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La lucha por la tierra en la Banda Oriental y en los llanos venezolanos (página 2)



Partes: 1, 2

La tierra: factor
eje

Luego de fundada Montevideo, comenzaron a repartirse en
el territorio de la Banda Oriental suertes de chacra y de
estancia, y a venderse las tierras realengas. A partir de
entonces surgirían pueblos rurales, estancias y
latifundios. Pero si "el gran latifundio triunfó
ampliamente… no lo hizo sin resistencia
tenaz, desmintiendo la leyenda de una plácida siesta
colonial … " Durante todo el período de la
administración española, desde la
aparición de la gran propiedad, se
desarrolló un conflicto
permanente entre los terratenientes y los pequeños y
medianos hacendados y vecinos pobladores. Estos contaron con el
apoyo de los cabildos locales, los cuales se encargaron de
promover expedientes de los pleitos iniciados por los distintos
pueblos contra determinados terratenientes. Esos expedientes
muestran cómo surgió y se extendió la lucha
por el suelo: los
pobladores rurales, buscando en la agricultura o
la ganadería
un medio de vida, fueron ocupando tierras poseídas en
forma nominal por algún hacendado, o tierras realengas que
posteriormente eran denunciadas por algún estanciero
influyente. De inmediato, éste reclamaba de las
autoridades una orden para desalojar al poblador o al conjunto de
vecinos. Muchas veces el gran terrateniente no contaba con
más derechos legales que los
"intrusos", pero sus intereses casi siempre contaron con la
protección de los funcionarios de turno.

Los vecinos se resistieron constantemente a moverse de
sus terrenos; cuando el plazo estipulado para desocupar
vencía, eran expulsados con todas sus pertenencias. Ellos
volvían reiteradamente a reocupar su campo, aun cuando las
autoridades demolían sus ranchos, cortaban los árboles
y dispersaban el ganado, "como en semejantes casos se
acostumbra", para evitar que regresasen. Los desalojados -muchas
veces pueblos enteros- solían instalarse en otros
terrenos, de los que eran expulsados una y otra vez.

En otros casos no perdían su tierra pero, para
evitar el desalojo, debían quedar en situación de
dependencia, en calidad de
arrendatarios, medieros, puesteros, etc. del personaje que
absorbió sus campos; otros se convirtieron en peones de
estancia o pasaron a formar parte de ese sector marginal dedicado
al hurto y al comercio de
contrabando
del ganado.

En Venezuela,
como en la Banda Oriental, la Real Instrucción de 1754
contribuyó a acelerar la apropiación privada de
la tierra,
facultando a la Audiencia para intervenir en los pleitos sobre
tierras, verificando los títulos de posesión para
refrendarlos -Si existían-, para obtener una
compensación en dinero si la
ocupación excedía lo que los títulos
indicaban, o para recuperarla si éstos faltaban, con
intención de pasarla a manos privadas nuevamente. En tales
circunstancias, el latifundio no encontraba obstáculos en
Venezuela, a pesar de los reclamos de los llamados "gobernadores
progresistas" de Guayana -como Manuel Centurión- de
mediados del siglo XVIII. El desarrollo de
una línea antilatifundista no prendió en los
demás funcionarios coloniales y menos aun en la Corona,
que no sentía la amenaza que le obligara a pensar en un
poblamiento urgente como ocurría en el norte de la Banda
Oriental.

La aristocracia mantuana, por diversas causas -entre
ellas la caída en las exportaciones del
cacao que se dio en la segunda mitad del siglo XVIII y el techo
que alcanzó el consumo de
este producto en la
metrópoli- pretendió extender su control hacia un
nuevo renglón exportable: la ganadería. Ya vimos
que en la zona de los Llanos se fueron formando grandes
latifundios pastoriles pero, éstos distaban mucho de
poder
controlar la extensa región con su alto número de
cabezas de ganado. Contra ello conspiraba no sólo la
inmensidad del terreno, sino principalmente la población indígena, negra y mestiza
que habitaba los Llanos y que basaba su subsistencia en el
disfrute de ese bien sin dueño.

La acción
de las masas rurales: formación y evolución de los frentes
antagónicos.

En el panorama general de los movimientos de independencia
hispanoamericanos, cuyo impulso inicial partió en casi
todas partes de las elites criollas de las capitales, el
levantamiento oriental encabezado por Artigas constituyó
un alzamiento esencialmente rural. Este sello de originalidad fue
uno de los principales factores para el surgimiento de los
planteos radicales que caracterizaron este proceso.

A poco de constituida la Junta de Mayo en Buenos Aires, los
elementos regentistas liderados por el jefe del Apostadero Naval,
José de Salazar, organizaron la reacción obligando
a los pueblos de la Banda Oriental a prestar subordinación
a las autoridades de Montevideo. La declaración de
guerra a la
Junta porteña, dictada por el recién llegado virrey
Francisco Javier de Elío a principios de
1811, fue el detonante del estallido rural. Luego de algunas
acciones
aisladas, Artigas emitió el 11 de abril su primera
proclama, "la Admirable Alarma", que daba impulso a la
insurgencia de la campaña oriental. Poco después,
la victoria de Las Piedras, empujaba al poder español
tras los muros de Montevideo, dando comienzo al sitio.

Desde su campamento de Purificación, Artigas
impulsó con gran fuerza la
reorganización de la provincia, tras el estado
ruinoso en que la había sumido la guerra. Dentro de un
conjunto de medidas económicas que se adoptaron, el
marcado contenido social de algunas de ellas, especialmente el
Reglamento Provisorio, generó una nueva crisis entre
las clases altas montevideanas y el "jefe de los Orientales". Los
grandes hacendados y comerciantes de la ciudad, no estaban
dispuestos a hipotecar sus intereses en defensa de la revolución. El antagonismo que se
venía gestando paulatinamente, tomó entonces forma
abierta. Es así como este patriciado, que había
comenzado a sentirse más cercano a la causa porteña
desde 1814, abrirá ahora desembozadamente las puertas de
Montevideo al invasor portugués.

En Venezuela, el movimiento de
abril de 1810 que dio origen al establecimiento de la Junta
Conservadora de los Derechos de Fernando VII, fue obra exclusiva
del mantuanaje caraqueño.

La actitud de los
pardos ante los primeros episodios de la guerra también
favoreció a los realistas como reacción a la
aristocracia criolla republicana. La Primera República, si
bien había prohibido la degradación legal de aquel
mayoritario sector de la sociedad, lo
mantenía excluido de la participación política a
través de la aplicación del sufragio
censitario basado en la propiedad raíz. Además, el
odio de casta había arraigado en la sociedad venezolana
colonial y la oposición constante de los mantuanos al
ascenso social de los pardos, había quedado grabada para
siempre en éstos.

El obsesivo interés
del mantuanaje por el mantenimiento
del orden social, tuvo mucho que ver en la caída de la
Primera República y en el triunfo de Monteverde. Los "
señores del cacao" veían con pánico
la posibilidad de que el fermento y la inquietud -cada vez
más violenta- de sus esclavos, culminase en una
réplica de los episodios haitianos que recordaban con
alarma. En estas circunstancias, la figura de un Monteverde
pacificador y restaurador de la autoridad y
del orden, que habían sido subvertidos por una
revolución que parecía condenada al fracaso, fue
ganando cada vez más la adhesión interesada de la
fracción más conservadora de los terratenientes
criollos. Minado así el frente revolucionario, el jefe
realista encontró pocos obstáculos para capitalizar
el descontento de muchos negros y pardos que vieron frustradas
sus esperanzas ante la represiva legislación social
llevada a cabo por los hombres del gobierno
republicano.

Sin embargo, la entrada de Monteverde en Caracas no
significó ventaja alguna para los estratos más
bajos de la sociedad. La ilusión de libertad,
seguía siendo sólo eso para los esclavos que, de
este modo, no opusieron resistencia a la "Campaña
Admirable" de Bolívar ni
a la instauración de la Segunda
República.

La guerra, que se fue extendiendo, movilizó a la
sociedad agudizándo las tensiones preexistentes y
abarcando a los distintos sectores sociales, aunque cada uno
conservaba sus propios intereses. Por un lado, los criollos
mantuanos luchaban por el control exclusivo del poder
político y por el mantenimiento del statu quo social que
los favorecía. En el bando opuesto, los peninsulares que
propiciaban la vuelta al antiguo régimen. Por
último, los esclavos que libraban una desorganizada
batalla por su libertad y los pardos que hacían otro tanto
en busca de la igualdad con
los criollos blancos.

No obstante, el accionar espontáneo, interesado e
independiente de los sectores populares venezolanos -que no
garantizaba su fidelidad a una causa política demasiado
etérea- encontró un matiz diferencial en los
Llanos, donde un joven asturiano llamado José Tomás
Boves, consiguió organizar y movilizar por dos largos
años (hasta su muerte), a las
masas llaneras en favor de la contrarrevolución, poniendo
punto final al efímero proceso de la Segunda
República. Meses más tarde, la llegada de la
expedición de Morillo, consolidaba la reconquista del
territorio venezolano en beneficio del restaurado absolutismo
español.

Los jefes
movilizadores

En el caso de Artigas, hallamos una peculiar dualidad en
su situación dentro de la sociedad oriental. Ese rol dual
se conformó, debido en parte a su origen social y en parte
a las actividades que desplegó previamente a la
revolución. Lo fundamental fue que le abrió la
posibilidad de entrar en contacto con los diversos estratos
sociales, sobre todo rurales, conocer la problemática de
cada uno de ellos, y elaborar las bases esenciales del proyecto que
intentó plasmar en años posteriores.

Artigas heredó el prestigio social que implicaba
ser nieto de uno de los fundadores de Montevideo, poseer una
considerable extensión de tierras y llevar una
tradición familiar de distintos cargos administrativos; su
apellido tenía un lugar respetable en la vida social
montevideana.

Siendo el ámbito rural su hábitat: casi permanente, las actividades
ganaderas y el comercio de contrabando que ejerció en la
frontera
durante veinte años, le proporcionaron un conocimiento
cabal del medio geográfico, de los hombres a los cuales
dirigía y de los problemas y
necesidades que allí se vivían. A la vez,
comenzó a adquirir fama en el medio rural por su capacidad
de manejo de los habitantes de la campaña, en especial de
los marginales.

Por todos estos antecedentes, los grandes hacendados,
incluso los residentes en Montevideo, vieron en Artigas -a pesar
de la práctica ilegal que ejerciera- al hombre
indicado para concretar su unánime y permanente
propósito de mantener el orden y la seguridad de sus
bienes y
personas en la campaña, es decir, para combatir el
bandolerismo y el contrabando. Así, pasó a actuar
al servicio del
gobierno colonial como oficial de Blandengues -cuerpo militar
creado específicamente para desarrollar los objetivos de
los estancieros- y, por lo tanto, a ser el principal aliado de
éstos en la defensa de sus intereses. Ese acuerdo se
afianzó, manteniendo su vigencia ya iniciada la
revolución.

Desde los cargos militares que Artigas ocupó,
continuó acrecentando su prestigio entre los moradores
rurales y a la vez ahondando en los conflictos
existentes, sobre todo los relativos a la tierra; así
descubrió "los vínculos entre los problemas
demasiado evidentes de la economía rural de la
Banda Oriental y las peculiaridades de la distribución de la tierra…" En este
sentido, e imbuido del pensamiento de
algunos funcionarios reformistas con los que tuvo contacto, no
permaneció pasivo. En varias oportunidades, y en especial
junto a Azara en la frontera norte, se abocó al reparto de
tierras realengas: los beneficiarios fueron familias
desposeídas por grandes propietarios, algunos indios y
"hombres sueltos" que quisiesen poblar.

En otras palabras, Artigas, que ya era respetado en
Montevideo por sus antecedentes familiares, por motivos muy
distintos ganó la confianza de los más importantes
hacendados y un enorme prestigio entre los estratos medios y bajos
de la campaña. Esto nos permite explicar el hecho
fundamental de que haya podido actuar, al comenzar la
revolución, como una "fuerza catalizadora" y emerger como
jefe de los orientales.

José Tomás Boves llegó como
marinero a Venezuela a fines del siglo XVIII cuando apenas
contaba con quince años de edad. Al poco tiempo, fue
apresado por contrabandista y condenado a prisión en el
Castillo de Puerto Cabello, condena que le fue conmutada por
confinamiento al pueblo de Calabozo, en los Llanos venezolanos.
Allí, consiguió organizarse y prosperar como
pulpero y traficante de caballos, que compraba a los indios y a
los demás moradores de la región. A pesar de la
cierta riqueza que consiguió, fue sistemáticamente
rechazado por la oligarquía mantuana de Calabozo que
consideraba demasiado vil su oficio de pulpero.

Testigos de la época señalan la
adhesión manifiesta de Boves a los episodios de abril de
1810 y su interés por dirigir la resistencia de Calabozo
al avance de las fuerzas de Monteverde. Pero su carácter de español levantó
sospechas entre los criollos que lo apresaron. Liberado por las
tropas realistas, se unió a Monteverde, quien en diciembre
de 1812 -luego de la sangrienta toma de San Juan de los Morros,
bautismo de fuego de Boves- lo designó comandante militar
de Calabozo. Comenzaba así, la veloz carrera de quien
será el más temible enemigo de los republicanos y
la principal carta de triunfo
del realismo en
Venezuela, hasta diciembre del año 1814.

Boves -esta es nuestra hipótesis– solamente fue un caudillo
emergente que consiguió conducir la resistencia de los
habitantes de los Llanos que se había manifestado
espontáneamente, antes de su acción, con la forma
de una primitiva reacción plasmada en la
organización de "bandas de ladrones" que, como ya
señalamos, representaba el intento -más o menos
consciente- de las masas llaneras de defender su modus vivendi.
El asturiano fue a nuestro entender, fundamentalmente, un
líder
natural favorecido por las condiciones socioeconómicas de
los llaneros, de los que supo granjearse el respeto y la
estima a través de relaciones comerciales ilegales desde
el punto de vista del poder institucionalizado en Caracas, pero
legítimas (y sin trampas) desde la perspectiva del hombre
de los Llanos.

Aspectos esenciales
de la participación de las masas rurales

Sabemos que la campaña oriental adhirió
inmediata y unánimemente a la revolución, y
más aun, que la "Admirable Alarma" partió de ella.
Lo que se quiere plantear en este punto es por qué las
masas rurales se volcaron decididamente a la
revolución.

Hemos visto que durante el período colonial los
sectores medios y bajos protagonizaron un proceso ininterrumpido
de lucha por obtener acceso a la tierra frente a las pretensiones
de los grandes hacendados; la resistencia de los pobladores u
ocupantes fue tenaz y constante, y persistía con toda
firmeza al iniciarse la revolución: litigios sin
resolución, expulsiones, arbitrariedades, seguían a
la orden del día.

El reclamo de suertes de estancia continuaba siendo una
reivindicación primordial. A la vez, reiteramos, se
conocía en la campaña la obra del sector de
burócratas progresistas que intentaba modificar el
sistema de
tenencia de la tierra a través de una mayor
distribución. Por otra parte, Artigas reunió en su
persona
ciertos elementos que, vistos dentro de este contexto, resultaron
claves: decidido partidario de la línea antilatifundista,
el hecho de haber convivido durante años con las capas
sociales afectadas por la carencia de tierras, y su acción
efectiva al respecto previa a la revolución, le
proporcionaron ante aquéllas una imagen de
confiabilidad y prestigio muy destacable: Artigas representaba,
en cuanto a la tierra, la culminación de los esfuerzos
anteriores -más aún, un avance- y, por sus
características personales y ubicación social, el
que tenía mayores posibilidades de obtener cambios
concretos.

Cuando Artigas accedió al poder efectivo de la
Banda Oriental a principios de 1815, uno de los puntos
fundamentales de su acción radicó en su
preocupación por los problemas de la campaña y,
dentro de éstos, por los relativos a la tenencia de la
tierra. Para que las existencias ganaderas dejaran de ser
depredadas, era necesario reubicar a los que habían sido
poseedores -ocupantes o propietarios- asistiendo a sus reclamos,
más todavía, era imprescindible asentar a los
"hombres sueltos", convirtiéndolos en
productores.

Consecuentemente, Artigas comenzó a arbitrar en
los litigios existentes y a atender los pedidos de los vecinos de
los pueblos rurales. De esta forma, los conflictos por la tierra
cobraron nuevo e inusitado vigor; fueron desde entonces mucho
más intensos porque los despojados por primera vez
contaban con una autoridad de peso y verdaderamente efectiva que
defendiera sus intereses. La resistencia se centró ahora
en el núcleo terrateniente, que se negaba a aceptar la
división o distribución de trozos de sus campos;
desde Montevideo intentaron proseguir con los desalojos
anteriores y expulsar a los que ahora se estaban asentando
avalados por la autoridad del Cuartel de
Purificación.

Los primeros repartos efectuados en 1815 se hicieron
sobre la base de tierras fiscales y de aquéllas
pertenecientes a los españoles que debieron emigrar
forzosamente. Los destinatarios fueron pequeños hacendados
particulares o vecinos de diversos pueblos -Víboras,
Carmen, Porongos, Rosario- que, junto con los terrenos
indispensables, lograron obtener fundación oficial. Por su
parte, los altos sectores criollos montevideanos procuraron por
todos los medios que esas tierras de emigrados no pasaran a otras
manos que a las propias.

Finalmente, estas contradicciones afloraron en toda su
agudeza con la aparición del Reglamento Provisorio, en
setiembre de 1815, principal instrumento de la acción
artiguista en la campaña. Este documento establecía
la distribución de terrenos a "los Sujetos dignos de esta
gracia, con prevención que los más infelices
serán los más privilegiados. En consecuencia los
Negros Libres, los Sambos de esta clase, los
Indios y los Criollos pobres todos podrán ser agraciados
en Suertes de Estancia ( … )". Tal declaración implicaba
una oposición frontal entre los latifundistas y el
núcleo seguidor de Artigas. Este no era opuesto a la gran
propiedad en sí misma sino en cuanto impedía los
repartos y que, por ende, impedía el arreglo de la riqueza
pecuaria, base de la economía oriental.

Pero los terratenientes no podían ver con buenos
ojos -aún estando de acuerdo con Artigas en el
propósito ordenador final- esos métodos
que iban claramente en contra de sus intereses
inmediatos.

La reacción de los sectores populares frente a la
consigna artiguista -en esos años en que la coyuntura
política les permitió tener cierto grado de
decisión- fue coherente con sus anteriores actitudes. Se
unieron a una propuesta que les brindaba la posibilidad de un
cambio. Esto
no implica decir que Artigas les haya prometido tierras a cambio
de su movilización, pero el reparto estaba
implícito en su proyecto global. En relación al
Reglamento, la respuesta fue rápida y concreta: en primer
lugar los que habían vivido anteriores experiencias de
posesión y luego otros subgrupos comenzaron a ocupar los
campos que, de acuerdo al texto de aquel
documento, eran distribuibles: "todos aquellos de Emigrados,
malos Europeos y peores Americanos que hasta la fecha no se
hallen indultados por el Jefe de la Provincia para poseer sus
antiguas propiedades". Algunos reocuparon los mismos lugares de
donde habían sido expulsados; otros, que habían
quedado en calidad de arrendatarios, medieros, etc., se
consideraron desde entonces dueños de las tierras que
usufructuaban. Pero pronto comenzaron a tomar posesión de
otros terrenos no considerados repartibles por el Reglamento: no
ya los españoles u otros enemigos políticos sino
también los terratenientes patriotas (quienes en
definitiva eran tan opuestos a la redistribución como
aquéllos) "se hallaron incapaces de defender sus campos
del poblamiento de los paisanos pobres que comenzaron a edificar
sus estancias de acuerdo a las prescripciones del Reglamento".
Todo este proceso fue espontáneo y marcó el rasgo
de mayor originalidad en relación a la
participación de las masas rurales en la Banda Oriental:
éstas defendieron activamente sus intereses, sin esperar
que todo proviniera de su líder. Por su propia iniciativa
decidieron establecerse en campos inicialmente no pasibles de
distribución.

A pesar del contraataque desplegado por los
latifundistas a través del Cabildo de Montevideo, el
Reglamento continuó aplicándose: esta vez los
reocupantes no acataron las órdenes de desalojo emanadas,
en última instancia, de los terratenientes, los cuales
debieron retroceder en más de una oportunidad, hasta que
la invasión portuguesa de 1816 y el posterior alejamiento
de Artigas, determinaron la ruptura de este proceso agrario. Los
gobiernos posteriores se encargaron de eliminar las
últimas huellas del artiguismo en la campaña
oriental.

En el caso venezolano, la movilización llanera
contrarrevolucionaria que se dio a partir del accionar de Boves
respondió a diversas causas entre las cuales las que
obedecieron a la
personalidad del asturiano quedan minimizadas en
relación a factores más profundos, que surgen de la
estructura de
una sociedad plagada de conflictos y de tensiones, que hasta el
estallido de las guerras
pudieron ser, en mayor o en menor medida, controlados.

Según la Gaceta de Caracas, órgano oficial
del gobierno republicano, los llaneros seguían a Boves por
la atracción que el reparto del botín tomado a los
patriotas implicaba: "No es nada extraño ver en estos
extensos territorios partidas de salteadores que sin
opinión alguna, y solo con el deseo de vivir del pillaje,
se reúnan en grupos, y sigan
al primer caudillo que les ofrezca el botín del pueblo en
donde despojen a sus habitantes de su propiedad. Tal es la causa
de que Boves, y otros bandidos de esta especie hayan podido
reunir multitud de esta misma gente que halla su utilidad en la
vida vagabunda, en el robo, y en los asesinatos".

Pero, de todas formas, el reparto de botín fue
una práctica generalizada tanto en el bando realista como
en el patriota, como lo demuestra Carrera Damas y como
confirmamos en el siguiente párrafo
extraído de la misma Gaceta de Caracas, que reproduce
parte de una carta de un oficial republicano: "Nuestra
caballería varió de cabalgadura, y aun la tropa
vendía mulas y caballos de los que había tomado al
enemigo. El botín fue inmenso. Tomarían los
soldados más de 000mil (sic) pesos en géneros,
dineros y equipajes. Había soldado que tenía
más de 50 onzas de oro. Uno
regaló a su alférez unas hebillas de oro, un reloj,
y cuatro onzas".

Queda pues sin explicar el porqué de la
adhesión llanera a Boves -y no a las filas republicanas- y
por tanto desestimada como causa única o fundamental la
sostenida por la Gaceta y por sus continuadores de ayer y de
hoy.

La organización permisiva del ejército
de Boves, en contraposición a la jerarquización
militar republicana, es otro argumento que aparece en la
historiografía que trata el tema para explicar la actitud
de las masas llaneras contrarrevolucionarias, como también
el fomento del odio racial por parte del asturiano entre sus
tropas y las promesas de libertad a los esclavos. A nuestro
entender, la organización permisiva del ejército de
Boves fue sólo una consecuencia, más que una causa,
de la forma que adquirió la movilización llanera
principalmente por su espontaneidad de reclutamiento.
El fomento del odio racial constituyó un instrumento
movilizante -utilizado por los realistas con mucho mayor éxito
que por los republicanos- que tenía raíces
profundas en la opresión económica (y
consecuentemente social) a que estaban expuestos los sectores
populares venezolanos. En cuanto a los efectos de las promesas de
libertad para los esclavos, que ambos bandos hicieron, es
comprensible que tuviese mayor aceptación la propuesta de
Boves que la de aquellos que se perjudicaban con las
manumisiones, o sea los propietarios de esclavos.

Respecto a esto último, los comunicados de la
Gaceta de Caracas, de mediados del año 1814, no dejan de
expresar su preocupación: "Boves ha levantado toda la
esclavitud de
los Llanos. Boves los ha hecho militar, y con la pretendida
libertad, los ha hecho cometer los actos más atroces, y
los asesinatos más inicuos".

El éxito alcanzado por Boves con los esclavos
-que la Gaceta intentaba luego presentar como fruto del
reclutamiento forzoso- respondía fundamentalmente al odio
por largo tiempo contenido, resultante de años de
sometimiento impuesto a los
negros por sus amos mantuanos trocados en republicanos
revolucionarios. Además, no debemos olvidar que antes de
las guerras de independencia los esclavos fugitivos intentaban
asegurar su libertad en los Llanos, donde pasaban a integrar las
masas volantes que serían movilizadas por el asturiano. De
este modo seguramente veían los esclavos en el
ejército de Boves, formado por muchos negros de igual
origen, la garantía de liberación que
anhelaban.

Sin embargo, si así explicamos las causas del
apoyo de los esclavos a Boves, nos resta desentrañar el
porqué de la movilización de los llaneros, es
decir, la población negra, mestiza e india que
recorría libremente los Llanos. Estos, como vimos,
respondieron al avance mantuano -con la intención de
monopolizar el disfrute del ganado que abundaba en la zona-
organizándose en "bandas de ladrones". (La idea de tomarme
el trabajo de
transcribir todo el texto es para que puedas acceder al material
de estudio de manera gratuita, hacé el esfuerzo y
seguí la cadena: topbirra[arroba]yahoo.com.ar) Esta
circunstancia, como también sus buenas relaciones con la
población marginal basada en el tráfico que
realizaba y la comandancia con que fue investido, sirvió a
Boves para la eficaz manipulación de las masas llaneras,
que en número mayor de 7.000 integraron su
ejército.

El objetivo
principal de éstas, como ya se ha dicho, era más o
menos implícitamente, defender una forma de vida
sustentada en el aprovechamiento del ganado que les daba alimento
y permitía el establecimiento de un circuito comercial
marginal de cueros y sebo. Interpretada así la
reacción llanera, los demás argumentos que se dan
adquieren la dimensión que les corresponde.

El avance mantuano sobre la zona de los Llanos no
sólo apuntaba al control y explotación del ganado
cimarrón, sino que además pretendía
monopolizar la tierra de pastoreo, para incorporar la
región marginal a la economía caraqueña,
obligando a su vez a sus habitantes a ingresar en un mercado semilibre
de trabajo. En
tal sentido, la oligarquía criolla que estableció
la primera república se esforzó por crear la
legislación pertinente que especificara los mecanismos
básicos para efectivizar su dominación. Así
aparecieron las ordenanzas de Llanos que intentaban terminar con
lo que el poder criollo institucionalizado denominaba abigeato.
De este modo, la reacción llanera instrumentada, por Boves
implicaba a su vez la defensa de un territorio que las masas
rurales sentían como propio y que las Ordenanzas
pretendían arrebatarle.

La revolución
y la legislación sobre tierras en ambas
regiones

El mantuanaje venezolano se caracterizó por su
intención de detentar un poder casi omnímodo sobre
los demás sectores de la sociedad. La economía de
plantación basada en la mano de obra esclava y el fuerte
contenido racial inserto en la estructura
social de Vezuela, fueron las premisas básicas que
permitieron a los blancos mantuanos afianzarse como un
núcleo homogéneo y poderoso desde la segunda mitad
del siglo XVIII.

Pese a todo, la Cotona española significaba un
estorbo para las apetencias políticas
-y en parte también económicas- de esta elite que
realizó la revolución aprovechando la coyuntura
europea favorable, independizándose al poco tiempo de una
metrópoli sumamente debilitada por la invasión
napoleónica. La Primera República, así
instalada, dio origen a un cuerpo legal que simbolizó
cabalmente los objetivos de los mantuanos, de dominio efectivo
sobre los Llanos que -por causas que señalamos más
arriba-, no habían podido integrar en plenitud a la
economía centralizada en Caracas. De esta forma surgieron
las "Ordenanzas de Llanos de la provincia de Caracas",
expresión jurídica de su avance sobre la
región.

Estas Ordenanzas tuvieron como principal objetivo
consolidar la gran propiedad ganadera, para lo cual debían
terminar con el circuito comercial marginal de cueros y sebos,
practicado por los llaneros, poniendo en práctica una
serie de disposiciones tendientes a controlar la principal
riqueza de la zona. Los artículos que ofrecen mayor
interés son los que se refieren a los mecanismos para
vincular el ganado a la tierra, y los que regulan la vida de la
"gente libre" que habitaba en estas comarcas.

Con relación al primero de los aspectos
señalados, quedó claramente estipulado que
sólo podían gozar del llamado "derecho de
opinión", es decir, el derecho a la hierra de becerros
orejanos y bestias mostrencas, los criadores que herrasen
más de doscientos animales, que
poseyeran una extensión de tierra superior a dos leguas o
que acreditasen una antigüedad en la fundación del
hato no inferior a los cuatro años.

A diferencia del Reglamento Provisorio artiguista, las
Ordenanzas de Llanos no ofrecían absolutamente nada a las
masas rurales. No existe en aquéllas la intención
de asentar como dueños de la tierra a los llaneros, para
que dejasen de depredar la riqueza ganadera, dándoles como
única alternativa el ingreso a un mercado semilibre de
trabajo, organizado por sus enemigos de casta.

El Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para
el fomento de su Campaña y Seguridad de sus Hacendados,
puede analizarse con claridad siguiendo el esquema establecido
por Edrnundo Narancio. Los primeros artículos se ocupan de
la división territorial de la campaña y la
organización administrativa y judicial de la misma,
atribuyéndose al Alcalde Provincial la facultad de
distribuir y velar sobre la tranquilidad del vecindario,
dándosele la posibilidad de instituir tres subtenientes de
campaña y jueces Pedáneos para mejor ejecutar las
medidas adoptadas.

Estas funciones se
complementaban con la creación de la Policía de
Campaña, especificada en la parte final del articulado,
con el fin de combatir el contrabando hacia Brasil. Se
establecía asimismo la exigencia de la papeleta de trabajo
a los peones, que debería ser proporcionada por los
hacendados que los tuvieran en conchabo.

Resaltando notoriamente, aparece el gran cuerpo central
de la ley agraria, que
comprende casi la mitad de su articulado, destinado a fijar las
normas para la
distribución de la tierra. Este núcleo fundamental
del Reglamento, determinaba los mecanismos que establecían
de quién se tomaba la tierra y a quiénes se daba,
las condiciones que debían reunir los terrenos y los
procedimientos
para obtenerlos, las formas de poblamiento y los derechos,
obligaciones y
limitaciones de los poseedores. Ya se ha destacado más
arriba el sentido de igualdad social puesto de manifiesto al
establecer prioridades para los adjudicatarios, favoreciendo a
los sectores desposeídos.

Está presente también la necesidad de
reactivación económica de la campaña,
profundamente deteriorada por la guerra, arraigando en ella a los
pobladores sin asiento, al establecer de inmediato la
condición indispensable para obtener y usufructuar los
terrenos: " … si con su trabajo y hombría de bien
propenden a su felicidad y la de la provincia". El efecto de las
circunstancias de la guerra se visualiza claramente en la
creación de un derecho revolucionario que
establecía el origen de las tierras a distribuir, poniendo
en primer término, en cuanto a terrenos repartibles, los
de "aquellos malos europeos y peores americanos" que no hubieran
recibido indulto. Si bien hemos visto que el programa
artiguista tuvo cierta continuidad con los planes reformistas de
la última etapa colonial, en los cuales Artigas mismo
participó y formó sus convicciones originales, es
evidente que en el Reglamento el derecho de
propiedad aparece ligado a la justicia
revolucionaria.

En síntesis,
pensamos que el conjunto del Reglamento tiende a expresar el
papel de nexo cumplido por Artigas dentro del frente
revolucionario. Se consagraba el principio fundamental de la
igualdad social, contemplando la situación de los
desposeídos y de todos los que necesitaban
protección y estímulo.

Por otra parte, se tenía en cuenta la seguridad
reclamada premiosamente por los hacendados -con los que Artigas
no rompió hasta el fin del proceso- estableciendo el rubro
"policía de campaña" que, entre otras cosas,
obligaba a los peones a contar con la papeleta de trabajo para
eludir el calificativo de "vago".

Los que sí tomaron distancia con respecto a
Artigas, fueron los grandes estancieros y los sectores altos en
general, como muy bien lo expresa Real de Azúa: "Es
seguro que las
características que el artiguismo aportaba: desorden
inmediato, irrupción física del campo en
la ciudad, política agraria, presencia de las clases
desposeídas, alardes igualitarios, tuvo que distanciar al
patriciado montevideano del Jefe de los Orientales y preparar la
hostilidad que siguió".

 

Luis Viguera, Gabriela Coconi

Alejandro Ogando

Partes: 1, 2
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