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Franceses en la Argentina (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

"De ahí había nacido el eclecticismo
ilustrado por Cousin, sistema cuya vaguedad misma, cuya falta de
doctrina fundamental, respondía maravillosamente a las
vacilaciones intelectuales de la época. Jouffroy
había abierto un surco profundo con sus estudios sobre el
destino humano, algunas de cuyas páginas están
impregnadas de un sentimiento de desesperanza, de una
desolación más profunda, alta y sincera que las
paradojas de Schopenhauer o
los sistemas fríamente construidos de Hartmann. Maine de
Biran dejaba aquellas observaciones sobre nuestra naturaleza
moral, que
admirarán siempre como los grandes caracteres de Shakespeare.
Villemain hacía cuadros inimitables de estilo y
erudición; Guizot enseñaba la historia que Thiers
escribía; la pléyade hacia versos, dramas y
novelas;
Delacroix, Scheffer y Gérome, pintura;
Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine, Berryer,
Thiers, etcétera, discursos; Rossini, Méyerbeer,
Halévy, música, y Arago, Ampere, Gay-Lussac, C.
Bernard, Chevreuil, daban, a la ciencia
vida, movimiento y
alas. Amédée Jacques habíá crecido
bajo esa atmósfera
intelectual, y la curiosidad de su espíritu le llevaba al
enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de
filosofía en la Escuela Normal y había escrito,
bajo el molde ecléctico, la psicología más
admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro,
vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno,
Ia lógica
inflexible y el método
perfecto. Hay en ese manual, que corre
en todas las manos de los estudiantes, páginas de una
belleza literaria de primer orden, y aún hoy, quince
años después de haberlo leído, recuerdo con
emoción los capítulos sobre el método y la
asociación de ideas".

"Al mismo tiempo, el joven profesor se ocupaba en las
ediciones de las obras filosóficas de Fenelón,
Clarke, etcétera, únicas que hoy tienen curso en el
mundo científico".

"Pero Jacques no era uno de esos espíritus frios,
estériles para la acción,
que viven metidos en la especulación pura, sin prestar
oído a los
ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento del problema, como
Kant, en su cueva de Koenigsberg, levantando un momento la cabeza
para ver la caída de la Bastilla, y volviéndola a
hundir en la profundidad de sus meditacioncs, como el fakir
hindú que, perdido en la contemplación de Brahma y
susurrando su eterno e inefable monosílabo, ignora si son
los tártaros o los mongoles, Tamerlán o Clive, los
que pasan como un huracán sobre las llanuras regadas por
el río sagrado Jacques era un hombre y tenía una
patria que amaba; quería que; como el espíritu
individual se emancipa por la ciencia y el
estudio, el espíritu colectivo de la Francia se emancipara
por la libertad.
Hasta el último momento, al frente de su revista La
libertad de pensar
, como al pie de la última bandera
que flamea en el combate, luchó con un coraje sin
igual".

"El 2 de diciembre, como a Tocquevillc, como a Quinet,
como a Hugo, lo arrojó al extranjero, pobre, con el
alma herida de
muerte y con la visión horrible de su porvenir abismado
para siempre en aquella bacanal".

Evoca el exilio del francés: "Tomó el
camino del destierro y llegó a Montevideo, desconocido y
sin ningún recurso mecánico de profesión; lo
sabía todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de
médico para poder
subsistir".

"Abrió una clase libre de física experimental,
dándole el atractivo del fenómeno producido en el
acto; aquello llamó un momento la
atención".

"Pero se necesitaba un gabinete de física
completo, y los instrumentos eran caros".

"Jacques los reemplazaba con una exposición
luminosa y por trazados gráficos; fue inútil. La gente que
allí iba quería ver la bala caer al mismo tiempo
que la pluma en el aparato de Hood, sentir en sus manos la
corriente de una pila, hacer sonar los instrumentos
acústicos y deleitarse en los cambiantes del espectro, sin
importarle un ápice la causa de los fenómenos.
Dejaban la razón en casa y sólo llevaban ojos y
oídos a la conferencia".

"Un momento Jacques fue retratista, uniéndose a
Masoni, un pariente político mío, de cuyos labios
tengo estos detalles. Florecía entonces la daguerrotipia,
que, con razón, pasaba por una maravilla. Fue en ese
época que llegó, en un diario europeo, una noticia
muy sucinta sobre la fotografia, que Niepce acababa de inventar,
siguiendo indicaciones de Talbot. Jacques se puso a la obra
inmediatamente, y al cabo de un mes de tanteos, pruebas y
ensayos,
Masoni, que dirigía el aparato como más
práctico, lleno de júbilo mostró a Jacques,
que servía de objetivo, sus
propios cuellos blancos, única imagen que la luz
caprichosa había dejado en el papel. Pero ni la fotografía, que más tarde
perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que lc cedía el paso,
como el telégrafo de señales
al de electricidad,
daban medios de
vivir".

"Jacques se dirigió a la República
Argentina, se hundió en el interior, casóse en
Santiago del Estero, emprendió veinte oficios diferentes,
llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional
de Tucuman el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus
discípulos los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y
tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por
él una veneración profunda, como todos los que
hemos gozado de la luz de su espíritu".

"Llamado a Buenos Aires por el Gobierno del
General Mitre, tomó la dirección de los estudios en
el Colegio Nacional, al mismo tiempo que dictaba una
cátedra de física en la Universidad. Su influencia
se hizo sentir inmediatamente entre nosotros. Formuló un
programa
completo de bachillerato en ciencias y
letras, defectuoso tal vez en un solo punto: su demasiada
extensión. Pero M. Jacques, habituado a los estudios
fuertes, sostenía que la inteligencia de los
jóvenes argentinos es más viva que entre los
franceses de la misma edad y que por consiguiente podíamos
aprender con menor esfuerzo".

"Era exigente, porque él mismo no se economizaba;
rara vez faltó a sus clases y muchas, como diré
más adelante, tomó sobre sus hombros robustos la
tarea de los demás".

"Mis recuerdos, vivos y claros, en todo lo que al
maestro querido se refiere, me lo representan con su estatura
elevada, su gran corpulencia, su andar lento, un tanto
descuidado, su eterno traje negro y aquellos amplios y enormes
cuellos abiertos, rodeando un vigoroso pescuezo de
gladiador".

"La cabeza era soberbia; grande, blanca, luminosa, de
rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi todo el
cráneo, que se unía, en una curva severa y
perfecta, con la frente ancha y espaciosa, surcada de arrugas
profundas y descansando como sobre dos arcadas poderosas, en las
cejas tupidas que sombreaban los ojos hundidos y claros, de mirar
un tanto duro y de una intensidad insostenible; la nariz casi
recta, pero ligeramente abultada en la extremidad, era de aquel
corte enérgico que denota inconmovible fuerza de
voluntad".

"En la boca, de labios correctos, había algo de
sensualismo; no usaba más que una ligera patilla que se
unia bajo la barba acentuada y fuerte, como las que se ven en
algunas viejas medallas romanas".

"M. Jacques era áspero, duro de carácter,
de una irascibilidad nerviosa, que se traducía en
acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a la
razón para ejercer su influencia moderadora. "No puedo con
mi temperamento", decía él mismo, y más de
una amargura de su vida provino de sus arrebatos irreflexivos. No
conseguía detener su mano, y entre todos los profesores
fue el unico al que admitíamos usara hacia nosotros gestos
demasiado expresivos. Un profesor se había permitido un
día dar un bofetón a uno de nosotros, a Julio
Landivar, si mal no recuerdo, y éste lo tendió a lo
largo de un puñetazo de la familia de aquel con que
Maubreil obsequió a M. de Talleyrand; otra vez desmayamos
de un tinterazo en la frente a otro magister que creyó
agradable aplicarnos el antiguo precepto escolar; pero
jamás nadie tuvo la idea sacrílega de rebelarse
contra Jacques. Bajo el golpe inmediato solíamos
protestar, arriesgando algunas ideas sobre nuestro
carácter de hombres libres, etcétera. Pero una vez
pasado el chubasco, nos decíamos unos a otros, los
maltratados, para levantarnos un poco el ánimo. ‘Si
no fuera Jacques!’… ;Pero era Jacques!".

Alfredo Cossón nació en París en
1820 y falleció en Buenos Aires en 1881. "Tras residir en
Bolivia,
llegó a la Argentina en 1854, con una máquina de
daguerrotipo (primer proceso
fotográfico de aplicación comercial). Vivió
en Salta, Tucumán y Buenos Aires y dictó cursos de
Historia y Geografía en el
Colegio Nacional de Tucumán, que dirigía Amadeo
Jacques. El 5 de octubre de 1871, el presidente Domingo F.
Sarmiento lo designó miembro de la Comisión
Nacional de Escuelas y participó activamente en el
desarrollo de
los planes de reforma educacional. Su Curso completo de
Geografía fisica, politica e histórica de la
República Argentina
se convirtió en libro de
texto obligatorio en los colegios. Precursor de la
fotografía en el país, Cossón fue pionero
del uso del daguerrotipo en Salta, técnica que
había aprendido con Amadeo Jacques. Fue, además,
rector del Colegio Nacional de Buenos Aires durante 16
años" (3).

Cané relata el recuerdo que un
condiscípulo tiene de Cosson: "No hace mucho tiempo, al
entrar en una oficina
secundaria de la
administración nacional, vi a un humilde escribiente
cuyo cabello empezaba a encanecer, gravemente ocupado en trazar
rayas equidistantes en un pliego de papel. Como tuve que esperar,
pude observarle. Cada vez que concluía una línea
dejaba la regla a un lado, sujetándola para que no rodara,
con un pan de goma; levantaba la pluma, e inclinando la cabeza
como el pintor que después de un golpe de pincel se aleja
para ver el efecto, sonreía con satisfacción.
Luego, como fascinado por el paralelismo de sus rayas, tomaba de
nuevo la regla, la pasaba por la manga de una levita
raída, cuyo tejido osteológico recibía con
agrado ese apunte de negrura, la colocaba sobre el papel y con
una presión de
mano, serena e igual, trazaba una nueva paralela con
idéntico éxito. Ese hombre, allá en los
años de colegio, me había un día asombrado
por la precisión de claridad con que expuso, tiza en mano,
el binomio de Newton.
Había repetido tantas veces su explicación a los
compañeros más débiles en matemáticas que al fin perdió su
nombre para no responder sino al apodo de ‘Binomio’.
Le contemplé un momento, hasta que levantando e su vez le
cabeza, naturalmente después de una paralela
‘réussie’, me reconoció. Se puso de
pie, en una actitud
indecisa; no sabía la acogida que recibiría de mi
parte. Yo había sido nombrado ministro, no sé
dónde!, !y él!… Me enterneció y
lancé un: !!Binomio!! abriendo los brazos, que
habría contentado a Orestes en labios de Pílades.
Me abrazó de buena gana y nos pusimos a
charlar".

"-¿Y qué tal, "Binomio", cómo va la
vida?".

"-Bien; estuve,cinco años empleado en la aduana del
Rosario, tres en la policía, y como mi suegro, con quien
vivo, se vino a Buenos Aires, busqué aquí un
empleo y en
él me encuentro desde que llegamos".

"-¿Y las matemáticas? ¿Cómo
no te hiciste ingeniero o algo así? Tú
tenías disposiciones.."

"-Sí, pero no sabía historia".

"-Pero no veo, ‘Binomio’, la necesidad de
saber si Carlos X de Francia era o no hijo de Carlos IX para
hacer un plano".

"-Desengáñate, el que no sabe historia no
hace camino. Tú eras también bastante fuerte en
matemáticas; dime, cuantas veces, desde que saliste del
colegio, has resuelto una ecuación o has pronunciado
solamente la palabra "coseno"?

"-Creo que muy pocas, ‘Binomio’
".

"-Y, en cambio (¡oh! !yo te he seguido!), en
artículos de diario, en discursos, en polémicas, en
libros, creo,
has hecho flamear la historia. Si hasta una cátedra has
tenido con sueldo, no es así?"

"-Si, ‘Binomio’ ".

"- Con que placer te oigo! ¡Ya nadie me dice
‘Binomio’ ! Y, sabes quien tuvo la culpa de que yo no
supiera historia? Cosson, tu amigo Cosson, quien tenía la
ocurrencia de enseñarnos la historia en
francés".

"-No seas injusto, ‘Binomio’: era para
hacernos practicar".

"-Convenido, pero no practica sino el que algo sabe, y
yo no sabía una palabra de francés. Así, la
primera vez que me preguntó en clase, se trataba de un rey
cuyo nombre sirvió mas tarde de apodo a un correntino que
para decirlo estiraba los labios una vara. Era muy
difícil".

"-Ya me acuerdo: Tulius Hostilius".

"-Eso es:. quise pronunciarlo, la clase se rió,
creo que con razón, porque, a pesar de habértelo
oído, no me atrevería a repetirlo; yo me
enojé, no contesté nunca y por consiguiente no
estudié historia. ¡Animal! Así, mi hijo, que
tiene seis años, empieza a deletrear un Duruy. No hay como
la historia, y sino, mira a todos los compañeros que han
hecho carrera" (4).

"En esa época –afirma Carlos Ibarguren en
La historia que he vivido– aparecían millonarios
que pocos años antes habían llegado al país
sin un centavo en el bolsillo o con muy poco capital. Era el caso
de Carlos Casado del Alisal, español; de Pedro Luro, vasco
francés; de Ramón
Santamarina, vasco español; de Eduardo Casey,
irlandés, propietarios todos ellos de enormes extensiones
de campo; o de Nicolás Mihanovich, dálmata, que
empezó como botero y ya era dueño de varias
empresas de
transporte
fluvial, algunas con sede en Londres; o de Antonio De Voto,
italiano, fundador de un barrio en Buenos Aires, al igual que
Rafael Calzada, español, o de Francisco Soldati, italiano
y muchísimos más cuyos apellidos hoy figuran en los
rangos de la más alta sociedad"
(5).

"El 24 de septiembre de 1940, en ocasión de
cumplir los ochenta años, el Sr. Bernardo Lalanne
hacía conocer sus memorias de
primitivo poblador de nuestra zona: "Nací e1 24 de
septiembre de 1860 en la parroquia de Préchacque Josbaig,
situada en los Bajos Pirineos (Francia). Alli pemanecí
hasta la edad de doce años y nueve meses, de los cuales,
tres en la escuela. En 1870 entró en guerra Francia con
Alemania y en
esa contienda falleci6 mi padre, que se llamaba
Francisco.

En aquella oportunidad tambien Francia perdió la
guerra y debió capitular. Napoleón III se
entregó con sus ejercitos de acuerdo con sus generales
Macmahon y Bassena y desde entonces es
República.

En el año 1873 me vine a este hermoso pais, la
Argentina, con otros parientes del mismo pueblo, viajando bajo el
cuidado de ellos hasta Buenos Aires. Aqui permanecieron ellos y
yo me trasladé al pueblo de Azul, donde tenia un tio de
nombre Bartolo Bayle. En aquel tiempo el ferrocarril del Sud
llegaba hasta Las Flores y desde alli se venia en galera hasta
Azul.

El Azul. El Azul, en aquel entonces, era una población muy chica, de unos dos mil
habitantes cristianos y estaba rodeada de las indiadas de los
caciques Catriel – Cipriano y Juan Jose – y otros capitanejos
más que tenian sus tolderias a ambas margenes del arroyo
Nievas y en Sierra Chica, en la laguna Burgos. Un cacique
importante tambien en aquel tiempo era Manuel Grande, el que
tenía mucha indiada a su mando.

Las ocupaciones de los indios. Las principales
ocupaciones a que se dedicaban los indios eran las de bolear
avestruces y acarrear sal desde las Salinas Grandes, la que
conducían en bolsas de cuero que
ellos mismos confeccionaban, sobre los lomos de las grandes
tropillas de caballos que arreaban hasta llegar al Azul, donde la
vendian a los comerciantes por poco mas que nada. Tambien se
dedicaban a juntar maiz, a esquilar
cuando era la epoca de las ovejas, que existían en poca
cantidad, y a matar mulitas y perdices para vender.

También vendian matras y ponchos que las chinas
tejian en telares que ellos mismos hacían. Eran tejidos muy bien
hechos y los teñian con yuyos que ellas mismas preparaban
con los que sabían efectuar bellos dibujos. Estos
colores eran de una firmeza y duracion extraordinaria, no
perdiendo jamás su brillo y su apariencia vistosa"
(6).

Notas

  1. Varios autores: Enciclopedia Visual de la
    Argentina
    . Buenos Aires,
    Clarín, 2002.
  2. Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires,
    CEAL, 1980.
  3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la
    Argentina
    . Buenos Aires, Clarín, 2002.
  4. Cané, Miguel: op. cit.
  5. Ibarguren, Carlos: La historia que he
    vivido
    . Buenos Aires, Biblioteca
    Dictio, 1977.
  6. Lalanne, Bernardo: fragmento del texto
    publicado en "MEMORIAS
    Sección dedicada a los antiguos pobladores que dejaron
    escritos sus recuerdos", en Archivo Histórico Alberto
    y Fernando Valverde
    , Municipalidad de Olavarría,
    Secretaría de Gobierno,
    Año 1997, Revista
    N°3.

En
biografías

Al Chaco llegó Alice Le Saige de la Villesbrumme,
quien había nacido en Francia en
1841. "Al separarse de su marido, emigró a la Argentina
con sus dos hijos varones en 1888. Obtuvo del gobierno
autorización para instalarse como colonizadora en la zona
de Arocena, en el Chaco, a 40 kilómetros de Resistencia,
entonces población incipiente. Hizo construir una
casa, que alhajó con muebles y adornos traídos de
su país natal, y dedicó las tierras que le
habían sido concedidas a la ganadería.
Se convirtió en una figura popular por su
distinción y audacia para enfrentar las dificultades de
esa vida peligrosa por la proximidad de indios
mocovíes.

En 1895 recibió en herencia las
posesiones de su marido y adquirió las tierras en
concesión, más una gran extensión, mejorando
sus planteles e instalaciones y convirtiendo a su establecimiento
en el principal de la zona. Un día de marzo de 1899 los
mocovíes atacaron la casa, matando a varios de sus
ocupantes. Los demás huyeron, pero Alice recordó
que en la casa quedaba un niño al que había criado
y retornó para salvarlo, momento en que fue lanceada. Sus
compañeros lograron recoger el cuerpo de la herida y
llevarlo a casa de vecinos amigos, pero falleció algunas
horas después, en ese 13 de marzo de 1899, mientras su
casa y demás instalaciones eran consumidas por las llamas"
(1).

En Soy Roca, biografía escrita por
Félix Luna, el protagonista recuerda a Larroque: "Alberto
Larroque fue, en el colegio entrerriano, lo que Amadeo Jacques
fue en el de Buenos Aires; algo así como un dios paternal
y autoritario, dispensador de premios y castigos, sabio en todas
las disciplinas y, sobre todo, un formador de hombres. Bajo su
dirección, los colegiales sin dejar de ser
muchachos, sentíamos que estábamos viviendo un
proceso de
formación hacia la responsabilidad de ser dirigentes. Era muy
exigente pero lo era porque partía de la presunción
de que los colegiales éramos lo mejor de la juventud
argentina: los más inteligentes, los mejor dotados, los
más distinguidos, los que ansiaban con mayor anhelo
conquistar el futuro. Y esta presunción no estaba del todo
descaminada" (2).

Carlos Enrique Pellegrini, padre del Presidente de la
Nación,
nació en Saboya en 1800 y falleció en Buenos Aires
en 1875. "Realizó estudios de pintura y
dibujo y
luego, en 1825, se graduó de ingeniero. Convocado por
Bernardino Rivadavia, llegó a la Argentina en 1828 para
trabajar en el Departamento de Ingenieros Hidráulicos.
(…) desplegó una gran actividad como ingeniero y
arquitecto" (3).

El hijo, protagonista de La última carta de
Pellegrini
, de Gastón Pérez Izquierdo,
manifiesta en esa obra que su padre era "un inmigrante.
Inteligente y culto, sí, pero desprovisto de fortuna y de
linaje, que llegó a esta tierra cuando
el esplendor rivadaviano convocó a una gran
conscripción de inteligencias para transformar el
país. Crédulo de la estabilidad política que
podría tener la incipiente nación
desembarcó pensando en grandes obras públicas:
puerto, alcantarillas, desagües y las demás
ensoñaciones que un joven ingeniero de talento puede
alojar en su cabeza.

Pero Rivadavia cayó y con él los
sueños de tecnificación y ornato; en realidad se
convirtieron en una larga siesta colonial, que mantendría
al país al margen de las calderas y el
vapor. No trabajó como ingeniero y se debió ganar
la vida con la paleta de pintor. Todo el gran mundo
porteño intentó quedarse quieto delante de
él para que perpetuara sus rasgos en un lienzo. El
profesional cedió paso al artista que con el trabajo del
pincel pudo fundar una familia, educarla
con dignidad y por
la aristocracia de su inteligencia y
cultura
–sólo por ellas- vincularse igualitariamente con las
viejas familias del país" (4).

"La vida y obra del padre Salvaire es desde hace
tiempo motivo
de estudio de monseñor Dr. Juan Guillermo Durán.
Apasionado y comprometido con el tema, ha emprendido una
cuidadosa investigación recurriendo a archivos de
distinta naturaleza
para dar cuerpo a dos de los tres volúmenes dedicados a su
figura". El obispo se refirió en una entrevista a
la
personalidad que nos ocupa: "Salvaire llega en octubre en
1870, año de la fiebre amarilla.
Viene destinado por la congregación de los padres
lazaristas como docente al colegio San Luis Rey de Francia, en
Buenos Aires, ubicado entonces en lo que es hoy Paraguay y
Libertad, al
lado de la Iglesia de las
Victorias. Cuenta con 24 años y recién ordenado ha
venido de Francia para comenzar sus tareas en el colegio como
docente. En 1872, dos años después de llegar,
cuando el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León
Federico Aneiros, le encarga a los padres lazaristas la atención del Santuario, el padre Salvaire
pasa a Luján hacia fines de ese año. El primer
párroco de los padres lazaristas es el padre Eusebio
Fréret; entonces Salvaire ayuda a Fréret en la
parroquia y comienza a desarrollar su actividad en Luján,
en el Santuario, con la atención pastoral; repara
también en la necesidad de restauración del antiguo
templo de Lezica y Torrezuri, sobre todo la cúpula, y
comienza a trabajar con el tema del hospital, la posibilidad de
un colegio y demás. Un año y medio más o
menos el padre está trabajando en Luján, hasta que
en diciembre de 1873 recibe una carta del provincial de los
padres lazaristas donde se le comunica que la congregación
lo destina al trabajo
misionero con los indios en Azul".

"Se forma un primer equipo compuesto por el padre Juan
Fernando Meister y Salvaire, dos lazaristas que en enero de 1874
se instalan en Azul para intentar evangelizar la tribu de
Cipriano Catriel, acantonada desde hace muchos años entre
Azul y Olavarría, en torno al Cerro
Negro, en un campo de aproximadamente 60 mil hectáreas que
había donado a la tribu Juan Manuel de Rosas".

"Un grupo de
indios vivía ya en Azul, más inculturados, que eran
indios de Catriel y de dos caciques menores que son Cachul y
Mayca, formando una especie de barrio indígena del otro
lado del arroyo Azul, camino a Tapalqué, en lo que se
llamó y hasta hoy conserva el nombre de Villa Fidelidad,
que es un repartimiento de pequeñas chacras que hizo el
general Escalada".

"Entonces, los padres tienen en Azul a un grupito de
indios que viven en Villa Fidelidad -incluso Catriel tiene casa
en Azul-; así que cerquita de Villa Fidelidad instalan su
escuelita para niños
indígenas y la capilla. El padre Salvaire cada 15
días o a veces todas las semanas, visita los ranchos, los
toldos del Cerro Negro".

"Para comprender un poquito estos libros que yo
he dedicado al padre Salvaire, es necesario tener en cuenta esto.
El primer libro de la
trilogía que voy a dedicar al padre, rescatando momentos
fundamentales de su vida hasta su muerte, se
editó en 1998 y lleva por titulo El padre Jorge
María Salvaire y la familia
Lazos de Villa Nueva. Un episodio de cautivos en Leubucó y
Salinas Grandes
. Transcurre entre 1866, que es cuando el
malón toma cautivos a doña Jacinta Rosales de Lazos
y a sus cinco hijos en Villa Nueva, Córdoba, cerquita de
Villa María, y son llevados a Leubucó por los
ranqueles, hasta l875 cuando el padre Salvaire visita las
tolderías de Namuncurá. El primer tomo es la
relación entre Salvaire y esta familia, porque Jacinta
Rosales es liberada con un hijo que tiene en las tolderías
en 1874 por el padre Donati; ella vuelve a su pueblo, Villa Nueva
y ahí comienza las gestiones para rescatar a sus cuatro
hijos, dos mujeres y dos varones. Precisamente, doña
Jacinta Rosales, sus hijos y el padre Salvaire son recordados en
un placa colocada en la Basílica, con motivo del
centenario del padre Salvaire".

"Doña Jacinta, ayudada por vecinos de Villa Nueva
viaja a Buenos Aires en busca de fondos para poder rescatar
a sus hijos, y a través de una persona amiga de
monseñor Aneiros, el vicentino José María
Lozano, logra ponerse en comunicación con el padre Salvaire en Azul.
Y entonces Aneiros le pide a Salvaire si alguno de los dos
misioneros podría hacer el viaje a Salinas Grandes. Con
él se podrían cumplir tres objetivos:
rescatar los hijos de esta mujer y otros
cautivos, en la medida que hubiese fondos: los indios no
pedían dinero, sino
trueque, objetos, por el valor
equivalente a determinada cantidad de dinero, como
platería, talabartería, yeguas, vacas,
etc.

Ese sería el primer objetivo por
el cual se invita a los misioneros a ver si se animan a viajar a
las tolderías de Namuncurá en Chilhué,
ubicadas a 750 kilómetros de Azul, entre lo que es hoy la
ciudad de Macachín y General Acha. Segundo, para que el
misionero hablara con Namuncurá y lo aconsejara que
firmara cuanto antes un tratado de paz, porque si no la
solución armada -que es la que finalmente se llevó
a cabo-, se iba a precipitar; y tercero, para que
Namuncurá, como un modo de salvar un poco a la tribu,
aceptara la presencia de un misionero en señal de
protección".

"Cuando llega la carta del
arzobispo Aneiros, entre los dos misioneros deciden que
irá Salvaire, que era más joven y hablaba mejor el
castellano que el
padre Meister, que era alemán y apenas lo hablaba.
Además, Salvaire tenía interés y
ya había aprendido a expresarse en araucano, así
que es él quien realiza el viaje".

"El primer tomo sería la radicación de los
misioneros en Azul, el comienzo del trabajo con la tribu de
Catriel y el viaje de octubre de 1875 a Salinas Grandes. El valor
del libro reside además, en que por primera vez se publica
su diario y apuntes sobre el viaje de Azul a Salinas Grandes. El
libro está trabajado a partir del archivo del padre
Salvaire".

"El segundo tomo se inicia con el regreso del padre a
Azul en noviembre, después de un viaje de aproximadamente
23 días, cuando logra traer a tres de los hijos -uno
había escapado a Bahía Blanca y después se
reencuentra en Villa Nueva con su madre- y otros seis cautivos
más. Allí permanece trabajando con los indios de
Catriel a la espera de que Namuncurá diga sí a la
invitación del misionero, porque le dijo que lo iba a
pensar. El segundo tomo se llama En los Toldos de Catriel y
Railef. La obra misionera del Padre Jorge María Salvaire
en Azul y Bragado
, y es el estudio detallado de los dos
años de misión del
padre Salvaire y Meister en Azul y un viaje que hizo Salvaire
para misionar en los meses de julio, agosto y parte de septiembre
en Bragado, en la tribu, también acantonada, del cacique
José María Railef".

"Ellos, tristemente, tuvieron que dejar la misión
de Azul en febrero l876 por haberse quedado sin indios: en la
Navidad de
diciembre de 1875, Azul es asolado por un malón que llega
hasta Benito Juárez, Tapalqué, que se llama el
Malón Grande por su magnitud. Los indios permanecen 12 o
13 días en la zona del Azul saqueando estancias, quemando
y tomando cautivos, y Namuncurá logra que Juan José
Catriel, que es el cacique porque a Cipriano lo asesinaron en
noviembre del `74, se subleve contra el gobierno -en ese momento
era presidente Avellaneda y ministro de Defensa Adolfo Alsina-,
deje Azul con toda la tribu y se vaya al monte pampeano. Entonces
los misioneros, de pronto se encuentran sin indios ya que Juan
José Catriel no quiso tampoco que los misioneros siguieran
a la tribu. Es así como los padres Meister y Salvaire en
febrero dejan Azul. Salvaire pasa a Luján otra vez en
1876, y trae el propósito de cumplir el voto que le
había hecho a la Virgen cuando su vida corrió
peligro en las tolderías, en su viaje de octubre,
noviembre de 1875. Ante un serio peligro de muerte,
prometió que si la Virgen intercedía por su vida
escribiría la historia, contribuiría a la
difusión del culto e intentaría construir un nuevo
santuario que reemplazaría al de Lezica y Torrezuri.
Ahí comienza el tercer tomo que estoy tratando de
construir y que llevaría el titulo El Padre Jorge Maria
Salvaire en Luján. Cura y capellán del
Santuario
. Ahí reconstruiremos el momento en que
escribe la historia de la Virgen de Luján que publica en
1884 en dos tomos, las gestiones del padre para comenzar la
construcción del nuevo santuario, su viaje
a Europa para
lograr la coronación pontificia de la Imagen, la
colocación de la piedra fundamental del Santuario, cuando
es nombrado párroco hasta su fallecimiento, el 4 de
febrero de 1899. Serían tres libros que abarcarían
la vida de Salvaire en la Argentina, desde su llegada, como
docente, misionero y luego cura y capellán de
Luján".

"Yo me propongo estudiar de manera científica su
vida porque creo que se dan las características
fundamentales en su personalidad
sacerdotal como para introducir su causa de beatificación.
Eso es lo que quiero demostrar, sobre todo en el tercer tomo;
después habría que ver quién asumiría
el proceso de iniciar la causa. Yo creo que sí. El padre
tiene suficientes virtudes como para ser considerado santo. Pero
todo tiene un proceso; primero es necesario que alguien asuma el
estudio científico y serio de su vida. El perfil de su
vida sacerdotal y sus virtudes hacen pensar de que vivió
de tal manera la hondura del Evangelio, su compromiso, su gran
amor a la
Virgen. Eso posibilitaría intentar introducir el proceso
de beatificación, que tiene diversas instancias: primero
sería aquí en la Argentina y después una
segunda instancia en Roma. Como
ejemplo, le comento que una de las causas por las que está
demorado el proceso de beatificación del cura Brochero es
porque no había escrito una buena base histórica,
hubo que rehacer todo. Para evitar eso, he tratado de presentar a
quienes tienen que estudiar luego el caso, una panorámica
de la vida de él, demostrando que existen posibilidades"
(5).

Notas

  1. Sosa de Newton,
    Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres
    Argentinas
    . Buenos Aires, Plus Ultra, 1986.
  2. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires,
    Sudamericana, 1991, p. 23.
  3. Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
    Buenos Aires, Clarín, 2002.
  4. Pérez Izquierdo, Gastón: La
    última carta de Pellegrini
    . Buenos Aires,
    Sudamericana, 1999.
  5. S/F: "Para acercarse a la obra de Salvaire",
    en www.elcivismo.com.

En
periodismo

En "Muerte en el lago", escribe Alvaro Abós: "En
1894, el ciudadano francés Raoul Tramblié
había disputado por dinero con su socio, el también
galo Francois Farbos, a quien mató y descuartizó.
Los restos empaquetados de Farbos habían sido abandonados
en la esquina de Cuyo (hoy Sarmiento) y Montevideo, donde
funcionaba un mercado, y en
diversos baldíos del barrio Sur. El asesino huyó a
Francia en un barco y la justicia
argentina pidió su extradición, que no fue
concedida, lo que motivó un incidente diplomático.
Tramblié murió en una prisión francesa en
1914" (1).

Notas

  1. Abós, Alvaro: "Muerte en el lago", en La
    Nación Revista
    , Buenos Aires, 5 de febrero de 2006.
    Fotos: Archivo
    de Graciela García Romero. Ilustración: Nuno.

En costumbrismo

Godofredo Daireaux fue –a criterio de Eduardo
Romano- "un francés que observó y registró
nuestras costumbres camperas de las últimas décadas
del siglo XIX con verdadero voluntarismo progresista"
(1).

Daireaux es el autor de "Matufia", cuento en el
que aparece un personaje francés: "Después del
confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se
sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la
estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la
vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo
de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por
allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de
almorzar, había sido convidado por el dueño de
casa" (2).

Notas

  1. Romano, Eduardo: en Fray Mocho, Félix Lima y
    otros: Los costumbristas del 900. Selección y prólogo por Eduardo
    Romano. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    (Capítulo).
  2. Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Varios autores:
    Los costumbristas del 900. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    (Capítulo).

En
novelas

En 1884, en el periòdico Sud
Amèrica
se publica como folletìn La gran
aldea Costumbres bonaerenses
(1), obra que Lucio V.
Lòpez dedica a Miguel Canè, su "amigo y
camarada".

En esta obra aparecen franceses –tenderos y
clientas-, vistos desde la perspectiva de un escritor que
añora un pasado que no volverà. Lòpez
compara a los tenderos de antaño con los del presente:
"¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de
las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los
tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia
y los mèritos sociales de aquella juventud dorada, hija de
la tierra,
ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al
menudeo de la colonia".

Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los
prìncipes del mostrador porteño, el màs
cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador.
No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a
Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa
disputado ese derecho".

Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa
o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto
de la època y daba el do de pecho con una dama para
dar el con una cocinera".

"Los tratamientos variaban para èl segùn
las horas y las personas. Por la mañana se permitìa
tutear sin pudor a la parda o china criolla
que volvìa del mercado y entraba en su tienda. Si la
clienta era hija del paìs, la trataba llanamente de hija;
hija por arriba e hija por abajo. Si èl distinguìa
que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin, iniciaba
la rebaja, el ùltimo precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn
de francès que èl sabìa balbucir, era
irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y
madama, segùn la edad dela gringa, como èl la
llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".

Eugenio Cambaceres era "hijo del químico
francés Antonino Cambaceres, establecido en el país
desde 1883 a instancias de Juan Larrea, y nieto del personaje de
igual nombre que durante la Revolución
Francesa presidiera la Convención. Una vez en la Argentina
Antonino Cambaceres invirtió la regular fortuna heredada
del padre en la compra de campos y pronto se transformó en
poderoso estanciero".

La novela En
la sangre
"comienza a publicarse en forma de folletín
en el Sud-América el lunes 12 de setiembre de 1887
y continúa apareciendo en forma ininterrumpida hasta el
viernes 14 de octubre. Ya el sábado 15, en la
Sección Noticias, se
anuncia su aparición en un volumen de 300
páginas impreso en los mismos talleres del diario"
(2).

En esa obra, Cambaceres relata: "Existía en la
calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado
Café de
los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte
era compuesta de hijos de familia, empleados públicos,
dependientes de comercio y estudiantes de la Universidad y de
la Facultad de Medicina. Su
dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran
bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne
disputador de achaques en historia guerrera y de política,
tenía, leguleyo a medias él mismo, una
predilección marcada por los últimos. Iba, en su
profundo amor a la ciencia
representada para él por el gremio estudiantil, hasta
hacer crédito
a sus miembros de la hora de la mesa y del chinois en
épocas adversas de pobreza"
(3).

En la Bolsa de Comercio, Julián Martel encuentra
"Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los
sonidos ásperos como escupitajos del alemán,
mezclándose impíamente a las dulces notas de la
lengua
italiana; allí los acentos viriles del inglés
haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la
terminología criolla; del otro lado las monerías y
suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante
de la rancia pronunciación española"
(4).

En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal,
tres personajes discuten acerca de la nacionalidad
de unos rufianes. Un personaje afirma: "¡Esos caften
son marselleses! (…) y juró que los había visto a
montones en las casas del ramo, con sus galeritas melón,
sus bigotes mediterráneos y sus pesadas cadenas de
oro". Otro
personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son
rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando
dice "De todo hay, como en botica" (5).

En Un noviazgo, escribe Bernardo Verbitsky: "En
Montevideo se anunció que el gobierno había
iniciado gestiones para ‘repatriar los restos del cantor
uruguayo Carlos Gardel’, y esto permitió explotar el
asunto con nuevos bríos. Sostuvo Tribuna que era un
gesto senil del dictador Terra, a quien acusó de querer
explotar el afecto a Gardel para atraerse la adhesión del
pueblo al que tenía sometido; quería despojar a los
argentinos de los restos del más porteño de los
cantores nacionales para capitalizar en propio beneficio su gran
popularidad. Magalhaes, admitiendo que era un hombre de
suerte, hizo rodar, como cañonazos de una pesada
artillería, comentario tras comentario contra Terra. Era
una campaña muy simpática en la que atacaba a un
dictador y defendía la argentinidad de Gardel,
reconociendo la verdad de que era francés de nacimiento,
exponiendo generosas razones humanas opuestas a un mezquino
concepto de
‘territorialidad’. Y el dia en que de la Torre dio
fin a la lectura de
su dictamen, ‘en minoría’, publicaba
Tribuna en primera página, con grandes
títulos y fotografías, la noticia de que la madre
de Gardel había pedido por teléfono, desde Toulouse, con voz
entrecortada por el llanto, que trajeran el cuerpo de Carlitos a
la Argentina" (6).

La justicia por mano propia es otro de los motivos para
dejar el país. En De aquí hasta el alba,
novela de
Eugenio Juan Zappietro, el cirujano belga Hubert Leroy debe huir
de Francia pues durante una operación dio muerte
intencionalmente a un ministro asesino: "Cuando Francia
descubrió el crimen, Hubert Leroy estaba ya en América" (7).

No sólo en el conventillo o en la escuela se
aprendían otras lenguas. Gaetano, uno de los personajes de
Santo Oficio de la Memoria, lo hace en su lugar de
trabajo, el "tranguay", donde "La gente hablaba en todos los
idiomas. Yo aprendí algo de inglés, de
francés, de alemán. De polaco también y de
yídish. La mayoría de los pasajeros eran
inmigrantes. Uno tenía que saludarlos en sus lenguas.
Había veinte maneras de decir buen día. Y muchas
veces uno tenía que ayudarlos con el cambio, con
las monedas" (8).

En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial
describe la llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre:
"Adormilada por el traqueteo del carro y la monotonía del
paisaje, Berthe recordaba el agua espesa
del río. Charles dormía, envuelto en una manta no
muy limpia, encima de la carga informe del
vehículo". El hijo "era robusto, algo grueso, de piel muy
blanca y pelo recio, y tenía una voz clara y redonda.
Seguramente, era menor de lo que parecía" (9).

Acerca de Mireya (10), de Alicia Dujovne Ortiz,
escribió Ivonne Bordelois: "Inspirado en una
fantasía de Cortázar, este relato narra las
vicisitudes de Mireya, una prostituta inmortalizada por
Toulouse-Lautrec, que habría recalado en Buenos Aires,
donde acaso inspirara el célebre tango que la
recuerda. En la recreación
de Dujovne Ortiz, la pelirroja Mireille, que se distingue de sus
congéneres por un espíritu original y
poético sumamente idiosincrático, es elevada por
Toulouse-Lautrec al rango de modelo y musa
predilecta de su atelier, que convoca a la bohemia más
prestigiosa del París plástico y
literario.

Luego, presa del infaltable, sensual y depravado
argentino de la época, se traslada a Buenos Aires, donde
no sólo aprenderá a bailar tango, sino que
inventará nuevos y memorables pasos, y acabará
cotizando la gloria de iniciar sexualmente a un adolescente de
pelo lacio y excesivo peso, llamado nada menos que Carlos Gardel.
Incapaz de perder una sola ocasión de enlazarse
proféticamente con la historia, Mireya -cuyo nombre ha
sufrido la transformación fonética necesaria al
emigrar a las tierras del Plata- llegará a conocer el
eléctrico roce de los dedos de Jean Jaurés,
entrevisto fugazmente en un apasionado alegato político.
Dujovne Ortiz es una escritora en la plenitud de su oficio: es
delicioso su vuelo en las escenas eróticas, tan delicadas
como intensas.

Las descripciones de las sesiones de tango, que acaban
por desencadenar duelos mortales entre los malevos trenzados a
Mireya, alcanzan una brillantez poética que sorprende a
los agradecidos lectores, ya que se sabe que, en esos dominios,
nuestra narrativa contemporánea suele alternar chatura con
sordidez. Una ironía sagaz y desacralizadora permea su
relato, lleno de alusiones inteligentes y citas sobreentendidas
que no dejan de sonreír al lector. Sin embargo, en cierto
sentido, la cuidadosa documentalista que dio obras tan
espléndidas como la insuperada biografía de
Eva
Perón, traiciona en Dujovne Ortiz a la
novelista.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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