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La ley y el sábado de Jehová (página 3)




Enviado por Giovanni Giovanni



Partes: 1, 2, 3

29. El tema principal del adventismo es el de guardar
la ley,
especialmente la ley del sábado. Ahora, en el Nuevo
Testamento encontramos que cincuenta veces se hace mención
de predicar el Evangelio, diecisiete veces de predicar la
Palabra, veintitrés veces de predicar a Cristo y ocho
veces de predicar el reino. Ni una vez se habla de predicar la
ley o el sábado. ¿Cómo lo
explican?

Pablo se propuso saber de Jesucristo crucificado (1 Cor.
2:2). Sin embargo, cualquiera puede ver que él no
sólo habla de Cristo en sus cartas. Él
trata diversos temas de sumo interés,
como la
administración de la iglesia, las
profecías, el avance de la obra misionera, la
persecución, las obras de asistencia social, la salud, y otros. En rigor, en
todos los temas que tocaron los apóstoles, reluce el
nombre de Cristo como "la esperanza de gloria" (Col. 1:27). Como
puede leerse en cualquiera carta del NT,
ningún tema que Dios ha revelado fue menospreciado como
tema secundario. Precisamente el pecado, o transgresión de
la ley, representó una constante preocupación entre
los cristianos del primer siglo. La razón de esto es
obvia: no puede alcanzarse la salvación si hay
pecado.

En cada caso, Pablo se esmeró por enderezar lo
que él veía torcido en relación con la
verdad. Corrigió falsas doctrinas, amonestó contra
el pecado y elevó los corazones hacia la patria celestial,
mostrando que es Cristo el medio para alcanzar la vida eterna
(Fil. 3:14).

Puesto que el sábado semanal no representó
un problema doctrinal en la comunidad
cristiana, no hay correcciones que hacer en ese sentido. Al
contrario, vemos en los evangelios y en el libro de los
Hechos que los cristianos observaban el séptimo día
conforme al mandamiento. Hoy en día, en cambio, la ley
divina es objeto de ataques al igual que en el pasado, pero esta
vez se hace hincapié en violar el cuarto mandamiento.
Puesto que no puede haber salvación en desobediencia, el
tema del sábado se ha convertido en un punto
álgido. Unos citan los mandamientos como regla a seguir;
otros cuestionan la observancia de los mandamientos. ¿A
quién debemos creer? La Biblia establece: "Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos
5:29).

¿Acaso es ajeno a la palabra de Dios, o al
evangelio eterno, o al reino de Dios enseñar a obedecer su
ley? Al contrario, el evangelio eterno predica: "Temed a Dios y
dadle gloria, porque la hora del juicio ha llegado, y adorad a
aquel que hizo el cielo y la tierra, el
mar y las fuentes de las
aguas" (Apoc. 14:7). Y el mandamiento del sábado explica:
"Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la
tierra, el
mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el
séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el
día de reposo y lo santificó".

Sí, el evangelio eterno está
íntimamente ligado a la obediencia a Dios. De hecho, Pablo
asegura que la ley es buena y sirve como testimonio contra los
transgresores y desobedientes (1 Tim. 1:9-11). Obsérvese
cómo Pablo presenta la ley como parte fundamental del
"glorioso evangelio del Dios bienaventurado, que a mí me
ha sido encomendado" (vers. 11). Y aunque en este pasaje no se
mencionan ni la idolatría ni la observancia del
sábado, está claro que Pablo no los excluye del
concepto de
obediencia.

Efesios 5:1-11 enseña claramente que los
cristianos no pueden ser hijos de luz en
desobediencia. Pretender que el evangelio eterno implica no
acatar la obediencia a Dios, es blasfemia. Para Santiago,
pretender tener fe y no respaldar esa fe con obras, es no tener
fe. "Está muerta", pues quien tiene fe, debe actuar en
consecuencia (Sant. 2:20-26). No basta creer (Sant.
2:19).

La pregunta Nº 29 sugiere que basta con predicar a
Cristo y nada más. Pero Cristo dice: "No todo el que me
dice: «¡Señor, Señor!»,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mat. 7:21).
Y David nos dice: "Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad;
tu ley la llevo dentro de mí" (Sal. 40:8, NVI).

Pablo establece una gran diferencia entre los hombres
pecadores y los cristianos convertidos:

 Él os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, en los cuales anduvisteis en otro
tiempo,
siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el
espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia. Entre ellos vivíamos
también todos nosotros en otro tiempo, andando en los
deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de
los pensamientos; y éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es
rico en misericordia, por su gran amor con que
nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos
dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Juntamente con él nos resucitó, y asimismo
nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús, para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros
en Cristo Jesús (Ef. 2:1-7).

 A los filipenses les indica: "Por tanto, amados
míos, como siempre habéis obedecido, no solamente
cuando estoy presente, sino mucho más ahora que estoy
ausente, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,
porque Dios es el que en vosotros produce así el querer
como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12, 13). Y a Tito
le resume en qué consiste el evangelio: "Él se dio
a sí mismo por nosotros para redimirnos de
toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso
de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda
autoridad.
Nadie te menosprecie" (Tito 2:14, 15).

Juan también enseña que "todo aquel que es
nacido de Dios, no practica el pecado" (1 Juan 3:7-10).
Sí, el evangelio permitió sacar a los hombres de la
desobediencia, habiendo hecho Dios provisión para rescatar
al hombre
perdido. Que alguien diga que el evangelio no implica la
obediencia a la ley de Dios no es extraño, si se toma en
cuenta que la Biblia profetizó que tal clase de
cristianos existirían en los últimos
tiempos:

También debes saber que en los últimos
días vendrán tiempos peligrosos. Habrá
hombres amadores de sí mismos, avaros, vanidosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,
sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores,
impetuosos, engreídos, amadores de los deleites
más que de Dios, que tendrán apariencia de
piedad, pero negarán la eficacia de
ella. A esos, evítalos (2 Tim. 3:1-5).

De manera que el argumento de que la obediencia es un
tema secundario, luce como una nueva treta para disminuir la
necesidad de observar la ley de Dios. Pero se engañan
ellos, y engañan a los que enseñan, al pensar que
podrán entrar en el reino de Dios con sólo llamar a
Cristo su "Salvador", omitiendo la responsabilidad que él les pone como
hombres redimidos. En realidad, pretender que el cristiano
está libre de pecar porque Cristo lo perdonó es
blasfemia, y es tomar la sangre de Cristo
por inmunda.

 Si pecamos voluntariamente después de
haber recibido el
conocimiento de la verdad, ya no queda más
sacrificio por los pecados, sino una horrenda
expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de
devorar a los adversarios. El que viola la Ley de
Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos
muere irremisiblemente. ¿Cuánto
mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee
al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la
cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: "Mía es la venganza, yo
daré el pago" –dice el Señor–. Y otra
vez: "El Señor juzgará a su pueblo".
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Heb.
10:26-31).

 Como se ve, el tema de la obediencia es de
trascendental importancia para el cristiano, a pesar de que los
enemigos de la ley de Dios intenten
disminuirlo.  

30. En el Nuevo Testamento se encuentra la palabra
sábado unas sesenta veces. [El escrito se basa en
la traducción Reina-Valera de 1909, la que se
emplea corrientemente en las congregaciones adventistas]. Ustedes
admiten que en todos los casos menos uno se hace referencia al
día sábado. Sin embargo, en este solo caso,
Colosenses 2:16, donde la palabra es la misma en los textos en
griego, quieren hacernos entender que tiene otro sentido.
¿Por qué? ¿No será que los
versículos 2:16,17 echan por tierra sus argumentos en
cuanto a que los cristianos deben guardar la ley?

Nuevamente se contradicen nuestros interpeladores al
decir ahora que hay un solo significado para "sábado",
cuando en la primera pregunta de este cuestionario
de hecho declaran que hay varios sábados, incluyendo los
años sabáticos mencionados en Levítico
25:1-22, y por eso quieren que los adventistas guarden esos otros
"sábados". Puesto que, tal como ellos mismos confiesan, no
sólo era "sábado" el séptimo día de
la semana, sino también otros días del año,
según Levítico 23, y hasta años completos,
el significado de la palabra "sábado" en un texto
habrá de entenderse según el contexto.

Nótese que Pablo recomienda que "nadie os juzgue
en comida o en bebida…", como queriendo decir que el cristiano
puede comer y beber cualquier cosa, y ése es el sentido
que generalmente les da la cristiandad a estas palabras. Sin
embargo, en Hechos 15:19, 20 se prohíbe a los cristianos
comer sangre y animales
ahogados. ¿Debe o no debe un cristiano apartarse de sangre
y de ahogado, a pesar de lo que dice Colosenses 2? Si debe,
entonces lo que Pablo escribe a los colosenses ha de tener un
significado diferente del de un consejo alimentario, o de lo
contrario estaríamos ante una insalvable
contradicción.

La clave para entender el asunto está en las
palabras que siguen: "…o en cuanto a días de fiesta,
luna nueva o sábados. Todo esto es sombra de lo que ha
de venir; pero el cuerpo es de Cristo
" (Col. 2:16, 17).
¿Qué comidas y bebidas estaban relacionadas con el
sacrifico de Cristo? En el AT se prescribe el consumo de
ciertos alimentos durante
las fiestas anuales, en tanto prohíben otros (Éx.
12:8, 9; Lev. 23:6, 13-15). Estas fiestas estaban ligadas a
sacrificios que prefiguraban la muerte de
Cristo y, por tanto, eran "sombra de los bienes
venideros" (Heb. 10:1), y son esas comidas y bebidas las que
refiere Pablo. Habiendo muerto Cristo –nuestro pan de vida
(Juan 6:51) y nuestra Pascua (1 Cor. 5:7)–, todo rito de
comidas relacionado con la salvación queda inutilizado.
Por eso es que Pablo vuelve a describir aquel ceremonial como
"símbolo para el tiempo presente, según el cual se
presentan ofrendas y
sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al
que practica ese culto, ya que consiste solo de comidas y
bebidas, de diversas purificaciones y ordenanzas acerca de la
carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas
" (Heb.
9:9, 10).

En Colosenses 2:20, 21 queda aclarado que, además
de las indicaciones rituales establecidas por la ley, los
judaizantes de Colosas habían agregado otras restricciones
a las fiestas. "No tomes en tus manos, no pruebes, no toques"
(NVI).

Como hemos visto, sí hay cosas que los cristianos
no deben comer (Hec. 15:20). Por esta razón, en Colosenses
2:16 Pablo no se está refriendo a lo que Dios ha indicado
al respecto, sino a "mandamientos y doctrinas de hombres" (Col.
2:22) que los judíos
habían inventado.

¿Cuáles son, entonces, los
"sábados" referidos en Col 2:16? Al igual que ocurre con
las "comidas" y las "bebidas", los "sábados" aquí
mencionados son precisamente aquellos que se introdujeron como
ritos que prefiguraban la inmolación de Cristo. Estos
reposos coincidían con la Pascua, la fiesta de los panes
sin levadura, la fiesta de las Semanas, la fiesta de las
Trompetas, el Día de la Expiación y la fiesta de
los Tabernáculos. Como puede apreciarse de la lectura de
Levítico 23, estos sábados no coincidían con
el séptimo día de la semana, sino con "el primer
día" (vers. 7, 24, 35,39) u "octavo día" (vers. 36,
39), y hasta con el "décimo día" (vers. 27). De
modo que son estos los "sábados" aludidos como sombras de
Cristo, y no el séptimo día, que es memorial de la
Creación (Éx. 20:8-11).

Como el sábado semanal fue instituido en el
Edén, no es una sombra del sacrifico de Jesús. Por
tanto, Colosenses 2:16 no desvirtúa el cuarto mandamiento,
ni las restricciones en cuanto a alimentación.

Thomas Watson, teólogo y comentarista anglicano,
publicó hacia 1692 una obra intitulada A Body of
Practical Divinity
, en la que incluye una esmerada
apología del decálogo. En esta obra explica que "el
mandamiento de guardar el Sábado no fue abrogado con la
ley ceremonial, pues es puramente moral, y la observancia
de éste debe continuar hasta el fin del
mundo
".

Matthew Henry nos aclara a qué ley se refiere
Pablo en Colosenses 2:16:

Debe entenderse la ley ceremonial, el manuscrito de
ordenanzas
, las instituciones o la ley de mandamientos
referida a ordenanzas
(Ef. 2:15), que fue un yugo para los
Judíos y un muro de división para los Gentiles. El
Señor Jesús la quitó, clavándolo
en la cruz
; es decir, anuló su obligación,
para que todos pudieran ver y estar satisfechos de que ya no
era obligatoria. Cuando la sustancia vino, las sombras se
fueron. Fue abolida (2 Co 3.13), y lo que decae y se envejece
está listo para desaparecer, Heb 8:13).

Charles Hodge, tras analizar pasajes como Rom. 14:5 y
Col. 2:16, responde a los que se oponen a la vigencia del
sábado: "Estos [pasajes] no se refieren al
Sábado semanal
, que fue observado desde la
creación, y que los Apóstoles mismos introdujeron y
perpetuaron en la Iglesia Cristiana". Así que fue la
doctrina protestante la que enseñó que el
sábado semanal no quedaba abrogado por las cartas de
Pablo.  

31. ¿Saben ustedes que en Gálatas
3:23-25 se dice que la ley fue nuestro ayo [mentor] para
llevarnos a Cristo, pero que, venida la fe, ya no estamos bajo
ayo? Por tanto, ya no estamos bajo la ley.

¿Qué significa estar bajo la ley?
¿Se referirá la frase "los que están bajo la
ley" a los que guardan los mandamientos de Dios? Si fuera
así, todos los santos estarían perdidos, porque son
precisamente los santos los que guardan los mandamientos de Dios
(Apoc. 12:17). Como puede verse, "estar bajo la ley" y "guardar
los mandamientos" son dos cosas distintas. Afortunadamente, Pablo
ilustra lo que significa "estar bajo la ley" en Romanos 7 con la
alegoría de la mujer casada.
Él explica:

 ¿Acaso ignoráis, hermanos (hablo
con los que conocen de leyes), que la
ley se enseñorea del hombre entre tanto que este vive?
La mujer casada
está sujeta por la ley al marido mientras este vive;
pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la
unía a su marido. Así que, si en vida del marido
se une a otro hombre, será llamada adúltera; pero
si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si
se une a otro marido, no será adúltera (Rom.
7:1-3).

Según esta alegoría, una mujer casada vive
comprometida con su marido en tanto éste viva. Si su
esposo muere, la mujer queda libre de las obligaciones
que tenía como esposa. Obsérvese que lo que queda
destruido con la muerte del
esposo es el matrimonio y
no la ley. La mujer queda "libre de la ley", en el sentido
de que ninguna responsabilidad tiene ya como si aún
estuviese casada, pero eso no significa que la ley haya quedado
destruida, pues la ley sigue vigente y así, si ella decide
casarse de nuevo, la ley seguirá rigiendo su nueva
unión
.

De la misma manera el ser humano, habiendo pecado,
tenía una deuda con la ley. Debía morir (Rom.
5:12). Sin embargo, Cristo se ofreció para morir por
nosotros saldando así nuestra deuda como pecadores (Heb.
9:23). Una vez que se lleva a efecto su muerte vicaria, la
demanda de la
ley queda satisfecha como si nosotros hubiésemos muerto, y
Dios nos otorga la vida eterna (Rom. 6:23). Pablo lo explica
así: 

Así también vosotros, hermanos
míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo
de Cristo, para que seáis de otro, del que
resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos
fruto para Dios. Mientras vivíamos en la carne, las
pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, obraban en
nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora
estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella a la
que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el
régimen nuevo del Espíritu y no bajo el
régimen viejo de la letra (Rom. 7:3-5).

 El hombre
queda libre de la ley porque su deuda fue saldada por la sangre
de Cristo, y no porque la ley haya sido anulada. Puesto que
Cristo pagó nuestra deuda, el cristiano no está
bajo condenación sino bajo la gracia.

Si Cristo hubiera eliminado la ley, nadie podría
hoy ser inculpado de pecado, pues "donde no hay Ley, no se
inculpa de pecado" (Rom. 5:13). Y si nadie fuera pecador,
entonces no se necesitaría un Salvador. Así, el
antinominanismo rebaja a Cristo de su posición de Salvador
de los hombres (1 Tim. 1:15).

Por el contrario, el hecho de que haya pecadores, y de
que haya Salvador, es la mejor evidencia de que la ley divina
sigue vigente. En la doctrina de Pablo el perdón obtenido
por la gracia divina no autoriza al hombre a pecar.
Obsérvese cómo lo explica Pablo:

 ¿Qué, pues, diremos?
¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?
¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al
pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su
muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo
resucitó de los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en vida nueva. Si
fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su
muerte, así también lo seremos en la de su
resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre
fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo
del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más
al pecado (Rom. 6:1-6).

 Así, el hombre arrepentido y nacido de
nuevo es perdonado porque Cristo pagó su pecado, pero esto
no lo autoriza a seguir practicando el pecado, como si la gracia
de Dios fuera susceptible de abuso (1 Juan 3:8, 9). En otras
palabras, para Pablo el hombre perdonado ha de vivir de acuerdo
con la voluntad divina, y no en contra de ella.

 Así también vosotros consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro
cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus
apetitos; ni tampoco presentéis vuestros miembros al
pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros
mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia. El
pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no
estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia.
¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos
bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!
(Rom. 6:12-15).

De manera que no hay excusa para quien, habiendo sido
objeto de la gracia divina, pretenda no tener que obedecer la ley
de Dios pues, al desobedecer, pierde esa posición de
gracia.

Vayamos ahora a Gálatas 3:23, 24. Dice que la ley
fue nuestro guía para llevarnos a Cristo, pero que una vez
que ha venido Cristo, ya no estamos bajo el guía.
¿A cuál ley se refiere? Indudablemente a la que
viene mencionando: la ley que fue "añadida" (vers. 19). Es
decir, a la ley ceremonial.

¿De qué manera la ley ceremonial nos
llevó a Cristo? Al presentar un sistema ritual de
sacrificios, la ley ceremonial esbozó durante siglos una
lección sobre la futura obra expiatoria del Mesías.
En este sentido, todo pecado cometido ameritaba un sacrificio
vicario, que simbolizaba a Cristo (Heb. 9:13, 14). Tal como lo
expone Adam Clarke: "Así la ley no nos enseña el
conocimiento
vivo y salvador; sino que, por sus ritos y ceremonias, y
especialmente por sus sacrificios, nos dirigió a Cristo,
para que pudriéramos ser justificados por fe". Y como lo
describe también Matthew Henry: "…les
imponía una variedad de sacrificios, etc., los
cuales, aunque ni podían quitarles los pecados, eran
típicos de Cristo, y del gran sacrificio que él iba
a ofrecer para su expiación, así los dirigía
(aunque en una manera más oscura) a él como su
único consuelo y refugio. Y así fue su
ayo…".

Pero, una vez venido Cristo, cesan los ritos y las
ceremonias que lo prefiguraban. Así que, si un cristiano
persistía en practicar tales ritos, estaba negando a
Cristo. Esto es lo que denuncia Pablo a los gálatas: "Y
otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que
está obligado a cumplir toda la Ley. De Cristo os
desligasteis, los que por la Ley os justificáis; de la
gracia habéis caído" (Gál. 5:3,
4).

En otras palabras, quien estuviera observando la ley
ceremonial para obtener por sus propios medios el
perdón de sus pecados, estaba negando al Salvador. Y sin
Salvador, no hay salvación. Nótese que es la ley
ceremonial, la de los ritos y sacrificios, lo que Pablo
cuestiona. Pablo no se refiere allí a los Diez
Mandamientos. Es la ley ceremonial la que, prescribiendo la
circuncisión, las fiestas anuales, las comidas y bebidas
especiales, nos llevó a Cristo como Salvador. A él
apuntaban todos los ritos, todos los sacrificios y todo el
sistema sacerdotal israelita. Si nuestro guía nos
había llevado hasta nuestro Maestro, ¿cómo
íbamos a pretender ignorar al Maestro para quedarnos con
el guía?

Muy al contrario, Pablo ratifica a los gálatas la
vigencia de la ley moral, cuando
les dice: "porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad
que también no os destruyáis unos a otros"
(Gál. 5:14, 15). Así Pablo, al citar la ley que se
resume en el amor, es
decir, los Diez Mandamientos (Rom. 13:9), los está
validando para los cristianos, y por eso los exhorta a
cumplirla.  

32. Hay una advertencia en el Nuevo Testamento contra
el pecado mencionado en cada uno de los diez mandamientos, menos
el cuarto. En cambio, no se hace mención en todo el Nuevo
Testamento del deber de guardar el sábado. Fíjense,
por favor, en las citas de las Sagradas Escrituras que
presentamos a continuación, citando en cada caso el
capítulo de Éxodo con su pasaje correspondiente en
el Nuevo Testamento: 20:3 No tener dioses ajenos; Hechos 14:15.
20:4,5 No hacerse imágenes;
1 Juan 5:21. 20:7 No tomar el nombre de Dios en vano; Santiago
5:12. 20:8 Guardar el sábado; ¡No hay! 20:12 Honrar
a los padres; Efesios 6:1,2. 20:13 No matar; Romanos 13:9. 20:14
No adulterar; Romanos 13:9, 1 Corintios 6:9. 20:15 No hurtar;
Romanos 13:9, Efesios 4:28. 20:16 No mentir; Colosenses 3:9.
20:17 No codiciar; Efesios 5:3. Ahora, si es pecado no guardar el
sábado de los judíos, ¿cómo es
posible que no se advierta de ello en todo el Nuevo Testamento,
especialmente cuando figuran en el Nuevo Testamento los otros
mandamientos de la lista de diez?

De nuevo vuelven a enredarse nuestros interpeladores con
sus propias contradicciones, porque habiendo insistido antes en
que la ley estaba abolida y clavada en la cruz, ahora salen con
que en realidad la ley sigue vigente, exceptuando el
sábado, porque no se le menciona como a los otros. Tal vez
si se estudiara la doctrina bíblica con el verdadero deseo
de aprenderla tal y como aparece escrita se habrían
evitado más de una de las incongruencias en que
aquí han caído. Por ahora, sus muchas y muy
variadas excusas para no guardar el sábado sólo
revelan el interés de su parte por no someter su voluntad
a la voluntad de Dios. Su claro objetivo,
pues, es no obedecer el mandamiento del sábado, a como
dé lugar y cueste lo que cueste, aunque para ello tengan
que torcer las Escrituras y reinventar la historia, sin importar que
ellos mismos se vean enredados en sus propias trampas.

Tras habernos insistido varias veces que los Diez
Mandamientos estaban abolidos, cosa que la Biblia no dice, ahora
dicen que en realidad sí están vigentes con
excepción del cuarto. Obsérvese cómo lo
aseguran en la pregunta Nº 17 de este cuestionario: El
apóstol Pablo describe la ley como un ministerio de muerte
en letras grabadas en piedra. (2 Corintios 3:1-18 Éxodo
20:1-17;31:18; 32:15,16;34:1-28). Nos dice que había de
perecer.(2 Corintios 3:7-11). ¿Puede el adventismo
decirnos quién la hizo volver?

Creo que les toca a ellos responder esa pregunta, porque
si la ley fue clavada en la cruz, ¿cómo es que en
el Nuevo Testamento se nos advierte obedecerla?
¿Quién hizo volver la ley que ellos habían
asegurado que pereció? Porque si pereció,
¿cómo es que ahora hay que cumplirla? Peor
aún, ¿cómo es que de estos Diez
Mandamientos, nueve resucitaron y uno quedó muerto? Al
contrario, el hecho de que se haya descubierto que estos
mandamientos siguen vigentes, quiere decir que no fueron
abolidos
, y que todo fue una argucia de nuestros refractarios
para invalidar el sábado.

¿Pretenden que Dios clavó los Diez
Mandamientos en la cruz, sólo para después
desclavar nueve de ellos, y dejar clavado sólo el
sábado? ¿Acaso hay una parte en los Diez
Mandamientos que era pasajera y otra que es permanente? Pero si
una parte es permanente, ¿cómo es que fue clavada
en la cruz? Cuando vemos que los Diez Mandamientos son citados en
el NT, sólo puede concluirse que están vigentes, y
en consecuencia, Dios no pudo clavarlos en la cruz.
Además, si Dios clavó los Diez Mandamientos en la
cruz, ¿cómo es que nueve siguen
vigentes?

Cuando los discípulos fueron acusados de violar
el sábado, ¿no hubiera sido momento ideal para que
Jesús enseñara que el sábado habría
de perecer, tal como lo dijo acerca del templo, y acerca de
Jerusalén, o que al menos lo sugiriera? (Mat. 24:1,2; Luc.
19:44). Pero, al contrario, él ratificó que nada se
eliminaría de los mandamientos (Mat. 5:17-19).

Juan Calvino explica con respecto al sábado que
"no hay otro mandamiento de observancia que el Todopoderoso
imponga más estrictamente". Es por esta imposición
continua y reiterada que Adam Clarke considera que no hay ninguna
necesidad de que en el Nuevo Testamento se repita la orden de
guardar el sábado:

Como este mandamiento no ha sido particularmente
mencionado en el Nuevo Testamento como un precepto moral que
atañe a todos, algunos han inferido presuntuosamente que
no hay Sábado bajo la dispensación Cristiana. La
verdad es que el Sábado es considerado un tipo: todos
los tipos son de pleno cumplimiento hasta que la cosa
significada los reemplace; pero la cosa significada por el
Sábado es aquel reposo en gloria que queda para el
pueblo de Dios, por lo tanto la obligación moral del
Sábado debe continuar hasta que el tiempo sea absorbido
por la eternidad
.

Para ser precisos, un mandamiento divino está
vigente desde el momento en que se promulga, y no se necesita
ninguna reedición, y no hay que suponer que, porque no se
repita la orden, haya quedado invalidado.

En esto coincide Charles Hodge, quien apunta:

Una objeción se saca de la ausencia de una
orden expresa. No se necesitaba tal orden. El Nuevo
Testamento no tiene decálogo. Ese código, habiendo sido anunciado una vez,
y nunca repetido, permanece en su fuerza. No
hallamos palabras como "No tendrás otros dioses delante
de mí", o "No te harás imagen". Pablo
dice, "Yo no conocería la codicia si la ley no dijera:
No codiciarás" (Rom. 7:7.) la ley que dice "No
codiciarás" es el decálogo. Pablo no está
repromulgando el mandamiento, él simplemente toma por
hecho que el decálogo es ahora y siempre la ley de
Dios.

Por otro lado, Santiago vuelve a citar los Diez
Mandamientos y señala que, si uno los guarda todos pero
ofende en un solo punto, se hace culpable de todos (Sant.
2:10-12). Aunque Santiago no cita todos los Diez Mandamientos,
está claro que, al citar dos de ellos no hace sino
validarlos todos.

Por eso ellos no pueden, a pesar de que citan nueve de
los diez mandamientos, probar que el cuarto haya sido
abolido. 

 33. El sábado es parte de la ley; 
por lo tanto, ponerse bajo el sábado es ponerse bajo la
ley.  Pero Gálatas 3:10 dice que todos los que
dependen de las obras de la ley están bajo
maldición. ¿Cómo puede uno desearse tanto la
maldición de Dios?

Se equivoca quien crea que estar "bajo la ley" significa
obedecer los mandamientos de Dios. A nuestros interrogadores les
conviene entenderlo así para interpretar que, al no estar
bajo la ley, no hay que obedecerla.

Sin embargo, tanto Gálatas como el resto de la
Biblia muestran que no es la ley el problema, sino el pecado, es
decir, la transgresión de esa ley. Gálatas 3:13
dice que "Cristo nos redimió de la maldición de la
ley", es decir, nos rescató de la pena que nos
correspondía como pecadores. ¿Cuál es el
papel de la ley en el plan de
salvación? La ley sirve para mostrar al pecador su
condición pecaminosa (Rom. 3:20; 7:7). Santiago compara la
ley como un espejo donde el hombre puede ver su inmundicia
espiritual (Sant. 1:23-25). Ernest Reisinger, otro respetado
teólogo bautista, explica al respecto:

Los mandamientos se vuelven como un espejo por el que
podemos ver las manchas de suciedad en nuestro rostro, pero no
nos lavamos la cara con el espejo. Asimismo, los mandamientos
no nos hacen limpios; nos muestran que necesitamos limpiarnos y
nos urgen a buscar la limpieza. Nuestro Salvador es el
único que puede cambiarnos.

Albert Barnes explica la función de
la ley moral así:

La ley moral –la ley de Dios– muestra a los
hombres el pecado y el peligro, y así los lleva al
Salvador. Los condena, y así los prepara para dar la
bienvenida a la oferta de
perdón por medio del Redentor. Todavía
hace esto. Toda la economía de los
Judíos fue diseñada para hacer esto; y bajo la
predicación del evangelio esto todavía se hace.
Los hombres ven que están condenados; son convencidos
por la ley de que no pueden salvarse a sí mismos, y
así son llevados al Redentor. El efecto del evangelio
predicado es mostrar a los hombres sus pecados, y así
estar preparados para abrazar la oferta de perdón. De
allí la importancia de predicar la ley
todavía.

Pablo explica que, como el hombre es pecador, la ley lo
acusó de pecado y lo condenó a muerte: "porque el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me
engañó, y por él me mató" (Rom.
7:8-11). Es el pecado el que mata, no la ley. Pero la ley sirve
para señalar el pecado. Esto puso al hombre en un
callejón sin salida, pues siendo pecador, debía
morir para siempre. Pero Dios, en su infinito amor por el ser
humano, proveyó la salida para otorgarle al hombre vida
eterna, "porque la paga del pecado es muerte, mas la
dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús
Señor nuestro" (Rom. 6:23).

Este es un cuadro muy diferente del que nos presentan
los autores del cuestionario. Dicen ellos que Dios eliminó
su ley y todo resuelto. Pero si así fuera,
¿cómo es que hoy sigue habiendo pecados, es decir,
"transgresiones de la ley"? Dicen que desear obedecer los
mandamientos es estar bajo maldición, pero, al contrario,
la Biblia dice que "son malditos cuantos se desvían de tus
mandamientos" (Sal 119:21).  

34. Dice Gálatas 5:4 que "vacíos son de
Cristo" los que vuelven a ponerse bajo la ley después de
ser salvos por gracia, y que ellos "han caído de la
gracia."

La cita que se ofrece en este ítem en realidad no
tiene nada que ver con el tema que nos ocupa. Pablo no
está refiriéndose allí a la observancia de
los Diez Mandamientos, sino a las leyes ceremoniales. Él
dice muy claro: "Ciertamente, yo, Pablo os digo que si os
circuncidáis
, de nada os aprovechará Cristo. Y
otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que
está obligado a cumplir toda la Ley. De Cristo os
desligasteis, los que por la Ley os justificáis; de la
gracia habéis caído" (Gál.
5:2-4).

Como puede verse, el problema no era que los
Gálatas querían guardar los Diez Mandamientos, sino
que querían practicar la ley ceremonial como medio para
alcanzar la salvación (vers. 2). Si Cristo ya había
hecho propiciación por el pecado, ¿qué
sentido tenía guardar la ley ceremonial para el
perdón de las transgresiones? Además de la
circuncisión, los gálatas estaban guardando las
fiestas anuales. Pablo les reprocha duramente: "Guardáis
los días, los meses, los tiempos y los años. Temo
que mi trabajo en
vuestro medio haya sido en vano" (Gál. 4:10, 11). En otras
palabras, el problema era que habían vuelto a los ritos
que simbolizaban a Cristo, como si el sacrificio de Cristo fuese
insuficiente para cubrir todos nuestros pecados. Pablo los
exhorta: "Vosotros, hermanos, a libertad
fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad
como ocasión para la carne
, sino servíos por
amor los unos a los otros, porque toda la Ley en esta sola
palabra se cumple: «Amarás a tu prójimo como
a ti mismo». Pero si os mordéis y os coméis
unos a otros, mirad que también no os destruyáis
unos a otros" (Gál. 5:13-18). Así, Pablo reivindica
a los gálatas el valor de la
ley. Nótese que se trata de la misma ley que en Romanos 13
él resume en "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo", es decir, los Diez Mandamientos.

Los antinomianistas pretenden que la ley fue eliminada
por el evangelio, pero J. L. Berkhof los corrige:

Es igualmente contrario a la Escritura
decir que no hay ley en el Nuevo Testamento, o que la ley no se
aplica en la dispensación del Nuevo Testamento.
Jesús enseñó la vigencia de la ley, Mat.
5:17-19. Pablo dice que Dios proveyó que los
requerimientos de la ley se cumplieran en nuestras vidas, Rom.
8:4, y sostuvo que sus lectores eran responsables por la guarda
de la ley, Rom. 13:9. Santiago asegura a sus lectores que aquel
que ha transgredido un solo punto de la ley –y
aquí menciona él algunos de ellos–, es un
transgresor de la ley, Sgo. 2:8-11. Y Juan define el pecado
como "ilegitimidad", y dice que en esto consiste el amor de
Dios, en que guardemos sus mandamientos, I Juan 3:4;
5:3.

¿Es ésta acaso una declaración
herética de Berkhof? ¿No está esa enseñanza más bien de acuerdo con el
evangelio de Cristo, y goza del apoyo de la alta crítica
de orden protestante? ¿No dijo Berkhof que su
Teología Sistemática gozaba de la
"aceptación del público", del "testimonio favorable
de los críticos" y que era el texto de teología en
"muchos seminarios teológicos y escuelas bíblicas",
no solo en los Estados Unidos,
sino en el extranjero? Si, pues, lo que enseña Berkhof
está de acuerdo con la fe protestante ortodoxa,
¿cómo es que el adventismo es denigrado y
reprochado por enseñar lo mismo acerca de la
ley?

La fe adventista del séptimo día
jamás ha enseñado que la justificación se
obtiene por obras, ni que la salvación depende de la ley.
Pero sí enseña, de acuerdo con lo que demuestra la
Escritura, que la gracia no nos autoriza a desobedecer la ley y
que, al contrario, quienes renieguen su responsabilidad ante la
ley son "convictos por la Ley como transgresores" (Sant. 2:9).
Que esta advertencia a la humanidad es responsabilidad del pueblo
de Dios, se desprende por las palabras de Pablo, quien
enseña que los que se oponen a la ley se oponen a la "sana
doctrina", y que la ley es parte del "glorioso evangelio del Dios
bienaventurado, que a mí me ha sido encomendado" (1 Tim.
1:8-11).

W. F. Grant combate la idea de que la gracia sea
contraria a la ley de Dios:

Está claro que la redención, al traer el
alma a Dios,
ponga su trono dentro de ella, y la obediencia es la
única libertad
. Está claro también,
que hay una "justicia de la ley" que la ley misma no da
poder para
cumplir, pero que "es cumplida en nosotros que andamos no
según la carne, sino según el espíritu"
(Rom. 8:4). Lo que es simplemente dispensacional es pasajero,
pero no aquello que es la expresión del carácter de Dios y requerido por
él. Nada de eso puede ser pasajero.

Al contrario, son los antinomianistas quienes, al negar
la ley, rechazan la gracia de Cristo. ¿De qué
manera? Porque nadie se sabría pecador si no hubiera ley
(Rom. 3:31; 7:7), y la ley "intervino para que aumentara la
transgresión. Pero allí donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia" (Rom. 5:20, NVI). En otras
palabras, la ley señala el camino de la gracia, al mostrar
al hombre que es transgresor y por lo tanto no puede salvarse a
sí mismo. La ley le muestra al hombre su pecaminosidad
(Rom. 3:20), y la necesidad que tiene de un Salvador. En
consecuencia, no hay gracia si no hay pecado, y no hay pecado si
no hay ley. Negar la ley, es negar la trasgresión, y es
negar la gracia.

 

35. Se nos enseña en Romanos 7:4 que el
creyente en Cristo está muerto a la ley, pero la teoría
adventista representa a sus creyentes como del todo vivos a la
ley. He ahí una grave contradicción con la Palabra
de Dios
.

¿Qué significa estar muerto a la ley?
Pablo lo expone de manera clara. Indudablemente, todos los
hombres pecaron, pues violaron la ley de Dios. Si la ley de Dios
no estuviera vigente, no habría hoy pecadores, no habiendo
ninguna ley que transgredir. Pero Dios hizo provisión por
el pecado, por medio de la sangre de su Hijo. Puesto que yo,
pecador, acepto a Jesús como Salvador, la pena de muerte
que la ley imponía sobre mí es quitada,
habiéndola llevado Cristo en la cruz. Al morir él
en mi lugar, la paga del pecado queda saldada, y yo recibo la
vida eterna gratuitamente. Por eso es que Pablo dice a sus
hermanos "hermanos míos, habéis muerto a la Ley
mediante el cuerpo de Cristo" (Rom. 7:4), no queriendo decir que
ya no tenían que obedecer, sino que estaban libres de toda
deuda.

Obsérvense las palabras clarificadoras que ha
dicho Pablo unos renglones antes: "¿Qué, pues?
¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la
gracia? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis que si
os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois
esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para
muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios
que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de
corazón
a aquella forma de doctrina que os transmitieron; y libertados
del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia" (Rom.
6:15-18).

Nótese que Pablo no está autorizando a los
cristianos a desobedecer la ley. Antes bien, los exhorta a ser
hijos de obediencia, porque a los desobedientes les aguarda un
fin de muerte (vers. 21). En cambio, los que han sido libertados
del pecado, proceden a la santificación. Apropiadamente,
los santos son descritos en la Biblia como "los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apoc.
12:17).

Como se ve, son nuestros interpeladores quienes
contradicen las Escrituras, al pretender que los cristianos
están desobligados de obedecer.  

36. Los diez mandamientos "en letras grabadas en
piedra", son un ministerio de muerte, según lo expresa 2
Corintios 3:7. Este ministerio de muerte había de perecer,
3:11. Pero, ¿no es cierto que los señores del
adventismo, al citar los mandamientos, casi siempre dejan afuera
estas palabras de introducción? Este texto demuestra que los
mandamientos fueron dados solamente a Israel  (por
mucho que nos manifiestan a nosotros la santidad de Dios), y
dejan entrever que la teoría adventista está
errada.

Léase la respuesta a la pregunta Nº
17.  

37. Han notado que los diez mandamientos comienzan
con Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de tierra
de Egipto, de
casa de servidumbre?
De nuevo estamos frente a una
manifestación de que se trata de ordenanzas dadas
específicamente a Israel.

38. Los diez mandamientos se repiten en Deuteronomio
capítulo 5, y allí se encuentran las siguientes
palabras: Acuérdate que fuisteis siervo en Egipto, y
que Jehová tu Dios te sacó de allá …; por
lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el
día de reposo
, 5:15. De nuevo vemos claramente que la
ordenanza del sábado fue dada a un pueblo que había
salido de Egipto. Esto no cuadra con la teoría
adventista.

Efectivamente, en estos dos ítems se hace
referencia al antiguo pacto establecido con el Israel natural.
Sin embargo, el nuevo pacto, hecho con todo aquel que cree,
incluye que, en lugar de tablas de piedra, la ley estará
escrita en el corazón (Jer. 31:31-33). Ya no en tablas de
piedra, sino en la carne del corazón. Pablo reitera la
vigencia de la ley en el nuevo pacto, cuando explica a
Jeremías: "con una sola ofrenda hizo perfectos para
siempre a los santificados.

El Espíritu
Santo nos atestigua lo mismo, porque después de haber
dicho: «Este es el pacto que haré con ellos
después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las
escribiré», añade: «Y nunca más
me acordaré de sus pecados y transgresiones», pues
donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por
el pecado" (Heb. 10:14-17).

Como puede verse, esta promesa se aplica a la
congregación cristiana, no a los judíos.
¿Dice en alguna parte que en el nuevo pacto la ley
sería quitada? No, antes bien, aún cuando las
tablas de piedra ya no están con nosotros, la ley de Dios
está escrita en nuestros corazones, y el cristiano recibe
poder de lo alto para poner por obra los mandamientos de Dios
(Sal. 51:10).

Se menciona la esclavitud en
Egipto como prueba de que la ley fue sólo para los
judíos, como si la esclavitud al pecado no fuera
igualmente objeto de liberación divina. Pablo
enseña a los gentiles: "¿No sabéis que si os
sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois
esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para
muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios
que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de
corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron;
y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia"
(Rom. 6:16-18). Pablo, además, nos advierte que "si Dios
no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te
perdonará" (Rom. 11:21). Dios no ha cambiado, ni tampoco
ha cambiado su ley. Si el cristiano de hoy pretende serle infiel
a su palabra como lo fue el Israel natural, sencillamente Dios lo
desechará como desechó a Israel. 

39. Los adscritos al adventismo enseñan que
hay dos leyes: (i) los diez mandamientos, que ellos llaman la ley
de Dios, y (ii) la ley ceremonial, que ellos llaman la ley de
Moisés. ¿Pueden darnos, por favor, un solo
capítulo y un versículo (en el Antiguo Testamento o
en el Nuevo) donde se hace tal distinción?

Gálatas 3:19: "Entonces, ¿para qué
sirve la ley? Fue añadida a causa de las
transgresiones
, hasta que viniese la simiente a quien fue
hecha la promesa, y fue ordenada por medio de ángeles en
mano de un mediador". Como puede apreciarse, este pasaje aclara
que existen dos leyes diferentes: una que fue
transgredida (la ley de Dios), y otra que fue
añadida a causa de esas transgresiones (la ley
ceremonial). No puede entenderse que sea la misma ley la que se
añadió y la que se transgredió, pues
entonces la declaración de Pablo perdería todo
sentido.

La distinción entre la ley moral y la ley
ceremonial no es ningún invento de "los adscritos al
adventismo", sino de los "adscritos al protestantismo", pues fue
la teología protestante la que concluyó, desde sus
inicios y antes de que existiera un solo adventista, que la
doctrina bíblica presenta una clara diferencia entre una
ley eterna y otra ley transitoria.

Martín Lutero, padre de la reforma protestante,
asegura una clara diferencia entre las "disposiciones referentes
a ceremonias o «ley ceremonial»", y "la ley que rige
el comportamiento
moral o «ley moral»", es decir, "el santísimo
Decálogo, los Diez Mandamientos eternos de
Dios
".

Juan Calvino, al explicar la ley abolida que Pablo
refiere en Efesios 2:14 y Colosenses 2:13, expone: "No puede
haber duda de que él trata allí de las ceremonias,
cuando habla del muro de división que separaba a
Judíos y Gentiles", y aclara que en ese pasaje "la
razón asignada por el Apóstol no se aplica a la
Ley Moral
, sino a las observancias ceremoniales
solamente".

La Segunda Confesión Helvética
(1566) define lo que entiende por la "Ley de Moisés": "La
dividimos en razón de la perspicuidad en la ley moral,
comprendida en las dos tablas de la ley o el Decálogo

(Éxodo 20; Deuteronomio 5); la ley ceremonial, relativa a
la adoración y los ritos sagrados; y la judicial, relativa
a la política y la economía".

La diferencia entre la moral y la
ceremonial la expresa de esta manera: "la ley es útil para
mostrarnos todas las virtudes y los vicios, y para regular la
vida de la nueva obediencia. Cristo no vino para destruir, sino
para cumplir (Mat 5:17). Por lo tanto condenamos el
Antinomianismo antiguo y moderno". En cambio, "la ley ceremonial
de los Judíos fue un ayo y guardián para llevarlos
a Cristo, el verdadero Libertador, quien la abrogó para
que los creyentes no estuvieran más bajo la ley, sino bajo
el evangelio de libertad".

La Geneva Bible Translation Notes (1575), al
comentar Éxodo 25:2, establece que Dios, "después
de la ley moral y judicial, les da la ley ceremonial, para que
nada quedara a la invención del hombre", advirtiendo que
"la ley moral es una ley perpetua de la justicia de Dios",
y que en cambio en Hebreos 7:18, donde se declara abolida la ley
por su debilidad e ineficiencia, se refiere exclusivamente a la
ley ceremonial. Así, varios de los más conspicuos
eruditos del protestantismo del siglo XVI (Miles Coverdale, Juan
Foxe, Thomas Sampson, Christopher Goodman, Anthony Gilby, William
Whittingham, y William Cole) quienes fueron los encargados de
redactar los comentarios de esa edición, ya tenían clara la
diferencia entre la ley ritual y la ley moral.

La Confesión de Westminster (1646),
contempla en su capítulo XIX que Dios dio a Adán
una ley, "comúnmente llamada moral… con la que lo
limitó a él y a toda su posteridad a la obediencia
personal,
entera, exacta y perpetua". Para que no queden dudas sobre a
cuál ley se refiere, nos aclara: "Esta ley, después
de la caída, continuó siendo una perfecta regla de
justicia; y así, fue entregada por Dios en el monte
Sinaí en diez mandamientos, escritos en dos tablas; los
primero cuatro mandamientos conteniendo nuestro deber hacia Dios,
y los otros seis nuestro deber hacia el hombre".

La Declaración de Fe y Orden de Saboya
(1658) suscribe al pie de la letra el artículo anterior,
añadiendo que:

Además de esta ley, comúnmente llamada
moral, Dios se complació en dar al pueblo de Israel
leyes ceremoniales, conteniendo varias ordenanzas
tópicas; en parte de adoración, prefigurando a
Cristo, sus gracias, sufrimientos y beneficios, y en parte
dando instrucciones de deberes morales. Todas estas leyes
ceremoniales designadas para el tiempo de la reforma, han sido
abrogadas por Jesucristo el verdadero Mesías y
único legislador, quien ha sido ordenado por el Padre
para tal fin.

En contraste con la transitoriedad de estas leyes
ceremoniales, la Confesión de Saboya asegura que:
"La ley moral obliga a todos, tanto a las personas justificadas
como a las demás, a la obediencia; y eso no sólo en
relación con lo que ella contiene, sino también con
respecto a la autoridad del Creador, quien la dio: Cristo
nunca la disuelve en su evangelio, sino que fortalece
esta obligación
".

La Confesión Bautista de Fe (1689)
ratifica que Dios escribió los Diez Mandamientos en el
corazón de Adán:

La misma ley que al principio fue escrita en el
corazón del hombre continuó siendo una regla
perfecta de justicia tras la caída, y fue entregada por
Dios en el Monte Sinaí, en diez mandamientos, y escrita
en dos tablas, los cuatro primeros conteniendo nuestro deber
con Dios, y los otros seis, nuestro deber con el
hombre.

De esto se desprende que según la fe bautista
original, el hombre conocía el decálogo desde la
creación, y que este código siguió vigente
después de la caída.

Thomas Watson expone:

"Todas estas palabras" [Éx. 19:7]. Esto es,
todas las palabras de la ley moral que usualmente se llama
decálogo, o los diez mandamientos. Se le llama ley moral
porque es la regla de vida y conductaLa ley moral es inalterable;
todavía permanece en su fuerza
. Aunque las leyes
ceremoniales y judiciales están abrogadas, la ley moral
dada por la propia boca de Dios es de uso perpetuo en la
iglesia. Fue escrita en tablas de piedra, para mostrar su
perpetuidad
.

John Wesley observa que la ley moral sirve para
"descubrir y refrenar las transgresiones, para convencer a los
hombres de su culpa, y de la necesidad de la promesa, y darles
una prueba para el pecado. Y esta ley nunca pasa; pero la ley
ceremonial sólo fue introducida hasta que viniera Cristo,
la simiente por la que se hizo la promesa".

John Gill declara que la "ordenanza de la ley"
mencionada en Números 19:2 "no es la ley moral, sino la de
tipo ceremonial". Del mismo modo, para él "la palabra de
Jehová" mencionada en Deu. 5:5 "no es el
decálogo…, sino las otras leyes que fueron dadas
después, las de tipo ceremonial y judicial". La diferencia
entre la ley moral y la ceremonial la explica Gill así:
"la ley ceremonial está abolida absolutamente, y la ley
moral dejó de ser un pacto de obras, aunque
continúa como regla para caminar y
conversar
".

Matthew Henry, al comentar Levítico 27:26-34,
también llega a la conclusión de que no hay una
sola ley: "Muchos de estos mandamientos son morales, y de
perpetua obligación; otros eran ceremoniales y peculiares
de la economía Judía". Por eso es que Henry declara
por un lado que "la Ley ceremonial de Moisés está
muerta y sepultada en la tumba de Cristo", mientras que de la ley
moral dice:

La ley todavía es útil para convencernos
de lo que ha pasado, y nos dirija al futuro; aunque no podemos
salvarnos por ella como un pacto, todavía la tenemos, y
nos sometemos a ella, como una regla en la mano del Mediador,
subordinada a la ley de la gracia; así que lejos de
deshacer la ley, establecemos la ley. Que consideren esto
aquellos que niegan la obligación de la ley moral en los
creyentes.

Adam Clarke, comentando 1 Timoteo 1:9, distingue: "Hay
una ley moral así como una ley ceremonial". Al comentar
Gálatas 5:13, aclara: "El Evangelio proclama la libertad
con respecto a la ley ceremonial: pero todavía te
obliga aun más a la ley moral
. Ser libertados de la
ley ceremonial es la libertad del Evangelio; pretender
libertad de la ley moral es Antinomianismo
".

A. R. Fausset, al definir el término
veterotestamentario de la "ley" observa la siguiente diferencia:
"el Decálogo dio el tono moral a todo el resto de la ley,
mientras que la parte ceremonial enseñó
simbólicamente la pureza, como se les pide a los
verdaderos hijos del reino de Dios", y establece que "los
preceptos morales son eternamente obligatorios, porque se basan
en el carácter inmutable de Dios… Su preeminencia se
marca por ser
la primera parte revelada; no como el resto del código
dado por medio de Moisés, sino por Jehová Mismo,
acompañado de ángeles; escrito por el dedo de Dios,
y en tablas de piedra para marcar su
permanencia
".

M. G. Easton define una parte de la ley como "La Ley
ceremonial", la cual "prescribe bajo el Antiguo Testamento los
ritos y ceremonias de adoración"; en tanto "La Ley Moral,
es la voluntad de Dios revelada como conducta humana,
obligatoria a todos los hombres hasta el fin del
tiempo".

W. E. Vine asegura por su parte que "la ley de
Moisés se puede dividir entre lo ceremonial y lo
moral".

El autor congregacionalista Reuben Aarcher Torrey divide
la ley en "Moral, expresada en los diez mandamientos", y
"Ceremonial, relacionada con la manera de adorar a Dios".
Añade además otras leyes, como las civiles, usadas
para la administración de la nación
de Israel.

El Nuevo Diccionario
Bíblico Certeza
señala que, "para Israel, las
estipulaciones básicas de su pacto fueron los Diez
Mandamientos, en realidad una ley moral como expresión de
la voluntad de Dios; y las obligaciones pactuales detalladas
adquirieron la forma de un estatuto «civil» arraigado
en la ley moral de los Diez Mandamientos". Esta obra establece
una diferencia fundamental entre la ley moral y la ceremonial,
entendiendo por la primera los Diez Mandamientos, y la segunda el
sistema de ritos y sacrificios.

Arthur Walkington Pink, por su parte,
asegura:

Está claro lejos de toda duda que los Diez
Mandamientos, la ley moral de Dios, fueron nítidamente
distinguidos de la "ley de Moisés". La "Ley de
Moisés," exceptuando la Ley moral incorporada en ella,
no atañía a nadie más que a los
Israelitas, o Gentiles prosélitos. Pero la ley moral
de Dios, a diferencia de la Mosaica, atañe a todos los
hombres
.

La International Standard Bible Encyclopedia, al
presentar los capítulos 17-26 de Levítico como una
sección dedicada a la santidad, señala:
"…ésta trata mucho con los deberes morales: Lev 19
y 20 son prácticamente una expansión del
Decálogo; pero también trata más que ellos
con lo ceremonial. Con respecto a ambos se establece el motivo de
regla de obediencia, "Sed santos, porque yo soy
santo".

Por su parte, Ernest C. Reisinger expone:

La ley moral fue escrita en el corazón de
Adán en la creación… En el Monte
Sinaí, Dios graciosamente dio un registro
explícito de esa perfecta ley moral en la forma de los
Diez Mandamientos
. Estos fueron escritos por Dios mismo
(Ex. 32:15, 16), a diferencia de las leyes civiles y
ceremoniales que Moisés escribió bajo su dirección. Aunque dados a los hijos de
Israel después de su liberación de Egipto,
ellos encierran lo que se esperaba que observaran
Adán y Eva
. Por lo tanto, proceden de la
creación y son obligatorios para todas las personas en
todo tiempo y lugar
. Son fijos, modelos
objetivos de
justicia, y así todo el mundo debería interesarse
en su deber con el Dios Altísimo, el Creador y juez de
toda la tierra, quien requiere una obediencia perpetua y
perfecta a su voluntad
.

Todos estos autores protestantes atestiguan
fehacientemente que fue el protestantismo el que
distinguió la ley moral –los Diez
Mandamientos– de la ley ceremonial, y que
históricamente el protestantismo genuino defendió
la vigencia del decálogo ante las corrientes
antinomianistas.

Fue precisamente del protestantismo que el adventismo
aprendió esta distinción entre la ley moral y la
ceremonial. Fue de allí que los adventistas aprendieron a
diferenciar el carácter permanente de los Diez
Mandamientos del carácter transitorio de la ley
ceremonial. Si el protestantismo evangélico de la
actualidad se ha alejado de esta enseñanza bíblica,
ello sólo significa que no retuvo la doctrina que
había recibido (2 Tes. 2:15). Esto no es sino el pleno
cumplimiento de la profecía: "vendrá tiempo cuando
no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo
comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad
el oído y se
volverán a las fábulas".
(2 Tim. 4:3, 4).

A mediados del siglo XIX, para los adventistas no
había duda de que la ley de Dios era eterna y
seguía vigente, tal como la más connotada
erudición protestante enseñaba. Pero había
un detalle: allí donde la Biblia decía
"sábado" los protestantes entendían "domingo". Era
un pequeño pero importantísimo detalle, ya que el
cuarto mandamiento no ordena "un día de la semana
será de reposo", sino "el séptimo día
será reposo para Jehová tu Dios" (Reina Valera,
1909).

Fue entonces evidente que debía volverse a la
palabra escrita, y guardar el día que Dios con tanto
énfasis ha indicado en las Escrituras, en lugar de
observar el día que impone Roma. Así
que fue de la teología protestante que los adventistas
aprendieron de la eternidad de la ley moral, y la vigencia del
sábado de Jehová, lo cual les resultó muy
fácil de comprobar con las
Escrituras.  

40. Vamos ahora a Nehemías 8:1-3, 8:14 y 9:3.
Al hablar del único libro que se leía, aquellos
pasajes lo llaman (i) la ley de Moisés, (ii) la ley de
Dios, (iii) el libro de la ley, y (iv) la ley de Jehová su
Dios. Se intercambian las palabras indiferentemente por tratarse
de un solo libro, una sola ley.

Efectivamente, en la Biblia la palabra "ley" es relativa
y puede asumir diferentes significados. Por ejemplo, cuando
Jehová entregó las dos tablas con los Diez
Mandamientos, las describe como "la ley y los mandamientos que he
escrito para enseñarles" (Éx. 24:12).
Obsérvese que lo único que Jehová
escribió con su dedo fueron precisamente los Diez
Mandamientos (Éx. 31:18; Deut. 5:22). Sin embargo,
también se llama "ley" a las prescripciones ceremoniales,
civiles, mercantiles y de salud incluidos en el
Pentateuco.

Para diferenciar los Diez Mandamientos de las otras
leyes, Moisés recurría a los términos
"tablas del pacto" (Deut. 9:10; 10:4) y al rollo manuscrito lo
llamaba "libro de la ley" (Deut. 31:24-26). Ahora, puesto que los
Diez Mandamientos estaban dentro del arca del pacto (Deut. 10:4,
5), lo único que podían hacer los israelitas era
leer el libro de Moisés, donde también estaban
incluidos los Diez Mandamientos. Eso fue precisamente lo que hizo
Esdras en Nehemías 8. El arca del pacto que
contenía las tablas de la Ley se perdió durante la
cautividad babilónica, pero en el "libro de la ley"
podía leerse la voluntad divina.

Obsérvese que lo que leyó el escriba
Esdras fue precisamente "el libro de la ley de Moisés", es
decir, los rollos manuscritos de Moisés. No obstante,
¿qué fue lo que Moisés escribió?
¿Fueron palabras suyas? ¿O fueron revelación
divina? En Deu. 1:1 se lee: "Estas son las palabras que
habló Moisés a todo Israel". Como eran palabras que
Israel oyó de Moisés, apropiadamente puede
llamársele "la ley de Moisés". Sin embargo, Deu.
1:3 aclara que "Moisés habló a los hijos de Israel
conforme a todas las cosas que Jehová le había
mandado acerca de ellos", por lo que también a los rollos
podía llamárseles "la ley de
Jehová".

En modo parecido, Jeremías inicia su libro
diciendo que son "Las palabras de Jeremías" (Jer. 1:1),
pero en el versículo 2 Jeremías aclara que no eran
palabras suyas, sino "palabra de Jehová". Cuando citamos
hoy a Jeremías, solemos decir igualmente "Jeremías
dice" o "Jehová dice". Y así con cualquier libro de
las Escrituras. Del mismo modo, que en Nehemías se refiera
a "la ley de Moisés" o a "la ley de Dios", es sólo
un recurso estilístico para referir el
Pentateuco.

Con fines puramente pedagógicos, debido al amplio
campo semántico de la palabra "ley", hoy en día
recurrimos a los conceptos de "Ley de Moisés" para referir
a la ley transitoria introducida después del pecado, y
"Ley de Dios" para referir a los Diez Mandamientos. Pero,
¿se hace esto de manera arbitraria y en contra de las
Escrituras? No. Obsérvese esta diferencia: en tanto en la
Biblia las leyes ceremoniales son igualmente llamadas "ley de
Moisés" o "ley de Dios", los Diez Mandamientos nunca son
llamados "ley de Moisés", y esto marca un hito fundamental
que nunca debe olvidarse, y es lo que marca la pauta para
diferenciar lo que hoy llamamos "la ley de Moisés" y "la
ley de Dios".

CONCLUSIONES

Los argumentos presentados en las "Cuarenta preguntas
para los Adventistas del Séptimo Día acerca de la
ley y el sábado de Israel" no son sino las mismas
objeciones de siempre, sin aportar nada nuevo. Estos argumentos,
esgrimidos desde el principio por los antinomianistas contra los
adventistas, ya han sido abundantemente contestados y rebatidos.
El hecho de que la respuesta adventista no haya recibido una
réplica, demuestra la total falta de argumentos por parte
de los enemigos de la ley de Dios, por lo que se ven precisados a
repetir y repetir los mismos argumentos una y otra vez,
fundándose en pasajes descontextualizados, explicaciones
deficientes de las cartas de Pablo, y una abierta
distorsión de la historia del cristianismo.

El protestantismo histórico defendió la
vigencia, eternidad e inmutabilidad de los Diez Mandamientos, y
condenó el antinomianismo como una herejía
peligrosa. Hoy, el protestantismo ha sido invadido por el
antinomianismo y condena como herejes a quienes defienden la
vigencia de la ley de Dios. ¡Ay, cómo han cambiado
los tiempos!

Este rechazo del protestantismo a la ley de Dios se
produce en la historia precisamente cuando aparece el movimiento
adventista proclamando al mundo: Temed a Dios, y dadle gloria,
porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo
el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas

(Apoc. 14:7). La denuncia adventista era obvia: si la ley de Dios
es eterna, entonces los cristianos debían guardar
también el cuarto mandamiento, "porque cualquiera que
guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de
todos" (Sant. 2:10).

Como no hay manera de justificar con la Biblia el cambio
del día de reposo ni la abrogación de alguna parte
de los Diez Mandamientos, el protestantismo no ha tenido otra
alternativa que declarar nula la ley de Dios. Y al hacerlo, no
reparó en las insalvables contradicciones e incongruencias
en que caía, pues lo que más le importaba no era la
fidelidad a la palabra de Dios, sino el disfrute de una
pretendida libertad cristiana entendida como la ausencia de todo
compromiso del hombre con su Creador, blandiendo para tal fin el
argumento de la gracia, como si el concepto divino de la gracia
implicase la abolición de la ley de Dios. Así se
cumple en el protestantismo lo que escribe el profeta: "Le
escribí las grandezas de mi Ley, y fueron tenidas por cosa
extraña" (Os. 8:12). Sí, el protestantismo, que
antes había resaltado la vigencia y perfección de
la ley de Dios, hoy la considera una cosa extraña, algo
propio de los judíos y de los judaizantes, y no de los
cristianos, como si la Biblia no dijera que los santos son
aquellos que "guardan los mandamientos de Dios y tienen el
testimonio de Jesucristo" (Apoc. 12:17).

Lejos de cantar con el salmista: ¡Oh,
cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi
meditación
(Sal. 119:97), el protestantismo grita:
"¡Qué ley ni qué ocho cuartos! ¡No
tenemos que guardar la ley!" Lejos de cantar con Pablo: me
deleito en la ley de Dios
(Rom. 7:22), el protestantismo
declara que la ley es una odiosa carga. En lugar de llamar al
decálogo como lo hace Jacobo, la ley de la libertad
(Sant. 2:12), el protestantismo lo llama
"maldición".

No es extraño que ante esta situación,
dentro del propio protestantismo surjan voces de protesta contra
lo que no es sino una abierta rebelión contra la ley de
Dios, al mejor estilo del apóstata Israel
pre-exílico. Tal es el caso del teólogo bautista
Arthur Walkington Pink (1886-1952), quien denunció la
injusta y peligrosa posición de las iglesias protestantes
con respecto a los mandamientos de Dios. Pink describe la
situación de las iglesias así:

Tenemos poca necesidad de detenernos y ofrecer prueba
de que esta es una época de ilegalidad. Casi en cada
esfera de la vida presenciamos la triste realidad. En la
ausencia total de una disciplina
real en la mayoría de las iglesias, vemos este principio
ejemplificado. Hace no más de dos generaciones, miles,
decenas de miles de miembros disolutos cuyos nombres siguen
ahora en las listas de membresía, hubieran sido
desasociados.

Pink reconoce que las iglesias estaban atravesando por
una crisis de
moralidad
expresada por una total indisciplina en cada esfera de la
vida (familia, iglesia
y sociedad).
Este deterioro tiene una causa, y Pink asegura saber cuál
es:

Estamos seguros de que
el muy extendido desprecio actual por las leyes humanas es el
crecimiento del irrespeto por la Ley Divina. Donde no hay temor
de Dios, no podemos esperar que haya mucho temor del hombre.
¿Y por qué es que hay tanto irrespeto por la Ley
Divina? Esto, a su vez, no es sino el efecto de una causa
precedente.

¿Cómo fue que empezó en las
iglesias protestantes este irrespeto por la Ley Divina y por las
leyes humanas? Pink no titubea al explicarlo:

Los maestros cristianos han competido en denunciar la
Ley como un "yugo de servidumbre", "una carga onerosa", "un
enemigo implacable". Han declarado con sonido de
trompeta que los Cristianos deberían considerar la Ley
como "una cosa extraña": que fue dada a Israel, y que
luego terminó en la Cruz de Cristo. Han advertido al
pueblo de Dios que no tenga nada que ver con los Diez
Mandamientos. Han denunciado como Cristianos "Legalistas" del
pasado, a quienes, como Pablo, "sirvieron a la Ley" (Rom.
7:25). Han afirmado que la Gracia saca a la Ley fuera de la
vida de los Cristianos tan absolutamente como de su
salvación. Han llevado al ridículo a quienes
defienden un Sábado Cristiano, y los han clasificado con
los Adventistas del Séptimo Día. Habiendo
sembrado vientos, ¿es acaso extraño que ahora
cosechen tempestades?

Pink presenció con sus propios ojos el deterioro
gradual de las iglesias, y no le resultó difícil
resolver la incógnita de la ecuación. Él
testifica: "Hubo un tiempo cuando no era fácil encontrar a
un Cristiano que ignorara este tema; un tiempo cuando la primera
cosa llevada a la memoria de
los hijos de los padres Cristianos eran los Diez Mandamientos.
Pero, ay, hoy es bien distinto". La responsabilidad del
desbarajuste moral la coloca Pink sobre los hombros de los
"maestros cristianos". En esto insiste él: "Y porque
muchos líderes Cristianos públicamente han
repudiado la Ley Divina, Dios nos ha visitado con una ola de
desorden en nuestras iglesias, hogares y vida social".

De lo que hasta ahora nos ha descrito Pink, podemos
resumir los siguientes puntos:

  1. El caos moral se inició en las iglesias,
    prosiguió en los hogares, y de allí se
    extendió a toda la sociedad.
  2. Esta crisis moral no afecta solamente a una
    denominación en particular, sino a "la mayoría de
    las iglesias".
  3. El deterioro se inició, según él
    mismo afirma, "dos generaciones" atrás, coincidiendo
    precisamente con la aparición de la proclamación
    mundial de la ley de Dios por parte del movimiento adventista
    del séptimo día.
  4. Fueron los pastores y líderes religiosos los
    responsables de propagar la nulidad de la ley divina, como
    respuesta a la predicación de los adventistas del
    séptimo día, y para no parecerse a ellos, lo que
    finalmente culminó en el caos familiar y social de los
    últimos tiempos.

Pero ésta no es la opinión aislada y
subjetiva de un solo hombre, sino la triste realidad del mundo
protestante. Ernest Reisinger observa para finales del siglo XX
la misma situación que había percibido A. W. Pink a
principios de
siglo, y llega a la misma conclusión que
él:

La iglesia profesante es grandemente culpable por este
declive. La teología moderna se ha salido del
patrón de justicia que se halla en el Decálogo.
Pero igualmente serio es lo que algunas iglesias
evangélicas le han hecho a la ley de Dios. Ellas han
enfatizado el amor de Dios a expensas de su santidad y no le
han mostrado a los incrédulos su odio al pecado ni a los
creyentes su demanda de justicia. El resultado es que los
pecados de la sociedad también se hallan en muchas
iglesias.

La actitud de
estos pastores contra la ley de Dios fue anunciada por el
profeta: "Los que tenían la ley no me conocieron; y los
pastores se rebelaron contra mí, y los profetas
profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no
aprovecha" (Jer. 2:8). Sí, los protestantes habían
tenido la ley de Dios en su doctrina, y habían combatido
el antinomianismo, tal como lo demuestran los documentos y
tratados
protestantes de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, pero al final
prefirieron anularla, cuando consideraron que su libertad se
veía amenazada por ella. El resultado de esto fue que los
pastores dejaron de cumplir con el deber que les había
sido encomendado: "Porque los pastores se infatuaron, y no
buscaron a Jehová; por tanto, no prosperaron, y todo su
ganado se esparció" (Jer. 10:21).

Al promover doctrinas que van contra la enseñanza
bíblica, ¿qué oportunidades tiene el hombre
de hallar la verdad? Muy pocas, si consideramos que a aquellos
que rechazan la verdad, "Dios les envía un poder
engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean
condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia" (2 Tes. 2:10-12). Por eso, A. W.
Pink y Ernest Reisinger han arado en el mar. Las iglesias, en
lugar de reaccionar favorablemente a la admonición divina,
han persistido en su rebelión contra Dios.

Hoy, la situación no es diferente a la del siglo
pasado. Recientemente, un grupo de
líderes religiosos, tanto protestantes como
católicos y judíos, comenzó a promover la
celebración anual del "Día de los Diez
Mandamientos", en virtud de que consideran necesaria la
restitución de la ley de Dios para enfrentar el caos
social en que vive la humanidad. Estos líderes asientan en
una Proclama las motivaciones que los llevaron a tomar esta
iniciativa. En diche Proclama leemos:

Nosotros, quienes servimos como un consejo de
líderes, estamos encargados de utilizar nuestra
pasión unida para proveer propósito y
dirección para revertir la enorme corriente de
inmoralidad que continúa desbordándose en los
Estados Unidos de América y en todos los continentes del
mundo. Esta voz unificada culminará anualmente con el
Día de los Diez Mandamientos y servirá como una
plataforma global y espiritual llamando a una conciencia
renovada de moralidad basada en los Diez Mandamientos. Esta
plataforma responderá al llamado hecho desde la
creación como una verdadera expresión de amor,
armonía y reconciliación entre las naciones,
diversidades étnicas y de géneros a través
de la
educación y la rededicación a la norma moral
dada por nuestro Amoroso Creador.

Sí, para estos líderes de la cristiandad
el Decálogo no fue entregado por primera vez en
Sinaí, sino desde la creación. Además,
está claro que para ellos es el olvido de la ley de Dios
lo que ha producido la ola de inmoralidad que sacude a la
humanidad, y es el retorno a esa ley olvidada por la cristiandad
lo que según ellos podrá subsanar la
situación mundial.

Lamentablemente, no se vislumbra ningún éxito
en esta empresa. Cristo
predijo esta ola de inmoralidad hace unos dos mil años:
"Muchos falsos profetas se levantarán, y
engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la
maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que
persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mat.
24:11-13). Pablo también advirtió:

También debes saber esto: que en los postreros
días vendrán tiempos peligrosos. Porque
habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los
padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados,
amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la
eficacia de ella" (2 Tim. 3:1-5).

Sí, se predijo la ola de inmoralidad que hoy
azota a nuestra sociedad. No una ola de inmoralidad fuera de la
religión,
sino dentro de ella: "tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella". Esta ola de inmoralidad
irá aumentando hasta el fin de los tiempos, y será
detenida sólo por la espada del Rey de Reyes y
Señor de Señores que vendrá en las nubes a
exigir cuentas a cada
hombre y mujer.

Es por eso que nuestra oración debe cantar con el
salmista: Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han
invalidado tu ley
(Sal 119:126). Amén. ¡Ven,
Señor Jesús!

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DATOS DEL AUTOR:
Giovanni Cabrera
giovannicabrer[arroba]yahoo.com
Lugar de Nacimiento: Maracaibo, Estado Zulia
(Venezuela)
Títulos obtenidos:
Licenciado en Historia (La Universidad del
Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1999)
Magíster Scientiarum en Historia (La Universidad del
Zulia, Maracaibo, Venezuela, 2004)
Estudios actuales: Doctorado en Ciencias
Humanas (La Universidad del Zulia)

Partes: 1, 2, 3
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