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Derechos humanos y laicismo



Partes: 1, 2

    1. El génesis: los Derechos
      naturales
    2. La libertad de los antiguos y la
      libertad de los modernos
    3. Los
      Derechos Humanos: entre la alianza y el
      contrato
    4. Laicismo y
      derechos humanos en un planeta
      intercultural

    Don Quijote y Sancho Panza se toparon con una docena de
    hombres ensartados en una cadena de hierro y luego
    de indagar el manchego las causas de tanta desdicha, les dijo a
    las guardas:

    "… y el voto que en ella hice (la orden de
    caballería) de favorecer a los menesterosos y opresos de
    los mayores (…) porque me parece duro caso hacer esclavos a
    los que Dios y Naturaleza
    hizo libres".

    Luego de esto emprendió con furia contra el
    comisario y las guardas. Los presos aprovechando el barullo
    lograron liberarse de las cadenas con el apoyo de "el de la
    triste figura". Así Don Quijote
    pidió a los galeotes que agradezcan el beneficio recibido
    con una visita a Dulcinea del Toboso, su amada. Los recién
    liberados entraron en cólera
    y una lluvia de piedras y golpes de palos recibieron Sancho
    Panza, el hidalgo, Rocinante y el jumento.

    El
    génesis: los derechos
    naturales

    ¡Un texto sobre
    laicismo que se inicia con el relato bíblico del
    génesis! Se presta para más de una paradoja. Pero,
    sí, los mitos
    fundacionales de casi toda ética o de
    una visión acerca de lo justo o de lo injusto se
    encuentran en las religiones. Y es que la
    religiosidad está íntimamente ligada con la
    historia del
    pensamiento:

    "Dijo Dios: Hagamos al hombre a
    nuestra imagen y
    semejanza (…) Y creó Dios al hombre a su imagen. A
    imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los
    creó".

    Si el ser humano fue creado a imagen y semejanza de
    Dios, entonces debe tener algo de sagrado. Y esa sustancia
    sagrada es lo que nos hace personas, esto es, seres humanos
    dignos, pues por el mero hecho de existir poseemos en forma
    inalienable un conjunto de derechos naturales.

    En efecto, los derechos humanos
    antes fueron conocidos como derechos naturales. Los derechos que
    posee todo ser humano justamente por su condición de
    humanidad. El Quijote, el héroe de las causas perdidas,
    sublima la idea de humanidad en la utopía y en la locura.
    Las de la libertad, la
    justicia y la
    igualdad, son
    ideas todas reivindicadas desde el amor, el
    amor a
    Dulcinea, por la cual El Quijote preferiría morir, como lo
    demuestra en su duelo con el caballero de la Blanca
    Luna:

    "Dulcinea del Toboso es la más hermosa
    mujer del
    mundo, y yo el más desdichado caballero de la Tierra, y
    no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta,
    caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has
    quitado la honra".

    Una vida sin honra, no es digna. Preferible la muerte, a
    una vida sin dignidad.

    ¿Pero esta visión acerca de lo humano es
    universal? ¿Pertenece a la humanidad como un todo, o,
    acaso, forma parte de una matriz
    cultural determinada? ¿Es la libertad del ser humano un
    derecho
    natural para todas las civilizaciones y para todas las
    teorías
    comprehensivas acerca de la filosofía política?

    Como veremos estas preguntas son fundamentales a la hora
    de entender el laicismo y los derechos humanos en la era
    contemporánea.

    La
    libertad de los antiguos y la libertad de los
    modernos

    Con estas palabras Benjamín Constant, en 1819,
    establecería una clásica caracterización del
    concepto de
    libertad, referida a las libertades civiles y políticas,
    entendiéndolas como la capacidad de actuar sin
    coacción en una comunidad
    política.

    Para los antiguos, con más precisión para
    la tradición griega, la libertad consistía en la
    obligación ciudadana de participar en los asuntos
    públicos. El hombre
    libre era aquel que estaba legitimado para actuar en la polis. De
    hecho, ciudadano, viene de la palabra ciudad y la ciudad es
    entendida como una comunidad política.

    "Así pues, es evidente que la ciudad es por
    naturaleza y es anterior al individuo;
    porque si cada uno por separado no se basta a sí mismo,
    se encontrará de manera semejante a las demás
    partes en relación con el todo. Y el que no puede vivir
    en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no
    es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios (…)
    En todos existe por naturaleza la tendencia hacia tal comunidad
    (…) pues así como el hombre perfecto es el mejor
    de los animales,
    así también, apartado de la ley y de la
    justicia, es el peor de todos".

    Ya lo señaló Savater en Política
    para Amador: "idiota" para los griegos era el que no se
    preocupaba de los asuntos de la ciudad. Platón
    y Aristóteles coinciden en colocar siempre al
    todo antes que a las partes, a la sociedad
    política antes que al individuo. De donde se deduce que el
    ciudadano para ser tal debe ocuparse de la política, debe
    participar con responsabilidad y conciencia
    moral. Esta
    visión está en la base del republicanismo
    clásico y tiene también un parentesco cercano con
    las ideas platónicas del bien y de la virtud. El hombre
    virtuoso persigue el bien, el bien para todos en la comunidad
    política.

    Pero la Edad Moderna
    (con aportes fundamentales de la Edad Media al poner en diálogo
    las escrituras con los filósofos griegos), no tendrá
    exactamente el mismo concepto de libertad. En la modernidad se
    afianzará la noción de que el ser humano, con
    anterioridad a la comunidad política, tiene un conjunto de
    derechos naturales, que le corresponde como persona, y que
    más bien la sociedad política y el estado
    deben respetar.

    En la base de esta reivindicación están
    las luchas contra los absolutismos políticos y religiosos.
    Se ha dicho que la modernidad es la era del individuo y, en
    efecto, en múltiples aspectos se coloca al individuo como
    el elemento anterior y fundacional de la sociedad. Todo liberalismo,
    incluso el republicanismo liberal, parte de un concepto de
    individuo en tanto átomo
    social que posee un conjunto de atributos y derechos permanentes,
    naturales e inalienables. Así, desde el punto de vista del
    derecho positivo,
    la sociedad es un conjunto de individuos iguales,
    autónomos, libres y racionales. Surge así con mayor
    fuerza el
    relato de la justicia, frente al primado greco-romano de la
    búsqueda del bien y de la virtud.

    Uno de los filósofos que fundamentará el
    derecho natural en el individuo fue Kant:

    "En el reino de los fines todo tiene un precio o una
    dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por
    algo equivalente; en cambio, lo
    que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite
    nada equivalente, eso tiene una dignidad. Lo que se refiere a
    las inclinaciones y necesidades del hombre tiene un precio
    comercial; lo que, sin suponer una necesidad, se conforma a
    cierto gusto, es decir, a una satisfacción producida por
    el simple juego, sin
    fin alguno de nuestras facultades, tiene un precio de afecto;
    pero aquello que constituye la condición para que algo
    sea fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor
    relativo o precio, sino un valor interno, esto es, dignidad. La
    moralidad es
    la condición bajo la cual un ser racional puede ser fin
    en sí mismo, porque sólo por ella es posible ser
    miembro legislador en el reino de los fines. Así, pues,
    la moralidad y la humanidad, en cuanto que ésta es capaz
    de moralidad, es lo único que posee
    dignidad".

    En otras palabras, solo la persona, el ser humano, es un
    fin en sí mismo y nadie tiene derecho a convertirle en
    medio de algo, ni siquiera la comunidad como un todo. Por esta
    radicalidad del concepto de dignidad moderna, J. S. Mill
    afirma:

    "Si toda la humanidad, menos una persona, fuera de
    una misma opinión y esta persona fuera de opinión
    contraria, la humanidad sería tan injusta impidiendo que
    hablase, como ella misma lo sería si, teniendo poder
    bastante, impidiera que hablara la humanidad".

    La libertad de los modernos está asociada
    íntimamente con el laicismo, pues es esta libertad la que
    establece las "libertades" básicas de la persona, esto es,
    las libertades civiles y políticas del individuo: el
    derecho a expresar la propia opinión, la libertad de
    culto, la libertad de asociación, el derecho a elegir y
    ser elegido, el derecho a disfrutar de un conjunto de libertades
    y autonomías en la vida privada.

    La libertad de los modernos protege al individuo de la
    dominación externa, especialmente del estado. Se
    trata de un principio de independencia
    y de autonomía. Un estado laico, por tanto, debe proteger
    con neutralidad y pluralismo, estas libertades del
    individuo.

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