Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Catolicismo y dogmas (página 6)




Enviado por Ever Barandita



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

 

Condición Social de la Iglesia:

Esta es la fe de la Iglesia:

Mateo 10:34;

No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no
he venido a traer paz, sino espada,

35 porque he venido a poner en enemistad al hombre contra
su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su
suegra.

36 Así que los enemigos del hombre serán
los de su casa.

37 El que ama a padre o madre más que a
mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija
más que a mí, no es digno de mí;

38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí,
no es digno de mí.

39 El que halle su vida, la perderá; y el que
pierda su vida por causa de mí, la
hallará.

Lucas 12:49-53:

Fuego vine a echar en la tierra.
¿Y qué quiero, si ya se ha encendido?

50 De un bautismo tengo que ser bautizado. ¡Y
cómo me angustio hasta que se cumpla!

51 ¿Pensáis que he venido para traer paz a
la tierra? Os digo: no, sino enemistad.

52 De aquí en adelante, cinco en una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra
tres;

53 estará dividido el padre contra el hijo y el
hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la
madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su
suegra.

Lucas 14:26-27

«Si alguno viene a mí y no aborrece a su
padre, madre, mujer, hijos,
hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi
discípulo.

27 El que no lleva su cruz y viene en pos de mí,
no puede ser mi discípulo.

Esas son palabras de la iglesia y de sus mercenarios
colaboradores, porque Jesús nunca lucharía hasta el
exterminio de su propia raza Árabe, Palestina y Musulmana,
mucho menos siendo un profeta enviado de Dios, a traer las buenas
nuevas.

Inquisición, El Santo Oficio, Cruzadas,
Creación de los templarios, Cataros, El Martirio de
Hypatia, La Masacre de los Albigeneses, Cronología del
Nacimiento del Protestantismo, Masacre de San Bartolome y la
Persecucion de los Hugonotes, Stepinac -Santo Patrono del
Genocidio – Soldados de Cristo en el Siglo XX , La Guerra Sucia –
Soldados de Cristo en el Siglo XX, El Genocidio Canadiense –
Adoctrinación, Violación y Muerte en las
Escuelas Residenciales, Ruanda: Genocidio en la Selva, El
Genocidio Mapuche – Traición y Crimen en las Tierras
Australes, Creación y apoyo al movimiento
Nazi.


www.herenciacristiana.com/christianhorror/nazis.html

www.nobeliefs.com/nazis.htm

www.nobeliefs.com/mementoes.htm

www.thirdreichruins.com/

Esta es la Fe de la Iglesia…

No es esto una muestra de
verdadero Cristianismo.

http://www.genocidios.faithweb.com/

Las cruzadas

Las cruzadas sucedieron entre los siglos XI y XIII.
Fueron expediciones -militares organizadas por los cristianos en
contra del Islam. Los
caballeros cruzados eran aquellos hombres que combatieron en
alguna cruzada. El caballero fue un personaje tan importante que
hoy en día sigue presente con su simbolismo.

¿Qué fueron las Cruzadas?

Se designan con este nombre a las expediciones
religioso-militares, organizadas durante los siglos XI al XIII
por los cristianos contra el Islam, con el fin de rescatar el
Santo Sepulcro y defender luego el reino cristiano de
Jerusalén. Fue la guerra a los infieles o herejes, hecha
con aprobación y en defensa de la Iglesia. Aunque durante
la Edad Media las
guerras de
esta naturaleza
fueron frecuentes y numerosas, sólo han conservado la
denominación de cruzada las que se emprendieron desde 1095
a 1270.

Las cruzadas fueron ocho, cuatro a Palestina, dos a
Egipto, una a
Constantinopla y otra a África del Norte. Las causas de
las cruzadas no sólo se basaban en el fervor religioso de
la época, sino también en la oposición
creciente del Islamismo y en el deseo de los pontífices de
extender la supremacía de la Iglesia católica sobre
los dominios del Imperio
Bizantino.

Los papas concedían importantes beneficios
espirituales y temporales a los combatientes cristianos.
Así se despertó un gran fervor por toda Europa, por lo
que tanto grandes señores como siervos acudieron al
llamamiento, en principio, del Papa Urbano II. Los caballeros
aspiraban con combatir para salvar su alma y ganar
algún principado, los menestrales con hacer fortuna en el
Oriente -país de las riquezas- y, por último, los
siervos deseaban adquirir tierras y libertad.

Las cruzadas, aparte de su valor como
exponente de la fe religiosa, tuvieron repercusión en
varios aspectos de la civilización. Las ciudades se
enriquecieron y vieron aumentados sus privilegios a costa de los
príncipes y señores ausentes; los reyes aumentaron
su poder por
igual motivo, lo que inició la decadencia del feudalismo. Se
desarrolló el comercio, se
avivó el espíritu caballeresco, se amplió el
campo de los conocimientos humanos, etc.

Los caballeros cruzados

Fueron así llamados los hombres que combatieron
en alguna cruzada. Y fue en ellas donde nació este
personaje que aún hoy, después de tantos
años, sigue presente con su simbolismo. Es imposible
definir a un caballero sin tener en cuenta el caballo y la
armadura. Durante las batallas en que se disputaron los
territorios ocupados por los bárbaros tras la caída
del Imperio
Romano, el caballo fue fundamental. Su uso se originó
para labores cotidianas, y recién al inicio de estas
confrontaciones entre las aldeas -originadas en la
invasión bárbara-, fue que el caballo se
comenzó a utilizar como un arma.

Entrado el siglo XII, pasaron los guerreros
bárbaros y llegaron los jinetes y los señores
feudales, cuyo código
de lealtad se había ampliado y refinado por la influencia
de la iglesia y de las damas. Así ellos lograron formar
parte de una clase social
orgullosa, con sus características específicas,
manifestadas principalmente en reuniones propias como los
torneos, en donde se distinguían por sus armaduras y sus
armas. La
simbología había conseguido más preferencia,
gracias al intercambio social y cultural entre clases y
costumbres.

Así lo testifica la literatura de la
época con el "Libro de la
orden de Caballería", escrito por Ramón Lull
(nacido en 1235, hijo de uno de los caballeros que ayudó
al rey de Aragón a recuperar Mallorca de manos de los
musulmanes). éste, a través de su narración,
daba lecciones de caballería. En la historia un aprendiz de
caballero se interna en un bosque, en el que encuentra a un
ermitaño, quien le enseña todo lo que un caballero
debe saber.

La Orden del Temple fue una orden medieval de carácter militar cargada de tintes
legendarios, nacida luego de la primera cruzada. Fue fundada en
Jerusalén en 1118 por nueve caballeros franceses, con Hugo
de Payens a la cabeza.

En sus inicios su denominación oficial fue Orden
de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes Conmilitones
Christi); más tarde fueron conocidos comúnmente
como Caballeros templarios o Caballeros del Templo de
Salomón (Milites Templi Salomonis), denominación
surgida tras instalarse en el antiguo templo de Salomón.
La designación de Orden del Temple es la traducción al francés de la
denominación en latín, siendo muy extendida dados
los amplios lazos Templarios con Francia.

A finales del siglo X, controladas las invasiones
musulmanas y vikingas bien por vía militar o mediante
asentamiento, comenzó en Europa occidental una etapa
expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente
relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó
un nuevo renacer, al igual que las ciudades.

La autoridad
Política y
militar de la iglesia con su disfraz de religion, matriz
común en Europa occidental y única visible en los
siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso
mundo medieval ideas como"La paz de Dios" o la "Tregua de Dios"
dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los
débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la
defensa de la Iglesia. "Ya el pontífice Juan VIII, a
finales del siglo IX, había declarado que aquellos que
murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel
verían sus pecados perdonados, es más: se
equipararían a los mártires por la fe"

Existía pues un arraigado y exacerbado
sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a
lugares Santos, habituales en la época. Las tradicionales
peregrinaciones a Roma fueron
sustituidas paulatinamente a principios del
siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos
nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores
de caminos o fuertes tributos de
los señores locales…, pero el sentimiento religioso
unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas
orientales arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a
Europa relataban sus penalidades.

El pontífice Urbano II, considerado un
bárbaro, que no entiende el carácter de guardar los
mandamientos, como otro jerarca de la iglesia que imponen la
política sangrienta Romana contaminando el verdadero
Monoteismo y de tratar de crear una legión de mercenarios
terrorista, que con las excusas de que todo lo hacen por la causa
de Dios, Dios ordena no matar, asi como lo hacen en la actualidad
los Judíos
contra el pueblo Palestino, pero continuemos con este capitulo de
Urbano tras asegurar su posición al frente de la Iglesia,
continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII.
La petición de ayuda realizada por los bizantinos junto
con la caída de Jerusalén en manos turcas
propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de
1095) Urbano II, ante una gran audiencia, expusiera los peligros
que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a
las que se veían sometidos los peregrinos que
acudían a Jerusalén. La expedición militar
predicada por Urbano II pretendía también rescatar
Jerusalén de manos musulmanas.

Las recompensas espirituales prometidas, junto con el
ansia de riquezas, hacen que pronto príncipes y
señores respondan al llamamiento del pontífice. La
Europa cristiana se mueve con un ideario común bajo el
grito de "Dios lo quiere", (Deus o vol).

La primera cruzada culminó con la conquista de
Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la
zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de
Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde
Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el
título de rey.

Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido
Balduino I como su primer Rey, algunos de los caballeros que
participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los
Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos.
Ésta fue, en principio, la misión
confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida
(claro está) a la de la defensa de esos Santos
Lugares.

Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de
Balduino, necesitado como estaba de organizar un reino y que no
podía dedicar muchos esfuerzos en la protección de
los caminos, porque no los tenía. Esto, más el
añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de
Champaña ( y probablemente pariente lejano del mismo
Balduino) llevó al rey a conceder a esos caballeros un
lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles
derechos y
privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio
palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se
encontraba a la sazón incluida en lo que en su día
había sido el recinto del Templo de Salomón. Y
cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños
como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las
instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta
manera adquirieron no sólo su Cuartel General, sino su
nombre.

Además de ello, se ocupó de escribir
cartas a los
Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin
de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que
había sido bien recibida no sólo por el poder
temporal, sino también por el eclesiástico, ya que
fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la
Iglesia que aprobó canónicamente la
Orden.

Con la ayuda del abad San Bernardo de Claraval, –
sobrino de uno de los Caballeros fundadores y a la postre quinto
Gran Maestre de la Orden, André de Montbard- , tras 9
años en "Outremer", una pequeña delegación
de la Orden (recordemos que hasta entonces la misma estaba
formada solo por 9 caballeros), encabezada por su Gran Maestre,
Hugo de Payens, hizo un recorrido por las Cortes de Europa,
recibiendo ayuda y apoyo, a lo que contribuyó
decisivamente Bernardo, persona de
notable influencia en la corte papal, con su escrito De laude
novae militiae. Así fue convocado el Concilio de Troyes
(Francia), durante el cual se redactó la regla de la
Orden, basada en la de San Benito, según la versión
reformada pocos años antes por los cistercienses, de los
que adoptaron el hábito blanco, al que se le
añadió una cruz roja posteriormente; en 1128 la
Orden obtuvo del Papa Honorio II la aprobación
pontificia.

No conocemos el contenido de esa Primera Regla original
que dieron a los Templarios en el Concilio. La primera regla de
la que tenemos constancia es la llamada "Regla Latina", que les
fue dada por Esteban de Chartres, a la sazón Patriarca de
Jerusalén, entre 1128 y 1130.

Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las
bulas Omne Datum Optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia
Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los
Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto
a los Obispos, dejándolos sujetos tan solo a la autoridad
papal; se les excluía de la jurisdicción civil y
eclesiástica; se les permitía tener sus propios
capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les
permitía recaudar bienes y
dinero de
variadas formas ( por ejemplo, tenían derecho de
óbolo – esto es, las limosnas- que se entregaban en todas
las Iglesias, una vez al año). Además, éstas
bulas papales, les daban derechos sobre las conquistas en Tierra
Santa, y les concedían el derecho de construir fortalezas
e iglesias propias, lo que les dio gran independencia
y poder.

Durante su estancia inicial en Jerusalén se
dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que
acudían a los santos lugares, ya que su escaso
número (9) no permitía que realizaran actuaciones
de mayor magnitud. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que
sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres
de la época, no sabemos cuántas personas
componían en verdad la Orden en principio, ya que los
caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o
mayor. Se ha venido en considerar que por cada caballero,
habría que contar tres o cuatro personas, por lo que
estaríamos hablando de unas 30-50 personas, entre
caballeros, peones, escuderos, servidores.

Sin embargo, su número aumentó de manera
significativa al ser aprobada su regla y ése fue el inicio
de la gran expansión de los "pauvres chevaliers du
temple". Hacia 1170, unos 50 años después de su
fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se
extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia,
Alemania, el
Reino Unido, España y
Portugal.

Cincuenta años más tarde, hacia 1220, eran
la
Organización más grande de Occidente, en todos
los sentidos
(desde el militar hasta el económico), con más de
9.000 encomiendas repartidas por todo Europa, unos 30.000
caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos,
artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y
fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una Flota propia
(pues les salía más barato tener sus propios barcos
que alquilarlos), anclada en puertos propios en el
Mediterráneo y en La Rochelle (en la costa
atlántica de Francia) y un Tesoro que les permitía
hacer prestámos fantásticos a los Reyes
europeos.

Sin embargo, las derrotas ante Saladino les hacen
retroceder en Tierra Santa: en 1244 cae Jerusalén y el
reino se desintegra, y los Templarios se ven obligados a mudar
sus cuarteles generales a San Juan de Acre.

En 1248, Luis IX de Francia (después conocido
como San Luis) convoca y dirige la 7ª Cruzada, pero no a
Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y
las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les
llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el
que el propio Luis cayó prisionero. Y fueron los
templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que
negociaron la Paz y los que prestarían a Luis la fabulosa
suma que componía el rescate que debía pagar por su
persona.

Y de ahí, de mal en peor hasta que en 1291 cae
San Juan de Acre, con los útimos templarios luchando junto
a su Maestre, lo que constituyó el fin de la presencia
cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que
mudó su Cuartel general a Chipre tras comprar la
Isla.

Y desde Chipre sería desde donde los templarios
intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva
penetración en Oriente Medio, siendo la única de
las tres grandes ordenes de caballería que lo hizo, pues
tanto el Hospital como los Caballeros Teutónicos
dirigieron sus intereses y sus esfuerzos en otros
sentidos.

Este esfuerzo se revelaría a la postre
inútil, no tanto por la falta de medios o de
voluntad, como por el hecho de que la mentalidad habia cambiado y
a ningún Poder de Europa le interesaba ya la conquista de
los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos.
De hecho, Jacques de Molay parece ser que se encontraba en
Francia cuando lo capturaron con la intención de convencer
al rey francés de emprender una nueva Cruzada.

Aparte del conocido poderío militar, era
importantísimo el poderío económico de los
templarios. Dicho poder económico estaba dirigido a dotar
de fondos a la lucha en Oriente, y se articulaba en torno a dos
instituciones
caracterísiticas: la Encomienda y la Banca.

La encomienda es un bien inmueble, territorial,
localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a
donaciones y compras
posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor.
Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios
compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor,
después adquirían los derechos sobre un pueblo,
etc. etc. y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un
feudo clásico. También podrán formarse
encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias
donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de
encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por
ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en
plena capital
francesa).

En cuanto a la Banca, hay que decir aquí que los
Templarios fueron los fundadores de la Banca moderna. Gracias a
la confianza que inspiraban, muchas personas e instituciones les
confiaban su dinero, desde los comerciantes hasta los propios
reyes (de hecho, el Tesorero del Temple lo era también de
Francia…). Debido a que tenían una extensa red de establecimientos,
pudieron poner en marcha la primera letra de
cambio, dando así a los viajeros la oportunidad de no
viajar con efectivo en unos momentos en que los caminos de Europa
y del Oriente Próximo eran de todo, menos seguros. Este
sistema bancario,
y sus abundantes riquezas convirtieron a la orden en un gran
prestamista, que aportaba los fondos incluso cuando los diversos
reyes europeos necesitaban dinero: hay registrados
préstamos a reyes de Francia y de Inglaterra, entre otros.
Los templarios llegarían a ser una de las instituciones
más ricas de su época, contando con vastas tierras
y señoríos, numerosas ventajas comerciales, grandes
tesoros, flotas comerciales que partían desde
Marsella…

Sin embargo, sus operaciones
económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden
de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un
ejército en píe de guerra constante. Y por ello el
lema de la Orden: "Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo
Da Gloriam" (No para nosotros, Señor, no para nosotros
sino en Tú Nombre dános Gloria).

Los templarios en la Corona de
Aragón:

La orden comienza su implantación en la zona
oriental de la península ibérica en la
década de 1130. En 1131, el conde de Barcelona
Ramón Berenguer III pide su entrada en la orden, y en
1134, el testamento de Alfonso I de Aragón les cede su
reino a los templarios, junto a otras órdenes como los
hospitalarios o la del Santo Sepulcro. Este testamento
sería revocado, y los nobles aragoneses, disconformes,
entregaron la corona a Ramiro II, aunque hicieron numerosas
concesiones, tanto de tierras como de derechos comerciales a las
órdenes para que renunciaran. Este rey, buscaría la
unión con Barcelona de la que nacería la Corona de
Aragón.

Esta corona pronto llegaría a un acuerdo con los
templarios, para que colaboraran en la Reconquista,
favoreciéndoles con nuevas donaciones de tierras,
así como con derechos sobre las conquistas (un quinto de
las tierras conquistadas, el diezmo eclesiástico, parte de
las parias cobradas a los reinos taifas).
También, según estas condiciones, cualquier paz o
tregua tendría que ser consentida por los templarios, y no
sólo por el rey.

Como en toda Europa, numerosas donaciones de padres que
no podían dar un título nobiliario más que
al hijo mayor, y buscaban cargos eclesiásticos, militares,
cortesanos o en órdenes religiosas, enriquecieron a la
orden.

En 1148, por su colaboración en la conquistas del
sur de Cataluña, los templarios recibieron tierras en
Tortosa (de la que tras comprar las partes del rey y los
genoveses quedaron como señores) y de Lérida (donde
se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que
se prolongaría hasta 1153, cayeron las últimas
plazas de la región, recibiendo los templarios Miravet, en
una importante situación en el Ebro.

Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida
del imperio transpirinaico aragonés, los templarios se
convirtieron en custodios del heredero a la corona en el castillo
de Monzón. Este, Jaime I el Conquistador, contaría
con apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde
recibirían un tercio de la ciudad, así como otras
concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un
tercio de la ciudad).

Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro el
Ceremonioso, manteniéndose de su lado durante la
excomunión que sufrió a raíz de su lucha
contra Francia en Italia.

Los templarios en Castilla

Los templarios ayudaron a la repoblación de zonas
conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en los que
edificaban ermitas bajo la advocación de mártires
cristianos, como es el caso de Hervás, población
del Señorío de Béjar.

Ante la invasión almohade, los templarios
lucharon en el ejército cristiano, venciendo junto a los
reinos de Castilla, Navarra y Aragón en la batalla de Las
Navas de Tolosa (1212).

En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se
había levantado en armas, recibiendo en recompensa Jerez
de los Caballeros y el castillo de Murcia.

En Portugal

Los templarios entran en Portugal en tiempos de la
condesa Teresa de León, de la que reciben Fonte Arcada, en
1127. Un año después reciben Castelo de Soure a
cambio de su
colaboración en la Reconquista. En 1145 recibirán
Castelo de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques en la toma
de Santarém.

En 1160 recibirán Tomar, que se
convertiría en su sede regional.

A la bula papal ordenando la disolución, los
reyes portugueses contestaron, simplemente cambiando el nombre de
la orden en Portugal por "Caballeros de Cristo", sin más
merma ni mengua.

http://es.wikipedia.org/wiki/Catarismo

Cataros:

Un movimiento religioso de carácter gnóstico que surgió en Occitania a
mediados del siglo X.

Derivado del maniqueísmo, quizás a
través de las etapas pauliciana y bogomila, el catarismo
criticó las prácticas y la visión de la
jerarquía de la Iglesia Católica, quién en
respuesta lo consideró herético. Tras una tentativa
misionera, y frente a su creciente influencia y extensión,
la Iglesia terminó por invocar al uso de la fuerza, con el
apoyo de la corona, para su erradicación a partir del 1209
mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el
movimiento, reprimido con violencia por
la Inquisición y debilitado, entró en decadencia.
Desde la segunda mitad del siglo XX, el catarismo es objeto de
investigaciones y de un esfuerzo por integrar su
recuerdo a la identidad de
las regiones donde se encontraba su foco central de influencia:
el Languedoc y la Provenza, regiones del "Midi" o tercio sur de
Francia.

El nombre «cátaro» viene
probablemente del griego
καθαρός
(kazarós): ‘puros’. Otro origen sugerido
es el término latino cattus: ‘gato’, asociado
habitualmente a brujas y herejes. Probablemente esta
etimología es un simple mito creado
por algunos católicos. Una de las primeras referencias
existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual
escribió acerca de los herejes de Colonia en 1181:
«Hos nostra Germania cátharos
appéllat».

Los cátaros fueron denominados también
albigenses. Este nombre se origina a finales del siglo XII, y es
usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181. El
nombre se refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua
Álbiga). Esta denominación no parece muy exacta,
puesto que el centro de la herejía estaba en Tolosa
(Toulouse) y en los distritos vecinos. También recibieron
el nombre de «poblicantes», siendo este último
término una degeneración del nombre de los
paulicianos, con quienes se les confundía.

Las doctrinas cátaras llegaron probablemente
desde Europa oriental a través de las rutas comerciales.
Los albigenses también recibieron el nombre de
búlgaros (Bougres) y, al parecer, también
mantuvieron relaciones con los bogomilos de Tracia. Parece ser
que sus doctrinas tuvieron grandes similitudes con las de los
bogominobreslos e incluso más con las de los paulicianos,
con quienes estuvieron conectados. Sin embargo, es difícil
formarse una idea exacta de las doctrinas cátaras, ya que
los datos sobre ellos
provienen fundamentalmente de sus enemigos. Los escasos textos
cátaros que aún existen (Rituel cathare de Lyon y
Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y
prácticas morales. Lo que parece cierto es que formaron
una facción antisacerdotal opuesta a la iglesia
católica, la cual mostró abiertamente su
oposición a la corrupción
de los clérigos.

Los teólogos cátaros, llamados
cáthari (‘puros‘ o ‘perfectos’) y
en Francia, «hombres buenos» o «buenos
creyentes» fueron pocos en número. El grueso de los
creyentes (credentes) no estaban iniciados en la doctrina en
absoluto, simplemente fueron liberados de cualquier
prohibición moral u
obligación religiosa a condición de que
prometieran, mediante una ceremonia llamada convenenza,
convertirse en cátaros mediante la recepción del
consolamentum, el bautismo del Espíritu
Santo, antes de su muerte.

Los historiadores atan el inicio del movimiento
cátaro con la Escítia antigua donde el
apóstol Andrés, según las leyendas rusas
antiguas, portó el misterio del Grial a las tierras
eslavas como "la fe de los puros y perfectos", "la fe de los
hombres buenos". La segunda comunidad del
Grial fundó en la Santa Rusia el
príncipe de Kiev, Ascold al
final del siglo IX. Según las apocrifas eslavas, la Madre
de Dios, acercándose a Ascold, le pide propagar la fe de
Cristo en la Santa Rusia, la fe en el Dios del Amor.
Según alguna interpretación, el Cáliz del Grial
debía hacerse un símbolo común de enlace del
panteón eslavo y cristiano. El catarismo eslavo
ejerció una colosal influencia en la espiritualidad de
Rusia. De los cátaros eslavos vinieron los "viejos
creyentes" ortodoxos, los herederos del Grial del Monte Athos. El
Grial ruso estuvo entre la gran constelación de los sabios
sagrados de Optina Pustyn, y desde la tradición
cátara eslava vino la tradición de Nil de Sora de
los sabios "no-coniciadores" de Transvolga. En el siglo X, Rusia
era "bautizada" con violencia en la fe bizantina ortodoxa, por el
príncipe Vladimir. El catarismo, desalojado por Bizancio,
a través Bulgaria partió a Occidente. Llegados a
Europa occidental, los cátaros difundieron su enseñanza en muchos países. Los
primeros cátaros aparecieron en Lemosín entre 1012
y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad
langüedociana de Tolosa en 1022. La creciente secta fue
condenada en los sínodos de Charroux (Vienne) (1028) y
Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para combatir la propaganda
cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los
cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la
protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y
por una proporción significativa de la nobleza occitana.
El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la
predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de
Lausanne en Perigord.

Los cátaros se caracterizaban por una
teología dual, basada en la creencia de que el universo
estaba compuesto por dos mundos en conflicto, uno
espiritual creado por Dios y el otro material forjado por
Satán.

Según los autores católicos tradicionales,
esta era una característica distintiva del gnosticismo,
cierta corriente residual del neoplatonismo (Plotino fue
antignóstico), principalmente el maniqueísmo y
luego la teología de los bogomilos. Probablemente, esta
idea también había sido influida por otras antiguas
líneas de pensamiento
gnósticas. De acuerdo con los cátaros, el mundo
había sido creado por una deidad diabólica conocida
por los gnósticos como el Demiurgo. Los cátaros
identificaron al Demiurgo con el ser al que los cristianos
denominaban Satán. Sin embargo, los gnósticos del
siglo I no habían hecho esta identificación,
probablemente porque el concepto del
diablo no era popular en aquella época, en tanto que se
fue haciendo más y más popular durante la Edad
Media.

Según la comprensión catara del evangelio,
El Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó Cielos y
almas. El mundo material, el mal, las guerras, las iglesias
mundanas y papas eran obra de la mano de Satanás, ya que
Dios es el amor y
bondad perfectos y no puede hacer ningún mal.

Según los cátaros los hombres son una
realidad transitoria, una "vestidura" de la simiente
angélica. Afirman que el pecado se produjo en el cielo y
que se ha perpetuado en la carne. La doctrina cristiana
tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por
causa de la carne y contagia en el presente al hombre interior,
al espíritu, que estaría en un estado de
caída como consecuencia del pecado original. Para los
católicos la fe en Dios redime, mientras que para los
cátaros exigen un conocimiento
(una gnosis) del estado anterior del espíritu para purgar
su existencia mundana. No existe en ellos una sumisión a
lo dado, a la materia, que
no sería más que un sofisma tenebroso que
obstaculiza la salvación, con lo que se oponen, a su vez,
a la doctrina del arrepentimiento y de las buenas
obras.

En resumen, el cátaro pretende restituir
transitoriamente la vida angélica en el mundo para
hacerse, como individuo
iluminado, merecedor de una existencia superior, renunciando a
redimir la vida terrenal con base en preceptos celestes ocultos a
la mayoría. El catarismo supone un cuestionamiento abierto
de toda la revelación cristiana, así como de sus
ejes filosóficos y políticos centrales.

Los cátaros también creían que las
almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de escapar
del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La
forma de escapar al ciclo de reencarnaciones era vivir una vida
ascética y no ser corrompido por el mundo. Aquellos que
siguiesen estas normas eran
conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos
de los apóstoles, y tenían el poder de borrar los
pecados y conexiones con el mundo material de las personas, de
forma que fuesen al cielo cuando murieran. Los Perfectos
vivían de forma irreprochablemente frugal, en claro
contraste con la vida dentro de la corrupta y opulenta Iglesia de
la época.

Comúnmente, la ceremonia de eliminación de
los pecados, llamada consolamentum, se llevaba a cabo en personas
a punto de morir. Después de recibirlo, el creyente
podría incluso dejar de comer para acelerar la muerte y
evitar la "contaminación" del mundo. El consolamentum
era el único sacramento de la fe cátara.

No tenían ningún rito matrimonial, ya que
la procreación (traer más almas al mundo material)
estaba mal vista. Según las fuentes
inquisitoriales, entre los sectarios estaba permitida la
práctica de la homosexualidad
(que en esa época se denominaba
«sodomía»), ya que las prácticas
sexuales eran permitidas siempre que no produjeran nuevos hijos.
Pero esta opinión se oscurece ante el hecho de que la
posición vital de los cataros era, antes que nada, el voto
de la virginidad incondicional.

Los cataros comprendían la virginidad como la
abstención de todo lo que es capaz de "aterrar" el
compuesto espiritual, como la imagen universal
de la vida, que deja realizar el divino potencial. Por eso, ellos
enseñaban que Dios obsequia los medios necesarios, en
primer lugar el misterio del consolamentum (consuelo) o el
bautismo espiritual – el sacramento de la obtención del
Espíritu Santo – que define y consagra la vida
futura de la persona.

Los cátaros tenían también otras
creencias que eran odiosas para los partidarios de la doctrina
papal. En sus polémicas espirituales, decían
parafraseando que Jesús había sido una
aparición, un fantasma, que mostró el camino a
Dios. Rechazaron creer que el buen Dios se hubiese reencarnado en
forma material, ya que todos los objetos materiales
estaban contaminados por el pecado. Esta creencia
específica se denominaba docetismo. Más aún,
creían que el dios Yahvé del Antiguo Testamento era
en verdad el diablo, ya que había creado el mundo y debido
también a sus cualidades («celoso»,
«vengativo», «de sangre») y
a sus actividades como «Dios de la
Guerra».

El tema de la salvación no era primordial para el
catarismo, primero era el tema del amor. Igualmente
entendían a su modo el arrepentimiento. No era una
penitencia infinita de los mismos pecados, cometidos
repetidamente, era la hermosa aspiración hacía la
perfección. La sed de elevarse al nivel espiritual
más elevado, venciendo la naturaleza caída en
sí mismos.

A los hombres y a las mujeres se los trataba como
iguales sólo cuando alcanzaban el grado de "perfectos",
siendo hasta entonces considerados inferiores, manchados por su
función
biológica reproductora.

Los cátaros profesaban la fe en la
perfección primordial del hombre, explicando, que no solo
era posible sino necesario liberarse del pecado, y no
después del Juício Universal, sino ahora.Y
proponían los métodos
efectivos para tal liberación. La práctica
ascética de los cátaros era orientada, por todos
los medios, al calientamiento del divino amor dentro del
alma.

Una de las ideas que resultaron más
heréticas en la Europa feudal fue la creencia de que los
juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con
el mundo material. Denominar a los juramentos pecado era muy
peligroso en una sociedad en la
que el analfabetismo
era norma común y casi todas las transacciones comerciales
y compromisos de fidelidad se basaban en juramentos.

Al llegar al siglo XIII, la fe cátara ya
entró firmemente en la vida occitana. Los castillos
situados en las lomas de las montañas sobre el mar se
hicieron la expresión física de las alturas
espirituales, en las cuales habitaban los
cátaros.

El gran misterio de los cátaros era el Grial, el
Cáliz de la Sangre de Cristo. El Grial de los
cátaros era la iglesia medieval del amor y al mismo
tiempo su
símbolo. Según las creencias cátaras, la
Sangre que salía del Corazón
del Señor durante Su crucifixión en el
Gólgota de Jerusalén, era recogida hasta la
última gota por José de Arimatea. De igual modo, el
Grial milagrosamente recibe de todas partes de la tierra la
Última Gota de los verdaderos discípulos de Cristo
y la multiplica. Enseñaban que el Salvador cumplió
Su servicio,
derramando la Sangre en el Cáliz del Grial y
dejándola a Sus discípulos. Su prédica de la
"fe viva y el Dios del supremo amor" conquistaba los corazones de
monarcas y campesinos, divulgándose por toda
Europa.

En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a
los distritos afectados para detener el progreso de los
cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo
de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la
misión ni el poder de la secta en la Occitania de la
época. Las misiones del cardenal Pedro (de San
Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique,
cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos
momentáneos. La expedición armada de Enrique de
Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no
extinguió el movimiento.

Las persistentes decisiones de los concilios contra los
cátaros en este periodo en particular, las del Concilio de
Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179) apenas
tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder
en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con
la definición sobre la fe del IV Concilio de
Letrán.

A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez
más real de que Inocencio III decidiese resolver el
problema cátaro mediante una cruzada provocó un
cambio muy importante en la política occitana: la alianza
de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así,
si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón
(1162-1196) habían sido siempre rivales, en el año
1200, se concertó el matrimonio entre
Raimundo VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón,
hermana de Pedro I el Católico quien, en el 1204,
acabaría ampliando los dominios de la Corona de
Aragón con el Languedoc casándose con María,
la única heredera de Guillermo VIII de
Montpellier.

Al principio el papa Inocencio III probó con la
conversión pacífica, enviando unos cuantos legados a las
zonas "¿afectadas?". Los legados tenían plenos
poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso
destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no
tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con
los nobles que los protegían o con el pueblo que los
veneraba, sino también con los obispos de la zona, que
rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había
conferido a los legados. Hasta tal punto que en 1204, Inocencio
III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania.
Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de
haber participado en el coloquio entre sacerdotes
católicos y predicadores cátaros, presidido en
Beziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el
Católico.

El legado papal y monje cisterciense Pedro de Castelnau,
conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que
protegían a los cátaros, llegó a la cima
excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como
cómplice de la herejía. El legado fue asesinado
cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había
reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero
de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba
por orden de su señor, pero este hecho fue aprovechado por
el papa para ordenar a sus legados que predicasen una cruzada
contra los albigenses (de acuerdo con la Enciclopedia
Católica, el asesinato se realizó
«probablemente con la connivencia de Raimundo VI de
Tolosa»).

El Papa convocó al rey Felipe II Augusto de
Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero
esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca
francés, al que le urgía más por el
conflicto con el rey inglés
Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, acabado de
casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le
coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona
de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede,
con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este
gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus
dominios del ataque de una posible cruzada; por su parte, el
Santo Padre, receloso de la actitud del
rey aragonés hacia los príncipes occitanos
sospechosos de tolerar la herejía (o incluso de
practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el
Católico sino, únicamente, asegurarse de que no se
opusiera; seguramente para ganarse el favor papal, el rey
aragones y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas
contra los cataros provenzales.

En el 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba
las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no
sólo al rey de Francia, sino también al duque de
Borgoña y a los condes de Nevers, de Bar y de Dreux, entre
otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia
de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de
Tolosa no había acceptado las condiciones de paz
propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones
occitanos no admitir judíos en la
administración de sus dominios, a devolver los bienes
expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir los herejes. A
raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una
entrevista con
Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa
y conflictiva, de la que no salió ningún
acuerdo.

Así, la cruzada logró la adhesión
de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia,
posiblemente instigada por el decreto papal estableciendo que
toda la tierra poseída por los cátaros podía
ser confiscada a voluntad. Esto constituía una
invitación abierta para el pillaje masivo con las
bendiciones de la Iglesia ya que la zona estaba llena de
simpatizantes reales o aparentes de la causa cátara.
Así, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran
en tropel al sur a luchar por la Iglesia. Inocencio
encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe
II Augusto de Francia, el cual aunque declina participar,
sí que permite a sus vasallos unirse a la
expedición.

La llegada de los cruzados va a producir una
situación de guerra civil en Occitania. Por un lado,
debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger
Trencavel —vizconde de Albí, Beziers y
Carcasona—, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército
cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros
señores occitanos tales como el conde de Valentines, el de
Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas,
Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte
conflicto social entre la «compañía
blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra
los usureros y los herejes, y la «compañía
negra». El obispo consigue la adhesión de los
sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los
cuales eran cátaros.

En un famoso incidente en 1209, la mayor parte de la
población de Beziers fue brutalmente asesinada tras la
caída de la ciudad a manos de las tropas católicas
dirigidas por el legado papal y prior del Císter, Arnaldo
Amalric. Cuando le preguntaron como distinguir a los
cátaros de los católicos, respondió,
según el cronista cisterciense Cessari
d’Heisterbach: «Matadlos a todos, que Dios
reconocerá a los suyos». La Enciclopedia
Católica niega que estas palabras fueran pronunciadas
nunca.

La masacre de Beziers, que, según el cronista de
la época Guillermo de Tudela, obedecía a un
plan
preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de
las bástidas o villas fortificadas que se les resistieran,
indujo al resto de ciudades a rendirse sin combatir, excepto
Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por
falta de agua.
Aquí sin embargo, los cruzados, tal como lo habían
negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico
(señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no
masacraron a la población, sino que simplemente les
obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona, muere Ramón
Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal
al noble francés Simón de Montfort, el cual entre
1210 y 1211, conquista los bastiones cátaros de Bram,
Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la
ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de
Tolosa). A partir de entonces se comienza a actuar contra los
cátaros, condenándoles a morir en la
hoguera.

La Batalla de Muret

La masacre de Besiers y el expolio de los Trencavel por
Simón de Montfort van a crear entre los poderes occitanos
un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209,
poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI
y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a
Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como
consecuencia, el legado pronuncia una nueva sentencia de
excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra
la ciudad de Tolosa.

Para conjurar la amenaza que la cruzada
anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos,
Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros
monarcas cristianos –el emperador del Sacro Imperio
Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el
Católico de Aragón-, intenta obtener de Inocencio
III unas condiciones de reconciliación más
favorables. El papa accede a resolver el problema religioso y
político del catarismo en un concilio occitano. Sin
embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de
1210) y Montpellier (febrero de 1211), el legado Arnaldo Amalric
impide la reconciliación imponiendo al conde de Tolosa
unas condicions muy duras, tales como la expulsión de los
caballeros de la ciudad, y su partida a Tierra Santa.

Después del concilio de Montpellier, y con el
apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes,
señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la
cruzada, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet.
Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio Tolosa,
en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de
la ciudad.

Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto
en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos
necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica
indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la
predicación de una nueva cruzada. Así pues,
Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el
de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el
Católico, vasallo de la Santa Sede tras su
coronación en Roma el 1204 y uno de los artífices
de la victória cristiana contra los musulmanes en las
Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro
el Católico había adoptado medidas contra los
herejes de sus dominios.

En el conflicto político y religioso occitano,
Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los
cátaros, intervino para defender sus vasallos amenazados
por la rapiña de Simón de Montfort. El barón
francés, incluso después de pactar el matrimonio de
su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime
–el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a
los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte,
Pedro el Católico buscaba medidas de
reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo
de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort,
sólo si se demostraba que el conde era hostil a la
Iglesia.

A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja
de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por
impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric,
entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el
Católico e iniciar la pacificación del Languedoc.
Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey
aragonés, Simón de Montfort rechaza la
conciliación y se pronuncia por la deposición del
conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable
a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a
Simón, Pedro el católico se declara protector de
todos los barones occitanos amenazados y del municipio de
Tolosa.

A pesar de todo, viendo que ese era el único
medio seguro de
erradicar la herejía, el papa Inocencio III se pone de
parte de Simón de Montfort, llegándose así a
una situación de confrontación armada, resuelta en
la batalla de Muret, el 12 de septiembre de 1213, en la que el
rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes
occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de
Montfort entra en Tolosa, acompañado del nuevo legado
papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto
de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de
Letrán reconocerá a Simón de Montfort como
conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en
Cataluña después de la batalla de Muret.

El 1216, en la corte de París, Simón de
Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como
duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Besiers y
Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio
efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta
dirigida por Raimundo el Joven —el futuro Raimundo VII de
Tolosa (1222-1249), que culmina en la muerte de
Simón— en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo
VI, padre de Raimundo el Joven.

La guerra terminó definitivamente con el tratado
de París (1229), por el que el rey de Francia
desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus
feudos y a la de Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La
independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin.
Sin embargo, a pesar de las masacres y la represión, el
catarismo no se extinguió.

La Inquisición se estableció en 1229 para
extirpar totalmente la herejía. Operando incesantemente en
el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante
todos el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito
en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243
hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de
Montségur fue asediada por las tropas del senescal de
Carcasona y del arzobispo de Narbona.

El 16 de marzo de 1244, tuvo lugar una enorme y
simbólicamente importante masacre, en donde los
líderes cátaros, así como más de
doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en
el prat des cramats (prado de los quemados) junto al pie del
castillo. Más aún, el «Santo Padre»
(mediante el Concilio de Narbona, en 1235 y la bula Ad
Extirpanda, en 1252) decretó severos castigos contra todos
los laicos sospechosos de simpatía con los
cátaros.

Perseguidos y ajusticiados por la Inquisición y
abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron
más y más escasos, escondiéndose en los
bosques y montañas, y reuniéndose sólo
subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse
del yugo francés y de la Inquisición, estallando en
revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto, la
Inquisición había desarrollado vastas
investigaciones (encuestas),
que habían aterrorizado la zona. La secta estaba exhausta
y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la
Inquisición apenas contienen procedimientos
contra los cátaros. El último Perfecto murió
al inicio del siglo XIV.

Influencias

De acuerdo con algunos, Christian Rosencreuz, el
mítico fundador de los Rosacruces, pudo haber estado
relacionado con algún movimiento clandestino cátaro
que se ocultó para evitar a la Inquisición. Sin
embargo, esto parece improbable, puesto que no hay ninguna
evidencia de que el movimiento cátaro aún existiese
en tiempos de Rosencreuz ni que el mismo Rosencreuz existiera en
absoluto.

Los paulicianos eran una secta semejante; habían
sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en
el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX,
donde se unieron con -o más probablemente- se
transformaron en los bogomilos. Durante la segunda mitad del
siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria,
Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidos como los
albanenses (absolutamente duales) y los garatenses (duales pero
moderados). Estas comunidades «heréticas»
llegaron a Italia durante los siglos XI y XII. Los milaneses
adheridos a este credo recibían el nombre de patarini
(patarinos) (o patarines), por su procedencia de Pataria, una
calle de Milán muy frecuentada por grupos de
menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El
movimiento de los patarines cobró cierta importancia el
siglo XI, como movimiento reformista, enfatizando la acción
de los laicos enfrentados a la corrupción del clero. Según las
nuevas investigaciones de los historiadores de la religión, se han
discubierto muchas influencias de los cátaros con el orden
de los templarios, hospitaleros y algunas ordenes monacales,
particularmente en la época de la persecución de
los cátaros. El santo tradicional católico, San
Francisco de Asís, para los cátaros era un
cátaro verdadero, como también su madre. Su famoso
seguidor y amigo cercano, Bernardo el Dulcísimo
desenmascaraba a los inquisidores, defendiendo la doctrina de los
"buenos cristianos".

En Inglaterra, Escocia e Irlanda

En Inglaterra, país muy unido a Francia, dado que
en la época el Rey inglés era a la sazón
(entre otros) Duque de Normandía, y señor de
numerosos feudos franceses, el Temple estuvo presente muy
rápido.

Si bien su presencia no alcanzó la
extensión que poseía en Francia, no es menos cierto
que fue de vital importancia, no sólo territorialmente,
sino políticamente. De hecho, el conocido Ricardo
Corazón de León (Ricardo I de Inglaterra) fue un
benefactor de la orden y un magnate de ella, tanto que su escolta
personal la
componían templarios y que a su muerte dicen fue vestido
con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran
simpatía por los templarios Guillermo El Mariscal, que fue
considerado en su época el mejor caballero que
había montado caballo.

Tal es así, que los historiadores han llegado a
la conclusión de que cualquier topónimo
inglés, escocés o irlandés que empiece o
acabe en "Temple" es, a la postre, un antigua posesión de
los templarios.

Polonia

Los templarios no estuvieron activos en
Polonia hasta el siglo XIII cuando el príncipe silesio
Henryk Brodaty les cedió propiedades en las
tierras de Oławy (Oleśnica Mała) y Lietzen
(Leśnica). Más tarde Władysław Odoniec les
donaría Myślibórz, Wielką Wieś,
Chwarszczany y Wałcz. El príncipe polaco
Przemysław II les entregaría Czaplinek. La orden
llegaría a tener en Polonia al menos doce
komandorie (comendadores), que según algunos historiadores
pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su lejanía de
Tierra Santa y del Mediterráneo que era el centro de la
orden, llegaría a haber entre 150-200 caballeros en
Polonia, de procedencia mayoritariamente germánica. El
número de caballeros polacos es difícil de estimar.
A la disolución de la Orden , la inmensa mayoría de
ellos se pasaron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios o a
la de los Caballeros Teutónicos.

El final de la Orden

Ilustración de un manuscrito medieval donde se
acusa a los Templarios de sodomíaFelipe IV de Francia, el
Hermoso, ante las deudas que su país había
adquirido con ellos por el préstamo que su abuelo Luis IX
solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la
VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey
concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos,
debía superar el poder de la Iglesia y las diversas
órdenes religiosas como los templarios), convenció
al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su
hechura, de que iniciase un proceso contra
los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz,
herejía, sodomía y adoración a ídolos
paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de
Cristo a través de la práctica de ritos
heréticos, de adorar a una cabeza barbuda de nombre
Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas). Para
ello contó con la inestimable ayuda de Guillermo de
Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber
sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra
Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII y el Papa
había muerto de humillación al cabo de un mes; del
Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más
conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de
Marigny, quien al final se apoderará del tesoro del Temple
y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea
transferido a la Orden de los Hospitalarios.

Nogaret, que no tenía más voluntad que la
del Rey, se sirvió de las acusaciones de un tal Esquieu de
Floyran, espía a las órdenes de tanto de la Corona
de Francia como de la Corona de Aragón.

Parece ser que este Esquieu le fue a Jaime II de
Aragón con la especie de que un prisionero templario le
había confesado los pecados de la orden; Jaime no le
creyó y lo echó "con cajas
destempladas"…así que Esquieu se fue a Francia a
contarle el cuento a
Guillermo de Nogaret, que, creyera o no creyera en el mismo, no
perdió la oportunidad de usarlo como pié para
montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la
disolución de la Orden. Lo que Esquieu vende a Felipe y
los suyos no es más que lo que ya está en boca de
todos, pero lo que era un rumor ahora se ha convertido en una
declaración sumarial.

El Viernes 13 de octubre del año 1307, Jacques de
Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios
fueron encarcelados en una operación conjunta
simultánea en toda Francia y fueron sometidos a torturas,
por las cuales la mayoría de los acusados se
declaró culpable de estos crímenes secretos.
Algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la
tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza
había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran
maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber
mentido para salvar la vida.

Llevada a cabo sin la autorización del Papa,
quien tenía a las órdenes militares bajo su
jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en
cuanto a su finalidad y a sus procedimientos. No sólo
introdujo Clemente V una enérgica protesta, sino que
anuló el juicio íntegramente y suspendió los
poderes de los obispos y sus inquisidores.

No obstante, la ofensa había sido admitida y
permanecía como la base irrevocable de todos los procesos
subsiguientes. Felipe el Hermoso sacó ventaja del
descubrimiento, al hacerse otorgar por la Universidad de
París el título de «campeón y defensor
de la fe», así como alzando a la opinión
pública en contra de los horrendos crímenes de
los templarios en los Estados Generales de Tours. Más
aún, logró que se confirmaran delante del Papa las
confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados,
quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de
antemano. En vista de esta investigación realizada en
Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces
había permanecido escéptico, finalmente se
mostró interesado y abrió una nueva
comisión, cuyo proceso él mismo dirigió.
Reservó la causa de la orden a la comisión papal,
dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones
diocesanas, a las que devolvió sus poderes.

La comisión papal asignada al examen de la causa
de la orden había asumido sus deberes y reunió la
documentación que habría de ser
sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir
sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad
de las personas aisladas, que se evaluaba según lo
establecido, no entrañaba la culpabilidad de la
orden.

Aunque la defensa de la orden fue efectuada
deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo,
profesara doctrina herética alguna o que una regla
secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En
consecuencia, en el Concilio General de Viena, en
Dauphiné, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue
favorable al mantenimiento
de la orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de
Francia principalmente, adoptó una solución
salomónica: decretó la disolución, no la
condenación de la orden, y no por sentencia penal sino por
un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo
de 1312).

El Papa reservó para su propio arbitrio la causa
del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos
habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba
reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su
arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle
más publicidad a esta
solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue
erigida una plataforma para la lectura de
la sentencia, pero en el momento supremo, el Gran Maestre
recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los
templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En
reparación por este deplorable instante de debilidad, se
declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado
inmediatamente como herético reincidente junto a otro
dignatario que eligió compartir su destino y por orden de
Felipe fue quemado junto a Geoffroy de Charnay en la estaca
frente a las puertas del palacio de Versalles el día de la
Candelaria (18 de marzo) de 1314.

Quema de templarios en Francia.En los otros
países europeos las acusaciones no fueron tan severas, y
sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la
disolución de la orden, los templarios fueron dispersados.
Sus bienes fueron repartidos entre los diversos estados y la
Orden de los Hospitalarios: en la península ibérica
pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de
Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la
Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino
como en otro surgieron diversas órdenes militares que nos
recuerdan a la disuelta, como la Orden de los Frates de
Cáceres o de Santiago, Montesa (en Aragón),
Calatrava o Álcantara, a las que se concedió la
custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio
les restituye en 1317 como "Militia Christi" o Caballeros de
Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo el
Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia
los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de
los Templarios.

Después de que el Papa dio la orden por disuelta,
en Portugal los templarios cambiaron su nombre a Caballeros de
Cristo y algunos sobrevivientes de Francia escaparon a los alpes
en Suiza, y otros escaparon en barco a Escocia

Actualmente se encuentra en los archivos secretos
vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la
absolución del papa Clemente V a los Templarios
[1].

Especulaciones y misterios

El rápido ascenso de la orden, su trágico
final y las numerosas reclamaciones de relación con ella
por parte de grupos masones o logias, han hecho de los templarios
una fuente para teorías, especulaciones, hipótesis así como obras de
ficción relacionadas con ellos y demás
fantasías. Entre los temas que se han tratado se
encuentran el Santo Grial, un trozo de la cruz en la cual
murió Jesús, posible descendencia del
mismo.

Pura especulación es, sin duda, el que la leyenda
de día aciago asociada al Viernes 13 provenga de la
detención de los templarios, puesto que ese día
sólo lo fue en Francia…

También se ha dicho que habían descubierto
América
antes que Colón, basándose en la importancia del
puerto atlántico de La Rochelle y en la leyenda de la
vuelta de Quetzalcoatl.

Otra especie muy difundida es la de la presunta
relación entre los Cátaros y la Orden. Es factible,
y de hecho está comprobado: varios cátaros
ingresaron en la orden, existiendo registros en la encomienda de
Másdeu, por ejemplo. Probablemente podría acudirse
a un mútuo sentimiento de simpatía en ciertas
regiones muy determinadas de Francia o de la Corona de
Aragón, pero, desde luego, puede afirmarse con rotundidad
que la generalidad de los templarios no fueron adeptos al
catarismo.

El tesoro de los Templarios, sea cuál fuere la
naturaleza de éste, también es otro tema muy dado a
la fantasía. Cierto parece ser que cuándo Felipe de
Francia tomó posesión de los edificios del Temple
en París, no pudo posar sus ávidas manos sobre el
tesoro que buscaba, porque no se encontró…de haberse
encontrado, con seguridad se
hubiera conservado el hecho en las crónicas, si bien es
cierto que hubo un reflote de la moneda de plata francesa tras la
disolución de la orden, pero este hecho podría
deberse a la ingente cantidad de bienes muebles e inmuebles que
Felipe se apropió.

¿Dónde está, pues, ese tesoro, si
es que no se encontró? Hay varias opciones: la primera, en
el castillo de Arginy, en la región francesa de
Beaujolais, dónde la tradición dice que el
templario Francisco de Beaujeu escondió el tesoro del
"Vieux Temple", y dónde los Rosemont, propietarios del
castillo desde 1883, hicieron numerosas excavaciones que
abandonaron por "miedo", y dónde se han hecho numerosas
investigaciones y reuniones de sociedades
secretas, pero donde nunca se ha logrado encontrar
nada…

La segunda, en el castillo de Gisors, cerca de
París. Allí, en 1944, Roger Lhomoy (jardinero),
excavó un túnel debajo del castillo, tras el que
dice que encontró una capilla románica, con 19
sarcófagos y treinta armarios de metal noble.
Comunicó su hallazgo a las autoridades pero nadie le hizo
caso…incluso después, ciertas autoridades
arqueológicas le tildaron de enfermo mental. Pero, tesoro
o no tesoro, lo cierto y real es que 1964, la zona fue
militarizada, controlada por el ejército y fuertemente
vigilada…

La flota templaria anclada en La Rochelle, es otro
misterio, pues se desvaneció como si nunca hubiera
existido…tenemos constancia histórica de la existencia
de ésa flota, pero lo cierto es que Felipe nunca pudo
echar mano de ella. Estamos seguros de ello, pues quizá
los escribas del rey hubieran dejado de relacionar un barco ( lo
que es dudoso), pero dejar de relacionar una flota…

Y si no estaban en La Rochelle, ¿dónde
fueron? ¿qué llevaban?…las teorías son
muchas, algunas insertas en el terreno de la más pura
ficción, entre ellas la de que asegura que se fueron a
América (¿a dónde, exactamente de
América? ¿sin dejar rastro alguno?).

Hay una teoría,
más factible, que asegura que la flota se dirigió
costeando Inglaterra e Irlanda hasta Escocia, donde a la
sazón reinaba Robert Bruce, que estaba excomulgado por el
Papa Clemente y sus territorios colocados en interdicto. Reino en
el que, evidentemente, el rey no tendría muchos reparos en
no cumplir las bulas papales…y que, por cierto, se hallaba
inmerso en una lucha a vida o muerte con Inglaterra, razón
por la cuál Roberto Bruce debió de acoger con los
brazos abiertos a los caballeros templarios, expertos guerreros.
Se llega a decir que la victoria decisiva de Escocia sobre
Inglaterra en la Batalla de Blanockburn fue debida a una carga de
caballeros templarios…

La famosa Capilla Rosslyn sería construida
precisamente por los templarios, escondiendo en su
ornamentación las claves de su saber hermético y
del lugar de su tesoro, y fundando con ello la sociedad
masónica…

Por último, y desde un punto de vista tan
esotérico como romántico, cuenta la Leyenda que en
París, en la zona del Vieux Temple, cuándo las
noches son oscuras y cerradas, aún se puede escuchar una
voz que grita "¡¿Quién defiende al
Temple?!".

Templarios del Siglo XXI

Debido al "misterio" con que se ha adornado siempre la
historia de la Orden del Temple, después de su
disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores
de la misma.

En 1981 la Santa Sede se tomó el trabajo de
confeccionar una lista de organizaciones
que se declaraban sucesoras de los templarios…y encontró
más de cuatrocientas.

Cierto que la inmensa mayoría de ellas no son
sinó grupos pantalla para cubrir otros fines, con
prácticas que bordean el límite con lo
ilícito, y, algunas otras, con un claro comportamiento
sectario (recordemos la tristemente famosa Orden del Templo
Solar).

Algunas asociaciones de esta lista, sin embargo, dedican
su trabajo a
fines altruistas (los Caballeros de la Alianza Templaria, contra
la droga, por
ejemplo) o a fines menos prácticos pero inócuos (La
Orden de los Caballeros del Temple y de la Virgen
María y su dedicación a la
alquimia)…

Inquisición:

Inquisición, institución judicial creada
por el pontificado en la edad media, con la misión de
localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de
herejía. En la Iglesia primitiva la pena habitual por
herejía era la excomunión. Con el reconocimiento
del cristianismo como religión estatal en el siglo IV por
los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser considerados
enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado
violencia y alteraciones del orden público. San
Agustín aprobó con reservas la acción
del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general
desaprobó la coacción y los castigos
físicos.

En el siglo XII, en respuesta al resurgimiento de la
herejía de forma organizada, se produjo en el sur de
Francia un cambio de opinión dirigida de forma destacada
contra la doctrina albigense. La doctrina y práctica
albigense parecían nocivas respecto al matrimonio y otras
instituciones de la sociedad y, tras los más
débiles esfuerzos de sus predecesores, el papa Inocencio
III organizó una cruzada contra esta comunidad.
Promulgó una legislación punitiva contra sus
componentes y envió predicadores a la zona. Sin embargo,
los diversos intentos destinados a someter la herejía no
estuvieron bien coordinados y fueron relativamente
ineficaces.

La Inquisición en sí no se
constituyó hasta 1231, con los estatutos Excommunicamus
del papa Gregorio IX. Con ellos el papa redujo la responsabilidad de los obispos en materia de
ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la
jurisdicción del pontificado, y estableció severos
castigos. El cargo de inquisidor fue confiado casi en exclusiva a
los franciscanos y a los dominicos, a causa de su mejor
preparación teológica y su supuesto rechazo de las
ambiciones mundanas. Al poner bajo dirección pontificia la
persecución de los herejes, Gregorio IX actuaba en parte
movido por el miedo a que Federico II, emperador del Sacro
Imperio Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con objetivos
políticos. Restringida en principio a Alemania y
Aragón, la nueva institución entró enseguida
en vigor en el conjunto de la Iglesia, aunque no funcionara por
entero o lo hiciera de forma muy limitada en muchas regiones de
Europa.

Dos inquisidores con la misma autoridad –nombrados
directamente por el Papa– eran los responsables de cada
tribunal, con la ayuda de asistentes, notarios, policía y
asesores. Los inquisidores fueron figuras que disponían de
imponentes potestades, porque podían excomulgar incluso a
príncipes. En estas circunstancias sorprende que los
inquisidores tuvieran fama de justos y misericordiosos entre sus
contemporáneos. Sin embargo, algunos de ellos fueron
acusados de crueldad y de otros abusos.

Los inquisidores se establecían por un periodo
definido de semanas o meses en alguna plaza central, desde donde
promulgaban órdenes solicitando que todo culpable de
herejía se presentara por propia iniciativa. Los
inquisidores podían entablar pleito contra cualquier
persona sospechosa. A quienes se presentaban por propia voluntad
y confesaban su herejía, se les imponía penas
menores que a los que había que juzgar y condenar. Se
concedía un periodo de gracia de un mes más o menos
para realizar esta confesión espontánea; el
verdadero proceso comenzaba después.

Si los inquisidores decidían procesar a una
persona sospechosa de herejía, el prelado del sospechoso
publicaba el requerimiento judicial. La policía
inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los
requerimientos, y no se les concedía derecho de asilo. Los
acusados recibían una declaración de cargos contra
ellos. Durante algunos años se ocultó el nombre de
los acusadores, pero el papa Bonifacio VIII abrogó esta
práctica. Los acusados estaban obligados bajo juramento a
responder de todos los cargos que existían contra ellos,
convirtiéndose así en sus propios acusadores. El
testimonio de dos testigos se consideraba por lo general prueba
de culpabilidad.

Los inquisidores contaban con una especie de consejo,
formado por clérigos y laicos, para que les ayudaran a
dictar un veredicto. Les estaba permitido encarcelar testigos
sobre los que recayera la sospecha de que estaban mintiendo. En
1252 el papa Inocencio IV, bajo la influencia del renacimiento del
Derecho
romano, autorizó la práctica de la tortura para
extraer la verdad de los sospechosos. Hasta entonces este
procedimiento
había sido ajeno a la tradición
canónica.

Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran
declarados culpables se pronunciaban al mismo tiempo en una
ceremonia pública al final de todo el proceso. Era el
sermo generalis o auto de fe. Los castigos podían
consistir en una peregrinación, un suplicio
público, una multa o cargar con una cruz. Las dos
lengüetas de tela roja cosidas en el exterior de la ropa
señalaban a los que habían hecho falsas
acusaciones. En los casos más graves las penas eran la
confiscación de propiedades o el encarcelamiento. La pena
más severa que los inquisidores podían imponer era
la de prisión perpetua. De esta forma la entrega por los
inquisidores de un reo a las autoridades civiles,
equivalía a solicitar la ejecución de esa
persona.

Aunque en sus comienzos la Inquisición
dedicó más atención a los albigenses y en menor grado
a los valdenses, sus actividades se ampliaron a otros grupos
heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a los llamados
brujas y adivinos. Una vez que los albigenses estuvieron bajo
control, la
actividad de la Inquisición disminuyó, y a finales
del siglo XIV y durante el siglo XV se supo poco de ella. Sin
embargo, a finales de la edad media los príncipes
seculares utilizaron modelos
represivos que respondían a los de la
Inquisición.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter