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Causación social y método comparativo – Emile Durkheim



Partes: 1, 2

    1. Reglas
      relativas a la explicación de los hechos
      sociales
    2. El
      método comparativo

    La noción de la especie social tiene la gran
    ventaja de proporcionamos un término medio entre las dos
    concepciones contrarias de la vida colectiva que durante mucho
    tiempo se han
    disputado los espíritus; quiero decir: el nominalismo de
    los historiadores y el realismo
    extremado de los filósofos. Para el historiador, las
    sociedades
    constituyen otras tantas individualidades heterogéneas,
    incomparables entre sí.

    Cada pueblo tiene su fisonomía, su constitución especial, su derecho, su
    moral y su
    organización económica que
    sólo a él convienen; así, toda
    generalización es más o menos imposible. Para el
    filósofo, por el contrario, todos esos particulares
    agrupamientos llamados tribus, ciudades, naciones, sólo
    son combinaciones contingentes y provisorias sin realidad propia.
    No hay otra cosa real que la humanidad y es de esos atributos
    generales de la naturaleza
    humana de donde proviene toda la evolución social. En consecuencia, para los
    primeros la historia sólo es una
    sucesión de acontecimientos que se encadenan sin
    reproducirse; para los segundos, esos mismos acontecimientos
    carecen de valor y de
    interés, si no en cuanto ilustran las
    leyes
    generales que están inscriptas en la constitución
    del hombre y que
    dominan todo el desarrollo
    histórico. Para aquéllos lo que es bueno para una
    sociedad no
    podría aplicarse a las otras.

    Las condiciones del estado de
    salud
    varían de uno a otro pueblo y no pueden determinarse
    teóricamente; es una cuestión de práctica,
    de experiencia, de tanteos. Para los otros, pueden ser calculadas
    de una vez por todas y para el género
    humano en su totalidad. Parecería, pues, que la realidad
    social sólo pudiera ser objeto de una filosofía
    abstracta y vaga o de monografías puramente descriptivas.
    Pero se ve una salida a esta alternativa si se reconoce que entre
    la confusa multitud de las sociedades históricas y el
    concepto
    único, pero ideal, de la humanidad, hay intermediarios,
    que son las especies sociales. Efectivamente, en la idea de
    especie se encuentran reunidas tanto la unidad que exige toda
    investigación verdaderamente
    científica, cuanto la diversidad dada en los hechos, ya
    que la especie es idéntica en todos los individuos que
    pertenecen a ella y, por otra parte, las especies difieren entre
    sí. Sigue siendo verdad que las instituciones
    morales, jurídicas, económicas, etcétera,
    son infinitamente variables,
    pero estas variaciones no son de tal índole que no
    ofrezcan asidero alguno al pensamiento
    científico.

    ¿Pero cómo hay que hacer para constituir
    esas especies?

    A primera vista, puede parecer que no hay ninguna otra
    manera de proceder que estudiar cada sociedad en particular,
    hacer una monografía lo más completa y exacta
    posible y luego comparar todas esas monografías entre
    sí, para ver en qué concuerdan y en qué
    divergen; entonces, según la importancia relativa de esas
    similitudes y esas divergencias, clasificar los pueblos en
    grupos
    parecidos o diferentes. En apoyo de este método,
    debemos destacar que es el único aceptable en una ciencia de
    observación. Efectivamente, la especie
    sólo es un resumen de individuos; ¿cómo
    constituirla, entonces, si no se comienza por describir a cada
    uno de ellos, y describirlo enteramente? ¿No es acaso una
    regla elevarse a lo general sólo después de haber
    observado lo particular y todo lo particular? Es por ello que a
    veces se ha querido aplazar la sociología hasta la época
    infinitamente alejada en que la historia ha llegado, en su
    estudio de las sociedades particulares, a resultados lo bastante
    objetivos y
    definidos como para poder ser
    comparados con utilidad.

    Pero en realidad, esta circunspección sólo
    tiene la apariencia de lo científico. En efecto, es
    inexacto que la ciencia
    sólo pueda instituir leyes después de haber
    revisado todos los hechos que ellas expresan, ni formar
    géneros sólo después de haber descrito
    integralmente a los individuos que ellas comprenden.

    El verdadero método experimental tiende
    más bien a sustituir los hechos vulgares, que sólo
    son demostrativos a condición de ser muy numerosos y que,
    por lo tanto, sólo permiten conclusiones siempre
    sospechosas, por los hechos decisivos o cruciales, como
    decía Bacon, que, por sí mismos e
    independientemente de su número, tienen valor e
    interés científico. Es sobre todo necesario
    proceder así cuando se trata de construir géneros y
    especies. Ya que hacer el inventario de
    todos los caracteres que corresponden a un individuo es
    un problema insoluble. Todo individuo es un infinito y el
    infinito no puede ser agotado. ¿Habrá que tener en
    cuenta sólo sus propiedades esenciales? ¿Pero de
    acuerdo con qué principio podrán seleccionarse?
    Para ello es necesario un criterio que supere al individuo y que
    las mejores monografías son incapaces de proporcionarnos.
    Aún sin llegar a un punto tan riguroso, puede preverse que
    mientras más numerosos sean los caracteres que sirvan de
    base a la clasificación, más difícil
    será también que las diversas maneras que se
    combinen en los casos particulares, presenten semejanzas
    suficientemente francas y diferencias lo bastante tajantes, como
    para permitir la constitución de grupos y subgrupos
    definidos.

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