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La política y la Logia: José Hernández y sus coincidencias con el presidente Sarmiento en 1870



Partes: 1, 2

    1. Entre montoneras y colonos
      suizos
    2. Matraca,
      soldado y periodista confederado
    3. "Los
      salvajes unitarios están de fiesta"
    4. La
      segunda generación romántica
    5. Sangre en Entre
      Ríos
    6. Bibliografía

    El acercamiento político de los
    padres del Facundo y el Martín Fierro, o de
    cuando la masonería fue nexo entre liberales y federales
    en un año clave del conflictivo periodo de
    consolidación del estado
    nacional.

    Entre
    montoneras y colonos suizos

    A principios del
    año 1870 el presidente Sarmiento desembarca en
    Concepción del Uruguay. Su
    viaje al Arroyo de la China, bastión
    simbólico desde los tiempos de Pancho Ramírez de
    la vocación autonómica de los ganaderos
    entrerrianos, obedece a una forzada estrategia de
    búsqueda de apoyos a su gestión
    de gobierno.
    Permanentemente hostigado por el mitrismo desde su
    asunción a la primera magistratura en 1868 y carente de
    partido o facción que le responda plenamente, el
    sanjuanino se acerca entonces al Señor de Entre
    Ríos, a ese Justo José de Urquiza que pese a su
    sinuosidad y cautela política de los
    últimos años, aún es considerado por los
    federales argentinos como su jefe natural (aunque cada vez con
    mayores reservas y reparos).

    El viaje es preparado de manera teatral para que la
    espectacularidad escénica hable a propios y
    extraños de la intencionalidad política
    expresamente manifestada en el mismo. Hasta la ambigüedad es
    plenamente direccionada en tal sentido. Así, si el vapor
    que hace las veces de buque presidencial tiene el ofensivo nombre
    de Pavón, no es dato menor que a bordo del mismo
    también viaja acompañando al presidente,
    Héctor Varela, hijo de Florencio –mártir de
    la causa unitaria- y director de La Tribuna, diario
    porteño de gran popularidad que ha hecho del
    antifederalismo su bandera. La presencia de Varela en la comitiva
    es un claro gesto de conciliación.

    El anfitrión actúa en consonancia. Su
    residencia italianizante en la que casi todo -desde la
    góndola veneciana del lago artificial hasta la
    última pieza del menaje- ha sido importado de Europa, es puesta
    a disposición del primer magistrado Es allí
    entonces en ese Palacio San José donde Sarmiento, tras
    soportar estoicamente el desfile de la caballería
    entrerriana, para el una demostración del pasado de
    barbarie contra el que viene luchando desde toda la vida,
    asiste a otro fenómeno inscripto en el lado de la
    civilización: los suizos de la cercana colonia
    fundada por Urquiza, acuden a aclamarlo transportados en sus
    carros de cuatro ruedas, constituyendo un espectáculo que
    al presidente le memora su admirada
    Norteamérica.

    En este marco forzadamente idílico a horcajadas
    de lo viejo y lo nuevo, es donde Sarmiento proclama haber
    descubierto en Urquiza modos políticos de
    conducción dignos de imitar, olvidando que hasta ayer
    nomás pedía para este el mismo destino que para
    Rosas
    (Southampton o la horca). Hay más allá de las
    inevitables hipocresías de rigor, una decisión
    evidente de tomar distancias con el liberalismo
    mitrista y acortarlas con el federalismo
    urquicista.

    Matraca, soldado y periodista
    confederado

    Esta reconciliación entre el presidente Sarmiento
    y el líder
    del federalismo encuentra un efusivo apoyo en las páginas
    de un diario de Buenos Aires.
    Fundado el año anterior, El Río de la Plata
    es la tribuna que expresa la opinión de su creador,
    José Hernández. En esa hora que considera
    histórica para el futuro del país, Hernández
    se asume a la vez como un fiel urquicista y como un
    crítico imparcial de la gestión del gobierno
    nacional. Una imparcialidad nada hostil por otra parte, al punto
    que recurrentemente debe salir a defenderse de la
    acusación de oficialista que otros periódicos
    endilgan al suyo.

    Relativamente joven, es sin embargo a sus treinta y
    cinco años un veterano de la política y el periodismo
    argentino. Nacido en Buenos Aires en las vísperas de la
    dictadura
    rosista, desciende por vía materna de una familia de la
    élite porteña: los Pueyrredón (solía
    minimizar este hecho afirmando con el sentido del humor que sus
    contemporáneos le reconocieron al darle el sobrenombre de
    Matraca: -yo soy Hernández "solito").

    En el agitado año que sigue a la caída de
    Rosas toma las armas en defensa
    de los intereses de su provincia, pero un bienio después
    se instala en la capital de la
    Confederación Argentina, definitivamente alejado del
    gobierno secesionista porteño. Allí en
    Paraná se integra al débil aparato
    burocrático en calidad de
    funcionario menor y polifuncional. Ejerce también funciones de
    corresponsal que culminan en 1860 cuando Hernández entra
    definitivamente al mundo del periodismo, dirigiendo hojas
    facciosas forzosamente ligadas al presupuesto
    oficial, única forma de sobrevivencia económica y
    política de estos órganos de prensa en ese
    tiempo y en
    ese medio.

    Cuando en 1861 se produce el derrumbe de la
    Confederación, participa en los episodios bélicos
    que efectivizaron militarmente esa caída. En setiembre con
    el grado de capitán, José Hernández
    contempla azorado en Pavón como la victoria federal en el
    campo de batalla se trasforma en confusa retirada por la actitud
    displicente de Urquiza.

    Unos días después es uno de los pocos que
    salva el pellejo en la masacre de Cañada de Gómez,
    cuando el resto orgánico del ejército confederado
    es sorprendido y destrozado por las fuerzas mitristas comandadas
    por el oriental Venancio Flores, uno de los tantos oficiales
    uruguayos que consolidarán a sangre y fuego el
    nuevo orden de cosas favorable a Buenos Aires en el
    Interior.

    Esta brutalidad planteó un claro interrogante
    sobre los alcances de la voluntad del gobernador porteño
    Bartolomé Mitre de pacificar el país. Los
    vencedores se expresaban con una dualidad desconcertante.
    Así se entiende como el general Flores recibió una
    pública reconvención por haber mandado degollar a
    cientos de prisioneros (por cruel paradoja muchos de ellos eran
    porteños exilados que habían abrazado la causa
    nacional poniéndose al servicio del
    gobierno de Paraná), pero pocos días después
    Mitre le confió nuevas y más importantes
    responsabilidades militares

    Esa dualidad expresaba también los límites de
    una victoria pírrica. Mitre se encuentra en virtud de ella
    como responsable de la reconstitución del estado
    argentino, por primera vez desde 1820 unido políticamente.
    Es una unión endeble. El partido liberal no puede ignorar
    la influencia de Urquiza en la Mesopotamia.
    El mitrismo no va intentar siquiera avanzar sobre las provincias
    litorales del Este. Más aún, Mitre considera que en
    algunas provincias mediterráneas la inexistencia entre las
    élites locales de un grupo liberal
    impide intentar cambiar en ellas la situación
    política. Sin embargo estas conclusiones del jefe del
    Partido de la Libertad
    despiertan la indignación en su base de apoyo: los
    sectores urbanos porteños que no se resignan a
    desaprovechar una victoria que pírrica o no (mejor dicho
    pactada o no, que eso sigue constituyendo el interrogante de
    Pavón) les pertenece.

    En virtud de ese clamor citadino el mitrismo solo
    mantiene su acuerdo explícito de no agresión con el
    urquizismo y se lanza a la remoción de los gobernadores
    federales del interior mediterráneo utilizando la
    "persuasión" de los destacamentos porteños
    comandados por los expeditivos oficiales uruguayos, logrando
    así el vuelco pacífico de algunas situaciones
    locales ante esa amenaza. Es una empresa que
    gracias a la crueldad con la que se la acomete resulta más
    fácil de lo que en un principio parecía y que solo
    encuentra la seria resistencia de
    las provincias del arcaico poniente argentino, especialmente de
    La Rioja, que finalmente es doblegada en noviembre de 1863 cuando
    su hombre fuerte,
    Ángel Peñaloza, es capturado y
    ejecutado.

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