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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 6)




Enviado por cschulmaister



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XIV

LA ORIGINALIDAD Y LA
CREACIÓN

¿La creación intelectual debe ser
absolutamente original o novedosa, o puede valerse de las
creaciones ajenas?

Ningún creador es totalmente original, y
aquél que se proponga llegar a serlo difícilmente
lo logrará.

La impresionante masa de palabras, ideas, conceptos,
teorías, sistemas y
paradigmas que
han existido en todos los tiempos históricos
llenarían el espacio sideral si se materializaran.
Consideradas en su totalidad constituyen una estructura
compuesta de infinitesimales partes que alguna vez han sido
originales, a las cuales la evolución de la humanidad las fue
sedimentando de modo de configurar en cada presente un piso sobre
el que se asentaron nuevas creaciones y descubrimientos en los
sucesivos futuros.

El pensamiento es
resultado de los signos
externos que recibimos y de su maduración y ejercicio en
nuestras mentes, pero el
conocimiento de algo no vincula automáticamente con lo
desconocido próximo e inminente que una secuencia lineal
prefigure.

La originalidad no es un insumo que se busque, se compre
o se obtenga y se ponga a producir; por el contrario, es una
azarosa posibilidad. Es un clic de las neuronas, un chispazo o
una llama; un fruto del azar o una suma de felices
combinaciones.

La historia humana de
más de cuatro millones de años está llena de
creación, es decir, subjetividad y originalidad, aunque
ésta última convierta a cada creador en propietario
absoluto de ella por el tiempo que
dura un imperceptible instante en la noche de los tiempos y al
instante siguiente el fruto de su creación pase a ser
propiedad de
la humanidad por toda la eternidad.

La mayoría de las creaciones que alguna vez
fueron originales, aunque más no fuera en alguna
pequeña porción, se tornan más sencillas y
básicas cuanto más antiguas son, mientras que
otras, a pesar del transcurso del tiempo, continúan
provocando exquisitas resonancias en sus moldes originarios y por
lo mismo haciendo perdurar el nombre de sus creadores.

Éstas últimas son principalmente las
creaciones artísticas, las que al revivir por medio de una
nueva apreciación posterior en el tiempo, pueden hacernos
vibrar en una cuerda sensible común a su creador y a
nosotros mismos por lo que ambos tenemos de común mientras
simultáneamente somos distintos y singulares.

Ello es el reflejo de lo que pasa en la vida y en la
historia: la condición humana es una y simple y
múltiple y compleja a la vez. Las preguntas básicas
del hombre son
siempre las mismas pero a cada instante surgen nuevas formas de
responderlas que empalidecen a las viejas.

De modo que este mundo actual, globalizado y posmoderno,
novedoso y original, es el mismo mundo donde vivieron otros
hombres muy parecidos a nosotros en lo fundamental. Entonces,
¿podremos asegurar que todo lo que hoy consideramos una
idea original lo sea realmente? Creo que nunca lo sabremos del
todo para todas las ideas, incluso para las más complejas
y actuales.

Así, la originalidad no parece tan importante,
dada su efímera duración. A fin de cuentas todo nos
viene del pasado, y si queremos complejizar más
todavía esta elucubración todo nos viene de
la tierra, que
nos da el pan. ¿Serán las ideas tan ajenas a la
naturaleza
como parece?

Lo que sí puede reconocerse a la originalidad es
su misterio, su reconditez, equivalente al perfume de las flores.
Los perfumes son efímeros e invisibles, aunque tan
hermosos o más que las flores de las que emanan. En
cambio las
flores duran una vida, a la escala de las
flores. Y en una vida humana caben muchas potenciales vidas de
flores con sus respectivos momentos de irradiación de sus
perfumes.

Por eso el hombre,
como un jardinero, busca los perfumes en cualquier cosa tangible
o intangible, y así como una vez que conozca la belleza de
un perfume lo guardará en la memoria de
las fragancias, cuando lo seduzca la fascinante línea de
un verso de un poeta cualquiera lo albergará en la
memoria de las
sugestiones.

Así como el perfume de una rosa -aunque se trate
siempre de una rosa distinta- lo llenará de placer y de
bien cada vez que la huela, y le permitirá conservar la
memoria del perfume de las rosas, la belleza
de un pensamiento reaparecerá cada vez que sea exhumado y
se afincará más raigalmente en su memoria de
ideas.

Y por más que el tiempo haga olvidar la
intensidad de las sensaciones experimentadas en ambos casos, cada
nuevo acto lo ligará a ese fondo misterioso que tienen la
rosa, su perfume y la poesía,
es decir, ¡la belleza!

La belleza es uno de los bastones de la memoria, y
ésta un camino y una meta para el pensamiento. Pero,
¿dónde reside la belleza del pensamiento no
poético? Desde ya que no en la cadencia rítmica, ni
en la eufonía de las palabras, ni en la sugestión
de las pausas, por señalar algunas virtualidades de la
poesía.

¿Cuál es el perfume de la creación?
¿Dónde reside su originalidad?

Habitualmente pensamos en ella como en lo novedoso; en
rigor de verdad, en lo que creemos novedoso. Pero la originalidad
es la combinación de una suma de cualidades y factores,
entre otras, oportunidad, pertinencia, justeza y justicia,
precisión, verdad, singularidad y contexto, claridad,
extensión y profundidad de una palabra, una frase, un
ejemplo o una formulación discursiva.

Ellas marcarán la diferencia de
apreciación de la potencial originalidad de una
proposición o de un conjunto de ellas surgidas en tiempos
y lugares diferentes, en situaciones particulares, y por medio de
creadores distintos.

Así considerada, la originalidad sería
relativa y nunca absoluta. Relativa a aquél que la sepa
apreciar más que al creador circunstancial. Cuando Amiel
decía que el paisaje es un estado del
alma
quería significar que el paisaje está en el
alma.

En consecuencia, la originalidad de un creador, cuando
existe, surge en él con la endeblez y la potencia de la
semilla, pero sólo fructificará como planta con un
destino de fruto, de flor y de sombra cuando los lectores, o
quizá sólo uno entre muchos posibles, coman de
ella, humedezcan sus labios o huelan su aroma en el molde de un
relato, sintiéndose representados por
éste.

Cuando esto sucede, se cierra el circuito de la
creación. El creador original ha atrapado al apreciador
atemporal, pero éste se ha convertido en un nuevo demiurgo
que ha hecho suya la obra haciéndola volar a través
del tiempo y del espacio y reviviéndola por intermedio de
un pasaje empírico dialéctico entre dos creadores
que nunca se conocieron directamente.

La originalidad, como el valor, siempre
depende de los otros. En este caso, consiste en sentirse
representado y reflejado en un espejo de palabras e ideas, o en
hallar resonancias de nuestras certezas y luces tanto como de
nuestras dudas, nuestras sombras y nuestras
incomodidades.

A todo esto, ¿qué sucede en la vida real
con los intelectuales
de las ciencias
sociales en cuanto a la originalidad? De hecho su
práctica tiene determinadas
características.

A primera vista se observa una frecuentación
habitual del pensamiento abstracto y de alta teoría
en moldes de alta formalización. Ello es propio de su
condición de intelectuales con formación
científica. Consiguientemente, la existencia de un
lenguaje
técnico científico habrá de ser la malla
básica sobre la que se articulará la posibilidad de
su apropiación y comprensión por parte de otros
intelectuales.

Por encima de ello, las posibilidades de plasmar en el
texto la
singularidad y la subjetividad del intelectual son innumerables,
pero éstas no constituyen el reflejo automático de
la
personalidad de un autor. Las formas de organización del discurso, lo
mismo que el estilo, obedecen a características
particulares de un intelectual, en relación a su
formación académica, sus lecturas, sus dones o
talentos, las influencias, etc, etc, pero también pueden
ser fruto de deliberadas intenciones y planeamientos.

Entiéndase bien, no sólo de
legítimos esfuerzos en busca de ser mejor comprendido por
un lector, y en consecuencia por muchos potenciales lectores.
También pueden deberse a la adaptación a las
exigencias explícitas o tácitas del mercado.

En este sentido, la experiencia indica que los
intelectuales de izquierda se dirigen primeramente a lectores de
izquierda que a priori se sienten bien con el envase formal
utilizado por aquellos.

En este caso nos hallamos frente a lectores que conocen
a un intelectual o que son más o menos asiduos
frecuentadores de un tema en particular o de la temática
habitual de un autor.

Pero, y es lo que me interesa, ¿qué sucede
con los miles o millones de personas que no leen a determinados
autores de este tipo por múltiples posibles razones:
económicas, culturales, afinidades, confesionales,
etc?

Así como cualquiera que haya intentado leer y
comprender a Kant, o a Joice,
admitirá que ello no resulta nada fácil en general,
y legítimamente podrá pensar que probablemente
más de un intento debe haber terminado en renuncia, es
fácil suponer que el consumo
cultural de las obras de los especialistas suele quedar
restringido a sus pares y a los ambientes
universitarios.

Pero existe una categoría de intelectuales
mediadores que se dedican a bajar de las alturas el pensamiento
de los creadores complejos y originales, y a distribuirlo
adaptada y dosificadamente a escalas más amplias. Esta
tarea la ejercen tanto intelectuales de menor rango como
periodistas especializados.

En ambos casos, como en todas las cosas de la vida,
siempre una mediación de este tipo, es decir, destinada a
obtener alguna porción de conocimiento
de algo, tal como sucede en el hecho educativo en general, es
siempre una instancia de transformación de los originales
en reproducciones exentas de fidelidad.

Esto sucede no sólo en el género no
ficción sino también en el de ficción, y tal
vez más en éste que en el primero.

Pero, entonces, la originalidad, lo novedoso, lo
atrapante, lo cautivador de un autor, en este caso de un
intelectual de la clase de los
que estamos tratando, vale decir, aquellos considerados
"comprometidos", ¿en qué
consistirá?

Por ejemplo, en la novedad de un término o de una
expresión concreta de su autoría, que al ser un
equipaje mucho más liviano comparado con la totalidad de
un libro, puede
ser portado mentalmente, retenido y traído a
colación todas las veces que sea necesario por los
comentaristas. Y lo que vale para un lector, sea avezado o
neófito, vale mucho más para otro intelectual que
tendrá la posibilidad de utilizarlo apoyándose en
él como en un bastón, y al citarlo en un ensayo como
"respaldo" a su propio aporte prolongará su
andamiento.

Puede que el mismo sea un verdadero hallazgo, una pieza
de exhibición, pero también puede suceder que su
éxito
sea solamente fruto del azar o de la fortuna en determinadas
circunstancias.

¿Acaso las huellas en la historia intelectual se
dejan por el simple hecho de haber sido leído por muchos
lectores?

Caben varias respuestas, mejor dicho, muchísimas,
y su tratamiento aun superficial excedería mis
propósitos, habida cuenta de las enseñanzas de la
historia, de la historia del
arte y de la ciencia, y
de las varias concepciones artísticas e ideológicas
existentes sobre el tema. Pero rápidamente diré que
con el tiempo todo cae en el vórtice del
olvido.

No obstante, existen huellas que quedan impregnadas en
la vida, abiertamente, accesibles a muchas personas que
podrán o no decodificarlas, o sabrán o no hacerlo,
o lo harán en grado diverso. Pero hay otras huellas que
son muy efímeras, y sólo suelen ser decodificadas
en ámbitos reducidos de intelectuales. Por ejemplo, las
representadas por un cierto grado de ventas de un
libro, cuyo summum lo constituye la condición de
best seller, y otras menores en su capacidad de resonancia
como es la de ser citado en vida por otros intelectuales, lo cual
es, obviamente, mucho más importante para un autor que una
eventual cita post mortem de la que jamás se
enterará.

Por lo tanto, las huellas más interesantes que
puedan dejar los aportes de los intelectuales no son la mera o
pura novedad, sino su capacidad de desentrañar aquellos
misterios que se resisten a dejarse comprender, o que otros
intelectuales no se atreven a develar, y que en consecuencia
impresionen las conciencias y los espíritus de las
personas.

Ahora bien, ser capaz de llevar a cabo este cometido no
convierte a nadie en un ser especial al que se le deba rendir
reverencias.

La búsqueda de la verdad, y no el evitarla, ni el
ocultarla, ni el distorsionarla, es la meta lógica
de cualquier ser humano, no sólo de los intelectuales en
particular, de modo que no hay motivo para que tantos
intelectuales de mercado se hagan autobombo por hacer la
centésima ava parte de lo que podrían hacer si se
lo propusieran.

De modo que con toda naturalidad se espera de los
intelectuales condiciones de lucidez efectiva, que superen el
inmediatismo propio del mercado, que sobrevuelen por encima de
las miserias propias del ambiente
social e intelectual en que se desenvuelven, por ej., la competencia
descarnada a nivel local o regional y el seguidismo de las
agendas provenientes del exterior, etc, etc.

Por cierto, estos intelectuales son tan humanos como
cualquiera. Sin embargo, en la lenta medida en que la cultura y
la
educación los registran y los ponen en valor,
inexorablemente aparecerá una tendencia muy fuerte en
todas partes a considerarlos una suerte de gurúes,
chamanes o profetas que encarnan los destinos de la tribu, siendo
frecuente que proyectemos en ellos nuestros sentimientos de
admiración y afecto por la originalidad de sus ideas, por
su profundidad, por su elevación, o por la belleza de sus
narrativas, e inevitablemente se produzca entre ellos y nosotros
además de una aquiescencia, una comunión espiritual
más o menos refinada, o más o menos
tosca.

Es que existe una creencia implícita de que los
intelectuales están y deben estar por encima de las
crisis
particulares o personales por su condición de fogueados
resistidores de adversidades. Ello nos habla de una percepción
de los intelectuales como superhombres, fruto de haber asimilado
inconscientemente el mito del
compromiso de los intelectuales, equivalente a un apostolado y un
martirologio que los inmuniza frente a las adversidades y
ataques.

Un intelectual debe remontarse desde su isla para ver
donde está la tierra firme.
Si no lo hace tal vez se deba a que no le interesa, o porque ha
optado por hacer la suya, o porque tiene limitaciones
intelectuales propias, o quizá falta de coraje. Ello no le
impediría ser un intelectual técnico o un
especialista, y tal vez hasta bueno en lo suyo, alguien que puede
cumplir una tarea muy importante en la sociedad
escribiendo un libro, investigando o enseñando acerca de
su parcela.

Si no lo hace porque profesionalmente se lo
prohíben, y violar esa orden le significaría perder
posiciones y privilegios, se convertirá en una mariposa
sin alas. Y podrá descubrir, diseñar o implementar
mecanismos, programas o
proyectos que
podrán ser útiles a sus empleadores y eventualmente
a la sociedad, pero, en cambio, si efectivamente se eleva por
encima de su insularidad disciplinar y moral
podrá convertirse en un verdadero intelectual de esos que
efectivamente poseen el óleo sagrado de Samuel. Y en tal
caso tal vez pueda rendir grandes servicios a la
humanidad.

En general, todo intelectual tiene la posibilidad de
pensar más allá de la crítica
a lo existente: puede y debe proponer alternativas mejores que lo
existente para que los mediadores políticos las lleven a
la práctica. Esto último a condición de
tenerlas previamente. Pero este deber ético no lo tiene
sólo él. Lo tenemos todos. ¿Quizá
él intelectual más que todos los
demás?

Me resisto a aceptar ese punto.

XV

LAS
CRISIS DE LOS INTELECTUALES

Si la angustia y el desencanto que experimentaron en los
90´s tantos intelectuales argentinos de izquierda fueron
equivalentes a los miedos y las angustias padecidos por millones
de personas de los estratos bajos y medios de la
escala social, ¿por qué, me pregunto, la crisis de
los intelectuales se perfiló y se sigue perfilando con
gran nitidez mientras que la crisis de la sociedad en general por
su omnipresencia tiende a ser difuminada, olvidada y
superada?

¿Será en parte porque tendemos a
naturalizar resignadamente todo lo que aparece en megaescalas y
lo que sucede en tribus o sectores menores se presta más a
su apropiación "especializada" por parte de los
intelectuales?

¿O será qué lo que sucede a pocas
personas, o a grupos reducidos
o exclusivos, pone en foco y atrae más que lo que se
presenta como lo corriente, como lo que nos pasa a todos? En tal
caso, ¿no será que las crisis de doña Rosa,
la Beba o la Porota resultan siendo demasiado mersas para
nuestros intelectuales?, ¿o imposibles de
categorizar?

No estoy enterado de que hayan investigado la depresión
y la angustia de los carniceros de barrio en los 90´s, en
principio porque no leí ni escuché en ningún
medio una frase informativa o publicitaria que aludiera a los
mismos, y menos aun ví la tapa de un libro con tal
contenido, pese a que algún trabajo de
sociología en los 90´s orillara el
tema a través de encuestas pero
no con relación a los carniceros. De todos modos, mi
desconocimiento es imputable a mí.

Un título, un copete, es sabido, instala, precisa
y acota un asunto cualquiera de la realidad
virtual, y su posterior ausencia desinstala y difumina su
eventual entidad. Pero una ausencia permanente, una no presencia,
puede ser tanto un reflejo de la realidad real como una maniobra
artificiosa.

Lo que sí escuché en innumerables
ocasiones en mi vida fueron referencias acerca de la crisis de la
carne, que es muy distinta a la de los carniceros.

Otra razón suele verse en la fragmentación
del objeto de estudio de los intelectuales. Así como
desaparecieron las historias nacionales y aparecieron las
microhistorias, los grandes escenarios sociológicos
también fueron reemplazados por una cultura fragmentada
estudiada en sus respectivos nichos.

Por otra parte, la crisis personal del
carnicero no afecta (salvo alguna otra investigación empírica que
desconozca) el corte de los bifes ni la cantidad de grasa que
añada en la picada, por lo menos en principio, uno nunca
sabe. En cambio, la posibilidad de la crisis personal
generalizada de los intelectuales hace presumir en los
imaginarios sociales de la cultura consumidora de los MM que en
tales casos la naturaleza, los quilates y el valor de uso de sus
producciones intelectuales pueden entrar en zona de riesgo, con las
previsibles consecuencias sociales negativas.

De lo anterior se desprende, a mi juicio, la
persistencia de su alta autoestima
respecto a las potencialidades de su función y
a la vez un gran complejo de culpa que se traduce en una nueva
actitud (no
tan nueva en realidad sino de los 90´s para acá) de
aparente humildad: ¡que nadie recuerde aquellas
épocas de soberbia!

De todos modos, la catarsis
realizada en los 90´s, determinada por su convencimiento de
que los merecimientos correspondientes a su status los
situaban por encima de las peripecias y avatares de las
mayorías fue hecha en solitario, como corresponde al mito
del compromiso que los presenta como abnegados y pudorosos con su
intimidad ante las adversidades. De allí a su
conversión en intelectuales bienpensantes o
políticamente correctos desplazados ideológica y
políticamente hacia la derecha sólo restaba un
paso. Y gran cantidad de ellos lo dieron.

La crisis, teóricamente, constituye el
agotamiento de la creencia social en la eficacia de un
sistema de
relaciones o de un sistema de interpretaciones, explicaciones, y
respuestas, en este caso acerca de la realidad, para decirlo en
sentido amplio; y de la cual se sale ensayando nuevos modos de
relacionamiento y procesamiento cognitivo. Pero, en general, las
crisis son reconocidas en sectores particulares del sistema, tal
como lo que acá nos interesa: las crisis de los
intelectuales en el contexto de nuestra realidad.

¿A qué clases de crisis me refiero desde
el título?

¿A las que puede tener un intelectual como
cualquier otra persona?
¿O a una crisis particular que estén atravesando
los intelectuales, o por lo menos un número importante de
éstos, en un tiempo y espacio concretos? ¿O tal vez
a una crisis absolutamente propia de la condición de
intelectual en cualquier lugar del mundo? En este último
caso, cual si se tratara de enfermedades profesionales
equiparables a las que pudieran tener los marineros en alta mar,
los mineros en las minas, los verdugos oficiales, los cirujanos,
los tenistas, etc, en función de sus particulares
actividades.

Existen esas tres clases de crisis y es posible tenerlas
todas juntas.

La primera con toda seguridad: los
intelectuales son gente igual al resto del género humano y
lo que a éste último le pueda ocurrir
también le ocurrirá a los humanos que son
intelectuales en el sentido en que aquí nos referimos a
este término.

Siendo de carácter general, esta clase de crisis
está representada por las peripecias de la vida tal como
la vida se presenta en un país como el nuestro, oscilante
hasta hace muy pocos años entre la inflación y el
golpe de
Estado, entre la pobreza
agudizada de los más y la riqueza superlativa de los
menos; con un sistema
político, económico, social, laboral,
cultural, religioso, moral, etc, en permanente crisis. Siendo
así, ¿cómo no se va a sentir afectado un
intelectual igual que los miembros de su familia y
la familia de
al lado?

La segunda es un tipo de crisis del sector intelectual
en una coyuntura determinada, en lo que dice relación con
su condición de intelectuales. Podemos verla representada
en los problemas que
padecieron en los 90´s, fruto de los sacudones producidos
por la
globalización y la posmodernidad,
que afectaron y afectan a millones de personas y por consiguiente
también a ellos, pero que por ser intelectuales ellos
sufrieron de forma distinta.

Aquella década trajo variados problemas a los
intelectuales, tales como la movilidad y pérdida de
puestos de trabajo, una gran competencia por los mismos, una
acuciante necesidad de reconvertir formaciones, acreditaciones y
titulaciones; el desconcierto provocado por la
desaparición de los discursos
totalizadores, la devaluación de los capitales intelectuales,
los nuevos modelos
productivos y su implementación en los ámbitos
universitarios y culturales; la desesperanza ante el avance
arrollador del neoliberalismo, etc, etc.

Si a las causas de aquella crisis en todo el mundo les
sumamos las condiciones particulares de Argentina durante la
tragicomedia de los 90´s, no cabe duda que los
intelectuales argentinos en general han pasado por una crisis
brava de la cual muchos todavía no han podido
salir.

La tercera clase de crisis se relaciona con la posible
existencia de algún "mal de los intelectuales", un tipo de
afección propia de éstos que sobrevuela los
tiempos, o por lo menos los últimos tiempos, de modo que
pudiera revestir características de mal
crónico
y hasta con posibilidad de cursar episodios
agudos.

Tomando en consideración el tiempo transcurrido
desde el retorno a la democracia,
los intelectuales de Argentina han atravesado por las tres clases
de crisis antes señaladas.

Pero ¿cuál es la percepción media
de la sociedad acerca de las crisis de los intelectuales?
¿La referida a cuál de las tres clases de
crisis?

La primera la descartamos, pues por qué
razón habrían de atribuírsela en
exclusividad a los intelectuales cuando ataca a cualquier hijo de
vecino de este planeta. Veamos: a despecho de la convertibilidad
del 1 a 1 y la extendida posibilidad de comprar la felicidad
rodante en ochenta y cuatro cuotas mientras con el plazo fijo en
dólares esperaban comprarse el primer departamento -o
quizá el segundo- con fines de renta, y entonces sí
hacer el anhelado viaje al exterior con toda la familia, y no
antes para no matar la polla antes de que llegue a gallina y
ponedora, como miembros de la clase media baja dedicados, para
nuestro ejemplo, a la docencia en
los niveles medio, superior y universitario, los intelectuales
(no los trabajadores intelectuales), es decir, aquellos con
exposición de imagen e
instalación de apellidos en los espacios de
discusión intelectual, se estaban cayendo en los
90´s como la mayoría del pueblo, aunque por el
tamaño de sus flotadores tardaran más que el
común de la gente en llegar a sumergirse.

Al descenso imperceptible pero sostenido se
agregó la cruel desilusión con la jubilación
privada por la que la mayoría de ellos había optado
con gran entusiasmo; después llegó el fin de la
convertibilidad y el default y ya no pudieron continuar
simulando que a ellos no los afectaba nada. Habían quedado
con el c… mirando al norte, entonces salieron a la
calle, desilusionados, heridos, humillados, al borde de las
lágrimas. Para entonces, la depresión y el miedo
cotidiano a vivir se había apoderado de ellos de tal modo
que los escritores y guionistas encontraban en el relato
plañidero de sus peripecias un filón muy singular.
¿Por qué? Porque ahora empalmaban la crisis general
del país y del mundo con su propia crisis coyuntural como
sector. Hasta ahí, ese escenario era padecido por
cualquier mortal que no perteneciera al mundo de los
ricos.

Pero en el caso de los intelectuales esa crisis de la
primera clase se vinculaba y potenciaba con su condición
de intelectuales, y ahí aparece la segunda clase de crisis
que padecieron y continúan padeciendo.

¿Cuáles son los intelectuales más
afectados: los de derecha o los de izquierda? Obviamente, los de
izquierda. El mundo se ha "derechizado" mucho más que
antes desde los 90´s, pero los intelectuales de derecha lo
pasaron y lo pasan muy bien: no tienen complejos ni culpas por el
sentido o la función de su condición de
intelectuales al servicio del
statu quo, lo que tácitamente es un fracaso ante la
ética
de la solidaridad por
su no implicancia en la lucha por mejorar la existencia de la
humanidad; pero tampoco tienen para ellos mismos un doble
discurso ni doble moral, aunque la tengan en la percepción
de los demás. Ubicados en el seno del Poder, cuando
le mienten al pueblo poniendo cara de pocker saben lo que
están haciendo. Además, muchos de ellos
están absolutamente convencidos de las bondades de sus
ideas y sus posiciones concretas y del error que atribuyen a las
ideas de izquierda.

Con los de izquierda sucede lo contrario. Por lo
general, presentan incoherencias a granel, dobles patrones
morales, complejos, dudas, pudores, vergüenzas y culpa.
Mucha culpa. Y en general no están muy convencidos de lo
que sostienen, pero sería terrible para ellos asumirlo
públicamente y tener que obrar en consecuencia. De
allí la casi imposibilidad de la autocrítica propia
(que no es un pleonasmo digo, tratándose de
ellos).

Veamos los hechos.

Los 90´s, pletóricos de bombos y matracas,
de fuegos fatuos y espejismos de toda laya, pusieron en
cuestión su propia condición de intelectuales tal
como había llegado hasta ese momento, es decir, heredera
de todos los mitos de la
Modernidad y
la
Ilustración y de los hijos de ésta.

Mientras la Globalización creaba novísmos nichos
de mercado para intelectuales aggiornados al nuevo escenario
mundial, simultáneamente clausuraba la posibilidad del
intelectual anterior, con carácter totalizador,
equivalente al médico generalista.

El intelectual, aquella clase de intelectual,
había perdido la voz justo cuando las posibilidades de
difusión y amplificación se habían ampliado
y accesado superlativamente. Además, en ese momento el
panorama era distinto, los intelectuales se hallaban solos en el
escenario frente a una platea vacía de los tradicionales
espectadores a los que se hallaban acostumbrados. Éstos
habían emprendido una diáspora acelerada desde fines de los
80´s, y en los 90´s el valor de sus discursos y de su
rol, tanto el real como el potencial, estaba por el suelo. De modo
que muchos intelectuales que se preguntaban si no sería
cierto que habían estado toda la vida equivocados
comenzaban a pensar en la necesidad de efectuar una acelerada
reconversión de si mismos, para, eventualmente, intentar
un reciclamiento de la función bajo otros
paradigmas.

Muchos creyeron que el ultraneoliberalismo de esos
años había llegado para quedarse y que era muy
tonto perder el tiempo lamentándose u observando e
intentando comprender la situación en lugar de subirse al
tren inmediatamente, pues de querer hacerlo más tarde
seguramente deberían pagar costos mucho
más elevados.

Cuando ya habían comenzado a tragarse los
escrúpulos y leían la nueva bibliografía milenarista, y
justo cuando empezaban a comprobar en carne propia que
podía ser soportable, todo comenzó a desmoronarse,
y lo peor fue que no era una metáfora para
intelectuales.

Otra vez corrieron al patio trasero a desenterrar los
libros de su
juventud y a
buscar los teléfonos necesarios para restablecer contactos
abandonados durante el corto tiempo que duraron los escozores
primermundistas. Pero era más difícil volver que
avanzar con los ojos cerrados. ¡Con qué cara lo
haría más de uno! ¡Qué explicaciones
darían! Tal vez si todo se terminaba de podrir en el
país podrían volver a asomar el hocico. El desorden
y la desorientación reinaban en todas partes.
¡Qué hacer! ¿Tirarse a la pileta? ¿Y
si no tenía suficiente agua
tirarse igual? ¡Porque era difícil tener tanta mala
suerte otra vez!

Y así andan hoy, como almas en pena, terciando
para mostrar un trozo de piel ante las
cámaras de televisión
o en algún periódico
o revista, como
cualquier cholulo de barrio. Pero como siempre hay que saber
esperar ahora parece que se les ha vuelto el campo
orégano…

La tercera clase de crisis, en cambio, sí es
propia de los intelectuales de la izquierda emblemática
que conocemos en esta etapa de la civilización. Si
algún día desaparece esta propensión a
padecerla será porque habrán cambiado muchas cosas
en el mundo, más que las que han cambiado
últimamente.

Es decir, los intelectuales de izquierda cursan una
crisis subterránea estructural que se instala en los
pliegues más profundos de su personalidad y
su formación intelectual, y que permanece oculta a las
miradas superficiales y fugaces de los observadores.

Las peripecias de los intelectuales de izquierda han
sido en el pasado directamente dependientes de los irregulares
desarrollos de las luchas políticas
de las izquierdas en el mundo y en cada país a lo largo
del tiempo. Y viceversa.

De modo que relevar los matices particulares de estas
luchas, de sus fracasos, sus limitaciones, sus errores, etc, etc,
y los roles jugados por sus intelectuales en cada particular
situación histórica es una tarea para intelectuales
de izquierda dispuestos a leer cientos de libros totalmente
discrepantes entre sí.

Por eso me aparto de ese camino para situarme en las
expectativas de millones de personas sencillas que precisamente
no son "intelectuales", ni les interesan los asuntos referidos a
"las izquierdas" ni a "los intelectuales", sino simplemente los
resultados de su existencia.

Desde ese punto de mira se pueden relevar elementos
útiles para una caracterización general
práctica que precisamente procuro no se parezca en nada al
estilo adocenado de la izquierda ni bajo controles de rigor
científico ni epistémico por más que se les
ocurra acusarme de empirista retrógrado, o algo por el
estilo. Nada de eso me interesa.

Las críticas que se le pueden hacer son las
mismas que les han hecho muchas veces a ellos mismos las
cúpulas de los PC locales haciendo seguidismo de la
línea del PC de la URSS o de la Internacional Comunista en
distintos tiempos y lugares, cada vez que no estuvieron de
acuerdo con sus propios intelectuales y se vieron obligados a
retirarles la afiliación y el carnet sin cobrarles las
cuotas sociales adeudadas.

Esas críticas son ultracriticismo,
hipercriticismo, teoricismo, arrogancia, bizantinismo, etc,
acompañadas por lo general de la imputación de
tener desviaciones burguesas como paso previo a su
expulsión.

La cadena de males continúa: los autoritarios,
absolutistas y dogmáticos siempre tienen la razón,
y los eternos equivocados son los otros, así que cuando se
debe admitir un fracaso propio resulta cómodo echarles la
culpa a los de afuera, los adversarios o los enemigos, sin
admitir ni un gramo de responsabilidades propias.

Un intelectual de izquierda, sea del PC o de cualquier
otra secta, es un intelectual adocenado, narcotizado en el opio
del marxismo y sus
derivados. Por consiguiente, de sus influencias nacen militantes
opiáceos, sin pensamiento propio, que a fuerza de no
pensar autónomamente se autoprograman para emitir
dictámenes cada cinco minutos con un software que
puede ser tanto el original como una de tantas copias truchas
plagadas de virus.

Otra característica es su
autovictimización constante. Sus plañideras
monsergas repercuten en las paredes de las universidades por el
tiempo que dura un relámpago, aunque para ellos siempre
serán jornadas gloriosas destinadas a ser recuperadas en
el correspondiente documento histórico.

Y lo peor de todos, el resentimiento que los inunda y
contamina.

En síntesis,
¿cómo es la situación de los intelectuales
de izquierda en Argentina?

Como corresponde al cambio de escenario local por causa
de las transformaciones producidas a escala mundial. En primer
lugar, desde el retorno de las democracias en América
latina, la intelectualidad de Argentina no ha podido
compensar la devaluación y pérdida de atractivo de
sus viejos discursos beligerantes. En consecuencia, la
adhesión a sus viejos lenguajes, relictos de un pasado que
está a la vuelta de la esquina pero que parece
insondablemente lejano, es cada vez menor, al punto de
convertirse en una muestra del
exotismo nacional que, desgraciadamente, ni siquiera atrae
turistas a nuestras playas, por lo menos en cantidad suficiente
para compensar otras pérdidas.

Además, el recuerdo de la trayectoria
errática y contradictoria de la izquierda en nuestro
país, junto con la decadencia de las izquierdas de los
países ex socialistas antes y después de la URSS,
más las contradicciones de las izquierdas de los actuales
países socialistas, interpela a la intelectualidad y a su
militancia, que a fin de cuentas cumple ambos roles.

Si a ello se agrega el recuerdo de su triste desempeño en los 90´s, se
comprenderá el drama que para ella representa la
pérdida de visualización y de resonancia aun en la
Universidad,
donde pone sus huevos, los empolla y lanza sus criaturas al
mercado.

Por otra parte, sus viejos tics siguen intactos: sus
constantes y aburridas peleas internas, sus ataques a las
izquierdas socialdemócratas con más furor que a los
fascismos, su entrismo en los movimientos nacionales (golpear
simultáneamente pero separados), su conocido tremendismo,
su imposibilidad para ponerse de acuerdo entre ellos en la
mínima parte del mínimo: un mismo asunto puede ser
interpretado desde cien posturas diferentes por intelectuales
orgánicos de cien partidos marxistas abrevando en la misma
fuente: el famoso socialismo
científico. Razón por la cual, si para transformar
la realidad primero hay que ser epistemólogo de izquierda
es obvio que ellos nunca lo lograrán, a menos que lo
intenten en un bonsái.

Si treinta años atrás su discurso
todavía cautivaba a los incautos, hoy no sólo cansa
sino que aburre. Mientras tanto, la gente común, la gente
pobre que en buena parte es analfabeta, semi o analfabeta
funcional, dice qué "esos no quieren a nadie", que
"están todos peleados entre sí", que "ahí es
todos contra todos", que "sólo saben hablar y discutir",
"que…". Evidencia pura igual que ésta: "son
divisibles por dos, por tres, por cuatro…", que "cuando se
pelean dos el que se queda con el mimeógrafo funda un
nuevo partido…", e imprime un "Manifiesto al
Mundo".

Su drama es saber que han perdido credibilidad y
respeto. Como
siempre, sus abstrusos mensajes, indiscernibles entre tanta
proliferación discursiva, se diluyen detrás del
mascarón de proa de sus gestos y poses fulminantes,
tributaria de una estética militante pletórica de
lugares comunes marxistas, de estereotipos y clichés del
discurso escrito y oral, con sus claves mágicas y su
ausencia de debilidades pequeñoburguesas.

Les importa el parecer tanto o más que el ser.
¡No vaya a ser que alguien les reproche algún
día la presencia de componentes fascistas en su comportamiento! De ahí su imposibilidad de
cambiar en serio. Saben que la gente desconfía de sus
cambios y que otros intelectuales de izquierda no se los
perdonarán, los acusarán de traidores y los
destrozarán.

Mientras tanto, ignoran que tamaño narcisismo se
acabará el día en que se haga la Revolución
y los manden a todos a la fila

Entonces, si por un lado cuestiono sus defecciones y
reubicaciones tantas veces demostradas, y si la gente
también los critica por ello, ¿cómo es
posible que al mismo tiempo admita como deseable que ellos
cambien?

Es que antes no los critiqué por cambiar sino por
plantearse nuevos amigos y enemigos erróneos, pues los que
pudieron parecer cambios en los 90´s sólo fueron
opciones pane lucrando. Su imposibilidad de cambiar en
serio es otra cosa: debería ser un cambio consciente,
reflexivo, y no mero oportunismo. Esa imposibilidad, ya vimos, va
acompañada de la imposibilidad de la autocrítica y
del miedo a la presión
corporativa y estudiantil.

Entonces, en los casos en que parece que han cambiado
seria y honestamente sólo hay cálculo y
especulación. Sin embargo, recordando sus pregonados
compromisos hasta la victoria siempre que hicieron asumir a otros
antes de ser los primeros en abandonarlos, a todo el mundo le cae
gordo que ahora se permitan el derecho de cambiar, el cual, en
otras circunstancias les correspondería como a cualquier
hijo de vecino.

Otra afección es la permanente condena al fracaso
de sus ideas en contacto con la práctica. También
la imposibilidad de hallar las causas del mismo y la insistencia
en repetir sus fórmulas. Tantos fracasos y tantos
escombros que han dejado en el camino les han permitido
convertirse en fracasólogos.

Ellos, los "comprometidos", siempre hablan del fracaso
de otros intelectuales con ese tono apodíctico y
apocalíptico que los caracteriza, señalando
responsabilidades y culpas a troche y moche. Y cada uno acusa a
los otros por distintas razones, es decir, ni los triunfos ni las
derrotas que ellos registran en el campo intelectual pueden ser
homologadas por críticos diversos.

La regla es ser absolutamente diferentes a los
demás en el discurso y en las prácticas, lo cual
conlleva un tremendo y constante esfuerzo por parecer originales.
Así que para unos lo peor de los demás
intelectuales serán tales o cuales asuntos, y para cada
uno de éstos algo absolutamente diferente. Razón
por la cual pareciera que no están dentro de la historia
sino en una cápsula, cada uno en su propia
cápsula.

Todos señalan innumerables errores, limitaciones,
defecciones, pecados y delitos de los
demás, es decir, de los integrantes del Poder y de sus
enemigos, así como también de los amigos de
éstos. Y cada uno es el mejor, el único
mejor.

Sin embargo, coinciden en algo: en que ninguno
habrá de señalar jamás algo positivo del
escenario ajeno y menos aun del enemigo. Éste es siempre
un enemigo absoluto: todo lo que hace, piensa y dice está
mal y es digno del infierno y si existiera algo que la gente
viera con buenos ojos lo callarían, o bien
señalarían que la gente está equivocada,
pero jamás admitirán nada positivo. Hacerlo puede
ser calificado de ingenuidad, infantilismo, desviación o
complicidad.

Las críticas a los intelectuales de izquierda
provienen menos de la derecha que de la propia
izquierda.

Todas las sectas y subsectas, en plan inicial de
autocrítica, les echan en cara a las otras no haber
comprendido esto o aquello; no haber encontrado la
fórmula, el método, la
vía, las formas organizativas de las masas. O por el
contrario, se reprochan mutuamente haber hecho mal esto o
aquello; o que la fórmula utilizada no era la correcta,
sino que la distorsionaron ex profeso, o no la
descubrieron por incapacidad intelectual, o porque no quisieron,
o no pudieron, por esto o por aquello; o porque las modalidades
de implementación de esto o aquello fueron incorrectas, o
se desviaron, o buscaron entretener para no cumplir sus presuntos
objetivos; o
porque les faltó esto o aquello, o no supieron, no
pudieron, no quisieron, etc, etc.

Todas esas críticas pueden aplicarlas al análisis de las causas de los hechos y los
procesos, a su
desarrollo, o
a sus consecuencias.

También analizarán las causas profundas de
las actitudes
erróneas o las desviaciones u opciones incorrectas o
deliberadas antes referidas, pudiendo alegar que fue por
problemas en la percepción de los fenómenos, o de
interpretación equivocada de las relaciones
de fuerzas de determinado momento objetivo o
subjetivo, o de cálculo equivocado acerca de las mismas en
un hipotético escenario futuro por parte de quienes los
percibieron o interpretaron; pero también por causa de que
quienes debieron percibirlos e interpretarlos no supieron, no
quisieron, no pudieron, o no los dejaron hacerlo…por causa
de esto o por aquello… potenciado por esto otro o por
aquello que…

Seguidamente, cada fracción comienza su rosario
de denuncias de los otros por sus presuntas complicidades con la
derecha.

A continuación, cada una señala la ruta
que el pueblo debe seguir, la explicación que faltaba y
que nadie había podido encontrar, la fórmula
precisa, y sobre todo las tareas de las vanguardias de izquierda,
obviamente poniéndose bajo la conducción de la que
hace la crítica, única forma de arribar a las metas
soñadas por el pueblo. Pero todo esto condicionado a que
se produzca esto o aquello, y no cualquier otra alternativa, y
siempre que no se pase de más, ni tampoco de menos, pues
de lo contrario sobrevendrá esto o aquello.

¿Puede alguien que no se considera de izquierda
ni de derecha y que no le importa la opinión de
éstas preocuparse por inventariar las mil y una posiciones
políticas e ideológicas registradas o dadas a
conocer por distintos medios para luego clasificarlas,
interpretarlas, criticarlas y eventualmente valorarlas, tomando
posiciones respecto de cada una?

Nada más ocioso ni nada más propio de un
intelectual de izquierda.

Por eso rechazo relevar las infinitesimales
particularidades de las izquierdas, caracterizándolas por
medio de una saludable generalización a partir de sus
abrumadoras evidencias de
ser absolutamente fungibles. Obviamente, me refiero a las del
omnipresente marxismo, el opio de los intelectuales.

En definitiva, cada intelectual de izquierda pone y
quita lo que quiere poner y quitar, y mira y ve como se lo ha
propuesto, pues cada uno mide la distancia al sol con su propia
unidad de medida. Es decir, puesto que cada uno interpreta y
aplica las categorías analíticas del marxismo a su
gusto, los múltiples resultados no serán
homologables.

Por cierto, entre tantos análisis
hipercríticos alguno podrá ser más acertado
que los otros. Pero… ¿acaso llegará a poner
una bisagra en la historia?

Varios de los males precedentes no afectan sólo a
los intelectuales de izquierda sino también a muchos
integrantes de los sectores politizados, militantes y dirigentes,
razón por la cual no los consideramos males exclusivos de
los intelectuales.

Pero si bien están presentes en América
latina en forma similar, nuestras características
particulares exacerban el asombro de cualquier analista externo,
por lo cual van en camino a constituirse en una nueva
especialidad sociológica. Tanto así que los
intelectuales de izquierda de otros continentes tienen sus
propios padecimientos crónicos y agudos pero se cuidan muy
bien –según me han contado- de no parecer
izquierdistas argentinos, y en algunos países les
va bastante bien, al punto que, exagerando, podría
sospecharse que ello es fruto de dichos recaudos.

XVI

MALA
PRAXIS.
RESPONSABILIDAD. COSTOS Y COSTAS

Todas las crisis implican costos a pagar, incluidas las
de los intelectuales.

Entre los intelectuales en crisis algunos pagaron costos
personales dolorosos, por ejemplo una dura
desestructuración psicológica y espiritual, una
angustia insoportable y una sensación de vacío y
abismo ante el nuevo estado del mundo en los
90´s.

También sintieron miradas acusadoras que juzgaban
lapidariamente sus actuaciones, sea por haber estado en
posiciones de derecha como de izquierda. Acusaciones cruzadas se
producían, como era de esperar, entre los mismos grupos de
intelectuales. Ya en el nuevo milenio, transcurriendo la opereta
institucional del "gobierno" de la
Alianza, se sumaron a los crecientes tribunales acusatorios
muchos periodistas oportunistas que durante la década
infame habían derrochado optimismo primermundista por
todos sus poros.

Algunos intelectuales se vieron obligados a dejar de
frecuentar los espacios públicos que acostumbraban, y
sobre todo debieron abandonar abruptamente los MM. Mejor dicho,
los MM los abandonaron a ellos apenas se dieron cuenta de que
continuar exhibiéndolos les podía repercutir tan
violentamente en contra como ya les estaba sucediendo a sus ex
estrellas, que ni siquiera podían tener garantizada su
seguridad física
ni la entrada y salida de sus viviendas. Éstos eran los
que habían abonado el modelo
neoliberal a la argentina en la función
pública, en los centros académicos y en las
organizaciones
empresarias durante los gobiernos de aquel cuyo nombre trae mala
suerte si se lo pronuncia y durante la gestión
de los imbéciles que lo sucedieron
inmediatamente.

Sin embargo, creo que estos intelectuales, a pesar de
verse perjudicados con la caída del modelo oficial
neoliberal no "sufren" por las mismas razones que los de
izquierda. A diferencia de éstos últimos nunca
fueron utopistas, ni suelen tener complejos ni culpas ocultas.
Nunca se han mentido a si mismos sino a los demás, pues
saben mentir como cualquier stalinista de izquierda, y por lo
general tienen menos dudas que éstos respecto a las
supuestas bondades de sus propias ideas y a cuáles deben
ser las medidas prácticas que se deben tomar en la
política.

Pero los otros, los que estaban empezando a blandir sus
índices acusadores contra los anteriores, no se las
llevaron de arriba. El vacío que les hizo la gente
más avispada, sus miradas cargadas de desprecio, el
zaping de los televidentes cada vez que asomaba en las
pantallas la imagen de los gurúes de izquierda, su
ausencia de los palcos de la contestación popular ahora
ocupados por otros protagonistas, todo eso y mucho más les
demostraba el hartazgo con ellos y con su rol
mitificado.

Esos "juicios" aun no han terminado, y para muchos de
ellos continuarán después de su muerte,
arruinándoles la gloria soñada.

Pero tales supuestos juicios sociales no ofrecen mayores
garantías de justicia real, pues ya sean inmediatos o
diferidos, buena parte de esas respuestas son sólo modas
efímeras, reacomodamientos de la opinión
pública en función de los realineamientos de los MM
ante el Poder y fundamentalmente de la necesidad de seguir
vendiendo otra serie de productos
ideológico culturales.

El juicio popular es otra cuestión mitificada,
que sirve lo mismo para un barrido que para un fregado, sobre
todo en este país tan acostumbrado a los golpes de estado,
las democracias populistas y los aspavientos
izquierdosos.

Estos juicios no tienen nunca el valor de la
representatividad, jamás son universales, nunca duran para
siempre pero tampoco lo suficiente, además de ser en todo
momento tremendamente contradictorios pues la sociedad no es
coherente en el dictamen y la sentencia, que pueden ir desde la
lapidación simbólica hasta la apoteosis.

¡Cuántos ejemplos hay en nuestra historia
de monumentos reales e imaginarios erigidos a hombres
públicos y a intelectuales que estuvieron divorciados de
los valores
reales y fueron tributarios de los antivalores! En cambio, a
otros (muchos de ellos intelectuales) que dieron todo de
sí en la lucha por la promoción humana y social de sus
compatriotas, la sociedad, o buena parte de ella, los
condenó al silencio y al ostracismo por seguir los
dictámenes de dirigentes facciosos, inescrupulosos e
inmorales, aconsejados también -¡una vez
más!- por intelectuales.

Y a otros que fungen de intelectuales "comprometidos"
pero que no tienen aciertos sino "errores" constantes, la
mayoría conscientes, la sociedad los tolera resignadamente
mientras los ve "camisetear" y "crecer" (en
exposición).

Por cierto, cuando ellos "aparecen" en los MM la gente
que consume información y mensajes mediáticos y/o intelectuales los oye pero
no los escucha, los ve pero no los mira, y a sus libros no los
lee. Si por allí se enteró que Fulano es un
reincidente en el pecado de ubicuidad (en un intelectual
comprometido
eso es pecado) le da lo mismo, ¡qué
se puede esperar de un infatuado que se atreve a pontificar
¡¡¡en Argentina!!!

De modo que los castigos populares son relativos, no son
confiables ni serios, y ningún intelectual puede quejarse
por ellos y mucho menos hacerlos pasar por "represión" por
más que en muchas ocasiones "el pueblo", en el colmo de su
inconsciencia, estupidez, alienación (¿o
complicidad?) ha festejado la persecución desde el Estado. En
estos casos, siempre hubo otros intelectuales promoviendo la
misma, de modo que los intelectuales no sólo son
responsables directos por sus ideas e indirectos por las
interpretaciones y utilizaciones de las mismas, sino
también son responsables penales por sus apologías
de la represión y por su colaboracionismo con el Poder
más cruel y sanguinario que persigue, condena al
ostracismo, a la cárcel, a la tortura, a la muerte y a
la desaparición de los cuerpos de los
reprimidos.

Si hubo intelectuales responsables penales pero nunca
penalizados por su accionar concreto, es
decir, por fundamentar la idea de la represión y por
denunciar ante el Poder a las víctimas, también los
hubo por omisión, por sordera, por cojera, por
tuertera, en todos los casos conscientemente
asumida.

Por más que los poderosos responsables de la
muerte en las democracias formales y en dictaduras de derecha e
izquierda pretendan hacerlos pasar por juicios del tribunal de la
historia, o por juicios del pueblo, ello es falso y lo
será siempre pues no existe una supuesta "voluntad" de la
señora historia ni una "voluntad" popular única y
monolítica. Ningún pueblo alienado, engañado
y obligado puede convertirse en un jurado libre aunque
esté constituido por millones que piensan y actúan
con uniformidad. Precisamente por eso.

Estos juicios se siguen haciendo todavía en
algunos países sin libertad,
aunque en el resto del mundo ya muchas famosas mentiras han
caído, pero además no dejarán de ser
mentiras por el hecho de que reaparezcan aggiornadas por nuevos
intelectuales tan responsables/irresponsables como los
originarios.

Lamentablemente, la tendencia posmoderna es a la
proliferación de juicios pendientes, dejados en suspenso,
con lo cual cada vez más todo vale lo mismo, todo queda
legitimado y naturalizado por el mercado a pesar de sus
contradicciones lógicas y éticas.

En consecuencia, puesto que el pensamiento siempre
está ligado a la acción
y juntos producen consecuencias de todo tipo que se encadenan con
otras para la realización de los cambios en la sociedad, y
dado que estos cambios a menudo no son los esperados, o
directamente representan lo que no debía suceder, o lo que
no se quería que sucediera, o peor aún, representan
la criminalidad más aberrante, corresponde establecer
qué relación guardan ciertas ideas con determinados
efectos. Para ello hay que tomar la distancia necesaria para
apreciar en perspectiva la filiación de las
transformaciones o consecuencias producidas.

Y como las ideas de las que hablamos, es decir, las que
circulan y operan en el mercado de las vanidades
políticas, no surgen de la nada sino que en buena medida
son formulaciones y reformulaciones de los intelectuales cabe
asignarles a éstos las consiguientes responsabilidades por
las consecuencias de sus creaturas.

Toda demostración de responsabilidades
ideológicas de un intelectual implica la necesidad y la
conveniencia políticas de habilitar un juicio virtual por
mala praxis. Por ahora ello sólo es posible
imaginariamente. Lo mismo que la identificación y condena
de las obras en las que ha vertido ideas oprobiosas. Por ejemplo,
en los casos de quienes incurrieron en el delito de
apología del genocidio (aunque ésta todavía
no hubiera sido tipificada y legislada) deben ser
enjuiciados.

Esto es lo que muchos intelectuales argentinos
"comprometidos" dejan en suspenso respecto de algunos famosos
intelectuales ideólogos del racismo, la
discriminación y el genocidio,
responsabilizando solamente al ejecutor material que consideran
único responsable, cuando conductas semejantes no
interpelan solamente al ideólogo y al ejecutor sino
también al Estado mismo y a la sociedad que calla y avala
o consiente la muerte, tal como ocurrió en la segunda
mitad del siglo XIX y especialmente entre 1955 y 1983.

Ello también es posible porque existen
"intelectuales comprometidos" que minimizan la responsabilidad de
los ideólogos.

Llegados a este punto, ¿por qué admitir
para los tiempos actuales los juicios por mala praxis sólo
cuando el imputado es un médico, a veces un abogado o un
arquitecto, y últimamente un psicoanalista? ¿Acaso,
no deberíamos incoarlos contra varios famosos economistas
y corporaciones financieras llenas de intelectuales que
compartieron las mismas teorías aplicadas al caso
argentino en los 90´s y después?

Con una salvedad, que las costas del juicio y las
reparaciones consiguientes las paguen los ideólogos y los
ejecutores de las tropelías, sobre todo las cometidas
desde 1955 a la fecha, y si sus patrimonios no alcanzaren para
ello, que la obligación caiga sobre sus herederos directos
como el único sambenito traslaticio de la ignominia de
padres a hijos admitido en la república. Tal vez
así se cuidarían de portarse mal en el
futuro.

XVII

FINALMENTE… VOLVER A PENSAR
NOSOTROS

Dado que la mayoría de los intelectuales de
derecha e izquierda nos han estafado permanentemente defraudando
nuestra confianza, después de haber inclinado la cerviz
ante ellos a lo largo de los tiempos, propongo…

… que los ignoremos, pero esta vez que sea en
serio;

… pero si fueron funcionarios políticos y
en esa condición cometieron delitos contra la sociedad que
paguen largos años de cárcel efectiva sin celdas
VIP;

… y si robaron que devuelvan la totalidad de lo
robado o defraudado con intereses;

… que el sambenito de la ignominia sea
transferido por el culpable a sus herederos consanguíneos
en línea descendente privándolos para siempre de
ejercer cargos públicos de cualquier tipo;

… que la memoria colectiva y la historia
mantengan para siempre el recuerdo de su ignominia;

Es hora…

… de volver a tener vergüenza;

… de volver a la sencillez, no para dejar de
pensar ni de escribir sino para reaprender, así como
también para expresarse sin vicios ni contaminación;

… de que las ideas empiecen a estar al servicio
de los hombres y no al revés;

… de que el árbol no impida ver el bosque
ni el bosque haga invisible al árbol;

… de tener pensamiento estratégico basado
en intereses nacionales de conjunto;

… de subordinarnos todos por igual a las leyes;

… de volver a pensar por nosotros mismos, para no
volver a ser…

… ni adaptativos, ni destructivos;

… ni morir por muerte diferida, climatizada y
envasada;

… ni tampoco por ejecución
sumaria.

Ni alpargatas sin libros, ni libros sin
alpargatas;

… ni libertad sin responsabilidad, ni delito sin
castigo;

… ni teoría sin práctica, ni
práctica sin teoría;

… ni principismo abstracto, ni pragmatismo
sin principios;

… ni individualismo sin solidaridad, ni
colectivismo sin individuo.

o0o o0o o0o

 

El autor,

Carlos R. Schulmaister,

Es argentino. Profesor de
Historia y Master en Gestión y Políticas Culturales
en el Mercosur. Ejerce
la docencia y el periodismo de
opinión. Se ha especializado en historia oral,
museología y patrimonio.
Tiene una posición nacional y antiimperialista de la
historia argentina y latinoamericana, pero concibe a la
política como la herramienta imprescindible para despegar
de las trampas representadas por los mitos y las utopías
del pasado y del presente esgrimidos a derecha e izquierda por
las oligarquías, los populistas, los mesiánicos y
los violentos para mantener a las sociedades
como eternos párvulos y así mantener su
hegemonía.

Es autor de De la patria y los actos patrios
escolares.
Gral. Roca, UNComahue, 2006.

La patria. Mistificación y liturgia. Gral.
Roca, UNC, (en prensa).

Las entrevistas de
historia oral. Potencialidad económica. Derechos autorales en
Argentina.
(Inédito).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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