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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 4)




Enviado por cschulmaister



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DISTANCIAS ENTRE INTELECTUALES
Y SOCIEDAD

Pero todo eso se puede cambiar por medio de la política, o sea, de
la participación real del soberano, y no del abandono y
delegación del ejercicio del pensamiento
autónomo y crítico. De este modo será la
sociedad la
que lleve la iniciativa del diálogo y
no un exquisito grupo
minoritario de intelectuales quien le baje línea a la
primera.

No propongo reducir la función de
los intelectuales a repetir como el eco lo que quiere la
sociedad, o sea, intelectuales adaptativos a la sociedad, que son
los que hoy abundan.

Pero para que exista diálogo entre intelectuales
y sociedad, o sea algo muy diferente al monólogo y a la
bajada de línea que presuponen una relación
vertical y jerárquica como hasta ahora, los debates que
tengan al pueblo como protagonistas deben ser lo más
directos posibles, no mediatizados, y siempre horizontales en lo
posible, lo que requiere que algunos protagonistas suban y otros
desciendan hasta ponerse ambos a la par.

Entre los intelectuales, es decir, entre sus
pensamientos por un lado, y por el otro la vida, la sociedad, o
la realidad, o como se quiera llamar a los contextos sociales,
siempre habrá, de hecho, una distancia que puede ser fija
o móvil, dada por relaciones de filiación,
intercambio o préstamo, y también de
discusión y debate,
así como de no diálogo y sordera.

En el primer caso, la distancia, aun fija, no implica
necesariamente la existencia de obstáculos totales a la
interacción entre pensamiento y sociedad.
Pero a veces una distancia fija puede estar planteando una
separación de hecho entre ambos. Cuando las distancias son
móviles, ambos se pueden alejar entre sí como
también se pueden acercar como fruto del diálogo o
del no diálogo sostenido, lo cual puede reflejar un
creciente desarrollo con
sentidos y rumbos diferentes.

Otras veces uno de los dos es el que se aleja primero
del otro, el cual continúa en la misma posición. Se
trata de desarrollos diferentes en lo cualitativo como en la
velocidad de
su procesamiento.

No hay una distancia ideal deseable. Por ejemplo, una
superposición exacta no es beneficiosa ni para los
intelectuales ni para la sociedad pues una correspondencia
semejante o una armonía real o aparente pueden
desestimular la capacidad de vigilia y alerta de ambos y producir
una ausencia de debate explícito. La sociedad siempre
tiene demandas y disconformidades expuestas u ocultas, elaboradas
o en procesamiento, que implican problemas a la
consideración de los cuales sus intelectuales
podrían efectuar aportes interesantes y
útiles.

Aunque ambos se nutran mutuamente, o intercambien sus
esencias, puede ocurrir que se mantengan siempre igual, sin
crecimientos diferentes que estimulen las mutuas reacciones. Si
todo sigue igual cuando algo cambia no puede ser
fácilmente percibido.

Un abismo entre ambos tampoco es deseable, menos
aún si uno de los dos ha permanecido en el mismo lugar y
el otro se ha alejado. En este caso serán dos
monólogos pero la distancia entre ellos impedirá
escucharse mutuamente y hasta saber que el otro se ha
pronunciado.

Siempre es deseable que los intelectuales estén
adelantados en relación al conjunto social al cual
pertenecen pero no tanto como para no poder
escucharse y registrarse mutuamente.

El gran nivelador es la educación
universal, una vez más, a pesar de que también
puede servir a dos amos enemigos. Entonces, ¿cómo
saber cuál es la educación y el
sentido de ésta que hay que elegir
popularmente?

La que permita poner en valor el
sentido moral de la
cultura, eso
que deja como residuo civilizatorio la
educación.

Entonces, ¿sobre qué bases es
legítima una opinión?, ¿acaso si coincide
con la opinión
pública?, ¿o con la posición
mayoritaria?, ¿o con el dictamen de los
expertos?

Sólo en una democracia
real auténtica, libre, igualitaria, justa y solidaria, la
sociedad y sus intelectuales tienen un diálogo mutuo, real
o implícito según las circunstancias. No así
en un país de mera democracia formal o en uno totalitario
donde la condición de intelectual con libertad de
pensamiento sólo es posible con altas dosis de
hipocresía.

En una sociedad democrática o en vías de
democratización tanto ella como sus intelectuales
deberían dialogar con claridad y criticidad no exentas de
mutuo respeto, de modo
que ni la presión
social inhiba la producción libre del pensamiento de sus
intelectuales ni el prestigio de éstos o de algunos de
éstos condicione o enerve el libre pensamiento de los
individuos y los grupos. Pero debe
ser un diálogo crítico, no dos monólogos
independientes, aunque sean críticos.

Esas distancias y la mayor o menor elasticidad,
así como el sentido de su movilidad representan las reales
posibilidades y dificultades de comprensión de los
problemas
sociales, y eventualmente de sus soluciones.

Pero si los intelectuales se adelantan a su tiempo y se
convierten en vanguardias, con todo y pese a las críticas
y acusaciones que puedan recibir por ello, si no se despegan del
todo de su contexto histórico se hallarán librando
combates reales y virtuales en diversos frentes, y la distancia
que los separe del resto de la sociedad será siempre una
distancia relativa y móvil que por momentos se
ampliará o se reducirá.

Pero debemos aclarar algo: la sociedad no es un cuerpo
social homogéneo ni monolítico. En todo momento la
sociedad tiene, si es que existen propuestas, un
simultáneo intercambio entre los intelectuales y las
distintas clases o grupos
sociales que tienen variable grado de impacto en
éstos. Puede darse que mientras una idea en un nivel de
clase no hace
progresos demasiado rápidos otra idea distinta se expande
con extraordinaria rapidez en otro nivel.

O bien puede suceder que estos intercambios no funcionen
como mangas acotadas a determinados niveles de clases ni sobre la
base de contradicciones sociales sino que por hallarse la
sociedad inserta en procesos de
luchas nacionales se registren diálogos más amplios
sobre la base de las contradicciones políticas
entre la nación
en su conjunto y las potencias imperialistas.

Para esto último es necesario que se haya
producido la emergencia de un tipo de intelectuales a los que se
ha llamado nacionales, si bien esa denominación es
insuficiente para su caracterización.

En tiempos normales ese juego
múltiple de influencias se procesa a determinados límites de
velocidad, pero es distinto si ya se ha instalado un proceso de
transformaciones que se puede dar en calificar como innovador,
transformador o revolucionario. Por cierto, una incipiente
revolución
puede no hacer demasiados progresos en cierto tiempo pero puede
acelerarse en un momento no previsto por razones de oportunidad y
de situación concreta.

Cuando en una revolución las ideas se difunden
con el aval de la
organización política que la impulsa y con la
referencia a los intelectuales que la han analizado y refinado
teóricamente, da la impresión de que la acción
política está referenciada y atenida al desarrollo
de una ideología o un plan
revolucionario producido, revisado o supervisado en algún
grado por intelectuales. Es que el prestigio de éstos
también se echa en la balanza política cuando
conviene a la acción, lo cual no implica que se
cumplimente ni que sea respetado en su totalidad.

En la revolución, el ritmo y las modalidades de
su procesamiento descansan básicamente en la
acción, en tanto lo ideológico siempre aparece como
legitimador y justificador de aquella, pudiendo así
experimentar modificaciones todas las veces que los ejecutores de
aquella lo consideren necesario.

VIII

LAS
GRATIFICACIONES DEL PODER

El poder compra intelectuales, ¡vaya novedad!, lo
que torna difícil la credibilidad del mito davidiano
del intelectual en lucha contra los Goliat, y lo del faro
ético
que simboliza, etc, etc.

Si alguien vende es porque otro compra. Los
intelectuales no son distintos al resto de los mortales, por lo
tanto, entre ellos también existen los genuflexos del
Poder.

El Poder tiene amigos y enemigos, razón por la
cual, aunque no lo parezca, siempre tiene nóminas a
la mano de probos y réprobos suministradas
por sus políticos más elevados, cuyas percepciones
más o menos gruesas configuran el who is who de los
intelectuales.

Otras nóminas son elaboradas por los organismos
oficiales de inteligencia,
los únicos que siempre tienen políticas de Estado: en
este caso el espionaje y control
ideológico de los ciudadanos con carácter preventivo. Por lo tanto, tienen
listas negras no sólo en tiempos de dictaduras y
totalitarismos o democracias maccartistas, sino en todos los
gobiernos, incluidos los más transparentes desde el punto
de vista de las garantías
individuales, las libertades públicas y los derechos
humanos.

Como el Poder está para utilizarlo pues de lo
contrario produce un efecto bumerang, margina a los intelectuales
claramente opositores. Y éstos, también pueden
automarginarse, aunque la experiencia indica que todos tienen un
precio.

Pero también existe una marginación no
oficial, ejercida de hecho por los propios intelectuales
adherentes puestos a defensores de la integridad de la
causa
, contra aquellos que a su juicio son peligrosos o
inconvenientes para la misma cuando la mayoría de las
veces sólo se trata de sus propios resentimientos en
juego. Más aun en tiempos en que la competitividad
y la productividad se
expanden por todas partes.

Siendo así, el lugar social correspondiente a los
intelectuales no debería ser muy cómodo al estar
sometidos a constantes ataques y descalificaciones provenientes
del núcleo del Poder y de la oposición, de la
izquierda y de la derecha, y de los colegas en
general.

Pero como toda generalización es peligrosa por
inexacta, exagerada, arbitraria o extremosa, se debe tener en
cuenta que el Poder siempre tiene intelectuales a su servicio.
Muchos de éstos alguna vez fueron cruzados de las causas
que en su momento consideraron más nobles y elevadas de la
humanidad. Más tarde, ya reconvertidos, se
dedicaron entusiastamente a elaborar listas negras con otros
intelectuales como víctimas.

Tal vez parezca exagerada la afirmación
precedente, en el sentido de sugerir la presunta existencia de
ejércitos de intelectuales al servicio de
los gobiernos, pero si tal vez no llegan a esas dimensiones con
toda seguridad existen
pelotones de intelectuales dirigidos por otro intelectual entre
los miles de funcionarios de los ministerios
nacionales y de provincias representados por intelectuales
empleados, o empleados intelectuales, muchos de ellos en planta
permanente, y cuya doble funcionalidad suelen mantener oculta
todo el tiempo que sea posible para evitarse problemas y a menudo
para poder "operar" con su patrón el Estado en
condiciones francamente indebidas; esto último dicho con
mucha benevolencia.

Para estos intelectuales su condición y buen
pasar es tierra
conquistada y malsano objeto de deseo para otros colegas
envidiosos. En qué consiste tal comodidad es muy
fácil de comprender. Es delicioso hacer un ligero inventario al
respecto.

Abunda el intelectual que alguna vez lo ha sido, o que
así ha sido considerado, aunque sea por haber publicado un
insoportable libro de
poesías
que le valió pasar a ser empleado público y una vez
afirmado en sus reales no escribió nunca nada más,
ni mejor ni peor que su opera prima. De éstos hay muchos
en el sector
público: habiendo llegado a los ámbitos
sacrosantos de la
administración en tierna edad, y con más
ínfulas que un consagrado, engordaron detrás de un
escritorio, perdieron la vista y el cabello administrando
expedientes, firmas y sellos, prodigando consejos a los nuevos
aspirantes a literatos, y nostálgicos relatos de sus
inflamadas trayectorias intelectuales, hasta el momento en que se
jubilaron y pasaron a cumplir asistencia voluntaria en el bar de
al lado del ministerio.

En cambio, otros
que por similares acomodos o por algún premio municipal
otrora renombrado se incorporaron al ejército de la pluma,
en general bastante menores en número, continuaron
desarrollando actividades intelectuales al margen de su empleo
oficial, y en ellas alcanzaron variados prestigios que a su vez
permitieron a algunos ascender en el escalafón de la
administración. Todo porque lo que
escribían fuera de las horas de trabajo no
entraba en contradicción con los intereses particulares y
generales de su inefable patrón, quien se sentía un
importante mecenas.

Así, un intelectual empleado podía
ascender en la administración siendo novelista,
historiador o afiliado político, siempre y cuando lo fuera
en los partidos A, B o C, y jamás en los X, Y y Z, y
mientras sus novelas fueran
románticas o incluso sociales pero no hurgaran en la
cuestión de las injusticias, sus causas y los culpables, y
que propusieran la salvación individual, y no es que ellas
no fueran buenas puesto que muchas eran geniales y hay que
leerlas; o bien que tratándose de historiadores sus obras
pudieran representar la historia oficial y nunca las
otras versiones de la historiografía, si bien en el caso
de historiadores rosistas se solía hacer una
excepción –no por Rosas– sino
porque ellos solían ser hombres del nacionalismo
católico, y para más garantías muchos de
ellos, de comunión diaria.

Pero mientras en todo momento existen intelectuales en
planta permanente, hay otros recién llegados de la mano de
la gestión
de Fulano, quien como todos sus antecesores en el cargo se ha
rodeado de sus hombres de confianza y de los propios recomendados
de éstos, porque si de alguna manera se puede apreciar la
maravillosa sensación de un intelectual recienvenido y sin
capital
político de estar en el Poder es proponiendo el
nombre de alguien para un modesto cargo… ¡y que se
lo nombren!

Si los recienvenidos están allí es porque
algún tipo de resonancia pública han adquirido
previamente, y es con ella que intenta revestirse el funcionario
que los ha designado en el puesto. Pero como en esta etapa la
permanencia del intelectual es inestable por razones
políticas habituales y comprensibles, deberá "hacer
buena letra" y mostrar suficiente empeño para que el
señor jefe ponga sus ojos en él y en algún
momento lo considere potable, útil, necesario,
imprescindible o socio de sus "empresas"
(testaferro es más preciso).

¿Qué virtudes pondrá el
señor intelectual al servicio del señor jefe y del
partido?

Lealtad, la primera de ellas. Es lo que exigen
Jesús tanto como Satanás. Una relación no
puede progresar sin lealtad. Los intelectuales deben lealtad
incondicional en primer lugar a quien los designó en el
puesto, salvo que éste caiga en desgracia y sea subrogado
por otro que sin duda pretenderá quedarse con todos los
créditos del anterior. En este caso,
recomenzará la carrera para volverse potable, útil,
necesario, imprescindible o socio de los "proyectos" del
nuevo jefe.

La lealtad debida tiene dos caras: lealtad pasiva, o sea
abstenerse de trabajar en contra del jefe; prohibido tirarse a
menos contra él; dar testimonio constantemente -frente a
otros- de la relación que los une; y lealtad activa:
trabajar ardientemente a su favor; avisarle al jefe
quiénes son los que están en su contra; nunca es
suficiente lo que se haga por el jefe, etc, etc.

Deberes propios del campo de la militancia, es decir, de
la política, transferidos al campo del ejercicio de la
condición de intelectual, sobre todo del intelectual
"orgánico".

Consecuencia de la lealtad del intelectual a su jefe, su
pensamiento debe ser puesto a su disposición y
jamás debe entrar en contradicción con él ni
con sus intereses. Por lo tanto, si es preciso "estirar" las
argumentaciones para defender los intereses del jefe se hace para
que después al tipo no le digan que es un
"pechofrío".

Vale aclarar que esto es habitual con intelectuales de
derecha como de izquierda trabajando simultáneamente para
el mismo patrón. Ocurre del mismo modo con los
orgánicos del antisistema antes de su llegada al poder, y
mucho más a partir de su desembarco en
él.

Y con respecto a un eventual momento posterior, o sea
cuando el Poder ha sido perdido, cualquiera fuera el signo
ideológico asumido anteriormente, lo normal será la
diáspora y el ocultamiento temporario,
luego pequeñas incursiones sociales con mucho maquillaje
hasta que finalmente, trasvestidos, se lancen a campo abierto
oteando el horizonte en los 360º para ver por donde salta la
liebre nuevamente, porque siempre salta.

Y la otra lealtad es a la doctrina política, y a
la causa misma. El intelectual debe abstenerse de contradecir,
criticar, objetar, murmurar, etc, respecto de aquellas. De
ahí al sectarismo, el fanatismo, el relativismo moral, la
complicidad, sólo resta un paso muy corto.

Privilegiada situación la de estos intelectuales
que viven del Presupuesto, que
pueden sortear cualquier tipo de crisis y que
nunca van a quedar desocupados como le puede ocurrir a cualquier
hijo de vecino.

Algo a su favor: siendo empleado del Estado, un
intelectual de esa clase podrá demostrar su solidaridad
haciéndose una escapadita en horario de trabajo para
concurrir a una manifestación callejera de los
desocupados.

Lógicamente, los intelectuales que han sido
premiados por el gobierno de turno
con su incorporación a planta permanente gozarán,
cualquiera sea la jurisdicción pero sobre todo en la
ciudad capital y en sus cercanías, de mayores beneficios y
privilegios en razón de girar en un circuito de mayor
poder decisional.

Beneficios, privilegios, prestigio. El sueño de
un "intelectual orgánico" en Argentina es ser transferido
a las áreas políticas por haber deslumbrado al
señor jefe o a los superiores de éste por haber
sido considerado una pieza interesante a ser jugada en las
próximas elecciones.

Todo intelectual que ha entrado en la política
del modo como hemos descrito desarrolla en su fuero íntimo
una secreta sensación de asco por sus jefes
políticos, debido a la ignorancia que exhiben con tanto
desparpajo junto con sus innumerables vulgaridades y venalidades,
las que en lugar de constituir un demérito para ellos se
convierten en habilidades y destrezas necesarias para el juego de
la politiquería.

Consecuencia de ese conocimiento
descarnado de los políticos -o politiqueros-, los
intelectuales empleados o funcionarios tienden a desarrollar un
creciente narcisismo que los lleva primero a pensar que con jefes
de tamaños quilates siempre van a ser necesarios como
asesores o fachadas. Más adelante adquirirán
sentimientos agresivos contra ellos y los despreciarán sin
que nadie lo perciba por sentir que la relación
debería ser al revés: ellos arriba por tener
cerebro, por ser
honestos y poder desarrollar un proyecto en dos
horas si fuera necesario, mientras que sus jefes políticos
no pueden hacerlo porque no tienen suficiente Salamanca
incorporada.

Tales sentimientos y sensaciones constituyen una
incomodidad pero no son tan graves como para esperar que los
intelectuales que los experimentan resuelvan abandonar las
esferas que frecuentan, tan próximas al poder, ya que las
compensaciones son muy interesantes.

Suculentos sueldos de ejecutivos hoy, con más los
adicionales, viáticos y sobresueldos en blanco o en negro,
que les permitirán hacer diferencias destinadas a ahorros
e inversiones,
les harán engrosar las jubilaciones el día de
mañana.

La comida hoy y la jubilación mañana es
todo en América
latina, al punto de que por ambas millones de personas
entregan el alma y aun la
vida. Después de atravesar una administración tras
otra, en cargos de nivel intermedio generalmente, los
intelectuales suelen tener jubilaciones mucho más
suculentas que las de un obrero común.

¿Cómo dimensionarán los
intelectuales la importancia de los premios y castigos en su
posición personal ante la
vida, es decir, en su capacidad para configurar sus propios
límites a la aceptación y al rechazo de los
desafíos intelectuales y morales que se les presenten?
¿Cómo faquires, como el Mahatma
Gandhi…?

No. Lo harán como la mayoría de los seres
humanos. ¿Hace falta decirlo expresamente? Menos
aún hace falta demostrarlo con una investigación ad hoc pues la
experiencia ya lo ha demostrado: los intelectuales con sueldos
altos en el Estado o en algunas corporaciones, y con expectativas
de jubilaciones "jugosas" se vuelven automáticamente
funcionales al poder, de entrada nomás, pudiendo llegar a
convertirse directamente en amanuenses y mercenarios si la paga
es mayor.

Manipulación, cooptación,
estímulos, incentivación, promoción, proyección individual y
social son las acciones
previsibles que implican transacciones de conciencias. La
titularidad de las mismas pertenece al poder político que
las realiza en el mercado. Este
sistema
dispensador de premios y halagos fortalece las tendencias y las
habilidades especulativas de los intelectuales de esta clase.
Autocensura, autolimitación, eclecticismo, andar por la
sombra, hacer la propia, es la respuesta adaptativa de los
beneficiados.

Pienso en tantos que se dedican a la docencia en
las universidades, en especial en las ciencias
sociales, a quienes es de buen gusto considerar y tratar como
faros que iluminan su época, "víctimas del olvido
de la educación por parte de los gobiernos",
"inclaudicables luchadores por el socialismo",
etc.

Por cierto, no pienso en el ejército de reserva
de las universidades, generalmente profesores ad honorem,
sino en los consagrados, los académicos integrantes de las
clases medias con producción escrita y publicada. Puestos
en la contradicción a la moda de ser
críticos en la onda de izquierda, o caer en los brazos del
sistema, por lo general hacen malabares para parecer lo
que sea necesario en cada circunstancia, desarrollando grandes
habilidades para ello, a fuer de maquillaje, gambetas, zigzagueo,
sinuosidades, simulación, y hasta alguna pecata
minuta
a los efectos de conmover auditorios juveniles, toda
vez que el muchachismo tiene espacios admitidos para su
ejercicio y sobre los cuales el Poder utiliza el redituable
laissez faire, laissez passer.

Los intelectuales del campo de las ciencias
sociales y de las humanidades que integran el exclusivo staff de
los concursados en titularidades y adjuntías suelen tener
otros beneficios derivados de esa pertenencia, y es la
posibilidad de publicar sus trabajos por cuenta y cargo de
organismos públicos nacionales, y si no es un libro
completo seguramente será integrando alguna
compilación.

Además, ciertos intelectuales con nombre conocido
en ámbitos universitarios suelen tener vínculos
aceitados con editoriales privadas en las cuales podrán
trabajar como asesores de sus especialidades en materia de
publicaciones. Siendo que suelen mantener una fuerte solidaridad
corporativa entre si, podrán direccionar la línea
editorial admitiendo a unos intelectuales y excluyendo a otros. Y
favor que hoy se hace a otros, mañana vuelve a tu
favor.

Otro beneficio es la publicación de libros o
folletos de utilización obligatoria o recomendada en las
aulas, empezando de entrada nomás con las habituales y
engorrosas materias de los cursos de ingreso de ciertas
universidades.

No hay que olvidar las becas oficiales o institucionales
de organismos públicos y privados, nacionales e
internacionales para acudir a congresos o para realizar estudios
especializados en el exterior, o para investigaciones
dentro o fuera del país, las cuales pueden durar varios
años.

Un aliciente económico importante puede surgir
cuando un intelectual pasa a integrar el reducido círculo
de los que están en los MM, comenzando por la TV.
Éste es el más deseado pero el menos requirente en
función de sus características técnicas.
En cambio, diarios y revistas pueden ofrecer a los más
conocidos posibilidades de desempeño estable con una aparición
esporádica, y en el mejor de los casos con una columna
semanal que también les dará resonancia.

Excluyo de este tratamiento a los periodistas de
profesión que se han transformado en intelectuales, muchos
de muy buen nivel, pues mi interés se
halla en los que se han formado académicamente
soñando en ser algo más que profesores,
licenciados, masters o doctores: es decir, llegar a poseer ese
algo inefable que significa entrar en alguna medida en la
historia y ser considerado "intelectual".

Una vez que se ha llegado a ese status, un intelectual
no estará más de 10 minutos en un programa de
televisión
pues debe aparentar ser un hombre muy
ocupado aunque no sea cierto, de modo que se cuidará de
aparecer muy seguido en las pantallas para no formar parte del
ambiente. Otro
perfil publicitario adicional que se suma a los beneficios que
ofrece estar en un MM, entre los cuales el principal es su mayor
difusión y ampliación o resonancia.

Cuando ello no es posible puede compensarse con otros
procedimientos, como el emplearse en universidades
de menor status para obtener o por lo menos intentar incrementar
sus ingresos, aunque
deban viajar lejos si para ello pueden contar con horas
concentradas quincenalmente y pasajes de avión.

La publicidad
pertenece a la economía, y el
intelectual busca espacios donde colocar su nombre-marca, como los
espacios de Internet donde todos tienen
páginas
web, por donde pueden participar de la venta de cursos o
carreras virtuales a distancia.

También las universidades y los organismos
públicos y privados, nacionales y extranjeros, producen
eventos
culturales que integran el mercado intelectual: son los
congresos, jornadas, encuentros, conferencias, etc, etc, que son
sitios de venta de servicios,
libros y publicidad, y como mínimo oportunidades para
hacer turismo con
pasajes y viáticos oficiales o privados.

Hasta aquí he mencionado espacios que brindan
exposición, identificación,
prestigio, reputación, conexiones y posibilidades de
vender la propia producción intelectual, generalmente
escrita, y de venderse el propio intelectual como persona.

En otro plano están los negocios
corporativos, por estar mediatizados por la corporación
académica, por ejemplo el negocio de vender cierta
cantidad de libros de ciertas editoriales al Estado para su
distribución gratuita por el sistema
educativo y bibliotecario de jurisdicción nacional o
provincial. O que dicha edición
sea efectuada directamente por talleres gráficos oficiales para beneficiar a
determinados autores.

Luego están las consultorías, las
fundaciones, las ONG´s
(que las hay de izquierda y de derecha pero que todas apuntan a
capturar principalmente dineros públicos), las
asesorías y los proyectos de capacitación de maestros y profesores
vendidos a los ministerios de educación de la nación
y de las provincias.

Todo lo cual se presta muy fácilmente a ciertas
deshonestidades que no se compadecen con la fama que precede a
los intelectuales, aunque sí con la de los funcionarios
intervinientes.

También están las becas de
investigación, con las que se pagan varias veces las
mismas "investigaciones" sin que los mecenas, públicos o
privados, se den por enterados.

Y éstas no son "posibilidades"
laborales para ingresantes a ciertas facultades de ciencias
sociales de la ciudad de Buenos Aires, tal
como podrían figurar en una guía de carreras
universitarias, sino reales oportunidades de negocios, de
transas de mercado habituales en el mundillo intelectual, o
"intelectual".

IX

LOS CORTESANOS

Gracias al mercado y a la publicidad algunos
intelectuales llegan a convertirse en cortesanos del Poder y en
algunos casos en hetairas del mismo. Si bien el fenómeno
es un clásico de América
latina, para corte y cortesanos no hubo ni habrá nunca
nada que supere la época del Innombrable, aunque da lo
mismo decir El Sátrapa.

Esta colocación de los intelectuales acarrea la
posibilidad de múltiples masajes al ego, a su fatuidad y
vanidad: ser funcionarios, asesores, almorzar o cenar con los
gobernantes de cuando en cuando, ser mencionado por éstos
(¡el éxtasis!), y otras más ambiguas.
Además de recibir halagos precisos e identificables, y
otros imprecisos, motivados en su condición de estrellas
rutilantes.

Los tocados por la varita mágica se desviven por
participar de las fiestas de la corte, por ser vistos por el
César, por cruzar miradas chispeantes con él, por
ponérseles por delante y sonreírle, en tanto otros
cultivan el rol de insobornables pero rogando íntimamente
que su fingida reserva y laconismo lo seduzca y le haga razonar
que le vendría muy bien que la gente lo asocie con
intelectuales honestos y capaces como él (como el
intelectual), que "no están quemados"…
todavía.

Este espacio privilegiado vincula con otros espacios
derivados.

Un recurso propio de intelectuales para soportar su
extranjeridad en el Poder es agruparse y desde allí
intentar revenderse al César con un presunto mayor valor
agregado: "el grupo X…", "la Mesa de…", pensando en
general que aquél es un tarado que no se da cuenta de la
jugada, cuando en realidad el César ya está de
vuelta y si acepta es porque piensa sacarle algún
rédito a la operación. Puestos en esa carrera, no
dudan en felicitarlo por la inteligencia demostrada al haberlos
convocado a participar, y prometen y se prometen días
venturosos para la patria por tal hecho. A partir de allí
sueñan con una carrera política (invariablemente
con jubilación privilegiada al final).

En consecuencia, andan de subsecta en subsecta,
merodeando, influyendo, hablando en la oreja ("asesorando") a
politiqueros, señalando réprobos pues es
fundamental para ellos marcar su propio territorio como el macho
de la manada contra los machos extraños.

Así se va construyendo una acumulación de
poder de influencia cuya operatividad puede llegar a ser
siniestra, a pesar de sus importantes lauros, sus honorables
trayectorias y sus muy elevados propósitos
iniciales.

Pero esto no es privativo de nuestro país ni de
países latinoamericanos. También sucede en la culta
Europa. Es
consecuencia de un principio económico muy simple: los
bienes son
limitados y los aspirantes aumentan constantemente.

¿Qué diferencia tienen éstos
asaltantes del poder con los intelectuales orgánicos del
campo marxista? Ninguna. Ambos usan al poder y a las masas en su
propio beneficio.

De todos modos, son tan nocivos los orgánicos de
la izquierda que renuncian al ejercicio de su autonomía
intelectual a cambio de integrar la nomenclatura,
como los que se venden por un jugoso contrato al Poder
político o a las corporaciones en calidad de
tecnócratas estables.

¿Cómo es la relación de los
intelectuales con el Poder y con los MM? Muy aceitada.
¿Qué ganan y qué pierden? Ganan mucho y
pierden poco pues las pérdidas morales no las computan.
¿Qué condicionamientos reciben? ¿Pueden
resistirlos? ¿Desean resistirlos? ¿O se
dejan de entrada nomás como una
prostituta?

Las utilidades son considerables. No es, por lo tanto,
ningún lugar despreciable. Dinero,
viajes,
relaciones, jubilación abultada, reciclamiento en el
funcionariado, ascenso social, una buena herencia a los
hijos. La posibilidad del lagrimón nostálgico el
día de mañana, al recordarse hijo o nieto de aquel
inmigrante pobre que no logró alcanzar su sueño de
bienestar definitivo… y en cambio él…
¡las cosas que fue capaz de hacer como
reivindicación y amor por su
padre para que se sintiera orgulloso desde el más
allá!

Así las cosas, si el Poder les quita algo y no se
los devuelve, igual valdrá la pena -se
justificarán- pues saben que la alternativa de hierro es
adaptación y sobrevida, o independencia y
muerte.

¿Puede ser independiente un intelectual que cobra
un sueldo suculento del Estado o de una corporación y que,
por lo tanto, le podrá dar mejores oportunidades
educativas a sus hijos, algunas compensaciones a su esposa y al
final del camino obtendrá una jubilación
"acomodada"?

¿Se puede ser crítico y al mismo tiempo
empleado de quien se critica o de quien se debe
criticar?

¿Qué ocurre cuando un nuevo gobernante se
rodea de intelectuales reputados de duros, o críticos, o
comprometidos, etc, etc? ¿Qué busca?
¿Cómo termina esa relación?
¿Existirán interesados en visitar los salones del
Poder?

¿Y en convertirse en cortesanos para siempre?
Sobre todo existiendo la posibilidad de transmitir el cargo al
primogénito como en los tiempos de Indias. Eso sin
mencionar a la esposa, el hermano, el cuñado, la amante y
el yerno.

¿Qué le sucede, en consecuencia, a las
lenguas y a las plumas de esos felices intelectuales agraciados
con la grande de la lotería? Se callan, se inhiben, se
adormecen, se autocensuran, se vuelven alcahuetes, chupamedias,
serviles, y por miedo a meter la pata y arriesgar tan
estratégica posición alcanzada no hacen nada.
¡Y santo remedio!

¡Pensar que cuando ingresaron a esos sacrosantos
antros del Poder creyeron que se debían colocar las
pilas y tratar
de dar lo mejor de si mismos! ¡Qué error! El Poder
desea precisamente todo lo contrario: ¡que suban y no hagan
olas!

Si el orgullo de un intelectual fuera cumplir una
función crítica
de lo existente, como suele decirse, y suponiendo que existiera
un generalizado consenso en ese sentido, cabe preguntarse
¿cómo podría continuar usurpando los
beneficios de semejante percepción
popular, por más equivocada que fuera, y regodearse con
ella, siendo que es un viejo anhelo social de una sociedad que
viene de tumbo en tumbo, y al mismo tiempo formar parte de la
organicidad del Poder al cual debería estar vigilando para
criticarlo en todo instante?

La entrada en la corte mata al intelectual. Éste
se transforma en un traidor -por acción u omisión-
a quienes alguna vez dijo que se debía, y si quiere
continuar siendo honesto para sentirse mejor consigo mismo y con
su conciencia
deberá abandonar a sus nuevos amigos. Otra traición
entonces. Además, por el sólo hecho de incorporarse
ya se ha traicionado a si mismo.

Que muchos de estos personajes puedan sobrellevar con
mucho entusiasmo semejante proceso en lo psicológico,
espiritual y social, es una cosa; lo cierto es que así
como todo el mundo sabe cuando se mira al espejo cuáles
han sido sus traiciones viejas y recientes, pero sobre todo
cuáles serán las próximas e inminentes, lo
mismo les sucede a los intelectuales, sobre todo a ellos, siempre
tan vulnerables en tantos aspectos.

Sin embargo, no entrar en la corte no siempre se debe a
renuencia de un intelectual, o a sus resistencias a
que ello suceda. Frecuentemente se debe a que nadie del
círculo del César ha puesto sus ojos en él.
Eso realimenta sus resentimientos contra el Poder y hace que sus
juicios adversos corran riesgo de no ser
necesariamente críticas racionales de quien debería
ser altamente racional en sus críticas.

X

¿INTELECTUALES O
REVOLUCIONARIOS?

Para los intelectuales autodesignados o percibidos como
comprometidos, progresistas, de izquierda o revolucionarios, la
política suele ser su principal objeto de estudio, de
reflexiones y preocupaciones.

También suele ser el campo en el cual ejerzan una
actividad militante o de sentido práctico en
relación con otros sujetos políticos
intervinientes: camaradas, colegas, organizaciones
partidarias, movimientos políticos y sociales,
organizaciones colaterales, grupos de tendencia, grupos de
presión, órganos de prensa,
ONG´s, etc; ya sean propias o extrañas, es decir,
aquellas de las que son miembros o simpatizantes y aquellas que
consideran adversarias o enemigas; y de nivel local (regional o
nacional) o internacional.

Actualmente asistimos en América latina a un
renovado interés de los gobiernos que van del centro a la
izquierda por vincularse con intelectuales afines, y según
sean sus concepciones y sus estrategias
políticas en lo interno y lo internacional,
promoverán a unos y rechazarán a otros.

La mayoría de los gobiernos latinoamericanos,
sumidos en su no resuelta contradicción entre ser
plenamente socialistas o plenamente capitalistas, exhiben
vínculos de afinidad o de empleo con intelectuales que han
sido revolucionarios en otras épocas y que hoy tienen
posiciones moderadas. Sólo en unos pocos países
claramente ubicados en posiciones de ultraizquierda gobiernos e
intelectuales adeptos se referencian directamente como
"revolucionarios".

Pero, ¿es realmente posible ser intelectual y
revolucionario, más allá del mito? Entendiendo al
término intelectual en el sentido amplio común a
todos los humanos, todo revolucionario es intelectual. Pero la
pregunta se refiere a los intelectuales que estamos analizando,
es decir, a los que viven en el mercado y del mercado, y lo
critican por izquierda.

En este caso, ¿es posible?, ¿y en
qué medida? ¿No existe acaso ningún desmedro
real o potencial para cualquiera de esas dos condiciones o
desempeños prácticos?

Ser intelectual y revolucionario teórico es
posible en tanto el intelectual no se someta ni a estructuras de
poder político, social, ideológico ni religioso ni
a sus respectivos planteos doctrinales como un lecho de Procusto,
ni tampoco se autocensure por ninguna consideración. Es
decir, que sea intelectual para si y no para otro u otros, y no
me refiero a los beneficiarios de su compromiso, sino al acto de
pensar con libertad externa e interna. De lo contrario
será medio intelectual, o un cuarto, o tal vez menos, como
los malos intelectuales, o como los intelectuales
mercenarios.

En tal caso, deberá enfrentarse con los MM, las
industrias
culturales y todo el stablishment, en un combate
simbólico y a la vez real por apagar su voz, de un lado, y
por hacerla escuchar, de otro lado.

Ello no es muy frecuente, debido fundamentalmente a la
ecuación personal del intelectual. Obviamente, lo
difícil escasea y lo fácil abunda.

¿Y qué sucede con ser intelectual y
revolucionario práctico? Es decir, ¿estando en un
proceso revolucionario que persigue la toma del Poder, trabajando
como intelectual full time o part time?

¿Y por qué no? Ejemplos sobran de
intelectuales conductores de procesos revolucionarios, es decir,
mucho más que militantes.

Pero existe un riesgo a correr que deberá ser
evaluado con la lógica
del intelectual o con la del revolucionario, y es cuál de
las dos condiciones renuncia a su autonomía o la pierde,
incluso inconscientemente, en beneficio de la otra. Por lo
general, suele imponerse en los hechos la lógica del
revolucionario y la costumbre y los hábitos de la
intelectualidad posterior en el tiempo es la de juzgar
positivamente la opción por la acción y condenar
duramente las actitudes o
medidas que puedan calificarse de displicentes, temerosas o
melindrosas, incluso erróneas, en relación con la
acción, en tanto se halle atenida a consideraciones
teóricas de mucho peso en la circunstancia.

Ello muestra la
tendencia dominante a que la praxis genere
las adecuaciones subsiguientes de la teoría
política en juego, no sólo para corregir y
recuperar la práctica, sino también para encubrir
errores, legitimar y justificar lo actuado. Con lo cual el
ejercicio del pensamiento en estos casos se halla
constreñido por las finalidades de la acción y la
condición de intelectual termina cediendo siempre a la de
político o militante.

Con las consideraciones precedentes, en general, la
amalgama de revolucionarios intelectuales y viceversa se presenta
en innumerables experiencias históricas de diversos
signos
políticos e ideológicos.

Al pensar en intelectuales vinculados a opciones
políticas prácticas pienso en hombres que no viven
de sus producciones ni de sus famas intelectuales pasadas sino de
intelectuales en acto: intelectuales que siguen siéndolo
porque encaran constantemente el pensar sobre nuevos elementos de
análisis. Por lo tanto, aquellos que han
sido intelectuales y luego se suman a una revolución como
revolucionarios tal vez no lo hagan como intelectuales, salvo que
sean conductores de la misma o que en algún grado sean
tenidos en cuenta como intelectuales; de lo contrario
serán obreros más o menos calificados de una
revolución, con pagas más o menos
diferenciadas.

En consecuencia, la condición de intelectual no
se obtiene de una vez para siempre sino que se replantea
permanentemente ante nuevas situaciones, y entonces puede que
sí, o puede que no… que alguien merezca seguir
siendo considerado intelectual.

Sin embargo, es habitual vivir de haber
sido
… intelectual o revolucionario, y percibiendo
alguna renta por ello. Con lo cual en el primer caso está
ausente un nuevo acto de pensamiento autónomo, original y
creativo, y en el segundo una revolución. Estas
limitaciones son comunes entre los intelectuales tanto como entre
los políticos, sobre todo en América
latina.

Es por eso que ciertas intervenciones públicas
hechas en nombre de viejas luchas pueden resultar años
más tarde decepcionantes, aburridas, farsescas, sobre todo
para auditorios renovados que no están obligados a mirar
con admiración y deslumbramiento hacia el pasado. Por eso
muchos jóvenes pasan de largo cuando se los convoca a ir
hacia atrás. ¿Dónde está la falla? No
en el hecho de evocar, ni siquiera en evocar con nostalgia, sino
en el hecho de no ser críticos ni autocríticos, o
mejor dicho, en el hecho de que si intentan la autocrítica
ésta siempre consiste en la autocrítica de los
otros. Estos reciclados son los que atrasan la hora.

Paradójicamente, los intelectuales que atrasan
por izquierda hacen lo mismo que los que atrasan por derecha,
pero los de izquierda son más desfachatados todavía
pues desde sus pequeños colectivos se potencian en
sus soledades para pregonar y autopercibirse como inclaudicables,
resistentes, rebeldes, revolucionarios, etc, según la
osadía o el desparpajo de cada quien, cuando en realidad
no tienen nada que ofrecerle a un mundo distinto con hombres y
mujeres distintos.

La rebeldía es muy mal entendida en la
actualidad. Ser iconoclasta por el mero hecho de serlo no
necesariamente se relaciona con la rebeldía. Al ejercicio
de la denuncia y la crítica a repetición no siempre
le corresponde un estado de rebeldía. Actualmente, las
más de las veces ellas representan manifestaciones del
resentimiento.

La rebeldía es propositiva pero de verdad,
concretamente, y en relación a la esfera práctica.
No se queda en el delirio ni en el idealismo
ideologizados.

La rebeldía mira al futuro, y tiene contenido; el
resentimiento mira hacia atrás, y es pura
oquedad.

Cada vez más estamos viendo en América
latina ex intelectuales y ex revolucionarios resentidos
dispuestos a ser comprados como iconos imprescindibles de la
galería política administrada por gobernantes de
turno convencidos de la conveniencia de lucir una
imaginería culturosa de izquierda, fácilmente
domesticada y a la espera de la jubilación.

XI

ERRORES Y READAPTACIONES DE LA
IZQUIERDA

En principio existen dos tipos de intelectual difundidos
entre la gente. Uno es el correspondiente a los académicos
y otro a los intelectuales de izquierda.

El primer tipo, se sabe, es el más antiguo, el
que se recuerda de cuando uno era chico, tiempos en los que
el
conocimiento brindaba gozo y prestigio a sus apropiadores y
la vida se veía como un tren que paraba en todas las
estaciones.

Todavía buena parte de las representaciones
anclan en la cuestión de los elevados conocimientos que
caracterizan a los intelectuales, y en el hecho de que ellos
integran un mundillo o colectivo al que acceden los más
importantes, refiriéndose tácitamente a los
consagrados, connotando de este modo a la Academia, aun sin
poseer suficiente conocimiento ni representaciones sobre
ella.

Ésta es una concepción habitualmente
considerada elitista desde las concepciones de izquierda, debido
a los criterios de selección
y jerarquización de los productos
intelectuales y de sus realizadores.

El académico es visto como un erudito, un
pensador profundo con formación universitaria que conoce
todo lo existente o lo escrito sobre un determinado campo de
estudios. Actualmente son vistos como los expertos,
denominación que pretende mostrarlos como los no
politizados
o los apolíticos, o dicho de otro
modo, desentendidos de las consecuencias sociales de la ciencia y
de su propio rol social.

En cambio, a los otros intelectuales, a los de
izquierda, se los percibe o intuye como muy vinculados con la
política, por más que en estos tiempos hayan
perdido influencia a cambio de una renovada presencia en otros
ámbitos de la cultura.

Sin embargo, los expertos no son ni inocentes
instrumentadores científicos de las decisiones
políticas de los poderosos, ni tampoco los perversos
tecnócratas responsables de todos nuestros
males.

Ellos representan los activos
intelectuales de una nación, producidos por nuestras
universidades nacionales o privadas, y con los cuales nuestros
gobiernos nacionales mantienen una muy grande deuda
histórica de olvido, abandono, menosprecio,
desvalorización y en determinados campos de la actividad
económica y social de falta de oportunidades para su
desarrollo profesional.

La mitología izquierdista, que los considera
en bloque como la derecha intelectual del sistema, no sólo
no hace justicia a la
importancia de sus aportes reales y potenciales a la vida
material y cultural sino que tal posición es un verdadero
disparate, toda vez que las modalidades y funcionalidad concreta
del sistema capitalista entre nosotros es fruto muchísimo
más de nuestras propias contradicciones, limitaciones e
incapacidades políticas de carácter estructural
para implementar políticas de desarrollo con equidad
social, que de las tensiones e intereses propios del capitalismo
internacional.

El otro modelo,
correspondiente a la percepción predominante, es el de los
intelectuales como abonados naturales de las izquierdas de toda
clase.

De quienes más se habla, o de quienes se habla
cuando se menciona a los intelectuales a secas es generalmente de
la intelectualidad de izquierda, de los intelectuales
simpatizantes o militantes en partidos u organizaciones
socialistas, preferentemente marxistas.

Esta tendencia estuvo fuertemente instalada en los
años 60´s y 70´s hasta la crisis de las
grandes utopías y el propio fracaso de la izquierda en
Argentina.

Actualmente, pese a hallarse en retroceso por el
agotamiento de sus clásicas obsesiones en un contexto
mundial absolutamente distinto, los intelectuales de izquierda
conservan espacios tradicionales y cierto anclaje en los
imaginarios sociales, toda vez que la cultura en sentido amplio
tiene presupuestos y
mitos de
izquierda en un contexto de vida material que por
oposición se percibe y designa habitualmente como de
derecha. Derecha que mercantiliza productos ideológico
culturales de izquierda, que son consumidos por
pequeñoburgueses de todos los signos políticos
reducidos a meros objetos culturales.

De modo que lo que en otra época fue drama, hoy
se ha convertido en sátira.

Durante la Guerra
Fría los intelectuales de izquierda eran percibidos
como aquellos que permanentemente expresaban su disconformidad
con todo y contra todo; los que desarmaban lo que los
políticos y los intelectuales de la derecha habían
armado, buscando mostrar los defectos de su hechura, o los
injustos fines perseguidos con tal obra. Y lo llevaban a cabo con
tremendismo, rupturas, provocación y
escándalo.

También eran y son asociados en las percepciones
habituales de los ambientes culturales medios con
resistencia cultural y contracultural, es decir,
compromiso crítico de conocimiento y denuncia y apoyo a
las manifestaciones políticas afines desde una
posición ideológica generalmente reputada como
izquierda, aun teniendo coincidencias, afinidades y diferencias
entre si. En general tienen una oposición concreta y
militante a la
globalización neoliberal.

Todos se arrogan la representación de la sociedad
y el pueblo en cuyo nombre se expresan pero ponen en el centro de
su pensamiento los intereses de las clases explotadas o
subordinadas, mientras consideran a la otra intelectualidad como
individualista e indiferente a los problemas sociales. Más
aún, la consideran directamente al servicio de los
enemigos del pueblo… trabajador.

Han estado abonadas a las conocidas orientaciones
ideológicas del llamado socialismo real: leninismo,
trotzkismo, maoísmo, guevarismo, polpotismo, etc, etc,
además de las innumerables sectas izquierdistas
posmodernas, todas hijas, nietas y biznietas prefiguradas en
Carlos
Marx.

Cada una de esas orientaciones, a su turno, ha
pretendido hegemonizar en el mundo de la cultura la
representación de los paradigmas de
la criticidad y el compromiso con la lucha anticapitalista por el
socialismo.

Este fenómeno siempre está de actualidad
pese a los fracasos que las teorías
de izquierda experimentaron en su vinculación con la
praxis política en su pretensión de transformar el
mundo.

Qué se entiende por fracaso es un largo debate en
el inventario del dolor que prefiero no realizar pues quien me
lee ya sabe a que me refiero, por más que pueda compartir
o rechazar lo que digo.

Esas izquierdas hoy son sólo fantasmas de
una causa que murió derrotada no por el capitalismo sino
por sus propias incapacidades y limitaciones.

Pero ello no obsta a que los intelectuales de izquierda
de hoy postulen desde sus innumerables puestos de observación del mundo la continuidad del
mito de que frente al proyecto único de la derecha
reaccionaria hay que construir otro proyecto único pero
representativo de todas las izquierdas unificadas y
representadas. Ésta sería la tan pregonada nueva
izquierda
de hoy.

Por esa misma fragmentación política e
ideológica que caracteriza en esencia a las izquierdas,
proveniente de su tradicional reductibilidad a la mínima
expresión identitaria, y por tener que construirse
semejante utopía sobre las ruinas y los escombros
subsistentes, incluidos los intelectuales y militantes
izquierdistas, en el mejor de los casos tal intento
derivaría en la aparición de novísimas
nuevas izquierdas condenadas a repetir los viejos errores.
En definitiva, sería más de lo mismo, ni bueno ni
útil a la causa de los pueblos, pero seguramente
sería funcional a la derecha, como siempre.

En páginas anteriores mostré los deberes
de un intelectual para esta visión y di mi posición
al respecto.

Ahora seguiré sumando consideraciones al mismo
tema, comenzando por decir que el del intelectual de izquierda es
un estereotipo que creció desde finales del siglo XIX, al
amparo del Estado
Nación, del Estado Benefactor y de la Guerra
Fría, y que aunque desgastado -por no decir agotado-
sobrevive como un nicho de mercado de la Globalización.

Su supervivencia en el revival sesentista y
setentista de la primera década del tercer milenio tiene
lugar soslayando el fracaso histórico de aquellas
izquierdas bajo la onda política retro, cuando hoy
la memoria
popular desconoce en gran medida su verdadera trayectoria en
Argentina y América latina, y sólo se guía
por una versión mitificada de giro internacional que sirve
para escribir, libros, hacer películas, documentales,
canciones, camisetas, boinas, medallas, tatuajes, etc.,
etc.

Igual que hace cuarenta años, han reaparecido
viejas discusiones y temas con los que se entretenían los
universitarios de entonces, y nuevos libros han aparecido
reuniendo los maquillajes necesarios para intentar cautivar a los
muchachos de hoy.

Simultáneamente, los problemas sociales y
económicos de la actualidad latinoamericana y las nuevas
experiencias políticas de Sudamérica son terreno
fértil para un nuevo reciclaje del
mito.

La leyenda del intelectual de izquierda como faro, como
David, como resistente, etc, es permanentemente fogoneada por los
mismos intelectuales que circulan en el mercado y por el coro
áulico de la cultura "progre" que opera como caja de
resonancia de su apostólica misión: el
intelectual debe ser un eterno antipoder, o mejor dicho,
antisistema.

Aclaremos: esta crítica no se debe a que no
aprobaran los exámenes que la historia les tomó en
Argentina, en América latina y en el resto del mundo, sino
a mi rechazo a dogmas y concepciones fundamentalistas en
cualquier campo, entre otras las referidas a misiones de
ningún tipo para los intelectuales ni para nadie. Cada uno
tiene que aprobar los exámenes habilitantes en la Universidad y
nada más. Después, quien toma examen es la vida.
Porque si alguien confiere misiones a cumplir es porque tiene
mucho poder, llámese Dios o el partido, y ante ellos no
cabe -lo hemos aprendido de la historia- otra conducta que la
sumisión. Y eso es contradictorio con el mito del
intelectual libre, rebelde, insumiso, aunque no con la realidad
real, como hemos visto.

Debemos decirle "nunca más" a esos intelectuales
mesiánicos que predican la violencia y la
cultura de la muerte para
que la practiquen otros, como han hecho y continúan
haciendo tantos intelectuales de izquierda en todo el
mundo

Debemos rechazar a los pretendidos intelectuales, sean
de izquierda o derecha o de cualquier tipo, que de intelectuales
pasan a religiosos y hablan de deber, conciencia, voluntad,
doctrinas, dogmas, misiones, mandatos, cielos e infiernos,
elegidos y condenados.

Así han procedido los intelectuales de los
más variados signos políticos e ideológicos,
es decir, con sentido misional, toda vez que asumieron la
representación del pueblo siendo ésta una
apropiación indebida. Ni el pueblo tiene una sola voz ni
una sola conciencia y por eso mismo las izquierdas no han atinado
nunca a sincronizar su interpretación con los deseos y
sentimientos populares más representativos ni con las
necesidades, propuestas y soluciones más convenientes para
todos.

La izquierda está en crisis en todas partes en
tanto es esencialmente no democrática. Buena parte de ella
ha emprendido la retirada de la lucha para acogerse a los
beneficios de los fondos de jubilaciones y pensiones. Algunos
izquierdistas muy oportunistas han mutado ideológica y
políticamente, y buena parte también se ha
reciclado en la actividad política con nuevos ropajes,
siendo criticados hasta por antiguos compañeros que han
permanecido irreductibles. Otros han quedado tan confundidos y
culpables que se sienten paralizados y no tienen fuerzas para
levantarse ni para caminar siquiera en otra dirección, por lo que objetivamente nutren
espacios que suelen caracterizarse como los de los indiferentes
siendo que no es exactamente indiferencia lo que sienten sino un
complejo de sensaciones dolorosas como el desencanto, el
pesimismo y hasta el escepticismo, algo impensable en los
robots marxistas.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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