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El movimiento tupacamarista (página 2)



Partes: 1, 2

 

A pesar de la incorporación del Alto Perú
al movimiento, es
oportuno destacar que la facción de Julián Apasa,
alias Túpac Catari, se mantuvo relativamente supeditada al
control de la
facción cuzqueña. Cuando Miguel Bastidas tuvo
noticias de
las atribuciones que pretendía asignarse Túpac
Catari dentro del movimiento, declaró que "Diego
Túpac Amaru se indignó inmediatamente por haberse
impuesto Apasa
el título de virrey y lo reprendió
contestándole que no le correspondía esa dignidad, sino
únicamente el grado de coronel, por sus cometimientos y
haber servido en congregar a los indios disponiéndolos
sobre las armas".

Es decir, el eje político cuzqueño que
conformaban los Túpac Amaru pasó en un principio a
ejercer control sobre las provincias aymaras, provocando una
pasiva resistencia. Esta
tácita sujeción pudo deberse a que en
términos político-étnicos en el movimiento
tupacamarista se reprodujo el control quechua que a través
del Inca se ejercía tradicionalmente sobre las provincias
aymaras del Collao.

Sin embargo, para garantizarse una alianza que
permitiera la expansión del movimiento hacia la
región altoperuana, fue necesario renegociar la
posición de Túpac Catari dentro de la estructura de
la dirigencia. Como resultado de ello se le hizo posteriormente
al jefe aymara la concesión de darle el trato de
gobernador, "con muchos fueros y prerrogativas", y ponerlo al
mando de las provincias rebeldes aymaras altoperuanas.

Es probable que para tomar esta determinación los
Túpac Amaru sopesaran varios factores tales como el manejo
que Apasa tenía de la lengua aymara,
su conocimiento
del terreno y los contactos que éste hubiera establecido
previamente. Más aun teniendo en cuenta que Túpac
Catari era un indio comerciante y, por ende, contaba con una gran
movilidad geográfica.

En un trabajo
previo, que analizaba los mecanismos utilizados en la
organización interna de la rebelión de Tinta,
apuntábamos la importancia que a nuestro entender
jugó el factor parentesco en el hecho de que ciertas
provincias del sur andino fueron más permeables que otras
a la propagación del movimiento.

Tal era el caso de la provincia de Quispicanchis, donde
varios parientes de José Gabriel se hallaban establecidos
y envueltos en la empresa de
arrieraje que el cacique dirigía. Si bien Tinta era una
provincia clave en términos de la circulación y
comercio de
mercancías, Quispicanchis era neurálgica en
términos de la producción textil y coquera
cuzqueña. Sus numerosos obrajes y plantaciones de coca la
hacían indudablemente atractiva, llegando a abastecer con
envíos de productos
inclusive al Alto Perú.

No resulta pues demasiado sorprendente que cuatro de los
seis arrieros juzgados en el Cuzco fueran parientes cercanos de
José Gabriel, dos de los cuales residían en
Quispicanchis. Inclusive uno de ellos, Francisco Túpac
Amaru, declaró cubrir normalmente la ruta
Cuzco-Potosí. Es decir José Gabriel Túpac
Amaru, conocido como el "cacique arriero", preservaba y reforzaba
a través de su empresa familiar
de arrieraje, sus lazos de parentesco.

Esto demuestra que la estructura económica
andina, montada en términos de "familia
extendida", es decir, incluyendo no sólo la unidad
doméstica familiar sino también a primos,
tíos, cuñados, etc. operó efectivamente en
la esfera política de organización del movimiento. José
Gabriel demostró ser un hombre "rico"
en término andinos, pues había logrado tejer una
extensa red de lazos
familiares, que trascendía su provincia de origen,
vinculándolo con Quispicanchis y Azángaro. Su
"ayllu" como linaje de referencia demostró estar vivo,
latente y ser efectivo en el momento que necesitó recurrir
a él para montar la rebelión.

En esta oportunidad quisiéramos plantear que
consideramos que fue también el factor parentesco el que
contribuyó no sólo a la organización – sino
también a garantizar la permanencia de la dirigencia
rebelde y por ende la continuidad del movimiento, a pesar de la
eliminación temprana del líder
José Gabriel Túpac Amaru.

Inclusive, los clérigos que apoyaron el
movimiento en más de una ocasión estuvieron
vinculados por los lazos de compadrazgo que conllevaba el haber
bautizado a los hijos de los líderes rebeldes, o por el
trato familiar que implicaba el hecho de ser párrocos de
la misma comunidad o
localidad donde residían los principales
inculpados.

En el juicio que siguió a la rebelión de
Tinta, Francisco Túpac Amaru declaró que Antonio
López de Sosa, cura de Pampamarca (de donde José
Gabriel era cacique), "con motivo de leer a presencia del rebelde
los papeles e instrumentos que tenía el confesante de sus
antepasados… le decía no podía estar ultrajado de
corregidores y que a lo menos le correspondía ser
marqués". (La idea de tomarme el trabajo de
transcribir todo el texto es para
que puedas acceder al material de estudio de manera gratuita,
hacé el esfuerzo y seguí la cadena:
topbirra[arroba]yahoo.com.ar) Debido a este incidente,
posteriormente, Patricio Noguera expresó que el cura de
Pampamarca tenía la culpa de todo y debía ser
castigado.

A su vez en una de sus cartas Areche
haría notar que el cura de Pampamarca "era compadre del
rebelde, de íntima amistad y favor
con él". Por su parte Boleslao Lewin al referirse a la
participación en el movimiento de don Antonio
Valdés, cura párroco de Tinta, indicará que
hubo sospechas de que dicho clérigo fue redactor de
algunos de los manifiestos. Efectivamente, la Curia
cuzqueña mantenía un previo conflicto de
jurisdicción con al corregidor Antonio de Arriaga, quien
fue excomulgado en el mes de julio de 1780 y muerto por los
rebeldes en noviembre del mismo año. Quizás estos
antagonismos fueran capitalizados por el movimiento, e incidieran
en el hecho de que muchos de los comunicados de los rebeldes
estuvieran "plagados de citas bíblicas".

En el caso de la segunda fase del movimiento, la
relación con el clero fue también cercana y su
influencia sobre los rebeldes, notable. Diego Quespi el mayor,
uno de los jefes más distinguidos declaró que "un
mil setecientos pesos entregó a su compadre don Pedro
Dorado, que servía de cura en el pueblo de Hilavaia… Que
todo lo entregó al dicho eclesiástico y de veinte
mulas que igualmente puso en su poder, se
quedó con la correspondiente minuta". De la evidencia se
puede inferir que el bajo clero o clero parroquial de las
localidades de donde procedían los rebeldes ejerció
influencia sobre los alzados, en la medida en que indudablemente
existía un flujo de confianza entre el cura de indios y
sus parroquianos, más aun en las ocasiones que esta
relación se veía sellada por lazos de
compadrazgo.

No sólo los mecanismos utilizados para organizar
la dirigencia y reclutar gente para las filas rebeldes fueron
comunes a la primera y la segunda fase del movimiento. Hubo
también puntos de coincidencia entre la actividad
económica que realizaban los Túpac Amaru por un
lado, y Túpac Catari por otro. Como
señaláramos previamente, no sólo José
Gabriel, sino la mayoría de los miembros de la familia
Túpac Amaru, se hallaba vinculada a una empresa de
arrieraje que unía el Bajo con el Alto Perú. Juan
Túpac Amaru declaró ser chacarero y arriero.
Francisco Noguera y Pedro Mendigure se describieron como
arrieros. Francisco Túpac Amaru, además de
mayordomo de hacienda, declaró ser arriero de la ruta
Cuzco-Potosi.

En el caso particular de Túpac Catari, si bien
éste era un indio tributario de Sicasica, y no un cacique
de linaje capaz de contar con 35 piaras de mulas (como era el
caso de José Gabriel), en el juicio que se le abrió
en Las Peñas declaró "ser viajero de coca y
bayetas". Esta descripción puede interpretarse como la de
un pequeño comerciante o transportista de coca y textiles,
lo cual evidentemente le imprimía una gran movilidad
geográfica, facilitándole contactos con los
mercados del
sur andino, además de vincularlo a la producción
agraria y obrajera regional.

En este sentido discrepamos con la hipótesis que sugiere que Catari puede
enmarcarse rígidamente dentro de la categoría de
indio del común, obviándose las
características intrínsecas de su actividad
económica, que además posteriormente se perfilaron
en la organización interna del movimiento.

A nuestro entender, Apasa fue un indio comerciante
envuelto en los sistemas de
arrieraje regionales, y no el tradicional indio del común,
generalmente adscrito a la tierra y
sin contacto con los mercados. Apasa estuvo en capacidad de
montar eficientemente un negocio clandestino de coca y vino, con
el fin de sustentar económicamente el movimiento, como
veremos más adelante. Lo que por ahora nos interesa es
señalar que tanto los Túpac Amaru como Túpac
Catari estuvieron vinculados en una u otra forma a una actividad
económica común: la arriería y las rutas
comerciales del sur andino.

Si tenemos en cuenta la numerosa presencia de arrieros,
comerciantes o "viajeros" dentro de la dirigencia de ambas
rebeliones, sobre todo manejándose en cargos de
importancia como el de escribanos y administradores, podemos
entender que la subida del impuesto de la alcabala del 4 al 6% y
la creación de las aduanas, pudo
haber resultado perniciosa para ellos. Más aun,
considerando que las relaciones comerciales entre el Bajo y el
Alto Perú parecen haber quedado más recortadas de
lo que normalmente se ha asumido, cuando en 1776 el Alto
Perú fue incorporado al recientemente constituido
virreinato del Río de la Plata.

Es por lo tanto probable que el factor coyuntural
constituido por las aduanas y la alcabala, explique la presencia
significativa no sólo de arrieros, sino también de
chacareros ricos (campesinos acomodados), comerciantes medios,
mineros y artesanos, que tanto en el Bajo como en el Alto
Perú se vieron envueltos dentro de la dirigencia del
movimiento. Es decir, lo que podríamos denominar las capas
medias de la sociedad
colonial.

Ya Szeminiski, a pesar de no aludir directamente a la
presencia de arrieros y mineros entre la dirigencia del
movimiento, había acertadamente señalado que: ".la
gran mayoría de los jefes de la rebelión eran
pequeños propietarios de la tierra,
pequeños comerciantes, funcionarios inferiores de la
administración, escribanos, administradores en las
haciendas, auxiliares de iglesias… y artesanos. La
rebelión fue organizada por gentes de la clase media.
Esta hipótesis queda
reforzada luego de analizar la composición social de la
dirigencia del movimiento, a partir de los juicios a que fueron
sometidos sus principales involucrados.

El impacto que pudo causar la alcabala en las capas
medias de la sociedad colonial no pasó desapercibido para
el visitador Areche, quien en una de sus tantas cartas oficiales
haría notar que "los que han introducido en los papeles de
las quejas a las aduanas, no han sido propiamente los indios,
sino personas de otra clase y de otra
jerarquía".

Sin embargo, las masas campesinas, a diferencia de la
dirigencia, tenían otras expectativas en el movimiento. En
el caso particular de la rebelión cuzqueña,
José Gabriel Túpac Amaru ofreció en Lampa
abolir "repartos y otras gabelas" (¿la alcabala?), pero no
se pronunció en relación a extinguir los tributos.

Esto provocó airados reclamos entre los
pobladores quienes expresaron que "si se notificaba a los indios
que habían de pagar tributos, mejor les estaría
pagárselo al Rey de España
bien que al poco rato se sosegó todo y el declarante
oyó decir que también los tributos quedaban
quitados". Si tenemos en cuenta que las provincias del sur andino
contaban con el porcentaje más significativo de población indígena en
términos globales del virreinato, la reivindicación
de abolir el tributo era por demás coherente y
justa.

El el Alto Perú, el fin que persiguieron los
campesinos indígenas de Sicasica, Omasuyos y Pacajes,
todas provincias sometidas al envío anual de una cuota de
mitayos, fue la supresión de la mita" de Potosí.
Miguel Bastidas señaló que los indios de
Potosí acudieron a Andrés Túpac Amaru, para
pedirle comisiones "para exaltar el levantamiento en aquellos
lugares".

Parece que en un principio el programa de los
Túpac Amaru se redujo a agitar la abolición de las
aduanas, gabelas y repartos, manteniéndose vigente el pago
de tributos y la regular asistencia a la mita de Potosí. A
pesar de ello, ante la necesidad de ganar a las masas
indígenas para el movimiento, el programa inicial tuvo que
sufrir alteraciones, con el fin de responder a las expectativas e
intereses del campesinado indígena, cuya presencia era
imprescindible dentro de las filas rebeldes. En ese sentido para
Julián Apasa fue evidente que "a los últimos de la
sedición estaban asimismo a quitar la mita de
Potosí …".

Es interesante comprobar que, de acuerdo a la
extracción social de los participantes y a su actividad
económica, la posición de éstos frente al
movimiento y a los objetivos que
el mismo perseguía, variará sustancialmente. Por
ejemplo, mientras para Diego Estaca (segunda persona de Songo,
Larecaja) el movimiento tenía por finalidad la
extinción de corregidores y aduanas "por haberse excedido
en la exacción rigurosa de sus contribuciones", para el
esclavo Gregorio Gonzáles "el fin de haberse sublevado fue
por no ir a Potosí a la mita, ni pagar más
repartimientos, estancos y aduanas". El orden de prioridades
varió en uno y otro caso.

La numerosa presencia de mestizos dentro de la
dirigencia fue explicada no sólo porque su actividad
económica se viera amenazada (en su calidad de
arrieros, comerciantes o artesanos), sino también porque
su status de mestizos fue cuestionado al plantear las reformas
borbónicas la posibilidad de que tributaran al igual que
los indios. El virrey Jáuregui observó que, en los
mestizos que se incorporaron al ejército tupacamarista,
jugó un papel importante el hecho de haber creído
"que se trataba de obligarlos a pagar tributos". Lo cierto es que
las reformas tributarias proyectadas por los Borbones con el
establecimiento de las aduanas, el incremento de la alcabala y
las revisitas que precedieron la ampliación del tributo a
mestizos y mulatos, envolvieron de una y otra forma a los
diferentes estamentos de la sociedad colonial. En este sentido
constituyeron la ideal plataforma de lucha y de alianzas que
llevó a formar un incipiente frente de indios, mestizos,
mulatos y criollos, canalizado por el movimiento
tupacamarista.

Si bien el factor parentesco y la neurálgica
presencia de arrieros dentro del movimiento pueden haber sido
elementos comunes, en el caso de la rebelión de los
Túpac Amaru y de las de Túpac Catari hubo
mecanismos dentro de la: organización interna del
movimiento en que discreparon notoriamente, poniéndose en
evidencia la diferente extracción social de ambos
dirigentes.

En el juicio abierto en el Cuzco a los reos de la
primera fase se transmite la imagen de una
cierta verticalidad política por parte de José
Gabriel Túpac Amaru, que se pone de manifiesto en su
política de cambiar caciques en las provincias sometidas.
La evidencia señala que Túpac Amaru efectivamente
siguió la política de cambiar caciques y otras
autoridades indígenas, cuando éstas rehusaban
seguir sus órdenes.

Roque Surco fue por ejemplo el indio que eligió
Túpac Amaru para sustituir a Miguel Zamalloa, como cacique
de Sicuani. Inclusive las autoridades españolas
consideraban que una provincia o villa estaba bajo el control de
Túpac Amaru, cuando éste había llevado a
cabo cambios entre los justicias mayores locales.

Si bien esta actitud pudo
estar en acorde con el tradicional rigor político impuesto
por el Inca a sus vasallos, en algunas ocasiones provocó
protestas y rechazo. En Umachiri, Túpac Amaru
pretendió poner un nuevo cacique pero "se le
resistió la gente alegando que no querían otro
cacique sino el suyo legítimo… de quien no habían
recibido daño
alguno". Al comprobar más adelante los indios que a pesar
de su pedido, su cacique había sido despojado del cargo,
se regresaron a Umachiri "dejando a dicho Túpac Amaru en
la pampa del pueblo de Lampa en sus toldos".

En el caso de Túpac Catari la elección de
dirigentes no fue impuesta desde arriba, sino que dimanó
de las comunidades. Ello puede haber sido resultado de que, al
pertenecer el cacique Túpac Amaru a la elite
indígena, estuvo en capacidad de solicitar apoyo
político y ayuda material de los caciques vecinos, quienes
contribuyeron con hombres y abastecimiento para el movimiento. La
evidencia señala que en Tungasuca, ordenó
José Gabriel a la gente que se había congregado que
"fueron a sus pueblos y volviesen a los ocho días bien
armados con sus garrotes y hondas y bien aviados, para cuyo
efecto escribió a los caciques de los respectivos
pueblos".

En contraposición Túpac Catari se
vió obligado a recurrir a las comunidades en busca de
respaldo, propiciando para ello la elección de autoridades
comunales que se encargarían de socorrerlo. El indio de
Larecaja Diego Estaca, en su confesión, declaró que
"fue aclamado por el común de indios de su pueblo para
cacique". A su vez Francisco Mamani-, natural de Azángaro
y residente en Omasuyos, expresó que "fue aclamado por los
sublevados, comisionado de Nicolás Apasa, hermano del
rebelde Julián Catari, y nominado oidor por los indios de
su comunidad para reclutar gente de guerra a los
combates que hacían en ésta ciudad; siendo nombrado
después alcalde mayor, que lo eligió Miguel
Bastidas".

Podemos establecer entonces que mientras José
Gabriel Túpac Amaru estuvo en posición de contar
con la solidaridad de
los caciques que se aliaron a la rebelión, la cual se
materializó en el suministro de gente y víveres, a
Túpac Catari sólo le quedó la alternativa de
recurrir a las comunidades para este efecto.

Sin embargo, luego de iniciada la rebelión
cuzqueña, el flujo de provisiones se hizo irregular,
obligando a los insurrectos a ocupar por la fuerza las
propiedades de los corregidores y las haciendas y obrajes
aledaños., expropiando sus productos para garantizarse el
abastecimiento del ejército rebelde. En Lampa, por
ejemplo, José Gabriel ordenó extraer toda la ropa y
los granos almacenados en la casa del corregidor y
"mandándola llevar a la plaza repartió a todos sus
soldados… lo que también hicieron con la harina y el
chuño".

En este sentido, Apasa se valió de su experiencia
como comerciante para organizar un tráfico clandestino de
coca y vino, que no sólo contribuyó a abastecer a
las tropas altoperuanas, sino que también sirvió
para financiar el movimiento.

Con este fin expropió las haciendas de coca de
los españoles y vecinos de La Paz "teniendo destinados
capitanes para el cuidado de las haciendas con la
obligación de remitirle el fruto de la coca y el dinero
procedido de su venta". Evidencia
complementaría señala que en principio la coca era
repartida entre los indios del ejército altoperuano, y
posteriormente el excedente vendido. De acuerdo a las
declaraciones, se llegó a obtener en dicha
transacción una remesa de 13.000 pesos, que fueron
remitidos a Túpac Catari.

Es por lo tanto oportuno tener en cuenta que Apasa se
cuidó de no destruir la infraestructura de las haciendas
que embargó, y más bien sacó provecho de
ellas, en beneficio del movimiento. En Chulumani, la principal
provincia coquera altoperuana, numerosos españoles fueron
muertos en el enfrentamiento bélico "pero las poblaciones,
casas y cocales se mantienen en ser".

La evidencia parece indicar que Catari utilizó
sus redes de
parentesco no sólo para nuclear gente para su
ejército, sino también para facilitarse el financiamiento
del movimiento. Su tío Nicolás Apasa pudo haber
constituido una importante pieza en el negocio coquero, mientras
su hermana Gregoria Apasa aceptó que a ella se le
había asignado la tarea de almacenar y cuidar el vino que
extraían de la hacienda de Guaricana y "servía al
uso de su hermano, al de los fusileros y el resto lo
vendía".

Pero no sólo a nivel del aprovisionamiento
material y del financiamiento del movimiento se dieron marcadas
diferencias entre la primera y la segunda fase de la
lucha.

En términos de la composición social de
los asesores de ambas rebeliones, también se presentaron
interesantes contrastes. En el caso de la rebelión del
Cuzco, el juicio a los reos de la misma indicó la
presencia de criollos en importantes cargos, quienes fueron
especialmente resguardados del enfrentamiento bélico,
desempeñando el papel de escribanos, administradores y
armeros. Los escribanos de profesión Francisco Cisneros
(español),
Mariano Banda y Esteban Escarcena (criollos) se encargaban de
redactar los manifiestos. Antonio Figueroa (obrajero
español), del mantenimiento
de las armas, y Francisco Molina (hacendado criollo del Collao),
de suministrar sueldos al ejército rebelde.

En el caso de la rebelión altoperuana, la
presencia de criollos dentro del movimiento (que nunca fue
numéricamente significativa a pesar de actuar en la esfea
de las decisiones), pareció diluirse aun más.
Nicolás Macedo, el escribano arriero de Azángaro
que sirvió a Miguel Bastidas, era mestizo. Mariano Tito
Atauche, un estudiante mestizo de Omasuyos, fue también
empleado como escribano por Bastidas. Otro mestizo, Basilio
Angulo Miranda, natural de La Paz, prestó también
servicios como
escribano.

 

Scarlett O'Phelan Godoy

Garófalo Plosbalía

Introducción a la Sociología –UBA–

Cátedra Di Tella

CAPÍTULO VI (texto completo)

Partes: 1, 2
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