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La estrella resplandeciente. Fábula – Siglo XXI



Partes: 1, 2

    (1)

    Había una vez un corazón
    llamado Lacór que vivía en una bonita ciudad
    llamada Acáscar la cual en otros tiempos era conocida como
    la ciudad de los techos rojos.

    En Acáscar vivían millones de corazones
    afanados la gran mayoría en su lucha por la supervivencia
    ya que cada día era más difícil conseguir lo
    necesario para sobrevivir.

    Lacór sabía para sus adentros que para
    pensar era necesario cierto bienestar y que a los
    múltiples corazones, condicionados por las necesidades
    vitales, se les hacía muy difícil llegar a su
    verdadero yo a fin de encontrar la verdad y la libertad
    interior.

    Los corazones de Acáscar eran el prototipo de la
    mayoría de los múltiples corazones del planeta
    Arerít.

    (2)

    Lacór meditaba en todo esto sintiéndose
    impotente para encontrar una luz.

    En sus paseos al monte Lavia daba continuamente rienda
    suelta a sus fantasías imaginando algún milagro que
    pudiera ayudar a los múltiples corazones de Arerít
    que luchaban a diario para poder
    sobrevivir.

    Y en uno de estos paseos Lacór se encontró
    con la lámpara más bonita que había visto en
    toda su vida, de un color dorado
    brillante, como si tuviera luz propia. Era pequeña, como
    la palma de una mano, y al recogerla Lacór entre sus manos
    sintió que su interior comenzaba a latir fuertemente y
    así, lleno de emoción y disparatadas
    fantasías, se dirigió corriendo a la casa donde
    vivía.

    (3)

    Al llegar a la casa, se encerró en el cuarto y
    colocó la lámpara muy suavemente encima de la
    mesa.

    Lacór, a sabiendas que lo podía estar
    engañando su imaginación, percibía que de la
    lámpara emanaba como una luz, muy sutil, pero que a
    Lacór en su fantasía, le parecía potente
    como el
    sol.

    Lacór se fue dominando y tranquilizando y
    tomó asiento frente a la lámpara.

    Y poco a poco su mente fue llenándose de
    recuerdos relativos a los tantos cuentos e
    historietas que había conocido cuando pequeño y su
    emoción se llenó de alegría y esperanza
    cuando recordó el cuento de "La
    lámpara de Aladino" de la cual, al frotarla, salía
    un genio que cumplía los tres deseos de su
    dueño.

    (4)

    Sin embargo Lacór reaccionó y
    volvió a la realidad. Vivía en un mundo
    completamente racional donde la imaginación y la
    fantasía estaban prohibidas a menos que fueran
    útiles y prácticas.

    Las fantasías son fantasías y los
    corazones hoy día no son lo suficientemente humildes para
    creer que los buenos deseos puedan volverse realidad.

    Así pensaba Lacór, pero a su pensamiento
    poco a poco lo fue dominando el gran secreto de su vida: sus
    sueños, y para Lacór la vida había sido
    siempre un soñar contínuo pero que, a través
    de una gran confianza latente en su interior, había hecho
    siempre realidad todos esos sueños.

    Y entonces, siguió soñando Lacór,
    si he confiado, ¿Por qué no confiar en el Poder
    Amoroso que da vida a todo el
    Universo?

    (5)

    Seguidamente Lacór, confiado como un niño,
    frotó la lámpara deseando que saliera de ella el
    genio, a fin de pedirle incontables deseos para el bienestar de
    los múltiples corazones.

    Sin embargo en la fracción de segundo que
    precedió el frotar de la lámpara, un pensamiento
    brotó de la mente de Lacór: ¿Es
    válido soñar para el bienestar de los corazones,
    tan válido como el soñar para sí mismo lo
    cual Lacór lo había hecho realidad?

    Sí es válido, se contestó
    Lacór, ya que los sueños para el bienestar de los
    corazones pueden llegar a los poderes terrenos los cuales tienen
    en sus manos todas las posibilidades para convertir los
    sueños de Lacór en realidad.

    Y, una vez tranquilo con su conciencia,
    esperó.

    (6)

    Y tanta era la confianza de Lacór que se
    quedó quieto y atento mientras del extremo de la
    lámpara iba saliendo un hilo de luz que al llegar a la
    altura de su vista se convirtió en una estrella
    resplandeciente cuya luz lo envolvió en un sentimiento de
    máximo amor.

    Lacór miró serenamente a la estrella y en
    este encuentro entendió que desde siempre habían
    sido íntimos amigos.

    Mientras la estrella resplandecía de luz y de
    amor frente a sus ojos, Lacór, aunque intuía la
    respuesta le preguntó: ¿Quién
    eres?

    Y de la luz de la estrella brotaron las siguientes
    palabras: Yo soy la Luz de Arerít y he venido nuevamente a
    Arerít para que tengan vida y la tengan en
    abundancia.

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