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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 5)




Enviado por cschulmaister



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Sin embargo, como tratándose de ellos todo es
posible, también queda lugar para aquellos que pese a los
fracasos universales de la izquierda marxista y a los del
socialismo
real responden con una apuesta temeraria en la dirección tradicional pero con una
virulencia discursiva multiplicada que en realidad compensa la
exigüidad de sus integrantes. Estos grupos se ocupan
de atacar a todos los anteriores por haber "traicionado" la
causa.

La posibilidad de sobrevida por medio de estas
adaptaciones de la izquierda a los nuevos tiempos tiene que ver
con sus conexiones y ramificaciones. Aquello que sirvió
con limitaciones para otras épocas, cuando algunos
creían con tremenda torpeza y estupidez que el capitalismo
estaba agotado y pensaban que entonces quedarían
amenguados y hasta compensados los fracasos del socialismo real,
sirve ahora para mantener la vigencia simbólica de ciertos
referentes desprendidos de todo encuadramiento y compromiso
concreto con
sus luchas de antaño.

Sus conexiones actuales con grupos afines, sus
vinculaciones con medios
gráficos cuasi clandestinos y con agrupaciones de carácter testimonial en las universidades,
y en el mejor de los casos con su incorporación a espacios
simbólicos de izquierda bajo consignas de menor perfil que
antaño, todo eso les sirve para mantener en
circulación múltiples discursos
aggiornados que no trascienden los marcos universitarios y
sindicales

El cataclismo del marxismo como
ideología (nunca admitido por un marxista)
y la crisis del
socialismo real cuestionan el rol y la misión de
los intelectuales
de izquierda lo mismo que la de los militantes, reducidos a
expresiones moleculares en un contexto subcultural de
escepticismo, frustración, derrota, desesperanza e
incertidumbre.

El mito
enseña que los "intelectuales" mueren de pie, el
último día de su vida y no antes. Pero es
sólo un mito. Cabe dudar de él y preguntarse si
realmente mueren de pie o en la cama, y si mueren el
último día de vida o se murieron con
anticipación sin que ellos mismos ni sus seguidores se
hayan percatado del deceso.

La veneración de las celebridades es un hecho
común de todas las sociedades.
Los latinoamericanos hemos sido criados durante dos siglos en la
veneración de las celebridades. El tiempo lija
las asperezas que pudieron haber tenido en sus vidas y al llegar
a la edad provecta una mirada atrás llena de placidez y
bonhomía por parte de la cultura y los
intelectuales hegemónicos legitima todas las posiciones
intelectuales, tanto por izquierda como por derecha. Y así
pasan, sin virulencia ni ganas de pelear, a la condición
de glorias vivas del pensamiento nacional.

Lo malo es que eso les conceda impunidad por
medio de un cheque en
blanco intergeneracional. O por lo menos, que eso
pretenda.

Son pocos, muy pocos, los imprescindibles, esos a los
que como sociedad les
quedaremos en deuda. Los otros, los de la mayoría, se
terminan yendo sin pena ni gloria, vencidos, sin virulencia ni
ganas de pelear desde la tumba como correspondería al mito
del intelectual. Algunos, ya en vida se convirtieron en fotos para el
cuadrito, o sea, en bolas de bronce. Y uno a uno, por
turno, cuando mueran serán despedidos en el Congreso del
mismo sistema
político que en vida denostaron. Y se dirá que
si sus profecías no se cumplieron no fueron ellos los
equivocados sino el pueblo. Y sus exegetas se pondrán a
argumentar, una vez más, a favor de su
reivindicación con mil argumentos diferentes.

El mito de los intelectuales de izquierda se alimenta
también con el mito de la universidad como
isla revolucionaria. Ambos mitos se
hallan plenamente insertos en el mercado, tanto
como el propio Marx.

La visión corporativa de la izquierda sobre sus
intelectuales, incluida la de éstos sobre si mismos, es
una visión optimista acerca de su función en
la sociedad. Ya hemos visto caracterizaciones sobre los
intelectuales que los presentan como alineados con las causas
más importantes y progresistas de la sociedad y de la
humanidad en su conjunto, como son las que integran la agenda de
las grandes cumbres políticas,
especialmente las de esta etapa del desarrollo del
capitalismo mundial.

En la vida real no se verifica ese supuesto en forma
predominante, sino más bien con escasez. Los
errores y fracasos cometidos por los intelectuales de izquierda
en América
latina y en Argentina, en lo que más nos interesa, son
impresionantes, pero no han sido errores de apreciación o
de análisis, sino opciones conscientes. Y si
no recordemos su apoyo histórico a los conservadores
contra el irigoyenismo, su participación lujuriosa en el
golpe del 55 contra el peronismo, luego
su apoyo al "proyecto
tercermundista de Isabel y López Rega" (sic) y su
entusiasta apoyo al general Videla, "espada de la libertad",
"soldado de la democracia",
etc, etc.

El mismo sayo le cabe a la social democracia argentina
en todas sus versiones, las viejas y rancias y las nuevas que
abandonaron el campo nacional definitivamente, que apoyaron a la
Tiranía como colaboracionistas y le brindaron miles de
funcionarios de alto nivel, y que cuando fueron gobierno debieron
huir antes de tiempo.

Tampoco se compadece con su práctica concreta la
autopregonada lucidez y coherencia de los intelectuales de
izquierda, pues la mayoría de ellos no sólo mira y
ve distorsionadamente el presente sino más que nada el
pasado: se dicen críticos del presente a pesar del
recurrente fracaso de sus críticas, y en cuanto al pasado
directamente son críticos en lo que les conviene, con lo
cual se convierten en dogmáticos.

La inconsecuencia es tremenda: critican al Estado
sólo porque no han podido vivir del Presupuesto y su
crítica
mancha todo lo que toca el Estado,
pero se abstienen tratándose de Cuba, Corea o
la ex URSS.

Otra es atacar al gobierno por izquierda y cobrar por
derecha. Otra es vivir en democracia, con libertades de
expresión y garantías individuales, criticando al
imperfecto sistema que a
ellos sí les da de comer y les permite criticar, y
pregonar como instancias superadoras regímenes de
opresión, sin garantías ni libertades, ni derechos humanos.
Esos intelectuales me dan risa, al igual que sus epígonos
estudiantiles universitarios, sumidos en las nieblas del
Riachuelo.

Los delirios maoístas del PCR, como los del feroz
asesino de indígenas peruanos Abimael Guzmán,
émulo de Pol Pot; el llamado del PCR en 1973 a apoyar a
María Estela Martínez de Perón y a
su mucamo López Rega mientras éstos despreciaban
tal apoyo y los iban liquidando "sin prisa pero sin pausa"; las
lujuriosas aclamaciones del PC argentino a Videla y el Proceso de
Reorganización Nacional -decisiones todas tomadas por
intelectuales orgánicos
(¡¡¡…!!!)- demuestran que no era
ingenuidad.

La misma crítica les cabe respecto a su
mitificada capacidad anticipatoria del futuro y a su
infalibilidad. Hemos visto muchas veces caer al suelo todos esos
moños por causa de su incapacidad intelectual, o su
fanatismo, o su estolidez. Por ejemplo, cuando tenidos por
profetas infalibles sus profecías fallaban algunos
intelectuales fueron tan soberbios como para responsabilizar al
pueblo de sus propios fracasos.

En otros casos, cuando fallaron sus análisis se
ha visto su increíble capacidad para plantear una
argumentación defensiva de cien maneras distintas,
defendiendo lo indefendible y atacando lo inatacable.

En todo caso, cada intelectual siempre procederá
a ajustar la teoría
según haya sido la ubicación final de cada
intelectual en relación a los hechos. Mientras tanto,
pueden pasar décadas en la tarea de buscar explicaciones
convincentes antes que verdaderas.

Muchas veces fueron ellos mismos quienes se despojaron
de sus míticas capacidades para el análisis
científico de la vida social, cuando les convino
económicamente. En lo cual no se diferencian en nada de
los intelectuales del sistema ni de los liberales por
convicción, pues ambos tipos de intelectuales tienen
muchas dosis de mercenarios y pocas de austeridad.

Los intelectuales no sólo derriban ídolos
y alborotan cuando conviene a sus planteos o a sus partidos.
También frenan y buscan posiciones intermedias, no
sólo porque buscan posiciones personales o de sector o por
buscar equilibrios, sino por estar directa o indirectamente en
ocasiones al servicio de
refrenar las pasiones o de plantear la dureza de ciertas
opciones.

Alguno argüirá que Fulano, Mengano y
Perengano fueron intelectuales y lucharon por la revolución. En ese caso el revolucionario
primó sobre el intelectual y la práctica sobre la
teoría.

El pensamiento es
individual sólo a condición de ser libre y es libre
a condición de ser autónomo; en cambio, la
acción
política
necesita ser colectiva. Cuando el ejercicio del pensar se
subordina a una causa práctica más tarde o
más temprano llega el momento en que aquel pierde espacio
y libertad.

Y si no, ahí está Roque Dalton como
ejemplo para América
latina. Él, que era una conducta
moral
, como había caracterizado Miguel Angel Asturias
el perfil de un verdadero poeta; él, que había
muerto varias veces y sin embargo regresaba cada vez con
más ganas y alegría que antes, "no se salva de sus
propios compañeros que lo asesinan por delito de
discrepancia", "de al lado tenía que venir esta bala, la
única capaz de encontrarlo".

Para ser intelectual se necesita pensar, después
pensar correctamente, honestamente. Y es falso que se deba tener
un compromiso político partidario para no girar en el
vacío. No hay autonomía intelectual cuando aparece
la censura o la autocensura. Ergo, no existe entonces
función intelectual verdadera.

Los intelectuales describen lo que ven y tratan de
explicarlo. Pero los presuntos "no intelectuales" como ellos, o
sea los hombres sencillos, muchas veces analfabetos o
semialfabetizados, han sido con frecuencia quienes más
transformaron determinados espacios de la realidad en los
últimos años, gracias a lo cual tantos
intelectuales han tenido y tienen tela para cortar.

Desafección de la política y abandono del
espacio público en niveles de clase media y
clase baja porque ambas iban cayéndose fue la
característica de los 90´s. "¡Que se vayan
todos a la m…!"
pensaron muchos argentinos en los
últimos diez años. Los habían
engañado los políticos profesionales y los nuevos
políticos sin dejar ningún principio en pie como
para aferrarse a ellos.

Simultáneamente a que los partidos
políticos entraban en crisis como mediadores y los MM
ocupaban el centro de la escena donde se decide la
vinculación entre los representados y las nuevas camadas
de representantes, lo que equivalía a un planteo en cierto
modo directo de relacionamiento, a la gente le pasaba lo mismo
con aquellos que tenía por intelectuales. La TV les
mostraba sus caras y éstas les provocaban cansancio,
fueran de derecha o de izquierda. Querían caras nuevas
para prestarles atención pues estaban hartos de las de
siempre.

Frente a los intelectuales que disponen del pensamiento
y la palabra, o sea de la difusión y el consumo de sus
discursos, estos tiempos han agotado la capacidad de espera, no
sólo hacia el futuro de la sociedad sino hasta de esperar
que un discurso
empiece y acabe. Fugacidad, rapidez, el gesto, la mirada, la
imagen es
más buscada y se puede interpretar, en tanto el discurso
ya no atrapa como antes.

El hecho de haberme referido a la izquierda, a la
clásica, a la que todos hemos conocido y aguantado, no
implica desconocer la posibilidad y la necesidad de construir
nuevas alternativas para la solución y mejora de tantos
problemas
actuales. Pero esa izquierda que hemos conocido, si es que alguna
vez sirvió, ya no sirve más. ¡No va
maaaaaaassss!

¡Qué paradoja la de que mientras el mundo y
sus ideas otrora hegemónicas desaparecen o se transforman,
los intelectuales constituyan una referencia constante de buena
parte de aquellas ideas ya viejas, pertenecientes a un pasado en
el que ellos construyeron sus prestigios de
intelectuales!

¡Y que mientras que las ideas y los ismos
pasan a la historia, ellos, sus autores
o divulgadores u operarios, se resistan a seguir la misma
tendencia!

Si a los políticos malos se les pide que se
retiren para dejar paso a nuevas generaciones que ocupen los
puestos decisorios cabría pedir lo mismo a los
intelectuales equivocados o inconvenientes para el conjunto de
una sociedad. En tales casos, ¿cuándo sería
el momento oportuno? ¿Cómo ampliar el rechazo
social y la exclusión efectiva de los políticos
corruptos y fracasados a los intelectuales funestos?

XII

ALGO
MÁS SOBRE INTELECTUALES DE IZQUIERDA

A pesar de que los términos izquierda y derecha
no representan nada esencial o cualitativo, pues son solamente
términos relacionales, es decir, que se referencian
recíprocamente, siguen vigentes en todo el mundo en el
discurso de los intelectuales de ambas ideologías para
caracterizar formalmente las posiciones en torno al Poder y el
sistema.

Ambos han quedado suspendidos en el tiempo, como un mito
más, asociados teóricamente a los conceptos de
revolucionarios y reaccionarios, respectivamente, mientras que en
los hechos han perdido esa correspondencia inicial de los tiempos
de la Revolución
Francesa. De modo que la historia nos ha dado algunos
ejemplos de izquierdas y derechas que han fungido de
reaccionarias y progresistas respectivamente.

Por consiguiente, también resulta una
simplificación y hasta una grosería en ciertos
casos dividir a los intelectuales en revolucionarios y
reaccionarios por sus adscripciones a los partidos reputados de
izquierda y derecha.

Por otra parte, al construirse recíprocamente se
dejan percibir como dos parcialidades homogéneas
enfrentadas por cuestiones principistas, cuando en realidad los
principios,
con ser muy importantes en la historia, siempre ceden posiciones
frente a los intereses dominantes. Y ésa es otra enseñanza de la historia.

De modo que he utilizado ambos términos
abundantemente y sin sonrojos, tan sólo porque existen
personas que tienen a bien autopercibirse y ser percibidos
por intermedio de ellos, con lo cual convalidan a sus presuntos
opuestos, al margen de la oquedad que ambos poseen.

Lo que aquí me interesa relevar, entonces, es la
predisposición de la mayoría de los intelectuales
de izquierda de Argentina para dejarse sorprender por delante por
la historia, hallándolos desprevenidos y sin la
indumentaria adecuada para la ocasión. En estos casos, la
sorpresa suele shockearlos, al caer en la cuenta de que ellos y
la historia, o sea la sociedad viviente, o la vida social, se han
movido a velocidades diferentes: ¡mientras ellos
creían hallarse en off side, como corresponde al
mito del intelectual anticipador, etc, etc, la historia una vez
más les vuelve a jugar una mala pasada!

La conmoción que sufrieron los intelectuales
marxistas entre la asunción de Gorbachov a la presidencia
de la URSS y la disolución de ésta en 1991 fue
histórica. En esos mismos momentos los "intelectuales" del
PC de Argentina y de otros partidos de izquierda insistían
con el clásico sonsonete abreviador de largas
explicaciones y por eso mismo de más fácil albergue
en la mente de los zonzos a quienes lo dirigían:
"¡el capitalismo está agotado…!".

Por supuesto, dicho con la famosa autosuficiencia del
PC, con una sonrisa cómplice y casi murmurado en la oreja
del quía, privilegiado destinatario de un secreto
solidariamente socializado por el camarada que nos ha tocado
en… en la vida. Iba a decir "en suerte" pero sería
un contrasentido. Lo mismo cabe decir del silencio mantenido
durante los cambios en las políticas económicas de
países como Vietnam o China de la
mano de sus propios partidos comunistas.

En todos los casos en que la historia se les presenta
intempestivamente como una roca en el medio del camino ellos
entran en estado de asamblea para producir sus famosos
análisis críticos, sus interpretaciones y
explicaciones ex post facto que para entonces no
sólo no poseen ningún valor salvo el
de la obviedad del error empírico original y del
crónico fracaso de su teoría y su metodología, de sus proféticas
utopías y de sus condiciones políticas para
llevarlas a cabo.

No obstante, no dejan de ser asombrosas aquellas
intervenciones por su extraordinaria capacidad para manipular la
interpretación de los hechos y los procesos
políticos, económicos y sociales a su antojo y
conveniencia, brindando una panoplia de argumentos "originales"
en el sentido de no aparecer ninguno diciendo algo similar a lo
que ya ha sido dicho por otro intelectual, so riesgo de perder
este último su identidad y
consiguientemente arriesgando su prestigio y su cotización
en el mercado.

En sus dictámenes pueden hallarse incoherencias a
granel, dobles discursos, doble moral, y mucha
caradurez. Lo mismo que en sus readaptaciones posmodernas en
Argentina.

Lo cierto es que escribir desde la izquierda da de comer
y mucho, a despecho del cliché de la marginalidad del
intelectual de izquierda. Hoy la izquierda no es una
ideología subordinada pues se coliga con lo más
vital del capitalismo, al margen de que un aire de izquierda
nunca está de más tanto para el pobre lo mismo que
para el rico pues sugiere sensibilidad social, la virtud
más deseable de un hombre
posmoderno "trabajado" sensitivamente.

A los intelectuales de izquierda les caben los mismos
errores, defectos y pecados que ellos atribuyen a los de derecha,
entre otros, el pragmatismo,
el oportunismo y el alcahuetismo. Todos los renuncios,
renuencias y renuncias, y las genuflexiones que son capaces de
hacer los intelectuales de derecha ante sus patrones,
también las efectúan los de izquierda a sus propios
mandantes, que no es el pueblo, por cierto.

Casos concretos como expedirse acerca de la libertad y
la democracia en la Cuba de Fidel Castro,
sirven para poner a prueba las condiciones y los caracteres
ideológicos y políticos de los intelectuales de
todas partes. El resultado es la confirmación de la
labilidad política y moral de los intelectuales
progresistas e izquierdistas, de su relativismo, de su carencia
de caracteres y principios propios.

Los bienes y
servicios
intelectuales de izquierda se comercializan con mayores
éxitos de venta y de
cotización que los de derecha, pues mientras la
Globalización se impone desde arriba, los
intelectuales y los políticos de izquierda venden los
grimorios para crear mágicamente el paraíso
socialista desde abajo, como la Buena Nueva de los pobres y
explotados de la tierra, es
decir, con mística, obviamente no experimentada en
absoluto, pero muy bien explotada, y como toda mística,
con buenos resultados.

Ciertamente, la derecha y la izquierda son dos mentiras,
pero una: la Globalización, es algo concreto que se
puede discutir amplia y ardientemente, pero que de hecho no se
puede derribar sin producir mayores males. Incluso,
teóricamente resultaría más fácil
llegar a una mancomunión para transformar la
Globalización o para controlarla que discutir eternamente
acerca de su perversión intrínseca o llevar a cabo
actos de repudio contra ella. Por cierto, cualquier cosa que
hiciéramos, siempre todo sería mucho más
difícil para nosotros.

Pero convengamos que mientras podemos discutir acerca de
tantos resultados negativos de la Globalización, las
utopías de izquierda que nunca han sido instaladas
originariamente a partir de elecciones libres sino que han sido
impuestas a sangre y fuego,
no se dejan discutir en lo más mínimo –como
corresponde a toda utopía- pues se convierten en dogma
bajo la amenaza de la espada sostenida por sus sacerdotes,
apóstoles y mártires. ¡¿Quién
osará discutir lo que dicen los
mártires?!

O sea que si hay dogmas y cultos por derecha, como ha
predicado hasta el hartazgo la izquierda, también los
tiene y los practica ella misma. Y en ambos casos la verdad no es
cuestión de racionalidad sino de fe y voluntad.

Al igual que la derecha, que demoniza a sus enemigos de
izquierda, ésta hace lo mismo con aquella, o con aquellos
a quienes para suprimirlos calificará de derecha. Mientras
la izquierda asume el rol de víctima del sistema manejado
por la derecha, cuando eventualmente llega al Poder, se convierte
en la gran victimizadora estatal.

Así como para los nacionalistas de derecha la
patria siempre tiene razón aunque se equivoque, para la
izquierda el marxismo es La Palabra que conduce al Nirvana del
Socialismo y osar cuestionarlo será considerado una
herejía.

Si ellos dicen que la religión es el opio
de los pueblos porque adormece a los que creen en Dios,
debería suponer que están en contra de las drogas, de
toda clase de drogas, o por
lo menos que deberían estarlo. Sin embargo, sobre ese tema
no se expiden, aunque de hecho las miran con indiferencia, como
si fueran picardías de hippies setentistas, para
asociarla en los imaginarios juveniles a un supuesto
espíritu de libertad y transgresión, caldo de
cultivo para su prédica, pero cuando Castro fusila a los
militares narcos y aplica una concepción opuesta acerca de
la droga ellos
guardan silencio.

Hasta se les puede conceder que sus análisis
descriptivos de la sociedad globalizada tengan algún grado
de acierto. Lo que no se puede aceptar es que digan poseer las
fórmulas para construir una sociedad mejor que ésta
imperfecta sociedad capitalista, pues lo único que han
sabido hacer desde el Poder es aplicar una metodología de
inspiración maltusiana para la reducción de los
conflictos
internos.

Al igual que tantos intelectuales de derecha, muchos
intelectuales de izquierda fueron legitimadores tácitos de
la política de entrega de los recursos
nacionales a manos de las multinacionales capitalistas desde la
época de Martínez de Hoz y la Tiranía
nazifascista del Proceso de Reorganización Nacional
incluidos todos los totalitarismos del pasado y del
presente.

Además, como hemos visto, con su aquiescencia al
mercado que tanto odian son los mejores legitimadores de la
burguesía misma de la cual se declaran enemigos y que
ellos también integran.

Hoy ya no tienen los arrebatos declaratorios de guerra de
antaño, ni las públicas rupturas de treguas ni las
declaraciones a lo veni, vidi, vici con los gobiernos, y
menos aún con el stablishment. Ya ha pasado la
época de sus famosas disyuntivas, de las alternativas
imperiosas que ofrecía el pensamiento socialista, hoy
sugestivamente maquillado como "pensamiento
alternativo".

Pareciera que hoy sufre un dolor de olvido cierta
intelectualidad que se siente senior a fuer de vieja
–es decir, de cansada y frustrada-, y no por importante ni
por tener probada trayectoria de lucha, que no la tienen, por lo
menos no limpia.

Ocurre que el sector político oficial ha puesto
las reglas de juego de la
vida pública actual sin la más mínima
consideración a sus obsesiones y fantasmas.
Incluso si algún intelectual progre está en el
gobierno ha hecho abandono de su condición y supuestas
misiones como tal, de modo que este tipo de pasaje los descoloca
ante la corporación de intelectuales que constantemente se
están midiendo los pasos –ajenos-. No son
épocas de romance a primera vista después de tantos
fracasos sentimentales en los últimos cuarenta
años.

La intelectualidad de izquierda nunca se revisa en
profundidad. No se mira en la historia sino en su mitología, como Narciso en su imagen. Por
eso se quieren mucho y son nostálgicos igual que las
derechas y se lo pasan exhumando supuestas luchas, supuestos
triunfos y supuestas derrotas del capitalismo.

La consideración de los problemas de los
intelectuales o de los intelectuales como problema es encarada
por los izquierdistas desde la contraposición entre
reformistas y revolucionarios. Pero ésta, a mi juicio, es
inservible, como lo ha sido siempre entre nosotros.

El pensamiento a la "izquierda" no ha servido más
que para crispar a la derecha en contra del nacionalismo
popular, el verdadero enemigo de ambas.

Constantemente acusan a los intelectuales de derecha de
renunciar a pensar porque en sus contratos no
figura tal posibilidad, o porque de hecho la tienen prohibida. En
cambio sí consideran que es pensar lo que ellos hacen:
encuadrar lo novedoso en su respectivo texto sagrado
y desde allí disparar sus anatemas a todo el mundo, menos
a Fidel y las dictaduras socialistas
supérstites.

Por eso no suelen pasar de rescatar la "necesidad de
construir teoría renovada", sin poner en discusión
sus propias teorías, ni sus prácticas, ni los
supuestos subyacentes de las mismas. Eso sí, han perdido
la soberbia de otros tiempos, o mejor dicho la han disfrazado
bajo afeites de democratización aparente como cuando
promueven el estado de asamblea permanente de los colectivos
sociales para la producción de la teoría (que ellos
se han encargado previamente de inducir en sus integrantes no
intelectuales). Así se mantiene el mito de la praxis y la
teoría surgidas desde la praxis social.

Su problema, pues, no se arregla con renovación
de ideas que oculten o amengüen el peso en sus discursos de
slogans y clichés discursivos y gestuales constitutivos de
la macchietta de revolucionarios. Su alienación,
eurocentrismo,
oportunismo, fragmentarismo, autoritarismo, violentismo, etc, por
mencionar algo tan sólo, es común a todas las
sectas de izquierda.

Obviamente, no los detesto por no haber sabido tomar el
poder en la Argentina, porque no ha sido solamente que no hayan
sabido, sino fundamentalmente porque no han querido, como en
América latina y en Africa cuando les
tocó la responsabilidad, todo lo cual deberíamos
agradecerles por habernos privado de las "bondades" de esa
falacia llamada socialismo real: dolor, muerte,
dominación, explotación por parte del estado
nomenklativo, represión, silencio y mudez.

Pero aunque no se atrevan a tomar el Poder o no puedan
por ahora, se dedican a erosionar todo lo que pueden erosionar ,
a minar constantemente la vida política, social y cultural
poniéndose en víctimas eternas del sistema cuando
ellos han sido los verdugos de millones de personas en sus
"paraísos socialistas", y digo ellos pues ellos son sus
herederos morales.

Por cierto, la democracia debe garantizarles entre
nosotros su propio derecho al divague o al delirio, ése
que en los "socialismos reales" no se le permite no sólo
al intelectual sino a nadie. Las alternativas que las ofrezcan
todos los que quieran, pero ojalá que los pueblos aprendan
a sacudirse no sólo las cadenas ideológicas de las
derechas sino también las de las izquierdas, y si no
preguntemos a los que viven en ciertos lugares del planeta si
quieren seguir viviendo bajo las "democracias
socialistas".

¿Qué hay que buscar alternativas a un
sistema injusto? ¡Por supuesto! ¡Pero es absurdo
esperar que las busquen y las hallen ellos!, pues ya no
engañan a nadie con ninguna de sus históricas
estrategias, ya
sea que vayan de frente o disfrazados, solos o en alianzas
increíbles, con los ojos en el cielo, en el subsuelo o en
la nuca.

Una izquierda que sea símbolo de la defensa de
los valores
humanistas, que se supere constantemente en la promoción del hombre considerado en todas
sus dimensiones y en su integridad, y que en la lucha por la
transformación de la sociedad no se ate a la Razón
de Estado sino a las leyes de esencia
democrática y ética. Una
izquierda de esta clase es una izquierda con los pies en la
tierra.
Obviamente, en ella el marxismo sólo es un
lastre.

El comportamiento
político de las izquierdas es sectario como el de tantas
organizaciones
político económicas de la derecha capitalista. Pero
a éstas se las puede resistir y vencer con la democracia
social; en cambio, a las primeras no, pues ni siquiera se puede
manifestar discrepancias en sus imaginarios paraísos
"reales".

Las peripecias de las organizaciones políticas de
izquierda nativa no me interesan. Que las discutan ellos.
Izquierda sin democracia no puede ser izquierda jamás:
sólo es una derecha disfrazada que tampoco es
democracia.

Por eso prefiero una democracia imperfecta –no
deliberadamente imperfecta ni limitada, sino perfectible- y no
una democracia que pueda ser calificada de "izquierda" tan
sólo por provenir del marxismo.

La teoría no emerge espontánea,
transparente y pura de la práctica popular, ni la praxis
política ejecuta fielmente a la primera. La
política real es muy distinta a como los mitos la
muestran.

REESCRITURA MENTIROSA

Si los intelectuales de derecha han reescrito la
historia a gusto e piacere, los de izquierda
lo han hecho tantas veces o más que los primeros y lo
siguen haciendo, pero lo paradójico del caso es que en
lugar de disentir como sería dable esperar han coincidido
con los primeros en la orientación político
ideológica de la historia "oficial".

Comparten idolatrías y odios heredados de sus
respectivas fuentes de
sabiduría política, también coincidentes en
el pasado.

Ambos saben mentir tan bien que resulta difícil
percatarse cuando lo hacen, de modo que cuando escriben todo
resulta naturalmente correcto, sin visos de
ideología. No saben la regla básica de la ciencia
historia: decir la verdad, pero toda la verdad.

Así crean nuevos mitos y los potencian por
izquierda y por derecha.

Un mito al uso y de vieja data pero constantemente
actualizado es aquel que, partiendo de postular la construcción intelectual de la
república en la segunda mitad del siglo XIX, sostiene que
Argentina inició su decadencia cuando se produjo un
divorcio entre
el mundo de la cultura (oligárquica, recordemos) y el
mundo de la política (también oligárquica)
situando la supuesta desgracia en torno a dos momentos
fundamentales para esta tesis: el
parteaguas de los golpes de Estado de 1930 y 1966, punto de
partida de expulsiones y diásporas de intelectuales de las
universidades argentinas.

Es una grosera simplificación sostener que
Argentina, otrora la docta, la culta de América
latina, adoleció de insuficiencia de espacios,
oportunidades, confianza y apoyos a los intelectuales,
especialmente a los de nuestras universidades.

Constituye una trampa discutir acerca de cuál fue
el gobierno de facto que primero persiguió a profesores
universitarios. En definitiva, las fechas están al
servicio de lo que cada intelectual quiere dejar establecido,
así como que los profesores perseguidos en cada
ocasión pertenecían a tal o cual lineamiento
político.

El argumento peca por convertir a más de un
catedrático gorila, conservador o de la izquierda lavada,
en un meritorio intelectual de la patria. Y calla que esas
universidades no eran de la nación,
sino de la oligarquía. El pueblo argentino, representado
por entonces por los sectores mayoritarios de trabajadores estaba
muy escasamente representado en el alumnado, en el profesorado y
en los contenidos de la enseñanza superior.

Si en 1966 se expulsó y emigraron profesores de
izquierda, muchos de ellos habían sido copartícipes
reales y morales del golpe de 1955 junto con los por entonces sus
"amigos" de la Libertadora que despoblaron las Universidades de
profesores peronistas a los que descalificaron con saña
civilizatoria para entronizar a profesores flor de romero,
cizaña intelectual que se propagó como plaga y
subsiste hasta el día de hoy con los afeites
correspondientes.

Esa izquierda profesoral expulsada en 1966 es para
algunos intelectuales de hoy símbolo de un patrimonio
nacional desperdiciado. Lo cierto es que con ellos adentro, mano
a mano con los liberalconservadores, la universidad argentina se
reproducía como el núcleo pensante de la
oligarquía, como el faro iluminador del futuro colonial,
como garantía de la no presencia de la "barbarie
peronista", por entonces proscripta electoralmente sin contar con
ninguna muestra de
solidaridad de
esos intelectuales comprometidos echados por un
imbécil con jinetas.

Decir que en 1966 se silenciaron las Universidades, que
se prohibió pensar, etc, etc, es un cuento,
comienzo de un nuevo mito para consumo en el siglo
XXI.

Esa entrada de los militares en la Universidad fue una
gran estupidez de los militares, evidencia de su incapacidad
intelectual, porque las izquierdas expulsadas,
socialdemócratas y de izquierda marxista, reformistas como
todas las expresiones políticas e ideológicas en su
interior, no entrañaban ningún peligro para la
oligarquía ni para los militares por ser funcionales a su
proyecto.

Al contrario de este mito sobre el 66, el golpe militar
fue un acicate para la continuada entrada de la realidad exterior
en las universidades, incluida la peronización sostenida
de los universitarios. El pensamiento estudiantil dejó de
preocuparse tanto por la isla revolucionaria de laboratorio y
se referenció gradualmente con las luchas populares
mayoritarias llevadas adelante por la unidad obrero estudiantil
peronista como las recordadas luchas del Rosariazo y el
Cordobazo.

En las Universidades del Onganiato se leía de
todo. Mientras se estudiaban las ciencias
sociales predominantemente en sus versiones "oficiales" o pro
sistema, subsistieron cátedras marxistas que fueron
emblemáticas de esa época en muchas
universidades.

Excepcionalmente, en la UBA aparecieron las
Cátedras Nacionales con señores
intelectuales nacionales y hasta comenzaron a producirse pasajes
de intelectuales marxistas al campo nacional.

En los centros universitarios de todas las sectas y
subsectas marxistas se vendían todos los libros,
periódicos, manifiestos y recetarios del izquierdismo
universal. Pero lo nacional seguía siendo algo externo,
por eso había que peronizar las universidades para el
pueblo.

Todo ese mundo cultural y culturoso evocado con ternura
por algunos brujos redivivos era el de los que se
escondían y se protegían del pueblo entre las
sacrosantas paredes de la Universidad, apelando al viejo fuero
estudiantil medieval tal como lo revela el tremendismo lastimero
con que mitificaron "la noche de los bastones largos".

Discrepo totalmente con esta tesis promovida por
intelectuales socialdemócratas e izquierdistas a la
Argentina
, es decir, funcionales al seudoliberalismo
argentino.
Su grado de mentira es enorme, tanto como la
capacidad mitificante de sus fogoneros.

Primer caso: tan valientes para demonizar a los
militares diferencialmente por sus genocidios: los de los
indígenas por el general Roca sí, pero jamás
el de los paisanos bárbaros del interior del país
después de Pavón y el de los paraguayos por Mitre y
sus corifeos; absteniéndose siempre de cuestionar a los
intelectuales pesos pesados de la historia oficial como Mitre y
especialmente Sarmiento, ideólogo del racismo
antijudío y contra los pueblos originarios de todos los
continentes y fundamentalmente del nuestro.

Segundo caso: hoy, estos socialdemócratas que
fueron antiperonistas en los años de plomo, diferencian a
"los muchachos peronistas" y los redimen de la "barbarie
peronista" de Perón en la medida que los construyen como
encarnación de un arquetipo revolucionario ilustrado,
referenciado en una Evita "revisitada", en un seductor Che Guevara,
enfant terrible e intelectual de izquierda como el actual
novelista y poeta del pasamontañas, por tanto presencia y
garantía de la teoría revolucionaria elegida, que
completa la sentimentalidad visceral y prosaica de la primera,
más la voluntad de la
Organización.

Esta segunda operación les sirve para
autovictimizarse colgándose de la cruz del peronismo. Tan
sólo de la cruz porque las glorias las desdeñan,
como corresponde al intelectual de izquierda: antiperonista para
que no lo acusen de fascista los herederos de la Unión
Democrática.

A pesar de la necesidad de procesar el fracaso del
peronismo y el terrible desenlace de esta etapa y de su
propuesta, algo que no se ha llevado a cabo todavía; que
causa mucho dolor e incomprensión; y que puede llevar
muchos años más todavía para poder tomar
suficiente distancia del pasado, tantos quizá como para
que desaparezcan todos los contemporáneos… a pesar
de esa tarea que aun falta, repito, hay que tener mucho cuidado,
señores intelectuales "progres", para no ser
inmorales.

Esa mezcla de escasos gozos hasta las cimas y de
profundos descensos a las simas del dolor que se llamó
peronismo, y que ya desapareció por cierto, que fuera
buena nueva y a la vez espada, por ahora sólo puede ser
bancada espiritualmente y comprendida por los que
fuimos peronistas y por nadie más. Y no es bueno que sea
así. Pero es. Mientras tanto, señores intelectuales
"progres", no se cuelguen de la cruz del peronismo ni de aquella
utopía setentista que lo excedió, si previamente no
asumieron las glorias del peronismo.

XIII

LOS INTELECTUALES QUE VALEN LA
PENA

Ciertamente, existen intelectuales a los que vale la
pena leer, escuchar y tener en cuenta. ¿Pero cuáles
son? Porque el mundo del pensamiento y los intelectuales no es de
fácil acceso al neófito, a diferencia del mundo del
cine o de la
canción.

Intelectuales creadores son aquellos que tienen algo
propio para comunicar que va más allá de los
saberes consagrados, en circulación y consumo, o a la
moda. En general,
los grandes intelectuales, los creadores, aun conociendo el
pensamiento de otros y siendo que las ideas no tienen
dueño, tienen siempre algo particular en su pensamiento o
en su expresión que singulariza sus enfoques y crea
valores
específicos en el tratamiento de sus objetos de
estudio.

De todos modos, la condición de creador es
ambigua. En vida del autor la fama de su obra puede durar el
cuarto de hora que por múltiples circunstancias le depare
su participación concreta en el mercado, luego de lo cual
puede recibir una refutación contundente o convertirse en
clásica; merecer un cenotafio en el recuerdo o un olvido
sin pena ni gloria para siempre.

No existen fórmulas ni procedimientos
para convertirse en creador. En general, la originalidad es una
condición muy estimada, pero también otras han sido
y son apreciadas diferencialmente según los tiempos:
profundidad, hondura, capacidad de bucear en el alma y en la
mente, utilidad social,
expresividad, belleza, eufonía, elevación,
espiritualidad, intimidad, autenticidad, claridad,
etc.

En general, hoy existe tácito reconocimiento de
que lo más deseable del aporte de los intelectuales
creadores es su capacidad para ofrecer nuevas interpretaciones de
la cambiante condición humana y nuevas respuestas a los
desafíos que ellas implican.

Pero la atribución de grandeza, la
adjudicación del podio, ¿quién la da?,
¿con qué motivos?, ¿con qué
criterios?, ¿y cómo saber si es
correcta?

No cabe duda que estas cuestiones sólo las pueden
responder otros intelectuales, en ocasiones polemizando, y la
historia les dará la entidad que sin duda merezcan. Pero
los lauros conferidos y ganados no siempre son eternos. Las
reputaciones de los intelectuales son muy variables, y
no son directamente proporcionales a la antigüedad de sus
anatomías.

Frente a la tesis de que sólo se puede ser un
intelectual grande si se refleja, expresa o representa a la
patria, a la nación
o a la raza, es decir si el pensamiento gira en torno a la vida
material y social que condiciona epocalmente al intelectual tanto
como a su sociedad, disiento con ella, sobre todo porque
ideológicamente la exaltación de esos tres
elementos implica la reducción del hombre individual a la
mínima expresión en beneficio de la entelequia del
hombre masa.

Los grandes intelectuales no expresan solamente las
particularidades y las contingencias de sus patrias, sus causas
políticas o sus ideologías, ni siquiera cuando
efectivamente lo hacen, ya que su grandeza trasciende las
fronteras circunstanciales para reflejar en lo particular la
común humanidad de todos. Por eso mismo recibirán
respeto y
admiración a lo largo de los tiempos, más
allá de sus muertes, y sus ideas permanecerán
vigentes y serán recreadas en nuevos aportes que otros
grandes harán en el futuro.

En definitiva, se volverán universales e
inmortales, o sea para todos los tiempos futuros y para todos los
lugares conocidos y por conocer. Por lo mismo, sus ideas
serán referentes de mayor representatividad de lo humano
más allá de haberse ocupado de realidades
situadas.

Así ha ocurrido en la historia, desde la
antigüedad hasta hoy, por lo que es correcto reiterar el
rechazo a toda clase de condicionamientos explícitos o
implícitos de tipo ideológico, político o
religioso al pensamiento, así como a los cartabones
oficiales para la asignación de jerarquías o
valoraciones a sus productos.

Consiguientemente, en la actualidad la tesis que plantea
al intelectual como moral, política, ideológica o
religiosamente obligado a tomar partido en las luchas de su
época ha experimentado una continuada erosión.
Digo esto no en el sentido de que piense que no deba serlo, pues
efectivamente lo pienso, sino en el de que para serlo no creo
conveniente que el intelectual deba llevar lastre en sus alas,
pues puede ser de su época perfectamente huyendo al
mismo tiempo de ella, cosa que sólo puede hacer un
intelectual de verdad.

De ahí que los intelectuales deben poder
elegir y decidir
prácticamente cuán alto y
cuán profundo se elevarán y se sumergirán,
pero también cómo lo harán, con
cuáles métodos y
procedimientos. Cualesquiera sean los resultados de tales
experiencias siempre será con cargo al género
humano con sentido universalista. Inevitablemente.

A menudo, y por múltiples razones, los
intelectuales no hallan los reconocimientos sociales que
corresponden a sus merecimientos. En ocasiones son los mismos MM
quienes intervienen a los efectos de reparar tales situaciones
mientras esperan generar retornos. También otras industrias
culturales lo hacen, o no lo hacen según corresponda a sus
intereses mercantiles. De ello se desprende que la importancia y
los lauros atribuidos a los intelectuales se corresponden con lo
que reflejan ambos aparatos. Es decir, la publicidad.

¿Cuánto de pensamiento o de arte se consume
por parte de los consumidores y de los denostados consumistas?
¿Y cuánto de lo que creemos genuino es mera
inducción publicitaria? Asimismo,
¿cuánto de nuestra manera de procesar mensajes
externos es genuino? Para poner un ejemplo; ¿cuán
pura o contaminadamente recibimos y nos apropiamos del
pensamiento de los intelectuales?

Obviamente, deberíamos reconsiderar nuestras
opiniones, nuestros gustos, nuestras supuestas subjetividades
como consumidores superficiales, mediocres, sistemáticos o
profundos de mensajes de intelectuales, así como
éstos deberían purgarse de expectativas ajenas y de
presupuestos
condicionantes incorporados. ¿Por qué? Porque es
interesante que los lectores se puedan ver reflejados en el
pensamiento de un autor o en sus obsesiones incluso, sin que ello
sea algo imprescindible por otra parte. Pero no a la inversa, no
es interesante que los intelectuales deban proponerse como
lo máximo o lo único el ser traductores de su
época o de su sociedad, más allá de la
imposibilidad de tal pretensión.

El intelectual no cambia el mundo, sólo puede
arrimar un granito de arena en orden al cambio. Y en los hechos,
muchos intelectuales interesantes han contribuido a que otros lo
cambien pero para mal. Tampoco el individuo por
si solo cambia el mundo si no es con la contribución de
las sociedades, y esto tanto para mal como para bien. Mas los
cambios en el sentido del bien no se logran sin luchas, nunca
vienen espontáneamente sino que hay que pagar por ellos y
casi siempre ese precio es muy
alto.

Por consiguiente, por qué condenar a los
intelectuales que han osado adelantarse a su tiempo, o incluso
evadirse del mismo, llevando a cabo algo tan simple y a la vez
tan admirable como es el pretender fugarse del presente
por medio de la creación en molde escritural.

El pensamiento no puede ser encarcelado ni encorsetado
bajo ningún punto de vista mientras no perjudique a la
sociedad. Y ésta no puede impedir a nadie ni siquiera el
derecho al delirio, así como no puede quitarle a nadie el
derecho al suicidio.

Debemos oponernos a la regimentación
explícita o implícita del pensamiento, tanto por
parte del sistema como de los contrapoderes que alegan
representar los intereses de las masas, y en especial por parte
de aquellas utopías militantes que entrañan un
salto al vacío por miedo al presente.

Existen intelectuales que dejan marcas en la
piel de las
sociedades. Si bien algunas podrán durar bastante tiempo,
y muchas veces más que la vida de su autor, el tiempo las
transformará más rápida o más
lentamente tornándolas tal vez invisibles, aunque puedan
estar alojadas en el fondo de los corazones, en los meandros de
la psiquis, en las tradiciones, las idiosincrasias o los
mitos.

Muchos intelectuales son especialistas de un lote de
asuntos o de preocupaciones teórico prácticas, al
punto que sus producciones pueden adquirir difusión,
prestigio, resonancia, durante mayor o menor tiempo. Pero la
perdurabilidad de la obra y hasta del recuerdo del autor, no
depende directamente de la vitalidad correspondiente a la
juventud de
una obra frente a la desmemoria de su antigüedad. Ni tampoco
fatalmente. La capacidad de una obra de trascender al tiempo, de
provocar resonancias íntimas en hombres de distintos
tiempos y distintas culturas nos habla de lo que la obra tiene
que tener, por un lado, y de lo que los lectores también
deben tener para que esa recreación
se produzca.

Mucha de la producción intelectual especializada,
aun en las ciencias
sociales, está destinada a desaparecer, por
múltiples causas no imputables a ella misma, como la
imposibilidad de procesar científica y culturalmente la
vertiginosa producción intelectual que se lanza al
mercado, entre muchas otras.

Y sin embargo, parte de esa producción puede
haber gozado de un cuarto de hora de fama en tal o cual lugar del
mundo y por méritos propios. Con todo, eso no será
suficiente para que su vida virtual se prolongue
indefinidamente.

Otros intelectuales pueden haber sido talentosos, y su
obra habrá de quedar registrada en los anales de su
ciencia o de
su arte, por lo que perdurarán más tiempo, aunque
por lo general, en tanto haya nuevos interesados en el futuro en
descubrir los arcones donde aquella se halle
depositada.

Pero hay otros, escasos por cierto, capaces de superar
la altura de los anteriores al volar hacia las regiones
desconocidas y volver con las manos llenas de tesoros: son los
genios. Mientras los talentosos hasta pueden haber teñido
con parte de su color su propia
época mientras vivían, los genios no mueren nunca,
o más bien lo hacen imperceptiblemente. No porque su obra
sea imprescindible para vivir en el futuro, sino porque ambos
perdurarán mucho más en el recuerdo del
género humano, con un carácter sintético
equivalente en su grandeza a la pequeñez de una estrella
ante nuestros ojos siendo su magnitud y su luz tan grandes
en la realidad a pesar de nuestras percepciones.

Pero, ¿qué es lo que perdurará?
Más que las obras perduran los autores, sin lugar a dudas.
Y muchísimo más que el contenido de algunas obras
afamadas perdura el nombre de éstas.

En lo que nos interesa aquí, se trata de saber en
definitiva, ¿cuál es el poder de una obra sobre una
sociedad? Porque una obra puede ser recordada por su nombre y el
de su autor pero no ejercer ninguna influencia sobre la
mentalidad de la sociedad o de alguna de sus clases o
estamentos.

¿Cómo convivimos como sociedad con las
obras de los intelectuales de nuestra misma sociedad? ¿Y
cómo debería ser esa convivencia?

La primera pregunta la hemos respondido a lo largo de
este trabajo. La
segunda intentaré hacerlo ahora.

Deberíamos conocer la obra de nuestros mejores
intelectuales, me refiero no a los especialistas sino a los
intelectuales que se dirigen a todos los seres humanos, a quienes
se puede calificar de totalizadores de la experiencia humana,
pues cuando hablan de los hombres piensan en los de todos los
tiempos y lugares y no sólo de los que han sido sus
contemporáneos y paisanos.

¿Cuáles son los intelectuales que vale la
pena conocer un poco más que superficialmente? Aquellos
cuya mirada llega mucho más lejos que la de los
intelectuales mediáticos, más bien inclinados al
inmediatismo y al cortoplacismo de su función, frecuentes
poseedores de tres o cuatro temas más o menos fuertes que
durarán lo que dure la coyuntura que les habilitó
su exposición.

Los que valen la pena, podrán frecuentar los MM
pero no por motivaciones inmediatistas ni por narcisismo, y menos
por razones de paga. De modo que entre ellos no encontraremos
charlistas, comentaristas ni periodistas a tanto por
columna.

Los grandes no escriben ni hablan como Perogrullo, sobre
lo obvio, lo evidente, o lo pasatista, sino que cuando emiten sus
mensajes éstos se imbrican en el
universo.

Y aunque siempre es posible reconocer en su pensamiento
préstamos, filiaciones y tributos a la
obra de otros, como es normal y lógico, los grandes son
mucho más que los especialistas. Los especialistas pueden
ser producidos en serie, los grandes no, los genios
no.

En los grandes la singularidad no estriba tanto en lo
formal, o en el plano estético expresivo, cuanto en el
contenido en si de su pensamiento.

Pero como los grandes, por múltiples causas,
pueden no ser reconocidos en su paso histórico, la
apropiación de su obra, la influencia de su pensamiento,
puede ser muy variable.

Una sociedad poco educada seguramente tendrá
menor capacidad de reconocimiento de los valores de la cultura y
del pensamiento que otra sociedad más y mejor educada. Y
si hablamos de sociedad, pensamos con sentido democrático
en el acceso a la cultura por parte de las mayorías. Por
lo tanto, ya lo hemos visto al principio, los que frecuentan este
tema todavía son demasiado pocos.

Lo que los grandes pensadores dejan a la humanidad no
dimana de los particularismos de ideologías, doctrinas o
cánones políticos, sino generalmente de haber
trascendido las mismas.

Sin embargo, hoy es un tópico de la cultura
posmoderna, del cual descreo absolutamente, la idea de que los
únicos legados valiosos
de la civilización actual a la humanidad sean los mensajes
por izquierda, especialmente los relacionados con la vida
política, los postulados socialistas y las referencias a
los revolucionarios de toda laya, como es de buen tono y casi
obligada admisión.

En cuanto al sentido histórico de su pensamiento
los intelectuales que valen la pena miran más lejos hacia
delante pero no porque se hayan adelantado evadiéndose,
sino por haberse elevado sobre lo contingente, de modo que pueden
tomar distancia de sus propias realidades para proyectarse hacia
el futuro como miembros únicos y a la vez semejantes de la
humanidad.

Por eso, aun el intelectual más libre y honesto
nunca es totalmente libre en el sentido de carecer absolutamente
de toda predeterminación. Su impulso hacia delante recorre
un andarivel con dirección y sentido determinados.
Está obligado a tener en cuenta el pasado aunque no
quiera, o aunque no pueda proponer que volvamos a él, a
diferencia de los religiosos que sí pueden. Como
también pueden los políticos, y de hecho han
existido experiencias de este sentido como la del nazismo que
imaginó y pregonó que en el futuro nos aguardaba
otra vez un nuevo nacimiento sin el pecado original; algo
equivalente al mito futurista del comunismo con su
regreso a la comunidad
primitiva sin clases
sociales.

En estos dos casos de irrealidad, sus apóstoles
creyeron que era bueno retornar porque les parecía que sus
respectivas sociedades marchaban en el sentido de la historia.
Pero en realidad era como si alguien se parara en el centro del
Polo Norte o
del Polo Sur y diera un paso hacia cualquier lado…
¿hacia qué punto cardinal estaría
yendo?

El desconcierto actual de las sociedades, y más
aún el de la humanidad, es la materia prima
de los intelectuales contemporáneos, y especialmente de
los filósofos. Ése es un filón
que contradice la idea de que las sociedades no necesiten nada de
los intelectuales.

Por más que muchos intelectuales no tengan
aportes demasiado importantes, o aparenten no serlo, o no hayan
sido descubiertos aun, la ciencia y la cultura requieren
constantemente las implicaciones de los intelectuales
imprescindibles. Éstos, por más desconocidos u
olvidados que a veces sean, no sólo se expresan por
sí y a nombre propio sino también indirectamente
por su sociedad y aun por la humanidad, por todos, y a pesar de
nosotros llegado el caso, es decir, hasta en contra nuestra.
Incluso por aquellos que no saben siquiera qué es un
intelectual o que en etapas de negritud gritan "mueran los
intelectuales".

Más allá de sus desconciertos coyunturales
y de sus diferentes posiciones en torno a un mismo problema, los
grandes intelectuales ayudan a las sociedades a dotar de sentido
el devenir de la humanidad.

Los intelectuales que las sociedades necesitan no son
los de mercado, obviamente, sin que ello signifique una nueva
hipótesis misional de su cometido. Por
cierto que las razones económicas condicionan y
determinan, según los casos, los tipos de respuestas de
los intelectuales. Pero con ser deplorable que el sistema se
mueva casi únicamente con la ley del lucro, no
se olvide que ello se debe a la existencia de algo más
corrosivo del alma que el dinero: me
refiero a la vanidad y al narcisismo de los
intelectuales.

Precisamente los intelectuales auténticos son los
menos preocupados por los reconocimientos en vida, o por las
resonancias mediáticas del mercado. Incluso suelen no
percatarse de la importancia de sus aportes.

A diferencia de esto, hoy la abundancia de
intelectuales, corrientes y capillas de desigual valor nos
complica demasiado, nos confunde y a veces hasta nos provoca
hastío. Por lo menos por parte de ciertos intelectuales,
pues nos resulta agotador ordenar tanta diversidad y tantas
contradicciones. Es el exceso lo que molesta de algún
modo. Nos obliga a pensar en la necesidad de crear otra clase de
oficio: la de sintetizadores de análisis.
¿Sería una jerarquía superior a la de los
filósofos o sólo serían unos traductores sin
jerarquía?

No es algo sin importancia. Para que les
creyéramos a una nueva clase de pensadores por cuenta
nuestra
tendríamos que concederles algún
poder.

Claro, los filósofos también tienen poder
y jerarquía: nuestra credibilidad es sumisión a su
poder. Pero lo tienen porque nosotros se lo reconocemos como tal.
Y ese poder es distinto al otro, al clásico. El poder del
filósofo cuando es un creador es nuestro propio
poder.

Mientras que a la función del político,
que se nos ha impuesto y luego
hemos blanqueado con la ficción de la democracia
representativa la podemos recuperar hasta cierto punto (y
sería beneficioso hacerlo también con los ministros
religiosos), con los intelectuales y sobre todo con los
filósofos nos resulta en general muy difícil
llevarlo a cabo, porque la claridad, la brillantez, el talento,
no son atributos igualmente repartidos por más que debamos
luchar para que todos puedan desarrollarlos y
ejercerlos.

Los hombres aprendieron a razonar, pero los sentidos a
imprimir a sus pensamientos fueron el resultado de milenarios
procesos de formulación y decantación de ideas que
fueron sintetizados por medio de actos intelectuales no siempre a
cargo de "intelectuales", es decir, de aquellos hombres capaces
de reflexionar y crear ideas poderosas. Pero cada vez que
éstos últimos intervenían, con cada
creación ésta daba un salto cualitativo aunque
resultara imperceptible para los respectivos
contemporáneos.

Simultáneamente se acumulaban los principios, las
fórmulas, las normas, y los
hombres podían transmitir elementos intangibles como
herencia
social a través del lenguaje. Los
contenidos y los actos del pensamiento se refinaban,
obtenían sus perfiles, se convertían en
resultados.

Y con el tiempo tanto el pensar como los frutos del
pensamiento se convirtieron en parcelas cerradas, cada vez
más inaccesibles para la totalidad humana. Primero por su
apropiación privada, verticalista, monopólica,
luego por su creciente complejidad, determinante de la
aparición de los intermediarios, mediadores y
especialistas.

La proliferación de ellos devino en la
aparición de la función social de los
intelectuales, en las que se fueron estableciendo las diferencias
y jerarquías que hemos mencionado.

Así es que llegamos a los grandes, los
intelectuales de gran nivel, dotados de gran lucidez, coraje y
determinación, lo cual no es demasiado frecuente en la
realidad de los intelectuales, y por lo cual no son los
más numerosos.

Hoy, los intelectuales tienen una concepción
humanista cada vez más elaborada. Cada vez más
están advirtiendo los males del presente, los riesgos
futuros y los desafíos colectivos e individuales de la
humanidad. Sin embargo, simultáneamente el pensamiento se
halla cada vez más desorientado como una brújula en
cada uno de los polos: es decir, por no poder hallar un
norte.

Pero en una banda diametralmente opuesta se hallan otros
intelectuales, los de poca monta, con precio probable y
cotización en el mercado. Son los intelectuales
provincianos con aspiraciones de promoción, que en general
terminan siendo criticados cuando muestran la hilacha por su
insinceridad y mercantilismo,
su venalidad y maquiavelismo.

Ello constituye una condición mercenaria que
resulta intolerable, en general, a la mayoría de las
personas, por tratarse precisamente de intelectuales. Lo cual
significa que, independientemente de que los intelectuales
mayoritarios estén o no al servicio del prójimo
en

lugar de a su propio servicio, existe en el imaginario
social una pretensión de que así sea, fruto
residual del mito del intelectual.

Por eso, conviene no olvidar que existen intelectuales
tanto para el bien como para el mal, es decir, para cualquier
posición y para su opuesta.

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