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Economía ecológica (página 2)



Partes: 1, 2

En la medida en que ambas son las fuentes
principales de energía disponible y que presentan tan
grandes asimetrías, Georgescu-roegen afirma que como
consecuencia de la fuerte presión
ejercida sobre el stock de existencias terrestres, debido
a la moderna fiebre del
desarrollo
industrial, así como a la necesidad cada vez más
urgente de reducir la
contaminación ambiental y de hacerla menos
dañina, lo que supone demandas adicionales de esas
existencias, el hombre debe
redoblar sus esfuerzos para encontrar la forma de utilizar con
una mayor intensidad las radiaciones solares.

Afirma, además, que al no existir coste de
anulación del daño
irrecuperable o coste de reversión del agotamiento
irrecuperable (proceso que
padece el consumo de
materiales en
virtud de la Ley de la
Entropía, tal y como vimos en el apartado
anterior), son necesarias las regulaciones cuantitativas; esto
es, establecer cantidades máximas a utilizar de recursos no
renovables y de emisiones al ambiente.
Hasta donde sabemos, este autor no profundiza en esta
cuestión. No obstante, defiende que "lo más que
podemos hacer es prevenir cualquier deterioro innecesario de los
recursos y del medio ambiente, pero sin pretender que sabemos lo
que significa exactamente innecesario en este
contexto".

Todo esto lleva implícita una visión
particular del proceso civilizatorio. En efecto, la racionalidad
y el paradigma de
la economía
ecológica apuntan a un proceso social
neguentrópico24 tendiente a revertir el creciente
agotamiento de los recursos y la degradación de la
energía disponible a través de la
conservación de las estructuras
materiales, ecológicas y culturales capaces de generar un
desarrollo biológico y sociohistórico
sostenible.

De esta forma, una racionalidad productiva fundada en el
concepto

heurístico de proceso neguentrópico
tenderá a contrarrestar aquella tendencia al agotamiento y
a la degradación mediante el máximo aprovechamiento
(ecológico y cultural) del proceso fotosintético,
como un proceso ecosistémico de generación de
orden, de materia
vegetal y de energía bioquímica
utilizable, orientado hacia el incremento de la productividad
social para la producción de satisfactores humanos
mediante la creación de un proceso histórico de
organización ecológica, de
diversidad cultural y de complejidad productiva.

Más allá del simple mantenimiento
de una diversidad genética y
cultural, esta nueva racionalidad apunta hacia un proceso de
complejización de la
organización productiva. De esta forma, este proyecto social
se opone a las tendencias históricas que tienen
determinado la uniformización ecológica, cultural y
tecnológica de los pueblos y la unificación
positivista del conocimiento,
que han sido necesarios para elevar la productividad
económica dentro de la racionalidad capitalista de
producción.

Un proceso productivo construido a partir de una
visión de este tipo

conduce necesariamente al análisis de las condiciones
ecológicas, tecnológicas económicas,
culturales y políticas
que hagan factible un aprovechamiento transformación de
los recursos naturales orientado a maximizar el potencial
productivo de los ecosistemas
(en función de
su productividad primaria, de su capacidad de carga, de sus
condiciones de resiliencia y sus arreglos productivos que
determinan sus tasas ecológicas de explotación) y a
minimizar el consumo de recursos no renovables así como la
descarga y acumulación de productos,
subproductos y residuos de los procesos de
producción y consumo.

Para hacer operativos estos conceptos generales es
posible enumerar una serie de indicadores
del desarrollo
sustentable en estrecha conexión con las regulaciones
cuantitativas a que nos referíamos anteriormente al citar
a Georgescu-Roegen:

1) Para los recursos renovables, la tasa de cosecha no
debería exceder a su

tasa de regeneración.

2) La emisión de desperdicios no debería
superar a la capacidad asimilativa

del ambiente.

3) Para los recursos no renovales el indicador es
más difícil de establecer. En la ausencia de
perfecta sustentabilidad entre recursos renovables y no
renovables, el consumo de estos últimos
difícilmente puede ser compensado mediante la
creación de substitutos renovables. En este caso, la regla
debe ser su conservación.

En el caso en que la substitución sea posible,
los recursos no renovables deben ser explotados a una tasa que no
supere a la de creación de substitutos renovables. De ser
esta la opción, la regla número 1 debe ser
modificada en el sentido de que las tasas de cosecha de los
recursos renovables deben ser mantenidas por debajo de las tasas
de regeneración en una amplitud necesaria para compensar
el agotamiento de los recursos no renovables.

Criterios de valoración
agroecológica

En la actualidad, como consecuencia del dominio de un
modelo
de

desarrollo excesivamente economicista, únicamente
se utilizan variables

monetarias para "medir" la viabilidad de las actividades
económicas, en general, y de las rurales en particular. De
esta forma, para decidir sobre la viabilidad de un sistemas de
gestión
se tienen en cuanta aquellos bienes y
procesos que son objeto de transacción mercantil. El hecho
de que los ingresos superen
a los gastos y que esa
diferencia suponga una tasa lucrativa respecto a la inversión realizada es suficiente para
defender la persistencia de una actividad
económica.

Sin embargo, desde la economía ecológica
se defiende la utilización de

mayor información para decidir en uno y otro
sentido. Obviamente, la viabilidad económica, tal y como
tradicionalmente se entiende, es una variable fundamental que
condiciona la actuación de los agentes
económicos.

Sin embargo, no debe ser la única. Pues bien,
desde la economía ecológica todo sistema
productivo agrario puede y debe ser analizado a través de
un conjunto de 5 propiedades.

1.-
La productividad
.

Lo primero que debemos reseñar es que la
productividad puede ser medida en diferentes unidades y que, en
función de las unidades elegidas, tendremos un resultado u
otro. Por ejemplo, podemos estar delante de un sistema de
gestión de recursos altamente remunerador en
términos monetarios pero que suponga una
utilización ineficiente de los recursos energéticos
o que sus rendimientos, medidos en unidades de masa, presenten
tendencia decreciente. En consecuencia, dependiendo del tipo de
unidades que utilicemos podremos calificar a un sistema de
gestión de más o menos productivo.

En general, podemos decir que el objetivo es
maximizar la productividad del factor más
escaso.

Desde la perspectiva de la economía
ecológica se defiende la utilización de unidades
físicas para medir la productividad de los sistemas
rurales pues ese tipo de unidades son, por definición,
invariantes en el tiempo y en el
espacio y no están sujetas a apreciación humana.
Esto no significa que se rechacen frontalmente las unidades
monetarias.

Vamos a comentar, a continuación, algunas de las
iniciativas más interesantes que trataron de medir
eficiencias no convencionales. Un ejemplo, ya clásico, son
los balances energéticos; trasladando a unidades
energéticas todos los inputs y outputs, con
costo de
oportunidad, y comparando sus cuantías se llega a la
conclusión de que la modernización agraria estilo
revolución
verde conduce a la pérdida de eficiencia
energética: esto es, mediante la aplicación de
variedades de alto rendimiento, mediante la sustitución de
métodos
tradicionales de gestión por modernas tecnologías
estamos, por así decirlo, comiéndonos el
petróleo.

La metodología de los balances
energéticos presenta un problema y es que no distingue
entre la procedencia de los recursos. El coste ecológico
propuesto por Punti29, definido como la cantidad de recursos
necesarios para obtener un producto dado
nos permite tanto distinguir entre recursos renovables y no
renovables como comparar la velocidad de
consumo de recursos con el ritmo de los ciclos naturales de
producción de esos recursos.

De esta forma podremos conocer el balance de las
existencias o las variaciones en la velocidad de consumo de los
stocks de recursos. Punti llega a resultados
patéticos: de los años 50 a los años 70 la
agricultura
española multiplicó por 29 la velocidad en el
consumo del stock de recursos accesibles.

Podemos decir, para concluir, que el objetivo debe ser
maximizar la

productividad de los ecosistemas (será aquella
que garantice la rentabilidad

económica del sistema de producción
mediante un consumo reducido de recursos no renovables, de tal
forma que se cumplan las reglas 1 y 3 apuntadas en la
sección anterior) no mediante la utilización de
cantidades crecientes de insumos de producto (nuevos y caros
recursos: abonos industriales, pesticidas, variedades de alto
rendimiento, etc.) sino mediante nuevos insumos de proceso
(cambios estructurales en los ecosistemas, asociación de
cultivos, rotaciones, etc.)

Por ejemplo, el control e plagas
mediante plaguicidas (insumo de producto) exige la
aplicación reiterada de los mismos para mantener los
niveles de productividad. En cambio,
mediante la introducción de agentes biológicos
que alteren permanentemente las características
intrínsecas del sistema (insumo de proceso) podremos
garantizar continuamente elevados niveles de
productividad.

2.- La sustentabilidad.

La sustentabilidad, desde la perspectiva de
la

economía ecológica, puede definirse como
la capacidad que tienen los sistemas productivos para mantener a
lo largo del tiempo sus niveles de productividad cuando son
sujetos a una presión o perturbación31. La
diferencia entre ambos elementos distorsionadores radica en el
grado de productividad. La presión es una
distorsión regular y continua a la oque están
sometidos los sistemas productivos (agroecosistemas, en nuestro
caso).

Deficiencias del suelo,
toxicidades o crecimiento de la deuda son ejemplos de este tipo
de distorsión. La perturbación, por su parte, es
una distorsión irregular, infrecuente e impredecible tal
como una repentina devaluación (dificultaría la
importación de abonos inorgánicos,
por

ejemplo) o una inundación.

Un sistema productivo será sustentable cuando
esté dotado de abundantes mecanismos internos para
recuperar la senda de desarrollo anterior a la actuación
del elemento distorsionador.

3.-
La estabilidad
.

Es definida esta propiedad como
la constancia de la

producción bajo un conjunto de condiciones
económicas, ambientales y de gestión cambiantes.
Por una parte, existen presiones ecológicas que son
datos para los
productores (régimen de lluvias, temperatura,
etc.) y no es posible su modificación.

En otros casos, la estabilidad de los sistemas
productivos si puede ser modificada mediante la elección
de determinados cultivos o estrategias de
manejo que mejores la capacidad de esos sistemas para superar
determinadas tensiones.

Altieri32 señala tres fuentes de
estabilidad:

3.1.- La estabilidad de gestión. Se deriva de la
elección de las tecnologías

mejor adaptadas a las necesidades y recursos de los
agricultores.

3.2.- Estabilidad económica. Está asociada
con la capacidad de los agricultores para predecir precios de
mercado y adaptar
sus cultivos y estrategias a los mismos con el fin de sostener su
renta.

3.3.- Estabilidad cultural. Depende del mantenimiento de
la organización y contexto socio-cultural que creo el
sistema productivo a través de generaciones.

4.-
La equidad.

Igual que para las anteriores propiedades, no existe una
única aceptación del concepto de
equidad. Bien podemos concebir la equidad en el sentido de
cómo de ecuánime es distribuida la productividad de
un sistema entre sus beneficiarios humanos. También es
posible definirla diciendo que es alcanzada cuando un sistema
productivo puede hacer frente a elevaciones de la demanda de
alimentos sin
que se incremente el costo social de
producción.

Bien es sabido que en la actualidad los sistemas de
gestión no incorporan esta variable. Sin embargo, ya a
principios del
presente siglo había una corriente económica que
defendía la necesidad de que junto a la productividad se
instaurasen criterios de equidad en la asignación de los
recursos productivos.

5.- La autonomía.

Tiene que ver con el grado de integración de los agroecosistemas,
reflejado en el movimiento de
materiales, energía e información entre sus
componentes y entre el agroecosistema y el ambiente externo, y
también con el grado de control de esos
movimientos.

En consecuencia, la autonomía de un sistema de
producción está estrechamente relacionado con su
capacidad interna para suministrar los flujos necesarios para la
producción. Para entender este concepto resulta operativa
la clasificación de los recursos en internos y externos
que realizan Francis y King.

Así, la autonomía de un sistema de
producción descenderán en la medida que se
incremente la necesidad de acudir al mercado para continuar la
producción.

Debemos decir, para acabar con esta introducción
a las aplicaciones agrarias de la economía
ecológica que estas propiedades no son independientes unas
de otras. Esto es, si bien el objetivo es alcanzar sistemas de
producción que sean simultáneamente
productivos, sustentables, estables, equitativos y
autónomos existen incompatibilidades entre esas
propiedades. Para alcanzar alta productividad se debe sacrificar
una parte de la sustentabilidad: sistemas altamente estables
pueden gozar de falta de equidad, etc.

Aunque fundamentales, estas cuestiones no las tratamos
aquí pues nuestro objetivo ha sido presentar las
líneas arguméntales fundamentales que permitan
elaborar, posteriormente, estrategias de manejo de los recursos
que sean compatibles con los postulados de la economía
ecológica y con los condicionantes ineludibles de las
comunidades locales.

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Ruedo Ibérico Ediciones.

Este trabajo forma
parte una Tesis de
Doctorado. Está originalmente escrito en
gallego.

Xavier Simón Fernández

Profesor Asociado del Departamento de Economía
Aplicada de la Universidad de
Vigo.

Facultad de Económicas y Empresariales.
Universidad de Vigo

Apartado 874. 36 200 Vigo – Tino: 986-812512

 

José Carlos Calderón
Basauri

Partes: 1, 2
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