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Utila, Islas de la Bahía




Enviado por ahrbom



Partes: 1, 2, 3, 4

    1. Los Primeros
      Pobladores
    2. La
      Colonización Británica. Devolución de las
      Islas
    3. Reliquias
      Indígenas
    4. Un vistazo a
      Honduras
    5. Puerto Este. Los
      Cayos
    6. Homicidios
    7. Religión.-
      Entusiastas reuniones en Carpas
    8. Presidentes
      visitan la isla
    9. El negocio bananero
      – Una prosperidad para Utila
    10. Navegando en
      Bote
    11. La Epidemia de
      Viruela en la Isla
    12. Generalidades
    13. El Barco H. M. S.
      Psyche en las Islas
    14. Observaciones
      Finales
    15. Apéndice

    Capítulo I

    Introducción

    La pintoresca isla de Utila ocupa la parte suroccidental
    del grupo conocido
    como Islas de

    la Bahía. Estas islas son en numero de seis:
    Roatan, Guanaja, Utila, Helena, Barbareta y Morat, situadas en la
    Bahía de Honduras, en el Mar Caribe. Guanaja la mas
    oriental del del grupo, fue descubierta por Colon durante su
    cuarto viaje, en 1502. En un conjunto conforman florecientes
    departamentos de la Republica de Honduras.

    En 1858 la población de Utila era de 109 almas. Hoy
    alcanza 800 habitantes, y por muchos años pasados ha sido
    teatro de
    acción
    mediante el esfuerzo y energía de sus prósperos
    pobladores, que aspiran a un alto nivel de vida.

    Un importante comercio de
    cocos y plátanos se realiza entre la isla y la cuidad de
    New Orleáns. Barcos de esta cuidad visitan casi
    diariamente la isla para adquirir pilotos e inspectores de fruta.
    El transito entre New Orleáns y la isla se hace en tres
    días y medio, aproximadamente. Es tan importante el
    comercio con los Estados Unidos,
    que el Gobierno de este
    país ha nombrado un Cónsul en Utila.

    El honorable Señor F. E. Frye fue el primer
    Cónsul. Durante los años 70 traslado el Consulado
    de Omoa a Utila. Después lo quitaron trasladándolo
    a Roatan. Pero mas tarde, por alguna razón, se
    advirtió que Utila era el lugar mas adecuado, y se
    volvió a instalar el Consulado en esta pequeña isla
    encantadora.

    En la actualidad ejerce el cargo el Honorable
    Señor J. B. Richarson, quien es muy apreciado por todos.
    Su simpatía ha conquistado la general aceptación.
    Uno gana mucho en experiencias cuando esta en su
    compañía. Es un fervoroso cristiano, y como tal se
    identifico con el pueblo de Dios desde que llego a la
    isla.

    Utila fue visitada por el Dr. William T. Hamilton hace
    pocos años, y el se sintió complacido por lo que
    vio y con la cortesía y bondad de los hospitalarios
    habitantes. Después escribió acerca de su breve
    estadía. Refiriéndose al aspecto del pueblo, dijo:
    "Utila se parece bastante a Scranton o a Biloxi." También
    describió en calurosas expresiones las bienaventuranzas
    del pueblo, y llamo a la isla: "Una pequeña Arcadia
    moderna".

    Sin duda Utila es rica en calificativos
    fantásticos. Alguien, no hace mucho tiempo, lo
    bautizo: "El Paraíso de los Ociosos".

    Parece que para algunas personas, la idea o
    visión del deleite terrenal es morar en un lugar donde uno
    vive en el ensueño e inactividad, solamente fumando su
    pipa y meciéndose en la hamaca, siendo de este modo feliz
    el día entero. Y este estado
    beatifico, piensan los soñadores, solamente puede
    alcanzarse en algún delicioso lugar de lo9s
    trópicos. La naturaleza en
    verdad es muy generosa con estos lugares, y el suelo
    fértil siempre recompensa al sembrador con el
    céntuplo. Sin embargo, aquí como en todas partes,
    alcanza la ley de Dios: "Con
    el sudor de tu frente ganaras el pan".

    Por lo general la gente de Utila es muy alegre. Las
    leyes del
    país son excelentes; los funcionarios, corteses y gentiles: el
    clima
    agradable y la isla sana de enfermedades. Pero cuando
    uno contempla su cómodo puerto, atestado de graciosos
    barcos tipo yate que entran y salen; su atractivo pueblo con
    primorosas y bien construidas casas, en las que se adoptado
    estilos norteamericanos para decorar la sala y la cocina, como
    muy bien lo han logrado nuestras nobles mujeres; y ve a su gente
    ocupada siempre en sus labores diarias, se da cuenta que
    aquí no hay lugar para los perezoso. No es aquí el
    paraíso de los ociosos. Quien viene creyendo tal cosa, ha
    cometido un error.

    Don Simón Martínez, quien fue Gobernador
    de las Islas de la Bahía en los años 80, aplico el
    titulo de "Flor de Honduras" a Utila. Y el apodo aun le sienta
    bien a la isla.

    Ciertamente, la gente esta orgullosa de su
    pequeña isla-hogar. Y entre sus habitantes hay muchos
    extranjeros cuyos corazones palpitan con leal afecto a Utila y
    son aquellos que saben ser leales a sus propios países y a
    su vecindario. Los devotos agradecen a Dios porque "Los apacienta
    en verdes prados".

    Ha sido propuesto abrir un puerto libre en Utila, con el
    apoyo de algunos hombres expertos del país. El Doctor
    Matute recientemente dijo en el Congreso: "El puerto libre de
    Utila tiene dos firmes razones a su favor: la primera, que
    anticipara la prosperidad de las Islas de la Bahía: la
    segunda, que reducirá a una zona de menores limites la
    vigilancia contra el contrabando en
    la Bahía de Honduras". Otro escribió: "Tarde o
    temprano el puerto libre de Utila será una realidad". En
    cuanto esto se realice, se acrecentara la importancia de la isla.
    En muchos aspectos, las perspectivas de Utila nunca fueron tan
    brillantes como ahora.

    Siendo Utila pertenencia de la provincia de Honduras, su
    idioma oficial es el Español;
    pero el ingles es allí de uso corriente, porque la
    mayoría de los habitantes es descendiente de los primeros
    pobladores ingleses o norteamericanos.

    No se jacta Utila de su desarrollo
    artístico. No tiene ferrocarriles, exceptuando las
    bicicletas y las carretas, ni siquiera una simple calesa recorre
    los caminos; no hay puentes en la laguna, ni luz
    eléctrica o de gas para alumbrar
    edificios o carreteras. No hay un reloj público que alegre
    el oído con
    sus campanadas, ni apilamientos de piedra y argamasa que denoten
    la actividad constructiva y la opulencia. Ninguna estatua de
    bronce o mármol había de personajes sobresalientes.
    Estas y muchas cosas mas que adornan o inspiran a las comunidades
    altamente desarrolladas, son muy adorables en esta adorable
    islita.

    Seria deseable un pequeño parque, lo mismo que un
    puente sobre la laguna de abajo. Pero lo que nos falta atractivo
    artístico es a menudo compensado por los dones naturales.
    por ejemplo, tenemos bellísimos atardeceres, el cielo
    adquiere vistosos celajes. La atmósfera se torna
    notablemente transparente, y el sol se pone
    con toda su gloria tropical.

    Uno de estos atardeceres asoma vividamente a mi memoria, y soy
    incapaz de describir su belleza deslumbrante. Me limitare a
    mencionarlo brevemente: fue el atardecer de un domingo, hace
    algunos años. La hora del culto divino se acercaba.
    Paseábamos el Rev. Thomas B. Angold y yo, hablando de
    temas diversos. de pronto el Sr. Angold se detuvo, exclamando:
    "Que lindo atardecer como me gustaría que lo vieran mis
    amigos de Inglaterra". Era
    sin duda un paisaje glorioso.

    Tal como lo recuerdo, la tierra, el
    mar y el cielo, se habían combinado en forma grandiosa
    para producir aquel espectáculo. Ni el menor soplo
    conmovía las hojas de los árboles. La superficie de las aguas estaba
    lisa como un espejo. Las montañas del continente, algunas
    son siete mil pies de elevación, incluyendo el pico
    congrehoy (8,040 pies), cráter de un volcán
    extinto, aparecían en lontananza extraordinariamente
    claros a la vista, tomando parte en el indescriptible panorama.
    Aun el perfil de los árboles que delineaban la
    montaña, se podía distinguir pero lo mas bello de
    todo, y que mas cautivaba nuestra atención, era la escena celeste. Nubes de
    lana se extendían bajo el cielo, de horizonte a horizonte,
    de tal manera que los bellísimos reflejos del sol poniente
    daban un color rosado
    brillante, como en la aurora, que irradiaba a todo el
    firmamento.

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