socialista de ser
    demócrata antes que socialista, y se han adscrito, en una
    huida hacia delante, a la rampante democracia liberal, incapaces
    de sostener la tensión del intercambio dialéctico
    cotidiano con la derecha. Voluntariamente se sitúan sobre
    una tercera vía que no deja de constituir un revisionismo
    draconiano, pues no sólo abandona la lucha sino que la
    impide, la desarma de toda palabra, de toda ilusión y de
    toda esperanza al sustituir el ideal socialista por un ideal
    burgués animado, si acaso, con una nubecita de
    humanismo a las cinco en punto de la tarde.

    Acéptese, por tanto, los contrastes entre la
    crítica y los apuntes sobre soluciones prácticas
    que presentaré en este libro y, desde luego,
    asúmase que tales propuestas no son una
    claudicación terciaria sino un intento de
    acercamiento no a los principios liberales -cada uno con los
    suyos-, sino a las voluntades liberales. La paradoja del
    demócrata es que debe renunciar de forma expresa a ver sus
    ideas convertidas en realidad en toda su extensión; porque
    al fin, realizando una interpretación detenida de la
    conocida sentencia de Ovidio gutta cavat lapidem, non vi sed
    saepe cadendo
    , no deja de ser cierto que tanto el agua como
    la piedra siempre permanecen. Si no existe esa renuncia previa es
    imposible construir la democracia de los ilustrados –de la
    duda nace el espíritu transigente y generoso que considera
    al hombre por encima de sus ideas-, y nos tendremos que conformar
    con la democracia liberal -la del fin de la historia-, mero
    instrumento de imposición de la cosmología burguesa
    a unas masas a las que se sosiega haciéndolas
    partícipes de su misma explotación.

    Por otro lado, existe una segunda razón para no
    negar la carga valorativa de mis propuestas: son estos ideales
    los que me han movido a escribir el ensayo y es desde ellos que
    debo escribirlo; cualquier otra posición sería una
    falta a la verdad generadora, una negación de las fuentes
    que sustraería no el poco valor intelectual que el lector
    desee otorgar –si es alguno- a este escrito, sino la
    honestidad que en él se pudiera encontrar. Por tanto
    hablaré desde el socialismo democrático y a
    favor del las Rentas del Trabajo Intelectual y criticaré
    el liberalismo y sus normas sobre la propiedad intelectual y el
    Derecho de Autor tal y como hoy se enuncian
    ; normas que con
    la justificación de "promover el progreso de la ciencia
    y de las artes útiles"
    y proteger a los autores -el
    chivo expiatorio- sirven, desde innumerables instituciones, a un
    capital que prescinde del único sentido social que se le
    podría suponer en un entorno demócrata que es el de
    inducir la creación y distribución de riqueza por
    su fuerza organizativa y emprendedora aprovechándose del
    trabajo de los demás.

    Introducción

    Los animales no tienen leyes positivas porque no
    están unidos por el conocimiento.

    Montesquieu

    Marx afirmaba que las leyes son los martillos que
    esculpen las sociedades. ¿Pero, quién empuña
    tan pesado martillo? En la Sociedad Occidental, situados dentro
    de los límites de un Orden Constitucional, un Estado de
    Derecho y una Democracia Parlamentaria, debemos señalarnos
    a nosotros mismos como autores: los ciudadanos libres e iguales
    somos escultores de la sociedad en que vivimos. Pero no debemos
    olvidar que, tras esta sentencia tan optimista, se esconde una
    realidad que no coincide exactamente con el modelo: el camino no
    está libre de obstáculos, son muchas las fuerzas
    que nos constriñen y cotidianamente debemos enfrentar
    innumerables imponderables que aportan una considerable dosis de
    contingencia y riesgo a nuestro futuro.

    La voluntad de ser se ve influida por las estructuras
    sociales del presente, estructuras que son el legado inmediato
    del acontecer pasado y que a la par son afectadas por esa
    voluntad primera de ser en una intrincada relación causal
    entre actores y escenarios construidos que fluyen, y mutuamente
    se influyen, en el devenir de la sociedad.

    Alcanzar el nivel de control que sobre nuestro destino
    gozamos los ciudadanos de Occidente ha sido resultado de factores
    ambientales, luchas entre grupos de poder, entre clases sociales,
    influencias de algunos grandes personajes y de innumerables
    actores anónimos. La misma libertad que gozamos conlleva
    el mutuo reconocimiento de la legítima controversia, de la
    discusión por determinar que caminos seguir que nos lleva
    a una conclusión muy debatida: ser libres, que todos
    seamos libres, limita, en apariencia, las posibilidades absolutas
    de elección individual en pro del acuerdo colectivo hijo
    de la voluntad general.

    Por todo ello el deseo común de ser no deja, no
    puede dejar de constituir la suma de cosmovisiones
    individualidades de la cuales emerge el acuerdo en forma de
    corrientes ideológicas y movimientos sociales de
    pensamiento y acción que a la par influyen y modifican
    esas cosmovisiones individuales coadyuvando a su
    edificación: la libertad se construye cotidianamente o
    sencillamente no existe, por eso es necesario que los ciudadanos
    expresemos la objeción, la dispersión y la
    diferencia de opinión para provocar el movimiento. Si
    permanecen latentes la sociedad se estanca. No es suficiente con
    pensar como ciudadanos, sino que se exige de nosotros que obremos
    como tales. La ciudadanía es actividad y
    participación, ellas generan la dinámica social
    como expresión de la libertad, libertad que al fin
    legitima la objeción, la dispersión y la diferencia
    en búsqueda del cambio social.

    Tal legitimidad debe ser la fuerza que filtre el acuerdo
    tras la discusión, pero, sin participación,
    ¿es posible la discusión? Sin discusión,
    ¿qué legitimidad tendrá el acuerdo? Sin
    participación ciudadana la estructura social que permite
    hoy en día la praxis de la libertad deviene, aunque
    ganada, desperdiciada y al fin destruida. No dilapidemos la
    herencia de nuestros mayores: somos hijos de nuestro pasado, y
    esto nos hace libres en el presente y responsables del legado de
    las generaciones futuras. La coyuntura actual nos debe animar a
    aprovechar esta situación históricamente singular.
    ¿Cuantas generaciones sucumbieron bajo el yugo de la
    opresión sin límite? ¿Cuántos
    vivieron toda su vida sin una sola oportunidad de libre
    elección? ¿Cuántos soñaron con un
    pueblo soberano? ¿Cuántos con poseer la libertad
    que ha nosotros nos deja tantas veces impasibles? Parece que
    olvidamos demasiado pronto el pasado y nos gusta esconder el
    miedo a tomar la iniciativa tras la afirmación de que,
    como siempre ha sido, nada podemos hacer. Hipócritamente
    negamos la libertad para negar la responsabilidad y encontrar una
    inconsistente paz dónde dormir el sueño de la
    indigencia ciudadana.

    No deja de ser cierto que la angustia existencial y la
    desesperación son los azotes de la sociedad capitalista
    que entre todos construimos, pero en ningún lugar ni
    momento de la historia del hombre alguien propuso que vivir en
    libertad sea un paseo triunfal sobre el destino. Jamás.
    Hasta que los liberales inventaron el fin de la Historia sobre el
    que bien podríamos dormir otra siesta de dos mil
    años entre pesadillas de opresión y miseria
    espiritual.

    A veces crece en nosotros la intuición de que el
    hombre desea la libertad por encima de todas las cosas, pero que,
    una vez alcanzada no sabe que hacer con ella, se aburre enseguida
    y la deja olvidada a un lado, como un niño caprichoso que
    al fin, después de mucho insistir, consigue aquel
    vanamente deseado juguete. Pero se trata de sólo de una
    intuición exógena, un lugar común: lo
    cierto, en mi opinión, es que la libertad de la que
    gozamos también sirve a los que no gustan de ella sino
    para sí mismos. Éstos no pierden la oportunidad que
    les brindamos para decirnos que tal libertad, la nuestra, la de
    todos, no vale para nada. La peor enemiga de la libertad
    ciudadana es ella misma, pues nos damos la obligación de
    respetar, escuchar y tener muy en cuenta no sólo a quienes
    disienten dentro de los mismos ámbitos de la democracia
    sino a todos aquellos que no la desean. Por todo ello debemos
    cuidarla con diligencia y no olvidar que el enemigo campa a sus
    anchas, como nosotros, y por que nosotros así lo
    disponemos.

    La dejadez, el miedo a ejercer como ciudadanos
    sólo beneficia a quienes buscan su interés por
    encima de todas las cosas lejos de los valores humanos que
    conforman nuestra conciencia colectiva, conciencia que tardamos
    siglos en componer. ¿Dejaremos que se diluya como si
    ningún valor tuviera? ¿Permaneceremos escondidos
    lamiéndonos las heridas mientras una diminuta
    porción de la sociedad hace su voluntad, se abroga todo
    beneficio y poder y reconstruye la conciencia de las generaciones
    futuras? ¿Cómo será la conciencia de
    nuestros hijos si nosotros, que gozamos del más elevado
    control sobre el destino del que jamás fue soñado,
    obramos como esclavos? Ahora somos libres, ¿no importa la
    libertad si conlleva luchar responsablemente por una sociedad
    justa? ¿Cuántas razones esgrimimos cotidianamente
    para justificar la indolencia e indiferencia individual y
    colectiva? ¿Cuántas veces repetimos "no podemos" y
    realmente enmascaramos un -muchas veces comprensible pero
    jamás aceptable- "no nos atrevemos"?

    La indiferencia no cae en saco roto: un coro de voces se
    levanta desde infinidad de medios de comunicación, desde
    algunos centros políticos, desde ciertas élites
    científicas y seudocientíficas para generar la
    tendencia: repiten insistentemente que nada podemos hacer, que el
    destino es inescrutable, que las cosas son como son, que la
    historia ha llegado a su fin y que el hombre sólo es libre
    de vivir las cadenas que él mismo se ha puesto. (Es
    paradójico: tantas manos invisibles producen un ruido
    atronador.)

    Aseguran que el poder que gozamos nos fue cedido
    voluntariamente por las élites económicas y
    estatales, que nada ha sido ganado por la ciudadanía en
    sus luchas cotidianas, sino que gozamos de una mera
    concesión de los poderosos. Pero es tan ingenuo aceptar
    que nos regalaron el poder como negar que intentan
    arrebatárnoslo de nuevo por todos los medios a su alcance.
    ¿Quién nos quiere convencer de que nada podemos
    hacer ante el destino? ¿De que somos impotentes? ¿A
    quién interesa que la historia se acabe? ¿A
    quién que el destino deje de ser construido por ciudadanos
    libres de decidir su camino? ¿A quién interesa la
    sumisión? ¿Quién busca que nos dejemos de
    preguntar por la naturaleza de las cosas? ¿A quién
    beneficia el desánimo? ¿Quién sonríe
    cuando callamos? ¿Quién cuando permanecemos
    postrados en la inacción? Las únicas cadenas que
    nos pesan son las de la resignación, que no son
    fáciles de romper, más si algunos se empeñan
    en hacerlas más pesadas y cortas, pero ciñendo
    nuestro interior espiritual es cuestión nuestra hacerlas
    añicos, tan pequeños que se confundan con la arena
    de los caminos. Pero es urgente, no tenemos todo el tiempo del
    mundo, la libertad se esfuma en un instante: apretemos las manos
    en torno a las riendas de la sociedad antes de cederlas por dos
    mil años más, antes de que se apague nuestra
    conciencia, antes de que normas ajenas nos impidan respirar y ya
    no seamos responsables, perdida irresponsablemente de nuevo, la
    libertad. El martillo escultor aún lo sostiene nuestra
    mano, por tanto, nuestro es el presente.

    ¿Y qué ocurre en el presente? De esto
    trata este ensayo. Ocurre que una nueva sociedad se construye.
    Algunos la llaman con admiración, quizá con orgullo
    contenido, la sociedad del conocimiento, pero jamás en la
    historia del hombre se impulsó un cambio social de tales
    dimensiones sumergido en tan oscuro océano de
    desinformación y desperdicio de conocimientos. La
    sensación insuflada en la conciencia colectiva desde los
    medios de comunicación de masas es que caminamos hacia un
    mundo más justo sostenido por la inmensidad del saber
    humano. Sobre el saber, nos dicen, edificamos la sociedad del
    siglo XXI, donde el progreso marchando a toda máquina
    sobre vías capitalistas se garantiza a través de la
    producción de cantidades enormes de nuevos y
    revolucionarios conocimientos que activan y reactivan el
    crecimiento de la economía, único camino para
    asegura el bienestar de la humanidad.

    A primera vista parece interesante, desde luego, pero
    tal sociedad del conocimiento impone un precio, demanda e inventa
    una nueva Institución sin la cual, asegura, no es posible
    su desarrollo. La condición sine qua non de la
    rutilante sociedad del saber es que las ideas deben ser propiedad
    privada, que se puede y se debe comercias con ellas, que son la
    mercancía necesaria para los mercados
    emergentes.

    El proceso de legitimación se encuentra en marcha
    y a plena potencia fundamentado en una propuesta central: nos
    aseguran que las ideas deben ser propiedad privada para proteger
    a los autores, científicos y artistas que generan los
    nuevos conocimientos motor de la nueva sociedad; que no hay otro
    camino posible, ni alternativa para recompensar su trabajo, ni
    posible vuelta atrás, ni esperanza de cambio futuro. Tal
    suposición, que no desea admitir contestación
    alguna, se inyecta pausadamente, en dosis muy pequeñas,
    dentro de la conciencia colectiva, ablandándola,
    domándola, sometiéndola al nuevo bocado y espuela
    con la parsimonia propia de un experto domador de caballos.
    Desean que aceptemos la existencia de una propiedad –dicen
    que especial- que niega la libertad de todo hombre de aprender lo
    que se le antoje por el camino que quiera con la sola
    limitación de sus capacidades y su voluntad, que niega la
    libertad del hombre de vivir de acuerdo a cuanto conozca y se
    gane de acuerdo a ello la vida con dignidad, que niega que seamos
    propietarios de nuestra alma desde la propiedad universal de la
    conciencia humana.

    Nos inoculan la sumisión a una propiedad tan
    especial que sólo sirve para que otros se apropien en
    exclusiva de nuestras ideas, pensamientos y sueños. Pero
    quizá sea el momento de efectuarse algunas preguntas:
    ¿La propiedad intelectual es coherente con la naturaleza
    del conocimiento? ¿A quién beneficia principalmente
    que las ideas sean legalmente propiedad privada? ¿Son
    incontestables los argumentos que se esgrimen para justificar tan
    enorme expropiación universal? ¿Qué fuerzas
    se han puesto en movimiento para que aceptemos la patentecomo un
    derecho natural? ¿Cuáles son los planteamientos
    utilitaristas en su defensa? ¿Quiénes son puestos
    al frente, como títeres, para que reciban las
    críticas de la mayor parte de la sociedad que no acepta
    tales pretendidos derechos? ¿Quiénes se esconden
    tras los títeres, sin responsabilidad, pero
    guardándose el título de todos los nuevos haberes
    resultantes de la expropiación? Y por otro lado,
    ¿en qué marco histórico se intenta imponer
    tal Institución? ¿Qué la ha provocado?
    ¿Cuáles son sus consecuencias inmediatas y a largo
    plazo? ¿Qué aceptemos la propiedad privada de las
    ideas conlleva un cambio tan profundo de la sociedad tal y como
    insinúo? En otro orden de cosas: ¿es posible la
    idea de inteligencia colectiva si privatizamos las ideas?
    ¿Planeamos sobre la desintegración final y
    apoteósica de la idea del ser humano como unidad que
    comparte un destino común sobre la Tierra? Si dejamos de
    compartir las ideas, ¿qué nos queda por privatizar?
    Y en el terreno de las relaciones de producción:
    ¿Afecta la propiedad intelectual a las relaciones de
    producción propias del capitalismo? ¿De qué
    forma? ¿La propiedad intelectual supone una fractura entre
    el trabajador tradicional y el nuevo trabajador del conocimiento?
    ¿Y entre el simonita y el capitalista? ¿Qué
    ocurre con la competencia y el libre mercado? Son muchos los
    interrogantes, pero se pueden resumir en dos:
    ¿Quiénes son los simonitas y qué quieren de
    nosotros? Y lo que es aún más importante:
    ¿Por qué razón vamos a dejar que nos
    impongan su dictado? ¿Acaso no existen
    alternativas?

    Es hora de enfrentarse a la propiedad intelectual y a la
    cosmología simonita como productoras de nuevas realidades
    sociales. La llamada sociedad del conocimiento se levanta poco a
    poco generando contradicciones y fracturas sociales desconocidas
    hasta el momento, pero nos encontramos algo despistados y
    buscamos las razones de muchos problemas de esta nueva sociedad
    en cuestiones que son neutras, que no contienen ideología
    ni expresan, en sí, los intereses de grupo alguno, -como
    es el caso de la tecnología de la información-, y
    que de por sí no determinan el ser de la
    sociedad, olvidando que observamos las consecuencias del
    debe ser aplicado a los diferentes instrumentos; debe
    ser
    que por fuerza sí contiene
    ideología.

    Un instrumento, una herramienta cualquiera no puede ser
    valorada moralmente, pero sí se puede valorar moralmente
    la ley que administre su uso. Ingentes trabajos sobre el estado
    de la técnica y la tecnología predisponen nuestro
    análisis hacia un continuismo sobre la tendencia
    común a cuestionar la herramienta y se abandona el camino
    de inquirirnos sobre los aspectos que prescriben su uso.
    Además, tengamos en cuenta que, en algunas ocasiones, y
    muy a pesar del sistema democrático, las leyes no son
    generadas por la voluntad general sino que tal y como argumentaba
    Trásimaco en La República de Platón,
    de facto nos vienen impuestas por los intereses de uno u otro
    grupo de poder. Éste no es el ideal general, ni la norma
    que debamos construir en la realidad democrática
    cotidiana, pero es lo indudablemente cierto en algunos casos
    particulares; por esto, si los resultados del juego no nos
    gustan, en vez de mirar con ademán inquisitorio a las
    herramientas, sería aconsejable analizar las reglas del
    juego, la ideología de las cuales emanan y los grupos de
    interés que las promueven. La sociedad del siglo XXI se
    enfrenta a problemas inéditos porque existen normas
    inéditas, porque se desea, al menos por una parte de la
    sociedad, jugar a nuevos juegos que benefician sólo a esa
    reducida parte de los jugadores.

    En este ensayo me referiré concretamente, como he
    dicho, al juego de la propiedad intelectual. Lejos de asumir la
    perfección de estas normas realizaré una
    crítica de las mismas, pues considero que no se debe
    comprender la sociedad de la información -que se
    estructura bajo estas normas que administran el conocimiento-
    como un hecho inamovible referido a un estado de la
    técnica y la tecnología: vivimos una versión
    de esta sociedad, y, desde luego, la propiedad intelectual no es
    el menor de los factores que entran en su
    conformación.

    La sociedad industrial del XVIII evolucionó en
    los siglos XIX y XX hasta llegar al Estado del Bienestar sin
    arrinconar la tecnología propia de cada siglo, sino
    variando sólo las relaciones de producción, en
    definitiva, variando las normas que rigen tales relaciones. Si
    bien admito que Marx no se equivocaba en su momento -cuando
    afirmaba que las leyes que administran el sistema de
    producción son posteriores a la aparición del mismo
    sistema, siendo las leyes quienes, legitimándolo, prestan
    el acabado final a la bien esculpida realidad social- en el caso
    del nuevo sistema de producción fundamentado en la
    propiedad intelectual esto no es posible, pues la ley es el mismo
    sistema generador.

    Además este sistema deja de constituir
    estrictamente un sistema de producción para serlo
    sólo de generación de beneficios: el papel de la
    producción pasa a segundo término, es un aspecto
    residual que tiende, en el modelo ideal, a valor próximo a
    cero. La fuerza de trabajo deja de ser necesaria para el capital
    y la sociedad sufre una fuerte sacudida, pues la necesidad de
    producir riqueza para obtener beneficio se desvanece de forma
    proporcional a las regalías y tempos otorgados a la
    patente, el copyright y otras formas monopolísticas que
    tienen como objeto el conocimiento humano reificado y
    posteriormente simonizado. Entretejido con el sistema
    capitalista brota el nuevo sistema simonita; nos
    encontramos, por tanto, en una fase de transición hacia la
    nueva economía del conocimiento que cambiará la faz
    de la sociedad.

    Pero la gravedad del asunto no nos debe desanimar, sino
    todo lo contrario; recordando a Aristóteles: "la
    justicia es algo social, es el orden de la sociedad
    cívica"
    por eso podemos aspirar a una sociedad futura
    distinta, más justa, aprovechando las oportunidades que la
    tecnología nos brinda solamente con variar la
    orientación que a su estructura de uso le demos desde la
    norma: para variar el orden de una bastará, en parte, con
    modificar la otra.

    La misma artificialidad del sistema de propiedad
    intelectual es su debilidad y la oportunidad histórica que
    debemos aprovechar para modificar lo que entre todos consideremos
    oportuno: la economía simonita se desarticula con un
    sencillo Decreto de Ley. Por tanto, en este ensayo trataré
    de la rectificación a la que aconsejo someter los Derechos
    de Autor para alcanzar una sociedad más justa; justicia a
    la cual jamás debemos renunciar porque,
    "¿cabría mayor absurdo que pensar que los seres
    inteligentes fuesen producto de una ciega
    fatalidad?"

    Partes: 1, 2, 3, 4, 5

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